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La metamorfosis de la figura de Medea en los textos de Eurípides y Séneca

Introducción

La Medea trágica es, tal como ya lo he mencionado con Antígona, una extensión dramática del mito
que ya existía en el imaginario griego y que solo Eurípides vino a darle forma artística en el teatro.
Asimismo, la Medea de Séneca continúa la extensión del mito, pero al mismo tiempo ha creado ya una
obra literaria dependiente en su sentido y en su reinterpretación de la obra griega. Por esto, es
importante notar desde un principio que la segunda Medea no es simplemente una copia, sino una
relectura que incluso ha cruzado la frontera de dos culturas. Y no solo eso. De algún modo ese
trasplante cultural se transformó en su base ideológica, que no temática, y conlleva la evolución de su
figura principal, como explicaré brevemente a continuación.

Medea en Eurípides

No hace falta insistir mucho en el factor determinante de todas las acciones de los personajes griegos:
el Destino, Ananké; eso ya lo hemos esbozado en los comentarios anteriores. Lo apunto aquí
únicamente para sustentar la configuración de la tragedia en Medea, de Eurípides. Aquí tenemos al
personaje como instrumento del Destino para cumplir un fin. ¿Cuál es este?

Si bien, a simple vista la obra se engendra con el argumento de una venganza humana, pronto nos
vamos dando cuenta de que tal sentimiento y su consecución sirve como medida expiatoria de los
crímenes pasados, cometidos durante la travesía que llevó a Jasón a robar el vellocino de oro, con la
ayuda de Medea, para constituirse como monarca legítimo de Yolco. Esta premisa, este hipotexto
presente en la tragedia, es esencial para comprender las acciones criminales de una mujer
aparentemente cegada por los celos o la miseria ante la injusticia de que ha sido víctima.

Según las acciones y las palabras van fluyendo en el texto, es evidente que las vacilaciones de Medea
vienen dictadas por un conflicto interno inherente a los seres humanos: la razón contra la pasión, la
objetividad contra la subjetividad. Y esto es de comprenderse. La poética de la tragedia griega exigía
tales juegos emocionales, para humanizar el mito y crear la empatía necesaria en un público
obviamente humano. No obstante, es la propia Medea quien nos revela la dialéctica de sus intenciones,
que se vuelven necesarias, imperiosas. Con ello, pasa a ser el instrumento de venganza que los propios
dioses tienen preparado para Jasón.

Desde luego, un crimen es un crimen y todo apunta a que la sucesión trágica no acabará con la partida,
provisionalmente victoriosa, de Medea en su carro alado. Pero por ahora tenemos delante de nuestros
ojos la consumación trágica de un sacrificio que castigará a Jasón por sus delitos.

Medea en Séneca

Si en Eurípides teníamos a una mujer cegada por la pasión. En Séneca tenemos a una mujer
desquiciada, una tempestad emocional que dirige su ira contra Jasón, Creonte y a todos aquellos que la
han aislado de su estado natural. Pero en esta ocasión, ella se desmarca una posible interpretación
trascendental de sus acciones. Es decir, pareciera que su finalidad es la venganza misma, construida
desde el inicio por sus propias sentencias, al contrario que la Medea de Eurípides que aparece retrasada
en la acción dramática.

Por eso, este conflicto se aleja, a mi parecer, del mito y de la mano del Destino pues este, aunque sigue
presente como un residuo del hipotexto griego, ya no determina las acciones de los personajes. Es más,
si antes los personajes eran instrumentos del Destino, ahora parece que Medea se apodera de la
naturaleza para tenerla a su merced como instrumento, así tal cual la magia se concibe en la antigüedad.
Es furia su venganza y hace que sus emociones se exacerben hasta el punto de perder toda humanidad
en su decisión final.

Por otra parte, la Medea de Séneca, también evoluciona en su sustrato ideológico. No se puede negar
que hay un proyecto ideológico presente en el texto de Eurípides, de hecho es evidente desde que
invocaba la fuerza oscura del Destino. Sin embargo, aquel es más un texto con un fin dramático,
artístico. En cambio, Séneca no se puede abstraer totalmente de su programa de pensamiento y por ello
le imprime su filosofía a su obra (sin que esta deje de tener mérito artístico). Seguro es que Medea no
sea la representación del prototipo filosófico estoicista. Pero allí tenemos a los otros personajes que la
rodean para delinear con sus palabras y acciones el proyecto de Séneca. Podríamos incluso ver a Medea
en sus conflictos y su furia ciega como el pretexto perfecto para oponer las ideas y la filosofía del
estoicismo, como una doctrina que propugna por el dominio de las pasiones.
La metamorfosis de Medea

Como se ha visto en las líneas anteriores, tenemos que sí existe una diferencia sustancial entre las dos
obras. Si mucho se acusa a la cultura romana de haber copiado los modelos griegos, es quizá porque
solo se está poniendo atención a las formas y a los nombres. Quizá hasta en la estructura y en la
prevalencia de ciertos temas afines a dos culturas bastante cercanas. No obstante, faltaría ver que en
esta transfusión cultural necesariamente existe una transformación que afecta el sustrato, hasta cierto
punto. Tanto por la frontera cultural, como por la del tiempo, pues en el caso de las dos Medeas hay
algunos siglos de por medio.

En el caso de la figura de Medea, se observa que la transformación va de un ser mitológico humanizado


hasta el de un ser humano, que aunque conserva sus rasgos mitológicos en su entorno y en sus
referencias extratextuales, se aleja del mito en tanto es más independiente de un Destino omnipresente
y regulador. Ahora, de ser un instrumento, es la misma Medea senequiana la que se vale de la
Naturaleza como un instrumento.

Finalmente, si atendemos a la evolución cognitiva de la humanidad, es posible que podamos extraer


evidencia a partir de los dos textos de cómo se va secularizando la narrativa originalmente mitológica,
pasando por su acercamiento simbólico mediante el drama y concluyendo en una reinterpretación
filosófica en el texto de Séneca. Pareciera que la humanidad poco a poco va acercándose al centro de la
Creación en un acto de rebeldía contra los dioses. No creo que Séneca haya sido un ateo (como nadie lo
es en estricto sentido), pero en su discurso hay trazas de una dispersión hacia una comprensión del
mundo más racional y menos determinada por las acciones divinas. Algo hay en esa frase final de Jasón
a Medea en la obra de Séneca («Vete por los hondos espacios del alto firmamento a atestiguar por
donde pases que no hay dioses».) que puede servir de materia para una discusión al respecto. Quede
por ahora patente que la Medea de Séneca, aun bruja, aun inhumana, parece ser más humana en su
alejamiento de la carga mítica y en la conciencia de su propio crimen.

Bibliografía

1. EURÍPIDES, Medea. [PDF]

2. SÉNECA, Medea. [PDF]

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