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TERCERA PARTE

D ESD E c. 1875 H A ST A EL PRESENTE

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
11
NI LIBERTAD NI ORDEN

EN L A S Ú L T I M A S D É C A D A S D E L S I G L O X I X S C adoptaroD , finalm ente, los sím bo-

los d u ra d e ro s d e la nación colom biana: el him no, el escudo de arm as y la C onsti­


tución d e 1886, q u e fue abolida en 1991 d esp u és de una profusión d e reform as’.
El escu d o nacional d ata d e 1834 y está flanqueado p o r el pabellón tricolor de
la época d e las g u erras d e Independencia. El cuerpio del escudo cuelga de una
corona d e laurel q u e lleva en su pico el có n d o r de los A ndes {V ultiir gryphus
Linneo). E ntre sus patas o n d u la n las palabras "L ibertad y O rd en " sobre una cinta
d o ra d a. D iv id id o h o rizo n talm en te en tres secciones, el cu erp o ofrece, de arriba
abajo, u n a g ra n a d a de oro y dos cornucopias doradas; una lanza coronada por
un go rro frigio rojo y el Istm o de P anam á entre los dos océanos.
C om o ya se ha visto, el país ha sido m ás pobre y m ás aislado de lo q u e
su g ieren los sím bolos d o ra d o s y los m ares azules; la pobreza ha restringido la
libertad, sim b o lizad a p o r la lanza y el gorro frigio; la construcción del canal de
P anam á y la p é rd id a del istm o en 1903 dieron cuenta de una acusada debilidad
estatal q u e tam b ién h u b o de o bstaculizar el ejercicio y la am pliación de los d ere­
chos políticos. E n seguida verem os q u e d u ra n te este periodo no se consiguieron
ni la lib ertad , ferv o ro sam ente d efen d id a por los liberales federalistas y radicales,
ni el o rd e n , p ro p u e sto p o r los conservadores u nitarios y católicos; ni m ucho m e­
nos la su m ato ria d e libertad y ord en que soñó la C onstitución de 1886.

El h im n o so lo e s oficial d e s d e 1920.

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TSii \l \Ki I ' I’á, AGIT- I'-; \ S mTi XÍÍA

El periodo abrió con la división irreparable del liberalism o en las eleccio­


nes presidenciales de 1875-1876 y term inó con la d errota liberal en la g u erra de
los Mil Días (1899-1902), cuya consecuencia m ás onerosa fue la separación de
P anam á. Una guerra civil en 1885 perm itió cam biar el m odelo constitucional al
añ o siguiente y Colom bia pasó del federalism o a la república unitaria.
Los tiem pos de entre guerras se caracterizaron p o r el extrem o facciona-
lism o d en tro de cada uno de los dos partidos, m ás intenso en el p artid o que
estu v iera en el gobierno. Es decir, los liberales lo resintieron m ás ag u d am en te
en tre 1875 y 1886, cuando se pasó de la hegem onía de los radicales al ascenso de
d istin tas parcialidades que se ag ru p arían bajo el nom bre de independientes. En
1878, p or prim era vez desde que derrocaron a M osquera en 1867, los radicales
p erd iero n la presidencia. En ese año, independientes y conservadores forjaron
u n a acuerdo bipartidista que m ad u ró en 1884-1887, d u ra n te la guerra civil y la
hech u ra de una n ueva C onstitución. De este proceso surgió u n p artid o nacional
que los conservadores term inaron dom inando.
Pese a todo, a los pocos años m uchos independientes reto rn aro n a las tol­
d as liberales y se hizo pública una enconada división en las filas gobiernistas.
El conservatism o se partió en dos: el g ru p o disidente o histórico y el del gobier­
no o nacionalista. Los históricos prom ovieron alianzas tácticas con los liberales,
sobre los que seguían pesando las viejas divisiones y otras nuevas, originadas
en la brecha generacional. Un pun to de encuentro de históricos y liberales fue
la oposición al "v irus del socialism o" atribuido a ciertas políticas del gobierno,
p rin cip alm en te al papel m oneda de curso forzoso.
El lapso de 1878 a 1900 se conoce com o la R egeneración. El nom bre deriva
de u n a frase de Rafael N úñez, el árbitro central de la política colom biana desde
1874 hasta su m uerte en 1894, au n q u e su influencia gravitaría m uchos decenios
desp u és. En 1878, N úñez resum ió la crítica al periodo radical diciendo que había
p u esto a los colom bianos ante la alternativa de "regeneración adm inistrativa
fu n d am en tal o catástrofe". En los años siguientes desarrolló el planteam iento de
este m odo: el federalism o y el doctrinarism o liberal extrem os habían llevado el
país a la "catástrofe" de la que saldría m ediante el advenim iento del "fecundo
rein ad o de la paz científica". C olom bia necesitaba una C onstitución centralista
q u e reconociera en principio el catolicism o com o elem ento m ed u lar de cohesión
social. Pero el experim ento habría de term inar en la guerra catastrófica de los Mil
Días. En 1900, en m edio del conflicto, los históricos dieron un golpe de Estado
q u e p u so fin a la Regeneración.
Las m aniobras faccionales eran seguidas con sorna en periódicos y pas­
q uines, leídos ávidam ente en la ciudades y por las capas p o p u lares y los artesa­
nos. Un panfleto de 1880 se mofa en verso de las nuevas alineaciones políticas:

En tres partidos Colombia


Dicen que se dividió,
No reconozco más uno.

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H i s r 'kia Df C o lo m bia . P aís i k a (.; m l \ t a i x a , s í x t e d a o d i \ t i >i d a 351

Y es el partido del Yo.


Hablan de conservadores
Mas no los alcanzo a ver,
Pues qué podrá conservar
Q uien no hace m ás que perder?
Hablan de la Oligarquía
Del partido radical,
Partido que en el poder
Por cierto lo hizo m uy mal
Porque quiso radicarse
Y fue su tema oprimir.
El Partido independiente
nos quiere regenerar
Con un perpetuo Congreso
que el Tesoro va a agotari.

Si el faccionalism o político tuvo sus propias reglas, en la base de la inestabi­


lidad q ue generó, deb en considerarse las violentas fluctuaciones de los principales
prod u cto s de exportación, con excepción del oro. Así, por ejem plo, el abatim iento
de las exportaciones d e tabaco (1878-1882), y de las quinas (1876-1877), que se
desp lo m aro n en 1883, o la fuerte depresión cafetera después de 1896, causaron
desem pleo, descontento e inestabilidad, particularm ente en aquellas com arcas y
regiones q ue estaban m ás ligadas a su producción y comercio. Este es el telón de
fondo de una transición de la jerarquía regional que registra el ascenso de A ntio­
quia, centro de la m inería y de una colonización dinám ica que, en el siglo xx, sería
el próspero cin turón cafetero.
La elite an tio q u eñ a se había unificado tem p ran am en te en M edellín y el
oro le d ab a se g u rid a d . Por el contrario, el G ran Cauca, centrado en Popayán, y
el E stado de Bolívar, en C artagena, perd iero n fuerza de gravitación en el país.
Estas d o s g ra n d es regiones se fragm entaron m ás y en ellas surgieron nuevos
polos u rbanos: Cali, en el Valle del Cauca, y B arranquilla, cerca de la desem bo­
cad u ra del río M agdalena, q u e relegó a Santa M arta y a C artagena, y pasó a ser
el principal p u e rto caribeño. En S antander, prom inente en la política liberal y
que tam bién d escen d ió en el panoram a nacional, continuó el d esplazam iento de
poblaciones d esd e el sur, que continuó declinando, hacia el norte, m ás em p re n ­
dedor: d esd e las p rovincias d e Vélez, San Gil y El Socorro hacia B ucaram anga y
C úcuta. Bogotá m an tu v o , y acaso reforzó, su capitalidad.

¡A c iv iliz a r s e !

El A nuario Estadístico de Colombia (1875) y la Estadística de Colombia (1876)


dan fe d e las esp e ran z as, m itos y racionalizaciones de las clases altas y ed u cad as

F iestas p o p u la r es en B ogotá. B ogotá, 1883. F on d o Pineda, tom o 3781.

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332 M mr o P m u : k >s - I ' k a n k S a i i-o k d

en relación con el constitucionalism o liberal y el com ercio internacional, las dos


caras de la m oneda del progreso. Los autores-com piladores d e estos reportes
subrayaron el esfuerzo que les tom ó alcanzar algún rigor estadístico, propio,
según dijeron, de 'Tas grandes naciones civilizadas": G ran Bretaña, Francia, Es­
tados U nidos y A lem ania, que figuraban en la prim era línea d e las exportaciones
e im portaciones. A esas naciones viajaban por lo m enos u n a vez en la vida los
grandes com erciantes, políticos, publicistas y hom bres de letras, a veces acom ­
p añados de sus familias; desde allá irradiaba el espíritu d e los tiem pos; allá te­
nían sus agentes y corresponsales m ercantiles y allá, p rin cip alm en te en París,
hacían im p rim ir sus libros.
Al acentuar las deficiencias de estas estadísticas, las m ás com pletas p ro ­
d u cidas por la república hasta esa fecha, los com piladores dejaron entrever la
enorm e distancia que aún separaba a los colom bianos de los habitantes de las
naciones civilizadas. Esto era palpable en asuntos de justicia, o rd en público, es­
cuelas, transportes. El atraso com enzaba por la precariedad de la adm inistración
pública; por la dificultad de recolectar, com pilar, sistem atizar y p resen tar la in­
form ación estadística básica. Según esto, ningún gobierno local o nacional había
conseguido organizar un sistem a de registro civil que, conform e a la ley, debía
reem plazar los libros parroquiales de bautizos, m atrim onios y defunciones. Pero
achacaron el fracaso a la religiosidad p o p u lar antes que a la fragilidad estatal.
N ueve estados, disím iles en población y peso económ ico, acentuaban, quizás, tal
fragilidad, com o se aprecia en el cuadro 11.1.
En este conjunto tendían a dom inar políticam ente los estados m ás poblados,
com o Boyacá y Cauca, puesto que tenían m ayor representación en la C ám ara de

C uadro 11.1. Estados U nidos de Colombia: población y superficie, c. 1870.

