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CONTEXTO Y PASAJES PARALELOS, EL CONTEXTO

INTRODUCCIÓN
Hemos de reiterar aquí lo dicho al tratar del estudio de las palabras y de
sus relaciones gramaticales. El examen del contexto no sigue a tal estudio;
más bien lo precede y lo acompaña en una relación de mutua influencia. El
contexto ilumina e significado de los términos y éste hace más concreto el
contenido de aquél.
Así, en una constante comparación, ambos son enriquecidos y
precisados. Si hemos iniciado el análisis lingüístico con el de las palabras
ha sido por seguir un orden más o menos convencional.
Pero ese orden podía haberse invertido; de hecho, algunos autores hacen
preceder el análisis contextual al verbal.
Sea cual sea el orden que se siga, lo importante es dar el lugar que le
corresponde al examen del marco en que se halla el pasaje que ha de
interpretarse. El concepto mismo de contexto nos muestra la conveniencia
de su estudio. Etimológicamente, el término se deriva del latín cum
(preposición de ablativo que denota unión, asociación o compañía) y
textum (tejido; por extensión, contextura, trama). Aplicado a documentos
escritos, expresa la conexión de pensamiento que existe entre sus
diferentes partes para hacer de ella un todo coherente.
EXTENSIÓN DEL CONTEXTO

¿Hasta dónde hemos de remontarnos en la parte del escrito que


antecede al pasaje objeto de interpretación o hasta qué punto hemos de
llegar en la que le sigue?
En respuesta a esta pregunta, se habla de un contexto remoto y de un
contexto inmediato. El primero, en un sentido amplísimo, está constituido
por la totalidad de la Escritura. Pero de ese contexto debe pasarse
sucesivamente a otros cada vez más reducidos:
Antiguo o Nuevo testamento. En el Antiguo Testamento, serán contextos
más limitados el Pentateuco, los libros históricos, los poéticos, los
sapienciales o los proféticos, y dentro de cada grupo, cada uno de los libros
que lo forman. De un modo análogo, el contexto del Nuevo Testamento se
reduce mediante la clasificación en evangelios, Hechos de los Apóstoles,
epístolas y Apocalipsis.
Dentro del primero y del tercer grupo, se considerará cada libro por
separado, destacando sus rasgos distintivos. Después se delimitará la
sección del libro en la que se encuentra el texto y se determinará el
contenido esencial de la misma. Y así se proseguirá la reducción hasta
llegar al contexto más próximo al pasaje cuya exégesis se quiere efectuar.
En el tránsito de contextos más amplios a otros más reducidos, conviene
descubrir y tomar en consideración el propósito del autor. Volveremos a
este punto para tratarlo más extensamente cuando nos ocupemos del
fondo histórico; pero ya ahora anticipamos algunas observaciones, dado
que el mencionado propósito ilumina con mayor o menor intensidad textos
y contextos.
Llegar a conocer la finalidad con que un libro de la Biblia fue escrito no
es difícil si el propio escritor la especifica. Tal es el caso del evangelio de
Juan (Jn. 20:30-31) o de algunas cartas apostólicas (2 P. 1:13-15; 1 Jn. 1:3 y
Jud 3). Cuando el propósito no se halla expuesto de modo expreso en el
libro, generalmente se descubre sin demasiado esfuerzo a través de su
contenido.
En la carta a los Gálatas se advierte en seguida que su finalidad es
corregir los graves errores doctrinales de los judaizantes que socavaban
los cimientos de la fe evangélica en las iglesias de Galacia. La carta a los
Hebreos muestra desde el principio el propósito de exaltar a Cristo sobre
todo lo creado y sobre todas las sagradas instituciones de Israel a fin de
librar a los judíos convertidos al Evangelio de actitudes nostálgicas
respecto a las formas de su antigua fe, pues dichas actitudes podían
llevarles a la apostasía.
Pero a veces la finalidad del autor no aparece con demasiada claridad y
sólo puede averiguarse mediante un análisis laborioso en el que se dé la
debida atención a la estructura del libro, a la selección y ordenación de su
material, a las frases clave que a veces aparecen repetidas para señalar el
comienzo o el fin de una sección, etc.
Tomemos como ilustración el libro de Amós. En su primera sección
(caps. 1 y 2), hallamos una y otra vez la siguiente expresión: «por tres
pecados de y por el cuarto», con lo que se indica la inexorabilidad y la
universalidad de los juicios de Dios. En la segunda (cap. 3), sigue una serie
de preguntas en las que se destaca la relación causa-efecto, con lo que se
justifica lo inevitable del mensaje profético. Se continúa en el capítulo 4 con
la descripción de una sucesión de desastres, al final de cada uno de los
cuales se encuentra la misma denuncia divina: «Mas no os volvisteis a mí»
(vs. 6, 8, 9, 10 y 11).
Todo ello culmina con el llamamiento de Dios a la conversión (v. 12). En
el resto del libro se renueva la invitación divina que se resume en la
repetida frase: «Buscadme (o "buscad el bien") y viviréis» (vs. 4, 6, 14); se
pronuncian una serie de ayes (5:16, 18; 6:1), seguidos de varias visiones de
destrucción (7:1-9:10), para concluir con un cuadro de restauración y
abundancia (9:11-15).
Si comparamos todas estas secciones entre sí, veremos su sólida
trabazón, su armonía y el propósito del autor: lograr que el pueblo vuelva
de nuevo a su Dios, un Dios justo, insobornable, un Dios cuyos molinos
muelen despacio, pero menudo, que no hace acepción de personas y, sobre
todo, que no quiere la muerte del impío, sino que el impío se vuelva a El y
viva.
Cuando, guiados por el contexto amplio, llegamos al contexto inmediato,
hemos de percatarnos del pensamiento central que lo preside, el cual,
generalmente, es un punto concreto de la línea de pensamiento existente a
lo largo de una sección del libro o del libro entero.
TIPOS DE CONTEXTO

