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Sara de Ibañez
Poeta uruguaya
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Cuarteto
Jesús Ursagasti
Poeta boliviano
3
La rapidez de las nubes
Yves Bonnefoy
Poeta francés
En mi sueño de ayer
El grano de otros años ardía a fuego lento,
Sin calor, en el suelo embaldosado.
Descalzos, lo apartaban nuestros pies como un agua límpida.
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Ciudad
Ángela Hernández
Poeta de Santo Domingo
5
Dos sueños
Gottfried Benn
Poeta alemán
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Aún todas sus lágrimas
Yevgueni Yevtuchenko
Escritor ruso
7
Certeza
Ahora que las raíces se alzan en la noche por encima de las aguas,
aguardo la flor que nunca pondrás en mi mano.
Y aun cuando he vuelto
a mirar aquel cajón repleto de botones rojos,
y la triste longitud de las agujas
y he vuelto a oír mi nombre apenas colocado en tu boca,
como una piedra apretada contra otra piedra,
a la expectativa del derrumbe.
Y me he aferrado con fuerza a la ventana
Y he buscado el faro,
Cuerda misteriosa en la desolación de los abismos.
Solo persiste la certeza de las olas,
Su perfecta sincronía
Y el resplandor de la tormenta,
Como un árbol de luz en medio de los campos,
Siempre sin pájaros ni frutos.
En verdad, también,
Que aun en la tempestad estamos solos.
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La habitación del suicida
Wislawa Szymborska
Poeta de Polonia
9
Moradas
Eugenio Montale
Poeta italiano
Busco en vano
el punto donde se movió
la sangre que te nutre,
infinito rechazarse de los círculos,
más allá del espacio
breve de los días humanos,
que te hice presente
en una congoja de agonías que no sabes, viva en un pútrido
pantano de astro abismado; y ahora
es linfa que dibuja tus manos,
te late en los pulsos inadvertida y el rostro te inflama o descolora.
También la red minuta de tus nervios recuerda un poco este su viaje
y si los ojos te descubro allí se consuma un fervor cubierto de un paso
borrascoso de espuma
que ora se espesa ora se rompe,
y tú lo sientes en los zumbidos
de las sienes desvanecer en tu vida
como se rompe a veces en el silencio
de una plaza amodorrada
un vuelo estrepitoso de palomas.
En ti converge, ignara,
una aureola de hilos,
y cierto, alguno de ellos
se parecían a los otros;
y hubo quien estremeció la tarde
recorrido por una cándida ala en fuga, y hubo quien vió larvas
vagabundas
donde otros faltantes chiquillas en enjambres, o separaciones, cuál
relámpago que derramas, en el sereno una arruga y el choque de las
palancas del mundo salidas de un desgarrón del azul la envolvió, lamentoso.
En ti me aparece una última corona
de ceniza ligera que no dura
pero desflecada se precipita. Querida, desquerida, es así tu
naturaleza.
Tocas el signo, tramontas. ¡Oh, el zumbido del arco que es disparado, el
surco que ara la oleada y se encierra! Y ahora sube
la última burbuja. La condena
es tal vez esta desvariante amarga
oscuridad que desciende sobre quien queda.
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Cansado del amargo reposo...
Stéphane Mallarmé
Poeta francés
Cansado del amargo reposo donde ofende mi pereza una gloria por la
que huí antaño
de la infancia adorable de los bosques de rosas bajo azul natural, cansado
siete veces
del exigente pacto de cavar por velada nueva fosa en la tierra frígida y
avarienta de mi propio cerebro,
de la esterilidad cruel sepulturero.
-¿Qué decirle a esta Aurora, oh Sueños, visitado por las rosas, con miedo de
las lívidas, cuando junte el extenso osario los vacuos agujeros?
Renunciar quiero al Arte voraz de un cruel país y sonriente para los caducos
reproches
que me hacen mis amigos, el pasado y el genio, y mi lámpara que conoce
mi agonía,
imitar al sutil chino de fino y límpido
corazón cuyo albo éxtasis está en pintar el fin, sobre tazas de nieve de una
arrobada luna,
de una flor peregrina que perfuma su vida transparente, la flor que sintió
cuando niño a la azul filigrana del alma injertándosele. Para la muerte
como solo sueño del sabio, sereno, escogeré un juvenil paisaje
que he de pintar aún, distraído, en las tazas.
