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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LA PLATA

FACULTAD DE HUMANIDADES

CÁTEDRA:

“PSICOPATOLOGÍA Y CLÍNICA II”

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Publicación interna

“LOS MECANISMOS DE DEFENSA”

Versión 2009

Profesora Titular: Lic. Silvia F.Zisman

UNIVERSIDAD CATOLICA DE LA PLATA


FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA DE PSICOLOGÍA
CATEDRA: “PSICOPATOLOGÍA Y CLÍNICA II”

Profesora Titular: Lic. Silvia F. Zisman

“LOS MECANISMOS DE DEFENSA”

INTRODUCCIÓN

Origen del término ‘defensa’


El término defensa es el primer exponente del punto de vista dinámico en la
obra de Freud. Aparece por primera vez adjetivando una forma de histeria en la
‘Comunicación Preliminar’ de los “Estudios sobre la histeria”, escrita en
colaboración con Breuer. Ambos autores establecen allí que los recuerdos

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ocasionadores de ese cuadro responden a traumas insuficientemente
abreaccionados, a una deficiente reacción afectiva.
A partir de la pregunta de por qué una persona no respondió con el afecto
adecuado en el momento en que la escena tuvo lugar, plantearon tres tipos de
histeria, dependientes del motivo que habría producido la falta de abreacción.
En un caso se habría tratado de un estado hipnoide de conciencia en el cual
se encontraba el sujeto en el momento en que tuvo lugar la escena traumática,
dando lugar a un tipo de histeria que llamaron hipnoide. Este cuadro fue postulado
fundamentalmente por Breuer, más adherido que Freud a las concepciones de
Charcot y de su discípulo Janet.
Ambos establecieron un segundo tipo, la histeria de retención, casos en los
cuales el sujeto no habría respondido con el afecto adecuado porque circunstancias
de índole externa se lo impidieron.
Si bien se tiene la impresión de que Freud comparte esta clasificación, en el
Cap. IV, de su exclusiva autoría, se advierte su disidencia cuando señala que, en su
experiencia, nunca tropezó con una histeria hipnoide genuina y que todas las que
abordó se le transformaron en histerias de defensa.
Ya había vislumbrado que el motivo fundamental de la falta de reacción, así
como, particularmente, del olvido de la escena traumática, era el significado que
tenían esas escenas para el sujeto.
De aquí va a derivar un axioma de gran importancia: la defensa tiene lugar
cuando existe incompatibilidad entre una representación y el Yo. Esas
representaciones son portadoras de deseos cuya satisfacción debiera provocar placer
y, sin embargo, generan displacer a la instancia yoica. Esta concepción de que la
defensa actúa desde el Yo frente a representaciones intolerables (por ej., Isabel de R.
pensando respecto de su cuñado cuando su hermana muere ‘ahora él puede ser
mío’), se mantiene a todo lo largo de la obra freudiana, a pesar de las modificaciones
producidas en la misma.
En “Las neuropsicosis de defensa”, de 1894 así como en su
continuación (“Nuevas puntualizaciones...”) se encuentran ya presentes
descubrimientos fundamentales concernientes a las neurosis; por ejemplo, que los
síntomas son producto de un fracaso de la ‘represión’, del retorno de lo
reprimido y que consisten en formaciones de compromiso entre las fuerzas
reprimidas y las represoras. También es temprano el descubrimiento de que los
síntomas que caracterizan a cada una de las neurosis se forman por la
aplicación de una técnica de defensa específica utilizada ante ese retorno.
Si las represiones primarias y secundarias son exitosas no se constituyen
los síntomas; sólo habrá lagunas en el recuerdo.
Muchos años más tarde Freud dirá a este respecto: ‘Cuando el yo, recurriendo
a la señal de displacer, consigue su propósito de sofocar por entero la moción
pulsional, no nos enteramos de lo acontecido. Sólo nos enseñan algo los casos que
pueden caracterizarse como represiones fracasadas en mayor o menor medida’.
(“Inhibición, síntoma y angustia” EA XX, pág. 90).

Freud empleó muchas veces en forma intercambiable los términos ‘defensa’ y


‘represión’, a pesar de haberle dedicado a esta última un importante artículo
metapsicológico. Incluso se puede observar que en su historial del “Hombre de las
ratas” utiliza ‘represión’ cuando debió haber usado ‘defensa’. Habrá que llegar hasta
1926 para hallar explícito el deslinde entre ambos conceptos. En “Inhibición,
síntoma y angustia” queda establecido que es conveniente reservar ‘defensa’ para
designar en general todas las técnicas de que se vale el Yo para protegerse frente a
las exigencias pulsionales, siendo ‘represión’ el nombre de uno de estos métodos
defensivos.

Algunas dificultades
No existe en la producción freudiana una exposición englobante o sistemática
de este conjunto de operaciones que vamos a ver; además, hay más mecanismos

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que los establecidos en ella. Anna Freud dedicó un amplio estudio a este tema en su
clásico libro “El Yo y los mecanismos de defensa”, donde realiza una interesante
investigación enriquecida con ejemplos clínicos.
La autora plantea las dificultades existentes para sistematizar todos los
mecanismos de defensa a causa de su carácter heterogéneo. Se han englobado bajo
esa designación –afirma - mecanismos que son verdaderos procesos pulsionales
(sublimación, regresión, represión, transformación en lo contrario y vuelta en contra
del sujeto), junto con técnicas que pueden incluso actuar como defensas
secundarias frente a los síntomas.
El trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la persona propia forman
parte, junto con la represión y la sublimación, de los destinos de la pulsión.
Con el primer mecanismo Freud se refirió al giro de actividad en pasividad,
como se da en el sadismo transformado en masoquismo o el ‘voyeurismo’ convertido
en exhibicionismo; por lo tanto, el cambio es en cuanto a las metas pulsionales, si
bien también se incluye la transformación de amor en odio.
En el segundo, la mudanza es relativa al objeto: como ejemplo el masoquismo
es un sadismo vuelto hacia el propio Yo.
Es decir que, cuando hablamos de procesos pulsionales, nos referimos a que
se produce una modificación en alguno de los componentes de la pulsión. También
la sublimación –único mecanismo defensivo considerado normal- modifica la meta y
el objeto originales por metas y objetos socialmente aceptados.

