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RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL

El art. 1342 consagra el principio de que el deudor que incumple queda obligado a reparar los
perjuicios causados. Esta es la propia definición de responsabilidad: obligación de resarcir los
daños que son consecuencia del hecho ilícito.

El art. 1431 tiene la misma estructura esencial: su previsión atañe al incumplimiento; “para el
caso en que una de las partes no cumple su compromiso”… su consecuencia “la resolución (del
contrato) con daños y perjuicios”.

La resolución no es sino uno de los efectos de la responsabilidad contractual. De esta manera


el tema de la responsabilidad se construye paralelamente a la responsabilidad
extracontractual ya que son dos especies de un mismo fenómeno que difieren en varios
aspectos, pero pertenecen a un tronco común.

Según señala Peirano Facio, existe bipartición entre la responsabilidad extracontractual y


contractual, ya que la primera trata sobre la violación de deberes generales, y la segunda sobre
obligaciones de origen legal, contractual y cuasicontractual.

Para Gamarra la sección de la responsabilidad contractual debió denominarse incumplimiento,


y no “De los daños y perjuicios” ya que estos no son sino consecuencia del primero.

Sinalagma genético y sinalagma funcional:

Se llama sinalagma a la reciproca dependencia que liga las obligaciones en un contrato


bilateral.

Tiene doble esfera de acción: es sinalagma genético en el momento del nacimiento de las
obligaciones, porque se requiere que las obligaciones sean interdependientes (un contratante
asume una obligación con tal que el otro asuma la suya) para que pueda existir contrato
bilateral.

La interdependencia no se limita al momento de perfeccionamiento del contrato, sino que


continúa operando en el momento funcional (de actuación del negocio) donde las obligaciones
son consideradas en su funcionamiento (sinalagma funcional).

Si las obligaciones no fueran interdependientes, el acreedor solo le cabria una posibilidad, la


de seguir la ejecución forzada contra su deudor. Pero, de esta manera, no solo tropieza con los
inconvenientes que acaban de señalarse, sino que además, continúa ligado por su propia
obligación, puesto que el contrato es bilateral.

Por tratarse de obligaciones interdependientes es que el incumplimiento de una de ellas,


faculta a la parte cumplidora a obtener la liberación de su obligación correlativa, ya que no
está obligado a cumplir en beneficio de quien a su vez, no cumple con su compromiso
reciproco.

El sinalagma funcional asegura el equilibrio del intercambio, la correlación en el cumplimiento.


Se dan por lo tanto dos fases:

1) Genética (que es el momento del contrato) atiende a la interdependencia en el nacimiento


de las obligaciones, los vicios de naturaleza genética (previstos por el art. 1261) que causan la
nulidad del contrato.

2) Fase de la ejecución (momento de la relación obligacional) está centrada en la


interdependencia a las atribuciones patrimoniales o si se quiere, de las prestaciones. Es una
etapa posterior al perfeccionamiento del contrato en donde no está en juego la validez sino la
eficacia del mismo.

El incumplimiento (ruptura del sinalagma) repercute en la relación obligacional creada por el


contrato.

La falta de actuación de la obligación produce una deficiencia funcional, porque impide que se
realice la función del contrato. Ello radica fuera de la etapa del perfeccionamiento del contrato
pero afecta la relación obligacional creada por el mismo, poniendo en peligro la actuación
practica de la causa.

Incumplimiento:

Sin incumplimiento no hay responsabilidad contractual, ni resolución del contrato.

El incumplimiento esta netamente contrapuesto a la figura del cumplimiento.

Para que una obligación pueda reputarse cumplida, la prestación debe ser ejecutada en forma
exacta y puntual.

Por consiguiente, habrá incumplimiento no sólo cuando el deudor no realiza la prestación


debida, sino también cuando la prestación se realiza imperfectamente, o incluso cuando el
deudor se atrasa o demora en el cumplimiento.

Natoli dice que el incumplimiento se verifica en todos los casos en que la prestación no se
ejecuta, sea del punto de vista del objeto, sea del punto de vista de sus modalidades.

Barbero, por su parte, delinea una noción de incumplimiento en sentido lato, que incluye el
incumplimiento no imputable, es decir no ilícito, y por tanto, que no genera responsabilidad.

Clases de incumplimiento:

1º Incumplimiento definitivo: cuando la prestación ya no puede tener lugar o, aunque posible,


el acreedor carece de interés en la misma. Para remediar las consecuencias del
incumplimiento definitivo, el acreedor puede recurrir a la ejecución forzada, que tendrá o no
éxito según la solvencia patrimonial del deudor (art. 2372). También puede reclamar la
resolución del contrato, que es el remedio específico en caso de contrato bilateral, porque le
permitirá recuperar su propia prestación, si ya se hubiera ejecutado.

