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HISTORIA DE LA CIENCIA

Uno de los elementos en común de las diversas lecturas revisadas a lo largo de las

últimas clases es la atención prestada a los procesos de producción y circulación de

conocimientos en contextos imperiales. A través de los diversos casos que analizan,

Jorge Cañizares Esguerra, Daniela Bleichmar y Antonio Barrera ponen en

cuestionamiento algunas preconcepciones sobre la actividad de los personajes de la

ciencia: la figura romántica del científico que produce conocimiento de manera aislada,

el trabajo solitario y aislado del naturalista, y el conocimiento científico como el

resultado de una actividad desinteresada, separada de toda preocupación pragmática.

Como señala Cañizares-Esguerra, el Imperio español desempeñó un rol importante en la

Revolución científica de la modernidad temprana. España no fue solamente el lugar en

donde por primera vez se pensó en la preeminencia de los modernos sobre los antiguos,

sino que sus contribuciones en las disciplinas de la Cartografía y la Historia natural no

estuvieron alentadas por la filosofía especulativa, sino que priorizaron intereses

pragmáticos., utilitarios y comerciales (Cañizares-Esguerra 2006, 27-28). Esto queda

demostrado en los diferentes casos que retoma Antonio Barrera en “Experiencia y

empirismo en el siglo XVI: Reportes y cosas del Nuevo Mundo”. Como señala Barrera,

desde el siglo XVI, la Corona española se interesó en recolectar información empírica

sobre la naturaleza del Nuevo Mundo. Para lograr tal objetivo, la Corona se valió de

informes generados por los funcionarios coloniales. La Corono priorizó el

levantamiento y articulación de conocimientos empíricas. Dichos conocimientos, sin

embargo, no surgieron de la iniciativa monárquica, sino que fueron iniciados por “la

gente común con experiencia en el Nuevo Mundo, esto es, mercaderes, artesanos y

navegantes, por ejemplo” (Barrera 2009, 17). Esto muestra que el conocimiento

científico producido en el marco del Imperio español durante el siglo XVI no fue una
actividad desinteresada que comenzó con el impulso de la Corona, sino que dicho

conocimiento fue desarrollado, en primer lugar, por gente del común con fines

utilitarios.

Esta tradición de ciencia imperial fue continuada en el siglo XVIII con las expediciones

científicas impulsadas por la Corona española. En su afán por revitalizar económica y

políticamente al Imperio, la dinastía de los Borbones inició una serie de reformas. Con

el fin de transformar los virreinatos en colonias, los Borbones se interesaron en la

ciencia. Ante la pérdida de prestigio del Imperio español, la respuesta propuesta fue el

emprendimiento de expediciones botánicas y cartográficas. Estas expediciones se

convirtieron en prioridad para el Estado español, ya que se pretendía obtener beneficios

económicos: identificar nuevos productos e identificar alternativas para los productos

provenientes de Asia. El resultado que se esperaba obtener era un imperio administrado

eficientemente, el cual generaría los ingresos necesarios para competir con los

monopolios comerciales de las otras naciones europeas.

Como señala Bleichmar (2010, 29), las expediciones emprendidas por el Imperio

español “fueron empresas masivas que se extendieron durante muchos años e

implicaban no solamente el despliegue de muchas personas, sino también la

participación activa de todo el aparato administrativo imperial”. Una de las

expediciones desplegadas por la Corona española fue la Real Expedición Botánica del

Nuevo Reino de Granada, encabezada por José Celestino Mutis. Esta expedición tenía

como finalidad obtener información de utilidad sobre productos que pudiesen ofrecer

beneficios económicos a la Corona española.

Los estudios de Historia natural llevados a cabo por Mutis no son el fruto únicamente de

sus observaciones personales, sino también de la colaboración con diversos grupos de

personas. Esto resulta particularmente claro en el proceso de producción de ilustraciones


de plantas americanas. Para llevar a cabo dicho proyecto, Mutis tuvo que recurrir a un

equipo de artista que produjo un cuerpo de ilustraciones. La idea de Mutis como una

figura que produce conocimiento de manera solitaria y silenciosa ha sido sugerida por

uno de sus retratos. En este retrato, Mutis no solo mira, sino que observa

disciplinadamente. La forma en la que la pintura presenta a Mutis sosteniendo y

observando la flor lo hace ver como un descubridor botánico que se ha constituido como

tal gracias a su capacidad como observador.

Sin embargo, la actividad de Mutis no habría sido posible sin sus ilustradores. Uno de

los ejemplos mencionados por Bleichmar deja en evidencia la relevancia de los pintores

en la producción de conocimiento botánico: en las correspondencias que los naturalistas

de las expediciones intercambiaban entre ellos se menciona siempre a los pintores. A

pesar de su relevancia, los artistas estaban subordinados a la autoridad de los

naturalistas y las imágenes que creaban era consideradas como objetos botánicos, no

artísticos. En definitiva,

la producción de hechos científicos quedó construida como un proceso que privilegia


las tareas intelectuales y físicas de observación y clasificación por encima de la labor
manual de conseguir los propios ejemplares o de pintar sus retratos, y el interior del
gabinete desplaza al campo al aire libre (Bleichmar 2010, 40).

Esto se debe a que la visualidad ocupaba un lugar central en el estudio de la Historia

natural. Las ilustraciones de los libros, además de proporcionar un vocabulario visual,

fijaban parámetros para el trabajo de los naturalistas. Asimismo, las imágenes no

solamente eran el resultado final del proceso de observación, sino que ayudaban en los

procesos de ver, pensar y comunicar llevados a cabo por los naturalistas.

Si para Madrid estas expediciones constituían una posibilidad para evocar los tiempos

gloriosos de la conquista, para los criollos americanos dichas expediciones se


convirtieron en una oportunidad para desarrollar un sentido de propiedad sobre el

territorio. Esta cuestión aparece con fuerza en el texto de Cañizares-Esguerra sobre

Humboldt. Por lo general, Humboldt ha sido visto como un genio que creó por sí mismo

la ciencia de la ecología. Esta narrativa heroica de la actividad científica ha sido

cuestionada. Humboldt vino de Europa, por una parte, con conocimientos previos

adquiridos a través de los autores de la biogeografía. No obstante, una vez en contacto

con América, Humboldt se encontró con un medio intelectual dentro de la cual ya se

habían desarrollado discursos sobre el espacio y la naturaleza a lo largo del siglo XVIII.

Durante los siglos XVII y XVIII, en el espacio hispanoamericano se desarrolló una

tradición “que consideraba a los Andes como una región providencialmente designada,

aparentemente dotada con todos los climas del mundo y, por tanto, potencialmente

capaz de producir cualquier producto natural” (Cañizares-Esguerra 2006, 116). Fue

dicho encuentro el que le permitió a Humboldt leer a los Andes como un laboratorio

natural para el estudio de la geografía. Asimismo, dicha tradición alimentó los discursos

patrióticos en los virreinatos sobre las riquezas de las tierras americanas.

Trabajos citados

Barrera, Antonio. 2009. «Experiencia y empirismo en el siglo XVI: reportes y cosas del

Nuevo Mundo». Memoria y Sociedad 13 (27): 13-26.

Bleichmar, Daniela. 2010. «El imperio visible: la mirada experta y la imagen en las

expediciones científicas de la Ilustración». Cuadernos Dieciochistas 9 (0): 21-

47.

Cañizares-Esguerra, Jorge. 2006. Nature, Empire, and Nation: Explorations of the

History of Science in the Iberian World. Stanford University Press.

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