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ALGUNOS ERRORES Y FANTASÍAS EN EL CÓDIGO DA VINCI

Quizás el principal argumento de Sir Leigh Teabing, el historiador que es uno de los principales
personajes de El Código Da Vinci de Dan Brown, sería éste: “¿Puedes demostrar que la Biblia es
verdad”? Se le podría, a su vez, responder: “¿Puedes demostrar que son verdaderas tus
afirmaciones con las que quieres asegurar que Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios para los
cristianos, es un personaje manipulado por una Iglesia que se movería sólo por oscuros intereses
de poder”? La pregunta se hace extensiva al propio Dan Brown. De la lectura detallada de su libro
también podríamos sacar una conclusión: “¿Cómo puede ajustarse a la verdad un libro que
contiene numerosos errores históricos, y que además indica un profundo desconocimiento, por
parte de su autor, sobre lo que es la Iglesia católica?”. Estamos ante un relato de fantasía, con
todos los ingredientes comerciales para ser un best seller, sobre todo en una época en que
muchas personas se ensimisman en lo misterioso y en lo oculto en un intento vano de escapar a la
supuesta monotonía de sus vidas.

“Ni son ciencias ni están ocultas” dijo una vez un profesor con sentido común a un alumno que le
confesó su interés por los temas esotéricos. Además en las críticas a la fe religiosa, ¿no se nos ha
repetido, desde hace más de dos siglos, que lo que realmente importa es la razón humana? Pero
¿dónde está esa racionalidad en un mundo que hoy se deja llevar por las supersticiones y los
conocimientos “secretos” para unos pocos iniciados, y que parece adherirse no al “pienso, luego
existo” sino al “siento, luego existo”? El Código Da Vinci ha triunfado, entre otras cosas, porque
alienta este mensaje que pretende “tranquilizar” a algunos y hasta servirles de supuesta coartada:
“Nos han estado engañando durante veintiún siglos”. Es curioso que afirmen que todo es mentira
aquellos que se proclaman relativistas. ¿No es el relativismo el arte de moverse con habilidad
entre las aguas de la verdad y de la mentira por parte de quien ya no es capaz de distinguir entre
una y otra? Es muy cierto que el libro está lleno tanto de errores como de fantasías,
denominaciones que podrían ser perfectamente intercambiables. Estamos ante un engaño
disfrazado, eso sí de ficción literaria. Su carácter de ficción admite la poca consistencia de sus
argumentos, pero tampoco pretende aportar grandes tesis. Basta tan sólo con sembrar la duda y,
por tanto, la desconfianza, y si éstas caen en terreno abonado... De ahí que en muchos casos
estemos ante un autoengaño por parte de algunos lectores pues el libro les da precisamente
aquello que quieren leer. Si fuera una novela en que se desmitificara, por ejemplo, el caso Galileo,
no hubiera tenido tanta difusión entre unos determinados ambientes siempre dispuestos a señalar
con el dedo acusatorio a la Iglesia católica.

Presentamos a continuación algunos de los errores o fantasías del libro de Brown, que no agotan,
por supuesto, muchos otros existentes. De hecho, podría escribirse otro libro con ellos. En
cualquier caso, su principal falacia es que un relato de ficción pretenda revestirse de las
apariencias de la búsqueda de la verdad y de la objetividad.

UN ELOGIO DEL PAGANISMO

Robert Langdon, protagonista de El Código da Vinci, es un profesor de “simbología religiosa” en


Harvard, aunque esta materia no existe ni en ésa ni en ninguna otra universidad seria. Eso no
quiere decir que no existan interesantes estudios sobre simbología, que nos ayudan a entender el
significado del arte, sobre todo religioso. Lo cierto es que Langdon hace constantemente un
elogio, por activa o por pasiva, de las religiones paganas anteriores al cristianismo. Insiste en que
lo pagano no es satánico, tal y como se afirmara en los primeros siglos cristianos, cuando los ídolos
de esas religiones eran asimilados a los demonios. Para Langdon, el paganismo es tan sólo el culto
a la Naturaleza, expresado en diferentes dioses, y que conservaron los campesinos del Imperio
romano (el nombre se deriva de pagus, aldea) tras el triunfo del cristianismo en el siglo IV. Según
Langdon, lo pagano acabó convirtiéndose injustamente en sinónimo de lo villano, lo malvado o lo
ruin.

