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Conferencia para una cultura de la solidaridad en economía

Comienzo con una frase del Concilio Vaticano II: los cristianos deben ejercer todas sus
actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional,
científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la
gloria de Dios.

Particularmente me referiré al tema de cómo tienen que conjugar los principios cristianos
con su actividad económica. No se pretende que cambien la política económica de un país, pero si
se puede hacer la diferencia a nivel de la familia y empresas familiares. De hecho la palabra
economía hace referencia al manejo de los bienes materiales dentro de la casa. Economía viene del
griego οἴκος: casa y νόμος: ley, regulación, orden. Por eso, este cambio cultural tiene comenzar en
la casa.

Hoy hay una mentalidad económica reinante que no es cristiana sino capitalista o
economicista. Vivimos en una sociedad muy materialista. Muchas veces nosotros pensamos y
actuamos de ese modo, porque no hemos ni vivido ni escuchado otra cosa. La escuela desde fines
del s. XIX ha estado impregnando el espíritu argentino de un sentido mercantilista de la vida. Así,
se instruye en la escuela sobre todo para el trabajo haciendo un desprecio de las disciplinas
humanísticas.

Consciente o inconscientemente esto motiva nuestra relación con el dinero y las riquezas. A tal
punto hemos sido moldeados en este espíritu, que miramos o juzgamos ciertos principios éticos
cristianos como ingenuos y anti económicos. Y es todo lo contrario. Como decía el gran economista
católico Hienrich Pesch, sacerdote jesuita, el primero en hacer un tratado sistemático de economía
bajo una mirada católica, gran influyente en las encíclicas sociales: “no hay mejor cimientos para el
bienestar material de una nación, que el cristianismo cuando es puesto actualmente en práctica.”1

Una cosa tenemos que saber: no se puede ser cristiano y capitalista. Es preciso conocer su
esencia para no dejarse guiar por ella sino por el espíritu cristiano. Frecuentemente se condena el

1 Citado en la introducción como acápite de la edición en inglés de Hienrich Pesch, Ethics and the National Economy,(
2

marxismo pero no se hace la misma condena del capitalismo, tan funesto como el primero. De
hecho como dice Juan Pablo II: “El socialismo es un capitalismo de Estado”2.

Además, parece que la condena del capitalismo ha sido algo exclusivo del marxismo. El
magisterio social reciente ha sido muy crítico del capitalismo o la “idolatría del mercado”, como lo
llama San Juan Pablo II3.

Dividiré la charla en dos grandes puntos

1- Que es la mentalidad capitalista


2- Cuál debe ser el espíritu cristiano en el manejo de los asuntos económicos.

1- El espíritu capitalista
a- Un poco de filosofía

Para entender el problema económico y sus posibles soluciones no solo hay que ser técnico sino
también algo teólogo y filósofo pues ambas ciencias tienen como objeto la realidad como una
totalidad en la cual tiene que ser integrada la actividad económica.

Las ciencias de observación, como es la economía, nos dicen cómo funcionan las cosas pero no
nos pueden decir su naturaleza y finalidad. Decía Marcel de Corte: “La filosofía es el único medio
para resolver el problema planteado por la economía que es, hoy, el problema del hombre mismo,
de su ser y de su destino”4.