En cambio, las técnicas usualmente no inciden sobre la pulsión. Mencionemos


sólo a título de ilustración: la intelectualización y la racionalización son dos técnicas
–muy frecuentes en los neuróticos obsesivos pero de ninguna manera exclusivas de
ellos -, que suelen actuar sobre los síntomas, sobre actitudes, conductas, afectos,
etc., a fin de darles una justificación.

También implica una dificultad colocar en un mismo plano de importancia a


la ‘represión’, que siendo un mecanismo defensivo posee la peculiaridad de ser el
proceso instaurador del inconsciente como sistema (represión primaria).
La hija del creador del Psicoanálisis menciona que Freud estudió un total de
diez de estos mecanismos, pero a su enumeración habría que añadir la ‘negación’ –
mecanismo del que parece haberse olvidado – sobre la que se encuentra un trabajo
en 1925. Vale aclarar, también, que en su libro se tradujo erróneamente como
‘negación’ el título de dos capítulos en los que aborda el mecanismo de ‘desmentida’
(‘renegación’ en otras traducciones), que también ocupó a Freud a partir de 1923.

Son muchas las operaciones defensivas introducidas en la teoría por autores


postfreudianos. Según el recuento efectuado por el psicoanalista argentino Santiago
Dubcovsky habría un total de treinta y uno, entre los cuales se hallan
‘intelectualización’, ‘identificación con el agresor’ (Anna Freud); ‘identificación
proyectiva’, ‘control omnipotente del objeto’, ‘negación de la realidad psíquica’
(Melanie Klein); ‘forclusión’ (Jacques Lacan), por mencionar sólo algunos.

El Yo como sujeto y objeto de la defensa


Para comprender por qué el Yo es el sujeto y el objeto de la defensa es
necesario ubicarse a partir de 1923, una vez que ya ha hecho su ingreso la segunda
teoría del aparato psíquico.
El motivo es que en la primera formulación freudiana del psiquismo (Icc.,
Prcc. y Cc.) el Yo no tenía un lugar claro. Freud comprendió muy tempranamente
que los mecanismos de defensa eran puestos en marcha por el Yo y que esto se
producía de manera inconsciente –recuerden que siempre afirmó que de la
resistencia como fenómeno clínico y de la represión como el mecanismo
intrapsíquico que es su causa, el sujeto no se percataba -, pero era el Yo mismo el
que en este esquema no estaba suficientemente conceptualizado. Entre otras, ésta
fue una de las razones, precisamente, que lo llevaron a la reformulación de la teoría

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del aparato psíquico, pudiendo entonces postular que es la parte inconsciente del
yo la que instrumenta los mecanismos defensivos, por esto decimos que el Yo es
el sujeto de la defensa. Recordarán que, integrando las dos formulaciones sobre el
psiquismo, el Ello es visto como totalmente inconsciente, mientras que el Yo y el
Superyó tienen aspectos inconscientes, preconscientes y conscientes.

Más adelante, al introducir su última teoría de la angustia (que enseguida


veremos), dirá que el Yo ‘es el único almácigo de la angustia’, es la única instancia
que puede experimentar ese afecto. Por lo tanto, la función de los mecanismos
defensivos, respondiendo al principio del placer, es protegerlo.

Sintetizando: los mecanismos (neuróticos) de defensa son un conjunto de


operaciones que pone en marcha el Yo (como sujeto), de manera inconsciente, para
protegerse (como objeto) frente a los peligros provenientes del polo pulsional y a raíz
de la angustia que estos peligros provocan.

Angustia y defensa
Sabemos que desde la concepción freudiana el conflicto es inherente a la
naturaleza humana. Conflicto y angustia rigen gran parte de la ontogénesis psíquica
normal, pero también, en niveles elevados, insoportables, son determinantes de las
diferentes psicopatologías a lo que hay que añadir la calidad y la cantidad de las
defensas utilizadas para negar el conflicto y mitigar la angustia.
‘La angustia es el afecto displacentero por excelencia y es la moneda común a
la que remiten los otros afectos displacenteros. El yo no quiere sentirla. Se defiende
de ella’. (“Diccionario freudiano”, J.L.Valls).

Vamos a hacer un recorrido rápido por las distintas teorías sobre la angustia
en Freud para poder ubicarnos en la tercera.
La primera aparece ligada a una entidad nosográfica particular: las ‘neurosis
actuales’, aquellas cuya etiología no hay que buscar en la historia del sujeto sino en
su situación actual y que se debe a una inadecuada descarga de la excitación
sexual. El síntoma más notorio en ellas es, precisamente, la angustia, a la que se
designa como ‘angustia tóxica’ por su origen somático.
Más tarde, sin explicitación, este modelo es trasladado a las ‘neurosis de
transferencia’. La segunda teoría sostiene que la libido reprimida se transmuda en
angustia.
Muchos psicoanalistas piensan que estas dos teorizaciones no tienen
diferencia entre sí y engloban ambas con la designación de ‘primera teoría de la
angustia’. Por lo tanto, hallan en la obra freudiana un total de dos teorías y
consideran como segunda la que nosotros concebimos como tercera
La razón que encontramos para distinguir la concepción aplicada a las
neurosis actuales y la aplicada a las neurosis de transferencia es establecer la
diferencia que hay entre referirse en un caso a energía sexual somática y a energía
sexual psíquica en otro. Existe un salto cualitativo desde lo somático a lo psíquico
que es el que da su sello a la teoría psicoanalítica.

En el famoso Capítulo IV de “Inhibición, síntoma y angustia” se da vuelta la


formulación cuando Freud afirma que, a diferencia de lo que él pensaba, ‘es la
angustia la que provoca la represión’, quedando así inaugurada la que llamamos
tercera teoría, que será completada años después. Se la conoce como la ‘teoría de
la angustia señal’ porque en ella se establece que las represiones secundarias así
como los restantes mecanismos de defensa son activados por el Yo cuando éste
percibe una señal indicadora de un posible peligro.
El requisito sine-qua-non para que pueda operar la señal es la existencia de
un Yo Real Definitivo con un cierto grado de organización.