2º Incumplimiento tardío: cuando el cumplimiento es todavía factible, y el deudor no ejecuta


puntualmente la obligación. En el plano del derecho positivo uruguayo, el mero retardo no
constituye incumplimiento, porque para constituirlo se requiere la puesta en mora del deudor.
Por tanto, de acuerdo con el sistema del Código uruguayo, la hipótesis de incumplimiento
temporal, comienza recién en el momento en que el acreedor hace caer en mora al deudor. Es
la mora el elemento que vuelve ilícito el retardo y tipifica el incumplimiento (art. 1341).

La doctrina más reciente agrega al grupo de las clases de incumplimiento un tercer caso: el
incumplimiento inexacto. Esta categoría abarca todos los casos en que el deudor realiza la
prestación aunque en forma imperfecta.

Puede concretarse en formas distintas: cualitativa o cuantitativamente.

Según los principios cardinales del cumplimiento, el deudor debe realizar exacta y
completamente la prestación debida (arts. 1448 y 1459). Tiene que existir identidad total entre
lo pactado y lo cumplido. En consecuencia, el acreedor no está obligado a recibir una cosa
distinta de la debida, porque ellos importa incumplimiento de la obligación; tiene derecho a
rechazarla y reclamar la resolución del contrato.

La regla que acaba de enunciarse comprende también la hipótesis de incumplimiento inexacto,


que se configura cuando el deudor cumple la prestación debida, pero de manera imperfecta o
defectuosa. Aquí el incumplimiento es tal cualitativamente hablando. Cuando el
incumplimiento es cualitativamente inexacto, el acreedor puede prescindir del expediente
extremo de la resolución del contrato. Está facultado para rechazar la obra imperfecta y exigir
que el arrendatario de obra la realice conforme a lo pactado, esto es, tiene derecho a que el
arrendatario subsane la deficiencia o imperfección de que adolece la prestación realizada. Hay
aquí un derecho de rectificación de la prestación, que corre a costa del deudor incumplidor y
adiciona la condena en daños y perjuicios, correspondiente a toda especie de incumplimiento.

También puede el acreedor reclamar la reducción de la contraprestación, cuando, por diversos


motivos, puede interesarle recibir la obra cuanto antes, y posponer su rectificación o ajuste
para otra oportunidad.

En caso de cumplimiento parcial cuantitativo, se verifica una extinción parcial de la deuda. En


cambio, la aceptación de una prestación cualitativamente inexacta extingue la obligación,
aunque puede originar, en lugar de ella, una nueva pretensión del acreedor, dirigida a la
reducción de la contraprestación o a la rectificación de la prestación imperfecta.

Causas del incumplimiento:

El incumplimiento puede provenir del dolo o culpa del deudor, o de la dificultad no insuperable
en el cumplimiento de la prestación, así como también de una imposibilidad fortuita.

Esto impone la separación entre el incumplimiento voluntario (art. 1342) y el incumplimiento


fortuito (art. 1343).

Cuando el incumplimiento es voluntario el deudor debe resarcir los daños y perjuicios; en


cambio, no se deben daños y perjuicios en el incumplimiento fortuito (arts. 1343 y 1549), ya
que el fortuito opera precisamente como eximente de responsabilidad.
En caso de incumplimiento culpable, la obligación no se extingue, razón por la cual el acreedor
puede reclamar su cumplimiento (art. 1431). Por el contrario, el incumplimiento fortuito, tiene
un efecto liberatorio para el deudor, ya que produce la extinción de la obligación (art. 1549).

Incumplimiento temporal: la mora:

La etapa del retardo se inicia cuando la obligación deviene exigible. Es a partir de este
momento que el acreedor puede reclamar la prestación al deudor; en cambio no estaba en
condiciones de hacerlo durante la pendencia del plazo o condición suspensivos (art 1502).

Pero, para que exista retardo no basta con que venza el plazo, se requiere además que el
deudor no realice la prestación, esto es que no cumpla tempestivamente. Solo puede
configurarse la situación de retardo mediante un comportamiento omisivo del deudor que se
prolongue en el tiempo.

Esta duración temporal de la situación jurídica por la cual atraviesa la obligación, llamada
retardo, está caracterizada además, por la posibilidad de que se verifique un cumplimiento
tardío. Porque la no realización de la prestación al tiempo convenido no afecta la vigencia de la
obligación ni impide por ende que el deudor cumpla; y el acreedor, por lo menos en esta
etapa, debe aceptar el cumplimiento tardío. Es por ello que la exigibilidad de la obligación, y la
falta de ejecución de la prestación, inicia un estado de incertidumbre, ya que puede
desembocar en la realización tardía de la prestación, pero también en el incumplimiento
definitivo.