3. Área 5. Á rea
1. E stados 4. D e n s id a d 6. E m p lea d o s
2. P ob lación p o b la d a b a ld ía
so b er a n o s d e p o b la ció n ' p ú b lic o s"
km^ km^

A ntioquia 365.900 33.000 11,1 26.000 493


Bolívar 241.704 40.000 6,0 30.000 407

Boyacá 498.541 30.500 16,3 55.800 268

Cauca 435.078 63.000 6,9 603.800 474

C undinam arca 413.658 23.100 17,9 183.300 313

M agdalena 88.928 25.000 3,9 44.800 146

Panam á 224.032 36.100 6,2 46.500 303


Santander 433.178 18.500 23,4 23.700 555

Tolim a 230.891 36.300 6,4 11.400 192

Total 2.931.910 305.500 9,6 1.025.300 3.151

■Habitantes por km^ de área poblada. "A cargo de los estados.


Fuente: Anuario Estadístico de Colombia, 1875, B ogotá, Im prenta d e M ed ard o Rivas.

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{ ii sT O K i , ' t ' t G ' i i ' M B i A . P a í s \ kac.m í \ i a i x i , s(x :ii:D A n u i \ i d i d a 353

Representantes. Pero el predom inio económ ico estaba, naturalm ente, en aquellos
que, sin co n sid erar la población, poseían m ás fuentes de riqueza para el com ercio
internacional, lo q ue generalm ente iba acom pañado de recursos institucionales
com o los bancos.
En las "áreas baldías" se localizaban los T erritorios N acionales o F edera­
les, an tecedentes de las intendencias y com isarías del siglo xx. C on excepción del
Cauca, q u e m a n tu v o bajo su jurisdicción el extenso territorio de C aquetá, para
el q u e se co njeturó u n a población de 30.000 indígenas, los dem ás estados cedie­
ron sus territo rio s federales a la U nión. H abía en estos, según el censo de 1870,
45.076 h ab itan tes d istrib u id o s en 57 poblaciones. Los territorios cedidos fueron:
Bolívar (El O p ó n ), en S antander; C asanare, en Boyacá; G uajira, N evada y M oti­
lones, en el M ag d alen a; San A n d rés y San Luis de Providencia, en Bolívar, y, por
últim o, los L lanos d e San M artín, en C undinam arca. Por esta cadena de cesiones,
la Union se obligó a aco m eter las obras públicas necesarias para conectarlos al
centro del país y b u scar su poblam iento. U no de los m étodos principales fue la
concesión d e tierras públicas a los particulares.
Los estad o s fed erad o s q u ed a ro n bajo la a u to rid a d de un p residente o go­
bernador, eleg id o p o r voto directo o indirecto, universal (m asculino) o censita-
rio, según la legislación electoral de cada estado. El voto fue restringido en los
tres estados d e in d isp u ta d o dom inio radical: C undinam arca, Boyacá y S antan­
der. La d u ra ció n del m an d ato tam bién varió. En A ntioquia fue de cuatro años y
el presid en te p o d ía ser reelegido para el periodo siguiente. Pero A ntioquia fue la
excepción p o rq u e en casi todos los dem ás estados el periodo fue, p o r lo general,
de dos años, sin reelección en el periodo siguiente. Al parecer, los sistem as presi-
dencialistas co n trib u y e ro n a la estabilidad política. Por ejem plo, la conservadora
A ntioquia, tan fed eralista com o el que m ás, tuvo un solo presidente, P edro J.
Berrío, en tre 1864 y 1873, y seis en tre 1873 y 1885, incluyendo los tres radicales
que debió so p o rta r d e 1877 a 1880, a raíz de su capitulación en la guerra de 1876.
En cam bio, en el lapso de 1873 a 1885 el Estado de Bolívar tuvo 24 gobernadores,
y el de M agdalena, 10.
Un m in ú scu lo país oficial no podía g o bernar ni ad m in istrar el país. H a­
cia 1875, el n ú m e ro d e em p lead o s públicos de la U nión y de los estados rondó
por los 4.500. En estas condiciones, el p o d er político nacía, retoñaba y fluía en
las redes inform ales y tradicionales. El Estado no podía ser, sobre todo en los
niveles locales, m ás q u e una de las tantas expresiones de com binaciones fam ilia­
res y clientelares a trav és d e las cuales se identificaron y confrontaron veredas,
m unicipios, can to n es, provincias. En 1916, el n ú m ero d e em p lead o s públicos de
todos los niveles había ascendido a 42.700. Pero "en la m ayoría d e m unicipios no
había personal p ara Concejo m unicipal, alcalde, juez d e distrito, re cau d ad o r de
hacienda... y m en o s a ú n para ju n tas de cam inos, ni de q u ién echar m ano para la
percepción y d istrib u ció n d e las rentas, ni quién se atreva a cobrar el im puesto
predial ni n in g u n a o tra contribución al p o ten tad o de influencia política, d ueño

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'^54 ,MAK’ i d i ’ \i \( i( N - F kank S a i lO K i )

de hacienda quien vive en la capital de la República o en la del D epartam ento",


com o escribió Rufino G u tiérrez en sus Monografías, publicadas en 1921, d espués
d e recorrer gran parte del país unos años atrás.

D el f e d e r a l i s m o a l a R e g e n e r a c ió n

En la década de los años 1870, el m odelo federalista y los tonos libertarios


de la C onstitución de 1863 m ostraban fallas y discordancias, au n para los ra d i­
cales q ue los habían inspirado. El ideal republicano de d ifu n d ir la educación y
llevar la escuela al pueblo solo podía acom eterse com o una em p resa nacional,
m ás allá de los intereses particularistas que p redom inaban en los estados. La
reform a educativa de 1870, que intentó crear u n sistem a nacional, m ostró que los
p artid o s políticos estaban m ás divididos en aquellas regiones q u e no contaban
con un centro efectivo de poder, com o fue el caso del C auca y S antander. Allí fue
m ás sencillo para el bando conservador exaltado invitar a la g u erra b landiendo
la encíclica El Syllabus (1864), de Pío ix.
La p u gna regionalista fue m ás com pleja aún en el tem a ferroviario. Los ba­
luartes liberales del Caribe y del G ran C auca se resistieron a aceptar que el 67 por
ciento de los m agros recursos presupuestarios de la U nión se invirtieran en el Fe­
rrocarril del Norte, una costosa línea que uniría Bogotá con B ucaram anga en un
prolongado trayecto m ontañoso, para luego descender al río M agdalena. A d u ­
cían que el proyecto prem iaba desproporcionadam ente la lealtad de C u n d in a­
m arca, Boyacá y S antander, dom inados por "la oligarquía del O lim po radical".
Sobre líneas regionalistas se dividieron los liberales en la cam paña elec­
toral d e 1875, que enfrentó al cartagenero Rafael N ú ñ ez y al can d id a to oficial
del radicalism o, el san tandereano A quileo Parra, ab an d erad o del Ferrocarril del
N orte. La cam paña term inó en guerra liberal intestina circunscrita a la región
costeña. Panam á y Bolívar se declararon contra el gobierno d e Bogotá y apoya­
ron a N úñez. A nte las discordias liberales en el Estado del M agdalena, el presi­
d ente de la Unión, Santiago Pérez, intervino con tropas a favor de los parristas.
P uesto que n inguno de los dos candidatos consiguió la m ayoría d e votos de los
estados, la elección tuvo que verificarse en el C ongreso nacional, d o n d e Parra
o b tuvo una cóm oda victoria. D errotado, N úñez se hizo elegir g obernador de
Bolívar en 1876.
Ese año, el conflicto educativo derivó en una guerra civil d e tono religioso,
llam ada en algunos lugares "la guerra de los curas". Todas las facciones liberales
se unieron transitoriam ente y después de once m eses de com bates vencieron
a los conservadores. Victoria pírrica: d u ra n te la contienda em pezó el ascenso
incontenible de una facción liberal que juntaba m osqueristas caucanos, in d ep en ­
dientes san tan d ereanos y nuñistas costeños. La facción term inaría capitaneada
por N úñez y en 1878 llevó a la presidencia al héroe de la guerra, el m osquerista
caucano Julián Trujillo. La declinación de los radicales, ag rav ad a por la m uerte
de M urillo Toro en 1880, despejó el cam ino a la R egeneración, q u e en esta fase se

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H I ' i K ' K I A DI' G '!.t,i\IIJIA. I’a K I K A C M I N^ AI X' ), S(X II . D A n DI M D ID A 355

p resen tab a corno u n p royecto liberal. A quel año N úñez, quien habría de d irigir
el país hacia la centralización, ganó la presidencia p o r prim era vez.
S egún la leyenda, cu an d o Víctor H ugo conoció la C onstitución de R ione­
gro h ab ría exclam ado que estaba diseñ ad a para un país de ángeles. El incidente
fue en re alid ad m ás honorífico para el ideal liberal am ericano. E stando en su exi­
lio de C u ern esey , V íctor H ugo recibió del m inistro colom biano en C ran Bretaña
u n ejem p lar d e la recién ex p ed id a C onstitución aco m p añ ad a de una m anifesta­
ción sobre cu án definitiva había sido su influencia en la abolición de la pena de
m uerte. A lo cual el g ran poeta contestó:

Su Constitución ha abolido la pena de m uerte y usted tiene la bondad de atribuir­


me una parte en ese magnífico progreso. Agradezco con profunda emoción a la
República de los Estados Unidos de Colombia. Al abolir la pena de muerte, ella
da un ejemplo adm irable. Hace un doble paso, el uno hacia la felicidad y el otro
hacia la gloria. La gran senda está abierta. Que América camine, Europa seguirá.

En to d o caso, no habían tran scu rrid o cuatro años de expedida la C onsti­


tución d e los E stados U n idos de C olom bia cu an d o los principales jefes radicales
ped ían reform arla. A d v ertían q u e u n a de las inconsistencias del seráfico d o cu ­
m ento se hallaba en el cóm o conservar el orden público. En ese entonces era un
tem a c o m p a ra r la C onstitución de 1863 con la norteam ericana, que estipulaba
la obligación de la U nión d e pro teg er a todos los estados de cualquier violencia
interna. C on todo, en los Estados U nidos de C olom bia una ley d e 1867 había es­
tablecido q u e d u ra n te un conflicto civil en un Estado, "el G obierno de la U nión
m a n te n d rá su s relaciones con el gobierno constitucional (del respectivo Estado),
hasta q u e d e hecho haya sido desconocida su a u to rid a d en todo el territorio; y
reconocerá al n u ev o G obierno y en trará en relaciones oficiales con él, luego q u e
se haya o rg a n iz ad o seg ú n los principios del sistem a p opular, electivo, rep resen ­
tativo, altern ativ o y resp onsable". E chando reversa, la legislatura de 1880 a p ro ­
bó un a iniciativa presidencial por la cual el gobierno central ad q u iría la potestad
de in terv en ir en los E stados soberanos en casos de grave perturbación del orden
público q u e am en azara la p az nacional.
N ú ñ e z abrió fuego contra las costum bres públicas, caracterizadas según
él p o r la violencia y la inflexibilidad; la intransigencia y la intolerancia. Por esta
razón, u n o d e los p rin cip ales rasgos de los ind ep en d ien tes fue el cam bio de tono
en m ateria del conflicto religioso y así, poco a poco, fueron atray en d o a los con­
serv ad o res y al clero. En u n a peculiar versión del positivism o que recorría la
A m érica Latina, N ú ñ e z concluyó que la religiosidad p o p u lar era un elem ento
de integ ració n cu ltu ral y de cohesión social, realidad ante la cual el discurso
anticlerical re su ltab a obsoleto. Los ind ep en d ien tes co nsideraban que el proyec­
to re g e n e ra d o r era u n a form a av a n zad a del liberalism o colom biano. S antander
había se n ta d o las bases de la organización ad m in istrativ a y civil de la república.

