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Universidad del Valle

Seminario Kant: Antropología y educación


Santiago Cubillos Duran – 1531829
Ponencia 11 - Kant, Metafísica de las costumbres pp. 295-315

‘‘Despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez. Sin límites, sin piedad.’’

Adolfo Aristarain. Lugares comunes: película.

De los deberes hacia sí mismo

Es menester del presente escrito la elucidación del contenido de las ideas propuestas en la
obra del filósofo alemán de las cuales previamente hice mención por fuera de la estructura
principal de la ponencia, más precisamente en los temas que concluyen el capítulo segundo
del libro primero de su doctrina ética elemental, los cuales son La avaricia y La falsa
humildad, hasta la sección segunda del libro segundo, la cual concluye con El deber hacia sí
mismo de elevar la propia perfección moral, es decir, con un propósito únicamente moral.
De tal forma y por el reconocimiento de la dificultad inherente en las ideas expuestas por el
autor, habré de proponer las reflexiones que precisen mayor pertinencia por cuanto me sea
posible.

La avaricia

Bajo el comportamiento supuesto en cualquier acto de avaricia puede haber ciertas


distinciones que parezcan guiar la discusión respecto de este vicio por horizontes muy
variados y diferentes, pero como si previera una situación próxima semejante, el autor define
de una forma más precisa tal comportamiento como algo que va más allá de una conducta
respecto de lo físico y lo lleva al ámbito de trascendencia moral. Entonces tal vicio será
expuesto como ‘‘(…) la restricción del propio disfrute de los medios para vivir bien por
debajo de la medida de la verdadera necesidad propia’’ (Kant, 1.797:295). Pero ¿cómo es
que la avaricia puede ser vista según la definición kantiana de la misma? Cuando el filósofo

1
prusiano distingue entre avaricia codiciosa y avaricia mezquina, establece que es incorrecto
definir la virtud según el principio aristotélico, ya que si se estableciera el término medio
entre las respectivas expresiones de la avaricia no se tendría más que la limitación entre los
medios respecto de los fines, puesto que la primera procura la adquisición y conservación de
los medios con vistas al disfrute y la segunda, a diferencia de la primera, excluye el disfrute
siendo el único fin la posesión de los medios (1.797:296, Kant), teniendo como consecuencia
que no habríamos de disponer de todos los medios para una vida buena, haciéndola más
difícil y quizá, imposible.

Surge entonces la cuestión respecto de qué es lo que se define como la verdadera


necesidad propia, definición que propongo que sea ampliada en la sesión junto a los
presentes, pues, aunque pudiera en aspecto ser evidente, podría contener dentro de sí ciertos
detalles que podría yo pasar inadvertidos. Digo que lo lleva al ámbito de trascendencia moral
pues la verdadera necesidad propia conlleva a lo propuesto, ya que, si el hombre es su fin
en sí mismo, la verdadera necesidad propia actúa como principio práctico según las reglas
estipuladas mediante la prudencia, a saber, las pragmáticas; siendo entonces que se defina
como la adquisición, conservación y disposición de los medios de forma tal que permitan la
aproximación1 a los fines.

La falsa humildad

Hablar de la falsa humildad esta íntimamente relacionado con el reconocimiento de sí mismo


como homo phaenomenon - animal rationale tanto como de homo noumenon y de lo que
tales conceptos implican; al menos algo así se puede decir respecto de la presente obra
kantiana. El primero nos reconoce como seres racionales, es decir, de estar en posibilidad de
hacer uso de la cualidad que nos distingue de los animales no racionales, la razón. Por tanto,
el valor aquí está dado por la utilidad, puesto que la razón que le hace distintivo como hombre
de los demás animales en este punto sólo le permite reconocer el valor externo a causa de la
razón práctica. Mientras que el segundo nos reconoce como personas, es decir, como sujetos

1
Aproximación puesto que los medios, que son los pragmáticos en este caso, son necesarios, pero no
suficientes para la consecución de los fines.