El hombre es el centro de la economía. Hay que ver la esencia del hombre y sus fines naturales
y sobrenaturales. Magníficamente lo ha desarrollado el P. Julio Meinvielle en su tesis de las cuatro
2 Juan Pablo II, Centesimus annus, 35.
3 Juan Pablo II, Centesimus annus, 40: “existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus
mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se
deben vender o comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre otras cosas, a utilizar
mejor los recursos; favorecen el intercambio de los productos y, sobre todo, dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de la
persona, que, en el contrato, se confrontan con las de otras personas. No obstante, conllevan el riesgo de una «idolatría» del mercado,
que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías.
Otros muchos hombres, aun no estando marginados del todo, viven en ambientes donde la lucha por lo necesario es absolutamente
prioritaria y donde están vigentes todavía las reglas del capitalismo primitivo, junto con una despiadada situación que no tiene nada
que envidiar a la de los momentos más oscuros de la primera fase de industrialización. En otros casos sigue siendo la tierra el
elemento principal del proceso económico, con lo cual quienes la cultivan, al ser excluidos de su propiedad, se ven reducidos a
condiciones de semiesclavitud. Ante estos casos, se puede hablar hoy día, como en tiempos de la Rerum novarum, de una explotación
inhumana. A pesar de los grandes cambios acaecidos en las sociedades más avanzadas, las carencias humanas del capitalismo, con el
consiguiente dominio de las cosas sobre los hombres, están lejos de haber desaparecido; es más, para los pobres, a la falta de bienes
materiales se ha añadido la del saber y de conocimientos, que les impide salir del estado de humillante dependencia. (Idem, 33)
4 MARCEL DE CORTE, Humanismo económico, (Buenos Aires, Forum, 1975), 22.
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formalidades-- Muchos de ustedes lo han escuchado hasta el cansancio. Sin embargo, es como el
Principio y Fundamento, en términos ignacianos, de todo aquel que quiera analizar y dar soluciones
a cualquier problema de orden político, económico o social, cultural o educativo.

En el hombre, conflicto de potencia pura y de acto puro, coexisten desde la Redención, cuatro
formalidades fundamentales que explican las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural. En efecto,
el hombre es algo, es una cosa. El hombre es animal, es un ser sensible que sigue el bien deleitable.
El hombre es un ser racional que se guía por el bien honesto. Y por encima de estas tres
formalidades el hombre participando de la esencia divina, está llamado a la vida en comunidad con
Dios. Existen, pues en el hombre cuatro formalidades esenciales:
La formalidad sobrenatural o divina.
La formalidad humana o racional.
La formalidad animal o sensitiva.
La formalidad de realidad, de cosa.
En un hombre normalmente constituido (digamos también en una cultura normal), estas cuatro
formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad de
dinamismo. Y así el hombre es algo para sentir como animal; siente como animal para razonar y
entender como hombre; razona y entiende como hombre, para amar a Dios como Dios. O sea: la
formalidad de realidad que hay en él debe estar subordinada a su función de animal; la de animal a
su función de hombre; la de hombre, a la sobrenatural.5.

Si estas cuatro formalidades constitutivas del hombre son proyectadas socialmente, se tienen cuatro
funciones sociales bien caracterizadas:

A la formalidad de realidad responde la función económica de ejecución –trabajo, obrero- que


procura el bien de pura existencia.

A la formalidad de animal responde la función económica de dirección, capital, burguesía- que


procura el bien económico.

A la formalidad de hombre responde la función política que procura el bien virtuoso de la sociedad.

A la formalidad de dios responde la función religiosa –sacerdocio- que procura el bien teológico6.

5 JULIO MEINVIELLE, El comunismo en la revolución anticristiana..., 51.


6 JULIO MEINVIELLE, Un juicio católico…, 13-14.
4

Este es un orden normal y jerárquico de los bienes. Sin embargo, el Capitalismo invierte este
orden de cosas y pone lo que es medio como fin y el fin como instrumento. Específicamente hace
de las riquezas el fin de sus actividades. Por eso ese espíritu hace incluso de las profesiones más
nobles, un instrumento para la ganancia material.

Cuando hablamos de capitalismo podemos entender dos cosas: las estructuras o formas externas
y el espíritu que imprime a las mismas. Aquí nos interesa más hablar sobre el espíritu capitalista,
pues, podemos usar de muchas instituciones más de una economía capitalista pero sin ese espíritu.
El p. Julio Meinvielle hace un análisis del hecho económico desde el punto de vista metafísico
distinguiendo entre la materia y la forma de la economía: “En ella, la máquina, el crédito, el inter-
cambio mundial de productos, p. ej., es como la materia del edificio económico, y la conformación que
se da a estos elementos es como la forma. Si a estos elementos se les imprimiese una conformación
distinta, si se los determinase con otra forma, podría surgir también una economía distinta. Por esto, lo
interesante para el conocimiento de una construcción económica es la determinación de aquel principio
formal que constituye como su alma”7.

