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En cada una de estas etapas nos relacionamos con personas significativas que
nos ayudan a ser nosotros mismos. Las principales actitudes que van
configurando la adultez y las personas que intervienen en la formación de las
mismas son: la confianza básica (la madre), la autonomía (la familia), la iniciativa
(la familia y los compañeros de juego), la efectividad (la escuela), la identidad
(los grupos de iguales), la intimidad (la pareja y la familia), la generatividad (la
familia y el trabajo) y la integridad del yo
I. Clarificación de términos
Pablo VI, en la Populorum progressio (PP 14-15), dice que toda la vida es
vocación; en consecuencia, la vocación es para todas y cada una de las
personas, y afecta al ser humano como totalidad y unidad. Por tanto, debemos
hablar de vocación y de vocaciones. Todas las vocaciones tienen
unos elementos constitutivos que son comunes: la llamada, la respuesta, el
estilo/estado de vida y la misión. Las diferencias entre las vocaciones está en los
modos de concretar cada uno de los elementos comunes de la vocación. En
consecuencia, no se pueden igualar todas las vocaciones ni tampoco se deben
privilegiar unas respecto de las otras. Lo importante es que cada uno conozca la
vocación a la que Dios le llama y responda de todo corazón, pues a través de
ella se da la llamada a la santidad, que es única y universal.
Por orientación vocacional entendemos las ayudas que un creyente recibe para
poder responder adecuadamente a las preguntas fundamentales de la vida2:
quién soy, qué debo hacer, qué aptitudes y actitudes tengo para responder
adecuadamente, cómo llegar a conocer la vocación personal y cómo saber que
no me engaño en la vocación a la que me siento llamado. Las ciencias humanas,
sobre todo la psicología y la pedagogía, son una ayuda imprescindible, tanto para
no equivocarse en la elección como para hacer de forma adecuada el camino
que lleve al discernimiento vocacional.
Al hablar de la vocación hay que superar cualquier dicotomía y evitar los posibles
reduccionismos. La vocación comporta un estilo y un estado de vida y un
quehacer profesional. Importa mucho que estos tres componentes se vivan como
elementos constitutivos de la vocación en armonía y coherencia, pero también
con realismo, es decir, huyendo de perfeccionismos imposibles y desarrollando
las posibilidades concretas de cada persona.
El creyente debe buscar en cada momento y situación lo que agrada a Dios (cf
Rom 12,2; 14,8; 2Cor 5,9; Ef 5,10; F1p 4,18; Col 3,20; Tit 2,9). Esto no es algo
evidente o espontáneo; por el contrario, el creyente debe poner todos los medios
para descubrir personalmente lo que es voluntad de Dios. El término
discernimiento aparece 22 veces en el Nuevo Testamento, y constituye una de
las categorías básicas para entender la vida cristiana. Esta visión
neotestamentaria sitúa el vivir cristiano en un horizonte nuevo: no es el
cumplimiento de una norma lo que agrada a Dios, sino la búsqueda personal de
su voluntad. El régimen de la ley ha sido superado por Cristo (cf Rom 10,4; 7,1-
4) y estamos en el régimen de la gracia (cf Rom 6,14). Lo importante es que la
novedad y las posibilidades del evangelio alcancen a toda persona y a todas las
personas (lCor 9,19-23). «Cuando Pablo habla de la liberación con respecto a la
ley, no se refiere solamente a las observancias legales y a las ceremonias rituales
que practicaban los judíos, sino que además de eso, y sobre todo, se refiere a la
ley en su sentido más general, es decir, se refiere a la ley en cuanto
manifestación de la voluntad preceptiva de Dios, cuya expresión culminante es
el decálogo»3.
El proyecto vocacional de vida que Dios tiene preparado para cada uno llega a
conocerse y aceptarse si se dan las experiencias propias de la vida cristiana; sólo
cuando estas se pasan por el corazón en actitud de disponibilidad se puede
escuchar lc que Dios pide a cada uno.
b) La misión recibida. El proyecto salvador del Padre pasa por continuar en este
mundo la misión comenzada en y por Jesús de Nazaret. La misión se vive
desde el estar con él; por eso el llamado necesita docilidad al Espíritu Santo, que
le lleva al encuentro con Cristo y con los hermanos. El mismo es garante de la
misión confiada, pues estará con nosotros hasta el final (cf Mt 28,20). La misión
concreta recibida por el vocacionado se inserta en la Iglesia y es para el Reino;
en la Iglesia todas las vocaciones son para ayudar a otros a acoger el evangelio
como buena noticia y para construir entre todos el Reino con obras y palabras.
En todos los casos, una vez tomada la decisión, se abre una etapa de
comprobación para ver si el camino elegido es realmente la voluntad de Dios.
Desde dentro, viviendo los elementos constitutivos de la vocación a la que el
creyente se siente llamado, y con la ayuda del acompañamiento personal, se
podrá confirmar o no el camino vocacional iniciado.
a) Entender la vida de fe como diálogo del creyente con Dios y encuentro de dos
libertades: Dios, que llama a quien quiere y como quiere (2Tim 2,9), y el hombre,
que está invitado a entrar en ese diálogo de gracia. «Que ninguno, por nuestra
culpa, ignore lo que debe saber para orientar, en sentido diverso y mejor, la
propia vida»16. Esta experiencia llega de múltiples formas, algunas casi
imperceptibles, y que suelen pasar desapercibidas si uno no está atento al paso
de Dios por la propia vida.
d) El diálogo con Dios lleva a un mejor conocimiento de uno mismo y a una mayor
apertura al misterio de Dios. Esta doble apertura lleva a descubrir los apegos y
desórdenes del corazón humano, a superar un planteamiento de la vida centrada
en el yo y a comprender todo lo que el ser humano tiene de misterio. «Es posible,
y para ciertos aspectos natural, que, llegado a este punto, el joven sienta brotar
dentro de sí como una necesidad de revelación; esto es, el deseo de que el Autor
mismo de la vida le revele su significado y el puesto que en ella ha de ocupar.
¿Qué otros, además del Padre, pueden realizar tal revelación?»18. El camino
vocacional se sustenta en la paternidad/maternidad de Dios que a través de la
Palabra, que es Cristo, hace un diálogo de la existencia a la Palabra y de la
Palabra a la existencia. El conocimiento de uno mismo en la presencia fundante
del Padre tiene un ámbito privilegiado, la oración de confianza y de súplica para
que el Señor nos manifieste su rostro y comunique su voluntad. Esta manera de
orar requiere aprendizaje y la ayuda de alguien que, orando así, vive
gozosamente su vocación.
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