Este desprecio por el paganismo respondería además una conspiración de los cristianos para
borrar el lado femenino en la religión, pues en el paganismo había muchas diosas. Podría tomarse
esto por una apología feminista, pero también cabe deducir que el ideal de Langdon sería el
andrógino, el hermafrodita (presente, por cierto, en la mitología griega), y hoy también vivo en la
figura del “metrosexual” y que acaso tendría acaso otro precedente en el petimetre de la
literatura del siglo XVIII. ¿Sería ése el auténtico equilibrio del ser humano del que algunos hablan?
¿Dónde esta ahí lo natural, que tanto se predica? Y es que al leer este nos queda la impresión de
que hay quien querría dar por superada la existencia de los sexos –o de los géneros, como ahora
se dice- y crear un nuevo ser con características de ambos. Si lo hemos visto en esas revistas de
divulgación supuestamente científica, que proliferan en los quioscos, tampoco nos extrañará ver
esa idea implícita en El Código da Vinci. De su lectura podríamos incluso especular sobre si la
Mona Lisa de Leonardo era, en realidad, un ser andrógino.

En opinión de Langdon, el cristianismo se apropió de los símbolos paganos. Cita algunos ejemplos:
el 25 de diciembre, día del nacimiento del dios pagano del Sol, pasó a celebrarse la Navidad o
nacimiento de Cristo; el domingo o día elegido por los cristianos para su fiesta semanal era
también el del culto al Sol (está presente en el sunday del idioma inglés)... En realidad, la fiesta de
la Navidad fue fijada en la Iglesia oriental hacia el 379 ó 380, muchos años después del reinado de
Constantino, a quien se atribuye el establecimiento de esa fiesta en el 25 de diciembre. En
realidad, la fecha de la muerte de Jesús ya había sido celebrada por los cristianos del siglo II en el
25 de marzo, día también de la encarnación de Jesús y que coincide además aproximadamente
con la Pascua judía, acontecimiento que coincidió, según nos relatan los evangelios, con la muerte
de Jesús. Al parecer, al fijar esa fecha los cristianos seguían la tradición judía de que los grandes
profetas morían el mismo día el mismo día en que habían nacido o habían sido concebidos. Si
aceptamos el 25 de marzo como fecha de la concepción, nueve meses después tenemos el 25 de
diciembre. En cualquier caso, no hay ninguna relación directa entre el 25 de diciembre cristiano y
la fiesta pagana del nacimiento del Sol. Respecto al domingo, el día del Señor en que se
conmemora la resurrección de Cristo, era celebrado por los cristianos desde el siglo I, tal y como
podemos leer en los Hechos de los Apóstoles (20, 7), aunque también hay un testimonio más
explícito de San Justino, filósofo cristiano del siglo II, que describe en su Primera Apología la
celebración eucarística del domingo.
CAZA DE BRUJAS Y RITOS PAGANOS