Podemos definir el espíritu capitalista o espíritu economicista como una compleja actitud
interna, consciente o subconsciente, por la cual un hombre actúa de una manera determinada en
sus asuntos económicos8. O más específicamente como dice Calderón Bouchet: “el hombre esta
espiritualmente orientado por una sobrevaloración de lo económico, que impone un sello
deformante a las otras actividades del espíritu”. Julio Meinvielle: “el capitalismo es un sistema
económico que busca el acrecentamiento ilimitado de la ganancia por la aplicación de leyes económicas
mecánicas”9.

En la edad cristiana cuando la filosofía del evangelio impregnaba toda la cultura los valores
económicos estaban subordinados a otros más altos, como el religioso, político, moral y social.
Incluso en la época clásica los valores sociales eran más altos, como sucedió en Grecia y Roma.

El capitalismo es un fenómeno típicamente moderno. Esto ha sido un proceso que ha llevado


siglos. Los fenómenos culturales no se arraigan de un día para otro sino que van decantando por la

7 Julio Meinvielle, Concepción católica de la economía, (Buenos Aires, Cursos de Cultura Católica, 1936), pag 3.
8 Amintore Fanfani,
9 Julio Meinvielle, Concepción católica de la economía…,(pag 5).
5

acción continua de hombres e instituciones a lo largo del tiempo. Se puede establecer el comienzo
en el s. XIV dentro de la cristiandad en decadencia. .

Vamos a ver brevemente ciertas características esenciales de ese espíritu capitalista y como se
fue afirmando en nuestra cultura. Sigo el libro sobre este tema de Amintore Fanfani, Catolicismo,
Protestantismo y Capitalismo. Realmente un excelente estudio sobre la génesis y el desarrollo del
capitalismo en occidente.

¿Cuáles son esos rasgos esenciales?

El espíritu capitalista es individualista. Rechaza cualquier norma o ley que le dé a su quehacer


económico un sentido social. Considera la económica como absolutamente autónoma de la política
y la religión.

El espíritu capitalista invierte el fin de la economía. El fin de la economía es el consumidor,


pero el capitalismo lo tuerce hacia la ganancia del productor10. Entonces se manipula al consumidor
para mayor beneficio del productor. El precio de las cosas no es por los costos del material y el
trabajo sino que es por la estimación de la gente. Cuantas veces uno tiene que esconder la necesidad
de un bien para que el vendedor no le suba el precio. Y eso por muchos católicos es visto como
normal. No es así. Eso es espíritu capitalista, que busca enriquecerse a costa de la necesidad del
prójimo.

El espíritu capitalista tiene un sentido utilitario y de eficiencia económica de todas las


realidades. Aplica su razón y prudencia casi exclusivamente para rendir al máximo los bienes
económicos. Ve las realidades no como objeto a contemplar sino a utilizar. Es una visión
demiurgica del mundo.

10La Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la empresa. Cuando una empresa da
beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas
han sido satisfechas debidamente. Sin embargo, los beneficios no son el único índice de las condiciones de la empresa. Es posible
que los balances económicos sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la
empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible, esto no puede menos de tener reflejos
negativos para el futuro, hasta para la eficiencia económica de la empresa. En efecto, finalidad de la empresa no es simplemente la
producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras,
buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera. Los
beneficios son un elemento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; junto con ellos hay que considerar otros factores
humanos y morales que, a largo plazo, son por lo menos igualmente esenciales para la vida de la empresa. (Juan Pablo II, Centesimus
annus, 35)
6

El espíritu capitalista divorcia la moral de la economía. Solo practica una moral burguesa o
ciertas reglas de juego meramente individualistas, negativas o de tinte legalistas. Reduce las
relaciones a meros contratos y que muchas veces son violentos a pesar de la anuencia de la parte
más débil.

Bien, estos son los rasgos principales del espíritu capitalista. Pero veamos ahora como fue el
proceso por el cual los criterios cristianos fueron desapareciendo y primando los criterios
economicistas. Es un fenómeno complejo como resultado de varias causas o disposiciones de tipo
religioso, político, filosófico, económico.