Un pálido y delgado trazo de azul sería un lago, entre el cielo de nuda
porcelana, nítida media luna perdida en blanca nube
baña su quieto cuerno en las heladas aguas
no lejos de tres juncos, pestañas de esmeralda.
11
Nostalgia y soledad
12
Rosa mía, tu alma es un río...
Nâzim Hikmet
Poeta de Turquía
13
La infancia de Heberto Helder
En ese tiempo
me tumbaba en la tierra
para mirar las estrellas
y no pensaba
que esos cuerpos de fuego
pudiesen ser peligrosos.
En ese tiempo
marcaba la latitud de las estrellas
ordenando canicas
sobre la hierba.
Yo era un ángel
y escribía informes
precisos, acerca del silencio.
En ese tiempo
todavía era posible
encontrar a Dios
por los baldíos.
14
Nocturno miedo
Xavier Villaurrutria
Poeta mexicano
15
El espejo
William Ospina
Escritor colombiano
16
La blusa fatua
Vladimir Mayakovski
Poeta ruso
17
El velero lustroso de la muerte...
Vicente Gerbasi
Escritor venezolano
18
El adiós
Yves Bonnefoy
Poeta francés
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Señalaremos...
Tomás Segovia
Poeta español
Los sexos allí aportan sus armas sólo para deponerlas, pero el dios con su mirada nos
desarma desde más allá, no desde más acá de la cólera. Todo lecho de amor viene de las
tormentas, y sólo al descender de esas sibilantes sábanas pisamos con un pie del todo
humano un suelo emocionante.
Quiera el dios que nunca intentemos haber ganado antes de haber llegado a la batalla;
que en nuestro lecho la victoria misma excluya que haya un vencido; que ninguno de
nosotros dos olvide que el otro no es su igual, pero que la discordia salta más allá de sí
misma en esa lucha misteriosa en que abrasamos las desigualdades y aprendemos a
llamarnos con el nombre del otro.
21
Sólo mirar
Saúl Ibargoyen
Poeta uruguayo
23
Hoy no lució la estrella de tus ojos
Salvador Novo
Poeta mexicano
En ti mi soledad se reconcilia
para pensar en ti. Toda ha mudado
el sereno calor de tus miradas
en fervorosa madurez mi vida.
24
Bolero de Charles
Jorge Campero
Poeta boliviano
25
Ajedrez
I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
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Una especie de pérdida
Ingeborg Bachmnn
Poeta austriaco
27
Canción de la verdad sencilla
Julia de Burgos
Poeta de Puerto Rico
No es él el que me lleva?
Es mi vida que en su vida palpita.
Es la llamada tibia de mi alma
que se ha ido a cantar entre sus rimas.
Es la inquietud de viaje de mi espíritu
que ha encontrado en su rumbo eterna vía.
El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre entre las cimas;
manantial abrazando lluvia y tierra;
fundidos en un soplo ola y brisa;
blanca mano enlazando piedra y oro;
hora cósmica uniendo noche y día.
El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre en las heridas.
Uno mismo y por siempre en la conciencia.
Uno mismo y por siempre en la alegría.
No es él el que me lleva?
Es su vida que corre por la mía.
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El adiós
Bernard Noël
Poeta francés
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Cuarto poema secreto a Madelaine
Guillaume Apollinaire
Poeta italiano
32
La doliente quimera
Pedro Shimose
Poeta boliviano
Te miro
en la mentira de mis sueños
y te arrojo a mis
abismos.
33
Carta
Elvio Romero
Poeta paraguayo
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Grieta matinal
Álvaro Mutis
Escritor colombiano
Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la cálida tierra
donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria
y no permitas que se evada por distracción o engaño. Aprende a reconocerla hasta en sus
más breves
signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo varada en el lodo
del camino, el hollín en los arrabales,
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el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.
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