Otra de las afirmaciones del Código da Vinci es que la Iglesia quemó cinco millones de brujas en
trescientos años. Aunque no se dice, debe tratarse del período comprendido entre los siglos XVI y
XIX, pero las cifras son tan exageradas como la extensión del período, que debió abarcar una parte
de los siglos XVI y XVII. Los lugares debieron ser, sobre todo, Francia, Alemania y Suiza, países
convulsionados entonces por las luchas político-religiosas entre católicos y protestantes. En
algunos casos encontramos como responsables a autoridades católicas o protestantes, pero son
muchos más los ejemplos de autoridades civiles. Por cierto, ¿a qué categoría, civil o religiosa,
pertenecerían los responsables de la célebre “caza de brujas” en Salem, Massachussets, a finales
del siglo XVII? Y es que en el calvinismo, en su versión de los puritanos de Nueva Inglaterra o en la
de la Ginebra de Calvino, difícilmente podía distinguir dónde empieza la esfera civil y la religiosa.
En todo caso, para Teabing, el historiador de la novela, la “caza de brujas” sería una muestra de la
continua persecución de lo femenino por parte de la Iglesia. Para él, además lo femenino va
asociado a la Madre Tierra, a la Naturaleza, con lo que el trasfondo del mensaje del libro adquiere
tintes más o menos ecologistas, además de feministas. De ahí que tampoco sea extraño que ese
mensaje se vuelva izquierdista, pues, según Teabing, la izquierda ha representado siempre lo
negativo, mientras que la derecha evoca lo positivo, la corrección, la destreza y la legalidad. Sin
embargo, los conceptos de izquierda y derecha vienen de la Revolución Francesa, cuando los
diputados se sentaban a la izquierda o la derecha del presidente de las asambleas. Es un
contrasentido histórico hablar, por tanto, de persecución de la izquierda a lo largo de veintiún
siglos de cristianismo.

Langdon tampoco entiende la presencia del crucifijo en la religión católica: ¿cómo se puede
venerar un instrumento de tortura? No es casualidad que el crucifijo no esté presente en las
iglesias protestantes y que las imágenes de Jesús, utilizadas por quienes gustan de lo esotérico o
ven en él a uno de tantos profetas, nunca vayan asociadas a su crucifixión. Es, desde luego, una
imagen molesta para algunas sensibilidades, las mismas que, con Nietzsche, pensaban que ha
llegado el momento de sustituir la corona de espinas por la corona de rosas. De ahí sólo hay un
paso hacia la idealización del paganismo y de otras religiones antiguas: en ellas existía incluso la
prostitución sagrada en los templos. Esto es lo que nos recuerdan las afirmaciones de Langdon que
idealizan la unión sexual de hombres y mujeres como medio para alcanzar una especie de nirvana,
algo así como una experiencia de la divinidad, que, por cierto, debe ser un tanto breve. ¿No
aletean por ahí las teorías de Freud? Ni que decir tiene que Langdon no hace ninguna alusión a la
fecundidad –y eso que hay unas cuantas diosas paganas de la fecundidad- ni mucho menos a
ningún tipo de convivencia estable, por no decir matrimonio. Un ejemplo gráfico es el ritual de
entrada de la primavera que contempla Sophie, la protagonista femenina de la novela, y en el que
el “oficiante” es su tío, el gran maestre de la sociedad secreta que aparece en el libro: el priorato
de la Orden de Sión. ¿No es demasiada literatura –con todo su lenguaje florido de naturaleza,
armonías y energías- para adornar el erotismo?

Lo que nos parece una contradicción es que, después de tanto elogiar a las religiones paganas, el
historiador Teabing acabe proclamando que todas las religiones están basadas en invenciones.
Entendemos que Teabing vea invenciones en el cristianismo, pero si tampoco las religiones
paganas, tan alabadas en el libro, contienen alguna verdad, ¿en qué debemos creer? Seguramente
sólo en nosotros mismos, observadores perpetuos con el monóculo del escepticismo, salvo en los
dogmas de lo políticamente correcto.El historiador de la novela se parece a esos paganos de la
Roma antigua que no creían en su interior en los dioses paganos, pero hacían como que creían y
participaban en toda clase de ceremonias externas, pues presumir de ateísmo podía socavar el
orden social y político existente.