El espíritu del capitalismo se fue forjando por más de diez siglos, desde el siglo IX al XVIII y
en el curso de estos siglos paso de una tímida y esporádica manifestación en casos aislados a un
firme establecimiento en casi toda la clase dirigente, en las doctrinas, en la sociedad y en todas las
instituciones sociales. El espíritu capitalista y el espíritu cristiano convivieron mucho siglos hasta
que este es este último es derrotado y expulsado de la cultura al final del s. XVIII. Allí triunfaría el
espíritu capitalista y se haría dueño del Estado.

Poco a poco el capitalista buscó romper las barreras civiles y eclesiásticas que impedían su
deseo ilimitado de riquezas. Para comenzar, adaptaron las viejas instituciones como la política y la
religión para que sirvieran a los fines capitalistas11.

Se atacó las instituciones pre-capitalistas, especialmente los gremios. Debilitados durante tres
siglos del XV al XVIII desaparecieron totalmente con la ley de Chapellier en 1790. Así por
ejemplo, llevados por ese espíritu individualista las fábricas buscaron instalarse en lugares que no
fueran regulados por las normas de las corporaciones o gremios, ya no en la ciudad sino en lugares
del campo. Los más audaces se instalaban con sus factorías en colonias donde no fueran regulados
por una sociedad y culturas que sancionaban tal actuación12. Esto se vio en las Indias.

11 Un caso emblemático es el de Jacques Coeur (1393-1456) un mercader con flota propia que busco el apoyo del rey de Francia para
sus propósitos e incluso la autoridad de la Iglesia en Nicolás V pidiendo licencia para comerciar con los infieles. También el
crecimiento de las compañías para que sirvieran a fines individuales.
12 Juan Pablo II, Centesimus annus, 36: “Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en un lugar y no en otro, en un

sector productivo en vez de otro, es siempre una opción moral y cultural. Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad
política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio
trabajo, está asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las
cualidades humanas de quien decide”.
7

El capitalista se aboco al estudio de la naturaleza más para dominarla que para contemplarla se
lanzó a perfeccionar los medios e instrumentos para obtener más riquezas de la tierra. Todas las
ciencias positivas estuvieron al servicio de la mayor producción. Se hizo realidad aquel lema de
Bacon: Saber es poder13.

El capitalista introdujo la propaganda de sus productos. El criterio comercial no es la


satisfacción de las necesidades del consumidor sino de la venta de los productos para adquirir las
ganancias más conspicuas, aun cuando las necesidades fueran satisfechas o lo que se ofrece alienta
las pasiones y la inmoralidad14.

Se abolieron los precios convenidos como también las obligaciones de respetar los días de
fiesta.

Se usaron los mínimos medios en el trabajo para el mayor rendimiento económico. Se bajó la
calidad de los productos para la competencia15. Se redujo la paga al mínimo y se aumentaron las
horas. Se revitalizo la esclavitud sobre todo en las colonias.

Se produjo un cambio en el taller. El dueño había sido antes cabeza de los trabajadores; el
maestro, poco a poco se convirtió en manager y su trabajo consistió más y más en coordinar y
supervisar y asumió el rol de empleador de fuerza laboral.

Cuando vieron que era una necesidad la de producir muchos productos sin ser demandados,
tuvieron que enfrentar el tema del mercado que debía ser capturado. El capitalista tenía que crear
una necesidad en el mercado virgen o competir en un mercado que ya había sido ganado por otro.

13 Benedicto XVI, Spe Salvi, 17: “para Bacon está claro que los descubrimientos y las invenciones apenas iniciadas son sólo un
comienzo; que gracias a la sinergia entre ciencia y praxis se seguirán descubrimientos totalmente nuevos, surgirá un mundo
totalmente nuevo, el reino del hombre”.
14 Juan Pablo II, Centesimus annus, 36: La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo en sí

legítimo; sin embargo hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y peligros anejos a esta fase histórica. En el mundo,
donde surgen y se delimitan nuevas necesidades, se da siempre una concepción más o menos adecuada del hombre y de su verdadero
bien. A través de las opciones de producción y de consumo se pone de manifiesto una determinada cultura, como concepción global
de la vida. De ahí nace el fenómeno del consumismo. Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para su satisfacción, es
necesario dejarse guiar por una imagen integral del hombre, que respete todas las dimensiones de su ser y que subordine las
materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente a sus instintos, prescindiendo en uno u
otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y
con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física y espiritual.
15 Juan Pablo III, centesismus annus, 36: “hoy el problema no es sólo ofrecer una cantidad de bienes suficientes, sino el de responder

a un demanda de calidad: calidad de la mercancía que se produce y se consume; calidad de los servicios que se disfrutan; calidad del
ambiente y de la vida en general.
8

