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1

No puedo cerrar mis puertas...

Sara de Ibañez
Poeta uruguaya

No puedo cerrar mis puertas


ni clausurar mis ventanas:
he de salir al camino
donde el mundo gira y clama,
he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.

He de salir a mirar mucha sangre está corriendo


cómo crece y se derrama por el ayer y el mañana,
sobre el planeta encogido y un gran ruido de torrente
la desatinada raza viene a golpear en el alba.
que quiebra su fuente y luego
llora la ausencia del agua. Salgo al camino y escucho,
salgo a ver la luz turbada;
He de salir a esperar un cruel resuello de ahogado
el turbión de las palabras sobre las bocas estalla,
que sobre la tierra cruza y contra el cielo impasible
y en flor los cantos arrasa, se pierde en nubes de escarcha.
he de salir a escuchar
el fuego entre nieve y zarza. Ni en el fondo de la noche
se detiene la ola amarga,
No puedo cerrar las puertas llena de niños que suben
ni clausurar las ventanas, con la sonrisa cortada,
el laúd en las rodillas ni en el fondo de la noche
y de esfinges rodeada, queda una paloma en calma.
puliendo azules respuestas
a sus preguntas en llamas. No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas.
Mucha sangre está corriendo A mi diestra mano el sueño
de las heridas cerradas, mueve una iracunda espada
y echa rodando a mis pies
una rosa mutilada.

Tengo los brazos caídos


convicta de sombra y nada;
un olvidado perfume
muerde mis manos extrañas,
pero no puedo cerrar
las puertas y las ventanas,
y he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.

2
Cuarteto

Jesús Ursagasti
Poeta boliviano

Desapareció con su cabellera negra


en la proa de un barco
eso es lo que recuerdo. Durante
mucho tiempo
en París
había escuchado a Schubert
lozano en su melancolía.
La vegetación dorada
del parque Luxemburgo
se introducía en el recuerdo.
Entraba
y salía de las librerías
desoyendo las melodías
de un orden desconocido.
El barco partió un día
llevándonos. Buenos Aires
con sus parques y sus arterias
en sueños reaparece
mientras Schubert y Mahler
dialogan
en una habitación oscura
de La Paz
consolados por la alquimia
conservados por el alquimista.

3
La rapidez de las nubes

Yves Bonnefoy
Poeta francés

La cama, la ventana cercana, el valle, el cielo,


La rapidez espléndida de esas nubes,
La súbita garra de la lluvia en los cristales
Como si la nada rubricase el mundo.

En mi sueño de ayer
El grano de otros años ardía a fuego lento,
Sin calor, en el suelo embaldosado.
Descalzos, lo apartaban nuestros pies como un agua límpida.

¡Oh amiga mía,


Qué distancia tan débil separaba nuestros cuerpos!
La hoja de la espada del tiempo que merodea
Hubiese allí buscado en vano lugar para vencer!

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.

4
Ciudad

Ángela Hernández
Poeta de Santo Domingo

Borracha la ciudad se levanta la falda


y muestra sin rubor sus laberintos:
vertederos inmensos del vacío,
ministerios atávicos de niebla,
iglesias resoplantes,
y sus cárceles.
Tocada en las sienes por el humo
violeta del delirio,
en crecimiento
cimbreante de caderas,
con el bello
furor del vértigo
desgarra
el tapiz vegetal del ciclo y de la forma…
Enfurece la ciudad
frente a los muros.
Retornan desde adentro los viajeros del olvido:
historias palpitantes de la herida iluminada.

Loca boca del abismo,


descubre la ciudad sus cadáveres ocultos.
Y en el rostro cobarde del espejo que pregunta,
estrella desde el fondo
un pájaro de sangre…

5
Dos sueños

Gottfried Benn
Poeta alemán

Dos sueños. El primero preguntaba:


¿cómo es tu rostro ahora?:
¿qué son tus labios? , decía,
¿o aquello a lo que osaste sollozando
a una luz de crepúsculo?

Más claro te veía el otro:


una rosa o un trébol,
tiernos, dulces -un maravilloso
antiquísimo conservador de mundos
de las formas de concha de la mar.

¿Va a llegar aún otro?


Estaría lleno de tristeza:
un sueño de la concha
que ha empezado a brillar,
la concha tomada de las aguas
y llevada a otro mar.