La conexión entre el texto y su contexto inmediato puede ser:


1) lógica, cuando las ideas del texto aparecen engarzadas en la línea de
pensamiento de toda la sección;
2) histórica, cuando existe una relación con determinados hechos o
acontecimientos (v. g. la conversación de Jesús con el ciego de nacimiento
(Jn. 9:35-38) y el contexto de su curación y de su testimonio (9:1-34);
3) teológica, si el contenido del texto forma parte de un argumento doctrinal,
como sucede en numerosos pasajes de Gálatas o Romanos.
Esta división tiene un carácter más bien convencional, pues con
frecuencia la conexión puede ser doble o triple; es decir, participa tanto del
carácter lógico como del teológico o del histórico.
En Romanos 3:20 tenemos un ejemplo de conexión doble: lógica y
teológica. Podemos tomar como contexto inmediato Ro. 3:9-19. Hemos
llegado a él a través de la primera parte de la sección que empieza en 1: 17.
La justicia de Dios revelada en el Evangelio, que acaba «justificando» al
pecador, empieza denunciando el pecado y sometiendo a todos los
hombres sin excepción –gentiles y judíos a juicio condenatorio.
Aquí se inicia el «contexto inmediato», constituido esencialmente por
una serie de citas del Antiguo Testamento y por una reafirmación de la
culpabilidad de todo el mundo, incluido el pueblo escogido y favorecido por
la revelación de Dios. Parte esencial de esta revelación era la ley dada a
través de Moisés, por la cual se adquiere el «conocimiento del pecado»,
pero que nadie cumple cabalmente por más que se multipliquen las
«obras» en un intento de obedecer sus preceptos.
La consecuencia es lógica y el significado de nuestro texto (e por las
obras de la ley ningún ser humano será justificado»), bien claro: nadie
alcanzará la aprobación de Dios sobre la base de su comportamiento moral
o religioso.
Un ejemplo de conexión triple -lógica, histórica y teológica lo hallaríamos
en Gá. 5:4b: (e De la gracia habéis caído.») Este pasaje, tomado
aisladamente, podría sugerimos la experiencia horrible de la pérdida de la
salvación. Pero su contexto (5:11), en el que se mezclan la lógica de un
sólida argumentación, la exposición teológica y los hechos históricos que
estaban viviendo los gálatas en su relación con los judaizantes, nos obliga
a otra interpretación: el sistema de salvación por obras es incompatible con
el de salvación por la gracia de Dios mediante la fe en Cristo. Quienes se
obstinaban en adherirse al primer sistema no podían al mismo tiempo
sostenerse en el segundo; automáticamente «caían» de él.
IRREGULARIDADES CONTEXTUALES