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Contrastando con esta señal, Freud postula la existencia de la angustia
automática que es la experimentada ante situaciones traumáticas, desorganizantes
del aparato psíquico. La angustia automática, en la ontogénesis, promueve las
represiones primarias.
De aquí surge una controversia. ¿Puede operar la angustia señal en la
infancia?. ¿Es angustia automática o angustia señal la que conduce, por ejemplo, a
la represión del complejo de Edipo?. Sobre esto no hay acuerdo entre los
psicoanalistas y las distintas concepciones provienen de la forma de concebir el
aparato psíquico en la ontogénesis. Algunos autores entienden que en las fases de
evolución libidinal hay suficiente Yo, aunque sea prematuro, como para utilizar la
señal de angustia ante ciertas situaciones y que no siempre el infante cae víctima de
la angustia automática.
Si bien esto es innegable, siendo coherentes con la concepción freudiana
acerca del carácter traumático de la sexualidad infantil y ligándolo con lo que en
otro contexto hemos llamado las ‘ heridas narcisistas’ propias de la infancia, se llega
a la conclusión de que, ontogenéticamente, las angustias son predominantemente
de tipo automático mientras que, a la salida del complejo edípico, con la
estabilización del aparato psíquico, éste puede comenzar a utilizar la señal.

Ontogénesis de las angustias

Originaria ante la pérdida ante la pérdida de castración o Señal


(nacimiento) del objeto de las heces de pérdida del Realista
amor del objeto Frente al
Superyó

Angustias normales pero traumáticas que pueden Angustias


dar lugar a patologías no patológicas

Si se correlacionan estas angustias infantiles con las fases de evolución


libidinal y a la vez con los cuadros psicopatológicos constituidos por fijaciones en
dichas fases, se puede deducir que sólo en las neurosis de transferencia se
encuentra el funcionamiento de la angustia señal. Por ello la articulación entre esta
angustia, las técnicas defensivas y la formación de síntomas se puede estudiar
exclusivamente en relación con los cuadros neuróticos.

A la salida de la trama edípica las angustias evolutivas debieran ser superadas


–si suponemos la posibilidad de un sujeto ‘normal’- y transformadas en angustia
frente al Superyó, pero los neuróticos se caracterizan por conservar las condiciones
de angustia de la infancia, ante cuya amenaza la angustia señal activa los
mecanismos defensivos, constituyéndose sus síntomas. Por ejemplo, es prototípico
de los cuadros fóbicos la angustia de castración (que aparece bajo otros disfraces)
así como lo es en las histerias femeninas el temor a la pérdida del amor del objeto.
De cualquier modo, lo antedicho no impide que las personalidades neuróticas
puedan verse invadidas por angustia automática ante situaciones vividas como
traumáticas.

Aunque signifique un desvío del tema central, es inevitable mencionar la


importancia en el campo psicopatológico de la angustia ante la pérdida del objeto o
angustia ante la pérdida de la percepción del objeto que, en el esquema evolutivo
freudiano, se ubica en la segunda etapa oral. Es ésta la angustia que caracteriza por

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excelencia a los cuadros melancólicos así como a las patologías narcisistas
estudiadas por autores post-freudianos (Winnicott, Kohut, etc.) aunque estos
autores la designen de otra manera. Se presenta a la salida del Yo Placer, cuando
comienza el reconocimiento de que el objeto no es Yo y se pasa del ser al tener;
ahora ya no se es el objeto, se lo puede tener o se lo puede perder.
A esta angustia se refiere la siguiente cita de “Inhibición, síntoma y angustia”:
‘El lactante que, en lugar de avistar a su madre, avista a una persona extraña
muestra angustia. Aún no puede diferenciar la ausencia temporaria de la pérdida
duradera.....La primera condición de angustia que el yo mismo introduce es la
de la pérdida de la percepción, que se equipara a la de la pérdida del objeto
(destacado nuestro). Todavía no cuenta una pérdida de amor. Más tarde la
experiencia enseña que el objeto permanece presente pero puede ponerse malo para
el niño, y entonces la pérdida de amor por parte del objeto se convierte en un nuevo
peligro y nueva condición de angustia más permanentes’.

Consecuencias del uso de los mecanismos defensivos


Desde la teoría psicoanalítica es imposible concebir la existencia de un sujeto
que no implemente diversas técnicas de defensa –no todas sino aquellas que le son
características -, pero siendo imprescindibles al psiquismo, estos mecanismos tienen
la particularidad de hacerle pagar a éste altos costos, uno de los cuales es la
formación de síntomas. Angustia y síntomas se sustituyen o relevan
mutuamente; el objetivo es no experimentar la primera, pero en su lugar se
producen los segundos. Las defensas implican siempre una deformación
autoplástica, una renuncia a un esfuerzo productivo psíquico y esta afirmación es
válida para defensas tan distintas como las represiones o la desestima.
En “Análisis terminable e interminable” Freud advierte la contradicción de
que, sirviendo al propósito de apartar peligros, los mecanismos defensivos se
convierten ellos mismos en peligros para el Yo, el cual queda en su relación con el
Ello paralizado por sus limitaciones, siendo comparable –metafóricamente- a un
peregrino que no conoce la comarca por la que anda y no tiene vigor para la marcha.

MECANISMOS FUNDAMENTALES

No hay neurosis de transferencia en la que, por definición, no haya actuado el


mecanismo de represión y no hay neurosis en la que, por definición, no haya
intervenido la regresión. Desde esta perspectiva, se presenta una diferencia que es
pertinente señalar: en la histeria y la fobia hay un predominio de represión mientras
que en la neurosis obsesiva hay un predominio de regresión.

Regresión
Este concepto tiene diversas aplicaciones en la obra freudiana y se pueden
deslindar en él tres sentidos que, sin embargo, terminan siendo coincidentes.
En el sentido tópico es utilizado cuando se quiere indicar que la regresión se
efectúa a lo largo de una sucesión de sistemas psíquicos. Este uso es
particularmente adecuado en el contexto de los sueños y muy evidente en procesos
patológicos como las psicosis, en los cuales la alucinación es clara indicadora del
retroceso tópico ocurrido.
Se lo utiliza en su sentido temporal para referirse a un retorno a etapas
superadas del desarrollo que se expresa como regresión a una fase libidinal.

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El sentido formal pone de manifiesto el paso a modos de expresión y de
comportamientos de un nivel inferior o bien desestructuración de comportamientos
previamente adquiridos, como sucede por ejemplo cuando se pasa de un
funcionamiento en proceso secundario a uno en proceso primario.

