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Las mujeres migrantes como sujetos políticos de acción y trasformación. Una mirada
desde la experiencia de AMUMRA
Contextos
Existe una amplia literatura en torno al estudio del fenómeno de las migraciones
femeninas gestada desde la década de los años 70´s y cuyos temas han variado según los
contextos y las geografías, señalando que en Latinoamérica y en Argentina particularmente,
algunos de los más destacados han sido el efecto del género en las trayectorias migratorias, en
las mujeres migrantes y el mercado de trabajo, en su relación con el trabajo doméstico y las
vinculaciones con la trata (Mallimaci, 2012; Magliano y Domenech, 2009).
Es desde este panorama que proponemos adentrarnos en un campo de los estudios de las
migraciones femeninas que tiene como eje de análisis los procesos de agencia y participación
político-organizativa de “la mujer migrante”. Al respecto nos interesa problematizar la
construcción de la categoría “mujer migrante” a partir del des-anclaje en la asociación de
“mujer migrante” como “grupo vulnerable”, narrativa que emerge como perspectiva
predilecta en el discurso dominante dentro de la actual agenda política mundial entorno a las
migraciones femeninas (Magliano y Domenech, 2009), o como es llamado más comúnmente,
frente al fenómeno de la “feminización de las migraciones”. Nos proponemos tensionar esta
representación de “la mujer migrante”, a través de otro tipo de sentidos construidos a partir de
narrativas (Grimson, 2011) de “otras mujeres migrantes”, narrativas que no se definen
principalmente desde una perspectiva de la vulnerabilidad, la indefensión y la necesidad de
protección1.
En este sentido, comprendemos a “la mujer migrante” no como una identidad
homogénea, ni cristalizada, sino como una construcción fundamentalmente social y política,
de naturaleza conflictiva, y colocándola como eje de disputa entre diversos actores sociales y
políticos. Para comprender estas dinámicas es necesario conocer los diversos modos en los
que ocurren los entrecruzamientos en la relación género y migración, para lo cual la
introducción del enfoque de la interseccionalidad propone interesantes aportes. En primer
lugar, permite trascender una mirada aditiva de tipos de violencias o simplificadora de las
desigualdades reduciéndolas a su manifestación en la discriminación, y más bien se centra en
la experiencia situada y singular en cual se manifiesta la interacción/imbricación de las
diversas desigualdades (género, raza, clase, sexualidad) mostrando las estructuras de poder
existentes en el seno de la sociedad (Expósito, 2011). Bajo este marco no se propone el
análisis de la “mujer migrante”, sino que atiende a una pluralidad de experiencias atravesadas
por diversas manifestaciones de desigualdad social. Así, entendemos el enfoque de la
interseccionalidad como perspectiva teórica que permite evidenciar el sustrato de los cambios
en los roles de género y la reproducción de asimetrías en las relaciones de poder.
Los entrecruzamientos entre migración y género ponen en evidencia los modos en que
la situación de la migración desestabiliza, refuerza y resignifica las formas de reproducción de
las desigualdades entre los géneros y entre diversas etnicidades. A su vez, esta mirada,
1
Esta representación de la mujer migrante asociada a una concepción de “vulnerabilidad” e “indefensión”
reproduce estereotipos sexuales discriminatorios, manifestando cómo la propia naturaleza de las diferencias
sexuales son dotadas de significado social, naturalizando y reproduciendo dichos estereotipos (Stolcke, 1999).
complejiza la relación género-migración, permitiendo desplazamientos orientados hacia los
procesos de construcción de autonomía y de subjetivación individual y colectiva de las
mujeres migrantes. De esta manera, entendemos las trayectorias migratorias de las mujeres
como procesos que no son homogéneos y que implican complejas dinámicas de
resignificación en las relaciones de poder, marcadas por flujos de desterritorialización-
reterritorialización, esto es, una lógica de despojo y reapropiación en los roles, lugares y
significaciones que el desplazamiento migratorio representa.