En el examen del contexto deben tenerse en cuenta los paréntesis, las


digresiones y los cambios bruscos de un tema a otro. En cualquiera de estos
casos, el hilo del pensamiento del autor parece romperse para introducir
una línea nueva de reflexión. El intérprete habrá de tener el debido
discernimiento para advertir que el verdadero contexto no lo constituyen
los versículos que anteceden ---o siguen- inmediatamente al texto objeto
de exégesis, sino en una porción anterior o posterior a los mismos.
La segunda carta a los Corintios abunda en este tipo de irregularidades.
Tomemos como ejemplo 2 Co. 3:18. Observamos que el contexto
inmediato anterior (vs. 15-17) es un paréntesis. El contexto real se
encuentra en el versículo 14, y en todo el pasaje relativo a la gloria del
ministerio apostólico (3:1 y 5).
Como ilustración de ruptura en el desarrollo de un tema podemos citar
2 Ca. 6:14-7:1. El asunto introducido en esta porción
es completamente ajeno a los pasajes que la preceden y siguen. Si
prescindimos de ella, se restablece la coherencia y la unidad de
pensamiento entre 6:13 y 7:2. Por consiguiente, si hubiéramos de
interpretar 7:2, no nos entretendríamos buscando luz y ayuda en un
contexto inmediato (6:14-7:1) que en realidad no lo es; nos remontaríamos
al pasaje anterior del capítulo 6 (vs, 1-13).
Una última observación sobre el contexto. La actual división de nuestras
versiones de la Biblia en capítulos y versículos es arbitraria.
NO EXISTÍA DIVISIÓN DE NINGUNA CLASE EN LOS ANTIGUOS MANUSCRITOS.
La Vulgata Latina fue la primera versión dividida en capítulos, obra del
cardenal Hugo en el siglo XIII, aunque tal división es atribuida también al
arzobispo de Canterbury, Langton, en el año 1227. Posteriormente el
Antiguo Testamento hebreo fue fraccionado de modo análogo por
Mardoqueo Nathan en 1495; y el Nuevo Testamento, en 1551, por Robert
Stephens, quién colocó la numeración de los versículos en el margen del
texto.
El modo en que se han fijado capítulos y versículos dista mucho de ser
perfecto. A menudo las divisiones son deplorables, pues fraccionan
indebidamente porciones que habrían de aparecer como un todo, con lo
que se oscurece su significado. Podríamos citar innumerables ejemplos de
división desdichada. Baste la mención de dos ejemplos. El texto de Isaías
sobre el Siervo doliente no empieza en 53:1, sino en 52:13. Los primeros
cinco versículos de Jeremías 3 deberían formar parte del capítulo anterior;
mucho más lógico habría sido dar comienzo al capítulo 3 con el versículo
6, donde se inicia la comunicación de un nuevo mensaje de parte de Dios.
No menos desafortunados son a veces los lugares en que se colocan los
epígrafes que encabezan párrafos o secciones en muchas versiones
modernas. El defecto es semejante al señalado respecto a la división en
capítulos y versículos, dejando aparte lo correcto o incorrecto de sus
enunciados y el abuso que a veces se hace en la inserción de esos títulos.
La versión española de Reina Valera 1960 es bastante aceptable en lo
que concierne a esta cuestión. Pese a ello, no siempre es recomendable. En
1 Co. 2, por ejemplo, ¿hay necesidad de introducir dos epígrafes (e
Proclamando a Cristo crucificado», vs. 1-5, y «La revelación por el Espíritu
de Dios», vs. 6-16)? ¿No se induce de este modo a quebrar la unidad de todo
el capítulo, cuyo pensamiento central es «la sabiduría de Dios» dada a
conocer por su Espíritu? «Cristo crucificado» es una de las expresiones más
maravillosas de la Biblia; pero en el texto que consideramos ¿ocupa un
lugar tan relevante que justifique un epígrafe sobre un pasaje en el que la
idea clave es otra?
Sirva lo consignado para precaver a quien interpreta un pasaje de la
Escritura contra los pobres servicios que pueden prestarle ayudas
arbitrarias en la determinación del contexto. Es el propio intérprete quien
debe realizar ese trabajo con su capacidad analítica y su discernimiento.
PASAJES PARALELOS