Versión de Eustaquio Barjau

6
Aún todas sus lágrimas

Yevgueni Yevtuchenko
Escritor ruso

El sauce no ha llorado aún todas sus


lágrimas. A su sombra, en la orilla me quedé
pensativo:
¿cómo hacer feliz a mi amada?
¿Es que acaso no pueda hacer más?

No le bastan los hijos, la abundancia,


lo poco que nos damos al cine, a los amigos.
Me necesita enteramente, sin reservas.
Mas, estoy hecho de sobras. Yo soy diamante en bruto.

Entregué mis hombros a las causas de nuestra


época, a toda su dura carga,
no dejé espacio a la ira de mi amada
y privé su llanto de mis brazos, de mi regazo.

Hoy, la amada ya no recibe flores de su


hombre. Arrugas, sí. Faenas domésticas.
El hombre engaña por placer, la
mujer traiciona por dolor.

¿Cómo puedo hacer feliz a mi amada?


¿Qué puedo ofrendarle esta noche
si la manzana que le da la vida
ya está rancia y agusanada?

¿Por qué a la bienamada se le ofende


tan sin razón como tan a menudo?
Cómo hacerla infeliz, todos sabemos.
De cómo hacerla feliz, no tenemos memoria.

Versión de Heberto Padilla

7
Certeza

Magdalena Camargo Lemieszek


Poeta panameña

Ahora que las raíces se alzan en la noche por encima de las aguas,
aguardo la flor que nunca pondrás en mi mano.
Y aun cuando he vuelto
a mirar aquel cajón repleto de botones rojos,
y la triste longitud de las agujas
y he vuelto a oír mi nombre apenas colocado en tu boca,
como una piedra apretada contra otra piedra,
a la expectativa del derrumbe.
Y me he aferrado con fuerza a la ventana
Y he buscado el faro,
Cuerda misteriosa en la desolación de los abismos.
Solo persiste la certeza de las olas,
Su perfecta sincronía
Y el resplandor de la tormenta,
Como un árbol de luz en medio de los campos,
Siempre sin pájaros ni frutos.

En verdad, también,
Que aun en la tempestad estamos solos.

Llueve, y se me antoja que tu amor es como un anillo


que resulta demasiado grande
o demasiado pequeño entre mis dedos.

8
La habitación del suicida

Wislawa Szymborska
Poeta de Polonia

Seguramente crees que la habitación estaba vacía.


Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?
Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.
No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.
Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.
Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

Traducciones de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia.

9
Moradas

Eugenio Montale
Poeta italiano

Busco en vano
el punto donde se movió
la sangre que te nutre,
infinito rechazarse de los círculos,
más allá del espacio
breve de los días humanos,
que te hice presente
en una congoja de agonías que no sabes, viva en un pútrido
pantano de astro abismado; y ahora
es linfa que dibuja tus manos,
te late en los pulsos inadvertida y el rostro te inflama o descolora.
También la red minuta de tus nervios recuerda un poco este su viaje
y si los ojos te descubro allí se consuma un fervor cubierto de un paso
borrascoso de espuma
que ora se espesa ora se rompe,
y tú lo sientes en los zumbidos
de las sienes desvanecer en tu vida
como se rompe a veces en el silencio
de una plaza amodorrada
un vuelo estrepitoso de palomas.
En ti converge, ignara,
una aureola de hilos,
y cierto, alguno de ellos
se parecían a los otros;
y hubo quien estremeció la tarde
recorrido por una cándida ala en fuga, y hubo quien vió larvas
vagabundas
donde otros faltantes chiquillas en enjambres, o separaciones, cuál
relámpago que derramas, en el sereno una arruga y el choque de las
palancas del mundo salidas de un desgarrón del azul la envolvió, lamentoso.
En ti me aparece una última corona
de ceniza ligera que no dura
pero desflecada se precipita. Querida, desquerida, es así tu
naturaleza.
Tocas el signo, tramontas. ¡Oh, el zumbido del arco que es disparado, el
surco que ara la oleada y se encierra! Y ahora sube
la última burbuja. La condena
es tal vez esta desvariante amarga
oscuridad que desciende sobre quien queda.

