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4 INTRODUCCIÓN
4 Véase, por ejemplo, Duguit, t. I, pfo. 49, p. 538, que cita a Jellinek, Seidler y Kelsen.
5 M. de la Bigne de Villeneuve, op. cit., t. I, pp. 4 y 5.
6 Ibidem, pp. 6 y 7.
7 Ibidem, pp. 14 y ss.
INTRODUCCIÓN 5
bordinarse y que se llama derecho. Pero, por una parte, esta concepción
de la política, reducida a una acción concreta y empírica, es, por defini-
ción, rebelde a toda síntesis doctrinal; y, por otra, la norma a que se hace
alusión no será legítima y válida sino en tanto que sea conforme a la no-
ción ideal de lo político. Teoría de derecho político, se dice. Más vale
hacer hincapié en el elemento político: el derecho normativo de la políti-
ca, lejos de ser exterior a ésta, está extraído de la política misma, pero de
la política sanamente concebida, de acuerdo con las leyes de su ser pro-
pio. Inmutables en cuanto a los primeros principios, esas leyes son, por lo
demás, susceptibles de determinaciones y aplicaciones variadas, según las
contingencias de tiempos y lugares, de donde resulta la variedad de políti-
cas practicadas y de los derechos positivos de la política (derecho públi-
co, administrativo, fiscal, etcétera). Pero manteniéndose en el terreno de
los primeros principios, el punto de vista político y el punto de vista jurí-
dico se confunden: hay identidad entre el punto de vista de la filosofía
política y el punto de vista del derecho natural político.
3. Asimismo es necesario, si se quieire comprender al Estado, remon-
tarse hasta los primeros principios y no atenerse a los fenómenos. En el
plano de los fenómenos, lo jurídico y lo político parecen, en efecto, dis-
tintos: el fenómeno jurídico se expresa en textos que se estiman como
exactos en la enseñanza de lo que es justo; el fenómeno político se perfila
en determinadas realizaciones o actitudes que representan lo útil. Pero es
imposible construir una teoría, y a fortiori una doctrina del Estado, sobre
la base de esas apariencias. Para que el jurista y el político se pongan de
acuerdo es menester que lo hagan —a menos de suponer una contradic-
ción entre la política y el derecho—, están obligados, uno y otro, a pene-
trar más hondamente en su tema, a meditar acerca del Estado, su naturale-
za, su fin, su papel; en una palabra, a tratar de extraer una filosofía del
Estado. El estudio quizá no sea “ científico” , en el sentido de ciencia po-
sitiva que se limita a constataciones de hecho; será científico en el sentido
completo de la palabra, si es verdad que la ciencia no se limita a constatar
hechos, sino a comprenderlos y, puesto que se trata de hechos humanos, a
comprenderlos desde el punto de vista de las necesidades o de las aspira-
ciones del hombre. ¿Por miedo a “ filosofar” , se dejará a las potencias
irracionales el empeño de resolver los problemas ineluctables que se
plantean constantemente y que, de una manera o de otra, encuentran
siempre su solución afortunada o desafortunada?