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3 5 o M a Ka i ' l ’ \ l . \ C I f N - 1 - K A \ K S a í ' K i KI . '

Bajo el liderazgo de M urillo Toro, el radicalism o había em p re n d id o la lucha fi­


nal contra los vestigios del orden socioeconóm ico d e la Colonia. Sin renunciar a
estos legados, la Regeneración traería una nueva era de tolerancia y concordia,
plataform a para d ar com ienzo al desarrollo económ ico del país.
A hora bien, al asum ir la presidencia en 1880, el cartagenero nom bró a v a­
rios conservadores en puestos significativos y p au latin am en te em p ezó a tom ar
form a una in u sitada alianza bipartidista. Para sucederlo en 1882 escogió a un
prestigioso jurista septuagenario, Francisco J. Z aldúa, confiando en que prose­
guiría sus políticas en arm onía con un C ongreso d e m ayorías independientes.
No calculó que, con halagos de u n id ad liberal, los radicales tratarían de seducir
al anciano presidente. La m uerte de este agravó el p roblem a p o rq u e el sucesor,
José E. O tálora, sucum bió a las tentaciones de una posible ca n d id a tu ra radical.
Así, d u ra n te el bienio Z aldúa-O tálora se env enenaron las relaciones entre los
radicales y los in dependientes. El desenlace llegó con la elección de N ú ñ ez para
un seg undo periodo presidencial (1884-1886) en n o m b re del P artido Nacional.
En 1884, N úñez enfrentó conspiraciones regionalistas de u n a clase que
conocía m uy bien desde sus épocas de federalista. A fines d e aquel año la em bro­
llada sucesión del presidente del Estado de S antander term in ó en u n alzam iento
arm ad o de los radicales contra la nueva alianza b ip artid ista regional, que estaba
en condiciones de im poner candidato. Los episodios, seguidos p o r las fuerzas
políticas en todo el país, culm inaron en levantam ientos liberales en diferentes
estados, principalm ente del Caribe. A com ienzos d e 1885, N úñez pactó con los
conservadores la creación de un ejército nacional de reserva que, ev en tu alm en ­
te, enfrentaría las revueltas que se cernían en el horizonte. D esencadenadas, la
dram ática derro ta liberal de 1885 abrió la segunda fase d e la R egeneración, p er­
m itiendo al cartagenero declarar la m uerte de la C onstitución de 1863.
Sobre una alianza paritaria de independientes y conservadores, dio el vi­
raje hacia un nuevo m odelo de organización estatal. Encontró su principal socio en
Miguel Antonio Caro, uno de los escritores públicos m ás com bativos del cam po
doctrinario católico-conservador. A hora N úñez re p u d ió el federalism o: "A dem ás
de la frontera exterior cream os nueve fronteras internas con nueve códigos espe­
ciales, nueve costosas jerarquías burocráticas, nueve ejércitos, nueve agitaciones
de todo género". Se habían consagrado las m áxim as libertades sin considerar si­
quiera los m edios m ínim os para protegerlas; la libertad absoluta de prensa era
una parodia de la libertad; la laxitud del sistem a penal invitaba al delito; el anti­
clericalismo anacrónico de la "oligarquía" quem aba las energías nacionales.
En septiem bre de 1885, el C obierno convocó un C onsejo d e D elegatarios
para red actar una nueva C onstitución. El Consejo, co m p u esto de dos delegados
por cada estado, uno conservador y uno in d ep en d ien te d esig n ad o s por los res­
pectivos presidentes de los estados, se reunió en noviem bre. P rim ero que todo
ap robó la conducta de N úñez, lo reelegió P residente para un periodo de seis
años (1886-1892) y luego sentó las "Bases de la R eform a", som etidas a la apro-

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1llsrO K lA di Q ' I . i AMBIA. P a LS I - K A G M I . M A I X ' ' , .SCXTI D A D D IM DI DA 357

bación d e las m u n icip alid ad es. En agosto de 1886 expidió, "en nom bre de Dios,
fuente su p re m a de to d a a u to rid a d ", una C onstitución centralista y presidencia-
lista. La religión católica fue reconocida com o elem ento esencial de la nacionali­
dad y del o rd en social, com patible con la tolerancia de cultos.
La C onstitución d e 1886, con sus innum erables reform as, tendría larga vida,
Se buscó, prim ero q u e todo, fortalecer la autoridad. Los estados soberanos fueron
convertidos en d ep artam entos, con gobernadores designados por el Presidente de
la República. La nación recobró las m inas, salinas y los pocos baldíos que había
cedido a los estados. El p eriodo presidencial se am plió a seis años y se consagró un
régim en de facultades especiales que el C ongreso podía conceder al presidente,
aparte d e sus p o d eres extraordinarios consagrados en las norm as del Estado de
sitio. Se restableció la p en a de m uerte, se prohibió el com ercio y porte de arm as de
fuego y u n a serie de leyes restringieron las libertades de prensa y reunión.
D esp u és de 1886, la alianza bipartidista em pezó a p erd er ad ep to s libera­
les y el m o v im ien to term in ó conservatizándose. Ahí em pieza la tercera y últim a
etapa d e la R egeneración. Uno de los aspectos fu n d am en tales del nuevo cons­
titucionalism o fue la alianza del E stado y la Iglesia. M ediante el C oncordato de
1887 y el C onvenio ad icional de 1892, la Iglesia obtu v o com pensaciones m one­
tarias y fiscales p o r las expropiaciones de los años de la desam ortización y se
restau ró el fuero eclesiástico.
La orientación, y en algunos casos la adm inistración, del sistem a ed u cati­
vo q u e d ó en m anos del clero. Se restableció el m onopolio legal del m atrim onio
católico con su s efectos civiles respecto a las personas y bienes d e los cónyuges y
sus descen d ien tes. D esd e el aula, los textos escolares, la prensa, el confesionario
y el p ù lp ito , el clero inculcó valores políticos y sociales q u e frenaron la incipiente
m archa hacia el laicism o y en algunas provincias exacerbaron las pu g n as polí­
ticas. A u m en tó la in m igración de m iem bros de las congregaciones religiosas,
fem eninas y m asculinas.
Según un a "Relación sobre el clero", del arzobispo de Bogotá, a m ediados
de 1891, la Iglesia em p ez ab a a reponerse de unos 30 años de alejam iento de los
asu n to s públicos, d e sd e los decretos de M osquera en 1861. De 2.052 m iem bros
del clero, 542 eran cu ras párrocos y 116 sacerdotes de las órdenes. El clero re g u ­
lar m ascu lin o estaba d ed ica d o principalm ente a la educación y a las m isiones. El
fem enino, a los h o sp itales y a la enseñanza. La proporción del clero regular de
origen ex tran jero era m u y alta: 40 por ciento en las co m u n id ad es m asculinas y
20 p o r cien to en las fem eninas. {Véase cu ad ro 11.2).
A p a rtir de la d éc ad a de los años 1890, la influencia de los sacerdotes ex­
tranjeros q u e llegaron a C olom bia d en tro de los convenios del C oncordato fue
decisiva en d efin ir los rasgos de la cultura política del país. M iem bros de aquel
clero h ab ían viv id o y so b revivido el K u ltu rka m p f b'ism arckiano, el anticlericalis­
m o d e la unificación italiana, del republicanism o francés y el conflicto religioso
ec u ato rian o en la época d e Eloy Alfaro; los españoles, por a ñ a d id u ra , traían el

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Cuadro 11.2. El clero colom biano en 1892.

1. D ió c e s is 2. T e m p lo s ex iste n te s 3. C lero 4. Clero


secular* regular**

T e m p lo s C ap illa s P árrocos C a p e lla n e s C u ras su elto s S ace rd o tes T o tal M iem b ro s

Santa Marta n.d. n.d. 26 n.d n.d. 33

C artagena 86 n.d. 32 n.d. n.d. 44

Pasto 66 70 49 12 n.d. 118

M ed ellín 59 21 57 111 91

P am p lon a 47 29 35 n.d. 61

Tunja 150 81 121 164

P op ayán 60 78 58 n.d. 123

B ogotá 189 14 124 20 n.d. 509

Panam á 57 19 40 n.d. 57

Total 714 312 542 42 47 116 1.200

* N o incluye obispos, vicarios, m ayordom os y otros em pleados. ** Incluye com unidades fem eninas.

Fuente: W arm ing, S. H öeg, "La Santa Iglesia Católica", Boletín Trimestral de la Estadística Nacional
1892, B ogotá, 1892, p p .l4 y ss.

espíritu cru zad o de las guerras carlistas. El discurso y las actitu d es de estos in­
m igrantes cayeron en terreno abonado. En la m em oria colectiva de m uchos con­
servadores colom bianos se m antenía viva la afrenta anticatólica d e los liberales.
Este clero inspiró una corriente nacionalista co n serv ad o ra que habría de
d esarro llar el tem a de la identidad nacional en una perspectiva antiliberal y
antiyanqui. A plicando los principios corporativistas d e la encíclica De Rerum No-
variim de León xiii (1891), el nacionalism o católico adq u irió tintes anticapitalis­
tas. En todo caso, desem peñó un papel significativo en el desarrollo ideológico
de la prim era m itad del siglo xx.
Resuelto en principio el conflicto religioso, la R egeneración no pudo so­
lucionar el asunto pendiente de la organización territorial del Estado. En 1888, el
gobierno quiso replantear la división político-adm inistrativa con el objeto de
debilitar los nuevos departam entos, cuyos territorios eran los m ism os de los Es­
tados soberanos. P ropuso subdividir el Cauca, Bolívar y A ntioquia. En esta ope­
ración fue fácil conseguir apoyo de sectores conservadores de M anizales, Santa
Fe de A ntioquia, Barranquilla y Pasto. Pero la iniciativa se estrelló con una cerra­
da oposición en M edellín, P opayán y C artagena, que am enazó la u n id ad de las
filas gobiernistas. El asunto quedó pendiente y d esp u és de m uchos vaivenes se
resolvió en la prim era década del siglo xx. D espués d e un com plicado proceso de
subdivisiones, restablecim ientos y nuevas divisiones, los ocho departam entos
que q u ed aro n después de la separación de P anam á, se convirtieron en catorce
{véase cu ad ro 11.3).