LA DIVINIDAD DE CRISTO Y LOS EVANGELIOS GNOSTICOS

Entre las afirmaciones de Teabing no falta la de que la Biblia es un producto del hombre, no de
Dios. Dice también que fue Constantino el que tuvo el propósito de unificar Roma con el
cristianismo por medio del concilio de Nicea (325), aunque en El Código da Vinci no hay la más
mínima referencia al arrianismo, doctrina que fue condenada en dicho concilio y que niega la
divinidad de Cristo, exactamente igual que en la novela de Dan Brown. No obstante, Teabing
afirma que antes de Nicea, Jesús (nunca se le llama Cristo en el libro) era un mortal para los
cristianos. ¡Extraña religión que durante cuatro siglos había seguido a un simple mortal! ¿Cómo
tomaban los cristianos por el Señor a alguien que sólo era mortal? ¿Qué llevaba a los mártires a
padecer por él? ¿Nunca se había hablado en aquel tiempo de la resurrección de Cristo, presente
en los Evangelios y en todos y cada uno de los escritos del Nuevo Testamento? Pero en la novela
se señala que en Nicea fue aprobada la divinidad de Jesús en una votación muy ajustada. Este
sería el origen de la Iglesia católica, apostólica y romana, sin embargo la Iglesia ya era romana
desde que Pedro, el primer Papa, se estableció en Roma.

Según Teabing, Constantino habría hecho elaborar una Biblia en la que hay referencias a la
divinidad de Cristo. Se habrían suprimido todos aquellos textos en que no existen esas alusiones.
Si esto es así, los secuaces de Constantino, que parecía tener más poder que el Papa, habrían
tenido que elaborar apresuradamente el canon de libros del Nuevo Testamento. No obstante, los
testimonios de los Padres de la Iglesia del siglo II ya nos señalan la existencia de unos libros básicos
en la fe cristiana: los cuatro evangelios y las cartas de San Pablo. Con todo, insiste Teabing en que
se salvaron los manuscritos del Mar Muerto (dice que se descubrieron en la década de 1950,
cuando en realidad los descubrió accidentalmente un beduino jordano en 1947) y los llamados
evangelios gnósticos. Mas los manuscritos del mar Muerto no son textos cristianos sino que
pertenecen a la secta judía de los esenios. Respecto a los evangelios gnósticos, es significativo que
en ninguno se hable de la Pasión y Muerte de Jesús, punto central del Misterio cristiano. No es
extraño, pues el gnosticismo (“gnosis” significa conocimiento) presume de ser espiritualista y todo
aquello que tenga que ver con el sufrimiento o la muerte le repele. Tampoco se ven en estos
evangelios que Jesús tenga sentimientos humanos –hambre, sed, sueño-, tal y como nos
presentan los evangelios cristianos. El gnosticismo rechaza el cuerpo y el mundo material:
considera que el cuerpo es una prisión del espíritu pero la liberación espiritual sólo lo alcanzan
unos pocos iniciados. Así, la religión, que tiene más de magia y rito que de creencia, se transforma
en un asunto puramente individual. ¿No nos recuerda esto ese “sé tú mismo” que tanto predican
los profetas de la New Age y de las religiones de supermercado que nos inundan con sus libros,
revistas y programas televisivos? Nada que ver con el “conócete a ti mismo” socrático, pero ese
eslogan lleno de racionalidad no es políticamente correcto en esta época de espiritualismos
desencarnados.