Los tres sentidos están presentes en el concepto de regresión utilizado en el


‘modelo etiológico de las neurosis’ según el cual, junto con la introversión, da cuenta
de la emergencia de las neurosis transferenciales, en indisoluble ligazón con el
concepto de fijación.
En este contexto vale destacar la función defensiva que le es inherente ya que
el proceso de retorno a etapas superadas del desarrollo se produce como búsqueda
de la satisfacción de que se carece o bien como modo de intentar evitar el conflicto
que suscitó en su momento la frustración. El psicoanalista argentino Hugo
Bleichmar ejemplifica estas dos alternativas del siguiente modo: un niño que ante
una situación de angustia, miedo o dolor se chupa el dedo, intenta reemplazar –dice
– el displacer actual por una experiencia placentera. El adulto que frente a un
fracaso vital vuelve a casa de sus padres, haciéndose cuidar por ellos como cuando
era un niño, evita el enfrentamiento de la situación actual.

Otros resultados de la regresión


Dada una regresión a fases anteriores del desarrollo libidinal, para que se
produzca como resultado una neurosis, es necesario que los nuevos caminos y
objetos por medio de los cuales se busca la satisfacción, provoquen el rechazo del
Yo, que entonces impone su veto consistente en la implementación de las restantes
técnicas defensivas.
En otros términos: si la regresión es un prerrequisito para la aparición de los
síntomas neuróticos, no es éste el único destino que de ella puede derivarse. Otros
posibles son los siguientes:
 Que el Yo sea capaz de contrarrestar el monto reactivado de libido sin enfermar;
decimos en este caso que la regresión fue temporaria.

 El resultado, en lugar de una neurosis, puede ser una caracteropatía (designada


también por algunos autores como ‘neurosis de carácter’).
Remito para este punto a la lectura de la clase teórica N· 14 en la cual, a raíz del
desarrollo del artículo freudiano “Carácter y erotismo anal”, hay un exhaustivo
tratamiento del concepto de carácter, tanto normal como patológico.
Este último se constituye por continuaciones inalteradas de las pulsiones o por
formaciones reactivas patológicas (que son exageradas, como se puntualiza en
esta Publicación al tratar los síntomas obsesivos). Al producirse la regresión, con
el consiguiente incremento de los contenidos reprimidos, en lugar de originarse
síntomas, se acentúan rasgos previos de carácter que se tornan cada vez más
rígidos, inflexibles, estereotipados, constituyendo una compulsión a obrar
siempre de la misma manera aunque las circunstancias externas varíen.
Señalan Laplanche y Pontalis en su “Diccionario…” que una caracterología de
inspiración psicoanalítica relaciona diferentes tipos de carácter con los grandes
cuadros psiconeuróticos (caracteres histérico, fóbico, obsesivo, paranoico, etc.).
La clásica distinción que se hace entre síntomas y rasgos patológicos de carácter
es que los primeros son egodistónicos (extraños al Yo) y los segundos
egosintónicos (integrados al Yo), lo que lleva también a afirmar que, mientras los
neuróticos sufren, los caracterópatas hacen sufrir a quienes los rodean.
Lo antedicho no implica que no pueda darse en ocasiones una conjunción de
síntomas y rasgos patológicos de carácter. También puede ocurrir –si bien no es
lo habitual- que un gran incremento de lo reprimido lleve a vencer las defensas
erigidas y entonces sí aparezca angustia y se desestabilice el carácter.

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 Si el mecanismo utilizado ontogenéticamente no ha sido la represión sino la
desmentida o la desestimación de la castración (factores disposicionales), el
resultado de la regresión será un cuadro perverso o psicótico respectivamente.
Respecto de estos dos mecanismos defensivos son varios los problemas que se
producen cuando se los intenta definir, lo que es observable en las
contradicciones entre autores post freudianos. Esto surge en parte debido al uso
laxo que ha hecho Freud de ellos. A título de ejemplo: en ciertos textos adjudicó
la desmentida al fetichismo y en otros al comienzo de las psicosis.
Otro problema proviene de las traducciones al español utilizadas con
anterioridad a la edición Amorrortu. Así, en el Diccionario de Laplanche y
Pontalis la Desmentida (verleugnung) figura con el nombre de Renegación y la
Desestima (verwerfung) como Repudio, pero en este caso se observa que el
desarrollo que hacen los autores corresponde al mecanismo de Forclusión
introducido por J. Lacán.
Puede agregarse que se los relaciona con el reconocimiento o no de la diferencia
sexual anatómica y que sin embargo son aplicables también a otras situaciones.
Refiriéndose a la Desmentida, Hugo Bleichmar la define como ‘rechazo de una
percepción que cuestiona una creencia’, basándose en el uso que hiciera Freud al
referirse a la conducta de los niños varones ante la percepción de la ausencia de
pene en la niña (‘desconocen esta carencia y creen a pesar de todo ver un
miembro’). Pero este autor se encarga de señalar que puede ser utilizada
temporariamente ante situaciones tales como la muerte de un ser querido
cuando –sabiendo que ha fallecido- se cree verlo respirar.
Quizás la definición más comprehensiva sea la que sostiene que se trata de una
operación defensiva mediante la cual se rechaza una creencia, estando en ésta
involucrada o no una percepción, rechazo realizado a través de oponer a la
creencia no tolerada otra creencia que tiende a contrarrestarla.
Se produce, entonces, una escisión dentro del Yo originando un preconsciente
escindido en dos sectores: mientras un sector acepta el juicio de realidad
traumatizante el otro lo desmiente.
Un ejemplo ilustrativo se encuentra en el historial del “Hombre de las ratas”, que
sorprendió a Freud cuando le comunicó que el padre había muerto y
simultáneamente desmentía esta muerte temiendo que algo le pudiera ocurrir a
su progenitor o pensando, al escuchar un chiste, que se lo contaría.

En referencia a la Desestima, es notable que ya en 1894, en “Las psiconeurosis


de defensa”, Freud dio una definición exacta, que lamentablemente no reaparece
tan precisa en el resto de su obra.
Dice allí refiriéndose a las psicosis: ‘Existe un tipo de defensa mucho más
enérgica y mucho más eficaz, que consiste en que el yo rechaza la representación
intolerable, simultáneamente con su afecto y se comporta como si la
representación no hubiera llegado jamás al yo…….El yo se aparta de la
representación intolerable, pero ésta se encuentra indisolublemente unida a un
fragmento de la realidad, por lo que, al realizar este acto, el yo se desprende
también total o parcialmente de la realidad’.
Es decir que se intenta que el juicio traumático no arribe al Yo, generándose un
escotoma que termina por ser ocupado por un juicio delirante o por una
alucinación
Un ejemplo freudiano ilustrativo es el de la novia herida que ‘ni se entera’ de que
todos los trenes en que podía arribar su amado ya han pasado y que él no vino
en ninguno de ellos: comienza a escuchar su voz en el jardín y sale a recibirlo
feliz en camisón.