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} Ilsl Vi RI A Df: C o l . O M B I A , P a IS » KA a .MI \ T A ( X 1 , S fX 'IK DA O O A d U D A 359

C uadro 11.3. D ivisión político-adm inistrativa, 1886-1912.

D e p a rta m e n to s 1886 D e p a rta m e n to s 1912 In te n d e n c ia s C o m isarías

A n tio q u ia A n tioq u ia; C aldas Urabá

B olívar Bolívar; A tlántico

B oyacá B oyacá A rauca

C auca Cauca; N ariño; V alle C h ocó Caquetá;


P utum ayo;
Juradó;
V au p és

C u n d in a m a rca C u n d inam arca M eta

M a g d a len a M agd alen a La Guajira

S a n ta n d er Santander; S an tan d er
d el N orte

T o lim a Tolim a; H uila

Fuente: Censo de la población, 1912.

La cen tralizació n ag u d izó el déficit fiscal e intensificó el conflicto en to r­


no a la d istrib u ció n del gasto público. El G obierno nacional asum ió la g a ra n ­
tía del o rd e n p ú blico y, con ello, el sostenim iento del ejército nacional, q u e se
reeq u ip ó y a u m e n tó su pie de fuerza "en tiem po de paz" a 6.500 hom bres en
prom ed io . T am bién q u e d a ro n a cargo del gobierno central el funcionam iento
del p o d e r judicial, el fom ento de la navegación y de los ferrocarriles, el pago de
las co m p en sacio n es co n tem p lad as en el C oncordato, y de la d e u d a externa, cuyo
servicio se trató d e c u m p lir d esp u és de la negociación d e 1896, al igual q u e el
so sten im ien to del servicio diplom ático y consular.
P ara g ara n tiz a r la "descentralización ad m in istrativ a" se reconoció en
1887 a los d ep a rta m e n to s un conjunto de rentas sim ilares a las que recibían los
E stados federales: deg ü ello, m inas, ag u ard ien tes y otras de gran valor para los
del C aribe, com o las salinas m arítim as. Las de ag u ard ien tes de caña p o d ían a d ­
m in istrarse bien p o r el sistem a de m onopolio, o p o r patentes rem atad as entre
particu lares. El se g u n d o fue el m étodo practicado al occidente de río M agdale­
na, y au sp ició un e x ten d id o sistem a de clientelism o.
Las carg as fiscales se red istrib u y ero n territorialm ente. Así, en 1892 los
costos básicos d e la educación prim aria fueron transferidos a los d e p a rta m e n ­
tos; la N ación q u e d ó o b ligada a aten d e r únicam ente la educación secundaria y
u n iv ersitaria. P ara co m p en sar a los d ep artam en to s por la prohibición de estable­
cer im p u esto s al trán sito d e m ercancías, tal com o se practicaba bajo el federalis­
m o, se ac o rd ó d istrib u irles el 25 por ciento de los increm entos a los derechos de
im po rtació n . La p e n u ria fiscal del gobierno central obligó a su sp en d e r la m ed id a
en 1896.

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C onservatizada la R egeneración en 1888, el conflicto político se alim entó


de las disensiones azules. La m uerte de N úñez en 1894, seguida unos m eses d es­
pués p o r la del hábil C arlos H olguín, radicalizó aú n m ás las alas ultraclericales
aliadas del régim en, y el vicepresidente Caro quedó en el centro de la escena.
Entonces, una conjunción de factores contribuyeron a los descalabros del régi­
m en y a su desplom e en m edio de la guerra civil de 1899-1903: el doctrinarism o
oficial, la inestabilidad de la econom ía exportadora y las presiones fiscales.
Pese a todo, d u ra n te la Regeneración las elecciones continuaron m arcan­
do el ritm o de la vida pública. Pero no eran com petitivas. A fines de la últi­
ma d écad a del siglo y con excepción de A ntioquia, los liberales q u ed aro n sin
representación en el C ongreso. El sistem a electoral ritualizaba las d isp u tas en
el p artid o de gobierno, que continuaron siendo personalistas, regionalistas, ge­
neracionales; m uy tácticas y poco sustantivas. La consigna "M enos política y
m ás adm inistración", ideal del régim en de Porfirio Díaz en México, afín a la
m en talidad de los gobernantes colom bianos de la época, no tenía cabida en el
ajetreo d e las m aquinarias locales. Igual que bajo el federalism o, el país vivía en
cam paña electoral: cada dos años había elecciones para concejales m unicipales y
d ip u tad o s a las asam bleas; cada cuatro años para representantes a la C ám ara, y
cada seis para los electores que designarían al presidente y vicepresidente. El Se­
n ado era rotativo y sus m iem bros eran elegidos cada dos años por las asam bleas
d epartam en tales para periodos de seis años.
En la elección presidencial de 1892, la disidencia antioqueña obtuvo el
20 p or ciento de los votos. En la de 1897, a lo que podem os llam ar una prim era
vuelta, concurrieron tres listas. La oficial de los nacionalistas solo obtuvo el 53
por ciento de los votos; la disidencia de los históricos, el 29 por ciento y los li­
berales unidos, el 18 por ciento. Los liberales ganaron en C undinam arca, y los
históricos, en A ntioquia y Cauca. En una especie de segunda vuelta en 1898,
las facciones conservadoras unidas aplastaron a los liberales. En 1904, la lista
electoral se redujo a dos candidatos conservadores, identificados por la opinión
com o históricos y nacionalistas. G anaron los prim eros por 994 votos contra 982.
Si la desm ovilización política estaba deliberadam ente consagrada en el
p rogram a regenerador y en el ideal centralista y presidencialista, la ley electoral
y la fuerza de la costum bre de los cacicazgos m unicipales m archaban en direc­
ción opuesta. Puesto que el régim en debía tener abiertos los canales de com u­
nicación entre las localidades y las jefaturas nacionales, la ansiada estabilidad
resultó im posible de alcanzar.
A m edida que el siglo llegaba a su fin, se acentuaron las d isp u tas entre
históricos y nacionalistas. A su vez, los liberales se alinearon en una facción ci­
vilista, la vieja oligarquía radical, que confiaba en una alianza con los históricos.
En la esquina opuesta acechaban los "guerreristas", m ás jóvenes y radicales.
Pero los prim eros tam bién se preparaban para la guerra y los segundos no des­
cartaban coaliciones con las disidencias conservadoras.

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M apa 11.1. D ivisión político-adm inistrativa 1912-1947.

DEPARTAMENTOS

R iohacha<^ A ntioquia
Atlántico
— / Bolívar
Boyacá
Caldas
MAGDALENA Cauca
C undinam arca
Meta
M agdalena
N ariño
i NORTE
N orte de Santander
\ DE
S antander
r^SANTANDÉR
Tolima
° Cúcuta Valle del Cauca

O
Bucaramanga
SITANDER.

BOYACÁ
OTunja
CALDAS
M a°n iz¡;í¡s í C U N D I N A M A R C A

^illavicencio

META

NARINO

INTENDENCIAS

Amazonas AMAZONAS
Chocó
Meta
San A ndrés y Providencia

COMISARÍAS m i l i
/ /
Arauca
Caquetá
Guajira
Putum ayo
Vaupés
Vichada

Fuente: In stitu to A g u stín C odazzi.

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Para m uchos gobiernistas el problem a se reducía a reafirm ar la conti­


n u id ad de C aro en la presidencia. A lgunas com binaciones políticas im plicaban
intereses económ icos ligados al café y los bancos. Sobre el fondo de la crisis
cafetera y fiscal que com enzó en 1896 y con m iras a la sucesión presidencial, se
pro fu n d izaro n las líneas divisorias entre históricos y nacionalistas. Los p rim e­
ros en traron en acuerdos tácitos con los pacifistas liberales. Estos juegos p ro ­
dujeron un final de com edia. C aro renunció a presentarse a la reelección y, en
desacuerdo con la ca n d id atu ra del futuro presidente Rafael Reyes (1904-1909),
"el vencedor de Enciso" en la breve guerra civil de 1895, sacó de la m anga dos
venerables abogados; M anuel A ntonio Sanclem ente y José M anuel M arroquín,
cuyas edades su m adas alcanzaban 155 años y que resultaron elegidos p resid en ­
te y vicepresidente para el periodo 1898-1904.,Para entonces era claro que los
"pacifistas", hom bres ya viejos que habían tenido su o p o rtu n id ad d u ra n te el
O lim po Radical, habían p erdido prestigio en las nuevas generaciones liberales.
En m edio de una depresión com ercial cada vez m ás aguda, los "guerreris-
tas" hicieron el pronunciam iento en octubre de 1899. Al día siguiente, el gobierno
siguió la ru tin a trazada para estas ocasiones. Dio a los gobernadores la investi­
d u ra de jefes civiles y m ilitares con p o d er de decretar expropiaciones y em p ré s­
titos forzosos, que recaían entre los m iem bros m ás adinerados del liberalism o y
en las localidades liberales d onde estaban los "autores, cóm plices, auxiliadores y
sim patizadores" de la revolución. Este m olde, frecuente en las contiendas civiles
colom bianas, reforzaba la orientación de las adhesiones. D ividía a los colom ­
bianos por líneas partidistas m ás que por clases sociales. Todos com partían las
cargas de la guerra, au n q u e q uizás el intenso resentim iento de los pudientes,
afectados en sus bienes y rentas por sus enem igos de bandería, resultaba m ás
efectivo que el de los pobres.
En resum en, el conflicto d u ró poco m ás de tres años y confirm ó el su ­
puesto según el cual la guerra es la continuación de la política por otros m edios.
D entro de cada partido las facciones estaban atareadísim as luchando en tre sí.
Así fue com o en 1900, incitado por los históricos, el vicepresidente M arroquín
dio uno de los pocos golpes de Estado de la historia colom biana.
D espués de seis m eses de com bates m ás o m enos form ales, los liberales
p erdieron la iniciativa y la conflagración se disgregó en guerrillas. En 1902, los
insurrectos corrieron con m ejor suerte en Panam á, precisam ente cuando estaban
d erro tad o s en el resto del país. Esto explica por qué la rendición incondicional
del partid o liberal habría de protocolizarse en el itsm o y, si la historia encierra
sus ironías, a bordo de un buque de guerra norteam ericano.
Los Mil Días alim entaron la m itología de los dos partidos en el siglo xx.
Las elites económ icas inflaron sus desastrosos efectos. Pero el resultado m ás
trascendente fue la p érd id a de Panam á. Una historia bien sencilla. \
Prim ero, el estatus especial de Panam á en el federalism o colom biano res­
p ondía a una realidad contundente: estaba físicam ente separado de Colom bia.

