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Tema 2: Crecimiento y desarrollo físico

El control de esfínteres. Recomendaciones para el educador

• Evolución de la defecacción en los primeros años.

La defecación es el proceso por el cual se expulsan las heces al exterior.


Podemos observar dos momentos interrelacionados en ese mecanismo, uno
por el que se produce las distensión del recto (por acumulación de heces)
acompañada de contracciones musculares del abdomen y diafragma y otro es
el reflejo gastrocólico, que consiste en contracciones en el colon como
consecuencia de la distensión del estómago por la entrada de alimentos. Es
este reflejo el responsable de que las defecaciones se suelan producir sobre
todo después de las comidas.

La consistencia de las defecaciones varía con el tipo de alimentación y con la


edad. El meconio es el nombre con el que llamamos a la primera deposición y
se suele producir en el primer día después del nacimiento. Es de color
negruzco, con consistencia pegajosa y está constituido por secreciones
intestinales y otros productos ingeridos intraútero con el líquido amniótico.

Al instaurarse la lactancia natural, las deposiciones adquieren un característico


color amarillo claro, si la lactancia es artificial, con leches de vaca maternizada,
las deposiciones son más sólidas y espesas, con grumos blancos y peor olor
que las anteriormente descritas.

En la medida que vamos variando y complementando con otros alimentos, las


deposiciones van cambiando de color, olor y consistencia, viéndose en ellas, al
principio distintos colores correspondientes a los distintos alimentos. A los 2
años de edad tiene ya todas las características de las de un adulto.

El ritmo y la frecuencia de las deposiciones varía según la edad. Durante los 6


primeros meses se producen 5 ó 6 deposiciones al día, generalmente después
de la toma de alimentos por la acción del reflejo gastrocólico que ya hemos
visto. Paulatinamente va reduciéndose la frecuencia, hasta llegar a una o dos
deposiciones diarias a partir del año de edad.

• Evolución de la micción en los primeros años.

El recién nacido realiza sólo 2 ó 4 micciones en el primer día. Poco a poco y


durante los primeros 12 meses ascenderá la frecuencia a un número de 15 ó
20 micciones diarias. A partir de entonces desciende lentamente este ritmo
hasta estabilizarse en las 6 u 8 veces al día a partir de los 2 años.

El reflejo de micción tiene particularidades respecto a su control según sea de


día o de noche. Durante el día, los niños de 1 año ya comienzan a ser
conscientes de las molestias que origina la distensión de la vejiga llena,
algunos incluso avisan pero apenas sin tiempo para ir al servicio. El acto reflejo
se sucede demasiado seguido de ese breve período consciente al que antes

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aludíamos. A los 2 años ya suele controlar este reflejo, aunque todavía tendrá
momentos de despiste y algún que otro desliz húmedo.

A los 3-4 años el niño tiene una madurez suficiente para que, salvo
excepciones, controle voluntariamente este asunto. Durante la noche el control
es más difícil y suele retardarse un poco más tiempo. Está comprobado que a
esas horas se produce una mayor cantidad de orina, debido en parte a que al
riñón afluye más cantidad de sangre que durante el día. Los músculos en
reposo precisan de menor cantidad, y si a esto añadimos una capacidad de
distensión vesical reducida unido todo ello a la existencia de un estado de
sueño profundo (no consciente) consideremos el porqué de la dificultad de
control (mojadas nocturnas). A los 3-4 años es normal que ya se controlen por
la noche.

• Enseñanza del control de esfínteres: consejos para el educador/a.

El control voluntario de los esfínteres comienza a ser posible a partir del 2º año
de edad. Antes es un poco acto reflejo sin apenas sensaciones previas. En la
medida en que éstas van siendo mayores, el niño puede percibirlas y
anticiparse a la situación acudiendo voluntariamente al servicio. Se suele
adquirir primero el control del esfínter anal y luego el uretral.

Hacia los 18 meses se puede comenzar la enseñanza del control de esfínteres,


aunque el control completo se alcanza entre los dos y los cuatro años de vida.
No obstante, estará capacitado para comenzar a aprender estos hábitos de
autocontrol cuando:

• Responda a una orden verbal sencilla


• Pueda retener la orina, al menos, durante una hora y media
• Pueda permanecer correctamente sentado en una silla durante un
tiempo no inferior a cinco minutos

Si el niño está maduro, comenzaremos primero por el entrenamiento del


esfínter anal, siguiendo las siguientes pautas:

• Pondremos al niño cuatro veces al día en su orinal.


• Tras un registro de sus hábitos, le pondremos en su orinal cada quince
minutos en torno a la hora en que tiende a evacuar (suele ser después
de las comidas debido al reflejo gastrocólico).
• Para que el niño no confunda el tiempo dedicado a estar en su orinal con
un momento del juego, nunca estará más de cinco minutos.
• Hemos de ayudarle a hacer consciente las ganas de orinar e invitarlo a
que vaya al cuarto de baño cuando le veamos entrecruzando las piernas
o cualquier otro gesto similar.
• Los fallos hay que aceptarlos con tranquilidad, mostrándonos
aparentemente desinteresados y no haremos comentarios.