MARIA MAGDALENA

Otra afirmación de Teabing es que los evangelios gnósticos son las únicas fuentes que nos
permitirían vislumbrar la verdad sobre María Magdalena, que fue difamada y tachada de
prostituta por la Iglesia primitiva. No es cierto, pues la Iglesia la considera como santa, ya que
estuvo junto a la cruz de Jesús y anunció a los apóstoles la Resurrección del Maestro (Jn 20, 11-18).
En ningún momento se dice en los evangelios que fuera una prostituta. En el de Lucas (8, 2-3) se la
menciona entre las mujeres que seguían a Jesús, pues había echado de ella siete demonios. Es
cierto que en el capítulo anterior de este mismo evangelista, se narra que una pecadora ungió con
perfume los pies del Maestro (Lc 7, 36-49), mas no hay ningún indicio que la identifique con María
Magdalena. Mas la gran “revelación” de la novela de Brown es que Jesús se casó con Magdalena,
según se deduciría de algunos evangelios gnósticos. Por ejemplo, en el Evangelio de María
Magdalena, Pedro reprocha a Jesús que la prefiere a los apóstoles. Es otro ejemplo más de
rechazo del primado de Pedro, del antirromanismo característico del protestantismo, y otro
motivo para acusar al catolicismo de misógino. Sin embargo, ¿por qué no cita Brown un evangelio
gnóstico como el de Tomás? En él se pone en boca de Jesús: “Porque cada mujer que se haga a sí
misma varón entrará en el reino de los cielos”. Si de esto se deduce que los gnósticos del siglo II
eran feministas...

Otra de las ocurrencias de Teabing es que María Magdalena pertenecía a la tribu de Benjamín, y
era además de sangre real. Así pues, el supuesto matrimonio de Jesús y María continuaría esa
estirpe. Pero, ¿dónde está la realeza en la tribu de Benjamín? Sólo la encontramos en Saúl, primer
rey de Israel (libro I de Samuel), pero allí también se lee que ese rey perdió la confianza de Dios: el
profeta Samuel le dice que su reino no se mantendrá (I Sam 13, 13). Mas sigamos con las fantasías
de Teabing: tras la muerte de Jesús, María habría dado a luz a una niña llamada Sara. Con la ayuda
del tío (¡) de Jesús, José de Arimatea, Magdalena viajó en secreto a Francia. Su linaje se
perpetuaría hasta el siglo V, en el que sus descendientes habrían emparentado con los reyes
merovingios. Por cierto, en la novela se dice que los merovingios fundaron París, aunque sus
fundadores fueron una tribu céltica del siglo III a de C., los parisii. De cualquier modo, los romanos
ya conocían París y le dieron el nombre de Lutetia. Según Teabing, Dagoberto fue el último rey
merovingio (finales del siglo VII), y entre sus descendientes estaría Godofredo de Bouillon, uno de
los líderes de la primera cruzada. Pero el último rey merovingio fue Chilperico III y fue depuesto
por Pipino el Breve, fundador de la dinastía carolingia y padre de Carlomagno, y esto sucedió a
mediados del siglo VIII. Teabing está implícitamente desechando la legitimidad de los carolingios,
en particular la de Carlomagno, coronado como emperador de Occidente por el Papa León III en el
año 800. Nos está queriendo decir que hubo una conspiración promovida por el sucesor de Pedro
y los carolingios, continuadores entonces del imperio de Constantino, para eliminar a la dinastía
merovingia, los verdaderos descendientes de Jesús y María Magdalena. Vuelve a salir de nuevo el
antirromanismo.
Teabing señala además que, con el cambio de milenio, habría llegado el momento de revelar el
gran secreto, celosamente guardado por la Iglesia católica. Hemos entrado en la Era de Acuario
(¡otra vez la New Age!) y se acabó la Era de Piscis (el pez es el símbolo cristiano que encontramos,
por ejemplo, en las Catacumbas). El mensaje concluyente de Teabing podría figurar en la
contraportada de cualquier libro de autoayuda: “Los hombres aprenderán la verdad y aprenderán
por sí mismos”. Y es que en la Era de Piscis, el hombre no debía de pensar por sí mismo.