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í llsTD KlA DI C o l.O M tjIA . P a IS FKAi'.MI XT AIX1, SCX’IFD A D DIVIDIDA 363

El fed eralism o p a n a m e ñ o to m ó v u elo a m e d ia d o s d e siglo, c u a n d o el a u g e del


oro co n v irtió el istm o en el p u n to d e trán sito d e la costa este d e E stados U nidos
a C alifornia. El ferro carril y la in m ig ració n d e ce n te n are s d e a v e n tu re ro s y n eg o ­
cian tes n o rte a m e ric a n o s d ie ro n a la o lig arq u ía blanca d e C iu d a d d e P an am á u n
se n tid o d e su p ro p ia valía. H abía, em p ero , otros lazos d e los colom bianos con
los p an a m e ñ o s. La p e n e tra c ió n y m ovilización d e los liberales en los arrab ales
neg ro s d e la ciu d ad ; la in fluencia del co n serv atism o co lom biano e n tre los te rra ­
ten ien tes del in terio r. Estos eq u ilib rio s finos fu ero n ro m p ié n d o se en 1879 con el
an u n c io d e la co n stru cció n del canal y la form ación d e la C o m p añ ía U niversal
del C an al In tero ceán ico d e P anam á.
D irig id a p o r el a fa m a d o F erd in an d Lesseps, c o n stru c to r del canal del
Suez, la C o m p añ ía o p e ró con cap ital suscrito p o r m iles d e a h o rra d o re s franceses
y co m en zó trabajos en 1882: Las e n fe rm e d a d e s tro p icales y la m ala planeación
d e la o b ra llev aro n a la q u ie b ra en 1889. L esseps s u p u so que, com o en el Suez,
to d o el tray ecto se co n stru iría al nivel del m ar. La q u ie b ra d esa tó el m ay o r escán­
d alo político d e la T ercera R epública francesa. En 1890,1893 y 1900, el gobierno
c o lo m b ian o firm ó su cesiv o s co n tra to s d e p ró rro g a con la N u e v a C o m p añ ía del
C anal, tam b ién francesa. T o d o s estip u la b a n 10 añ o s p ara concluir la c o n stru c­
ción. La tercera p ró rro g a se a c o rd ó en plen a g u e rra civil, q u e ya había llegado al
istm o. P ara en to n ces los se n tim ie n to s sep a ratistas d e los istm eñ o s y las opciones
n o rtea m erica n as p o r u n P an am á au tó n o m o circu lab an con m ás insistencia.
En el en tre ta n to , en 1899 y 1900, el g o b iern o d e E stados U n id o s decidió
c o n stru ir el canal. A d q u irió los d erech o s d e la N u e v a C o m p añ ía Francesa y fir­
m ó con C o lo m b ia u n tra ta d o en 1903. El S enado co lo m b ian o lo rech azó p o rq u e
a lg u n a s cláu su la s v io lab an la so b eran ía nacional. S iguió u n a conjura d e div erso s
in tereses q u e co n clu y ó con la d ec la rato ria d e la in d ep e n d e n c ia d e'P a n am á, bajo
la pro tecció n d e la M arin a d e C u e rra d e los E stados U nidos, y el reconocim iento
d e la n u e v a re p ú b lic a p o r la C asa Blanca en n o v iem b re d e aquel año.
A n te la afren ta, ¿ d ó n d e q u e d a b a el n acionalism o? Interesa su b ra y a r los
c o n te n id o s del vo cab lo n acio n alista, p u es así se llam aro n los h o m b res del n u e ­
vo o rd e n . El a s u n to p a n a m e ñ o los d esb o rd ab a. Las elites, sin d istinciones de
p artid o , estab a n p erp lejas y az o rad a s. A ntes q u e n ad a , su m e n ta lid a d les im p e­
d ía p ro p o n e r un n acio n alism o b asa d o en las v irtu d e s del p u eb lo m estizo, en el

C uadro 11.4. E xportaciones e im portacion es colom b ian as, 1875-1910 (prom edios
an u a les en m ile s de p eso s oro).

1 8 7 5 /6 -1 8 7 7 /8 1878/9-80-1 1 8 8 1 /2 -1 8 8 ^ 3 1888-91 1898 1905 1906-10

E x p o rta cio n es 10.105 13.689 15.431 12.165 19.154 17.216 15.542

Im p o rta cio n es 7.923 10.755 11.930 12.119 11.052 12.282 12.942

Fuente: E la b o ra d o con base e n O c am p o , José A., Colombia y la economia mundial, 1830-1910, p. 143.

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364 M a r g o í ’a i a c t o ? - I ' h \ \ k S a i t o k d

rescate de sus valores y en la im agen de u n a cu ltu ra nacional com patible con la


m o d ern id ad , capaz de recorrer idóneam ente los laberintos del m u n d o in te rn a ­
cional. M ás acotadam ente/'el nacionalism o conservador tendió a ser una v u elta
a los fu n d am en to s hispánicos y, u n poco después, a la afirm ación de derechos
patrim oniales h ered ad o s por el Estado colom biano de la C orona española. En el
p rim er caso se subrayó la g randeza de la religión católica, la lengua de C astilla y
la in stitucionalidad pública y priv ad a erigidas por los españoles d u ra n te la C o­
lonia. En el segundo, se reivindicaron derechos estatales preem inentes sobre el
subsuelo frente a las em presas extranjeras de la m inería y del petróleo. N in g u n a
de estas dos v ariantes del nacionalism o habría de ser suficientem ente fuerte y
sostenida com o para prevalecer en el siglo xx en las em brolladas relaciones con
Estados U nidos, p rim ero en relación con P anam á y d esp u és con el petróleo.

L as EXPO RTAC IO NES Y EL DESAR RO LLO EC O N Ó M IC O

Al ingresar C olom bia al siglo xx era palpable el escaso desarrollo del


capital hum ano, físico y financiero. Entre los países latinoam ericanos, el país
o cupaba uno de los últim os sitios de acuerdo con los índices de alfabetización,
dotación de ferrocarriles, cam inos, puentes, puertos; de urbanización, bancos y
red de sucursales bancarias.
T odo esto a pesar de que las exportaciones se habían reactivado en la
seg u n d a m itad del siglo, p articu larm en te entre 1850 y 1882, com o se ve en el
cu ad ro 11.4. Pero habían p artid o de m uy bajo y se caracterizaron por fuertes
fluctuaciones o riginadas en los precios internacionales. Según los cálculos de
José A. O cam po, las exportaciones reales (quántum ) p er cápita au m en taro n en ­
tre 1835-1838 y 1905-1910,110 por ciento y su p o d er de com pra en 170 por cien­
to. S iguiendo co y u n tu ras de precios excepcionalm ente altos o bajos, O cam po
establece cinco subperiodos; (1) Recesión y crisis (1874-1877); (2) Bonanza (1878-
1882); (3) D epresión severa y recuperación (1883-1892); (4) Bonanza (1893-1898)
y (5) D epresión severa (1898-1910).
A u nque las cifras del cuadro 11.4 sugieren la perm anencia de su p eráv it
en la balanza com ercial, se observa m ucha inestabilidad en los valores anuales.
Las im portaciones seguían el m ovim iento co yuntural de las exportaciones. Las
caídas de las ventas externas com prim ían las im portaciones y generaban crisis
fiscales, d ad a la alta participación de los recaudos aduaneros. Las ad u a n as eran
el principal m edio por el cual el Estado podía obtener ingresos con un m ínim o
de controles ad m inistrativos y de em pleados públicos. Los im puestos de salinas
y del Ferrocarril de P anam á no rep resentaban m ás de una cuarta parte de los
ingresos totales y las dem ás rentas tenían un alto costo de recaudo. La p artic u ­
larid ad de las ad u an as com o fuente de recursos era universalm ente reconocida,
d e suerte qu e en las g uerras civiles la ca p tu ra y defensa de los centros ad u an ero s
fue la obsesión de rebeldes y gobiernos.

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i IlS IO K lA O f. C o i .O M B I A . I ’ A Ib I'K A C M I.N T A O O , S c X T E D A D D IM D ID A 365

En los altibajos del com ercio m u n d ial se e n c u en tra u n a d e las causas m ás


im p o rta n te s del círculo vicioso d ep resio n es ex p o rtad o ras-crisis fiscales-guerras
civiles. La a ltern ativ a d e los go b iern o s an te la caída d e los im p u esto s a d u a n e ro s
consistía en p ig n o rarlo s em itie n d o bonos o títu lo s d e d e u d a in tern a p o r los q u e
se p ag a b an e lev a d as tasas d e interés. En las co y u n tu ra s d ep resiv as los gobiernos
cesab an pagos, c o m e n z a n d o p o r su escuálido c u e rp o d e em p lea d o s y, lo q u e era
m ás grave, in c u m p lía n a los ten ed o res d e títu lo s d e d e u d a interna. A u m en tab a n
la in certid u m b re y el d escontento. P ero los textiles, q u e c o m p re n d ía n dos tercios
del v alo r d e las im p o rtacio n es en la décad a d e los años 1870, la m itad , en la
p rim e ra d écad a d el siglo xx, y p ro b a b le m en te p ro p o rcio n es m ayores en los in­
gresos ad u a n e ro s, ten ían u n a d e m a n d a poco elástica en tan to q u e eran bienes de
p rim e ra n ecesid ad p a ra las capas p o p u lares. Así, los m ás p o b res d e u n o d e los
países m ás p o b re s d e A m érica L atina m an ten ían con sus im p u esto s u n fam élico
Estado.
Debe su b ra y a rse q u e en este p erio d o , p ese a g raves crisis ex p o rta d o ras, la
ca p acid ad im p o rta d o ra d el país a u m e n tó p o r el descenso d e los precios in te rn a ­
cionales d e los textiles, los alim en to s y bebidas. La p articip ació n en el com ercio
intern acio n al refo rzab a así los a rg u m e n to s librecam bistas.
Las tres g u e rra s civiles d e consecuencias, las d e 1876-1877, 1885 y 1899-
1902, se p re se n ta ro n en c o y u n tu ra s d e recesión y crisis del sector externo. P or el
contrario , la g u e rra civil d e 1895 fue u n m ero ensayo; ap e n as d u ró tres m eses,
q u izás p o rq u e el p aís a tra v esab a u n a b o n an za cafetera. A lg u n o s d e los p rin cip a­
les in stig a d o res d el conflicto era n liberales con intereses cafeteros, q u e se hab ían
o p u esto d e s d e 1894 a u n im p u e sto e x tra o rd in ario a las exportaciones del grano.
El cu a d ro 11.5 a y u d a a explicar los im pactos regionales y nacionales d e las
crisis ex p o rta d o ras. P o r ejem plo, el d esp lo m e d e las q u in as (1882-1883) p ro d u jo

C uadro 11.5. C om p o sició n porcentual de las exportaciones, 1875-1910.