Durante los 80s y los 90s, ocurrieron importantes cambios socio-políticos en
Latinoamérica y en Argentina, en particular, que transformaron las relaciones entre el género
y la migración. Al respecto, vale señalar la disminución de las “tradicionales” migraciones de
ultramar, para comenzar a tomar mayor visibilidad las migraciones limítrofes, pues, en los
últimos años el 90% de los inmigrantes provienen de estos países (Sassone y De Marco,
1991), incluyendo a Perú, que si bien no es un país limítrofe, comparte junto a Bolivia y
Paraguay flujos migratorios abundantes y particularmente feminizados (Lipszyc y Zurutuza,
2010). Durante esta época, en el marco de profundización en la aplicación del modelo
neoliberal en la región, los cambios en los movimientos migratorios vinculan, por una parte,
las transformaciones respecto del incremento del rol de las mujeres en el hecho migratorio
(feminización de la migración) y, las tensiones producidas en los roles de poder entre géneros,
y por otra, la profundización de la feminización de la fuerza de trabajo y, los procesos de
exclusión y reproducción de las desigualdades en el contexto de la globalización capitalista
(feminización de la pobreza).
En esta versión globalizada del neoliberalismo, la profundización de las desigualdades
económicas, sociales y políticas atravesadas por las mujeres en la situación migratoria,
habilitó en parte, lo que conocemos como transnacionalización de las cadenas de cuidado.
Dentro de este marco de reproducción de desigualdades en la región y, específicamente en
Argentina, consideramos que operó una actualización de las identificaciones etnia-género-
clase vinculadas a la idea de incrementos en los flujos migratorios procedentes de países
limítrofes.
En la Argentina, las profundas reconfiguraciones sociopolíticas emergentes de la intensa
crisis social, económica y política del 2001, habilitaron la reidentificación y
reterritorialización de lo político, por la amplia movilización de los sectores populares,
inscribiendo allí la gestación de numerosas organizaciones de inmigrantes limítrofes que
buscaron visibilizar categorías identitarias (migrantes limítrofes, étnico-nacionales, “mujeres
migrantes”), otrora borrados, como herramientas de la acción política ante dicho contexto en
extremo hostil y culpabilizante de estos grupos como causantes de la crisis (Bruno, 2007;
Grimson, 2011). Así, en la composición entre el relato de los últimos gobiernos de corte
progresista2 y, la inscripción de procesos político-organizativos alternativos, tuvo lugar la
configuración de nuevos modos de producción política de sujetos sociales.
En el marco de este espacio social de batalla (Zibecchi, 2003), en abril de 2001 se
conforma AMUMRA -Asociación de Mujeres Unidas Migrantes y Refugiadas en Argentina-,
como espacio de cristalización de intentos previos de asociatividad de un grupo de mujeres,
en su mayoría de origen peruano. La Asociación, surge en respuesta a la experiencia vivida
como “mujeres migrantes” en torno a situaciones problemáticas y conflictivas en el orden de
lo emocional, lo social y lo político emergentes de su proceso de asentamiento migratorio.
Dichas experiencias dejan de constituirse solamente como padecimiento o malestar
individual, en ocasiones naturalizado bajo los mandatos culturales hegemónicos del cuerpo
generizado y racializado, para comenzar a ser compartidas y recomponerse como el sustrato
colectivo de la acción política y organizativa. Es la limitación en el ejercicio de sus derechos y
la necesidad de generar acciones transformadoras en el terreno de lo socio-político, pero
también de lo subjetivo, lo que posibilita su autoreconocimiento como “mujeres migrantes” a
partir de la particularidad de sus experiencias y necesidades. Es así que el surgimiento de la
organización se vincula con la necesidad de garantizar el derecho a la educación de 41
jóvenes, hijos e hijas de inmigrantes limítrofes, durante la época en que permanecía vigente la
Ley 22.439 (1981), también conocida como Ley Videla. A partir del 2001, las luchas
emprendidas por este grupo de mujeres han aglutinado acciones colectivas orientadas a la
visibilización, denuncia e incidencia política, de las diversas problemáticas en materia de
derechos humanos atravesadas por las y los inmigrantes en el país.
