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PENSAR LATINOAMÉRICA: TRADICIÓN ENSAYÍSTICA Y POLÍTICAS CULTURALES

Mónica Elsa Scarano


CELEHIS-UNMdP

... América surge en el mundo con su geografía y sus hombres


como un problema. Es una novedad insospechada que rompe con
las ideas tradicionales. América es ya, en sí, un problema, un
ensayo de nuevo mundo, algo que tienta, provoca, desafía a la
inteligencia...

Germán Arciniégas1

No se puede negar que el ensayo ha ocupado un lugar importante y central en el diseño y

la construcción de subjetividades colectivas en América Latina, desde los comienzos de la

formación de los Estados Nacionales y especialmente en los momentos más decisivos de

emergencia y afianzamiento de proyectos de integración (sub)continental, regional o

transnacional. Basta sólo mencionar el Facundo de Sarmiento, “Nuestra América” de José Martí,

el Ariel de Rodó, la Raza cósmica de Vasconcelos, Tiempo mexicano de Carlos Fuentes, entre

innumerables exponentes de esta doble actitud indagatoria y prospectiva a la vez. Tampoco es

desatinado afirmar que, en gran medida, los estudios sobre este género tan peculiar y reticente a

las clasificaciones sistemáticas, han colaborado en forma reiterada y recurrente para asociarlo y

hasta identificarlo de un modo más reductivo con el ensayo de interpretación sociocultural.

Sin embargo, en los estudios críticos sobre el ensayo latinoamericano suele encontrarse

una marcada tendencia a poner en cuestión la ‘naturalización’ de ese lugar en la historia cultural

latinoamericana. Concretamente, esta hipótesis surge de la revisión de una tendencia que aún hoy

sigue teniendo un impacto importante en los estudios teórico-críticos de este género discursivo.

En este sentido, sin dejar de advertir su falacia, es útil recordar la fórmula emblemática acuñada

por Germán Arciniégas: “Nuestra América es un ensayo”, un punto de partida tan productivo

1 Germán Arciniégas, “Nuestra América es un ensayo”, Cuadernos, 73, París, junio de 1963: 357.
como provocador que nos permite pensar la ‘colección’ ensayística, en relación con el

latinoamericanismo como formación discursiva y sus innumerables variantes políticas

continentalistas o subcontinentalistas, al menos hasta los últimos ’70. En efecto, el colombiano

Germán Arciniégas, en 1963, hace explícito el humus problemático que, en los diferentes niveles,

se extiende sobre nuestro continente y lo vincula con el ensayo, como antes lo había insinuado el

cubano Medardo Vitier.2 A partir de esta premisa, esbozaremos algunas notas que pretenden

indagar sobre esta particular relación y revisar el papel del discurso ensayístico en la agenda

intelectual del subcontinente.

Debe reconocerse que el tópico de la construcción de la identidad latinoamericana,

producto de una búsqueda tan incesante como obsesiva y fecunda, en sus diferentes inflexiones

nacional, regional y subcontinental, ha sido frecuentemente desarrollado dentro de las agendas

problemáticas de la literatura y el pensamiento crítico de nuestros países. Ello explica la demora

y el desvanecimiento de tantas ilusiones y contribuye sobre todo a reafirmar nuestra presunta

peculiaridad diferencial -en sus más diversas variantes y modulaciones- y la tan mentada “unidad

en la diversidad” (J. L. Martínez) de nuestros pueblos, quizá con más “utopía de pensamiento”

(T. W. Adorno) que experiencia y práctica histórica concreta.

