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CAPÍTULO 5

2. ¡AY DE LOS RICOS DE CORAZÓN ENDURECIDO!


(5,1-6).

a) Se va acercando el castigo (5,1-3).

1 Y ahora vosotros, los ricos, llorad a gritos por


las calamidades que os van a sobrevenir. 2
Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos,
consumidos por la polilla. 8 Vuestro oro y vuestra
plata, enmohecidos, y su moho servirá de
testimonio contra vosotros, y como fuego
consumirá vuestras carnes. Habéis atesorado
para los días últimos.

Con visión profética continúa Santiago los ayes de


Jesús por las desgracias que han de sobrevenir sobre
los ricos, los que están repletos, los que ríen, y los que
se complacen en los aplausos (Lc 6,24-26). Con la
resurrección y la ascensión de Cristo ha comenzado el
final de los tiempos, se ha dictado ya sentencia sobre
este mundo. Cristo reina ya victorioso, sentado a la
derecha del Padre como Señor de la gloria. Ya está en
vigor la gran inversión de los valores. Todos los bienes
de este mundo transitorio y todos los que tienen el
corazón apegado a ellos y confían en ellos, están ya
sometidos a este proceso radical de desvalorización y
revalorización. Ya se ha pronunciado la sentencia
contra ellos y contra todos los que no tienen más
riqueza que estos bienes perecederos. Santiago juzga a
los «ricos» con esta nueva escala de valores y les echa
en cara su impotencia, su inseguridad y su pobreza. Su
invitación a llorar anticipa los lamentos por el castigo
que, sin duda, se aproxima.

Una miseria trágica caerá sobre los que son ricos tan
sólo en bienes terrenales. Aquello en que confiaban, lo
que les ganaba aprecio, les daba prestigio, influencia y
placer, lo que debía servirles para su seguridad,
aparece ahora como engañoso, porque los poderes de
la corrupción triunfan sobre ello. El orín y la polilla
serán testigos contra estos ricos y revelarán sin piedad
su dureza de corazón, porque prefirieron que sus
bienes se echasen a perder antes que prestar ayuda a
los necesitados. Esta dureza de corazón es la causa de
su ruina.

Además de su culpa, Santiago les echa en cara su


estupidez. Por las obras y el destino de Cristo podían y
debían haberse dado cuenta de que el fin de los
tiempos había llegado. Sin embargo, siguieron obrando
como si las actuales condiciones del mundo hubieran
de durar siempre, como si Dios fuese a manifestarse en
breve como juez y reestructurador del mundo.
Pertenece al número de estos pobres ricos, de estas
personas necias, de quienes uno sólo puede
compadecerse, quien después de la venida de Cristo,
de su muerte y resurrección, no se prepara para el fin
del mundo; quien con miras egoístas y corazón
insensible aspira sólo a los bienes de este mundo;
quien con arrogancia y temeridad se siente seguro de
sí mismo,

Así era entonces y así es hoy dentro o fuera de la


Iglesia. El juicio de Dios ha caído ya sobre ellos.

b) Todas las injusticias claman venganza al cielo


(5,66).

4 Mirad: el jornal de los obreros que segaron


vuestros campos, y que les habéis escamoteado,
está clamando, y los clamores de los segadores
han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos.
5 Habéis disfrutado en la tierra, os habéis
entregado al placer; habéis cebado vuestros
corazones para el día de la matanza. 6 Habéis
condenado, habéis matado al justo. Nada se os
resiste.

Santiago se refiere especialmente a los grandes


terratenientes. Probablemente no pertenecían a las
comunidades cristianas. Explotaban brutalmente a sus
jornaleros, entre los que sin duda se contaban algunos
cristianos, e incluso les escatimaban el salario mínimo
establecido por la ley de Moisés, que debía ser pagado
al atardecer 54, y sin el cual el jornalero y su familia
estaban condenados a pasar hambre. Abusaban
además brutalmente de su poder en los pleitos contra
los pobres. Los engañaban, los defraudaban de sus
derechos, e incluso los hacían condenar y matar sin
razón ni justicia. Seguramente influía la fe de los
jornaleros cristianos, que resultaba odiosa a aquellos
ricos, como ya se indicó antes (2,6s). La venalidad y
parcialidad de los jueces, frecuente entonces, facilitaba
este estado de cosas. Pero hay que pensar ante todo
en la ruina social y económica de los pobres y débiles;
en el libro del Eclesiástico se colocan en un mismo nivel
la explotación del trabajo y el asesinato (Eclo 34,24).

