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LOS FUNDADORES
DEL OLVIDO
- OCTAVA EDICION -
2 Héctor David Gatica
4 PREMIOS NACIONALES
Diseño
Carlos Paigés
IMPRESO EN ARGENTINA
Los Fundadores del Olvido 3
TESTIMONIOS
4 Héctor David Gatica
Los Fundadores del Olvido 5
de lo nuestro avance hacia los niños. Para ello, sólo necesito una auto-
rización tuya por escrito.
Felicidades y hasta tu respuesta. Roberto Vacca. Bs. As. 1996.
FUNDACIONES PERDIDAS
El destierro es uno de los temas que informa a «Los fundadores
del olvido», un cuento que da título al libro de Héctor David Gatica. Ya
desde el título nos adelanta el despojo. Fundar el olvido, es fundar algo
para que después quede en el olvido por medio del enajenamiento o del
simple abandono forzoso.
Uno olvida cosas cuando se va a otro lado porque hace suyas
otras expresiones culturales; va, de a poco, olvidando lenguajes, los
sabores de las comidas, el perfume de las flores y la gente. Esto ocurre
en ese cuento porque hay personajes que se van para no volver. El
destierro pierde el sentido de la ubicación geográfica de las cosas que
lo acompañaban: la represa, el corral de las cabras, el tunal, o simple-
mente donde estaba tal o cual planta, tal o cual algarrobo, que, luego de
unos años, no están más.
Y cuando vuelve a su ciudad se siente forastero y no conoce a
nadie y nadie lo conoce a él. Nadie sabe qué hace y nadie sabe dónde
Los Fundadores del Olvido 13
LUCES Y ALAMBRES
Daniel Moyano escribe (en el prólogo a ese libro de Gatica, Bue-
nos Aires, 1989, Legasa), que «verdad y ficción se convierten así en
una misma sustancia» y que a raíz de esa amalgama «convencen y
conmueven». Por eso es justo traducir «verdad y ficción» en Gatica,
como «destierro y realismo rural», a pesar de los cuantiosos problemas
que acarrea el concepto «realismo».
También se destaca con nitidez en ese relato el eje «civilización y
barbarie», pero al revés de lo que plantean Joaquín V. González y Sar-
miento. Los «fundadores» de puestos llevan la impronta de la «civiliza-
ción» y los foráneos que se quedan con el puesto los podemos colocar
en el terreno de la «barbarie».
El personaje fundador le pone al lugar «La Estrella», que es como
si dijéramos la luz o las luces, sinónimos cabales de civilización. El per-
sonaje encargado de la fundación no le pone «La Estrella» porque sí,
sino por un motivo fundamental: mirando a las estrellas piensa y en-
cuentra un nombre. Pensar es otro sinónimo de civilización.
Además, alambra el puesto, que es otro fuerte símbolo del pro-
greso y la civilización. Aquí los elementos de la «civilización» en la
lógica sarmientina están invertidos y son reordenados para ponerlos del
lado de un fundador de un puesto.
14 Héctor David Gatica
DEGRADACION Y PERDIDA
La excelsa prosa de Gatica pinta con admirables pinceles a la
fundación y la potencia labradora de los personajes centrales del relato.
También con igual destreza narra el lento declive de Rosas Tello y Elina,
el matrimonio protagonista del cuento: «A él se le comenzaron a aflojar
la caderas, como a perro viejo. Ella empezó por arrastrar las alparga-
tas».
Se registra por lo tanto una degradación física de los fundadores,
que corre paralela al debilitamiento material del puesto, que van a dar
lugar al enajenamiento y olvido. Fundación, degradación, pérdida y des-
tierro, son los ejes fundamentales sobre los que se desliza la historia
básica de cuento.
Los personajes son los fundadores del olvido porque quedan al
margen de la historia escrita y ya no basta con que sólo se hable de
ellos. El personaje central está preocupado por esta cuestión.
El análisis de este riquísimo cuento no se agota aquí porque que-
dan varias cuestiones por examinar. Entre ellas, lo que está dicho y
también lo elidido: la degradación, las fundaciones truchas de otros pue-
blos, los signos de mal presagio, la pérdida de voz de Rosas Tello (equi-
valente a su muerte), los árboles secos, las estrellas sin luz, el papel de
la mujer, el alambrado roto, entre otros. El cuento puede ser leído como
un programa de fundación y progreso, que desemboca en la decaden-
cia. ¿Una metáfora de La Rioja?
Los Fundadores del Olvido 15
UN COFRE
Presentación: En la ciudad de La Plata
y en Casa de La Rioja, Bs.As., 1990,
por el poeta santiagueño Alfonso Nassif.
LOS FUNDADORES
DEL OLVIDO (1)
Este cuento se lo dedico al Ñato Pavani, fundador de «Los Tatas», que
aprendió a leer en la mirada de los animales.
con un buen ensillado. El, por su parte, quería darse corte en alguna
fiesta; ya no estaba tan tirado y eso había que hacerlo ver en una
buena monta.
En el almacén de ramos generales de don Jacinto Navarro,
afincado en El Balde de Arce, supo que don Cantalicio Tello estaba
por tener fiesta en La Media Luna y se dispuso a estrenar los bastos.
