Vous êtes sur la page 1sur 2

Al-Ghazâli: LOS SOFISTAS Y EL PROBLEMA RADICAL DEL

CONOCIMIENTO (1)

"Allah es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es a semejanza de una hornacina en la que
hay una candileja, la candileja está en un recipiente de vidrio que parece un astro rutilante. Se
enciende gracias a un árbol bendito, un olivo, ni oriental ni occidental, cuyo aceite casi reluce
aunque no le toque el fuego. Luz sobre luz. Allah guía a quien quiere hacia su luz, y Allah
moldea sus parábolas para los hombres. Allah es omnisciente de toda cosa". (Corán, XXIV, 35).
El examen de mis conocimientos me demostró, no obstante, que estaba desprovisto de este
género de ciencia cierta, salvo en lo que concierne a los datos sensibles y a las necesidades de
la razón.
Me entregué entonces a la desesperación, encontrándome incapaz de abordar otros problemas
que las evidencias, las del sentido y las de la razón. Debía claramente discernir la naturaleza
de mi confianza en los datos sensibles y de mi seguridad de estar al abrigo del error en las
necesidades de la razón. ¿Son estos sentimientos análogos a los que experimentan la mayoría
de las personas con respecto a los conocimientos especulativos? ¿Se trata, por el contrario, de
una certeza sin ilusión ni sorpresa?
Me impuse entonces considerar los datos sensibles y las necesidades de la razón, intentando
ponerlos en duda. Llegué así a perder la fe en los datos sensibles. Y esta duda me invadía,
formulándose así:
¿Cómo fiarse de los datos sensibles? La vista, a pesar de ser el principal de nuestros sentidos,
fijándose en una sombra la cree inmóvil y petrificada y concluye que ésta no se mueve. Al cabo
de una hora de observación experimental, descubre que esa sombra se ha desplazado, no de
una vez, sino progresivamente, poco a poco, de forma que jamás ha dejado de desplazarse. El
ojo mira una estrella: la ve reducida al tamaño de un dinâr, mientras que los argumentos
matemáticos muestran que ese astro es más grande que la tierra. He aquí el ejemplo de los
datos sensibles con respecto al cual un órgano de los sentidos aporta un juicio allí donde la
razón ve aparecer un innegable error.
No hay seguridad, me dije entonces, ni siquiera en los datos sensibles. ¿Quizá la haya en los
datos racionales, que forman parte de las nociones primeras? Por ejemplo: diez es mayor que
tres; negación y afirmación no pueden coexistir en un mismo sujeto; nada en este mundo
puede ser a la vez creado (hâdith, acontecimiento) y eterno, existente e inexistente, necesario e
imposible.
He aquí la respuesta de los datos sensibles: ¿estás seguro -me dicen ellos- de que no pones,
en las necesidades de la razón, el mismo género de confianza que el que ponías en los datos
sensibles? Tenías fe en nosotros, pero llegó la razón y nos tachó de ser un error. Sin ella,
habrías mantenido tu confianza en nosotros. Pero, ¿no habrá, más allá de la razón, otro juicio
cuya aparición convencería del error a la razón misma, del mismo modo que ella hizo respecto
a los sentidos? Que tal inteligencia no se manifieste no prueba que sea imposible...
Me quedé sin palabras. La dificultad me pareció de la misma naturaleza que el problema del
sueño. Me dije entonces que durmiendo se cree en muchas cosas y uno se ve en toda clase de
situaciones; se cree firmemente en ellas, y sin la menor duda. Pero al despertar nos damos
cuenta de su inconsistencia, de la inanidad de los fantasmas de la imaginación. Uno puede
interrogarse, igualmente, sobre la realidad de las creencias adquiridas por los sentidos o por la
razón. ¿No se podría imaginar un estado que fuera, para la vigilia, lo que ésta es para el
sueño? La vigilia sería entonces el sueño de ese estado, y este último demostraría bien que la
ilusión del conocimiento racional no es más que vana imaginación.
Este estado sería quizá también el que los sûfî reclaman para sí. Aseguran que absorbiéndose
en sí mismos y haciendo abstracción de sus sentidos se encuentran en un estado de alma que
no concuerda con los datos racionales.
¿Quizá este estado no sea otro que la Muerte? ¿no ha dicho el Profeta: "los hombres están
dormidos; y muriendo (cuando mueren) se despiertan"? La vida en este mundo es quizá un
sueño, comparada con la del más allá. Tras la muerte, las cosas aparecen bajo una luz
diferente, y, como se dice en el Libro (Qur'ân al-karim): "Te hemos quitado el velo y tu vista hoy
es aguda" (Qur'ân al-karim, L, 22).
Cuando estos pensamientos llegaron a mi espíritu me atormentaron. En vano intenté poner
remedio. Sólo podía ocultarlos el razonamiento, que lamentablemente no es posible más que
recurriendo a los conocimientos primeros.
El mal empeoró y se prolongó durante dos meses, durante los cuales me encontré frente al
"sofisma" (safsata). Era éste mi estado de alma real, aunque nada se transparentaba en mis
palabras. Finalmente, Allah me sanó y recobré la salud y el equilibrio mental. Los datos
racionales necesarios volvieron a ser aceptables; puse mi confianza en ellos, me encontré
seguro y en la certeza. No llegué a ello por razonamientos bien ordenados, o por discursos
metódicamente dispuestos, sino por medio de una Luz que Allah ha proyectado en mi pecho.
Esta luz es la clave de la mayoría de los conocimientos. Quien cree que el "desvelamiento de la
verdad" es fruto de argumentos bien ordenados limita la inmensa misericordia divina. El
Enviado de Allah fue interrogado sobre la "dilatación" espiritual y el sentido según el cual debe
entenderse la sentencia de Allah: "A quien Allah quiere dirigir, le abre el pecho para el Islam"
(2). Él dijo: "es una luz que Allah proyecta en el corazón". "¿Para que se reconozca?" le fue
preguntado. Él respondió: "Para que huya de toda vanidad y vuelva a la Eternidad". Es
Muhammad también quien dice: "Allah creó al hombre en las tinieblas, y después le roció con
su luz". La revelación debe ser requerida a esta luz; ella brota en ciertas circunstancias del
fondo de la bondad divina; es preciso acecharla, según la sentencia de Muhammad: "Ocurre
que vuestro Rabb (3) os envía sus hálitos en ciertos días de vuestra vida; exponeos entonces a
esos hálitos".
En suma, debes saber que para alcanzar la Verdad se precisa el esfuerzo de la Perfección,
hasta el punto de investigar lo que no tiene ninguna necesidad de ser investigado... No hay que
buscar las nociones primeras, pues ellas están presentes en el espíritu. Lo que está presente
desaparece cuando se lo busca. Quien se pone en busca de aquello que no debe buscar no
podría ser sospechoso de negligencia.
NOTAS.
(1). Ext. de la traducción francesa de "Al-munqid min addalâl" (La delivrance de l'erreur o La
liberación del error), 2ª parte, Publications du Waqf Ikhlâs, Hakîkat Kitabevi, Darüssefaka Cad.
No. 57/A P.K. 35, 34262, Fatih, Istambul (Turk.), 1992 (2ª ed.).
(2). Corán, VI, 125.
(3). "Señor".

Vous aimerez peut-être aussi