A modo de reflexión-aclaración metodológica, nos interesa subrayar que la
intencionalidad de este artículo, constituye un intento de reflexión desde adentro entorno al
proceso de incidencia y visibilización política de las luchas emprendidas desde la diversidad
de las trayectorias migratorias de las mujeres que han hecho y hacemos parte de la
Asociación. A nuestro modo de ver, la elaboración de un registro de memoria de la incidencia
política de la Asociación constituye el principal alcance de esta reflexión. Es a partir de esta
red de relatos y de sentidos compartidos, recolectados a través de entrevistas y de reflexiones
colectivas en torno a las propias experiencias, que buscamos comprender el sustrato histórico
de activación de la Asociación permitiéndonos advertir la construcción de un relato colectivo-
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Hacemos referencia al ciclo político comprendido entre 2003 y 2015.
compartido, que pone en tensión las identificaciones que esencializan y homogenizan la
migración y a la “mujer migrante”.
De acuerdo con lo anterior, en el presente artículo indagaremos primero, entorno a los
sentidos construidos sobre “la mujer migrante” a partir de los tránsitos migración-refugio y, su
resignificación a partir de reconstrucciones de memoria y los relatos, sobre los procesos de
vinculación con la experiencia organizativa de AMUMRA. Luego, analizaremos algunas
prácticas en el proceso de conformación de la organización y sus formas de acción colectiva,
profundizando en el recorrido de la dinámica político-organizativa. Finalmente,
reflexionaremos en torno a la configuración de subjetividades individuales y colectivas
activadas a partir de los vínculos que componen la trayectoria de la Asociación.
Tránsitos: El surgimiento de los sentidos para la acción colectiva de las “mujeres migrantes”
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La migración de las mujeres peruanas hacia Argentina ocupó uno de los mayores porcentajes en la década de
los 90´s. Tal es el caso que Perú pasó de ser la que mayor índice de masculinidad registraba en 1980 (198
varones cada 100 mujeres), a tener el menor en 2001 (68.5 varones cada 100 mujeres). (Rosas, 2010).
violencia política por el que atravesaba el Perú a fines de la década de los 80s y 90s. Este
período, caracterizado por el retorno a la democracia, la crisis económica y, el accionar
subversivo de Sendero Luminoso, devino en la emigración de amplios sectores de la clase
media peruana, así como, en la salida del país de una numerosa población en calidad de
refugiados/as políticos. En este marco temporal podemos ubicar, la exacerbación del proceso
de la feminización de la migración en ese país (Rosas, 2010). Los orígenes de AMUMRA
están signados por estas complejas dinámicas de violencia y crisis social, por las cuales
podemos rastrear la decisión de emigrar de varias de las mujeres fundadoras de la
organización. Es así, que el empeoramiento de las condiciones de vida, materiales y sociales,
a causa de la profundización de los efectos de las políticas neoliberales, así como, con igual
intensidad, la persecución y el ataque directo que varias de ellas sufrieron en el marco del
conflicto armado peruano (padeciendo atentados, montajes judiciales, secuestros, entre otras
vulneraciones a sus derechos), las trae a la Argentina. Sin embargo, pese a lo doloroso de
estas experiencias, las mismas revelan un rol que frecuentemente las mujeres tienden a
soslayar, y es aquel relacionado con su participación activa en los espacios de lo público,
probablemente, en respuesta a los mandatos culturales que subsumen el “mundo femenino”
como deber ser en el mundo doméstico y privado (Jelin, 2010). Así, una de las fundadoras
relata:
“(...) La verdad, en política yo no me metía pero sí colaboraba, hasta que después tuvo problemas mi
tía, en el comedor de ella. Fueron los terroristas y tiraron bombas (...) Yo participaba más con María
Elena Moyano en Villa del Salvador, ella era una líder que también la volaron. Después de lo de mi tía,
me fui a trabajar con ella”.