Es muy frecuente en la literatura psicoanalítica (y en el léxico de psicólogos y


psicoanalistas) la sustitución errónea del mecanismo de desmentida por el de
negación, a pesar de que Freud ha dedicado un artículo exclusivamente a este
último mecanismo, que lleva precisamente por título “La negación”. Quedó

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mencionado más arriba también el error en la traducción de un capítulo del libro de
Anna Freud.
Vale, entonces, aclarar los términos. Siguiendo a J. L. Valls. en su
“Diccionario…”, la Negación –mecanismo exclusivamente neurótico- se utiliza en
casos en que representaciones cosa consiguen representación palabra, lo que les
permite su acceso a la conciencia, ante lo cual el Yo preconsciente les agrega el ‘no’.
Entraña un levantamiento temporario de la represión. La representación palabra
accede al preconsciente, con la condición de ser negada, pero este hecho le permite
por lo menos ser pensada y quizás alguna vez aceptada por el Yo.
En el citado artículo freudiano se encuentran varios ejemplos, tales como el del
paciente que dice ‘Ahora usted pensará que quiero decir algo ofensivo, pero
realmente no tengo ese propósito’; o ‘Usted pregunta quién puede ser la persona del
sueño. Mi madre no es’.

El problema respecto de la Neurosis Obsesiva.


Volviendo a las tres neurosis de transferencia, Freud diferencia entre el
retroceso a los primeros objetos investidos por la libido, es decir, los objetos
incestuosos de la etapa fálica –que sería aplicable a la histeria y a la fobia – del
retroceso de toda la organización sexual a un estadio anterior –que sería aplicable a
la neurosis obsesiva -.
Respecto de ésta afirma: ‘...la regresión de la libido al estadio previo de la
organización sádico-anal es el hecho más llamativo y el decisivo para la
exteriorización en síntomas. El impulso de amor tiene que enmascararse, entonces,
como impulso sádico...al mismo tiempo se ha producido una regresión en cuanto al
objeto, de suerte que ese impulso sólo puede dirigirse a las personas más próximas
y amadas’.
A nuestro entender, en esta frase han quedado mezclados el destino de la
libido en cuanto a los objetos con lo acontecido a las metas pulsionales. En las otras
neurosis los impulsos amorosos u hostiles también tienen por destinatarias a las
personas más próximas y amadas, que son los objetos a los que ha quedado ligada
la libido en el pasaje por el complejo edípico. La afirmación freudiana debe ser
modificada a la luz de otros conceptos: las tres neurosis tienen su punto de fijación
en la segunda etapa fálica y a ella es a la que se regresa. La particularidad de la
neurosis obsesiva es que en cuanto a las metas pulsionales la regresión se produce
a la segunda etapa anal, a lo que se refiere Freud cuando dice: ‘el impulso de amor
tiene que enmascararse como impulso sádico’. Lo que hay que tener en cuenta es
que, en el camino ontogenético, al llegar al planteo del Edipo, ya hay fijaciones
anales previas que le dan a éste características especiales.

A partir de la inclusión de la pulsión de muerte en “Más allá del principio del


placer” este mecanismo pasa a ser concebido como sustentado en una desmezcla
pulsional, hecho particularmente evidente en la última neurosis mencionada, a raíz
de los componentes destructivos de la fase sádico-anal.

Represión (secundaria)
No corresponde hacer un desarrollo exhaustivo en este contexto del
mecanismo de represión, suficientemente tratado en los artículos metapsicológicos
“La represión” y “Lo inconsciente”.
Vamos a repasar solamente lo concerniente a su esencia. Es sabido que su
objetivo consiste en impedir que determinados representantes representativos de la
pulsión accedan a la conciencia, a raíz de las penosas sensaciones que provocarían.
En cuanto al componente afectivo, dado su carácter de proceso de descarga, no se
reprime sino que se suprime o se transforma en un afecto diferente (generalmente

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en angustia, afirma Freud en los artículos metapsicológicos). Las ideas reprimidas
permanecen en el sistema Icc. provocando permanentes efectos.
El uso de este mecanismo en forma aislada es muy poco frecuente; cuando
ello sucede lo que habrá a nivel de la conciencia –como se dijo más arriba- será una
laguna, un olvido. En otras palabras, cuando la represión es exitosa, el Yo nada
sabe de ella y sólo se la puede percibir por la ausencia de aquellos impulsos del Ello
que sería dable encontrar a nivel del Yo en busca de satisfacción.
En cambio, ante su fracaso –que es lo mismo que decir ante el retorno de lo
reprimido- se pueden poner en marcha las técnicas auxiliares, las cuales, a la vez
que actuarán como contrainvestiduras, provocarán la aparición de los síntomas
característicos.

MECANISMOS AUXILIARES

Histeria de conversión
Al referirse en “Inhibición, síntoma y angustia” a la semejanza entre histeria
de conversión y fobia, Freud manifiesta que se hallan tan próximas que eso lo
decidió a situar a ambas en una misma serie, designando a la segunda también
como ‘histeria de angustia’. Pero, añade, nadie ha podido indicar la condición que
decide si un caso ha de cobrar la forma de una o de la otra.
Por ello, sin entrar en la espinosa cuestión de la ‘elección ‘ de neurosis, una
forma de delimitar a ambas histerias es por la o las técnicas defensivas puestas en
juego a los efectos de sostener la represión.

La conversión se puede definir como una alteración funcional de los órganos,


que puede afectarlos tanto en el área motora como en la sensorial, ya sea en el
sentido de una excitación como de una inhibición (convulsiones o parálisis,
alucinaciones o cegueras, etc.).

En relación con el proceso acaecido en la histeria de conversión se observa


una modificación desde los primeros trabajos freudianos hasta los artículos
metapsicológicos en cuanto a cuál de los dos representantes pulsionales es el que
provoca la inervación somática.