Traducción de Teódulo López Meléndez

10
Cansado del amargo reposo...

Stéphane Mallarmé
Poeta francés

Cansado del amargo reposo donde ofende mi pereza una gloria por la
que huí antaño
de la infancia adorable de los bosques de rosas bajo azul natural, cansado
siete veces
del exigente pacto de cavar por velada nueva fosa en la tierra frígida y
avarienta de mi propio cerebro,
de la esterilidad cruel sepulturero.
-¿Qué decirle a esta Aurora, oh Sueños, visitado por las rosas, con miedo de
las lívidas, cuando junte el extenso osario los vacuos agujeros?

Renunciar quiero al Arte voraz de un cruel país y sonriente para los caducos
reproches
que me hacen mis amigos, el pasado y el genio, y mi lámpara que conoce
mi agonía,
imitar al sutil chino de fino y límpido
corazón cuyo albo éxtasis está en pintar el fin, sobre tazas de nieve de una
arrobada luna,
de una flor peregrina que perfuma su vida transparente, la flor que sintió
cuando niño a la azul filigrana del alma injertándosele. Para la muerte
como solo sueño del sabio, sereno, escogeré un juvenil paisaje
que he de pintar aún, distraído, en las tazas.
Un pálido y delgado trazo de azul sería un lago, entre el cielo de nuda
porcelana, nítida media luna perdida en blanca nube
baña su quieto cuerno en las heladas aguas
no lejos de tres juncos, pestañas de esmeralda.

Traducción de Javier Sologuren

11
Nostalgia y soledad

Hilda Interiano de Payes


Poeta hondureña

Cuando cae la tarde,


Mi nostalgia se agudiza más…
Estás ausente y no quisiera pensar…
Cuando cae la tarde,
Una música dulce y tierna
Llega a mis oídos.
Estoy melancólica y triste…
Mi corazón siente tu lejanía.
Sobre las alas de la tarde
Comienzo mi vuelo,
Sin pensar… ni existir…
¿Volver a la realidad?
¿Para qué…?
tú no estás y yo… sigo muriendo
con la tarde que se va.
Las tinieblas de la noche
Me envuelven con su negro manto.
No hay luceros… No hay estrellas…
Sólo silencio y soledad.
¿Sin ti? ¡Todo terminó!
¿Yo? He dejado de existir.

12
Rosa mía, tu alma es un río...

Nâzim Hikmet
Poeta de Turquía

Rosa mía, tu alma es un río


que corre entre altas montañas,
y desde las montañas hacia el valle,
hacia el valle, sin conseguir llegar hasta él,
sin conseguir llegar hasta el sueño de los sauces,
hasta el remanso bajo los grandes ojos del puente,
hasta los cañaverales y los patos de verde cabeza,
sin conseguir llegar hasta la blanda tristeza de la llanura
ni hasta los campos de trigo al claro de luna,
corre hacia el valle,
corre entre altas montañas,
arrastrando las nubes que se amontonan y dispersan,
las grandes estrellas y las noches,
las estrellas de las montañas
y los azules soles de las nevadas cumbres,
corre levantando espuma,
revolviendo en el fondo las piedras negras con las blancas,
corre con los peces que nadan contra corriente,
inquieto en los meandros,
cae encabritado en los precipicios
espantado del propio fragor,
corre entre altas montañas
y desde las montañas hacia el valle,
hacia el valle, persiguiéndolo,
sin conseguir llegar hasta él.

Versión de Fernando García Burillo

13
La infancia de Heberto Helder

José Tolentino Mendonça


Poeta portugués

En el principio fue la isla


aunque se diga
que el espíritu de Dios
abrazaba las aguas.

En ese tiempo
me tumbaba en la tierra
para mirar las estrellas
y no pensaba
que esos cuerpos de fuego
pudiesen ser peligrosos.

En ese tiempo
marcaba la latitud de las estrellas
ordenando canicas
sobre la hierba.

No sabía que un poema


es un tumulto
que puede estremecer el orden del universo.

Yo era un ángel
y escribía informes
precisos, acerca del silencio.

En ese tiempo
todavía era posible
encontrar a Dios
por los baldíos.

Esto fue antes


de aprender el álgebra.

Traducción de Uberto Stabile

14
Nocturno miedo

Xavier Villaurrutria
Poeta mexicano

Todo en la noche vive una duda secreta:


el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.
Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos
nada podemos contra la secreta ansiedad.
Y no basta cerrar los ojos en la sombra
ni hundirlos en el sueño para ya no mirar,
porque en la dura sombra y en la gruta del sueño
la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar.