2
que no solamente ven en sí una razón práctica, sino que también reconocen una razón moral,
que es un valor interno (1.797:298, Kant) lo cual implica que el valor intrínseco como persona
no proviene de la utilidad sino de la dignidad por ser un fin en sí mismo y con la cual se
reconoce como semejante a otro, es decir, la razón práctico-moral le infunde con el deber de
cuidar de su humanidad en tanto que es supuesta a agravios por una expresión de la utilidad
que tiende a valorarla en detrimento de la moral.

Es problemático entonces pensar hasta qué punto la humildad, que se opone a la falsa
humildad, es una idea sobre el verdadero valor que no puede satisfacer ni igualar a la ley2, a
otra persona, a una virtud etc. Puesto que ser conscientes en todo momento de la distancia
que les separa de ese ideal, implica que la persona está en un constante cumplimiento del
deber para consigo misma, pero también que a la persona le puede resultar tal cosa como
algo inaccesible, de ahí que lo contrario3 como suceso no sea algo contradictorio sino posible
dada la ‘‘naturaleza animal’’ del hombre. Puede entonces alguien aparentar humildad como
quien finge con el propósito de engañar; creer erróneamente que se es humilde por vanidad;
compararse creyendo que de esa forma podrá descubrir un valor en sí más elevado como
expresión de su soberbia; devaluarse con el propósito de obtener algo a cambio de ello y, con
todo, no devaluar la moral sino la moral en la persona, pues en esos casos los actos surgen
desde la razón práctica y no desde la razón práctica-moral. Incluso el autor mismo reconoce
tal problema con las dudas que expone en el apartado de cuestiones casuísticas.

Habiendo reconocido el problema, la solución no recae por fuera de sí, sino en las leyes
de la moral que como un deber estricto apelan a la noción de sinceridad para consigo mismo,
a saber, que ‘‘el hombre físico se sienta obligado a venerar al hombre moral’’ (Kant, 1.797:
300) que como deber siempre está dado por la dignidad en nuestra humanidad.

2
Si nos degrada o nos eleva como sujetos morales.
3
No contradictorio puesto que la búsqueda constante de la perfección moral no es incompatible con la
posibilidad de que surja una conducta en contra dada la naturaleza animal. Sin embargo, más adelante dirá
que de todas formas la conciencia moral será algo que no podrá eludir.

3
El deber del hombre hacia sí mismo, considerado como su propio juez
innato

Habiendo tratado el tema de la aparente contradicción en el deber del hombre hacia sí mismo,
el filósofo prusiano resolvió la cuestión al exponer, y cito la ponencia anterior en el apartado
que es pertinente ‘‘(…) si no hay una obligación interna entonces es imposible tener una
obligación externa, pues para tener una obligación externa debo sentirme obligado por
medio de mi razón práctica, hecho que da cuenta que estoy ejerciendo una coacción hacia
mí’’. Esto se da así porque se presupone que cualquier obligación, en este caso, concepto del
deber, surge siempre como parte de la naturaleza sensible de la persona. Ahora bien, en este
punto de la lectura aparece un dilema que, aunque cercano a la contradicción por cuanto se
suele decir respecto de algo carente de sentido, vemos como a primera vista y según el propio
título, parece que el hombre como su propio juez innato resulta por sí mismo algo en
absurdo4.

Kant propone aquí una relación de semejanza entre el derecho jurídico y la ley moral en
tanto que ambos conceptos suponen hechos objetivos5 que son juzgados por jueces que parten
de una ley, tal ley, en el caso de la ley moral, es una ley interna. Decir que es una ley interna
implica que es una que se da en el hombre mismo sin nada externo a él, pero, que a diferencia
de aquellas legislaciones que surgen a partir del derecho jurídico, las de la ley moral son
dadas e implementadas ante un tribunal un tanto diferente. Tal tribunal6 es representado por
el autor como el reconocimiento de la conciencia moral inherente a la Naturaleza del hombre,
el cual se alcanza por fuerza de ley e implica una relación de similitud en la cual las partes7
que lo conforman y la forma en cómo se disponen son en primera instancia ejercidas por la
misma persona, de lo cual proviene el dilema sobre la imparcialidad mencionado
previamente, pero que a su vez son diferenciadas sólo por propósitos prácticos8.

