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Villa, A. (Comp.) Sexualidad, relaciones de género y de generación: perspectivas histórico
culturales en educación. Buenos Aires. Novedades Educativas, 2008, en edición.
proponemos trabajar. Tal vez, el desacuerdo no deba tanto reducirse como
hacerse visible, reconocible, comprensible.
Que alguien “ordene” y que otro “obedezca” de mayor o menor buen grado en
el marco de una relación pedagógica: ¿se trata de un poder desapercibido,
sutil, revelador de una violencia simbólica?
Por ejemplo, un joven profesor siente que tiene que afianzar su autoridad frente
a sus alumnos, el recurso al “exceso de autoridad” se produce cuando
experimenta la inquietud de no saber y el riesgo de no ser reconocido, pero
cuando su autoridad está mejor asentada no tiene miedo a los límites de su
propio saber, a su ignorancia, ni tampoco a lo desconocido de sus alumnos.
Comprende la fragilidad y la reciprocidad del conocimiento. Su temporalidad,
finitud, transitoriedad. Se hace indispensable, por ello, aceptar que la autoridad
tiene un límite: hay un momento en que ya no se sostiene, el otro cesa de ser
alumno, niño, la autoridad pedagógica no dura toda la vida. Hay un momento
en el que se pasa una “línea de sombra”, en palabras de Joseph Conrad, y
donde nos encontramos “en la otra orilla”, al mando de la propia vida.
Una crisis de autoridad supone que la tradición ya no opera como antes, que el
mundo no es habitable de la misma manera. Sin duda subsisten tradiciones en
diversos lugares, es decir, maneras recibidas de transmitir, pero la autoridad
del pasado como tal ya no opera, es éste un hecho masivo, irreversible.
“Nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”, dice el poeta René
Char, citado por Cornu. Hoy es necesario interrogarse qué transmitir, en
nombre de qué y cómo, a fin de hacer “en común” ese mundo habitable.
La autoridad es siempre recibida por otros antes que nosotros, pero nosotros
no la recibimos más que “sin testamento”, como afirma el poeta, sin que haya
que seguir las últimas voluntades de los que vinieron antes, como mandatos
inquebrantables. Una vez recibida, es necesario aceptar este lugar de garante,
y “hacer espacio”, para los que vienen. Transitoria, transitiva, la autoridad así
repensada es una cuestión de hospitalidad.
“(...) La autoridad en educación supone un decir. (...) La autoridad se significa,
pero no sólo (ni necesariamente) en símbolos de poder y solemnidades sin
réplica, sino en palabras dirigidas, y no solamente conminatorias, en palabras
que dicen el sentido de un espacio habitable”. (Cornu, 2005)
Una relación entre padres e hijos, enseñantes y alumnos, es ante todo, una
relación temporal: unos han nacido antes que otros, lugares irreversibles. Es
también temporaria: los padres fueron hijos, han llegado a un lugar nuevo para
ellos; la educación tiene un fin, y los nuevos, a su vez, podrán cambiar de
lugar, aceptar o no la carga. Anterioridad y pasaje de lugares para suceder, dar
continuidad en el tiempo.
¿Es posible por parte del maestro desplegar su ignorancia como modo de
enseñar? ¿Cómo pensar un maestro ignorante? Un pedagogo francés del siglo
XIX, Joseph Jacotot4, afirmaba que era posible enseñar lo que se ignora y que
tenía alumnos que improvisaban en lenguas que él ignoraba. ¿Cómo enseñar
lo que se ignora y dejar que un alumno improvise en otra lengua?. ¿Puede un
maestro ser ignorante de lo que enseña? Jacotot pasó por una experiencia que
lo llevó a afirmar este aparente “imposible” en pleno siglo de las luces y del
conocimiento. Se encontró, en una situación azarosa, dando clase a alumnos
flamencos que desconocían el francés, desconociendo él mismo el holandés.
Sin lengua en común para entenderse, buscó y encontró lo que él llamaba
“una cosa en común”: un libro, el Telémaco, traducido en las dos lenguas. Lo
ofreció a sus alumnos y les dijo: “lean, busquen, comparen, investiguen,
hablen, improvisen”. Al cabo de unos meses sus alumnos podían comprender
su lengua y pasar del holandés al francés sin dificultad. Se sorprendió a sí
mismo reconociendo que les había enseñado sin saber la lengua necesaria
para explicarles el libro. Se dijo a sí mismo que, confiando en la igualdad de las
inteligencias de sus alumnos, éstos habían aprendido. Se aventuró a poner por
delante la igualdad y luego, verificarla, impulsando al trabajo a sus alumnos en
torno a esa “cosa en común” que, a maestro y a alumnos, reunía en un mismo
espacio. A partir de allí, la “igualdad de las inteligencias” fue su punto de
partida, su modo de instituir la confianza en toda relación de transmisión, de
negarse a la desigualdad, a la impotencia del alumno, a considerarlo alguien
inferior en sus capacidades, necesitado de explicaciones que sólo él poseía.