Los ricos a que alude Santiago son egoístas sin


escrúpulos, que no se preocupan por el derecho y la
justicia, atentos sólo a incrementar su hacienda y a
gozar desenfrenadamente de la vida. Les tenían sin
cuidado la indigencia de los pobres y la suerte de sus
trabajadores. Eran instrumentos para incrementar su
hacienda a cualquier precio, y para conseguir este fin
no reparaban en explotarlos, en defraudarles sus
jornales, en oprimirles, o abusar de la ley, hasta llegar
al asesinato. Lo importante era poder seguir holgando
y riendo. No es, pues, de extrañar que su corazón
estuviese totalmente endurecido, embotado, imbuido
del espíritu del mundo, «convertido en grasa». Su Dios
es en realidad el vientre (cf. Flp 3,19). No habían
percibido la gravedad del momento en que vivían: y
desde la ascensión de Jesús hemos entrado en el
tiempo final, el tiempo del juicio, «el día de la
matanza» 55. La sentencia de Dios ya ha sido
pronunciada y no falta más que la promulgación
pública. Por eso Santiago puede hablar así: la actividad
de estos «ricos» ya ha pasado, y ha sido juzgada. Es
indudable que Dios toma a su cuidado a los oprimidos,
sobre todo si ponen su causa en manos de Dios, si
viven como «justos».
Santiago no habla sólo para los cristianos que estaban
en aquella situación. Siempre es importante saber que
Dios se preocupa especialmente de los pobres, los
oprimidos, los explotados, los que son perseguidos
injustamente, si confían en él y se quejan a él de su
desgracia. Aunque puede parecer que los poderosos y
los ricos sin escrúpulos pueden hacer impunemente
cuanto les place, el juicio de Dios los define como
necios y, desde la encarnación de Cristo, el juicio de
Dios, fundamentalmente, ya ha sido pronunciado. No
hay que cruzarse de brazos ante las necesidades
sociales, sino trabajar activamente para resolverlas,
pero nuestra verdadera esperanza es Dios.
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54. Cf. Lv 19,13; Dt 24,15; Ml 3,5.
55. Aunque la expresión «día de la matanza» también se puede
entender en un sentido inofensivo, como festín con motivo de la
matanza de animales, en este contexto se tiene que interpretar
como referida al fin de los tiempos, o sea, como «día del juicio» de
Dios o juicio final.
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VIII

EXHORTACIÓN A LA CONSTANCIA 5,7-11

En esta perícopa resume Santiago los puntos


esenciales de su carta y alude a la proximidad del fin.
En medio de las tribulaciones causadas por el ambiente
pagano o por los cristianos tibios, hay que tener los
ojos fijos en ese fin. El Señor, que ha de venir, juzgará
y castigará con justicia, pero también recompensará
abundante y generosamente si la fe se ha traducido en
obras, y ha probado su eficacia en una fidelidad
perfecta. Es menester no desanimarse, sino aguardar
al Señor, que está ya a las puertas, y confiar en su
bondad. Él dará a sus elegidos el premio: la entrada en
el reino perfecto de Dios.

1. AGUARDAD CON PACIENCIA EL ADVENIMIENTO DEL


SEÑOR (5,7-9)

a) Fortaleced vuestros corazones, porque el Señor está


cerca (5,7-8).
7 Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta el
advenimiento del Señor. Mirad cómo el labrador
espera el precioso fruto de la tierra, aguardando
pacientemente, hasta recibir lluvias tempranas y
tardías. 8 Tened paciencia vosotros también,
fortaleced vuestro corazón, porque está cerca el
advenimiento del Señor.

La carta de Santiago rebosa de solicitud por preparar a


todos los «hermanos» para la venida del Señor, para
que consigan el precioso fruto de su fe. Ser cristiano
significa prepararse para el advenimiento del Señor.
Nadie sabe cuándo vendrá el Señor, pero es cierto que
vendrá, aún más, ya está viniendo. Por eso es decisivo
el estado en que el Señor encuentre a los suyos,
cuando llegue repentina e inesperadamente. Sólo el
que está preparado puede recibir como recompensa la
vida en el reino de Dios. Igual que los labradores,
hemos de aguardar el fruto que quiere brotar en
nosotros de la semilla de la palabra de Dios (cf.
1,17.21). El Señor dará a conocer las obras de la vida
de cada uno de los creyentes. La semilla de Dios dará
su fruto. Lo único que ahora hay que hacer es tener
paciencia, vivir de la fuerza vital de esa semilla, vivir
aguardando la venida del Señor. Los campesinos de
Palestina aguardaban con confianza, año tras año, las
lluvias tempranas después de la siembra otoñal, y las
lluvias tardías de primavera, para que la semilla no
permaneciese estéril en la tierra árida 51. También
nosotros, en medio de las tribulaciones que este
mundo ocasiona al creyente, debemos creer
firmemente que Dios otorgará a la fe la victoria, el
fruto precioso de la participación en la victoria total del
Señor en el reino de Dios.