Lo supo porque don Cantalicio mandó pedir un barril de vino y don
Jacinto le mandó dos, que cuatro hombres llevaron rodando por so-
bre médanos y troncos con doscientos litros cada uno. Más de un
criollo se iba enterando y tras comprar los «vicios» y bastimentos, se
invitaba a sí mismo para La Media Luna. Y allá quedaban, sobre los
recados, las alforjas con azúcar, yerba, harina y que a las mujeres y a
los niños se los llevara el diablo. Hasta que no terminaban la vaca
volteada y las dos bordalesas, la «joda» no concluía. Estas farras de
semanas enteras empobrecieron a un hombre rico como fue don
Cantalicio Tello, dueño de La Media Luna.
Rosas no era hombre para estas farras y sólo aguantó un par
de días, suficiente para divertirse un rato y lucir los bastos. La segun-
da noche, en momentos de armarse una de a cuchillos cerca del fuego
donde las mujeres freían enormes empanadas y orejudos pasteles,
campantemente don Cantalicio se acercó a las llamas y les tiró un
puñado de balas. Volaron las ollas, saltaron desorejados los pasteles,
destripadas las empanadas; dispararon las mujeres perseguidas por
los tizones y de los hombres, quedó sólo el remolinear de ponchos.
Desde atrás de unos horcones salían a los saltos las carcajadas de
don Cantalicio.
Entre el bullicio, quedaban una veintena de hombres en curda,
abundante vino tinto, grandes costillares colgados de la enramada,
piernas de carne oreadas al aire libre, metros de longanizas y una
docena de perros de distintos dueños que de rato en rato armaban
sus grescas.
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Después la milonga:
«Uno tenía el pico blanco/ otro las manos vendadas/ otro una
estrella en la frente/ como manchau de esperanza».
Otro con un lunarejo/ mesmo en el medio del anca/ como lle-
vando pa siempre/ enancada una luz mala...»
Luego vinieron las coplas, don Carmen era tropero de coplas,
se las oyó a Domingo Arias -un payador del pago-, las había apren-
dido de la vida en los caminos, venían del fondo de los tiempos y él
las iba tropeando. Algunas llegaron un día de la antigua España, des-
bandándose aquí por la boca de los payadores, tal como lo hicieron
los juglares desde las gestas homéricas. Coplas que salían del canto
de don Carmen pudieran haberse originado en Góngora, en Quevedo,
recreadas por él. ¿O acaso no se han encontrado más de 300 versio-
nes de un mismo cuento popular anterior a Cristo? ¿No andan ro-
mances por América con más de 100 versiones? Y esto era tan sim-
ple como escuchar a un arriero iletrado, y tan profundo como beber
la sabiduría fundida del cancionero español, de himnos religiosos in-
dígenas y de la boca a veces epopéyica, a veces romántica de nues-
tro abuelo el gaucho. Otras llegaron de Bolivia; llevaban mulas y traían
coplas.
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nosa.
Al fin llegó el alba y fueron apareciendo los rastros, al menos
fue lo primero que descubrieron sus ojos trasnochados, porque eso
es lo que andaban buscando.
El día les mostró la verdad, había caído y los novillos le pasa-
ron por encima llevándose cada uno un pedacito de su ser en las
pezuñas. Una gota de sangre en un rastro fue lo único que hallaron.
Arrieros de semejante talla no podían tener una muerte menor. Se
había ido por todos los rumbos. A partir de ahora, en cada rastro de
toro estaría él.
A la par que buscaban la novillada lo buscaban y lo encontra-
ban a él, rastreándolo por cerros y llanos, como quien busca la iden-
tidad de un país. Eso hacían los otros dos troperos. El boyero regre-
só. Regresó como se regresa de la muerte.
¿Quién de los tres fue? Por lo que la gente cuenta de lo que
cree que es la realidad, dicen que don Pedro Montivero murió en
Quines años después de quedar ciego, sin conseguir la ceguera qui-
tarle la pimienta que le daba sabor a su existencia. Que su mujer, la
María, habría de vivir más de un siglo para recordarlo, la María de los
no hablés zonceras Pedro.
Sigue diciendo la gente que don Carmen Ibáñez Luna murió de
cáncer a la garganta ya en el alero de los cien años, nada menos él,
que en toda su vida por único remedio tomó «un té de joselino», una
vez que se alzó un empacho. Que murió dos meses antes que José, su
hermano mayor; pero que el cáncer no logró enfermarle el canto.
Y por último la gente dice que don Natividad Maldonado, peón
de estancia, de la estancia La Amalia, pocero y arriero aún vive, aun-
que ya nadie logra hacerle oír ni una palabra; eso si, todavía contando
historias y siempre enamorado de la Honorilda, su Dulcinea del Puer-
to Alegre.
Todo eso es falso; la gente se engaña para conformarse. Lo
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CAMINO DE CARROS
Mi agradecimiento a Reynaldo Soria, carrero de mis
pagos cuando existían los obrajes, con quien mantuve largas
charlas antes de escribir este cuento.
COMENZÓ DE MARUCHO
Y TERMINÓ EN CARRERO
-¡Mulaaaaa!
Y el grito cayó sobre la mañana luminosa estorbándose con el
vuelo de un carancho y el temblor de veinticuatro patas llevando las
llantas por sobre troncos y malezas.
Abiertas las compuertas, los cargadores fueron apilando las
bolsas con carbón hasta pasar casi un metro las barandas.