Entonces, con el paso de un dormido despierto,


sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.
La noche vierte sobre nosotros su misterio,
y algo nos dice que morir es despertar.

¿Y quién entre las sombras de una calle desierta,


en el muro, lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?

El miedo de no ser sino un cuerpo vacío


que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar
y la angustia de verse fuera de sí viviendo
y la duda de ser o no ser realidad.

15
El espejo

William Ospina
Escritor colombiano

Una región del muro está hechizada.


Sólo el ojo lo sabe.
Un cristal incansable paso a paso repite
las rectas sombras que la tarde desplaza.

Terriblemente dócil, no desdeña


la vertical sinuosa de una hormiga extraviada
y al fondo de sus cámaras
también crecen las plantas.

A veces miro ese país extraño


cuyos hombres no tienen más lenguaje que el gesto,
ese país sin música.

Sé que no puedo ser ese hombre que me mira,


sé que a él no lo alcanzan el temor ni la idea.

Cuando la noche apaga las letras y los ángulos,


en su país de eclipses él no te ama.

16
La blusa fatua

Vladimir Mayakovski
Poeta ruso

Yo me haré pantalones negros,


del terciopelo de mi voz,
y una blusa amarilla,
de tres metros de atardecer,
y pasaré por la mundial avenida Nievski¹
por sus lustrosas veredas,
compadreando con paso fatuo de Don Juan.

Dejen que la tierra gima en descanso amujerado.


"¡Tú las primaveras verdes las vas a violar!"
Yo le diré al sol, mostrando los dientes:
-¡Sobre el asfalto liso, me gusta compadrear!

Será porque el cielo está muy celeste,


y la tierra, mi amante, está limpia y de fiesta,
yo les regalo mis versos alegres, como un bi-ba-bó,
necesarios y agudos como cepillo de dientes.

Mujeres amantes de mi carne,


y esa niña que fraternalmente me mira.
Cubridlo de sonrisas al poeta,
que yo las bordaré, cual flores,
en mi blusa,
amarilla,
de fatuo.

17
El velero lustroso de la muerte...

Vicente Gerbasi
Escritor venezolano

El velero lustroso de la muerte


pasea tu silencio por mis mares sombríos,
entre brillos de un agua negra en ondas,
donde cantan marinos de otro tiempo,
ahogados en la noche, rendidos a las algas
que transportan las sombras.
Y siempre vienes a mí desde el olvido,
aventurero terrestre de barbas seculares.
Tus zapatos aún suenan sobre los ladrillos
y sobre las arenas de bahías desiertas,
con baúles desenterrados y monedas,
y con rocas lejanas donde los astros caen,
donde avanzan temblando las auroras,
en medio de las sombras de los fríos,
y de pinos del mar,
y signos y colores espectrales,
y las sombras de madres de barqueros,
llamando entre sus paños y sus cabellos,
y sus voces confundidas,
y sus lágrimas perdiéndose en la arena,
y gaviotas en fila, volando hacia otro mundo,
hacia distancias cárdenas y negras,
hacia un día del misterio,
donde grita el hombre a su muerte.
Te sigue un perro grande,
el perro fiel y lento de nuestra lejanía.
En tu penumbra brillan barcas abandonadas.
Con las ráfagas gimen tus hondas soledades
y entre las algas tiembla el grave amanecer.
Te alejas en tu viaje como llovizna leve,
como el rumor del mar en los caracoles.
En mi soledad guardo tus hondas soledades.
De ti vienen los días
donando en las guitarras del olvido.
Por ti yo soy el hombre, el portador del fuego.
Por ti mi mano levanta el espejo que refleja la montaña.
Hacia mí venían tus huellas, tu fábula y tu clima,
y aún te veo llegar desde la muerte,
padre del remo, padre del pesado saco,
padre de la cólera y el canto.

18
El adiós

Yves Bonnefoy
Poeta francés

Hemos vuelto a nuestro origen.


Fue el lugar de la evidencia, aunque desgarrada.
Las ventanas mezclaban demasiadas luces,
Las escaleras trepaban demasiadas estrellas
Que son arcos que se hunden, escombros,
El fuego parecía arder en otro mundo.

