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“El vicepresidente”

Una biopic diferente

Una despiadada e hilarante biografía del político republicano Dick Cheney es una de las más
originales y sorprendentes películas que Estados Unidos ha dado en los últimos años. Sí, es cine
masivo, de entretenimiento y cuenta en su elenco con varias de las más célebres estrellas de
Hollywood, pero al mismo tiempo se trata de un filme incisivo y comprometido, en el que se
entrecruza notablemente la comedia y el drama, la ficción y el trabajo documental.

En España la titularon ​El vicio del poder y no sin razones, ya que en rigor el título original “Vice”
refiere no solamente a la figura del vicepresidente, sino a ese “vicio” por querer abarcarlo todo,
por acaparar tareas; en este caso ganar espacios de poder, acaparar la mayor cantidad de centros
de influencia y dirigir las principales decisiones políticas desde el seno del Gobierno de los Estados
Unidos. El adicto en cuestión fue un personaje nefasto: el “segundo” de George W. Bush, Dick
Cheney.

La película comienza en un punto clave: el momento en que Cheney toma personalmente una de
las decisiones fundamentales durante los ataques terroristas del 11 de setiembre, sorprendiendo a
varios de los oficiales y al staff de la Casa Blanca que se encontraba junto a él en ese momento.
Cheney dejaba en evidencia su capacidad para tomar decisiones clave, así como su avezada
frialdad para hacerlo, al tiempo que colocaba de revés una idea instalada en el país desde hace
centurias; un secreto a voces que circundaba desde siempre los ámbitos políticos: que el
vicepresidente no servía para nada. John Garner, quien fuera electo para vicepresidente por dos
períodos entre los años 1932 y 1940, había llegado a decir incluso que ​“el cargo no valía una
cubeta de orina tibia”.

Luego de la abrupta introducción, un gran ​flashback llevará a comprender el proceso por el cual,
Cheney, liniero electricista y ex alcohólico que abandonó la universidad, comenzó su ascenso
político en el partido republicano y a ganarse paulatinamente la confianza de sus correligionarios.
En un recorrido de más de cinco décadas de historia política norteamericana, el director y
guionista Adam McKay acompaña, en un tono que oscila entre la ficción y el documental, el drama
y la comedia más delirante, un ascenso en el que no escasean las ideas delirantes, los abusos de
poder, la manipulación, la mentira, las negociaciones turbias y todo tipo de trampas legales para
convertirse en la persona con mayor poder de decisión de la Casa Blanca.

Hace ya dieciséis años Michael Moore proponía, con su notable ​Bowling for Columbine​, una
original y entretenida forma de abordar un documental, y para ello echaba mano a un buen
arsenal de recursos cinematográficos incluyendo giros humorísticos, escenas musicalizadas,
animación y, sobre todo, un sarcasmo constante. Esta película se sirve de un mismo tono, con la
gran diferencia de que se trata de una “recreación”, ficcionada y libre, con grandes estrellas en su
elenco (Christian Bale, Amy Adams, Sam Rockwell, Steve Carell) y nada menos que Brad Pitt como
productor. Por tanto, es probable que obtenga beneficios de taquilla mucho mayores que los de
cualquier documental.

Adam McKay se dio a conocer como un notable director de comedias (​Step ​Brothers y ​The Other
Guys​) hasta que filmó la excelente ​La gran apuesta​, en la que retrató la crisis bursátil de 2008
desde una perspectiva impensable, abordando un suceso real que, desde el absurdo, demostraba
la gran inmoralidad del mundo financiero y exponía la forma en que un reducido grupo de
visionarios logró prever la crisis y, cual animales carroñeros, obtener inmensos beneficios de la
desgracia generalizada.

