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No es lo mismo ni es igual

OTRA VEZ EL SALARIO JUSTO


Pablo Mella
Instituto Filosófico Pedro F. Bonó

La discusión más importante que se ha verificado en el mes de abril en República Dominicana gira
en torno al ajuste salarial. El tema irrumpe como resultado lógico del “paquetazo fiscal” impuesto
por el gobierno a fines del año pasado para tapar el déficit fiscal sin afectar al propio partido. La
canasta básica de bienes y servicios ronda actualmente en los RD$ 27,000. En realidad, la discusión
salarial seguirá focalizando la atención de la opinión pública hasta que no se llegue a un equilibrio
que satisfaga mínimamente a empleadores y empleados.

Ahora bien, el tema del “salario justo” nos acompañará eternamente en nuestras búsquedas de
una sociedad más justa y solidaria. Podría decirse que los salarios normalmente son “injustos” y
que las demandas asociadas al “salario justo” no hacen otra cosa que instaurar un necesario
espacio de negociación política.

En este artículo vamos a reflexionar en tres momentos acerca del tema. En un primer momento,
organizaremos los argumentos centrales de la doctrina social de la Iglesia acerca del salario justo.
En un segundo momento, haremos un breve recorrido histórico sobre la realidad salarial en
República Dominicana. En un tercer momento, se sugieren algunas pistas para seguir caminando.

1. El salario justo en la Doctrina Social de la Iglesia (DOSOI)

La reflexión ética sobre el salario justo es uno de los aspectos que separa a la DOSOI del
liberalismo económico. Ya León XIII la consideró una cuestión de mayor importancia; pero las
discusiones en torno al mismo ocuparon el foco de interés cuando la enseñanza social de la Iglesia
esclareció suficientemente cómo comprendía el sentido social de la propiedad.

La DOSOI nunca ha creído que la definición del salario se deba dejar al mero juego de las fuerzas
del mercado. Para la fijación del salario justo, se necesita la participación activa de las asociaciones
civiles, entre las que destacan los sindicatos. La DOSOI sugiere que no habrá salario justo sino
interactúan conflictivamente los grupos ciudadanos organizados. Naturalmente, esta simpatía por
la organización gremial no es ciega a la triste historia de la corrupción que acecha a cualquier
gremio. No se trata, por tanto, de postular un paraíso de la sociedad civil organizada como
contrapuesta al Estado. Hay que tomar en cuenta otros criterios en el establecimiento de un
salario justo.

El tema del salario justo fue abordado de manera explícita y sistemática en la encíclica
Quadragesimo Anno (Nn. 63-67; de ahora en adelante QA). La Encíclica resalta en primer lugar la
necesaria implicación de los obreros en el uso correcto del salario que ganan. Lógicamente, por
mejor que sea una situación salarial, el uso responsable del propio dinero no está garantizado.
Esta conciencia llevó a afirmar que el salario no es injusto en sí mismo, sino que está relacionado
con sus usos sociales. De paso, la DOSOI tomaba distancia de la interpretación comunista que
afirmaba que el salario era sinónimo de mecanismo de explotación. Puede decirse que la DOSOI
siempre ha creído que el salario es un medio aceptable para organizar las relaciones económicas
en búsqueda de mayor justicia.

En ese sentido, la DOSOI ofrece una serie de pistas que permitan regular convenientemente el
salario. La primera es un concepto nuevo de empresa. La QA sugiere nuevas formas asociativas
empresariales, donde la distinción entre patronos y obreros se vea difuminada. A esto llamó
“contrato de sociedad” y afirma haber conocido casos muy beneficiosos para las partes
contractuales. Esta asociación puede ser en el dominio de la empresa (las acciones) o en la
administración (parte gerencial), y está orientada a una distribución más equitativa de los
beneficios.

Una segunda pista es considerar diversos factores en el momento de fijar un salario. La encíclica
estima como errónea la idea de aplicar una “regla única” en el momento de fijar el salario. Admite
que la tarea es “dificilísima” y rechaza firmemente la “ligereza” del juicio en materia salarial.
Concretamente, declara como ligera la idea de que el salario solo debe fijarse en función de lo
producido por el trabajador, porque sería poner el capital sobre el trabajo.

Años más tarde, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, N. 302, sistematizaba la


enseñanza sobre el salario justo con estos términos:

La remuneración es el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones


laborales. El « salario justo es el fruto legítimo del trabajo»; comete una grave injusticia quien
lo niega o no lo da a su debido tiempo y en la justa proporción al trabajo realizado
(cf. Lv 19,13; Dt 24,14-15; St 5,4). El salario es el instrumento que permite al trabajador
acceder a los bienes de la tierra: « La remuneración del trabajo debe ser tal que permita al
hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo
presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la
empresa y el bien común ». El simple acuerdo entre el trabajador y el patrono acerca de la
remuneración, no basta para calificar de « justa » la remuneración acordada, porque ésta « no
debe ser en manera alguna insuficiente» para el sustento del trabajador: la justicia natural es
anterior y superior a la libertad del contrato.