Varias de estas mujeres, que años después se encontraron en Buenos Aires en una
oficina de atención a solicitantes de refugio, tiempo atrás habían participado en diversos
espacios de organización comunitaria y política en su natal Perú. Contrario a la creencia que
circula sobre una “experiencia marginal” de “la mujer migrante”, varias de estas mujeres
disfrutaban de cierta estabilidad contando con recursos económicos, sociales y simbólicos que
les permitían tomar decisiones y ejercer cierta autonomía. Así mismo, son las memorias
individuales de aquellas épocas las que les permiten interpelar la experiencia migratoria
cuando las crisis y los cambios subjetivos que interrogan “su identidad” sobrevienen. Una
fundadora recuerda,
“(...) Vino un hermano, porque como yo estaba acá muy mal, y a él le había dicho que me habían visto
muy mal acá, él vino y me trajo muchos videos de mi pueblo para que yo pudiera reaccionar, yo no
salía del shock. Él me trajo de lo que yo hacía en Perú (...) era madrina de cientos de promociones, yo
regalaba cosas, por eso me quería mi pueblo. Y mi hermano me dejaba mirando y eso me ayudó a salir
a mí. Yo decía “ahhh ¿esa soy yo? ¿Será que soy?”.
Estas memorias no representan solamente anclajes sociales y subjetivos necesarios ante
la experiencia de “desanclaje” que trae aparejada la migración, sino que son acervos para la
gestación de recursos colectivos, que al ser compartidas y hasta cierto punto comunes, tienen
la potencia de fortalecer los sentidos de pertenencia y posibilitar la construcción de una mayor
confianza (Jelin, 2005). De este proceso también hacen parte, de manera relevante, las
memorias sobre las violencias de género sufridas, las cuales han afectado a todas las mujeres
aunque de modos variables. Esta particularidad deviene en uno de los intereses para
organizarse principalmente “entre mujeres” connotando una especial importancia a la
experiencia corporal.
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Aunque sobre este punto, María Inés Villa Martínez (2011) propone que teóricamente el refugio o el
desplazamiento no deberían construir identidades; y Flor Edilma Osorio (2004) propone decodificar estas
categorías alrededor de la situación, la posición social y las representaciones sociales.
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Comité de elegibilidad para los refugiados. Fue reemplazado por la actual CONARE.
“(...) Después de cuatro meses pedí refugio, pero fue porque en realidad me di cuenta que estábamos en
un ley muy restrictiva (Ley Videla), una ley donde en realidad, no tener documentos en la calle era
riesgoso (...) se veía gente que andaba por las plazas llamando la atención, les rompían el documento,
yo no lo quería creer” (Entrevista a integrante de la organización, 2016).
De esta forma, es posible entrever la capacidad de las mujeres para interpretar y
enfrentar la racionalidad instrumental que supone el encuentro con diversos circuitos
burocráticos, y construir sobre sus categorías y denominaciones, formas creativas de
apropiación y uso.
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Hacemos referencia a los proyectos: Carpa Itinerante para Mujeres Migrantes Externas e Internas, Sobre
Derechos Laborales, Prevención del Trabajo Esclavo, la Trata y el tráfico” en 2012; el proyecto “Carpa itinerante
de los derechos humanos de los y las migrantes y refugiados”, en 2015. Durante el 2014 se inició con la creación
de cuatro Centros Integrales de Atención a la Mujer Migrante (CIAM) en los barrios: Villa 20 de Lugano, Villa
1.11.14, Villa 31 y Barrio Playón de Chacarita, pero que aún están en proceso de fortalecimiento dada la escases
de recursos humanos, técnicos y económicos. Durante el 2015, aún sin financiamiento, se profundizó el trabajo
en Villa 20, realizándose la segunda capacitación de promotoras comunitarias contra la violencia.