A la par del desarrollo de estos medios se llevó a cabo una revolución cultural para que el nuevo
espíritu no encontrar ningún obstáculo, particularmente, la filosofía católica que subordina los fines
de la economía a la política y los fines personales a los del bien común de la sociedad. Por lo tanto,
las teorías fueron usadas para su servicio ahora, para justificarla, ahora para exaltarla, ahora para
propagarla, ahora para perfeccionarla.

La Reforma sobre todo en Inglaterra fue un factor de refuerzo del capitalismo en cuanto que por
las expropiaciones a la Iglesia de ciertos príncipes e interesados produjo una gran concentración de
dinero. De allí, que ese Inglaterra sería un adalid del nuevo espíritu y formas capitalistas.

Después que se dominó la cultura quedaba el Estado. El Estado fue el último instrumento social
para ser modificado. Esto acontece en el s. XVIII. El Capitalista buscó en sustancia que el Estado
respondiera a sus fines y no a los fines de la edad pre-capitalista y que cada individuo buscara su
fin. Así se empezó a dar a los individuos la conciencia de que ellos eran los que gobernaban sus
destinos. El cumplimiento del ideal capitalista llego con el parlamentarismo.

El capitalismo recibió un considerable empuje del Estado en varios campos. El Estado


Absoluto, motivo la expansión accidentalmente, como fue la centralización, la unificación de la
lengua, la centralización de la legislación.

Pero directamente los gobiernos dieron ventajas monopólicas o subsidios. Así, los monarcas
absolutos en el periodo inicial del capitalismo pusieron mano de obra barata a favor de los
capitalistas. Carlos VII le dio Jaques Coeur, un comerciante, el privilegio de presionar a los
vagabundos y ociosos a servir en sus barcos. El rey de Prusia puso a trabajar a los huérfanos en
hacer terciopelo. Prusia y Austria pusieron a los soldados a trabajar para las industrias.

Por las necesidades de defensa promovieron una industria armamentista sin precedente. Cuando
las compañías privadas aparecían inadecuadas, el Estado suplió por todas las necesidades como fue
el Estado Pruso-Ruso. Cuando tuvieron que ordenar a las empresas privadas hicieron grandes
fortunas. Esta industria de la guerra moderna trajo una gran ventaja a los capitalistas. El capitalismo
se ha opuesto a la guerra mientras es una interrupción para el comercio y destrucción del balance
internacional, pero no se ha opuesto a los armamentos que permite la persistencia de una gran
demanda en el mercado y garantiza a esta demanda una cierta estabilidad.
9

El siglo XIX particularmente ratifico el materialismo por muchas vertientes tales como el
positivismo de Comte, el materialismo de Marx, el evolucionismo de Darwin y Splenger. En el
plano religioso se da la aparición del modernismo como una suerte de “religión burguesa”.

Finalmente, las teorías económicas vigentes tanto liberales como marxistas surgieron en este
periodo. Adam Smith, Karl Marx, David Ricardo y tantos otros.

De modo que ese espíritu economicista penetro en todos los niveles de la sociedad produciendo
instituciones y formas externas que a su vez lo reforzaban.

Por eso podemos decir que nuestra cultura está impregnada de ese espíritu y nosotros también.
Pongo algunos ejemplos:

- Visión capitalista al elegir la propia carrera. Se elige por el provecho y por el estatus
social y no por motivos sociales para el bien común y menos que hablar para el mejor camino
para la gloria del Dios y la salvación de las almas.
- Visión capitalista en la educación de los hijos. Se eligen los colegios no por sus
valores humanos y espirituales sino por sus herramientas que harán de sus hijos no buscadores
del Reino y su justicia, sino de las añadiduras, es decir, el éxito material y mundano.
- Visión capitalista al llevar los negocios. Se busca no las necesidades humanas, no los
caprichos sino se aprovecha de la debilidad humana. Se especula. En definitiva el cliente, el
consumidor es un instrumento para mi enriquecimiento.