Era un carro hermoso, grande sobre todo, llevaba escritas con
letras rengas estas palabras: el sin rumbo; así le había puesto su dueño
como reflejo del horizonte de su alma.
Qué orgullo machazo poderle cargar cuatro toneladas, sentirlo
crujiente como si se fuera a partir y ver tironear las bestias llevándose
el corazón quemado de esos campos.
Entró a las picadas y anduvo un rato por ellas hasta salir al
carril.
En los médanos grandes donde las huellas se hacían más hon-
das, el eje escapaba de tocar el guadal y la marcha se hacía lenta casi
hasta detenerse, entonces el pesado látigo recubierto de corriones,
con una cola estrepitosa, caía en las ancas que flaqueaban reconfor-
tándolas, o a veces abriéndoles cardenales rojos a flor de pelo.
Los ventarrones nortes en un par de días volvían a tapar las
huellas, por más profundas que fueran, y las ruedas al venir abriendo
semejantes medanales duplicaban los esfuerzos de los mulares.
A comienzos de siglo el había sido marucho. Marucho de ca-
rros. Marucho de heladas blancas como harina volcada sobre los
montes. Marucho de soles y de vientos, de soles infernales, de vien-
tos polvorosos. Marucho de invernales lluvias silenciosas.
Con un pantaloncito a media pierna sujeto por tiradores, había
viajado hasta San Juan en jornadas de 22 días, con la misma ropa y
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Dibujo de M. A. Guzmán
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Dibujo de M. A. Guzmán
tra la luz solar el color rubio del licor y no pudo negarse a acercárselo
a la cara, nunca había acercado su cara a una rubia, ni en sueños; su
mujer tenía los cabellos más negros que un jote, más duros que una
pichanilla.
Acomodó a la amada botella rubia y se sorprendió al no ver la
liebre en su puesto de cadenera de mano, pensó que se había vuelto
invisible y como le pareció que la tropa flojeaba, en el lugar de la
ausencia hizo resonar de un rebencazo el anca del espacio vacío.
Siguió un trecho más entre cabeceada y cabeceada y al levantar de
un repente la vista le pareció ver que en lo alto, muy en lo alto volaba
la liebre rumbo a la sierra distante. Y claro, así como el crespín es un
ser humano convertido en pájaro, también un animal podía transfor-
marse.
Volvió a mirar con dificultad haciendo visera con las manos y
achicando los ojos, ahora le parecían muchas mulas liebres las que
volaban aunque de ratos también parecían pájaros. O la mula se con-
vertía por momentos en jotes o los jotes se convertían en la mula.
Adentro suyo sintió como si el vino le relinchara.
ras como jotes, le parecía que la liebre formaba otra vez parte de la
tropa, pero al salir de las sombras ya no estaba.
Doña Sara y los niños sintieron el traqueteo y se juntaron en el
patio del rancho para ver llegar el carro. Las mulas se detuvieron, el
cuerpo del hombre no. La mujer y los niños lo sacaron de entre las
patas del cadenero del medio a la rastra poniéndolo sobre un catre de
tientos.
Como el pañuelo le salía del bolsillo, doña Sara lo retiró y al
abrirlo, solo encontró arrugas sucias ahí donde antes habían anidado
los billetes, lo tiró a una batea y se fue con los hijos a desatar. Todos
se apenaron al no ver la mula vieja y el más chico le pegó al ojo hasta
que doña Sara lo hizo callar de un guantón.
Bajaron los comestibles, alpargatas para todos y un generito
para ella; ya iba a estrenar para las fiestas de La Candelaria el próxi-
mo 2 de febrero. Por mirar la tela florida casi cae al tropezar con el
tocón, ese perro además de sordo estaba muy viejo y únicamente
servía para estorbo; le erró una patada cuando se metía bajo el carro.
El interior del rancho se transformó en ronquidos y en tufo a
vino y a otros olores que emanaban del carrero borracho.
El día amaneció sereno, una serenidad enrarecida, la aurora
roció con luz rosada los ojos del perro tocón, que brillaron al sentirse
tocados por la luz.
Ultimamente se había puesto muy sordo, comenzó a disparar
para el lado opuesto desde donde lo llamaban, después ya no oía ni
los truenos. A veces le ladraba al silencio.
De ahí entonces que era insulto corriente entre los hijos de
Velázquez decirse «sordo como el tocón».
Comenzaron por flaquearle las caderas, se había vuelto flaco y
soltaba sarnas adonde se echaba. Estaba tan viejo y tan inútil que ya
no quedaba más remedio que ahorcarlo.
En su reinado canino no hubo perro que le igualara pelea.
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Dibujo de M. A. Guzmán
Entre todos llevaron a la bolsa bajo un tala, que con tener una
sombra tan espesa, no podía no obstante ocultar bajo su copa la
claridad de una luna tan grandota y amarilla, igual a todas las flores
silvestres de esas tierras. Y ahí se pusieron a jugar a las ahorcadas:
ahorcaron la bolsa con huesos y con trapos, ahorcaron la sombra del
tala, ahorcaron a la luna que hace aullar a los perros, ahorcaron en fin,
sin darse cuenta, sus risas y sus juegos, sus juegos de niños campesi-
nos.