Solo puede haber mora cuando la prestación sea todavía susceptible de cumplimiento, aunque
con atraso. La mora es actualmente un retardo calificado, formal y sustancialmente.

Para el Código Civil la mora era el incumplimiento temporal. A partir de la ley 14.500, como el
incumplimiento temporal comienza antes de la mora, con la sola exigibilidad del crédito, la
mora pasa a ser una fase del incumplimiento temporal: el retardo calificado. Para que cese el
retardo en sentido estricto y la relación obligacional en situación de mora es necesario que el
deudor sea constituido en mora; esto puede suceder por dos días: mediante una interpelación
que el acreedor le dirige reclamándole incumplimiento de la prestación (mora ex persona) o
por el solo vencimiento del plazo, sin necesidad de interpelación (mora ex re). En nuestro
derecho positivo las formas de constituir en mora el deudor están consagradas en el artículo
376.

Para que el deudor caiga en mora es necesario que se reúnan ciertos presupuestos. El
presupuesto de la constitución en mora es la existencia de un crédito líquido y exigible.

La obligación es exigible cuando el acreedor tiene derecho a reclamar el cumplimiento.

Mora ex persona: la interpelación es una manifestación de voluntad recepticia que el acreedor


dirige al deudor reclamándole el pago; si éste no cumple cae en mora, y se le aplican una serie
de sanciones (efectos de la mora). La interpelación puede ser judicial o extrajudicial. La judicial
es toda intimación que se realiza a través de los órganos de la justicia, ya sea por orden del
juez, o sin ésta, por intervención del Alguacil, que puede actuar obedeciendo al pedido del
interesado, sin necesidad de orden judicial. La extrajudicial consiste en una interpelación
hecha ante escribano. Estas son las únicas formas que puede adoptar la interpelación; ello
significa que, cualquier intimación que el acreedor formule al deudor, sin las mencionadas
formas, es inidónea para constituirlo en mora, porque se trata de formas solemnes. La
finalidad de interpelación es que el acreedor actualiza la obligación, es decir afirma su interés
por el cumplimiento y su voluntad de ser satisfecho. Sirve, además, para señalarle al deudor
que no está dispuesto a seguir tolerando la demora, y por ello se dice que significa la última
oportunidad de cumplimiento sin incurrir en responsabilidad. Pone fin al llamado plazo de
tolerancia, pero no precluye el cumplimiento tardío, puesto que con la intimación el acreedor
reclama precisamente el pago. Los efectos de la intimación son los de la constitución en mora.
La intimación abre una nueva etapa en la vida de la obligación donde el retardo pasa a ser
calificado. Puntualiza el incumplimiento del deudor señalando el momento a partir del cual se
desencadenan las sanciones, es decir los llamados efectos de la mora.

Mora ex re por la naturaleza de la convención: art. 1341: “cuando la cosa que se había
comprometido a dar o hacer no podía ser dada o hecha, sino en el tiempo determinado que ha
dejado de transcurrir”. El Código nos dice que aquí la prestación sólo puede ser realizada en un
tiempo determinado. El plazo esencial se estipula en interés del acreedor. A éste puede
convenirle establecer que la prestación debe tener lugar indefectiblemente dentro de cierto
límite de tiempo, porque si resulta cumplida luego del plazo señalado, se vuelve inútil para él.
Esta necesidad hace improrrogable el cumplimiento; una prestación tardía resulta inadmisible.
Dado que el incumplimiento puntual es esencial, el cumplimiento tardío queda clausurado. En
cambio, en los casos más frecuentes el vencimiento no determina inevitablemente que el
acreedor pierda interés por la prestación, porque todavía puede convenirle un cumplimiento
tardío, en lugar de la resolución, a la vez que el atraso se repara con la correspondiente
indemnización de los perjuicios producidos por la demora. Por consiguiente, aún luego de
expirado el plazo, el acreedor tolerará este atraso, cuando no le causa perjuicios. Adopta,
entonces, una actitud de espera hasta que el deudor cumpla o hasta que la prolongación de la
inejecución afecte en demasía sus intereses y lo decida a interpelar.

Mora ex re automática: Proviene de una estipulación contractual, por la cual se establece que
el deudor incurre en mora por el mero acaecer del plazo, sin necesidad de interpelación. El
Código la incluye en el art. 1336. Cumple la misma función que la interpelación. No se concibe
aquí el retardo simple, puesto que la exigibilidad de la prestación ya coloca derechamente al
deudor en situación de mora o retardo calificado.