P ro d u c to s 1 8 7 5 -1 8 7 8 1 8 7 8 -1 8 8 1 1881 -1883 1888-1891 1898 1905 1906-1910


O ro ’ 2 4,0 19,1 18,7 26,9 17,4 14,1 20,4
C afé 22,3 21,4 16,9 34,3 49,0 39,5 37,2
T ab aco 13,3 7,5 1,2 6,9 8,3 3,3 3,0
Q u in a s 17,5 25,4 30,9 0,3 - 0,1 -
O tros
1 3,3 19,1 17,8 19,1 16,6 35,0 24,0
agrop ecu arios^

O tro s’ 8,6 7,5 14,5 12,5 8,7 8,0 15,4

' Hay qu e tener en cuenta q u e el oro e s ideal para el contrabando, práctica m uy extendid a en Antioquia.
^ Incluye algodón , pieles, an im a les v iv o s, m aderas, añil, caucho, cacao, bananos, azúcar.
’ Incluye plata, platino, som breros panam á.

Fuente: E la b o ra d o co n b a se e n O c a m p o , José A ., Colombia y la economía m undial, 1830-1910, p p . 100-


101 .

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366 M\K( o I ’a i \ G U > s - I k a x k S\iuM<n

u n a ag u d a crisis fiscal en 1884 y no fue coincidencia que en S antander, la región


m ás afectada, se desencadenara la guerra civil de 1885. A ntioquia, por el contra­
rio, m an tu v o m ás o m enos su participación en las exportaciones legales de oro
(es decir, sin con siderar el contrabando), m ientras que la severa crisis cafetera
qu e se prolongó de 1898 a 1910 volvió a afectar a S an tan d er que, no en vano, fue
de nuevo el epicentro inicial de la guerra de los Mil Días.

T r a n s p o r t e s y c o m u n ic a c io n e s

D esde la década de los años 1840, cuando el país em pezó a participar


crecientem ente en la exportación de p ro d u cto s de agricultura tropical, las elites
reconocieron p o r u n an im id ad que el atraso de las vías de com unicación m erm a­
ba la co m p etitividad internacional. D esde entonces la p rio rid ad incuestionable
fue el desarrollo de vías hacia los pu erto s m arítim os. Política co m p artid a por las
em presas extranjeras que buscaron controlar el negocio. Los centros dedicados a
p ro d u cir para la exportación estaban localizados en reductos geográficos aisla­
dos unos de otros y con p erm an en tes problem as de em botellam iento. A unque la
ap e rtu ra del C anal de P anam á en 1914 ay u d ó a desem botellar el Valle del Cauca
con la conexión C ali-B uenaventura, y los pro d u cto s san tan d erean o s salían por
Venezuela hacia el lago de M aracaibo, el río M agdalena era, com o en los tiem pos
coloniales, el eje del país.
Hacia el río M agdalena convergieron seis de los doce ram ales ferroviarios
co nstruidos en tre 1867 y 1910. Su longitud apenas sobrepasaba los 510 kilóm e­
tros en 1903, de los cuales 136 habían sido construidos p o r el dinám ico ingenie­
ro y constructor cubano Francisco C isneros, entre fines del decenio de los años
1870 y la g u erra de 1885, que lo llevó a renunciar a sus proyectos colom bianos.
De los doce ram ales, el m ás corto, de 27 kilóm etros, unía B arranquilla con los
m alecones del m ar. El m ás largo, de Bogotá a G irardot, en el río M agdalena, era
un trayecto de 132 kilóm etros y fue term in ad o finalm ente en 1909, d espués de
27 años de trabajos. Ni estos cortos tram os, ni los 400 kilóm etros de vías que se
añ adieron en la prim era década del siglo xx, form aron un sistem a. Eran un m o­
saico de líneas locales, con diferentes adm inistraciones, tarifas, especificaciones
técnicas y d istintas anchuras de las vías. N o se anticipó que, quizás en el futuro,
una red in tegrada podría unificar m ejor los m ercados provinciales del país.
A unque se dio p rio rid ad al desarrollo de los transportes, los gobernantes,
sin im portar su denom inación política, fueron conscientes de la necesidad de
atraer inversiones extranjeras. Pero las em presas internacionales no resp o n d ie­
ron en la m edida deseada debido a las bajas expectativas de la econom ía expor­
tadora colom biana, a los altos costos de construcción y m antenim iento y a la
inestabilidad política. A pesar de las intenciones de los gobiernos fue im posible
qu e el Estado p u d iera acudir al crédito externo para co n stru ir ferrocarriles. A lo
largo del siglo xix, Colom bia encontró cerradas esas p u ertas debido al incum pli­
m iento del servicio de la d eu d a externa, contraída principalm ente en la década

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1 IlS IO K IA Of C o i o m b i a . P a i s i KAGMi;,\TAr.io, s c x i f d a d d i m d i d a 367

Cuadro 11.6. D esarrollo de la red telegráfica

A ños K iló m e tr o s L ín ea s O fic in a s


1865 50

1875 2.500 53
1880 3.430 102
1892 9.619 350
1913 20.000 10 500
1935 35.000 14 900

Fuentes: 1865-1892: Colombia (Consular) R eport fo r the Year 1891, L on d res 1893, p.4; 1913-1935: A nuario
Ceneral de Fstadistica, B o g o tá , 1937, p .l3 7 .

b olivariana d e 1820. La acción g u b ern am en tal se lim itó a renegociar la m oratoria


p ara que, quizás, el sig u ien te gobierno volviera a in cu m p lir los com prom isos.
La m ayoría d e la docena d e em p resas ferroviarias, y d e las 70-80 socieda­
des m in eras q u e se c o n stitu y ero n p ara explotar m etales preciosos, se reg istraro n
com o sociedades an ó n im as bajo la ley británica. La p articipación extranjera en
las 15 em p resas q u e b u sca ro n m o n o p o lizar el tra n sp o rte del río M agdalena en ­
tre 1870 y 1910 es u n poco m ás confusa, p o rq u e alg u n as o p eraro n p o r m edio de
firm as colom bianas; p ero d e todos m odos hacia 1910 era claro el p red o m in io
británico en los v ap o res del M agdalena. Los d irectores de estas em p resas se q u e ­
jaron de la m an o d e o b ra ind iscip lin ad a, d e la in certid u m b re d e las relaciones
laborales y d e la ex ig ü id ad d e in su m o s d e origen local. Pero sus principales
blancos de crítica fu e ro n el papeleo, la a m b ig ü ed a d legal, el au g e del picapleitos
y sobre todo la violencia y el d e so rd e n políticos.
Al contrario, el c u a d ro 11.6 sugiere q u e el telégrafo, cuya p rim era línea se
tendió en 1865, p u d o h ab e r sido m ás d eterm in a n te q u e el ferrocarril para unifi­
car los m ercad o s y la v id a cu ltu ral del país.
El telégrafo irra d ió d e sd e Bogotá en to d as las direcciones a n d in a s y ca­
rib eñ as y term in ó fo rm a n d o u n v e rd a d e ro sistem a. Las tres p rim era s líneas se
ten d iero n hacia M edellín, P o p ay án y C artagena. P o ste rio rm en te cu b riero n el
o rien te h asta C ú cu ta y fu ero n su b d iv id ié n d o se. Pero to d av ía en 1910 las ciu ­
d ad e s p o rtu a ria s del C aribe estab an d esco n ectad as d e los cables su b m arin o s,
d e su erte q u e la co m u n icació n telegráfica con E u ro p a debía hacerse re tra n sm i­
tien d o d esd e B u en av en tu ra. En 1912, la U nited F ruit C o m p an y estableció en
sus in stalacio n es d e la zo n a b an a n era d e S anta M arta la p rim e ra estación de
com u n icacio n es in alám b ricas del país.
El telégrafo a g lu tin ó al re d u cid o g ru p o em p resarial ligado al com ercio
exterior q u e actu ab a d e sd e las d istin tas p lazas del país. A hora los em presarios
p u d ie ro n negociar en v ario s m ercados casi sim u ltán eam en te; acep tar y descon-

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368 M .A K a ' P a i ni K^b - F k a n k S a h o k d

tar en m inutos letras de cam bio y pagarés; hacer operaciones de cam bio de d i­
visas; com prar y vender café y ganado. En instantes circulaban de un extrem o
al otro del país las noticias públicas o privadas, las directrices de los jefes p o ­
líticos y eclesiásticos, los resultados electorales y las cotizaciones de las bolsas
d e Londres, París y N ueva York. Pero los daños de las redes eran frecuentes y
las reparaciones tardaban, sobre todo cuando debían hacerse en sitios distantes
y aislados. Por eso hizo carrera el chiste del esposo que envía a su esposa este
m ensaje telegráfico: "C u an d o éste llegue a tus m anos ya estaré en tus brazos".