Dibujo de M. A. Guzmán
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LA HERENCIA
DE LAS HACHAS
pesar de que los callos no eran menos duros que el mismo palo de
chañar.
Cuatro cortes de veinte centímetros de ancho fueron hundién-
dose y juntándose hacia el corazón marrón de la madera. Y aquí hubo
un quejido, casi humano, un gemido agonizante de una vida vegetal
maravillosa, que se escapaba por el tronco de aquel poderoso llama-
dor de nubes y de pájaros. Cayó sobre sus ramas corpulentas en un
golpe que se esparció hasta la sierra.
Los pedazos de una casita de horneros rodaron sobre el pasto,
mezclándose con huevos de torcazas y pichones de canario boquean-
do.
Alfredo Palma se afirmó en el hacha y miró por un instante la
obra fantástica de sus brazos fuertes y sintió orgullo por ellos. Pensar
que algún día él también caería bajo el peso de esa hacha sobre la
cual se afirmaba y que por ahora le daba la subsistencia. Alzó la da-
majuana y dejó pasar por su garganta medio litro de agua más, prosi-
guiendo su tarea.
- Siento la alegría de haberle cortado el corazón al monte, dijo
el hacha y prosiguió.
No terminará mi acero hasta que no haya derribado totalmente
el bosque.
- Para entonces, serás solo un ojo de hacha tirado en la basura
de mi rancho, le retrucó el hombre.
- Siento que la misión mía es acabar con los habitantes de estas
tierras. Caerán los montes que hacen sombra en Pozo de Piedra, no
tendrán dónde anidar las aves ni quedará rama parada donde se gua-
rezcan ni sombreen los caballos y los toros.
- Y tampoco habrá vida para nosotros los hombres hacheros.
Quedaron un momento en silencio, entonces pudieron escu-
char la canción seca de cientos de hachas volteándole los hijos al
suelo. En ese mismo momento además, en la provincia vecina de
Los Fundadores del Olvido 89
las proveedurías.
A esa larga mano del cantinero se le buscaba desquite con las
«jaulas» que por ahí podían hacer en las apiladas para que diera más
metraje la leña.
Desde chico ayudó a rodear y apilar, todavía se orinaba en la
cama. A los catorce años volteaba madera como su padre y no pasó
tanto tiempo para alcanzar los diez metros, cúspide a la cual puede
aspirar el más aventajado de los hacheros.
A medida que pasaban los meses, los años, sentíase una bestia
derribando el monte, como si esas fuerzas estallantes en sus múscu-
los, bajo la firme camisa manga larga, no se fueran a terminar nunca.
Es un animal, decían, viéndolo derribar algarrobos.
Aquellos días, dispuesto a llegar a los doce metros, hacía fuego
al alba cerca del monte para yapar la luz.
Y eran doce metros limpitos, sin «conejos» ni «jaulas».
Parecía un fantasma moviendo los brazos ante un árbol solo
existente en la penumbra de las visiones más disparatadas, revoleando
la sombra de un hacha que se acercaba y se alejaba, se achicaba y
agrandaba según su revoleo y el trasfondo más débil o más fuerte, la
proyección más pequeña o más grande de llamas de aquel fuego in-
sólito. Y a medida que se acercaba el día aquello se iba pareciendo a
un hacha y a un hombre.
Los tiempos que siguieron a la entrada del riel hasta los mismos
bosques, fueron quitándole los oficios al hombre porque el hacha daba
más que todo. Comentaban que se iban a la «impresa».
Los obrajes se extendieron después al sur de la provincia de
La Rioja.
Por la noche mientras dormían los hacheros soñaban con ár-
boles que se les venían encima y que se partían en postes, rodrigones
y varillas.
Los Quintero, que eran varios hermanos, volteaban tres días y
Los Fundadores del Olvido 93
Los apoderados de los muchos que demandan una parte de esa heren-
cia, estimada en alrededor de 200 millones de dólares, han determinado
con su férrea oposición que sea apartado el caso del tercer juez.
El extinto no tenía esposa legítima ni hijos reconocidos y sus cin-
co hermanos han muerto. Ante la falta de sucesores directos, su concu-
bina Margarita Eodhouse; una presunta hija natural a la que nadie co-
noce y buen número de sobrinos intentan hacer valer sus derechos y
heredar parte de sus bienes.
Según pudo estimarse, ese patrimonio está compuesto por 386.000
hectáreas, 11 viviendas y 11 automotores entre otros bienes.
La supuesta hija natural nacida en Isla Ombú, Paraguay, nunca
ha sido vista en tribunales. La representan sus letrados, el ex ministro
del Interior del gobierno del general Onganía, Guillermo Borda y un hijo
de éste.
La justicia deberá determinar quien tiene la razón. En este es-
cándalo se vería involucrado y removido por el Papa el anciano obispo
de Venado Tuerto».
EL TIO ENRIQUE
Dibujo de M. A. Guzmán
Los Fundadores del Olvido 101
El amor del serrano era violento como el sol de esos días, como
los vientos de ese mes, como la sequía de ese verano.
Las caricias de sus garras descascaraban los árboles y le saca-
ban pelos a una leona joven enteramente feroz. Amores de leones,
amores rugientes donde la fiereza humilla a la dulzura. Un león tiene
que ser siempre un león, hasta en el amor, y su felicidad, sanguinaria.