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En los primeros artículos era el afecto, llamado ‘suma de excitación’ el que,
arrancado de la representación inconciliable se trasponía a lo corporal,
convirtiéndose en una inervación somática. En esta época, en “Las neuropsicosis de
defensa” Freud propone para este proceso el nombre de conversión. Esta concepción
económica de una energía que se convierte en inervación somática (acción del
sistema nervioso sobre los demás órganos o sistemas) es inseparable en su origen
del procedimiento catártico cuya finalidad era, precisamente, el reencauzamiento
por los caminos normales de esa energía, de manera que pudiera alcanzar la
descarga.
En cambio, en el texto “La represión” es el contenido ideacional, sustraído de
la conciencia, el que constituye a este síntoma. Puede leerse ahí: ‘El contenido de
representación de la agencia representante de pulsión se ha sustraído radicalmente
de la conciencia; como formación sustitutiva –y al mismo tiempo como síntoma- se
encuentra una inervación hiperintensa...unas veces de naturaleza sensorial y otras
de naturaleza motriz’.
Al considerar que es el representante-representativo el originador del síntoma,
se entiende que en la conversión se manifiesta el significado implicado en aquél; lo
que a raíz de la represión quedó sin palabras, se expresa simbólicamente a través
del cuerpo. Así, tomando el historial de ‘Dora’ para ejemplificar, cuando a partir de
las asociaciones del segundo sueño de la paciente Freud deduce que el supuesto
episodio de apendicitis expresaba conversivamente una fantasía de embarazo,
interpreta la renguera que quedó como secuela, en términos simbólicos, como
expresión de la creencia de la joven de que había dado ‘un mal paso’.

Este mecanismo tiene como condición de su producción un requisito de orden


físico y otro de orden psicológico. El primero es la erogeneidad del cuerpo, en virtud
de la cual todo órgano posee no sólo la función anatómica, biológica y fisiológica que
le es propia, sino además la función de expresar la excitación sexual.
El segundo es la proclividad de las personalidades histéricas a la introversión
libidinal, es decir, el abandono de la realidad por la fantasía, la sustitución de los
objetos reales por fantasías representativas de objetos de la infancia. ‘En su
introversión, los histéricos han regresado de una realidad que es para ellos motivo
de decepción al pensamiento mágico de los sueños diurnos. Esto podrá mantenerse
en el plano consciente mientras los sueños diurnos se hallen bastante alejados de
los contenidos reprimidos, y especialmente del censurable complejo de Edipo, pero
aquellos serán reprimidos tan pronto se acerquen a tales contenidos. En este caso
vuelven de la represión, deformados, como síntomas de conversión.....las fantasías
de los histéricos, luego de haber sido reprimidas, encuentran su expresión plástica
en alteraciones de las funciones fisiológicas’. (“Teoría psicoanalítica de las neurosis”,
Otto Fenichel, pág. 251).

Es inevitable al estar hablando de conversión hacer la comparación entre este


mecanismo y las restantes patologías que recaen sobre el cuerpo: las somatizaciones
y la hipocondría. La conversión, como ya se dijo, consiste en una lesión funcional
(que afecta fundamentalmente a los músculos estriados y a los órganos de los
sentidos). Las somatizaciones tienen también en sus raíces factores psíquicos pero
se designa de esta forma a los síntomas en los que se produce concretamente una
lesión anátomo-patológica (úlceras, asma, etc.), lo que no impide que puedan
coexistir conversiones y somatizaciones. En la actualidad diversos autores que
toman en cuantos conceptos psicoanalíticos han creado una nueva entidad
psicopatológica, la de ‘enfermos psicosomáticos’ en la que engloban a personalidades
caracterizadas por un predominio de somatizaciones y por un rechazo al
cuestionamiento del posible origen psíquico de sus padecimientos.
La hipocondría –que es un síntoma y no un cuadro- se define en términos
generales como una preocupación exagerada por el estado de los órganos, se
encuentren o no enfermos. Suele obedecer a una retracción narcisista, es decir a
una transferencia de libido de las representaciones objetales a las representaciones

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de órganos por lo que es infaltable en las psicosis, muy frecuente en las patologías
narcisistas y puede aparecer en neurosis de transferencia de cierta gravedad.

Histeria de angustia o fobia


En esta psiconeurosis el afecto (angustia) es desplazado hacia una
representación sustitutiva que alude a un objeto externo, cuya percepción,
entonces, deberá ser evitada. En “Lo inconsciente” se completa así la descripción:
‘La representación sustitutiva juega ahora para el sistema Cc. (Prcc.) el papel de
una contrainvestidura; en efecto, lo asegura contra la emergencia en la conciencia
de la representación reprimida’.

Encontramos, entonces, como mecanismos formadores de los síntomas


fóbicos el desplazamiento y la evitación.
El mecanismo de desplazamiento, constitutivo del proceso primario junto con
la condensación, tiene participación en numerosos procesos psíquicos. Es conocido
su importante papel en los sueños, en los actos fallidos, en los chistes, pero posee
además una función defensiva y creadora de síntomas que se presenta
fundamentalmente en las fobias (también en las neurosis obsesivas).
Laplanche y Pontalis, en su “Diccionario de Psicoanálisis” lo definen así:
‘Consiste en que el acento, el interés, la intensidad de una representación puede
desprenderse de ésta para pasar a otras representaciones originalmente poco
intensas, aunque ligadas a la primera por una cadena asociativa’.
Es la angustia de castración la que en esta neurosis se desplaza desde la
representación del objeto del cual el daño podría provenir –representación que
gracias a este proceso queda reprimida -, hacia la de otro objeto diferente del
original temido, pero con el que guarda relaciones de asociación.
En cuanto a las fobias infantiles es paradigmático en la obra freudiana el
desplazamiento producido por ‘Juanito’ desde la figura del padre hacia la
representación del caballo. Freud propone pensar la situación en que se hallaría un
joven sirviente enamorado de la dueña de casa: sería natural que odiara al amo y a
la vez temiera su venganza. Si ‘Juanito’, dice, enamorado de su madre, mostrara
angustia frente al padre, no podríamos atribuirle una neurosis, una fobia, ya que su
reacción afectiva sería totalmente comprensible. ‘Lo que la convierte en neurosis es
única y exclusivamente otro rasgo: la sustitución del padre por el caballo. Es, pues,
este desplazamiento lo que se hace acreedor al nombre de síntoma’. (“Inhibición,
síntoma y angustia”. Cap. IV).