Por eso es preciso hacer frente enérgicamente a la


indolencia y a la indiferencia, a la falta de fe y al
desaliento, a cualquier tentación de entregarse a las
concupiscencias de este mundo. Hay que encauzar
toda la vida hacia la venida del Señor, con la conciencia
regocijada por la certeza de que el creyente conseguirá
la victoria, la victoria que se avecina, porque el
advenimiento del Señor está cerca. Santiago se inspira
aquí en unas palabras de la predicación de Jesús: «Se
ha cumplido el tiempo: el reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,15). El
Evangelio empezó a difundirse, y desde entonces la
semilla de Jesús tiende inconteniblemente hacia la
consumación. El Señor ya está dispuesto para
someterlo todo al dominio de Dios y para otorgar la
participación en la victoria a los que han sido probados
en su fe 57. Desde la ascensión de Jesús los días
caminan al encuentro de la gloria plena de Dios. Nada
puede impedir esta victoria, nada puede torcer el curso
de la historia. La decisión ha sido ya tomada en la cruz
de Jesús. Aunque a muchos cristianos, como a muchos
agricultores, el tiempo de espera les parezca
demasiado largo; aunque, en vista de las muchas
amenazas que provienen del exterior, la esperanza se
vaya desvaneciendo; aunque vacile la fe en la
consumación de los tiempos, el advenimiento del Señor
está cerca. Hay que mantener viva la esperanza y
fortificar el corazón en la fe. Sólo cosechará el que
haya perseverado sin desfallecer.

Si a menudo nuestra fe es tan estéril y nuestras


fuerzas tan escasas, es porque no creemos con
suficiente firmeza en la proximidad del advenimiento
del Señor. Santiago nos dice: «Mirad el fin, aguardad
con paciencia, robusteced vuestros corazones con esta
fe en el fin de los tiempos.» Si nuestra fe ha de ser
fructuosa, tiene que saber adónde va y dirigirse con
resolución hacia el fin, hacia el Señor que ha de volver.
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56. No se ha escogido esta comparación con demasiado acierto, ya
que por un lado se espera más bien que se hable de la maduración
del fruto y no de la lluvia, como condición previa para la
maduración (cf. Mc 4,26-29); por otra parte, el campesino de
Palestina distingue entre la lluvia temprana, la lluvia invernal, y la
lluvia tardía. La lluvia temprana sólo reblandece y prepara la tierra
endurecida con el calor estival, para recibir la semilla. Por tanto
Santiago aquí se refiere a esta división tradicional de las lluvias,
pero la presenta incompleta. Sobre las lluvias temprana y tardía cf.
Dt 11,44; Os 6,3; Jl 2,23; Zac 10,1; Jer 5,24 (siempre según la
traducción de los Setenta).
57. Cf. 1Co 1;,1-29; Ap 1,3; 3,11; 22,6s.20.
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b) No os quejéis unos de otros, el juez está a las
puertas (5.9)

9 No os quejéis unos de otros, hermanos, para


que no seáis juzgados. Mirad que el juez está a
las puertas.

Con frecuencia el principal obstáculo para nuestra fe no


es tener que vivir en un mundo alejado de Dios, sino la
convivencia con los cristianos de nuestras
comunidades. ¡Cuántas tensiones y escándalos de
índole social, ética y teológica implica esta convivencia!
Todos están llamados al amor perfecto, pero el espíritu
del mundo los retiene con mayor o menor fuerza.
Santiago no tiene reparos en llamar a estas tensiones
por su nombre 68, También él conoció lo que hoy se
nos reprocha tan a menudo: que los cristianos
representan el principal escándalo contra el mensaje de
Cristo, por las terribles contradicciones que existen
entre su fe y su vida. ¿Y quién de nosotros no sabe que
todas estas tensiones tienen su origen, en último
término, en la imperfección del amor fraterno, del
amor del prójimo? El verdadero amor, no censura ni
murmura, es desinteresado, se preocupa por el
hermano menos digno de amor, e incluso por el que es
francamente molesto, y le ayuda pacientemente a
llevar su carga. ¿Hace algo especial quien sólo ama a
los que le tratan con amabilidad y no le crean
problemas (cf. Mt 5,46-48)? El que, en cambio, juzga
sin amor a los demás cristianos, murmura contra ellos
y se queja de tener que vivir en comunidad con ellos,
se descubre a sí mismo. No responde a las exigencias
de Cristo ni sigue su ejemplo; él mismo construye la
medida con la que el Señor le juzgará en su
advenimiento.

Pero eso no significa que hay tiempo de sobra para


corregirse y mejorarse. La obligación del amor no
tolera dilaciones. También aquí es preciso tener en
cuenta que el Juez está ya a las puertas. Y ¿cómo nos
encontrará, si nos sorprende en el momento menos
pensado? ¿Qué estamos dispuestos a hacer nosotros,
actuando con el amor fraterno que supera todos los
obstáculos, para conseguir que nuestros hermanos
vivan con alegría en espera del advenimiento del
Señor?
....................
58. Cf. 1,99; 1,19.26; 2,1ss; 4,1ss.
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2. EL FINAL DEPENDE DE DIOS (5,10-11).

a) Tornad por modelo a los profetas (5,10).

10 Tomad, hermanos, por modelo de sufrimiento


y de paciencia a los profetas que hablaron en
nombre del Señor.

El cristiano que ha de poner a prueba su fe en medio


de un mundo incrédulo, no está solo. Son numerosos
los ejemplos a los que puede dirigir su vista para
convencerse de que la perseverancia en medio de los
sufrimientos y las contradicciones es un elemento
esencial de la vida del creyente. Las grandes figuras de
la historia sagrada del pueblo de Dios son modelos que
nos indican el camino que hemos de seguir. Nos
muestran la posibilidad de perseverar animosamente, y
con su renombre y su fama en el pueblo de Dios nos
manifiestan cuál fue su recompensa. Nos invitan a
seguir su ejemplo, a entrar en comunión con ellos.