Un rápido relevamiento textual de esta temática en Latinoamérica bastaría para advertir la

constante recurrencia al discurso ensayístico como el cauce expresivo más apropiado para la

manifestación de estas preocupaciones. Interesa, en particular, reparar en la función activa del

ensayo en el espacio público como ‘intervención discursiva’ eficaz en el campo de batalla de la

cultura, donde se deciden, analizan y replantean las identidades políticas y sociales (P. Bourdieu).
3

2 Cfr. Medardo Vitier, Del ensayo americano. México: F.C.E., 1945.


3
Pensamos, por ejemplo, en el Facundo y Conflicto y armonías... de Sarmiento, el Fragmento preliminar... y los
Ensayos sobre la sociedad, los hombres y las cosas de Sud América de Alberdi, América de Lastarria, El evangelio
Sobre esta curiosa convergencia genérica se puede agregar que, durante largo tiempo, los

estudios sobre la ‘identidad cultural’ latinoamericana estuvieron cifrados en la historia del

ensayismo latinoamericano y, ya entrado el siglo XX, este dominio discursivo perdió su

protagonismo inicial, sobrepasado por la producción narrativa que se fue haciendo cargo de esas

cuestiones y absorbiendo en algunos casos el discurso ensayístico en la prosa de ficción.

Actualmente, la preocupación y el discurso identitarios han ganado terreno en los medios,

traspasando las fronteras de las diferentes formas verbales del periodismo escrito para valerse de

los lenguajes iconográficos, audiovisuales y multimediales. Por consiguiente, el horizonte

desmesurado y diverso que avistamos, nos obliga a acotar la cuestión y centrarnos en la relación

simbiótica ensayo-identidad, que irrumpe desde los inicios de la expresión de una autoconciencia

y reflexión crítica acerca de las políticas de identidad cultural en nuestros países, especialmente

en el siglo XIX, y ha llega a ocupar un lugar significativo en la historia de nuestras elites

culturales, mostrando un peculiar potencial comunicativo.

El pasaje desde las aproximaciones canónicas 4 hacia los estudios más recientes5 los

aspectos -a nuestro juicio- más interesantes -y, paradójicamente, menos explorados-, que se

abordan en, nos permite aventurar futuros estudios que exploren con más atención en los

americano de Bilbao, Madre América y Nuestra América de Martí, El triunfo de Calibán de Darío, el Ariel de Rodó,
Pueblo enfermo de Alcides Arguedas, La raza cósmica de José Vasconcelos, El continente enfermo de César
Zumeta, El porvenir de la América Latina y El destino de un continente de Manuel Ugarte, Blasón de plata, La
restauración nacionalista y Eurindia de Ricardo Rojas, los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de
Mariátegui, Radiografía de la pampa y La cabeza de Goliath de Martínez Estrada, El pecado original de América
de Murena, El laberinto de la soledad de Octavio Paz, Insularismo de Pedreira, El continente de los siete colores de
Arciniégas, La isla que se repite de Antonio Benítez Rojo, Calibán de Roberto Fernández Retamar, El país de
cuatro pisos de José Luis González, Tiempo mexicano de Carlos Fuentes, hasta títulos más recientes como Repensar
América Latina de Francisco Delich, entre tantos otros. En ellos se han trazado las más distantes figuraciones y
fábulas de identidad en los últimos ciento cincuenta años de nuestra historia cultural.
4 Remitimos, por ejemplo, a algunos libros y trabajos que resultan ineludibles para el estudio del ensayo y la
cuestión de la identidad latinoamericana, como los de Alberto Zum Felde, Martin S. Stabb, Carlos Ripoll, Leopoldo
Zea, entre otros, en la medida en que compendian los repertorios de tópicos que en ellos se abordan, los argumentos
centrales que utilizan, y trazan las líneas ideológicas donde se inscriben y sus filiaciones respectivas.
5 Nos referimos a los estudios sobre el ensayo en general y sobre el ensayo latinoamericano en particular, de Claire
de Obaldía, Réda Bensmaïa, Liliana Weinberg, Walter Mignolo, Miguel Gómes, entre otros.
estudios sobre el ensayo, en especial en el ámbito continental. Naturalmente, esta propuesta

apunta a resituarlos en el entramado social y cultural donde fueron enunciados. De modo que nos

importa detenernos en los nudos conceptuales en torno a los cuales se plantean y desarrollan los

debates y polémicas, se establecen posiciones y valorizaciones convergentes o divergentes, se

fijan diferentes versiones, apuntando distintos argumentos y remitiendo a los fundamentos más

variados con respecto a las teorías y opiniones que se presentan. En otras palabras, inmerso cada

texto en el discurso social de su tiempo, como espacio complejo de problematización y de

análisis hermenéutico, lo abordaremos como una “estratificación de niveles de sentido” (M.