La historia de Jacotot puede ser una metáfora que nos ayude a pensar los
temas que hoy nos ocupan y que demandan un lugar de reconocimiento en la
escuela. Es posible que debamos reformular estos términos, utilizar otras
palabras, nombrar de otras maneras la “cosa en común”, la “igualdad de las
inteligencias”, pero sin duda Jacotot y Rancière, nos hacen pensar de nuevo
acerca de la trama que reúne a un maestro y un alumno en torno a un
conocimiento.
“(...) Por eso, posiblemente, las marcas más permanentes que atribuimos a las
escuelas no se refieren a los contenidos pragmáticos que ellas pueden
habernos presentado, pero sí se refieren a situaciones del día a día, a
experiencias comunes o extraordinarias que vivimos en su interior, con
compañeros, con profesores, con profesoras. Las marcas que nos hacen
recordar, aún hoy, a esas instituciones tienen que ver con las formas como
construimos nuestras identidades sociales, especialmente nuestra identidad de
género y sexual. (...)” (López Louro, 1999: 5)
“(...) Pues la jornada del hombre contemporáneo ya casi no contiene nada que
todavía pueda traducirse en experiencia: ni la lectura del diario, tan rica en
noticias que lo contemplan desde una insalvable lejanía, ni los minutos
pasados al volante de un auto en un embotellamiento; tampoco el viaje a los
infiernos en los trenes del subterráneo, ni la manifestación que de improviso
bloquea la calle, ni la niebla de los gases lacrimógenos que disipa lentamente
entre los edificios del centro, ni siquiera los breves disparos de un revólver
retumbando en alguna parte; tampoco la cola frente a las ventanillas de una
oficina o la visita al país de Jauja del supermercado, ni los momentos eternos
de muda promiscuidad con desconocidos en el ascensor o en el ómnibus. El
hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de
acontecimientos –divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o
placenteros- sin que ninguno de ellos se halla convertido en experiencia”
(Agamben, 2003: 8)
“El modelo de educación sexual que tengo en mente está más próximo de la
experiencia de la lectura de libros de ficción y poesía, de ver películas y de la
implicación en discusiones sorprendentes e interesantes, ya que cuando nos
comprometemos en actividades que desafían nuestra imaginación, que nos
proporcionan cuestiones para reflexionar y que nos hacen llegar más cerca de
la indeterminación de eros, tenemos siempre algo más para hacer, algo más
para pensar” (Britzman, 1999: 89)
Las escuelas que transitamos cotidianamente y que habitamos desde los más
diversos lugares están hechas de palabras, son mundos donde lo que
decimos, cómo lo decimos, a quiénes nos dirigimos, a quiénes escuchamos y
desde qué posición lo hacemos determinan lugares, fijan identidades o las
recrean, abren posibilidades o las clausuran. En este sentido, podría decirse
que la escuela -y sus formas- no es tanto un espacio y un tiempo donde se
habla -de los conocimientos, de la cultura, de lo que las generaciones deben
compartir, sostener y recrear-, sino que los modos de hablar en ella otorgan
sentido a esos espacios y esos tiempos, configurándolos y ordenándolos de
modos diversos. Propongo pensar así que, las escuelas pueden ser
concebidas como “lugares de habla” según los modos de circulación de la
palabra que se promuevan.
Los rasgos que nos reúnen en tanto seres hablantes, atañen a alumnos y a
docentes, a jóvenes y a adultos, a sujetos con experiencias y condiciones de
vida muy diferentes; es lo que nos coloca en posición de igualdad, aquello que
desarticula superioridades e inferioridades, aunque temporariamente algunos
enseñen y otros aprendan.
Final abierto
Bibliografía
Agamben Giorgio Infancia e historia. Buenos Aires. Adriana Hidalgo ed. 2003.
3
Retomo diferentes planteos que realiza la autora en sus textos (consultar en
bibliografía)
4
Figura que rescata de los archivos históricos, el filósofo contemporáneo
Jacques Rancière, para hablar de la igualdad, en este caso, entre un maestro y
un alumno, y criticar una educación basada en superioridades e inferioridades,
donde autoridad es sinónimo de dominio. Ver El maestro ignorante. Cinco
lecciones de emancipación intelectual
5
Sobre este aspecto puede consultarse a Giorgio Agamben en su texto
Infancia e historia, donde desarrolla la idea de la destrucción de la experiencia
en la modernidad. Para un abordaje directamente referido al terreno de la
educación: Jorge Larrosa, en La experiencia y sus lenguajes y Ricardo
Baquero, en Del experimento escolar a la experiencia educativa. La
“transmisión” educativa desde una perspectiva psicológica situacional