M oneda y bancos

A diferencia de los ferrocarriles después de 1880, el negocio bancario q u e­


d ó prácticam ente en m anos de colom bianos. ¿Q uiénes p o d ían d em an d a r capital
en un país pobre, con baja capacidad de ahorro y enorm es diferencias de ingre­
so y de nivel de vida entre clases y regiones? F u n d am en talm en te el E stado y
los em presarios, es decir, el p u ñ ad o de com erciantes ligados a las actividades
m ineras, agroexportadoras y de im portación y al desarrollo d e los transportes
m odernos. Pero no se sabe con precisión cuál era la m ag n itu d de la econom ía
m onetizada del país. A unque desde la época colonial el sistem a m onetario había
op erad o sobre un a base m etálica (plata y su p arid ad con el oro) era evidente
que cada región tenía la m oneda fiduciaria y fraccionaria q u e m ás le convenía.
Por ejem plo, en A ntioquia el m edio de pago fue oro am o n ed a d o y oro en polvo;
en otros lugares del país circuló la m oneda de plata. Pero en 1873-1876 se dio
un viraje en el m ercado m undial cuando cam bió la p arid a d del oro y la plata,
dev alu án d o se esta últim a. Al no cam biar la paridad en C olom bia se creó u n p re­
m io a la exportación del oro; este desapareció com o m o neda fiduciaria siendo
sustitu id o por la plata, lo que dio lugar a una copiosa literatura periodística y
panfletaria sobre "la escasez de num erario".
En la década de los años 1870 se habían creado 42 negocios bancarios que
funcionaban sin m ás control que el de los socios. En 1881, el capital pagado apenas
llegaba a $ 2,5 m illones en m anos de unos 1.000 accionistas. Su distribución geo­
gráfica da una idea del reducido tam año de la elite m ercantil y del desigual avance
del capitalism o comercial en las regiones. De estos pequeños bancos, doce funcio­
naban en C undinam arca, once en A ntioquia, cinco en Bolívar, cuatro en el Cauca,
tres en Boyacá y tres en Santander. No lograron integrar un m ercado nacional de
capitales aunque sus billetes, que com enzaron a circular en las principales plazas
del país, parecieron aliviar el problem a de la oferta m onetaria. Los m ás acredita­
dos resultaron ser el Banco de Bogotá y el Banco de Colom bia, em presas bogota­
nas que pudieron establecer sucursales en otras ciudades y aú n existen. M uchos
desaparecieron rápidam ente; otros se fundaron en las décadas posteriores.
En el régim en federal, los bancos, com o las sociedades com erciales en ge­
neral, se regían por el derecho p rivado de cada estado. En todo el país se con­
v irtieron en los principales interm ediarios del com ercio exterior y obtuvieron

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I i i s T o x i A OL C o i o m b ia . P a i s ì -r a c m f ; ,\ i aìk ), so (. ii . d ao d i\ t d id a 3 ò 9

el re sp ald o d e las h aciendas públicas d e los estados. En el caso d e los bancos


bogotanos, el G o bierno nacional adm itió sus billetes en pago de im puestos, los
em p leó p a ra p a g a r a sus acreedores y se com prom etió a m an ten er fondos p e r­
m anentes. El e sta d o de A ntioquia fue u n poco m ás lejos y adem ás d e acep tar
estos billetes com o m o n eda corriente en todas sus transacciones, se hizo garan te
an te sus p o rtad o res.
Por a ñ a d id u ra , los gran d es com erciantes y em presarios aprovecharon la
p u esta en m arch a d e un sistem a de crédito externo a corto plazo, q u e operaba
m ed ian te p ag arés y letras de cam bio estipulados en una m oneda convertible (li­
bras, francos, dólares) que los exportadores aceptaban p ag ar con fu tu ras entregas
de café, p o r ejem plo. Los pro v eed o res de textiles, ingleses y franceses, conce­
d iero n a los im p o rtad o re s nacionales créditos d e seis a n u ev e m eses. En am bos
casos, las tasas d e interés eran m enores a las vigentes en C olom bia. D espués de
1880, la h isto ria bancaria tuvo varias etapas, entretejidas con las luchas políticas
d e la R egeneración. N ú ñ ez pig n o ró en N u ev a York las rentas del Ferrocarril de
P anam á p a ra o b ten er un em p réstito de tres m illones de dólares. D estinó un m i­
llón al Banco N acional q ue abrió operaciones en enero d e 1881, com o ente oficial
p o rq u e los com ercian tes y ban q u ero s se neg aro n a suscribir acciones. A cam bio
de m an ten e r su derech o de em isión, los bancos p riv ad o s q u ed a ro n obligados a
recibir los billetes del nuevo banco estatal.
D esde 1875, en su p rim era c a n d id a tu ra a la presidencia, N ú ñ e z se id e n ­
tificó con las facciones que com batían "la olig arq u ía del O lim po radical". De
allí q u e m u ch o s co n sid erasen q u e el objetivo del Banco N acional era debilitar
esa o lig arq u ía m ercan til y política. A u n q u e h u b o casos en q u e fu ero n m anifies­
tos los nexos d e "lo s oligarcas radicales" y los bancos, p u e d e n citarse ejem plos
contrario s. Es d ecir, m uchos b an q u e ro s d e provincia, co n serv ad o res e in d e ­
p en d ien te s, a p o y a ro n a N ú ñ e z en 1875-1876 y luego en 1880. A la luz de estas
circu n stan cias, lo m ás probable es q u e la m eta d e N ú ñ e z h u biese sido in d e p e n ­
d izar la H a cien d a pública d e los ban q u ero s, sin d istin g o s d e a cuál p a rtid o o
facción p erte n ecie ran .
Si en 1892 h ab ían d esap arecid o 30 d e los 42 bancos m encionados, sem e­
jante tasa d e m o rta lid a d p u ed e acharcarse con m ayor razón a los vaivenes del
m ercado y a la im p rev isión de los noveles b an q u ero s q u e a cualquier control
estatal so b re estas em presas.
La crisis fiscal d erivada d e la g u erra civil d e 1885 llevó en los años si­
guien tes a im p la n ta r lo q ue se llam ó el curso forzoso del papel m oneda. Es d e ­
cir, al m o n o p o lio d e em isión del Banco N acional y a la prohibición a los bancos
p riv ad o s d e e m itir dinero, disposición q u e se p ro rro g ó hasta las postrim erías
del siglo. U na serie de leyes y decretos fijaron los topes m áxim os de la oferta
m onetaria, m o s tra n d o con ello la tem p o ralid ad de la m ed id a y el com prom iso
g u b ern am en tal d e re to rn ar al p atró n m etálico. En 1887, el gobierno se co m p ro ­
m etió a no e m itir p o r encim a de $ 12 m illones. Pero en 1889 la bancarrota fiscal,
p o r la ex p an sió n b u rocrática y del gasto m ilitar, y la difícil situación del Banco

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370 M a r c o P ai ai k n - F k ax k S a h o k o

de Bogotá, a raíz de la insolvencia gubernam ental p ara cubrir los papeles de la


d e u d a interna, llevaron las em isiones p o r encim a del tope de los $ 12 m illones.
En 1894 se denunció la operación efectuada en 1889 y se p ro d u jo el escándalo de
las "em isiones clandestinas" y la liquidación legal del Banco N acional.
El Banco fue convertido en una dependencia del M inisterio del Tesoro y
las em isiones q u ed aron a discreción del gobierno. Las acusaciones de la oposi­
ción política y de algunos banqueros de que la R egeneración em plearía el banco
oficial para solucionar el déficit presu p u estario parecían exageradas. Pero en
1898, a raíz de la depresión cafetera y sobre todo d u ra n te la g u erra de 1899-
1902, el G obierno em itió dinero por un valor 21 veces su p erio r al del periodo
1886-1899. Im prim iendo billetes cada vez m ás d ev alu ad o s p u d o financiar las
operaciones m ilitares y aplastar a los liberales. La biperinflación d e la guerra de
los Mil Días fue tal que veinte años d espués todavía asu stab a a los m iem bros de
las elites, sin distinción de bandera política.
C oncluida la guerra civil, se decretó en 1903 el fin del papel m o neda y co­
m en zó el ard u o retorno al patrón oro. La política m onetaria d e la R egeneración
fue objeto de una de las m ás apasionadas polém icas ideológicas, solo co m para­
ble con la que se suscitó en torno a la reform a educativa de 1870. Q u ed ó en m ar­
cada en el esquem a de estatism o de la Regeneración y liberalism o económ ico de
su s opositores.
En los debates se m ezclaron indiscrim inadam ente distintos tipos de a r­
gum entos. Los signos del estatism o se advirtieron p o r ejem plo en el carácter
centralista y presidencial de la C onstitución de 1886, en el Banco N acional y en
los increm entos "proteccionistas" introducidos al arancel a d u a n ero en 1880. A
esto se sum aron los "m onopolios fiscales" de cigarros, cigarrillos y fósforos. In­
dep en d ien tem en te de las intenciones de los gobiernos de esta época, boy parece
claro qu e la política adu an era fue un arm a fiscal y las em isiones del Banco N a­
cional no afectaron las transacciones del com ercio exterior, q u e siguieron reg u ­
lán d o se en m onedas internacionales convertibles. A dem ás, en el país circularon
m o n ed as fiduciarias distintas del billete de curso forzoso.
Los episodios m onetarios de la R egeneración se ban utilizad o en la seg u n ­
d a m itad del siglo xx para legitim ar tal o cual política económ ica. Así, p o r ejem ­
plo, la devaluación del papel m oneda alim entó una nu ev a polém ica en torno a
las v irtu d es y defectos del estatism o y el liberalism o económ ico. El problem a fue
fo rm u lad o p or el influyente bistoriador Indalecio Liévano A guirre, en su biogra­
fía d e Rafael N úñez publicada en 1944. El novel biógrafo lanzó u n feroz ataque
al librecam bism o del O lim po Radical y concluyó, en un m om ento crucial para
la industrialización del país, com o verem os adelante, que N ú ñ ez podía consi­
d erarse com o el p adre del m oderno nacionalism o económ ico. Los pilares de la
política del R egenerador habrían sido el m anejo de los aranceles, de los bancos
y de la m oneda.
Liévano halló eco y desde entonces el tem a ha sido u n tópico. Se a rg u m e n ­
ta q u e la devaluación del papel m oneda fue una política coherente que fom entó

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H is io k ia di C o i o .m b i a . T’ a i ^ i-K A G M i x i A r K i, s ix t id a d d i\ id id a 371

las ex p o rtaciones de café d ep rim ien d o los costos de producción y favoreciendo


a los g ra n d es p ro d u c to res y ex portadores y a los m edianos cultivadores. Por esta
vía la d ev alu ació n h abría creado la suficiente d em an d a agregada interna p ara
q u e la in d u stria liviana pudiera despegar.
A este razo n am ien to se ha re sp o n d id o que, quizás, el papel m oneda no
resu ltó tan d eterm in a n te en la expansión cafetera com o el precio internacional,
d e un lado, y del otro, se ha su b ray ad o el p ap el d e los sistem as p arcialm en te
m o n e tiz a d o s p rev alecientes en la p ro d u cció n d e café, q u e p erm itían m a n te ­
n e r los co sto s laborales en un nivel m uy bajo y aislados de los m ovim ientos
d e la econom ía m onetaria. Tam bién se sostiene q u e la R egeneración no tu v o
u n a política m o n etaria; que el Banco N acional n u n ca se planteó com o un banco
central; q u e la din ám ica cam biaria y de la tasa de interés siguió ligada al ciclo
e x p o rta d o r-im p o rta d o r y, de hecho, al p atró n oro. El Banco N acional y el papel
m on ed a sirv iero n en rep etid as ocasiones a la banca p riv ad a para solucionar g ra ­
ves p ro b lem as d e liquidez y m uchos b anqueros y com erciantes aprovecharon
los diferenciales en tre las tasas de interés internas y las tasas de devaluación.
T am poco se em p leó el Banco para "co m p rar d eu d a in tern a", com o d en u n ciaro n
los críticos d e la época. Los papeles de d eu d a interna debían ser, según N úñez,
un m ecanism o p a ra fu n d ir los intereses p riv ad o s con los del Estado. Por eso, en
los deb ates m o n etario s de 1892 se op u so enfáticam ente a la p ro p u e sta de q u e el
Banco N acional com p rase la d eu d a interna em itiendo circulante.
Finalm ente se d u d a si, al m enos en esa época, dados el bajo ingreso per
cápita y su distribución desigual, hubiera podido form arse la dem anda agregada
para un desarrollo industrial. Y en cuanto al arancel, aparte de su fiscalismo, se
advierte la intención política de N úñez de ganar una base en el artesanado urbano
local, cuya clientela seguían disputándose el clero y los políticos de distintas deno­
minaciones.