Y ahora hay pájaros que vuelan de una habitación a la otra,


Los postigos se cayeron, la cama está cubierta de piedras,
La chimenea llena de restos del cielo que van a apagarse.
Allí, por las tardes, hablábamos casi en voz baja
Debido a los rumores de las bóvedas, allí, sin embargo,
Formábamos nuestros proyectos: pero una barca,
Cargada con piedras rojas, se alejaba
Irresistiblemente de una orilla, y el olvido
Depositaba ya su ceniza en los sueños
Que sin fin recomenzábamos, poblando con imágenes
El fuego que ardió hasta el último día.

¿Es cierto, amiga mía,


Que no hay más que una palabra para nombrar
En la lengua que llamamos poesía
El sol de la mañana y el de la tarde,
Una para el grito de alegría y el de angustia,
Una para el desierto río arriba y los golpes de hacha,
Una para la cama deshecha y el cielo tormentoso,
Una para el niño que nace y el dios muerto?

Sí, lo creo, quiero creerlo, pero ¿qué sombras


Son ésas que se llevan el espejo?
Y, mira, la zarza crece entre las piedras
En el camino de hierba aún apenas abierto
Por el que nuestros pasos iban hacia los jóvenes árboles.
Hoy me parece, aquí, que la palabra
Es el pesebre medio roto del que se escapa
En cada amanecer de lluvia el agua inútil.

La hierba y en la hierba el agua que brilla, como un río.


Todo está siempre a la espera de que una vez más se lo ate al mundo.
Sé que el paraíso está diseminado,
Es tarea terrestre el reconocer
Sus flores dispersas en la hierba pobre,
Pero el ángel ha desaparecido, una luz
19
Que no fue, de golpe, sino un sol poniente.

Y como Adán y Eva caminaremos


Por última vez en el jardín.
Como Adán el primer pesar, como Eva la primera
Osadía, querremos y no querremos
Pasar por la puerta baja que se entreabre
Allá a lo lejos, en la otra punta del ronzal, coloreada
Como auguralmente por un último rayo.
¿Se toma el porvenir en el origen
Como cabe el cielo en un cóncavo espejo?
¿Podremos recoger, de esa luz
Que fue de aquí el milagro,
En nuestras sombrías manos la simiente, para otros charcos
En el secreto de otros campos “cercados de piedras”?

Por cierto, está aquí el lugar para vencer, para vencernos,


El lugar de donde salimos esta tarde. Aquí sin fin
Como esa agua que se escapa del pesebre.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

20
Señalaremos...

Tomás Segovia
Poeta español

Señalaremos, al azar tal vez, días especiales consagrados a celebrar el esplendor de


nuestro lecho, lugar donde la guerra se derrota a sí misma, donde tú te abres y yo no me
cierro, donde los luchadores saben por fin que luchando se hablan y se pertenecen.

Los sexos allí aportan sus armas sólo para deponerlas, pero el dios con su mirada nos
desarma desde más allá, no desde más acá de la cólera. Todo lecho de amor viene de las
tormentas, y sólo al descender de esas sibilantes sábanas pisamos con un pie del todo
humano un suelo emocionante.

Quiera el dios que nunca intentemos haber ganado antes de haber llegado a la batalla;
que en nuestro lecho la victoria misma excluya que haya un vencido; que ninguno de
nosotros dos olvide que el otro no es su igual, pero que la discordia salta más allá de sí
misma en esa lucha misteriosa en que abrasamos las desigualdades y aprendemos a
llamarnos con el nombre del otro.

21
Sólo mirar

Saúl Ibargoyen
Poeta uruguayo

Miramos sí otra vez todo lo mirado


todo lo que incluye un sabor
de sudores en rechazo:
todo lo que lleva un temblor
de sombras descompuestas:
todo lo que arrastra voces no preparadas
para nombrar la perfección
de tu cabal ausencia.

Miramos sí como quien camina


entre ciudades de árboles muertos:
entre cementerios derrotados por aquella soledad
que desde lo pútrido de viejos océanos
nos llama:
como quienes marchan sí entre hierbas reconstruyéndose
en una mezcla azarosa de rígidas raíces
y bacterias renovadas:
entre cáscaras devorantes de la pulpa
que no pueden fecundar.
Tal vez preguntarás por qué la mirada quiere mirar
si toda tu figura es una túnica multiplicándose
sin término previsto y tan apegada
a una sustancia de luz carnal
a una frágil energía que estos dedos tocan
en las formas sorpresivas de tu piel.