Santiago elige las figuras de la antigua alianza para


hacernos ver que somos sus verdaderos herederos y
sucesores; igual que ellos, hemos de dar testimonio de
Dios y de su Mesías. Los profetas habían anunciado el
mensaje de Dios a una generación incrédula, que no lo
oía con gusto. Santiago prosigue intencionadamente la
predicación de Jesús. Sus compatriotas son los
herederos de aquellos que no habían acogido con amor
a los mensajeros de Dios e incluso los habían
perseguido y los habían obligado a callar, porque les
resultaba incómodo escuchar su mensaje 59. Santiago
incluye en la categoría de profetas a todos los que
dieron testimonio de la palabra de Dios con su
obediencia, empezando por Abraham y terminando con
los mártires del tiempo de los Macabeos 60. Esta
«nube de testigos» (Heb 12,1) ha prefigurado y ha
dado testimonio de antemano del testigo fundamental
de la fe, el Señor Jesucristo crucificado y enaltecido (cf.
Heb 12,1ss). No es necesario mencionar explícitamente
a Jesús. Cada mártir da testimonio del Señor que sufre
y triunfa sobre el mal.

Este testimonio se exige a todos los que pertenecen a


Cristo y quieren probar la eficacia de su fe. Sólo esta
prueba convierte al creyente en miembro perfecto del
verdadero pueblo de Dios. Ser cristiano, pues, significa
entrar en las filas de los que han demostrado su fe con
fidelidad y constancia, sin arredrarse ante los
sacrificios; significa dar testimonio de Cristo en este
mundo, con la propia vida.
....................
59. Cf. Mt 5,12; 23,29ss; Mc 12,1ss.
60. Cf. Hch 7,52; Hb 11,32ss; Si 44-50; 2M 5,24-7,42.
....................

b) Bienaventurados los que perseveran (5,11).

11 Mirad cómo proclamamos bienaventurados a


los que fueron constantes. Habéis oído hablar de
la paciencia de Job y habéis visto el final que le
dio el Señor, porque es compasivo el Señor y de
mucha misericordia.

Aunque no podamos dar este testimonio por nuestras


propias fuerzas, no tenemos ningún motivo para
desanimarnos. Alcemos nuestra vista a la omnipotencia
de Dios, que suscitó en hombres débiles una valentía y
una fidelidad heroicas, y entreguémonos en las manos
bondadosas de la providencia divina, especialmente
cuando Dios nos llama a la prueba. Dios prepara
siempre un feliz desenlace, porque su llamada nace de
su amor y su mano conduce a los tesoros de su
misericordia. Su amor quiere que participemos en su
reino, en la eterna bienaventuranza. Quien confía en
Dios y se apoya por entero en él, experimenta ya en
medio de la tribulación que Dios va guiando su
caminar, prepara su destino y le concede, ya desde
ahora, la victoria.
El destino de Job, probado en su fe, es un hermoso
ejemplo 61. Se puso en contacto inmediato con Dios y
recibió en recompensa, ya en este mundo, el doble de
lo que había perdido62. A los que han sido probados
Dios los premia en la vida futura, pero también en
ésta. Su benevolencia es inmensa. Ya en la antigua
alianza era proverbial esta sentencia: «Compasivo y
propicio es el Señor» (salmo 102[103],8; 111[112],4).
Santiago aumenta la dosis: Es compasivo el Señor y de
mucha misericordia.» Y lo es sobre todo cuando
somete a pruebas a un cristiano, porque sólo la prueba
hace que se manifieste la paciencia, y la paciencia
perfecciona la fe. La paciencia produce en el hombre el
fruto de la fe perfecta, a la cual está prometido el
premio de la bienaventuranza en comunión con Dios.
Debemos alegrarnos, pues, si el amor de Dios nos
envía una prueba 63. Bienaventurados los que
perseveran.
....................
61. La frase «habéis visto el final que le dio el Señor», de no tener
en cuenta el contexto, dice literalmente: «habéis.., visto el fin del
Señor», o bien «tenéis a la vista el fin del Señor». Esta frase hizo
pensar a muchos intérpretes cristianos de la antigüedad y de la
edad media, y también a muchos modernos, que Santiago se
refería aquí a la pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, Santiago
argumenta aquí con modelos tradicionales, de que nos habla el
Antiguo Testamento, lo cual también se confirma por el hecho de
que las dos veces que en este versículo se nombra al Kyrios, Señor,
se quiere significar a Dios. Además por el contexto se deduce que
la voz telos (final) tiene aquí el sentido de «desenlace» (de la
historia, o sea, del tiempo de sufrimiento).
62. Cf. Job 1,21s; 42,11ss.
63. Cf. 1,2; 4,12-16; 3,20-26; 4,18; S,7.11.
....................