Efectos de la mora: El deudor que cae en mora está obligado a indemnizar los perjuicios al
acreedor. Cuando el deudor cumple tardíamente, los únicos perjuicios sufridos por el
acreedor, son los perjuicios de la mora. En cambio, cuando la situación de mora, en lugar de
definirse por el cumplimiento, asume el rostro del incumplimiento definitivo, el acreedor tiene
derecho a reclamar también los daños y perjuicios anteriores a la mora, porque la sanción del
incumplimiento es la reparación integral del daño sufrido.

Extinción de la mora: La purga de la mora es un acto de naturaleza abdicativa, que sólo puede
emanar del acreedor. Se origina en la voluntad del acreedor, consiste en una renuncia de éste,
y opera retroactivamente, cancelando los efectos que la situación de la mora produjo en el
pasado. A esta figura se contrapone nítidamente la cesación o extinción de los efectos de la
mora. Porque, aunque pueda provenir en algunos casos de la voluntad del acreedor, nunca
alcanza los efectos anteriores del estado de mora, los cuales subsisten, y sólo pone fin a esa
situación o estado. Extingue la mora en el sentido de que sus efectos cesan de producirse. Y
normalmente opera con prescindencia de la voluntad del acreedor.

Imputabilidad del incumplimiento:

Se regula por la parte final de artículo 1342.

Causa Extraña no imputable al deudor: Para que el deudor pueda eximirse de responsabilidad
no le basta justificar que la prestación es imposible, se requiere también que la imposibilidad
tenga su origen en un acontecimiento externo.

La causa extraña resulta integrada por dos elementos:

 -Subjetivo: la no imputabilidad del evento.


 -Objetivo: la imposibilidad de la prestación.

El deudor no debe provocar el acontecimiento (la causa extraña) por su culpa; si lo hace, él es
la verdadera causa del daño que sufre el acreedor.

Entonces, el deudor debe, por un lado, emplear toda la diligencia del buen padre de familia
para satisfacer al acreedor (art 1344). Y por otro lado, debe emplear la diligencia del buen
padre de familia para evitar la imposibilidad de la prestación, es decir que su actividad u
omisión no debe causar la imposibilidad (art. 1342).

Caso Fortuito y Fuerza Mayor

El Código menciona a la fuerza mayor y el caso fortuito también como circunstancias que se
exoneran de responsabilidad (art 1343).

Generalmente se mencionan como acontecimientos típicos que entrañan fuerza mayor o caso
fortuito a ciertos hechos de la naturaleza (granizo, terremoto, incendio, etc), o el hombre
(guerras, huelgas, etc) y el llamado hecho o acto del estado (expropiación, prohibición de
exportaciones, etc).

Los acontecimientos mencionados presentan un rasgo común: son de carácter extraordinario y


se imponen al hombre como una fuerza que éste no puede resistir.

Se requieren las notas de imprevisibilidad, irresistibilidad y exterioridad.

La Imposibilidad (irresistibilidad de la prestación) tiene un doble efecto: por un lado, exonera o


libera de responsabilidad al deudor (art. 1343), y por otro lado, extingue la obligación (art.
1549). Si la prestación es imposible, el deudor no puede cumplir, aunque quiera hacerlo,
porque falta el objeto de la obligación (elemento esencial).

Únicamente es imposible la prestación cuando la dificultad resulta insuperable. Por ello, se


dice que hay imposibilidad cuando el obstáculo no puede ser superado por el deudor, porque
la fuerza que se le opone a éste es irresistible.
La imposibilidad debe ser absoluta y objetiva:

Es absoluta por oposición a imposibilidad relativa o dificultad. La mera dificultad no exonera,


porque el impedimento puede vencerse, y ello significa que no hay imposibilidad. Sólo hay
imposibilidad cuando el deudor se enfrenta a un obstáculo que la fuerza humana no es capaz
de superar.

La imposibilidad es objetiva cuando la prestación no solo es imposible para el deudor, sino


también para cualquier otra persona.

La prueba del caso fortuito, que recae sobre el deudor (art. 1552), tiene que acreditar la causa
específica que provocó la imposibilidad; el deudor solo cumple con la carga de la prueba
identificando directa y positivamente el acontecimiento. Por consiguiente, en todos aquellos
casos en que la causa permanece desconocida, será responsable.

Carga de la Prueba

El acreedor tiene la carga de justificar el incumplimiento, dado que éste es el presupuesto de la


responsabilidad del deudor. El art 1342 lo dice claramente: el deudor responde por el
incumplimiento, luego el acreedor, que invoca esa fuente de responsabilidad, debe probarlo.