Miramos sí ¿quiénes? los amplios colores


que abandona tu cuerpo
las manchas que expulsan cabellos casi oscuros
los trazos de blancor retirados de tus manos
—con sus uñas y coágulos secos
con sus tintas y descuidos que algún jabón borrará.

Miramos ¿quiénes? ¿cuáles nos de nosotros?


los esbozos de aire con sus mínimos planetas amarillos
que marcan y deshacen las fronteras
de ése tu país que aún no inventa sus leyes
ni descubre sus banderas.
Porque tu primer nacimiento no se acaba
ni aquel llanto de dolida saliva es todavía
una rosa de triturante dolor y de violencia.
Porque tu verbo inicial recién empieza
a reunir sus letras de esplendor
22
y sus sílabas sombrías.
Porque tu lengua no levanta el combate total
contra lo amargo y lo mugroso y lo ácido del mundo:
tu lengua guardada en la boca interior
que miramos sí y tocamos
con estos labios
y en estos días de ronco cantar.

23
Hoy no lució la estrella de tus ojos

Salvador Novo
Poeta mexicano

Hoy no lució la estrella de tus ojos.


Náufrago de mí mismo, húmedo del
abrazo de las ondas,
llego a la arena de tu cuerpo
en que mi propia voz nombra mi nombre,
en que todo es dorado y azul como un día nuevo
y como las espigas herméticas, perfectas y calladas.

En ti mi soledad se reconcilia
para pensar en ti. Toda ha mudado
el sereno calor de tus miradas
en fervorosa madurez mi vida.

Alga y espumas frágiles, mis besos


cifran el universo en tus pestañas
—playa de desnudez, tierra alcanzada
que devuelve en miradas tus estrellas.

¿A qué la flor perdida


que marchitó tu espera, que dispersó
el Destino?
Mi ofrenda es toda tuya en la simiente
que secaron los rayos de tus soles.

24
Bolero de Charles

Jorge Campero
Poeta boliviano

Sé que te antojas una vidita de primera Dama de la Nación


que estar parqueada ordeñando tristezas de vaca retratada.
Tu rostro mi rostro reflejados en el plato de sopa
agonizantes zambullidos calientes ahogados
respirando por los orificios de fideos.
Es hora del hambre que algunos toco mirar.
Nada de celos, no es a mí que desean las desnudas de los
almanaques anunciando cervezas y oil.
Pensativos unos a otros imaginan paisajes,
grandes salones de fiestas.
Desangradas enamoradas carne buena del altiplano en un letrero
¿Y qué de la alegría de las pequeñas cosas?
¡Maldita borracha realidad! cacarean gallinas huevos de oro.
Piojo humano social estacionado clase media mirando
no percibes salarios, recibes puteadas del sol.
Fragmento de la poesía que se publicará en Corazón ardiente

25
Ajedrez

Jorge Luis Borges


Escritor argentino

I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

26
Una especie de pérdida

Ingeborg Bachmnn
Poeta austriaco

Usados en común: estaciones del año, libros y una música.


Las llaves, los boles de té, la panera, sábanas y una
cama.
Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, empleados,
gastados.
Un reglamento de casa observado. Dicho. Hecho. Y
siempre alargada la mano.
De inviernos, de un septeto vienés y de veranos me he
enamorado.
De mapas, de un poblacho de montaña, de una playa y de una cama.
Con fechas he hecho un culto, promesas he declarado
irrevocables,
he adornado un algo y he sido devota delante de una nada,
(de un periódico doblado, de las cenizas frías, del
papel con un apunte)
impávida ante la religión, porque la iglesia era esta cama.
De la vista de un lago surgió mi pintura inagotable.
Desde el balcón había que saludar a los pueblos, mis
vecinos.
Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi
cabello tenía su color más intenso.
La llamada a la puerta era la alarma para mi alegría.
No te he perdido a ti,
sino al mundo.

Versión de Cacilia Dreymüller y Concha García

27
Canción de la verdad sencilla

Julia de Burgos
Poeta de Puerto Rico

No es él el que me lleva?
Es mi vida que en su vida palpita.
Es la llamada tibia de mi alma
que se ha ido a cantar entre sus rimas.
Es la inquietud de viaje de mi espíritu
que ha encontrado en su rumbo eterna vía.
El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre entre las cimas;
manantial abrazando lluvia y tierra;
fundidos en un soplo ola y brisa;
blanca mano enlazando piedra y oro;
hora cósmica uniendo noche y día.