Este desplazamiento producido en los cuadros fóbicos se enlaza


necesariamente con el otro mecanismo prototípico que es la evitación. Al ser ahora
un objeto externo lo temido, basta evitar su presencia para sentirse exento de
peligro, aunque la mayoría de las veces sea necesario ir extendiendo hacia
elementos conexos la conducta evitativa. A esto se debe que el desplazamiento como
defensa sea menos exitoso que la conversión.
Como consecuencia de la evitación se producen las restricciones e
inhibiciones yoicas, tal como no salir de su casa en ‘Juanito’ o –como describe Freud
de los adultos con agorafobia -, andar por la calle sólo si una persona de confianza
los acompaña como si fueran niños pequeños.

Neurosis obsesiva
Este cuadro, totalmente admitido en la actualidad, fue aislado por Freud en
un artículo de 1896 bajo el nombre de ‘neurosis de obsesiones’, respecto del cual
afirmaba que, junto con la histeria, formaban el primer grupo de las grandes
neurosis que había estudiado.

Con el tiempo fue precisando su especificidad desde diversas perspectivas. Por


una parte, en cuanto a los mecanismos defensivos; por otra en cuanto a las

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peculiaridades de la vida pulsional de los enfermos obsesivos: la intensa
ambivalencia y otras características que provienen de la impronta que le da la etapa
anal al planteo edípico en el momento evolutivo correspondiente.
Desde el punto de vista tópico describió la particular relación sadomasoquista
entre el Yo y un Superyó particularmente severo, generador de sentimientos de
culpa muy intensos, aunque estos pueden no ser percibidos conscientemente y
quien sufre de neurosis obsesiva sólo los experimenta como angustia si se le impide
la ejecución de las acciones repetitivas que constituyen sus rituales. Estos
sentimientos de culpabilidad –conscientes o no- tienen su fundamento, aunque por
lo general no en hechos reales sino en los frecuentes y fuertes deseos inconscientes
de muerte que estas personas experimentan hacia sus prójimos, en especial los más
cercanos.

Los cuadros típicos presentan un conjunto de síntomas llamados


compulsivos, nombre que proviene de que el sujeto se ve compelido, impulsado, a
tenerlos (si son pensamientos) o a realizarlos (si son acciones).
Los pensamientos o representaciones obsesivas que ocupan a estos enfermos
son poco importantes o incluso disparatados, pero por la cantidad de dudas,
rumiaciones, exceso de escrúpulos a que conducen, los dejan exhaustos.
Los impulsos tienen casi siempre un contenido temido, como por ejemplo la
tentación de cometer un crimen (de aquí las prohibiciones, restricciones,
puniciones, etc.), pero jamás se llegan a ejecutar. Lo que se ejecutan son las
acciones (rituales) que, aunque generen displacer, no se pueden omitir.

En conjunto, estos síntomas son de dos tipos opuestos: de naturaleza negativa


unos, como las prohibiciones, penitencias, etc., que son los más antiguos en el
tiempo. Cuando la enfermedad se prolonga –afirma Freud -, prevalece el otro tipo,
las satisfacciones sustitutivas, que burlan en forma disfrazada a la defensa. Por la
pugna entre estos dos aspectos, algunos síntomas contienen dos tiempos, dos
acciones sucesivas que se cancelan mutuamente. Puede leerse al respecto en el
historial del “Hombre de las ratas”: ‘...su significado real y efectivo (de estos
síntomas) reside en la figuración del conflicto entre dos mociones opuestas de
magnitud aproximadamente igual, y, hasta donde yo he podido averiguarlo, se trata
siempre de la oposición entre amor y odio’.

Además de otros mecanismos defensivos que tienen participación en esta


neurosis, como el desplazamiento y la racionalización, existe una trilogía
característica constituida por: formaciones reactivas, anulación de lo acontecido y
aislamiento.

Se dice en “Inhibición, síntoma y angustia”: ‘Podemos admitir como un nuevo


mecanismo de defensa, junto a la regresión y a la represión, las formaciones
reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo y que discernimos
como exageraciones de la formación normal del carácter’ (subrayado nuestro).
Por lo general se instalan como contrainvestidura de las pulsiones sádico-
anales, por eso son ejemplos prototípicos de este mecanismo los rasgos de carácter
del tipo del afán de limpieza, el sentido del orden incrementado, la compasión o la
bondad indiscriminada, etc. También son frecuentes el pudor o la timidez excesivos
como reacciones contra deseos exhibicionistas.
Al pasar digamos que, además de su preeminencia en la neurosis que estamos
viendo, hay también un accionar normal de este mecanismo. Por medio de él se
instalan en la infancia los diques de la sexualidad infantil que, junto con la
sublimación, son los constructores de la virtudes humanas. También Freud
considera en algunos textos al Superyó como una enérgica formación reactiva frente
a las primeras elecciones de objeto.
Cuando hay proclividad a la neurosis obsesiva, esta contrainvestidura genera,
por el contrario, rasgos patológicos de carácter que evitan los actos
permanentemente repetidos de represiones secundarias porque producen

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modificaciones ‘de una vez para siempre’ en la personalidad. Lo que los delata
como patológicos es su cualidad exagerada. Sin embargo, estas modificaciones
yoicas pueden fracasar si lo reprimido termina imponiéndose y entonces dejan de
ser rasgos de carácter para convertirse en síntomas.

Desde el punto de vista de lo observable en un tratamiento analítico, Anna


Freud considera que este mecanismo es susceptible de mejor estudio cuando se
halla en proceso de desintegración, porque durante algún tiempo pueden observarse
conjuntamente lo pulsional y la formación reactiva que se había erigido contra ello.
Laplanche y Pontalis en su “Diccionario de Psicoanálisis” ponen de relieve que
en una determinada formación reactiva se puede apreciar la acción de la pulsión
contra la cual se defiende el sujeto no sólo cuando ya dicha pulsión irrumpe
bruscamente, sino también en los rasgos de carácter. El ama de casa –dicen –
apasionada por la limpieza ¿no centra su existencia en torno del polvo y de la
suciedad?. El jurista que lleva al extremo su ansia de equidad puede mostrarse, por
eso mismo, sistemáticamente indiferente a los problemas reales que le plantea la
defensa de quienes recurren a él, satisfaciendo así, bajo la máscara de la virtud, sus
tendencias sádicas.