Angenot).

El desplazamiento que proponemos conlleva consecuencias metodológicas inmediatas

para el estudio de las autorrepresentaciones identitarias en Latinoamérica. En primer lugar, es

necesaria una cuidadosa reconstrucción de la ‘escena enunciativa’, renunciando de antemano a

toda presunción de autonomía heurística, para considerar al texto como un acontecimiento

discursivo en su conjunto. A modo ilustrativo, tomaremos el caso de un clásico de nuestra

cultura, el Facundo de D. F.Sarmiento, texto horadado –como pocos- por la crítica en uno y otro

sentido –ya como hito fundacional en la historia del ensayismo cultural latinoamericano, ya

como libro representativo de una instancia muy densa de sentido del debate, se nos presenta tan

iluminador como atípico por su enfático papel de ‘intervención política y cultural’.

Aparecido por primera vez en formato de libro, en 1845, en la imprenta del diario El

Progreso de Santiago de Chile, unos meses después de su circulación como folletín en ese

mismo medio, el libro irrumpe en la escena cultural chilena como la expansión de una

‘intervención’ breve y sonada que el joven Sarmiento, camino hacia el exilio chileno, poco antes

de atravesar los Andes, con carbón, escribió en forma de graffiti, en la pared de un cuarto cerca

de los baños del Zonda, bajo el escudo de armas de la patria. La cita en francés, erróneamente
atribuida a Fortoul, “On ne tue point les idées”, y traducida libremente por Sarmiento como “A

los ombres [sic] se degüella: a las ideas, no”, es seguida por una escena inicial que vuelve a

incluirla y la presenta como réplica a otro tipo de inscripciones, de otro orden y con otros signos:

las marcas de la violencia del bárbaro grabadas en el cuerpo mismo del enunciador –los

“puntazos, cardenales y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales sangrientas de

soldadesca y mazorqueros”. Finalizado el cuadro, el panorama es claro. La frase es la réplica

verbal cifrada en francés -la lengua culta que emblematiza la civilización, las luces y la libertad-,

y orienta, a modo de contraseña y lema, el pasaje hacia el otro lado de la frontera andina,

contraponiendo la fuerza luminosa de las ideas ilustradas a la práctica salvaje de la tortura y la

muerte.

Por otra parte, la dramatización que coloca al emisor en el centro de la escena, delimita

el territorio de los otros (los bárbaros), incapaces de “descifrar el jeroglífico”, identificados como

sus oponentes (la soldadesca y los Mazorqueros que responden a Rosas). Así queda preparado el

terreno para el embate, y sellado definitivamente el carácter panfletario que dominaría al texto en

esa primera versión.6 En la edición oficial de sus Obras, publicadas en 1874, concluido su

período presidencial, desde París, su nieto, Augusto Belín Sarmiento, restituye la integridad del

texto en la versión allí incluida. Sin embargo, es curioso notar que quedan intactos los pasajes de

la “obrita” que en la primera versión el autor lamentaba haber escrito bajo el impulso de la prisa

y la improvisación, sin poder corregirla tras un cotejo más detenido con otras fuentes que no

tenía a mano y sin “refundirla en un plan nuevo”. En adelante, cada nueva edición formaliza una

nueva intervención que responde y embiste de modos diferentes las circunstancias diversas en