No siempre el contexto aporta luz para la mejor comprensión de un


texto. Puede suceder que éste se encuentre aislado, sin conexión con lo que
le antecede o le sigue. Es lo que vemos en la mayor parte de los textos de
Proverbios, pues con la excepción de algunas secciones cuyo contenido gira
en torno a temas concretas (las malas compañías, 1:10-19; la Vida de
piedad, 3:1-12; la sabiduría, 3:13-4:27; 8:1-9:18; las exhortaciones contra
la impureza, 5:1-23; 6:20-7:27; la amonestación al rey, 31:2-9; y el elogio
de la mujer virtuosa, 31:10-31), el resto del libro está compuesto de
máximas y sentencias discontinuas.
Algo análogo acontece con determinadas porciones de Eclesiastés y del
Cantar de los Cantares. En el resto de las Escrituras, aunque con menos
frecuencia, también hallamos pasajes inconexos. En tales casos, es inútil
trabajar en el contexto. La ayuda hemos de buscarla en los pasajes
paralelos, es decir aquellos que en otros lugares de la Biblia se refieren al
mismo hecho histórico, a la misma doctrina o a una enseñanza, exhortación
o tema semejante. En estos pasajes paralelos generalmente hallamos ayuda
no sólo para entender mejor el texto que tratamos de interpretar, sino
también para obtener una perspectiva más amplia tanto de su significado
como de sus aplicaciones.
Sírvanos de ilustración el texto de Lucas 14:26, que ya comentamos al
ocupamos del uso de modismos. Entonces vimos el significado del verbo
«aborrecer» a la luz del usus loquendi. Pero el pasaje de Mt. 10:37 deja
perfectamente clara la cuestión: «el que ama padre o madre más que a mí
no es digno de mí». Así, pues, «aborrecer» en el texto de Lucas equivale a
amar menos, con la consecuencia lógica de que si la familia es hostil a Cristo
(véase el contexto de Mt. 10:34-39), el discípulo de Jesús ha de optar por la
lealtad a su Maestro, aun si en casos extremos ello significa la ruptura de la
comunión familiar.
Los paralelos pueden ser verbales y conceptuales. Son verbales cuando
en ellos se encuentra la misma palabra o frase que en el texto con un
sentido idóneo o semejante. De no ser así, el paralelo es aparente, no real,
yen vez de sernos de orientación, más bien puede confundimos. Si
estudiamos, por ejemplo, el texto de Ef. 2:8: (e Por gracia sois salvos, por
medio de la fe»), en el análisis semántico de la palabra «fe» sería un mal
paralelo Jud. 3, donde leemos de la fe que ha sido transmitida a los santos
de una vez por todas. Obviamente, el significado de la «fe» es diferente en
ambos pasajes.
En el primero, se refiere a la confianza del creyente en Cristo que le une
a Él de modo vital para la salvación; en el segundo, indica el cuerpo de
verdades reveladas y contenidas en el Evangelio. En cambio, un ejemplo
aceptable de paralelo verbal, con conexión de semejanza, podríamos
establecerlo entre el mencionado texto de Jud. 3 y Ef. 4:5, 13.
Una penetración paciente y minuciosa en este tipo de paralelos suele ser
remuneradora, pues ensancha los horizontes de un texto y lo completa.
Cuando leemos en Ef. 3:6 acerca del «misterio» revelado por el Espíritu,
«que los gentiles son coherederos y copartícipes de la promesa en Cristo
Jesús», podemos preguntarnos:
¿PARA QUIÉN ES LA PROMESA? ¿CUAL ES EL CONTENIDO DE ESTA?