2. El trasfondo histórico de la situación salarial dominicana en 2013

La realidad salarial se percibe mejor tomando en consideración lo que los economistas llaman
“poder de compra del salario mínimo”. Teniendo como referencia el poder adquisitivo real, se
puede afirmar que desde hace años la República Dominicana ha experimentado una
desvalorización sistemática del valor del trabajo de los más pobres. Un obrero de una gran
empresa dominicana podía comprar en 2012 solo el 74% de lo que podía comprar un obrero como
él en 1968. Las cosas son más graves en otros espacios: en las empresas medias, el poder de
compra bajó en el mismo período al 51%; en las pequeñas, al 45%. Y en las zonas francas, tantas
veces aplaudidas, descendió al 58%. Esta tendencia de la caída del “salario real” fue continua hasta
fines de los años 80 y después ha ido teniendo pequeñas subidas y bajadas; pero nunca una
mejoría sustancial.

La planificación económica del país ha sido perversa en ese sentido. Dicho en términos de la
DOSOI, se ha privilegiado el capital sobre el trabajo. Las grandes inversiones han garantizado sus
pingües ganancias manteniendo salarios deprimidos. Se puede decir que el gran crecimiento
económico de República Dominicana se ha cimentado sobre la base de salarios indignos.

En los años sesenta del siglo XX primó en República Dominicana un modelo económico de
industrialización que procuraba la sustitución de importaciones. Con el objetivo teórico de
proteger la “naciente industria nacional”, las políticas oficiales aprobaron salarios deprimidos y se
conformaron con un sistema de seguridad social muy precario. Durante los 12 años de Balaguer, el
salario mínimo se mantuvo en los 60 pesos mensuales. Solo al final de aquellos años de represión
subió el salario mínimo a 90 pesos mensuales. En cierta forma, la represión política era funcional
con el modelo económico basado en la “naciente industria nacional”. Otro recurso para
implementar el modelo fue una política de control de precios, sobre todo de los alimentos. Esa fue
la función política del INESPRE, que afectó la consolidación de un sistema social de distribución
alimentaria más equitativa y menos susceptible de clientelismo y robo. Entre sus efectos
colaterales, esta política de control de precios empobreció a los productores del campo, sobre
todo a los pequeños campesinos.

El modelo de sustitución de importaciones convivía con la antigua industria de exportación


centrada en la caña de azúcar. Por los empujes del capitalismo global, este modelo cedió paso en
la década de los 1980 al de zonas francas y turismo. Ello impidió el mejoramiento del salario,
aunque pareciera un buen recurso contra el desempleo. También afectó la conquista de derechos
laborales asociados a la seguridad social y ayudó a debilitar las luchas sindicales, las únicas que
han conseguido mejorías salariales para los pobres a lo largo de la historia. Puede decirse más: si
las zonas francas crecieron tanto fue por una política querida y aprobada de desplome salarial y de
empeoramiento de la dignidad del trabajador. La rentabilidad de las zonas francas a escala
mundial, todo el mundo lo sabe, se basa justamente en la depresión de los salarios. Este esquema
se profundizó en los años 90, cuando se multiplicó sobre todo el sector exportador de ropas y los
servicios hoteleros para el turismo internacional. Ahora se decía que los salarios (que no
empeoraron sustancialmente, pero para nada mejoraron) debían mantenerse bajos “para
garantizar la competitividad de la economía del país en el mundo globalizado”. Esto llevó a crear
un salario mínimo especial para las zonas francas, inferior al nacional. Como afirma el economista
Pavel Isa de manera magistral en el artículo que ha servido de base para este recorrido histórico,
“el funcionamiento de la economía cayó en una trampa en la que el éxito económico dependía del
fracaso social”.

3. El escenario presente
Bajo este trasfondo histórico, se entiende por qué las luchas más recientes por salarios mínimos
más dignos han sido infructuosas. Prácticamente, lo que han hecho es corregir la inflación. Es
decir, en términos reales no ha habido un verdadero aumento salarial en los últimos años. A lo
más, se ha compensado una parte del poder de compra perdido. Esta tendencia debe ser
revertida. El punto es cómo. En este sentido van dos consideraciones finales.

En primer lugar, resulta importante hacer una política económica sostenida por varios años
orientada a mejorar el salario mínimo real. Una manera sería hacer aumentos sistemáticos todos
los años, un poco superiores a la inflación. De esta manera, las empresas o instituciones pueden
planificarse con tiempo, haciendo los ajustes presupuestarios necesarios para dignificar a las
personas trabajadoras y su trabajo. Esta medida podría engendrar un círculo virtuoso,
expandiendo los mercados. Más gente con más capacidad de compra aumentará la demanda y en
principio exigirá mayor actividad productiva o comercial.

En segundo lugar, y como consecuencia del primero, debe de darse una profunda transformación
cultural en el mundo laboral dominicano. Las empresas tendrán que hacerse más eficientes; los
dueños o empleadores más atentos a la vida real de sus empleados; y los empleados deberán
trabajar con más disciplina y conocimiento de lo que tienen entre manos. Por eso, el aumento de
salario en realidad exige una transformación de la política laboral, lo que puede hacer pensar,
entre otras cosas, en la constitución de un Ministerio del Trabajo y de Políticas Sociales que nos
saque de las políticas asistencialistas que promueven el Banco Mundial o el Banco Interamericano
de Desarrollo.

Solo queda una pregunta para la acción: ¿quiénes son los responsables de dar los primeros pasos
en esta dirección? He aquí otro horizonte de lucha para el movimiento social dominicano más
organizado, una vez se consiga la justicia fiscal. El primer escenario es convertir el Comité Nacional
de Salarios en un verdadero espacio plural y democrático, donde se oiga la voz de los más pobres.

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