El serrano al menos lo sentía así.
Tuvo sed, venteó el agua y allá se fue. No quiso entrar por un
paso libre; dio vuelta hasta encontrar una parte baja y por ahí saltó.
Cuando el Tío Enrique descubrió la pasada, colocó una de las
trampas bajo el cerco atada a una rama muy pesada. Por otra parte,
en el pequeño charco que aún quedaba en el centro del pozo le hizo
un cercado en forma de horqueta y adentro le colocó la trampa.
Estos carnívoros, desconfiados por naturaleza, nunca entran
directo, lo hacen por la orilla y en forma cruzada. Ahí cayó la leona
transitando del amor a la muerte.
Al pasar vista al cerco no encontraron la otra trampa ni señas
de haberse arrastrado rama alguna. Es que había volado en un salto
de diez metros, llevándose trampa, gajo y todo.
Lo encontraron muy lejos en un bajo, haciendo un círculo a
puros mordiscos y tirándose sobre las plantas por deshacerse de la
trampa.- Se pasaba de un lugar tupido a otro, así anduvieron el resto
de la mañana y hasta después de la siesta. En una de esas disparadas
-el león no saca la mirada al hombre- el Tío Enrique estuvo a punto
de caer bajo la embestida si no fuera que los perros lograron sacárse-
lo de encima.
Ladridos, bufidos, gritos se mezclaban con la polvareda, cho-
rros de sangre y pelos de distintos colores.
Mordiscos y desgarros se sucedían y el sudor bañaba a los
hombres. Cada rugido les hacía parar los pelos. Temblaba el campo.
Esto hasta que pudo darse el enfrentamiento de tres campeo-
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LA MUERTE DE LA ABUELA
Y los fue besando a todos; un beso que tenía el poder del vien-
to norte.
- Ande vayan, siempre tendrán olor a monte, les dijo.
Un lagrimón de la Pancha cayó en los jergones.
- Dispongo de un mandato, que ha venido pasándose entre los
Pereyra.
Refregó la mano áspera contra un pelero bordado con su nom-
bre, «Rosaura» que le cubría los pies, y continuó:
- Esta tierra es nuestra desde que la dejaron los indios.
Hizo señas que prendieran una vela; las arrugas se le volvieron
sombras hondas en el rostro.
- En Tama, en Solca, en Nacate hay unas piegras con rastros
de guanaco y avestruz, ese rastro lo tenemos nosotros mesmito en el
corazón y ya no se borrará nunca. Lo dibujaron los diaguitas porque
la tierra fue de ellos. Por eso nos pertenece.
Se calló un momento como haciendo un minuto de silencio por
su raza.
- Lo que es por el lado de tu padre, cuando llegan los españo-
les al Yacampis ya nuembran un tal Gerónimo Pereyra y otros apelli-
dos que llevan puesteros de estos lados, como Alcaraz, Díaz,
Fernández, López, Maldonado, Oliva, Pérez, Ramírez, Romero, Soria,
Tello. Así que por esa rama la tierra que cuidamos es nuestra de hace
cuatrocientos años, según comentaba tu tata.
Hizo silencio otra vez, parecía que nadie respiraba.
La llamita parpadeante de la vela peleaba con las sombras de
la inmensa y oscura noche de los llanos sumida en silencios milenarios.
- Me lo bajan a San Nicolás.
La Pancha se apresuró a sacarlo de su altarcito adornado con
flores de pichana.
- El mandato es cuidar este suelo y no abandonarlo nunca, que
siempre siga siendo un Pereyra su dueño. Yo voy a entregarle mis
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huesos. Prometa m´hijo ante este santo patrono San Nicolás que nunca
se irá diacá.
- Se lo prometo mama -dijo Juan santiguándose.
Dejó de existir al otro día a media tarde. Llegó gente de todos
los puestos a hacerle compañía al dolor del vecino, hasta de cinco
leguas. Al atardecer se levantó un poco de viento.
Lo notable fue ese arreo de animales vacunos que se llegaron
hasta cerca del patio y comenzaron a cavar con sus pezuñas y a mu-
gir. Nadie se animó a correrlos.
A lo largo de la noche doña Paula dirigió los rezos agregando y
quitando a los Ave Marías según su gastada memoria.
Se contaban cuentos y se tomaba mate. De ratos, llegaba una
olada de viento, se detenía haciendo parpadear las velas y pasaba.
El entierro se llevó a cabo al día siguiente, la subieron en un
sulky y los acompañantes la siguieron a caballo. Al pasar junto a una
loma, en una piedra grande, Juan Pereyra vio de reojo unos petroglifos
de rastros ungulados con dos dedos muy separados calzando fuertes
uñas y pensó, recordando las últimas palabras de su madre: ese ras-
tro lo tengo también en mi corazón.
El cementerio se hallaba dentro del mismo campo de los
Pereyra. En las tablas que conformaban las cruces se podía leer bo-
rrosamente el nombre de muchos vecinos, tan apreciados en vida.
La fosa ya estaba abierta. Cuando el cajón de la abuela des-
cendió sujetado por dos torzales que desprendieron ahí mismo de
sendos bozales, el primer puñado de tierra que cayó sobre la anciana
fue el de Juan, y se estremeció, porque sintió tantito en sus oídos la
voz de ella... Esta tierra es nuestra y mis huesos serán su mejor escri-
tura.