LEONARDO DA VINCI Y EL SANTO GRIAL

Según El Código da Vinci, Leonardo era homosexual y adorador de la naturaleza, pero no se


aportan pruebas concluyentes. Una cosa es que Leonardo pudiera ser un tanto anticlerical, como
algunos sabios renacentistas, y otra que no fuera creyente. Se afirma además en el libro que el
artista aceptó cientos de encargos lucrativos que le hizo el Vaticano. No es cierto, pues Leonardo
apenas estuvo en Roma, y desarrolló su carrera principalmente en Milán y la corte francesa. Con
Leonardo, el personaje de Langdon vuelve a expresar su interés por lo andrógino – o por lo
homosexual, que no está tan distante-, y así llega a decir que la Mona Lisa es Leonardo disfrazado
de mujer. Es más: Mona Lisa sería un anagrama de los dioses egipcios Amón e Isis, un ejemplo del
equilibrio entre lo masculino y lo femenino. Mas no es cierto que Amón tenga nada que ver con la
fertilidad, pues no estaba asociado este dios solar a la diosa Isis, que sí simbolizaba lo fértil. En
cualquier caso, Leonardo nunca dio el nombre de Mona Lisa a este retrato. Lo hizo su biógrafo
Giorgio Vasari tres décadas después de su muerte. No obstante, se atribuye la identidad de la
retratada a Lisa, esposa de un ciudadano florentino llamado Francesco del Giocondo.

Sophie, la protagonista de la novela, usa el cuadro de Leonardo “La Virgen de las Rocas”, como un
escudo y lo aprieta junto a su cuerpo. Es asombroso porque es una tabla de madera, no un lienzo,
y mide casi dos metros de altura. Se nos dice también que el paisaje tenebroso de este cuadro
representa un lugar de Escocia, con lo cual se enlaza con las leyendas del Santo Grial y el ciclo
artúrico. Mas en la novela, el Grial no es el cáliz de la Ultima Cena sino una mujer, María
Magdalena. Ella es, y no Juan, el personaje que está más cerca de Jesús en La Ultima Cena de
Leonardo. Si esto es así, ¿por qué no aparece también en el cuadro este discípulo, tan citado en
los evangelios? Al hablar de este cuadro, se da pie también a otro error. Dan Brown debe de creer
que la escena representa la institución de la Eucaristía, pero cómo no se ve el cáliz, el novelista
concluye que en realidad el cáliz es un símbolo del vientre femenino, de la fecundidad y de la
diosa. El Grial es, por tanto, la mismísima Magdalena, que estaría al lado de Jesús. Brown se
equivoca, pues el cuadro lo que realmente representa es el momento en que el Maestro revela a
sus apóstoles que uno de ellos le habrá de traicionar (Jn 13, 21-30). No es necesario, en
consecuencia, que aparezcan en escena el pan y el cáliz.

La conclusión de toda estas teorías, expuestas en boca de Robert Langdon, es que el varón creó el
concepto de pecado original, pues Eva resulta culpable de haberle engañado con la manzana.
Nada de eso se dice en el Génesis: allí se dice que quien engaña es la serpiente. Ella representa al
enemigo del ser humano, el demonio, el que arroja la sospecha sobre el propio Dios e incita a
Adán y Eva a pecar (Gn 2, 1-6).
UN “MONJE” DEL OPUS DEI

El asesino de la novela es el albino Silas, al que se califica de monje del Opus Dei, y va por ahí
eliminando gente, sin desprenderse de su hábito. Es evidente la falsedad, pues el Opus Dei no es
una orden religiosa sino una prelatura de la Iglesia católica, y está integrada por laicos y
sacerdotes. Su sede central no está en la Lexington Avenue de Nueva York sino en Roma, al
contrario de lo que se dice en la novela. No hay tampoco ningún “Maestro” (¡otra vez la religión
para unos pocos iniciados!) en la Obra. Se diría que el Opus Dei juega en estas páginas el mismo
tópico papel que desempeñaron los jesuitas en siglos anteriores: una especie de “larga mano” del
Papado, un supuesto centro de poder más poderoso que el propio Vaticano. Al final aparece en el
libro un Papa “reformista” que está dispuesto a anular la concesión de la Prelatura y que llega a
proponer que los miembros de la Obra se separen de la Iglesia y formen un grupo aparte. Algo
absolutamente inverosímil, tanto como el citado monje Silas, que nos recuerda a los personajes
literarios del monstruo de Frankestein y de Quasimodo. Es el prototipo del asesino torpe y
manipulado por otros, y para ser un ultraortodoxo católico, no tiene mucha idea de lo que puede
haber en el altar de una iglesia, pues cuando visita la iglesia de Saint Sulpice en París, descubre una
inscripción referente a un pasaje del libro de Job (38, 11). A Silas no se le ocurre otra cosa que
consultar este pasaje en una Biblia que hay en el altar. Mas en los altares católicos no se
encuentran biblias sino misales.