En otros cuadros pueden encontrarse formaciones reactivas que no


comprometen al carácter del Yo. Esto ocurre en la histeria en la cual es posible
encontrar una formación reactiva referida a una representación de objeto específica.
El odio hacia una persona también amada –un hijo, por ejemplo -, es sofrenado por
una hiperternura y un temor desmedido por su suerte. La diferencia con la neurosis
obsesiva es que, mientras en la persona histérica la formación reactiva queda
circunscripta a ese vínculo particular, en la neurosis obsesiva se generaliza a todos.

‘En el curso de estas luchas (entre la satisfacción y la prohibición) pueden


observarse dos actividades del yo en la formación de síntomas; merecen particular
interés porque son claramente subrogados de la represión ... cuando estas técnicas
auxiliares y sustitutivas salen a un primer plano, tenemos derecho a ver en ello una
prueba de que la ejecución de la represión regular tropezó con dificultad ... Las dos
técnicas a que nos referimos son el anular lo acontecido y el aislar’, son palabras de
Freud en el Capítulo VI del texto de 1926.
La técnica de anulación de lo acontecido forma parte de los actos
compulsivos en dos tiempos, uno de los cuales alude simbólicamente a la
satisfacción de un impulso prohibido y el otro a la defensa contra ello. Se trata de
dos movimientos opuestos y de intensidad casi igual: se ataca por un lado y se ama
y protege por el otro. A veces el primer tiempo puede no ser un acto efectivamente
realizado sino una fantasía no actuada a pesar de lo cual –como justificación ante el
Superyó -, también se ejecuta el segundo acto en el que consiste estrictamente la
anulación. Este segundo acto intenta cancelar al primero como si nada hubiese
ocurrido o como si nada se hubiese fantaseado.
Lo más usual es que la primera intención (como se establece en la definición)
consista en dar satisfacción a un impulso agresivo, comandado por el odio y que la
segunda sea una protección frente a ello, pero el orden puede invertirse
Esta técnica de naturaleza mágica es generadora de múltiples síntomas
obsesivos que revelan la ambivalencia afectiva tan prototípica de estos enfermos.
Como consecuencia de la insistencia de lo reprimido, es factible que la anulación
fracase, quedando entonces el acto anulatorio contaminado por las tendencias
pulsionales rechazadas, lo que conduce al aumento del número de repeticiones
necesarias.
Son frecuentes como síntomas de dos tiempos el lavarse y ensuciarse las
manos, abrir y cerrar las llaves del gas, salir de la casa y volver a entrar, etc. No
puede dejar de mencionarse en este contexto el famoso sacar y poner la piedra del
historial del “Hombre de las ratas”. Cuando Paul retiraba una piedra del camino por
el cual habría de pasar el carruaje en el que iba su amada para evitar que pudiera

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sufrir un accidente canalizaba sus impulsos amorosos; cuando a continuación la
volvía a la posición anterior –más peligrosa – daba rienda suelta a su hostilidad.
Otro tanto sucedía cuando estudiando, de noche, abría la puerta de su
habitación como para que su padre (ya muerto) pudiera verlo y satisfacerse con ello,
y acto seguido –en una actitud desafiante – mostraba su pene desnudo ante el
espejo.
Aunque no es tan evidente el juego de la ambivalencia, también es ésta la
técnica implementada –en otro ejemplo freudiano – por la señora cuyo marido
resultó impotente en la noche de bodas. Cuando esta mujer muchos años después
llamaba una y otra vez a su mucama y ‘le ponía la mancha (del mantel) ante los ojos’
pretendía corregir lo sucedido, como diciendo ‘No, eso no es cierto, él no tuvo de qué
avergonzarse, no era impotente’.

‘La otra de estas técnicas que estamos describiendo –continúa diciendo Freud
en el capítulo citado más arriba- es la del aislamiento (subrayado nuestro), peculiar
de la neurosis obsesiva. Recae también sobre la esfera motriz, y consiste en que tras
un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el
propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no
está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta
acción alguna’.
El objetivo primero de esta técnica es dejar aisladas las representaciones de
sus respectivos afectos y las representaciones entre sí (de ahí la dificultad para la
asociación libre que estos pacientes suelen tener en el tratamiento analítico) pero, a
raíz del pensamiento mágico que caracteriza al neurótico obsesivo por el cual otorga
a las situaciones o a los objetos significados que vive como prohibidos, lleva el
síntoma a las esferas temporal o espacial, por ejemplo intercalando intervalos reales
de tiempo entre situaciones o bien impidiendo que dos objetos se toquen.
Esta última posibilidad se ilustra muy claramente con el ejemplo de la joven
paciente freudiana citada en las “Conferencias de introducción al psicoanálisis”
quien, en el ceremonial que llevaba a cabo para ir a dormir incluía la necesidad de
que la almohada de la cabecera (que representaba una mujer) se mantuviera sin
tocar el travesaño (que representaba a un hombre), como intento de impedir que sus
padres llegaran al comercio sexual.

Cuando el mecanismo se circunscribe a la disociación ideo-afectiva (es decir,


cuando no recae sobre la esfera motriz) es frecuente que el afecto se desplace hacia
otra idea que puede tener un carácter insignificante.
Entre los ejemplos que se hallan en la obra freudiana se encuentra el del
hombre que, por una parte, alisaba (planchaba) los florines con los que realizaba
sus pagos ‘porque podían ser portadores de bacterias que provocaran daño al
receptor’, y por otra aprovechaba la ocasión propicia para masturbar con sus dedos
a las muchachas por cuyos padres había sido invitado a compartir un fin de
semana, acto que no le parecía pasible de crítica. Este caso de desplazamiento del
afecto de reproche es citado a pie de página en el historial del “Hombre de las ratas”.
También en el historial del “Hombre de los lobos” se encuentra otro
interesante ejemplo de desplazamiento del afecto, que en este caso era pena o
tristeza. El paciente no había experimentado ningún dolor ante la muerte de su
hermana, la persona de la familia a la que más quería. Años después derramó
amargas lágrimas ante la tumba del poeta Lermontov, sucedida mucho tiempo
antes.
Freud pudo interpretar estas dos reacciones afectivas aparentemente tan
contradictorias cuando el paciente recordó que su padre solía comparar los poemas
de la hermana muerta con los de ese poeta.

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