CONCLUSIÓN DE LA CARTA 5,12-20

En esta sección final compendia Santiago algunas


advertencias importantes para vivir en el mundo como
buen cristiano, sin que aparezca una estrecha conexión
entre ellas. Trata del juramento (5,12) 64, de la
oración (5,13-18), de la solicitud por los cristianos que
se extravían o se pierden (5,19). Aparece una vez más
el cristianismo activo de Santiago en su primitiva
fuerza y realismo. El cristianismo activo toma impulso
en la fuerza de la oración, se manifiesta en una vida
pura, rebosante de confianza filial y satisfecha de
poseer el tesoro de la fe, y tiene por su tarea más
noble la solicitud amorosa por el hermano y por su
salvación. No hay que atribuir a una torpeza literaria el
hecho de que la carta se interrumpa bruscamente con
la exhortación a cuidarse del hermano extraviado;
Santiago vuelve al punto de partida de su carta, al
capítulo primero: la solicitud por la perseverancia de
los cristianos en medio de la lucha. Vuelve a mostrar
los rasgos esenciales del cristianismo, tal como lo
concebía y reflejaba en su vida. Este cristianismo, que
brota de una fe vivida que se traduce en las obras, no
es un cristianismo de segunda categoría, sino el
cristianismo primitivo de los tiempos apostólicos.
Detrás de las palabras de Santiago puede oírse la voz
de su maestro y Señor, de quien Santiago es fiel
testigo y siervo en todas las frases de su carta. Quien
escucha a Santiago, pues, escucha al Señor Jesucristo.
....................
64. Este versículo 12 del capítulo 5 se incluye en general en la
sección precedente a causa de la palabra «juicio», que parece
corresponder a la expresión «seáis juzgados» y a la palabra
«juez» del versículo 9 de dicho capítulo. Este versículo de
transición o este puente que une las dos secciones ha de incluirse
más bien en la sección siguiente 5,12-20 por causa del nuevo
vocativo «hermanos míos» (cf. 1,2; 1,19; 2,1.5; 2,14; 3,1; 5,7), así
como por las palabras «sobre todo», que introducen una
advertencia insistente para que tomen actitudes resueltas, y
también por causa de su contenido.
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1. PROHIBICIÓN DEL JURAMENTO (5,12).

12 Ante todo, hermanos míos, no juréis ni por el


cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro
juramento. Que vuestro «sí» sea «si», y que
vuestro «no» sea «no», para que no caigáis en
juicio.

En el ambiente judío y judeocristiano estaba muy


difundida la mala costumbre de invocar a Dios coma
testigo de la verdad sin razón suficiente, incluso para
las bagatelas y trivialidades que salen al paso de cada
día. Es verdad que se guardaban las apariencias y no
se quebrantaba descaradamente el segundo
mandamiento de la ley de Dios, porque se evitaba
nombrar a Dios, y en su lugar se usaban
circunlocuciones, como cielo, tierra, templo (cf. Mt
5,33-37). Pero en el fondo a quien se quería invocar
era a Dios y se le faltaba al respeto, reduciéndolo al
nivel de las habladurías cotidianas. Los escribas habían
clasificado meticulosamente estas circunlocuciones
según el grado de su legitimidad. Los que conocían
estas sutilezas podían engañar a sus compañeros con
fórmulas de juramento válidas en apariencia. Muchas
veces se engañaba con este procedimiento (cf. Mt 23,
16-22). Jesús se pronunció claramente contra este
falseamiento de la verdad y este abuso escandaloso de
la santidad de Dios. Prohibió a sus discípulos el
juramento (Mt 5,33-37). No deben jurar nunca. Como
hijos del Padre que está en los cielos, su modo de
hablar ha de ser claro, sencillo y sincero. Que vuestro
«sí» sea «sí», y que vuestro «no» sea «no». El texto
de Santiago resulta más claro y parece reproducir
mejor las palabras pronunciadas por Jesús que el texto
de San Mateo 65, como puede verse con una
comparación de ambos textos: Sant 5,12: Mt 5,3637:
Prohibición de toda clase de Prohibición de toda clase
de juramentos juramentos Ejemplos: Ejemplos: cielo
cielo tierra tierra cualquier otro juramento Jerusalén,
vuestra cabeza

Motivo de la prohibición: todas las fórmulas sustitutivas


son verdaderos juramentos

Mandato (según texto griego): Manera como se debe


hablar: vuestro «sí» sea «sí» al «sí», «sí» vuestro «no»
sea «no» al «no», «no» Amenaza de castigo Se
reprueban todas las otras fórmulas usadas para afirmar
o negar

Un discípulo de Cristo no puede recurrir a sutilezas,


verdades a medias, medios astutos de prevalecer,
adulaciones o hipocresías. Dios le ha impuesto la
obligación de decir la verdad siempre y en todas las
circunstancias. El discípulo de Cristo vive siempre ante
la presencia de Dios, el defensor de la verdad y el juez
de toda falta de veracidad. Es discípulo, además, de
aquel maestro y Señor que vivió y padeció dando
testimonio de la verdad, y «proclamó su hermosa
confesión ante Pilato» (1 Tim 6,13).