Mora del acreedor

Se da cuando el acreedor se resiste injustificadamente a recibir la prestación que le ofrece el


deudor. No basta que el acreedor no preste su cooperación, para que el acreedor caiga en
mora, se necesita, además, que el deudor solicite esa colaboración.

La prolongación del vínculo obligacional, como consecuencia de la omisión o resistencia


indebida del acreedor, ocasiona una serie de perjuicios. La constitución en mora del acreedor
sirve para hacer caer sobre éste todos los daños causados por el acreedor en cuanto impide
con su conducta el cumplimiento de la obligación.

Las consecuencias son:

 Cesa la imputabilidad del incumplimiento al deudor, ya que la mora del acreedor


configura una causa extraña que elimina la imputabilidad del incumplimiento, pero no
extingue la obligación.
 Excluye la mora del deudor, ya que cuando no hay incumplimiento del deudor, éste no
puede encontrarse en mora.
 Suspende el curso de los intereses y se dispensa al deudor de la obligación de
conservar productiva la cosa.
 Pone a cargo del acreedor los gastos (custodia y conservación) y los daños y perjuicios.
 Traslada la incidencia de los riesgos sobre el acreedor.
LA CULPA

El artículo 1344 se encarga de definir la culpa.

El inciso 1 precisa que: “se entiende por culpa la falta del debido cuidado o diligencia”

El inciso 2, establece que el deudor está obligado a emplear la diligencia del buen padre de
familia. De la correlación entre ambos deducimos que incurre en culpa el deudor que no
emplea la diligencia de un buen padre de familia. Es culpa todo apartamiento de la línea de
conducta que hubiera seguido el buen padre de familia.

Es necesario distinguir la culpa del dolo. El dolo se define en la responsabilidad


extracontractual por la intención (art. 1319).

Puede haber incumplimiento sin culpa. Esto se da cuando se lleva el límite de la obligación
hasta la imposibilidad, es decir que solo la imposibilidad absoluta y objetiva exonera de
responsabilidad, ignora ausencia de culpa. Hablamos aquí de responsabilidad objetiva o de
garantía. Cuando el deudor responde aunque no haya culpa de su parte, se dice que la
responsabilidad es objetiva. Hay responsabilidad objetiva cuando las consecuencias del obrar
de un sujeto recaen sobre éste, sin que se tenga en cuenta la culpa o el dolo.

La garantía se caracteriza porque hay obligación porque hay obligación de reparar el daño sin
que se configure culpa, ni nexo causal, ni tampoco ilicitud, tal ocurre en el caso previsto por los
arts. 1330 y 2278.

CLASIFICACIÓN DEL INCUMPLIMIENTO

1-Imputable:

 Doloso
 Culposo
 No culposo (garantía)

2-No imputable

 Ejecución forzada

La ejecución forzada se da cuando, por oposición al cumplimiento, el acreedor ante la


resistencia del deudor, satisface su interés recurriendo al concurso de la jurisdicción, es decir,
a los órganos del poder judicial, encargados de suministrar la fuerza que permitirá satisfacer el
derecho del acreedor aun contra la voluntad del deudor incumplidor.

La ejecución forzada no es una forma de cumplimiento de la obligación. La obligación se


cumple exclusivamente cundo el deudor realiza voluntariamente la prestación; pero de esta
manera el órgano judicial si bien no ejecuta la prestación originaria, realiza coactivamente el
interés del acreedor, haciéndole obtener una utilidad igual o equivalente.
Ante el incumplimiento del deudor, el acreedor goza de dos opciones:

1. Puede reclamar la ejecución de la convención.

2. Pedir la resolución del contrato por incumplimiento.

La etapa de la ejecución forzada presupone la defección del cumplimiento (voluntario) y la


reclamación del acreedor, dirigida al órgano judicial.

Tipos de ejecución:

1º Ejecución especifica

Mediante esta, el acreedor satisface exactamente el interés que habría obtenido en caso de
cumplimiento (voluntario) del deudor. El deudor no puede resistirse lícitamente a la demanda
de ejecución específica ofreciendo pagar, en lugar de ella los daños y perjuicios.

2º Ejecución por equivalente

Contempla todos aquellos casos donde el acreedor debe contentarse con un equivalente por
imposibilidad culpable de la prestación (destrucción total o perdida de la cosa) o porque el
hacer es infungible. Aquí solo es factible la condena a pagar una suma de dinero que compresa
exactamente el valor de la prestación y los daños y perjuicios sufridos.

Como la ejecución específica no siempre es posible, al acreedor no le queda otra opción que
contentarse con realizar en el patrimonio del deudor un valor pecuniario (ejecución por
equivalente).