Se miró las manos... Estaban sangrando tierra.
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EL ÚLTIMO REZO
Dibujo de M. A. Guzmán
EL TERNERO AGUSANADO
LA TABEADA Y LA CARRERA
fritando empanadas.
Nada se salvaba de esos ojos felinos. Daba gusto verlo jugar al
truco a la débil luz de un farol kerosenero, la boina volcada sobre las
cejas al acecho de una seña. Además parecía que atravesaba las car-
tas con su mirada punteaguda.
A una niña de la Reserva se le voló la pollera al saltar de las
ancas del caballo de Ramón Gauna.
Se acercaron a la cancha. Una botella de vino circulaba de
boca en boca, cosa que a Vicente no lo disgustó. Tiraban la taba al
rayo del sol; ahí llegó Ramón Gauna, se escupió las manos, las restre-
gó contra el suelo y alzó el hueso calzado.
Levantando una polvareda pegajosa pasaron algunos hombres
de La Gloria, ataron sus caballos a una tusca y les aflojaron el pegual.
Las bestias estaban bañadas en un sudor espeso que les corría por
las paletas y las verijas.
Don Oscar, un hombre menudo de dientes grandes, fue el últi-
mo en apearse.
- Cien pesos a la espera gritó Vicente cuando vio que Pedro se
colocó en la otra punta de la cancha.
- ¡Pago esa bulla! -respondió don Oscar mostrando los dien-
tes-.
Gauna dejó de revolearla y tiró, acompañando el movimiento
con el brazo en alto y ésta picó y comenzó a rodar. La pisada de una
alpargata cayó firme sobre la taba -antes de que la ganara otro- y una
voz gritó ¡culo! Era Pedro.
Se cruzaron varias jugadas. Algunos hombres, sacándose el
sombrero, se pasaron el pañuelo por la frente y el cuello, el sudor
brillaba en los rostros oscuros, parecía que Dios quería fritarlos esa
tarde, igual que doña Juana a sus pasteles orejudos.
Pedro no le dio más soga al asunto -como en todo lo suyo-,
tiró de vuelta y media y esperó seguro. La taba quedó muda en el
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queso de barro.
- Va a tener que buscar una pala para desenterrarla -le gritó a
don Oscar, que era el que esperaba y se vio claramente que al
hombrecito de los dientes grandes y amarillos no le gustó la broma.
Ahora llegaba gente de la Cañada -los Albelo, los Guardia, los
Soria- y la tabeada se fue encendiendo cada vez más. Nada podía
ser tibio a esta hora. Todo estaba como el tufo de doña Juana Flores
junto al fuego, que en ese momento levantaba el delantal y se lo pasa-
ba por el cuello.
- ¡Echate pa degollate! -dijo Pedro y se acercó a cobrarle un
tiro a don Oscar, pero éste había comenzado a jugar «de arbolito»,
por eso dejó escapar aquello de vos sos un atrevido y un tramposo y
yo te voy a enseñar a respetar. Y ya andaba su cuchillo abriéndole
tajos a la tarde y cortando pedazos de sol.
Ramón Gauna, Vicente Llanos, Berna Miranda y otros forma-
ron una especie de cerco. Pedro esperó sin moverse desde donde
reclamó el pago de su tiro.
La taba en tanto permanecía fija testimoniando su puño certe-
ro. Lo único que hizo fue echarse la boina un poco para atrás -nunca
lo vi a Pedro con sombrero- dejando toda entera al descubierto su
enorme frente, tenía el cuchillo empuñado y se mostraba tan sereno
como si fuese a probar un tiro de taba.
Don Oscar daba saltos poderosos hundiéndole el cuchillo al
aire quemante y quieto. Su mujer corpulenta, varias veces mayor que
su hombre, entraba a la rueda a trancos pesados haciendo trastabillar
a los del cerco. Y ahí anduvo de un lado para otro procurando atra-
par a su marido.
Pedro, que sabía como se maneja un cuchillo en las buenas y
en las malas, empezó a sentirse molesto, por eso fue que sin mayores
miramientos le dejó caer un planazo en la frente, con tan poca suerte
Los Fundadores del Olvido 129
larga, era fácil seguirlo porque en ningún momento trató de ocultar las
huellas.
Junto a un algarrobo grande se detuvieron, comprobando que
el pangaré había trillado alrededor de una brea dejando orines y bos-
tas amontonadas.
Nada dijeron, dieron la vuelta callados y regresaron pensando
en las bostas del pangaré.
En esos recuerdos se hallaba cuando vio aparecer el rancho,
los perros lo reconocieron a la distancia y salieron a encontrarlo, sal-
tando por morderle los estribos.
Ya había fuego en la cocina. El vientre abultado de su mujer
hacía sombra contra el quinchado, de seguro un varón que lo reem-
plazaría cuando sus manos ya no pudieran tocarle el corazón a la
tierra.
- Según parece se llenó el noque.
- Y por cierto que no hay ser porque el viento se me ganó bajo
la pollera.
- ¿Y la Teresita?
- Está durmiendo
- ¿Todavía le dura el agua a la represa?
- Hace más de mes que estamos baldiando.
- Tengo un sueño...
- Vamos a aprovechar de sacar agua temprano así el sol no te
amodorra. Tomá unos mates mientras yo traigo el baldero.