6 Como sabemos, las cuatro versiones posteriores del Facundo mutilaron el texto y lo restituyeron una y otra vez, a
lo largo de más de cuarenta años, según las conveniencias e intereses muy diversos que las circunstancias imponían.
Los factores sociales, políticos e históricos difirieron notablemente entre sí, y el texto se recompuso y ganó nuevos
sentidos en cada instancia concreta. Remitimos al estudio detallado de estas versiones que realizamos en el apartado
titulado “Violencias textuales: adaptaciones, mutilaciones y restituciones” del capítulo 3 de nuestra tesis de doctorado
Latinoamérica a través del espejo: el ensayo como discurso cultural (de Sarmiento a Mariátegui) (mimeo).
que cada una se inscribe. Es obvio que las formas de representación y los modos de ‘poner en

escena’ las configuraciones y los esquemas de identidades y diferencias tematizadas y

defendidas, introducen matices y modulaciones que replantean las propuestas iniciales.

Un segundo efecto de lectura que proviene de la ‘puesta en diálogo’ interdiscursiva -más

allá de constatar una deliberada intencionalidad en la confrontación-, y se registra tanto en un

corte sincrónico como en la secuencia textual encadenada de esta familia discursiva. Lo dicho en

forma explícita o implícita, las tesis expuestas y los argumentos esgrimidos, asumen nuevos

sentidos a la luz de los matices que surgen de la puesta ‘en situación’ de esos enunciados, y de

los contraluces y entrelíneas que se intercalan en esa suerte de disputatio moderna, donde los

ensayos aludidos intervienen, en el libre juego del “dialogismo interdiscursivo” (Angenot), en

diálogo con otros textos-respuestas, coetáneos o no, enunciados desde otras posiciones y lugares

de enunciación, con otras motivaciones y en otros contextos.7

En definitiva, el giro propuesto desplaza la mirada del ensayo como género expositivo

hacia su consideración como ‘argumento’, como ‘punto de vista’, como una subespecie entre los

llamados ‘géneros argumentativos’. Dicho de otro modo, como forma de pensamiento de

naturaleza interpretativa, o como modo de indagación, el ensayo supera el rol de mero

instrumento de exposición que se le solía asignar -hasta confundirlo con el tratado-, para

convertirse en el campo textual donde se debate críticamente sobre la cultura y la ideología, en

un acto doblemente mediador: no sólo éstos pasan a ser referentes indispensables de la

7 Los límites de este trabajo no nos permitirán extendernos en este punto. Enumeraremos sólo algunos textos cuyo
cotejo permitiría iluminar y sondear aquellas zonas eludidas, o aquellas aparentemente soslayadas o calladas en el
Facundo: las Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles de
Chile” de Lastarria (memoria presentada a la Universidad de Chile, en 1844, y que Sarmiento reseñó antes de
escribir el Facundo, en uno de sus pocos escritos favorables a la conquista española), El evangelio americano de
Francisco Bilbao, de 1864, que matiza la polaridad de la dicotomía sarmientina ‘civilización–barbarie’, pero desde
otro ángulo, los textos que plantean diferentes posiciones frente al frustrado Congreso Americano que se planeaba
reunir en Lima en 1846, con los cuales Sarmiento confrontará y frente a los que se verá obligado a definir una
postura francamente antiamericanista.
interpelación crítica y del discurrir reflexivo de esos ensayos de o sobre cuestiones culturales,

sino que ellos mismos se construyen simbólicamente en el acto de su investidura discursiva. Y en

virtud de esa función interpretativa y exploratoria, esos textos comportan formas de intervención

política, con un compromiso crítico con el entramado histórico, mediante modos complejos de

interacción con el pasado, el presente y el futuro, que involucran continuidades y

discontinuidades en el conjunto de los discursos sociales y culturales.