Un estudio cuidadoso de los paralelos nos lleva a Abraham, a quien


primeramente fue hecha la promesa, y a su «simiente» (Ro. 4: 13; Gál. 3:29).
Los judíos eran descendientes de Abraham, por consiguiente, para ellos era
la promesa (Ro. 9:4). Los gentiles, excluidos de la «ciudadanía de Israel»,
eran «ajenos a los pactos de la promesa» (Ef. 2: 12). Pero el Evangelio
revela que son «descendientes» de Abraham todos los que creen como él
(Ro. 4:16).
Esta realidad es magistralmente aclarada y demostrada cuando se
descubre que la «simiente» por excelencia, de Abraham es Cristo (Gál.
3:16). Así que en Cristo -y sólo en El- judíos y gentiles constituyen los
auténticos descendientes del patriarca, herederos de la promesa (Gál.
3:29). En cuanto a la sustancia de ésta, los paralelos nos hablan de
«herencia» (Gál. 3:18), de «justicia» y de «vida» (Gál. 3:21; Ro. 4:17), de
«Espíritu» (Gál. 3:14; Ef. 1:13), deser hechos «hijos» (Ro. 9:8; Gál. 4:22 y
ss.). En resumen, la promesa incluye todas las bendiciones que Dios nos
otorga en Cristo.
Los paralelos conceptuales existen donde hay correlación de hechos o de
ideas, a pesar de que éstos se expresen con diferentes palabras. Este tipo
de paralelismo lo podemos ver en He. 2 y Fil. 2:2; en ambos, el tema es la
humillación de Cristo. O en Ro. 3:24-26 y He. 9:11-10:14, cuyo contenido
esencial es la redención por la muerte expiatoria de Cristo.
Fuente exhaustiva de paralelos verbales es una buena concordancia
bíblica, preferentemente basada en las lenguas originales.
Su utilización puede mostramos con mayor claridad el significado de un
término o la diversidad de matices del mismo. No pocas veces nos ayudará
a corregir ideas un tanto erróneas transmitidas por traducciones
imperfectas. Tomemos como ejemplo el texto de Jer. 17: 9. La versión Reina
Valera lo traduce: «engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso».
Pero esta última palabra, en hebreo (anush), tiene el significado de
incurable, insalvable, desahuciado, como se confirma en los restantes
textos en que aparece (Is. 17:11; Jer. 15:18; 17:16; «el día irremediable no
he anhelado», BJ, Y Job 34:6; «mi llaga es incurable», BJ). Así los paralelos
nos confirman que el sentido del vocablo anush no es lo perverso del
corazón, sino lo irreversible humanamente de su condición. .
Para quienes se vean impedidos de usar concordancias pueden serles de
utilidad las referencias de paralelos que con l!1ayor o menor profusión se
insertan en algunas ediciones de la Biblia en una columna central o al pie
de cada página. Por regla general, esas referencias están bien
seleccionadas; pero quien las use como el que use una concordancia debe
estar prevenido contra la posibilidad del inconveniente ya mencionado:
que el paralelo sea sólo aparente, por la coincidencia verbal, y no haya en
él equivalencia de conceptos, lo que anula su validez.
En la versión RV 77,.como paralelo de Ef. 3:13 (les pido que no
desmayéis a causa de mis tribulaciones»), se da Le. 18:1 (e también les
refería Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no
desmayar»). ¿Existe realmente entre ambos textos una
correspondencia deideas? Por más que se insistiera en la relación entre
uno y otro tipo de desmayo, lo cierta es que el sentido varía
considerablemente al comparar los dos pasajes.
Sin embargo, el estudiante perspicaz de la Biblia hallará por lo general
más ayuda en las ediciones con abundancia de paralelos que en aquellas en
que estas referencias se reducen a un mínimo. En el estudio de paralelos es
aconsejable seguir un orden:
1. Buscarlos primeramente en el mismo libro, si los hay, o en los escritos del
mismo autor. Si, por ejemplo, nos ocupamos de un texto de Pablo sobre la
fe, recurriremos a los paralelos que pueden hallarse en sus cartas antes de
pasar a otros en la epístola a los Hebreos o en la de Santiago, donde el
enfoque conceptual puede ser diferente.
2. Dar prioridad a los que aparezcan en libros o secciones que tratan de
iguales temas o de cuestiones afines. Así tendrán preferencia los paralelos
de los evangelios cuando se trate de .un texto de cualquiera de ellos; los de
Romanos cuando se estudien textos de Gálatas; los de Efesios si se
interpreta un pasaje de Colosenses, y los de 2ª Pedro o algunos capítulos
de las cartas pastorales en el caso de una porción de la epístola de Judas.