EL PRIORATO DE SION

Según El Código da Vinci, Godofredo de Bouillon, descendiente de los reyes merovingios y


participante en la Primera Cruzada, habría sido el encargado de velar por los documentos que
supuestamente aparecieron bajo las ruinas del templo de Herodes, y bajo las del templo de
Salomón. Estos documentos contendrían, por supuesto, la verdadera historia de Jesús y la
Magdalena. La Iglesia habría querido hacerse con ellos, pero los templarios, detentadores del
secreto, habrían chantajeado al Papado con su divulgación, lo que les habría producido un poder
político y religioso inusitado en Europa Occidental hasta principios del siglo XIV, cuando en 1307 la
codicia del rey francés Felipe IV llevó a la supresión de la orden, medida autorizada por el Papa
Clemente V. En la novela no se habla del papel del rey francés y se cargan las tintas sobre el Papa
que no residía en Roma, como se dice en el libro, sino en Aviñón. Desde entonces las leyendas
sobre los templarios han estado ligadas a todos los esoterismos posibles, y en particular a la
masonería. Pero no fueron ellos los impulsores del arte gótico –otra falsedad- sino los monjes
cistercieneses. Godofredo de Bouillon tampoco fue un fundador de los templarios, pues murió en
1100, un año después de la conquista de Jerusalén por los cruzados. La fundación de la orden tuvo
lugar aproximadamente dos décadas después.

El Priorato de la Orden de Sión sería el continuador de los templarios, algo que ya apareció en el
libro El enigma sagrado, aparecido en 1981, traducido a diversos idiomas y ampliamente divulgado
por una serie documental de la BBC. Su primer gran maestre habría sido Godofredo de Bouillon,
pero lo más inverosímil es la lista de dirigentes que se han sucedido a lo largo de los siglos. Se trata
de celebridades como Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Víctor Hugo, Claude
Debussy o Jean Cocteau. Naturalmente falta el nombre del gran maestre actual... Mas la
referencia a esta supuesta orden es mucho más reciente: se remonta a finales de la década
de1950 y se relaciona con las andanzas de Pierre Plantard, un individuo que se presentaba como
descendiente de los reyes merovingios y que estaba relacionado con grupos de extrema derecha
de marcado carácter antisemita. Un detalle para reflexionar: quienes sean antisemitas,
forzosamente tienen que ser anticristianos. La afirmación es también cierta si la formulamos a la
inversa. Es una cuestión de coherencia ideológica. Después de todo, Jesús era judío.

CONCLUSIÓN

Alguien podría alegar que, después de todo, El Código da Vinci es una novela, un relato de ficción
al que no hay que dar demasiada importancia. Lo que pasa es que Dan Brown presenta su obra
como un descubrimiento de la auténtica realidad sobre Jesús. Está sugiriendo que el cristianismo,
y en particular la Iglesia católica, es desde sus orígenes la historia de una tremenda manipulación:
los fieles habrían sido engañados durante más de dos milenios. Y ahora resulta que una novela
sirve para revelar la verdad, el “gran secreto” escondido de Jesús y María Magdalena.

Hay quien pensará que puede que haya algo de cierto en esta trama, pese a los innumerables
errores históricos contenidos en la novela. Mas nunca encontraremos una verdad de fondo
revestida con un aluvión de errores de forma. El relativismo imperante no podrá convencernos de
lo contrario. Con todas las mentiras, aunque se repitan por activa o por pasiva, nunca se construye
una sola verdad.

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