A su vez, el propósito de leer e interpretar estos ensayos ´en situación’ nos alerta sobre las

formas cambiantes e inestables de identificaciones, valoraciones y propuestas que presentan, de

acuerdo con el concepto de cultura que adoptamos: algo no dado a priori ni invariable.8 En tanto

el ensayo de interpretación cultural en Latinoamérica da cuerpo a las más variadas

conceptualizaciones acerca de la identidad/diferencia latinoamericana, este modo de enfocarlo

críticamente nos permite indagar en las formas históricas y sociales de los planteos,

interrogaciones y respuestas referidas a la cuestión cultural, y ahondar en los fuertes lazos que

ligan al ensayo desde su conformación interna y su ‘puesta en discurso’, con la “comunidad

imaginada” subcontinental (Anderson 1993).

Cabría preguntarse qué beneficios críticos reporta este giro definitivo: en principio, tomar

distancia de la lectura más deliberada y literal que ‘programa’ el ensayo, poseedor de una

supuesta clave para desentrañar ocultas identidades y diferencias esenciales, y en segundo lugar,

reconocerlo como discursividad agónica y polémica, orientada y relativa, como discurso

ideológico cuya especificidad reside en su “modo peculiar de ataque” (C. Real de Azúa, 15) y en

su versátil capacidad para intervenir interactivamente en la escena política y cultural, definiendo

8 Desde esa perspectiva, la cultura, esa “urdimbre” de tramas de significación en la que los individuos y los grupos
sociales están insertos. Clifford Geertz sintetiza en esta imagen el concepto semiótico de cultura que propone en La
interpretación de las culturas (cfr. C. Geertz, 20). formada por valores, comportamientos y representaciones, es el
resultado dinámico y variable de las interacciones de los grupos sociales y de sus propios rasgos, imágenes y
esquemas mentales entre sí, en virtud de las cuales cada grupo se identifica, se descubre y actúa en el espacio social
que lo rodea.
posiciones de sujeto, articulando debates y confrontaciones, refutando presuntos dogmas,

cánones y falacias, imaginando nuevas alternativas posibles. Este ángulo de análisis contribuye,

además, a deconstruir su particular modus operandi, como una forma de la literatura de ideas y

de combate, tanto en el modo de plantear las cuestiones como en las respuestas que ofrece.9

Por otra parte, desde los rasgos propios del ensayo, la idea de provisoriedad implícita en

la etimología y en su identificación con el punto de vista personal del autor, sostiene la condición

de ‘prosa compartida’ que demanda ser continuada. Así, como lo ha señalado Arturo Roig, “...el

ensayo requiere al ensayo...”, lo provoca y reclama, en la medida en que “... supone y a la vez exige

una continuidad en la tarea ensayística... ” (A.Roig 1969: 41). Pero, sea cual fuere el énfasis en la

tensión siempre presente entre el esfuerzo persuasivo para comunicar enunciados opinables y la

estrategia de verificación de lo que se propone bajo la apariencia de verdades cuasi científicas, el

ensayista asume frente a una cuestión dada, una posición personal que en algunos casos es

representativa de un grupo social, cultural, racial, etario o sexual. Presentándola desde sus aristas

más problemáticas, propicia o reaviva una suerte de disputatio de posturas refutadas y

confirmadas, nuevas propuestas, redefiniciones e interpretaciones alternativas y antagónicas, por

cuanto sugiere una salida desde su perspectiva y deja abierto el debate, considerando otros

‘flancos’ en la discusión y apelando a la participación activa del lector, ahora empírico y

contingente, en el cuestionamiento y la interpretación.

En este punto, la historia cultural latinoamericana es pródiga en problemas por resolver y

en desafíos por superar, que abren nuevas zonas de confrontación y disenso, y albergan

polémicas, disputas simbólicas y hasta verdaderos ‘duelos intelectuales’, con efectos evidentes

en los aspectos más concretos de la vida política y social. Este modo de lectura interactiva

9 Carlos Altamirano sitúa al ensayo en ese “paisaje más proliferante que estructurado” que propone como hábitat de
un programa interdisciplinario de historia intelectual, donde confluyen la historia política, la historia de las elites
culturales y el análisis histórico de la "literatura de ideas” (cfr. Altamirano 1999).
promueve la faceta dialogal, polémica o panfletaria del ensayo como vehículo de ideas,

especialmente cuando se debaten diferentes lecturas y proyectos generados sobre y desde el

campo político-cultural latinoamericano.