Y secate esas alpargatas; ni que te las hubieras miado.
Fue a ver a la hija, estaba dormidita en un rincón sobre un
cuero de vaca y envuelta en un jergón. La miró un momento, tomó
unos mates y salió a ponerle el recado al animal.
Luego se fue hasta la tirada colocando el gancho en la argolla
de la cincha mientras su mujer descolgaba el noque.
138 Héctor David Gatica
LA TERNERA Y EL VIENTO
LA FIEBRE MALTA
y éste, traído desde fuera, ascendía cargado y desde que salía hasta
que llegaba a flor de tierra, treinta, cuarenta, cincuenta metros, iba
largando barro que caía sobre el pocero, sobre su cabeza, en los
brazos, en los hombros, en el espinazo, en las piernas, en el cuello, en
la cara, en los oídos, en la boca, en la nariz y así días y días. Si,
porque la sequía arrancaba mugidos a los vacunos y balidos largos a
las cabras.
La comida al mediodía se la mandaban por el noque; era peli-
groso salir, los vientos continuos lo podían flechar con una pulmonía.
Sólo subía al terminar la fajina diaria, en cuanto estaba fuera lo envol-
vían con un poncho y así se iba hasta la casa a sacarse un poco el
barro recibido en la jornada y a ponerse ropa seca.
Hasta los pensamientos se le habían embarrado. Cuando al-
guien hablaba de Dios él se lo representaba como un cuero pelado y
en forma de bolsa, largando barro sobre sus pestañas, o como un
gran pozo, el mismo Dios que había cerrado con muerte los ojos de
su mujer y de su hija. Alguna vez se acercó a la iglesia para las fiestas
patronales de la Virgen de la Candelaria, en un pueblito del norte de
San Luis, pero no entendía nada cuando el cura hablaba del pecado,
de ser honrado, de hacer la caridad, de amar a Dios, de no tomar
tanto vino ni trabajar en día domingo; si el vino era lo único que le
quitaba un poco el gusto a barro. Y eso de rezarle al barro que él
mismo sacaba y se echaba sobre los ojos no le parecía bien. ¿Y que
harían las cabras si un domingo dejaba de cavarles agua? Menos
entendía aún cuando hablaba del pecado. Posiblemente los únicos
que no cometían eso que llamaban pecado eran los que tenían buena
casa, buena cama, buena comida, buena ropa, hijos limpios, educa-
dos y bien alimentados, buena crianza y un Dios que seguramente no
era ni de barro ni de tosca.
El estar tanto metido en el agua, a veces hasta los tobillos, a
veces hasta las pantorrillas, a veces hasta la cintura, doblado sobre su
Los Fundadores del Olvido 149
I
DON LUIS, DOÑA JUANA Y EUDÉ
II
EL FUEGO, LAS MORCILLAS Y LA CHATA
III
LA RISA NEGRA DEL CARBÓN
gros, ninguno rojo. Y por esa costumbre suya de reírse con ganas
hasta de las miserias, hizo el intento y esta vez la risa se le quemó,
dejando sobre la página de la siesta la risotada negra del carbón.
IV
EL ERA EL MÁS IMPORTANTE Y NO HABRÍA
DE QUEMARSE EN EL OLVIDO.
V
EL HORNO SE INCENDIA
El se sabía pobre, muy pobre para los pesos pero rico para el
carbón, Pedro Berón, siendo pobre, que hombre rico para los pozos.
Alfredo Palma, pobre también, de rico para el hacha...
Manubens Calvet en cambio rico para los pesos, muy rico, como
pobre para los hijos, ni uno.
Y se durmió con estos pensamientos, se durmió sobre las bol-
sas. Tenía un horno mitad enfriándose, mitad quemándose y hubo
como un bufido, luego otro y otro -los volcanes debían de ser así-,
saltaron palos encendidos, se fue desprendiendo la champa y no ha-
bía nadie cerca que lo auxiliara, andaba con la pala de aquí para allá
como un endemoniado tratando de tapar el fuego, todo se le conver-
tía en llama y se le volvía ceniza a causa de un viento que llegó cruza-
do. Al fin terminó tirando la pala y así como estaba se fue a su rancho
llevando las manos peladas, sin un peso, el viento continuaba corrien-
164 Héctor David Gatica
VI
EL SÉQUITO DE DON LUIS FERNÁNDEZ
LIBROS PUBLICADOS
REVISTAS
ALBORADA. Cuarenta y cinco ediciones, durante once años: 1954-
1965. (Fundada con su hermano Omar).
POESIA AMIGA. Revista Internacional de poesía, cinco años, trece
ediciones. Con viajes por Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia y Perú,
visitando poetas y recogiendo su poesía para esta revista. Dedicándole
un número por país.
CAMINANDO. (1985-2015) Tercera revista nacida en Villa Nidia y la
más antigua, vigente, de la provincia. Dir. Omar Gatica.
JUNTOS EN LA CULTURA. Boletín cultural al permanecer al frente de la
Dirección General de Cultura de La Provincia de La Rioja.
INTEGRACION CULTURAL. Trece ediciones. Se trata de una publicación
cultural que cubrió la provincia de La Rioja departamento por
departamento (1989-2000). El número 12 de 265 págs.