Tanto daño y sigue haciendo. Ha transformado la sociedad en un gran mercado y no en


relaciones humanas. Dice Benedicto XVI: “En efecto, si el mercado se rige únicamente por el
principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la
cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas internas de solidaridad y de
confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica16.

2. El espíritu cristiano en los asuntos económicos

16 Caritas in veritate, 35.


10

Juan Pablo II afirmaba que hoy el problema del desarrollo de los pueblos no tiene causas
meramente económicas o políticas sino más profundo, son de orden ético-moral. Dos son las
actitudes: el afán de ganancia exclusiva y la sed de poder. Hay una necesidad urgente de un cambio
en las actitudes espirituales que definen las relaciones de cada hombre consigo mismo, con el
prójimo, con las comunidades humanas.

Un cambio en la actitud espiritual, dice el papa. Es lo que me quiero referir ahora. Pueden
ser utilizadas muchas de estas estructuras que si bien han sido desarrolladas en el capitalismo,
tienen que ser penetradas con otro espíritu. Dice el Papa: “Es verdad que el mercado puede
orientarse en sentido negativo, pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que
lo guía en este sentido”.

¿Cuál es esa actitud espiritual? Benedicto XVI afirma: “El desarrollo económico, social y
político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como
expresión de fraternidad.

Hay tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil. Juan Pablo II consideró que la
sociedad civil era el ámbito más apropiado para una economía de la gratuidad y de la fraternidad,
sin negarla en los otros dos ámbitos.

Benedicto XVI: “El binomio exclusivo mercado-Estado corroe la sociabilidad, mientras que
las formas de economía solidaria, que encuentran su mejor terreno en la sociedad civil aunque no se
reducen a ella, crean sociabilidad. El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no
se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el mercado como la política tienen necesidad de
personas abiertas al don recíproco”.

Es la virtud de la liberalidad. Esta virtud ya la estudio Aristóteles 400 años a. C.; en los
siglos cristianos San Ambrosio y Santo Tomas agregando la palabra de Dios trataron el tema del
uso cristiano de las riquezas.

Los antiguos llamaban esta virtud liberalidad o largueza. Liberalidad porque nos libera del
amor esclavizante del dinero. Un vicio que tiene un placer no carnal ni sensual sino espiritual. El
11

avaro se goza en tener más y más y no en usar de ellas. Se llama también largueza, porque hace que
uno “largue”, se desprenda fácilmente del dinero y de las riquezas materiales.

Hay dos usos del dinero; uno es el uso prudente para los gastos y necesidades propias. A
esto uno está inclinado naturalmente a gastarlo así; pero hay otro buen uso del dinero y que muchas
veces no lo tenemos en cuenta, y este es virtud: es estar pronto a dar dinero para cubrir necesidades
del prójimo.

Parecería que hay que ser rico para ello, pues ellos tienen abundancia y pueden dar. Sin
embargo, santo Tomas dice que hasta un pobre puede practicar la virtud de la liberalidad, dando de
lo poco que tiene a otro que más lo necesita. La liberalidad no consiste en la cantidad de lo dado,
sino la disposición del donante. San Ambrosio dice que es el afecto el que hace rica o pobre la
donación, y el que pone el valor a las cosas.

Decía Santo Tomas no es de las virtudes más altas, pero tiene una belleza especial y hace
amable a la persona. Es amable porque es muy útil a los demás. Santo Tomas dice que después de
las virtudes del heroísmo por la que los hombres dan sin mezquindad su vida por la sociedad, se
encuentra los generosos que da los bienes para las necesidades del prójimo. Muestra el liberal esa
faceta divina de la providencia de que hace salir el sol sobre todos.

San Ambrosio decía que la sociedad la idea de sociedad importa dos partes: la justicia y la
beneficencia, que se llaman también liberalidad y benignidad. En este sentido está asociada con la
justicia. Justicia se entiende que hay un débito. Pero no es un debito legal, sino moral en el caso de
la liberalidad. Es un deber moral ayudar al hermano que lo necesita. No es una ayuda filantrópica,
que se destina una parte para los pobres y a veces con un sentido capitalista: exención de impuestos
o descargo de la conciencia.