Santiago no quiere promulgar públicamente una ley


general obligatoria, como tampoco lo quería Jesucristo.
No pretende obligar al cristiano a abstenerse de jurar
cuando el juramento está justificado por la necesidad
de llegar a conocer la verdad. Lo que quiere es advertir
que el cristiano tiene la obligación de decir la verdad
siempre y en todas partes, de renunciar a cualquier
clase de artificio o de recurso, de no usar la santa
autoridad de Dios para conseguir sus propios fines.
Quien se ha liberado del dominio del príncipe de este
mundo, del padre de la mentira, tiene que reflejar la
verdad en sus palabras y en su conducta. Sólo así se
salva el mundo y se santifica la Iglesia. El cristiano
debe vivir la verdad en el amor (cf. 4,15). Sólo así
puede penetrar la verdad en el mundo, que está
dominado por la mentira y la hipocresía, el desorden y
la desconfianza, la astucia y el fraude. De nosotros
depende que el espíritu de Dios, que nos trae la
salvación y es espíritu de verdad, penetre en nuestro
ambiente, en nuestras comunidades, en la opinión
pública y en el mundo y los salve. Quien no cumpla en
la vida estas exigencias, no deberá extrañarse cuando
en el tribunal de Dios se le pidan cuentas. Dios,
abogado de la verdad, vela sobre nuestras palabras y
nuestra conducta.
....................
65. Testigos de Ia Iglesia antigua, como san JUSTINO, Apología 1,
16,5, y CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata Vll, 50,5; v, 99,1, en
este punto van de acuerdo con Santiago frente a Mateo.
....................

2. ORAD EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS DE LA VIDA


(5,13-18).

a) En la alegría y en la tristeza (5,13).

13 ¿Sufre alguno de entre vosotros? Que ore.


¿Está de buen animo? Que cante salmos.
La posibilidad de sacar provecho de las tribulaciones
radica en la oración, en la comunicación confiada con
Dios. Esta comunicación debe ayudarnos a aceptar y
soportar todo lo que la voluntad de Dios permite o nos
envía a sus hijos. No estamos solos ni somos mudos a
la hora de la prueba. Dios ha abierto nuestra boca y ha
infundido el amor en nuestros corazones. Escucha a
sus hijos cuando le invocan y los ayuda a superar
victoriosamente las tribulaciones y sufrimientos. Pero el
hombre tiene que llamar; ésta es su facultad y su
poder. Sólo es auténtica la fe que está arraigada en la
oración. Una fe que no vaya más allá de las ideas y las
palabras no basta para superar las tribulaciones.

Pero la oración no es tan sólo un medio para conseguir


ayuda en las situaciones apuradas; es también una
manifestación vital de la fe. En la oración palpita y
actúa la fe, se reviste de carne y adquiere forma. En la
oración se revela la fuerza vital de la fe, Creer significa,
pues, orar, vivir de Dios, en El y con él, en un
intercambio amoroso.

La oración abarca todas las circunstancias de la vida.


Esto es lo que quiere dar a entender Santiago
contraponiendo la tristeza y la alegría. La oración
incluye tanto la alabanza, cuanto la petición y la acción
de gracias. Y para alabar a Dios se utilizan con
preferencia los himnos y oraciones de la Sagrada
Escritura, principalmente los salmos. El cristiano está
ante el divino acatamiento como miembro del pueblo y,
por tanto, alaba y da gracias a Dios con los himnos del
pueblo escogido del Antiguo Testamento. Antes como
después de Cristo, toda oración personal es asumida
en el coro del pueblo de Dios, que está todavía en
camino hacia el reino de Dios, meta de la larga historia
de la salvación. Así sucede con la oración de todos los
cristianos.

b) En la enfermedad y en el pecado (5,14-18).

14 ¿Está alguno enfermo? Haga llamar a los


presbíteros de la Iglesia, y oren sobre é!
ungiéndole con óleo en el nombre del Señor. 15
La oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor
le hará levantarse, y si hubiere cometido
pecados, habrá perdón para él.

Santiago conoce una oración de la Iglesia


particularmente eficaz para la enfermedad corporal: el
sacramento de la unción de los enfermos.
Evidentemente, se trata de una costumbre de la Iglesia
ya vigente entonces. Los pastores de almas de una
comunidad -se los llama presbíteros (ancianos),
aunque entre ellos también se contaban personas
jóvenes, como Timoteo 66-, tienen un especial poder
sacramental. Su oración sobre los enfermos,
acompañada de la unción del cuerpo enfermo con
aceite de oliva, y de ]a invocación del nombre de
Jesús, tiene un especial poder curativo. Vence a la
enfermedad, y ayuda al enfermo a dejar su cama y
levantarse. Muchas enfermedades son una
consecuencia de culpas personales, que Jesús perdona
cuando los presbíteros recitan sobre el hermano
enfermo esta oración, de eficacia sacramental. Así
pues, es el mismo Señor quien, por medio de sus
ministros, los presbíteros, actúa en este sacramento;
da la salud, perdona, alivia y salva. La Iglesia
administra este sacramento a los enfermos en nombre
de Jesús, es decir, con su poder.