En el control de esfínteres juega un importante papel el clima actitudinal y


psicológico de la familia. Son los momentos en los que más dosis de paciencia
necesitan los padres. Un refrán lo resume todo: "no por mucho madrugar se

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amanece más temprano". O lo que es lo mismo "tiempo al tiempo". Cada niño
lleva un ritmo particular en el proceso global de la maduración, hay que
observarlo y comprender la inserción en él del control de esfínteres.

• Retrasos en el control de esfínteres: enuresis y encopresis.

La enuresis es la incapacidad de controlar el esfínter urinario a partir de los 3


años por el día y de los 4 años por la noche, sin que exista transtorno orgánico,
ni sea la consecuencia de no haberle enseñado.

La encopresis es la incapacidad de controlar el esfínter anal a partir de los 3


años. Ésta suele presentarse en menos casos y menos persistentes que la
enuresis.

Las causas se pueden clasificar en dos grandes grupos:

• Causas orgánicas: afecciones de riñón, "espina bífida" (malformaciones


en la médula espinal). El diagnóstico corresponde al médico.
• Causas psicológicas: son las más corrientes. Por ejemplo: padres muy
exigentes en el control de esfínteres o, por el contrario, demasiado
permisivos. Orinarse suele ser una forma de llamar la atención de los
padres. Su diagnóstico y tratamiento corresponde al psicólogo.

Si la niña o niño logra controlar voluntariamente la orina y luego se produce una


falta de control (enuresis secundaria), debemos sospechar en causas
psicológicas e intentar relacionarlo con algún episodio reciente: nacimiento de
un hermano, inadaptación a la escuela, etc.

Es normal que los niños y niñas de 4, 5 e incluso más años, de forma


esporádica, tengan algún percance. En estos casos, es conveniente no darle
importancia al suceso y nunca ridiculizar lo ante los otros, ya sean adultos y
otros niños.

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Vocabulario

Crecimiento: hace referencia al aumento de masa corporal o incremento del


tamaño de la estructura física a consecuencia de la división celular.

Desarrollo: incluye aspectos de diferenciación de forma o función que incluyen


cambios emocionales y/o sociales producidos en relación con el medio
ambiente físico y social. Es la secuencia ordenada de cambios en la conducta
(cuantitativos y cualitativos) en las que se van integrando las estructuras tanto
psíquicas como biológicas con las habilidades que el individuo va aprendiendo.

Fontanelas: son porciones de tejido conjuntivo blando de forma triangular y


romboidea que se encuentran en los puntos donde contactan tres o más
huesos craneales. Nos encontramos con:

• 2 fontanelas centrales: mayor (situada en la parte anterior del cráneo) y


menor (situada en la parte posterior del cráneo).
• 4 fontanelas laterales: 2 esfenoidales (anteriores) y 2 mastoideas
(posteriores).

Las fontanelas menor (parte posterior) se endurece y osifica antes de los 2


meses de edad y la mayor (parte anterior) suele cerrar y osificar hacia los 14 ó
15 meses de edad. La palpación suave de las fontanellas por los profesionales
sanitarios se hace para la detección de enfermedades intracraneales o para
conocer el estado de hidratación del niño.

Genu Valgum: Cuando, en posición de piernas extendidas, las rodillas está


más juntas que los pies (><).

Lanugo: al nacer hay un vello llamado lanugo, que recubre la piel de la


cabeza. Esta especie de pelusilla irá cayendo en los siguientes días para dejar
paso a un cabello que suele ser más claro que en las edades posteriores.

Meconio: primera deposición del recién nacido que suele producirse en el día
siguiente al nacimiento. Es de color negruzco, con consistencia pegajosa y está
constituido por secreciones intestinales y otros productos ingeridos intraútero
con el líquido amniótico.

Mucina: mezcla de sustancias segregadas por diversos epitelios del


organismo. Aparece en la composición de las primeras salivas, favoreciendo la
digestión láctea. Con el tiempo va disminuyendo la cantidad de mucina, para
dar paso a una mayor proporción de ptialina.

Peso: es el indicador más conocido y constituye una de las principales


características del crecimiento infantil. Se expresa en kilogramos. Sus
variaciones son muy rápidas e importantes, por lo que su información hace
referencia sólo a la situación actual. Las variaciones individuales pueden ser
muy amplias dentro de la normalidad.

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Ptialina: sustancia que forma parte de la saliva y que inicia, en la boca, la
digestión del almidón.

Talla: es, junto con el peso, uno de los indicadores más importantes para
conocer y seguir el desarrollo infantil. Se expresa en centímetros. Es
importante que el crecimiento sea lo más continuo posible y sin interrupciones.

Vérnix caseosa: al nacer la piel del bebé aparece cubierta por una capa
blanquecina de consistencia sebácea llamada vérnix caseosa. Esta sustancia
grasa, que desaparece en unas horas, ha servido de protección a la piel
durante todo el tiempo que ha durado el embarazo, evitando así su maceración
y arrugamiento por el líquido amniótico en el que estaba sumergido.

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