3. De modo parecido se establecerá un grado de prelación en cuanto a los
paralelos que se hallen en libros o pasajes de un mismo 'género literario.
Para un textonarrativo, normalmente serán preferibles paralelos de otras
narraciones: para una porción poética, los que se hallen en los Salmos; para
una de carácter profético o escatológico, los correspondientes en libros de
este tipo; para porciones doctrinales, los de las grandes exposiciones de ese
carácter contenidas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Sin embargo, el orden apuntado no ha de ser absoluto, y menos aún
exclusivo. El texto que se halla en una narración puede tener hermosos
paralelos en la literatura de carácter poético y viceversa. Recuérdese la
conexión luminosa entre algunos salmos y los hechos históricos que los
inspiraron. Y la relación entre lo doctrinal, lo profético, lo escatológico y lo
hortatorio puede ser tan estrecha que cualquier delimitación resulte mero
artificio. Por ello, podrán encontrarse paralelos correctos en textos de los
más diversos géneros. Con todo, el orden señalado no debe subestimarse,
pues responde a una realidad lógica.
La comparación de paralelos es especialmente útil en el caso de hechos
que se narran en dos o más libros de la Biblia o en diferentes pasajes del
mismo libro. En el Antiguo Testamento los hallamos en el Pentateuco: no
pocos relatos de Éxodo y Números reaparecen en Deuteronomio. Los libros
de Crónicas refieren acontecimientos registrados en los de Samuel y Reyes.
En el Nuevo Testamento abunda el paralelismo de este tipo en los
evangelios, especialmente en los sinópticos.
La conversión de Saulo aparece tres veces en los Hechos de los Apóstoles
(caps. 9:1-19; 22:6-11; 26: 12-18) y los datos biográficos sobre Pablo
contenidos en el mismo libro son complementados por las notas
autobiográficas que aparecen en algunas de sus cartas. En el caso de las
narraciones de los evangelios, una «armonía» de los mismos resulta
valiosa, pues de modo claro presenta en sendas columnas los textos de
Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Aunque generalmente el cotejo de paralelos contribuye a iluminar un
texto o a resolver los problemas que la interpretación de éste puede
plantear, a veces en la comparación surgen problemas nuevos, ya que se
observan discrepancias que, al menos de momento, más bien son causa de
perplejidad. Estas dificultades no son en muchos casos difíciles de resolver
si se tiene en cuenta la naturaleza de los textos bíblicos, en especial de las
narraciones.
Ninguno de los autores pretende ser exhaustivo. Aun tratándose de
testigos oculares, cada uno escoge unos detalles y omite otros. El cuadro
que presenta suele ser parcial. A menudo lo que uno omite es incluido en
el testimonio de otro. Y cada uno destaca lo que más le ha llamado la
atención o lo que considera más adecuado al propósito narrativo, sin
excesiva preocupación por la rigurosidad en la mención de todos los
personajes que intervienen en un acontecimiento, en la consignación de
todas sus palabras o en la escrupulosa anotación de todos los pormenores.
Los diversos relatos sobre la resurrección de Jesús son una ilustración de
lo que decimos.
En la mayoría de los casos es factible «armonizar» las discrepancias
ahondando en la investigación hasta el punto de poder Formular
conjeturas perfectamente plausibles. Cuando no se hallen soluciones
satisfactorias, se observará que el problema .en ningún caso afecta lo más
mínimo. a lo esencial de los pasajes comparados. Superadas las diferencias
o aparentesdiscordancias, los paralelos seguirán enriqueciendo el estudio
del texto.
CUESTIONARIO

1. Interprétense los textos que se citarán a continuación, señalando


previamente el contexto (inmediato o no) correspondiente y explicando la
relación entre texto y contexto. Job; 40:4; Is. 1:18; Am.3:8; Hab. 1:2; Mt.
18:25; Ro. 7:4; Ef 2:19; He. 12:4; 1 Jn. 2:20.
2. A la luz de pasajes paralelos (que deben indicarse), interpretar los textos
siguientes: Dt. 4:6; Sal. 51:17; Jer. 4:4; Am. 5:4; Mt. 26:28; Ro. 3:25; Fil. 3:10;
2 Tes. 3:3.
Nota: En La Selección De Paralelos Debe Seguirse El Orden De Prioridad
Estudiado.
Publicado hace 27th July 2014 por LA IGLESIA BÍBLICA VISIBLE
Etiquetas: CONSTRUYENDO TEOLOGÍA FACULTAD DE TEOLOGÍA Y DOCTRINA MINISTERIOS
CRISTIANOS OBRERO PEREGRINO

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