Las obligaciones no se extinguen, el acreedor continua obligado a cumplir con su obligación


recíproca.

Resolución del contrato por incumplimiento:

La acción de resolución se otorga a la parte a quien se ha faltado (art. 1431).

Sólo las partes del contrato tienen legitimación activa y pasiva en el juicio de resolución. La
legitimación activa corresponde al acreedor (la parte a quien se ha faltado), sus herederos, al
acreedor del acreedor y al cesionario del contrato.

La acción de resolución se distingue de la acción de nulidad, el contrato es válido y la causa


que provoca la reacción es superviniente, mientras que el contrato nulo es invalido. Por
consiguiente, la resolución no afecta el contrato, sino las obligaciones que éste genera. Lo que
extingue la resolución son las obligaciones del contrato, pero éste no cae, porque ya agotó su
función al producir el efecto obligacional.

Tanto la acción de resolución, como la sentencia, son constitutivas, ya que la resolución no se


produce con el incumplimiento, sino cuando el Juez pronuncia su sentencia, que modifica el
estado de cosas preexistente, y opera la extinción de la obligación.

La resolución produce como efecto la obligación de restituir, que tiene por finalidad reponer
las cosas al estado en que se encontraban antes del contrato. Esta eficacia retroactiva no
puede tener lugar toda vez que la restitución sea imposible. Por lo tanto, si la cosa fue
enajenada a un tercero, destruida o deteriorada esencialmente por culpa del adquirente, el
autor de la enajenación o destrucción de la cosa pierde la potestad de reclamar la resolución
por incumplimiento.

No se puede renunciar a la resolución luego de producido el incumplimiento, se puede


renunciar a los derechos de impugnación. Con respecto a la renuncia anticipada, el Código Civil
le otorga validez sólo en la garantía por evicción y vicios ocultos (arts. 1699 y 1719), pero con
ciertas limitaciones.

La acción resolutoria es procedente aunque no exista perjuicio. El daño, en cambio, es un


elemento esencial de la responsabilidad contractual, y por tanto, al sujeto que lo reclama no le
basta aportar la prueba del incumplimiento, sino que deberá justificar el perjuicio.

El efecto de la resolución consiste en reponer las cosas al estado en que se encontraban antes
del contrato, principio que deriva de la retroactividad de la condición (arts. 1421, 1428 y 1430).
La retroactividad es real, pero relativa (art. 1430), ya que no alcanza al tercero de buena fe.

La sentencia de resolución extingue las obligaciones. Si el contrato no se hubiera ejecutado


sólo queda, como efecto de la resolución, la obligación de reparar los perjuicios, a cargo de la
parte incumplidora.

La retrasmisión es automática, en cuanto tiene lugar sin que se requiera una nueva declaración
de voluntad.

Cuando la restitución es imposible, porque la cosa se enajenó a un tercero de buena fe o fue


transformada o destruida, e igualmente en caso de un derecho de goce o una obligación de
hacer, sólo cabe una compensación en dinero.

La retroactividad no tiene lugar cuando el contrato es de ejecución continuado, ya que, en tal


caso, la resolución opera ex nunc (para el futuro solamente, sin afectar las obligaciones que ya
se hubieran ejecutado).

Los efectos de la resolución alcanzan al tercero de mala fe, pero no al tercero de buena fe (art.
1430).

El daño resarcible:

Tanto el incumplimiento definitivo como el incumplimiento temporal producen como efecto la


obligación de resarcir los daños y perjuicios causados (art. 1342).

Nace, entonces, una nueva obligación, que es secundaria o derivada, ya que proviene de la
obligación principal, pero también autónoma. La obligación de reparar el perjuicio tiene su
fuente en el hecho ilícito que es el incumplimiento, y a diferencia de la prestación originaria, es
una prestación por equivalente.

Resarcir significa precisamente dar al acreedor un equivalente pecuniario que satisfaga su


interés. De esta manera, se eliminan las consecuencias perjudiciales que el incumplimiento
ocasiona al acreedor, y el patrimonio de éste aparece repristinado, esto es, colocado, en virtud
de la reparación, en la misma situación en que hubiera estado de haberse cumplido la
obligación.

El daño se compensa por equivalente, con dinero, ya que éste, siendo una medida común del
valor de todas las cosas, sirve siempre para satisfacer el interés del acreedor. Por ello es que
tiene que existir una coincidencia completa entre el monto del resarcimiento y el monto del
daño.

Es daño resarcible aquel que es consecuencia directa e inmediata del incumplimiento, y que el
deudor pudo prever al tiempo del contrato, excepto cuando el incumplimiento fue voluntario.
En este último caso, el deudor debe resarcir todos los perjuicios directos e inmediatos, fueran
o no previsibles.