También aquí es menester, sin duda, como en


cualquier clase de oración, que el creyente presente
sus ruegos al Señor y por su mediación a Dios Padre:
«Hágase tu voluntad.» Este sacramento no tiene un
poder mágico, como si fuera un mecanismo de eficacia
indiscutible. Su resultado es personal, adaptado por
Dios al enfermo, cuya dolencia se debe muchas veces a
sus pecados. Eso no nos autoriza a menospreciar este
don salvífico ni a considerarlo como una última
tentativa que hay que utilizar tan sólo en la proximidad
de la muerte. En todas las enfermedades graves
debemos ponernos en contacto con Jesús, que nos da
la vida y nos trae la salvación. ¡Qué regalo es para
nosotros que el Señor se cuide de nuestro cuerpo y de
nuestra vida, que se interese con amor por nuestras
enfermedades, que dé a sus sacerdotes facultades
especiales para los hermanos enfermos!

Esto no excluye el uso de los medios curativos que


están a disposición del hombre, porque Dios le ha
facilitado esas posibilidades y esos medios para que los
utilice. Pero sólo desde un punto de vista cristiano se
puede entender el sentido de la enfermedad y la forma
de curar su raíz oculta, el pecado. Si estamos unidos
con Cristo, podemos experimentar que el objetivo de la
enfermedad es purificarnos y que también la salud de
nuestro cuerpo se restablece, si es voluntad del Señor,
como consecuencia de la confianza que en él hemos
depositado. Estos son dones que sólo pueden provenir
de nuestro salvador Jesucristo. La enfermedad, además
de hacer más profunda nuestra comunión con el Señor,
puede introducirnos en la comunidad de ta Iglesia. Los
ministros de Cristo son mediadores de esta gracia.
Toda enfermedad es un elemento que hace Iglesia.

¡Cómo nos enriquecemos gracias a la enfermedad, si la


sufrimos fielmente coma miembros de la Iglesia! ¡Y
cómo se enriquece la Iglesia, si sus miembros acuden a
ella con fidelidad en sus enfermedades y en sus
pecados, y llaman al Señor para que intervenga...!
....................
66. Cf. ITim 4,12.14; 2Tim 1,6; 2,1s. El oficio de los presbíteros
obispos, en aquella etapa de la evolución jerárquica, todavía era
ejercido en corporación, cf. Hch 11, 30; 14,23; 15, 2.4.6.22s; 16,4;
21,18; 20,17, 1Tm 3,1s; 4,14; 5,17-22; 2Tm 1,6s; Tt 1,5ss; 1P 5,1-
5.
....................

16 Confesaos, pues, los pecados unos a otros;


orad unos por otros, para ser curados. Mucho
puede la oración eficaz del justo. 17 Elías, de la
misma condición humana que nosotros, oró
inversamente para que no lloviese, y no llovió
sobre la tierra en tres años y seis meses. 18 Y oró
de nuevo, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo
fruto.

Santiago expone una nueva idea sobre las relaciones


con los demás cristianos . Muestra un nuevo aspecto
de la oración de la Iglesia: la oración de intercesión de
unos por otros, especialmente en favor del hermano
que se halla en necesidad. Se dirige a todos los
cristianos y los exhorta a rogar unos por otros, sobre
todo por los enfermos, para que Dios restablezca
pronto su salud. Dios no sólo introduce al enfermo más
profundamente en la Iglesia, la comunidad a la que el
enfermo pertenece, sino que, al mismo tiempo,
recuerda a los fieles la solicitud que han de tener por
los enfermos. La oración del cristiano es muy poderosa
si se hace con buena intención y con sinceridad.
¡Cuántas bendiciones descienden sobre el mundo por
medio de una oración fraterna de intercesión por los
hermanos! ¡Cuántos males se evitan, cuántas
calamidades se convierten en bienes, cuántos bienes se
perfeccionan! El destino del mundo depende en gran
parte de la oración de las personas piadosas, de la
oración de intercesión.

El Antiguo Testamento contiene ejemplos


impresionantes a este propósito. Santiago recuerda la
oración del profeta Elías, que fue poderosa incluso para
detener el curso normal de las estaciones del año67. Y
a pesar de todo Elías era un hombre como nosotros.

Pero esta oración tiene que manar de un amor


fraternal, puro y sincero. La confesión de los pecados al
principio del culto divino debe purificarnos sobre todo
de los pecados cometidos contra el amor fraterno. La
verdadera oración sólo puede proceder de un corazón
puro. Jesús exige sin ambages que nos reconciliemos
con el hermano antes de orar y que perdonemos a
nuestros deudores (cf. Mt 5,23-26; 18,23-35). Por eso
en la Iglesia primitiva se empezaba el culto divino con
una oración en común para obtener el perdón de los
pecados 68. A esta confesión corresponde actualmente
la que rezamos al principio de la santa misa, que tiene
su origen en aquella oración de la Iglesia primitiva. Su
objetivo es excluir todas las discordias, justificar a los
que oran y hacerlos agradables a los ojos de Dios. Sólo
así puede ser escuchada su oración.
Además la oración tiene que ser fervorosa. Esto se
requiere para que sea «eficaz» 69. Tiene que brotar del
vigor íntegro de la fe, interceder con perseverancia por
el hermano y por su salvación, proceder del amor
desinteresado.