El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre en las heridas.
Uno mismo y por siempre en la conciencia.
Uno mismo y por siempre en la alegría.

Yo saldré de su pecho a ciertas horas,


cuando él duerma el dolor en sus pupilas,
en cada eco bebiéndome lo eterno,
y en cada alba cargando una sonrisa.

Y seré claridad para sus manos


cuando se vuelquen a trepar los días,
en la lucha sagrada del instinto
por salvarse de ráfagas suicidas.

Si extraviado de senda, por los locos


enjaulados del mundo, fuese un día,
una luz disparada por mi espíritu
le anunciará el retorno hasta mi vida.

No es él el que me lleva?
Es su vida que corre por la mía.

Se recogió la vida para verme pasar.


Me fui perdiendo átomo por átomo de mi carne
y fui resbalándome poco a poco al alma.

Peregrina en mí misma, me anduve un largo instante.


Me prolongué en el rumbo de aquel camino errante
que se abría en mi interior,
28
y me llegué hasta mí, íntima.

Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo


y me hice paisaje lejos de mi visión.

Me conocí mensaje lejos de la palabra.


Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas.
Y me vi claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el hombre.

****

Ha sonado un reloj la hora escogida de todos.


¿La hora? Cualquiera. Todas en una misma.
Las cosas circundantes reconquistan color y forma.
Los hombres se mueven ajenos a sí mismos
para agarrar ese minuto índice
que los conduce por varias direcciones estáticas.

Siempre la misma carne apretándose muda a lo ya hecho.


Me busco. Estoy aún en el paisaje lejos de mi visión.
Sigo siendo mensaje lejos de la palabra.

La forma que se aleja y que fue mía un instante


me ha dejado íntima.
Y me veo claridad ahuyentando la sombra
vaciada en la tierra desde el hombre.

29
El adiós

Bernard Noël
Poeta francés

Hemos vuelto a nuestro origen.


Fue el lugar de la evidencia, aunque desgarrada.
Las ventanas mezclaban demasiadas luces,
Las escaleras trepaban demasiadas estrellas
Que son arcos que se hunden, escombros,
El fuego parecía arder en otro mundo.

Y ahora hay pájaros que vuelan de una habitación a la otra,


Los postigos se cayeron, la cama está cubierta de piedras,
La chimenea llena de restos del cielo que van a apagarse.
Allí, por las tardes, hablábamos casi en voz baja
Debido a los rumores de las bóvedas, allí, sin embargo,
Formábamos nuestros proyectos: pero una barca,
Cargada con piedras rojas, se alejaba
Irresistiblemente de una orilla, y el olvido
Depositaba ya su ceniza en los sueños
Que sin fin recomenzábamos, poblando con imágenes
El fuego que ardió hasta el último día.

¿Es cierto, amiga mía,


Que no hay más que una palabra para nombrar
En la lengua que llamamos poesía
El sol de la mañana y el de la tarde,
Una para el grito de alegría y el de angustia,
Una para el desierto río arriba y los golpes de hacha,
Una para la cama deshecha y el cielo tormentoso,
Una para el niño que nace y el dios muerto?

Sí, lo creo, quiero creerlo, pero ¿qué sombras


Son ésas que se llevan el espejo?
Y, mira, la zarza crece entre las piedras
En el camino de hierba aún apenas abierto
Por el que nuestros pasos iban hacia los jóvenes árboles.
Hoy me parece, aquí, que la palabra
Es el pesebre medio roto del que se escapa
En cada amanecer de lluvia el agua inútil.

La hierba y en la hierba el agua que brilla, como un río.


Todo está siempre a la espera de que una vez más se lo ate al mundo.
Sé que el paraíso está diseminado,
Es tarea terrestre el reconocer
Sus flores dispersas en la hierba pobre,
Pero el ángel ha desaparecido, una luz
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Que no fue, de golpe, sino un sol poniente.