El resarcimiento debe ser integral, es decir que debe repararse todo el daño y nada más que el
daño.

La condena a resarcir los perjuicios opera, en un primer momento, como presión psicológica,
estimulando al deudor a cumplir, ya que, si no lo hace, entrará en juego su responsabilidad
patrimonial. En una segunda etapa, funciona como sanción, es decir como respuesta o
reacción negativa del derecho contra la conducta antijurídica del incumplidor.

El daño resarcible se disminuye cuando está provocado por dolo o culpa del acreedor, en la
proporción en que éste incide en la causación del perjuicio. También se reduce el monto del
daño cuando, conjuntamente con el mismo, la victima experimenta un beneficio, pero ambos
deben derivar del mismo hecho.

Cuando sobrevienen nuevos acontecimientos, de tal manera que el daño igualmente se


hubiera producido, aunque el primer hecho no hubiera tenido lugar, hay interrupción del nexo
causal. En este caso, el deudor no debe responder, porque el daño es producido por el hecho
superviniente.

Para determinar el momento de la determinación del daño, la jurisprudencia predominante en


los Juzgados Civiles, toma en cuenta la fecha de la sentencia. Este momento aparece como el
más adecuado, porque el juez puede aportar precisión mayor en establecer la entidad del
daño, sin dejar fuera ningún dato o elemento.

Daño emergente y lucro cesante:

Esta división del daño es recogida por el art. 1345: al acreedor se le deben daños y perjuicios
por la pérdida que ha sufrido y el lucro que se ha privado.

En el daño emergente la perdida recae sobre entidades que ya eran del damnificado cuando
se produce el daño.

Hay lucro cesante cuando el menoscabo impide la adquisición de un bien que todavía no
poseía.

Ambos deben ser resarcidos igualmente, y a las dos categorías se aplican, por igual, todos los
requisitos generales del daño. Tanto uno como otro han de ser directos, previsibles, etc.
El lucro cesante asume generalmente la forma de daño futuro.

Esta clase de daño también debe ser cierto, esto es que, si bien todavía no se ha exteriorizado,
hay certeza sobre su acaecer (a diferencia del daño eventual).

Resarcimiento del daño en caso de incumplimiento de contrato bilateral:

En la hipótesis del art. 1431 se le abren dos vías al acreedor: reclamar la ejecución forzada o la
resolución.

En ambos casos el incumplidor debe resarcir los daños y perjuicios. Cuando ela creedor se
decide por el cumplimiento, el daño a resarcir es meramente moratorio (art. 1341, inc. 2).

Por el contrario, si pide la resolución, tiene derecho al mayor valor de la prestación no


obtenida, pero debe deducirse el valor de la contraprestación, de la cual resulta liberado.

La liquidación del perjuicio

Liquidar el daño es estimar la entidad del mismo en determinada suma de dinero, que debe
ser pagada al acreedor a título de indemnización.

Liquidación judicial (arts. 1345 y 1346): el acreedor debe probar el perjuicio y su monto, esto
es, calcular por su parte cuál es la suma que, a su criterio, debe otorgársele, y durante el juicio
tiene la carga de probar el perjuicio sufrido y que ese perjuicio asciende a una determinada
suma de dinero. El Juez apreciará si la pretensión está o no ajustada a derecho, en base a la
prueba rendida, y de acuerdo con los criterios suministrados por los arts. 1345 y 1346.

Liquidación convencional: las partes (acreedor y deudor), al tiempo del contrato, o incluso
luego del incumplimiento, acuerdan que el daño a resarcir se estime en una cantidad
determinada de dinero. Dicho monto establecido por las partes es inamovible (art. 1347). No
se requiere probar el monto del perjuicio, porque éste fue avaluado de antemano por las
partes, y esta determinación se impone al Juez. Sin embargo, el acreedor debe probar la
existencia del prejuicio.

Liquidación legal: cuando la obligación consistiere en el pago de una suma de dinero, la


indemnización del perjuicio moratorio está determinada por la ley con un monto invariable, sin
que se requiera probar daño alguno.

Otras manifestaciones de la relación sinalagmática

Pacto Comisorio:

El Código Civil uruguayo lo regula en la compraventa, como pacto accesorio de este contrato
(art. 1736 y siguientes).

El art. 1737 define: “por el pacto comisorio se estipula expresamente que no pagándose el
precio al tiempo convenido, se resolverá el contrato de venta”.