GRABACIONES
CANTATA RIOJANA. Emi Odeón, Bs. As., 1985. Y en disco compacto
en 1993, con música de Ramón Navarro. En 2015 es grabada por el
coro de la Legislatura.
MEMORIA DE LOS LLANOS. Primera y segunda parte del libro, grabado
en «La Galera», La Rioja, 1994, con música de Ramón Navarro (h).
RIOJA ESCONDIDA. Chaya, grabada por «Arraigo», con música de
Ramón Navarro.
TU GRITO. Grabado en «La Galera», con música de Ramón Navarro.
(Pertenece a la grabación «En Familia»).
GATICA POR GATICA. Audiovisual de la obra del autor, por Martín Ptasik.
DE MI INFANCIA EN VILLA NIDIA. Con música y participación de Ramón
Navarro.
LOS DIAS INSOLITOS. Con participación y música de Ramón Navarro
Los Fundadores del Olvido 173
Primer Ciclo
CREAR (1973). Campaña de Reactivación de Educación del Adulto para
la Reconstrucción. Creación de más de 300 centros educativos. Un año
de duración con presencia en toda la provincia, recorriéndola
permanentemente.
Segundo Ciclo
JUNTOS EN LA CULTURA (1985-1988). Desde la Dirección General de
Cultura, recorriendo la provincia en dos oportunidades; en la primera,
visitas de un día; en la segunda, quedándonos una semana en cada
departamento, acompañados de alrededor de 10 instituciones,
provinciales y nacionales, dictando cursos de teatro, danza, música,
conferencias sobre distintos temas; espectáculos con artistas locales
y delegaciones de Capital; entrega de distinciones, etc.
Tercer Ciclo
CANTATA RIOJANA (1986). Presentación de esta obra con los intérpretes
originales por los 18 departamentos, 13 provincias y en los principales
teatros de Bs. As.: Colón, Cervantes, San Martín.
Cuarto Ciclo
INTEGRACION CULTURAL (1989-2000). Bajo el lema "Los pueblos que
se conocen se aman", más de una década recorriendo la provincia con
delegaciones artísticas, publicando una revista homónima, reconociendo
valores locales, impulsando inquietudes.
174 Héctor David Gatica
Quinto Ciclo
FERIA ITINERANTE DEL LIBRO RIOJANO (1983-1984). Dos años
llevando a los pueblos del interior libros de autores riojanos, charlas
diversas, recitales poético musicales y dando participación a intérpretes
y autores de cada lugar visitado. Tarea conjunta con el Lic. Miguel Bravo
Tedín.
Sexto Ciclo
INTEGRACION CULTURAL RIOJANA (2001-2006). Haciendo la
presentación de los 4 tomos de esta obra (2.650 págs.), declarada por
la Cámara de Diputados "Patrimonio Cultural de la Provincia de La Rioja".
Se alcanzó la sorprendente cifra de treinta presentaciones, acompañados
estos actos por poetas representativos de diversos departamentos,
autoridades municipales y numeroso público.
DISTINCIONES - PREMIOS
NOMINACIONES
Primer Premio al poema ilustrado, NOA, Tucumán (Con el plástico M.
A. Guzmán), 1971.
Beca F. N. A. En letras, 1972.
Primer Premio Nacional «R. J. Payró», de Gente de Letras, Bs. As.,
1962.
Por dos veces Faja de Honor de SADE, Bs. As., En poesía y cuento,
1987, 1994.
Faja de Honor de ADEA, Mendoza, 1994.
Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, Bs.
As., 1994.
Ciudadano Ilustre de La Rioja, 1995.
Distinción Homenaje Grandes del Nuevo Cuyo, San Luis, 1995.
Diploma: En su carácter de escritor y periodista, se le confiere el grado
de Miembro Activo Correspondiente de esta Institución, en
Los Fundadores del Olvido 175
BREVE BIOGRAFIA
Héctor David Gatica nació en Villa Nidia, Dpto. San Martín, Prov. de La
Rioja, en 1935, hijo de Celso Gatica y Delia Durán. Fueron ocho
hermanos.
Cursó sus estudios primarios en la Esc. 112 de la misma localidad,
abandonando los mismos por prescripción médica (problemas de visión).
A los treinta años comenzó su carrera docente, como alumno libre en
La Rioja y regular en Mendoza, recibiéndose de maestro en 1968.
En la Universidad de La Rioja cursó primer año en Ciencias de la
Educación, debiendo abandonar su carrera universitaria por el golpe
militar.
Se desempeñó de maestro de Educación del Adulto en el Bº. San Martín,
Mendoza y en primaria, en la Esc. 112 de Villa Nidia y en la Esc. 177
de La Rioja.
Fue coordinador Provincial de la CREAR (Campaña de Reactivación del
Adulto) al frente de más de trescientos coordinadores de centros
educativos.
Director General de Cultura de la Prov. de La Rioja.
Miembro del Directorio de Radio y Televisión Riojana (RTR, Canal 9).
Creador de EL FAMATINA DE PLATA, habiéndose entregado más de
100 distinciones.
Asesor Cultural ad honorem del municipio capitalino.
Casado con Noelia Carrizo. Sus hijos: David Gabriel, Pablo Esteban
(ambos escriben) y Daiana Macarena.
Los Fundadores del Olvido 177
INDICE
TESTIMONIOS .................................................................................. 3