La conciencia moral no es meramente interpretada entonces como algo que es realizado


por una misma persona, sino que son representadas como si las partes fuesen diferentes entre

4
Ex tunc. Nulidad retroactiva que provoca la invalidez del acto jurídico.
5
Legislaciones y hechos que son objetivo de estas.
6
Tribunal interno.
7
Quien me acusa, quien me defiende y quien emite un veredicto y ejecuta una sentencia.
8
Léase el pie de página en la página 304 de la obra.

4
sí con el fin de salvar el dilema de la imparcialidad que conlleva a la nulidad del acto jurídico.
Luego, la diferenciación entre las personas del tribunal que viene dada a través de la razón,
supone de todas formas la pregunta que elevo respecto de si esto no es un razonamiento
circular o de si tanto la dignidad, que es también una forma de respeto, le haga ineludible
este deber para consigo mismo cual si fuere una consciencia divina por medio de la
sinceridad. Entonces, si bien es posible en su forma la idea del tribunal interior respecto de
la consciencia moral por cuanto se apele a los principios kantianos que ponen los
fundamentos necesarios, es quizá en la realidad donde enfrenta cuestiones que hacen más
grande la dificultad de su realización.

El primer mandato de todos los deberes hacia sí mismo

Muy relacionado con la definición kantiana del concepto de crítica que supone, por
parafrasear al autor, algo así como el estudio del alcance y los límites de nuestras propias
capacidades intelectivas, por lo cual nos presenta este mandato de todos los deberes hacia sí
mismo como algo semejante, pues lo enuncia bajo el consejo délfico de conócete a ti mismo
e implica ‘‘el reconocimiento de la posibilidad de entender nuestra aptitud o ineptitud para
toda clase de fines sin importar la Naturaleza de estos sino según la perfección moral’’
(1.797:308, Kant), excluyendo la perfección física pues no es estrictamente un deber moral
hacia sí mismo. Ahora bien, el concepto de perfección no parece darse como un estado
absoluto de algo sino como una aproximación constante del hombre hacia un estado, que en
este caso es un estado de la moral, el cual procura la elevación del hombre como resultado
de la introspección délfica.

Con Sócrates podemos brevemente aquí resumir, no sin riesgo de la posibilidad de pasar
detalles por alto, que esta máxima venía descrita a partir de una decisión fundamental de vida
a la cual corresponde una concordancia entre pensamiento y obra, no obstante, dirigida
intrínsecamente al conocimiento de las aptitudes e ineptitudes propias. Por lo tanto, esto nos
permite aproximarnos al conocimiento de cómo dirigirnos hacia los fines según el bien en sí
mismo y no según la razón práctica.

5
La anfibología de los conceptos morales de reflexión: Tomar como un
deber hacia otros lo que es un deber del hombre hacia sí mismo

Ahora la cuestión se dirige hacia otra interpretación que surge a partir de la posibilidad de
dar extender los deberes hacía sí mismo como deberes hacia otros, la cual es posible gracias
a la definición jurídica del concepto de coacción que se estipula como el poder que
legítimamente tiene el derecho, que en este caso es el derecho moral, para imponer el
cumplimiento de sus principios y normas, pues según entendemos, inicialmente el hombre
no reconoce deberes más que hacia sus semejantes. Entonces, tanto quien es sujeto de la
coacción como quien la lleva a cabo, están, según el autor, dados en la experiencia y no puede
ser fuera de ésta ‘‘porque un simple producto mental no puede convertirse en causa de
ningún efecto en relación con fines’’, es decir, es necesario mas no suficiente.

Cuando el hombre se logra reconocer como ser moral descubre que también existe la
posibilidad de que sus semejantes no sean los únicos a los cuales dicho deber se pueda
extender, lo cual evoca la pregunta respecto cuál es la causa de semejante posibilidad, a lo
cual Kant responde que sucede mediante una anfibología de los conceptos de reflexión que,
contenido en su definición, expresa una acción realizada y recibida por el mismo sujeto con
la diferencia de que la interpretación es puesta gracias a la anfibología en relación con esos
otros posibles objetos9 del deber moral.