Para prepararse a esa virtud es necesario hacer un paso previo: meditar en cuanto Dios me
ha dado y me sigue dando. San Pablo afirma: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Entonces sigue
el consejo de San Pablo: Recibiste gratuitamente, da gratuitamente.

Sin embargo, como Benedicto XVI en su encíclica sobre la doctrina social afirmaba: La
gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a
12

una visión de la existencia que antepone a todo, la productividad y la utilidad… A veces, el hombre
moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad.

Por eso, San Tomas gran psicólogo advertía que aquellos que son conscientes y tienen
experiencia de haber recibido gratuitamente en herencia, son más propensos a dar, aunque también
a dilapidar las herencias. Pero por otro lado, el que ha puesto esfuerzo y trabajo en las cosas que ha
conseguido, si bien es loable el esfuerzo puede caer en el otro peligro de amar tanto eso que le ha
costado que se resista sobremanera darlo a los demás. Para que no pase eso, el que ha hecho las
cosas con esfuerzo, piense cuantas de esas son regaladas.

Cristo afirmaba que era difícil para un rico entrar en el reino de los cielos, pero un rico con
pobreza de espíritu puede alcanzar la santidad. Ciertamente que es más difícil, pues surge el amor al
dinero, pero ese amor puede ser superado y amar a los hombres con el dinero. San Ambrosio decía:
Dios da a algunos sobreabundancia de riquezas para que adquieran el mérito de una buena
distribución. Tener esa posibilidad de hacer el bien. Incluso los paganos tenían conciencia de que el
dinero es para adquirir bienes espirituales más altos. El poeta griego Focilides decía: “Cuando
hayas ganado bastante dinero, practica la virtud” 17.

Esa distribución requiere prudencia y más prudencia que el guardarla. Usarla


convenientemente para el bien de los más necesitados. No solo sentarse para pensar en que puedo
hacer rendir más lo que tengo, sino sentarme a ver en que puedo usar estos bienes que tengo para
adquirir ese mérito para la vida eterna. Juan Pablo II: “la opción de invertir en un lugar y no en otro,
en un sector productivo en vez de otro, es siempre una opción moral y cultural. Dadas ciertas
condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de
invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está asimismo
determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra
las cualidades humanas de quien decide”.

Esta distribución no es el colectivismo socialista que suprime la propiedad privada y reparte


todo con poco criterio. La propiedad privada en la moral social católica tiene una dimensión social.
Se administra mejor cuando hay dominio y responsabilidad. Pero esos bienes privados tienen una

17 Citado por Platón, República III, 407a.


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función social. El catecismo dice: “El hombre, al servirse de los bienes privados, debe considerar
las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el
sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás”.

Esto es lo que entiende el liberal. Como dice Aristóteles: el liberal cuida y acrecienta los
propios bienes buscando con ellos abastecer a otros.

El catolicismo es el único que ha logrado mantener en armonía algo que el socialismo y el


capitalismo llevan a tensión: el uso común de los bienes y la propiedad privada. Chesterton decía:
“el Cristianismo tiene un místico talento para combinar entre sí defectos que parecen
incombinables”18.

Bien, este es un tema que siempre tenemos que reflexionar y enseñar a las nuevas
generaciones. El papa decía el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser
auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad.19

La sociedad necesita de estas personas. Benedicto XVI decía que el mundo moderno no solo
necesita la lógica del mercado para crecer sino también y sobre todo hoy la lógica de la gratuidad.

La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos; por tanto no se
la puede dejar solamente en manos del Estado

Requiere una conversión. Decía el Papa: tales « actitudes y estructuras de pecado »


solamente se vencen —con la ayuda de la gracia divina— mediante una actitud diametralmente
opuesta: la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a « perderse », en sentido evangélico,
por el otro en lugar de explotarlo, y a « servirlo » en lugar de oprimirlo para el propio provecho”.

Conclusión

18 Chesterton, Ortodoxia, (Méjico, Porrúa, 1998), pag 57


19 Idem, 34

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