Hay aquí entonces, una previsión expresa de las partes, estipulando que el contrato se
resolverá en caso de incumplimiento.
El pacto comisorio fue legislado pormenorizadamente en el contrato de compraventa, en
atención a la mayor frecuencia práctica de la estipulación en esta clase de negocios. Ello no
significa, que no tenga un alcance general: el artículo 2191 lo contempla en la renta vitalicia.

Es aplicable no solo a las obligaciones principales, sino también a las accesorias o secundarias,
incluso aquellas que no consistan en el pago de un precio, pero es necesario que se determine
la obligación en cuestión.

Según la doctrina del procedimiento monitorio, ante el requerimiento del acreedor, el juez
pronuncia sentencia declarando resuelto el contrato, que se notifica al deudor, el cual tiene la
posibilidad de formalizar su oposición. La sentencia dictada se limitará a declarar que el
contrato está o no resuelto.

El incumplimiento hace nacer un derecho potestativo del acreedor de optar por la resolución o
la ejecución del contrato. De consiguiente, para que la resolución tenga lugar es necesaria una
manifestación de voluntad del acreedor optando por ella, y solo cuando la misma llegue al
deudor, es que opera la resolución. El acreedor debe dirigirse al juez pidiendo que haga saber
a la contraparte su voluntad de declarar resuelto el contrato; con la notificación judicial queda
acreditado fehacientemente el momento de la resolución.

El pacto comisorio puede renunciarse aceptando un cumplimiento tardío, otorgando un plazo


al deudor, etc.

Si el acreedor optó por el cumplimiento, ello no le impide luego pedir la resolución. Pero, en
cambio, la opción por la resolución recluye la vía del cumplimiento.

Los efectos del pacto comisorio se proyectan retroactivamente.

La Teoría de los Riesgos

Se habla de riesgos cuando la prestación deviene imposible fortuitamente. Como entonces la


obligación se extingue sin responsabilidad (art. 1549) es necesario decidir quien soportará esta
pérdida, y particularmente en los contratos bilaterales, si el deudor conserva o no el derecho
de exigir la contraprestación.

Para que sea posible hablar de riesgos es necesario que exista una obligación, y que la misma
se encuentre vigente.

El riesgo es un factor que incide desde el nacimiento de la obligación hasta su extinción;


consiste en el peligro de que la prestación no pueda llegar a realizarse y (total o parcialmente)
por imposibilidad fortuita superviniente. Solo hay una cuestión de riesgos cuando el
incumplimiento está producido por una imposibilidad fortuita. La imposibilidad fortuita no solo
produce la liberación del deudor, sino que también exoneran a éste de responsabilidad.

Es necesario considerar a la cosa que perece fortuitamente en tanto que objeto de un derecho
de crédito.

Según la doctrina dominante, la teoría de los riesgos se plantea únicamente en el ámbito de las
obligaciones bilaterales.
Nuestro Código dedicó específicamente el art. 1557 a resolver el problema de los riesgos.
Según el primer inciso, el riesgo lo padece el acreedor cuando se trata de una obligación de
dar: la extinción por imposibilidad fortuita de la obligación de dar no hace extinguir la
obligación recíproca del acreedor, por tanto aunque perezca la cosa vendida, el comprador
igualmente debe pagar el precio.

En cambio, el inciso 2, que trata de las obligaciones de hacer y no hacer consagra el arreglo
opuesto: el riesgo gravita aquí sobre el deudor porque se extingue la obligación recíproca del
acreedor, es decir, que si el acreedor todavía no cumplió a nada está obligado, y si ya hubiera
ejecutado su obligación tiene derecho a repetir lo pagado.

En las obligaciones bajo condición suspensiva el inciso 2 del artículo 1425 establece que el
riesgo lo soporta le deudor. Lo mismo sucede en el caso de las obligaciones bajo condición
resolutoria (art. 1428, inciso 3).

Cuando la cosa no perece totalmente el art. 1335 establece que los deterioros que pueda
sufrir la cosa que debe entregarse se compensan o equiparan con los aumentos fortuitos que
también puedan sobrevenir: “la cosa aumenta, se deteriora o perece para el que la tiene que
recibir”. En este caso el riesgo recae sobre el acreedor, pero dicha eventualidad dañosa está
contrapesada al otorgarle a este el lucro de un mayor valor superviniente.

En caso de riesgo temporal, la obligación no se extingue automáticamente. El arrendatario


puede elegir entre la recesión o la cesación del arriendo por el tiempo que dure la
imposibilidad (art. 1806).

En las obligaciones de género, según el art 1558, el riesgo es siempre para el deudor.

En este caso no hay extinción de la obligación (art. 1362), ya que el deudor puede cumplir
entregando otros integrantes del género.

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