Identificamos en el tránsito “migración-refugio”, cuestionamientos y rupturas en las
subjetividades de las mujeres y trasformaciones en las diversas “identidades”, marcadas por
procedencias, desplazamientos, por el hecho de “ser mujer”, “pertenecer” a una clase y, en el
devenir como sujeto político nucleado en AMUMRA. Este escenario genera la puesta en
movimiento de un conjunto heterogéneo de prácticas, narraciones y experiencias, de
necesidades y problemáticas, de sentidos para la acción colectiva y de acciones colectivas
como tal, que plantean la resignificación permanente y situada de las
imbricaciones/intersecciones que se presentan entre el género, la clase y etnia(raza) que
supone la “situación de migración”.
Así, reconocemos la migración como un espacio de inscripción de potencialidades
desde donde componer modos de producción de sujetos individuales y sociales, (Foucault,
2006; González Rey, 2012; Virno, 2003). En este sentido, advertimos en el hecho migratorio,
un flujo de reterritorialización de la subjetividad (Guattari, 1996) en el cual las dinámicas
asociativas y, la construcción de redes y sentidos, constituyen un espacio social de despliegue
de potencias.
En este sentido, las vinculaciones de las mujeres migrantes en la Asociación, han
posibilitado la conformación de procesos de resignificación individual y colectiva de las
identidades ancladas a pertenencias “nacionales”, roles de género instituidos y relaciones de
poder naturalizadas, a partir de la apropiación y re-interpretación del tránsito “migrante-
refugiada”. Tales resignificaciones se producen en torno a los relatos de las experiencias
individuales sobre violencias y opresiones vividas, y que al ser compartidas y comprendidas
por y entre las mujeres, en el contexto de lo cotidiano, tiene la potencia de crear un espacio de
“lo colectivo”: allí convergen las experiencias de la discriminación laboral, de la
discriminación por el género, y la experiencia de la discriminación por la etnia-raza-
nacionalidad (marca migrante).
Así, son puestas en evidencia las múltiples violencias hacia un cuerpo migrante que
intenta ser homogeneizado bajo el rótulo de la “vulnerabilidad”, pero que se constituye,
precisamente, desde lo múltiple, desde lo diverso. De un lado, desde el reconocimiento de la
diversidad de las trayectorias individuales de las migrantes y, de otro lado, desde los modos de
vinculación a la Asociación, traen consigo una permanente reflexión sobre los roles, las
dicotomías público-privado, y las imbricaciones género-clase-raza, desde donde se interpela
el sentido de lo político y, del significado de la “ciudadanía”.
Asimismo, advertimos que dichos procesos de configuración de subjetividades y
construcción de espacios de incidencia política de las mujeres migrantes, dan cuenta también,
de las disputas por la enunciación del/a Otro/a migrante. En este sentido, observamos la
legitimación de voces autorizadas que definen desde dónde, cómo y quiénes visibilizan las
diversas imbricaciones de la migración. Lo anterior, nos lleva a interrogarnos en torno a la
tensión generada por la construcción de narraciones sobre la migración (relatos producidos
por fuera de la migración) y, nuestra propia experiencia activada como sujeto político en la
Asociación.
Finalmente, cabe señalar que las mujeres migrantes tenemos varios desafíos por
delante, uno lo constituye el hecho de continuar reflexionando, y porque no, fortaleciendo los
procesos de gestación de una política de la identidad alrededor del sujeto “mujeres
migrantes”, o como parte de un movimiento social migratorio más amplio, fundamentado en
las complejas, violentas y particulares circunstancias que numerosos/as migrantes y
refugiados/as hoy atraviesan en el mundo. Si bien, las políticas de la identidad no son
suficientes para transformar los regímenes de opresión, sí se configuran como posibilidad
para el nucleamiento y visibilización de luchas y demandas sociales con el objeto de
constituirse como parte de agendas sociales y políticas, y propiciar algunas trasformaciones.
Para avanzar en ello, claramente, una de las primeras tareas es romper con la asociación
“mujer migrante” como “sujeto vulnerable”.
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