Y como Adán y Eva caminaremos


Por última vez en el jardín.
Como Adán el primer pesar, como Eva la primera
Osadía, querremos y no querremos
Pasar por la puerta baja que se entreabre
Allá a lo lejos, en la otra punta del ronzal, coloreada
Como auguralmente por un último rayo.
¿Se toma el porvenir en el origen
Como cabe el cielo en un cóncavo espejo?
¿Podremos recoger, de esa luz
Que fue de aquí el milagro,
En nuestras sombrías manos la simiente, para otros charcos
En el secreto de otros campos “cercados de piedras”?

Por cierto, está aquí el lugar para vencer, para vencernos,


El lugar de donde salimos esta tarde. Aquí sin fin
Como esa agua que se escapa del pesebre.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

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Cuarto poema secreto a Madelaine

Guillaume Apollinaire
Poeta italiano

Mi boca tendrá ardores de averno,


mi boca será para ti un infierno de dulzura,
los ángeles de mi boca reinarán en tu corazón,
mi boca será crucificada
y tu boca será el madero horizontal de la cruz,
pero qué boca será el madero vertical de esta cruz.
Oh boca vertical de mi amor,
los soldados de mi boca tomarán al asalto tus entrañas,
los sacerdotes de mi boca incensarán tu belleza en su templo,
tu cuerpo se agitará como una región durante un terremoto,
tus ojos entonces se cargarán
de todo el amor que se ha reunido
en las miradas de toda la humanidad desde que existe.
Amor mío
mi boca será un ejército contra ti,
un ejército lleno de desatinos,
que cambia lo mismo que un mago
sabe cambiar sus metamorfosis,
pues mi boca se dirige también a tu oído
y ante todo mi boca te dirá amor,
desde lejos te lo murmura
y mil jerarquías angélicas
que te preparan una paradisíaca dulzura en él se agitan,
y mi boca es también la Orden que te convierte en mi esclava,
y me da tu boca Madeleine,
tu boca que beso Madeleine.

32
La doliente quimera

Pedro Shimose
Poeta boliviano

Vuelvo el rostro y veo


la dimensión del odio.
No he venido a decirte
que todo es tarde en mí.
He vuelto a tu crueldad,
a sucumbir junto a la
piedra.

Veo mis ruinas en tus ojos


hermosos todavía.
Veo tus manos
todavía perfectas
y emerjo
de las brumas violentas
del pasado
cada vez más
solo.

Vuelvo a contemplarme y todo es triste.


Todo:
mi soledad:
mi fuerza:
la montaña.

Te miro
en la mentira de mis sueños
y te arrojo a mis
abismos.

Si me llego a encontrar con aquel


que huye de mí
volveré a tu ternura
y empezaré a decir
lo que nunca
hubiera dicho.

33
Carta

Elvio Romero
Poeta paraguayo

Te escribiré mi amor, desde un sonido


de tierra apretujada,
desde un hondón, de pie, desde un frondoso
confín de llamaradas,
desde donde sus pétalos la Rosa
de los vientos deslava;
de allá te escribiré, a la luz profunda
de una estrella lejana,
desde donde me encuentres y no me encuentres
buscándome en el mapa,
te escribiré de asuntos de entereza
al punto fijo en que despunta el alba.

Desde el clamor del mar o de la tierra


te escribiré esta carta.

Desde el instante en que te supe hermosa


te escribiré esta carta.
Desde el sesgo de luz de tu sonrisa
te escribiré esta carta.

Te escribiré mi amor, desde la arena


removida en resguardo de la llama;
lejos de ti te escribiré, bañada
de sudor y esperando una batalla,
vestido de hojas y de estrellas verdes,
de monte oscuro y de llanura parda,
desde un cambio de sombra en la vigilia
te escribiré esta carta.

Desde el desvelo de los hombres bravos


te escribiré esta carta.

Te escribiré también desde la espera


y el anhelo mayor de la mirada;
lejos de ti te escribiré, tan lejos
que aproxime tu afán largas distancias,
desde el ruedo de sombras de una hoguera,
desde un sendero de cruzadas ramas,
desde un sol de acechanza y de una noche
que abriendo el puño alumbre las guitarras,
te escribiré desde el albor de un niño
de lluvia desdoblada.

¡Desde un vivac de imperativa lumbre,


te escribiré esta carta!

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Grieta matinal

Álvaro Mutis
Escritor colombiano

Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la cálida tierra
donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria
y no permitas que se evada por distracción o engaño. Aprende a reconocerla hasta en sus
más breves
signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo varada en el lodo
del camino, el hollín en los arrabales,
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el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.

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