Para aquello situado y descrito como la parte no sensible de la naturaleza, la disposición


abusiva de la misma supone una oposición al deber moral, pues paulatinamente degrada la
sensibilidad que predispone naturalmente al comportamiento moral en tanto que no se aprecia
algo como fin. Mientras que, respecto de la parte sensible, aunque no racional de la
naturaleza, la disposición abusiva de ésta supone un acto en relación de la sensibilidad de
otra criatura viva que degrada aún con mayor rigor y profundidad, siendo que tales actos
suponen violencia. Respecto de lo que está situado más allá de la experiencia, Kant propone

9
No humanos y Sobre humanos. Los primeros se hallan en el mundo sensible de la naturaleza y los segundos
por fuera de esta. En los primeros están contenida la parte material carente de sensación y la dotada de
sensación, mientras que en los segundos está contenida la parte espiritual, como los ángeles o Dios (Kant,
1.797: 309).

6
el deber de religión en tanto que éste es el deber de ‘‘reconocer nuestros mandatos como
mandatos divinos’’ (Kant,1.797: 310) haciendo la salvedad de que esto no es el
reconocimiento de un deber hacia Dios (1.797: 310, Kant) sino en reconocimiento de su
posibilidad como concepto que es, desde luego, originada por el hombre mismo según fines
prácticos.

-II-

El deber hacia sí mismo de desarrollar y aumentar la propia perfección


natural, es decir, con un propósito pragmático

Kant define a las facultades naturales propias del hombre en una división tripartita que
comprende las facultades del espíritu, las facultades del alma y las facultades corporales.
Define las primeras como aquellas que siendo inherentes al hombre permiten la realización
de abstracciones que no son posibles en la experiencia, es decir, a priori; las segundas como
las aptitudes del hombre que disponen y posibilitan en entendimiento en relación con lo dado
en la experiencia, mas no necesariamente y las últimas como aquellas que en su cultivo están
referidas al cuidado del cuerpo en su totalidad, siendo que éste es el vehículo y medio de los
fines.

No atenderlos se opone al deber moral ya que entorpece el cultivo de las facultades


naturales con las que, según su desarrollo y perfeccionamiento, podemos permitirnos la
posibilidad de alcanzar un fin propuesto. En consecuencia, desatender tal deber hacia sí
mismo es equiparable a hacerse inútil, como inútil puede ser alguien que paulatinamente se
vuelve inepto hacia aquello que nos es posible gracias a las facultades naturales. Dice el
filósofo alemán que aun un hombre satisfecho con el estado de sus facultades naturales la
razón le alerta que no por ello puede permitirse desatenderlos, ya que, en todo caso, tal
hombre pudiera establecer para sí fines más altos que trascienden las aptitudes de sus
facultades. Sin embargo y por reflexión, no debe desatenderlas ya que las facultades así
abandonadas se degradan.

7
El deber hacia sí mismo de elevar la propia perfección moral, es decir, con
un propósito únicamente moral

En la teoría kantiana este deber es expuesto bajo dos alusiones que intentan reunir aquello
que lo define con un propósito únicamente moral, las cuales se refieren a ‘‘ser santos y ser
perfectos’’ El primero es la intención en el cumplimiento del deber, pero no la mera intención
como un concepto neutro, sino la intención honesta de su cumplimiento, sin embargo, esta
intención honesta implica que hay cierta convicción perenne de que su cumplimiento es
posible. Entonces es actuar por y para la ley; el cumplimiento del deber por el deber mismo.
Por otra parte, el segundo se expresa como el constante cumplimiento del deber moral hacía
sí mismo expuesto como una permanente aproximación que permita elevarlo hacia su
impostergable perfeccionamiento.

Con todo, para el filósofo prusiano este es un deber que es posible por cuanto es suficiente
en su teoría, es decir, que satisface por sí mismo los principios fundamentales que le hacen
posible. Aun así, es susceptible de que tal perfección se vea truncada por la naturaleza
humana. Por lo tanto, importa la sincera aproximación de pretender alcanzar el
perfeccionamiento moral, pues no alcanzarla no supone la imposibilidad en su idea, sino más
bien de su realización por parte nuestra ya que el conocimiento de todo lo que concurre en el
ser humano (en o fuera de la experiencia) bien suelen poner la distancia.

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