En una última implicación, agregaremos que la atención sobre la ‘puesta en escena’ del

ensayo10 y su poder de confrontación revelan la configuración peculiar que asume

(Latino)América en cada caso, como un locus de enunciación diferencial, no tanto a partir de los

rasgos atribuidos a la realidad-objeto de la indagación, sino desde las características de la

enunciación en cuanto tal, como instancia discursiva de posicionamiento y autoidentificación.

Esto supone enfocar la dimensión política de la práctica discursiva ensayística como

’intervención cultural’, sin escamotearla bajo la aparente neutralidad de un discurso

pretendidamente científico ‘acerca de’ Latinoamérica. Las alternativas más diversas y disonantes

oscilan entre el deliberado deseo homogeneizador, con pretensiones hegemónicas y mesiánicas del

discurso monológico que aún hoy prevalece en algunos proyectos político-culturales, y las

alternativas de pontificar su especificidad, respecto de lo ‘otro’ europeo o norteamericano y sus

respectivas réplicas en las sociedades metropolitanas -aún hasta llegar a la hipóstasis y la

fetichización de la diferencia-, o de localizar dialógicamente la alteridad en su misma naturaleza

heterogénea, como marca constitutiva de su identidad, siempre sujeta a reinterpretaciones y

revisiones críticas que sin embargo dejarían intacta su potencial permeabilidad.

Por último, desde el siglo XVIII, el ingreso del ensayo al campo de la estética, y por esa

vía, su relación conflictiva y discontinua con la literatura, tras haber estado ligado ya desde

mucho tiempo atrás por sus formas precedentes, a la retórica clásica y a los llamados ‘géneros de

la persuasión’, marcó el comienzo de un malentendido en la comprensión del ensayo como

10 Nuestra lectura se interesa en la noción de teatralidad o puesta en escena argumentativa que aporta Georges
Vignaux, al poner en evidencia los mecanismos de montaje de su deliberado comportamiento activo y provocador en el
entramado discursivo, histórico y social.
discurso político. En consecuencia, no será extraño encontrar interpretaciones que vean en la

presencia profusa de procedimientos retóricos -reducidos al uso superfluo y decorativo de las

figuras de estilo y al aspecto estrictamente elocutivo- una señal de debilidad argumentativa, lo

que solía decidir la subestimación del texto en cuestión como ‘ejercicio declamatorio’, ‘pura

literatura’ o ‘engañosa imaginería verbal’. Al respecto recordemos la larga tradición que ha

tenido la dimensión política de la escritura en Latinoamérica, desde mucho antes del comienzo

de la vida política independiente. De esa tradición no es ajeno el ensayo, que ofrece un

dispositivo adecuado para ponerla en acción.11

BIBLIOGRAFÍA

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11 Como cierre, citaremos un fragmento de inusitada elocuencia de un ensayo de Héctor Murena, referido a la
atávica relación que une en Latinoamérica el vasto campo de la escritura literaria con el de la política:
...Hay en América Latina una gran tradición literaria que, paradójicamente, es no literaria. Es la tradición de
subordinar el arte de escribir al arte de la política. Considérese que de los ciento cincuenta años que tienen de vida
estas repúblicas, cien corresponden a esa tradición, y se apreciará plenamente su importancia. América está durante
esos cien años tan fascinada por la Gorgona de la política que carece de sentido preguntarle por otras formas de
cultura, música, pintura, etc., que duermen con decoro en el limbo. Y en el orden de las letras, estos países son como
potros salvajes sobre los que hay que practicar una equitación de vida o muerte, que no deja tiempo para ocuparse
del estilo. Potros, naturalmente, descomponen a sus jinetes, les arrancan aullidos...” (H. Murena, 56-57).
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