Adam McKay vuelve una vez más a la historia reciente de su país, pero esta vez se sitúa de lleno en
el centro de decisiones de Washington, exponiendo las atrocidades que Cheney cometió durante
los años de mandato de Bush (atención, siguen ​spoilers​). La película trae a colación elementos más
bien conocidos como el hecho de que Cheney fue, justo antes de llegar a la vicepresidencia,
ejecutivo en jefe (CEO en la jerga inglesa) de Halliburton, empresa de yacimientos petrolíferos, y
que, oh casualidad, fue uno de los principales impulsores de las invasiones a Afganistán e Irak.
Pero es en otros tejes y manejes menos conocidos que la cuestión se pone aún más peliaguda:
Cheney vio una oportunidad para acaparar más control a través de la llamada “teoría del Ejecutivo
unitario”, por la cual el presidente tiene el poder de controlar todo el poder ejecutivo, y así
comenzó una serie de artimañas para volverse un tipo cada vez más influyente. La película lo
señala además como responsable de las escuchas telefónicas llevadas a cabo por la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA) o de las torturas a prisioneros de guerra, nombradas con el eufemismo
de “técnicas de interrogación mejoradas”, e incluso como responsable indirecto de la creación del
ISIS. En un momento notable, la película recrea la comunicación propagandística de la
vicepresidencia, siempre dispuesta a cambiar las etiquetas para “vender” campañas terroríficas:
así, ante la intención de suprimir un impuesto estatal a las herencias de millonarios pasaron a
llamarlo “impuesto a la muerte”; el “calentamiento global” paso a ser simplemente “cambio
climático”.

Pero el director y guionista Adam McKay no podría haber hecho esta película sin haber realizado
previamente una investigación exhaustiva, la necesaria para recrear un cuadro cabal, sin fisuras ni
errores que pudiesen derivar en complicaciones legales. Ningún espectador podrá dudar que se
trata de una mirada sesgada, ácida, repleta de sarcasmos respecto a la figura del vicepresidente,
-de hecho, eso está claro desde el primer fotograma, en el que un letrero en pantalla señala la
constante negativa de Cheney a dar entrevistas: “No podría ser más cierto que Dick Cheney es uno
de los líderes más reservados de la historia americana. Pero hicimos lo que pudimos”,​ (“​we did our
fucking best”​ , dice, para ser exactos)- pero en cuanto a los datos duros utilizados en la película,
difícilmente puedan ser refutados. Para su trabajo el realizador se embebió en cuanta biografía,
reportaje, entrevista y grabación pudiera acceder, contrató a una periodista para que entreviste a
personas de los círculos cercanos a Cheney, y a un grupo de especialistas para que contrasten
datos y verificaran en detalle cada línea del guión. Según palabras de McKay: ​“Traté el libreto
como si fuera un riguroso artículo periodístico. Al final todo salió muy bien y sólo hay dos escenas
en esta película, en las que dos personas hablan dentro de una habitación, donde no sabemos lo
que se dijo en realidad. Una es el momento en el que Dick está en la cama con su esposa, para el
que utilizamos un diálogo shakespeariano. Y el otro es cuando despide a Donald Rumsfeld.”

Es lógico que una figura tan poco glamorosa como McKay, con su hablar cansino y pausado y su
total falta de carisma haya logrado pasar desapercibida, operando desde las sombras, sin
despertar mayor interés mediático y ante un electorado más aficionado a personalidades
glamorosas. Esto incluso se condice con ese discurso predominante que señala que la política es
aburrida, premisa ideal para que los gobernantes operen tranquilamente y sin una opinión pública
inmiscuida en sus decisiones. Lo más sobresaliente del abordaje de MacKay es, justamente, haber
encontrado la forma de centrarse en la política y en un tedioso personaje, y hacerlo con un
formato sumamente atractivo, con buen ritmo, excelente humor, una gran dirección de actores y,
sobre todo, con una envidiable claridad para exponer temas complejos, logrando así que la
audiencia se involucre en una trama que, además de ser entretenida e hilarante, se torna
asimismo crecientemente grave y hasta indignante. ​El vicepresidente es una película
imprescindible y necesaria, y de esas capaces de hacer que la gente reflexione sobre temáticas que
quizá nunca antes hubiese considerado interesantes. Es probable que Trump en la presidencia
haya sido una razón de peso para que muchas grandes figuras de Hollywood se pusieran las pilas, y
decidiesen posicionarse volcándose a un cine político inteligente, comprometido y enfáticamente
crítico. ​Diego Faraone​.

*​Vice​. Adam McKay, 2018.

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