Esa oración puede conseguir grandes cosas, por pobre


y débil que sea la persona que ora. Puede prevenir el
mal, dar la salud y la salvación al hermano, encaminar
el mundo hacia Dios y hacia la salvación, como hizo la
oración de Elías. Una vez más Santiago es fiel testigo
de su Señor, que ha exigido una fe capaz de trasladar
montañas (Mt 17,20). ¡Qué importancia adquiere la
oración intercesora de la Iglesia para salvar a sus
miembros y para salvar al mundo! Hemos de aprender
a apreciar la gracia que representa estar protegidos por
esa oración intercesora de la Iglesia. Esta conciencia
debe movernos a unirnos a esta cadena de intercesión
y a contribuir con nuestro óbolo a la salvación y a la
redención de todos los bautizados y de todos los
hombres; tiene que impulsarnos a examinar nuestra
conciencia y a preguntarnos: ¿Tenemos interés por
nuestro hermano, por nuestro prójimo, por la salvación
del mundo? ¿O nuestra falta de amor y nuestro
egoísmo son la causa de que nuestra fe sea tan débil y
nuestra oración tan infructuosa?
....................
67. Cf 1R 17s; Si 48,1ss.
68. Cf. 1Jn 1,9; Hch 19,18; Doctrina de los doce apóstoles 14,1;
también 1Tm 2,8; Mt 3,6; Mc 1,5.
69. En el texto griego se dice: energoumene. ....................

3. VELAD POR EL HERMANO EXTRAVIADO (5,19-20).

19 Hermanos míos, si alguno de vosotros se


desvía de la verdad, y otro lo convierte, 20 sabed
que quien convierte un pecador de su errado
camino, se salvará de la muerte y «cubrirá
muchedumbre de pecados» (Prov 10,12).

El cristiano es responsable de su hermano en la fe, lo


es doblemente si su hermano se ha desviado del
camino de la fe y corre el peligro de perderse para
siempre. No puede sernos indiferente lo que suceda a
la «oveja perdida» de la Iglesia. Un verdadero
cristiano, no puede alegrarse de su propia salvación y
contentarse con asegurarla.

El amor del Señor hacia los que se han extraviado tiene


que instarnos a ir tras del hermano perdido, para
conseguir su conversión. Estos dos versículos ponen fin
a la perícopa dedicada a la oración fraterna de
intercesión. La oración es el principal medio que hemos
de utilizar para encontrar al hermano perdido, y es un
medio muy eficaz. Santiago sabe que no es fácil mover
hacia la conversión a un hermano que se ha extraviado
y corre peligro de condenarse. Por eso hay que
emplear con perseverancia y fidelidad este poderoso
medio salvador, la oración intercesora, hasta que el
Señor conceda encontrar al que se ha perdido. ¡Qué
alegría, devolver la vida a quien estaba destinado a la
muerte, encontrar al hermano perdido! El Señor ha
descrito en forma conmovedora esta alegría jubilosa en
sus parábolas de la oveja perdida, de la dracma
perdida y del hijo pródigo (Lc 15). No sólo se regocijan
en la tierra los hermanos del que estaba perdido y ha
sido hallado; la alegría llega hasta el cielo. También se
celebró fiesta en el cielo y se alegró la Iglesia, cuando
Dios me encontró a mí por medio de Jesucristo.

El más precioso regalo para el que se afana en buscar


al hermano perdido, será la dicha de encontrarle, su
salvación, la comunión eterna de vida en el reino de
Dios. Pero además Dios le recompensará copiosamente
su acto de amor, porque, como dice aquí Santiago,
este amor «cubrirá muchedumbre de pecados» 70. El
que salva a su hermano se salva a sí mismo. Este amor
borra las propias culpas...

Así vuelve la carta de Santiago al punto de partida, a la


solicitud por la salvación de los cristianos atribulados.
Santiago quiere salvar a todos los llamados a la
salvación. ¿Cómo? Invitándoles a tomar en serio su fe
y a probar con las obras su eficacia. El tiempo apremia,
porque el Señor está cerca. Sólo una fe traducida en
obras puede salvar al creyente, a sus compañeros y a
todos los hombres, Santiago nos enseña la justificación
por las obras; este siervo y hermano del Señor sabe
que sólo pertenece a Cristo quien cumple la voluntad
de Dios. Sólo a éste ha sido prometida la salvación
plena. La carta de Santiago es para nosotros una
llamada, que no podemos pasar por alto, a tomar en
serio nuestra fe, a vivirla en obras y en verdad.
....................
70. Cf. 1P 4,8; primera carta de san CLEMENTE ROMANO 49,5; y !a
que se llama segunda carta de san CLEMENTE ROMANO 16,4.

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