P o b l a c ió n y c o l o n iz a c io n e s

En las ú ltim as d écadas del siglo xix, la a b ru m a d o ra m ayoría de colom bia­


nos vivía d isem in ad a en com unidades cam pesinas m ás o m enos autosuficien-
tes. De 760 d istrito s m unicipales de los Estados U nidos d e C olom bia (sin incluir
Panam á), solo 21 tenían m ás de 10.000 habitantes en 1870. La Estadística de 1876
a p u n tó q u e "la población civilizada de la R epública es d e 2.951.323 habitantes,
conform e al censo de 1870... Los aborígenes salvajes que n in g u n a relación tie­
nen con los h o m b res civilizados, p u ed e n estim arse en 80.000". A delante añadió
q u e en los 1.331.000 kilóm etros c u a d rad o s d e la República, "con m ediano culti­
vo, p o d rían v iv ir y p ro sp e rar m ás d e cincuenta m illones de habitantes".
Esta id ea d e un país d espoblado se ilustró con cálculos del cu adro 11.1.
Tres cu artas p a rte s del territorio nacional estaban d esh a b ita d as y en la región
oriental, q u e tenía la d en sid ad pro m ed io m ás alta del país y albergaba el 58,2 p o r
ciento de la p oblación {véase cuadro 11.7), existían inm ensas áreas despobladas.

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37' M arco í ’a i a i io s - F r a n k S a í K-i r d

Entre tan to se desaprovechaban las altiplanicies y los valles fértiles, dedicados


por los latifundistas a u n a ganadería superextensiva y d e baja pro d u ctiv id ad .
C olom bia se ajustaba al p atrón enunciado por Jovellanos para la España del si­
glo xviii: "tierras sin hom bres y hom bres sin tierra".
Los hom bres sin tierra de los altiplanos estaban form ando u n nuevo país
en las áreas baldías. D esde la perspectiva de las regiones históricas, tal com o
surgieron del siglo xviii y se m antienen hasta el presente, era evidente la red is­
tribución de la población, debido, fundam entalm ente, a las m igraciones internas
de la seg u n d a m itad del siglo xix. C onform e al cuadro 11.7, los cam bios m ás n o ­
tables eran el au m ento de la población en la región occidental, particularm ente
en A ntioquia, que form a una región separada de la caucana. P or el otro lado,
d ism inuyó notoriam ente el peso dem ográfico de la franja oriental, debido en
particular a la caída de Santander.
Al d iscurrir sobre las singularidades del pueblo, las elites sociales, con
grados y m atices, m anifestaron un arraigado pesim ism o no exento de tintes ra­
cistas. M uchas de las características negativas ad v ertid as estaban asociadas a la
ignorancia, resu ltado de la precariedad del sistem a escolar. El progreso basado
en las actividades exportadoras prim arias era com patible con u n pueblo anal­
fabeto. N inguna técnica m oderna sustituía la energía h u m an a aplicada en los

C u a d r o 11.7. D istribución porcentual de la población por regiones históricas.


1851-1938.

R e g io n e s ’ 1851 1870 1912 1938* 1951*

A n tio q u e ñ a 11,6 13,5 21,3 23,3 23,9

C aucana 14,9 16,1 17,1 17,0 19,1

Bolívar 8,7 8,7

M agd alen a 3,2 3,5

Costeña^ 11,9 12,2 14,5 16,4 16,2

Boyacá 18,2 18,1

C undinam arca 15,2 14,9

S antander 18,2 15,4

Tolim a 9,9 8,2

O rien tal 61,5 58,2 47,0 43,3 39,5

H abitantes 2.022.000 2.707.952 5.472.604 8.701.800 11.454.760

' La subdivisión corresponde a los Estados soberanos del periodo federal, de m odo que las regiones Antioqueña y
Caucana son los estados de Antioquia y Cauca, resp>ectivamente.
’ N o incluye Panamá.
’ La división político-adm inistrativa vigente en 1938 y 1951 se ba ajustado a las cuatro regiones.

Fuente: C ensos de población.

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H is ig k ia d i. C o i o m b ia . P a ís i-R A C M i.M A r x ) , s c x h -d a d d i m i t i d a 3 73

laboreos d e la m inería; en el descuaje de m ontes y p ra d era s para la siem bra, y el


m an ten im ien to y la cosecha del tabaco o el café, ni en las faenas de extracción de
quin as, cau ch o o m aderas preciosas.
U n b u en ejem plo de los estereotipos d o m in an tes fue la idea de la "raza
an tio q u eñ a ", d e "origen vasco o judío"; p o r cierto q u e esta últim a característica
pareció fijarse con m ás fuerza en el im aginario d e algunos bogotanos de clase
alta. C on to do, el em puje em presarial de estos "y an q u is de S uram érica", com o
se llam aro n a sí m ism os, ha sido m anifiesto en g ra n d es em presas colectivas e
in d iv id u ales.
En pocas palabras, las elites antioqueñas erigieron una frontera étnica m í­
tica en tre su reg ió n y el resto d e colom bianos. Pese a que la población antioqueña
p u ed e caracterizarse com o m estiza de base triétnica, el discurso regionalista de
las elites caracterizó la energía em presarial com o resultado de la pureza d e la
"raza", an títesis d e las poblaciones negras y m ulatas de las hoyas del río C auca
q u e atrav iesan de su r a norte toda la región antioqueña, y tam bién de las p o b la­
ciones carib eñ as y de los altiplanos, caucanos y cundiboyacenses, estas últim as
c o n sid erad as "in d ias". Por tanto, no debe ser causa de asom bro que los m iem bros
d e la elite m anizaleña, en la región paisa del Viejo C aldas, el centro de la caficul-
tu ra del siglo xx, se consideren com o una segunda edición corregida y m ejorada
de los an tio q u eñ o s. A luden, entre otras cosas, a que en C aldas la proporción de
"neg ro s" es m u y baja, co m parada con la de A ntioquia {véase cu adro 11.8).
A h o ra bien, los d atos de los censos de 1851 y 1912, p resen tad o s en los
cu a d ro s 11.8 y 11.9, que son apro x im ad o s y subjetivos en cuanto d ep e n d en del
criterio del en c u estad o r y del encuestado, m u estran unos paisas m ás m estizos de
lo q u e ha s u p u e sto la leyenda y m ás a tono con su desarrollo histórico.

C uadro 11.8. D istribución porcentual de la población por razas, 1851.

E sta d o s B la n co s In d io s N egros M e s tiz o s M u la to s Z am bos M e z c la d o s


so b e r a n o s (1) (2) (3) (4) (5) (6) (4+5+6)

A n tio q u ia 20,5 2,9 3,7 42,2 29,5 1,2 72,9


B olívar 13,7 5,5 5,5 25,3 22,0 28,0 75,3
Boyacá 3,0 38,4 0,7 48,1 4,7 5,1 57,9
C auca 19,4 7,9 13,0 37,3 21,8 0,6 59,7
C u n d in a m a rca 24,5 29,4 0,3 45,0 0,6 0,3 45,9
M a gd a len a 6,7 10,7 6,7 26,7 29,3 20,0 76,0
P anam á 10,1 5,8 3,6 65,2 7,2 8,0 80,4
S an ta n d er 23,1 0,0 1,1 69,8 5,6 0,5 75,9

T olim a 17,4 15,8 1,6 48,9 15,8 0,5 65,2


C O LO M B IA 17,0 13,8 3,8 47,6 13,1 4,7 65,4

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374 M \i« f’ .\i \i K - - ( i ; \NK S m iy k d

MANIZALES, c. 1880: CIVILIZANDO EN LA FRONTERA


'‘Reglamento para el gobierno dom éztico de la fam ilia i de la casa"
"Artículo lo. El padre de familia es el jefe superior de toda la familia i como tal se le
debe prestar obediencia en todas sus órdenes, que no contengan un imposible ni se
opongan a la religión i la sana moral.
"Artículo 2o. La m adre de familia es el segundo jefe de ella i de la casa, i en su carác­
ter de tal se le debe prestar obediencia por sus hijos i domézticos de la casa, bajo las
mismas restriciones que tiene el padre de familia.
"Artículo 3o. Es obligación del padre de familia trabajar constantemente, con el fin
de adquirir lo necesario para dar a sus hijos alguna educación, la susbsistencia, bes-
tuario, etc.
"Artículo 4o. Es obligación imperiosa de la m adre de familia manejar todo lo que su­
m inistre el padre para bestuario i susbsistencia de la familia, con la economía i buen
orden que dem anda tan sagrado deber, pues que de él depende en su mayor parte la
riqueza i sobre todo los buenos hábitos i sanas costumbres de los hijos i domésticas.
Para conseguir tan precioso fin es preciso que la madre observe sin quebrantar jamás
las reglas siguientes salvo un imposible.
"la . Debe hacer que sus hijas se acostum bren por hábito a levantarse de la cama a
las cinco i media de la mañana: que en seguida éstas hagan levantar a los niños que
deben asistir a escuelas y colejios.
"2a. Debe hacer que tanto las hijas como ios hijos se laven i aseen sus cueqx« de manera
conveniente propio de gentes cultas i bien educadas.
"3a. Debe ver que en seguida cada uno se ocupe de lo que le esté señalado hacer, como
más adelante se expresará.
"4a. Mientras que las hijas estén en el colejio debe hacerles observar estas reglas, que
-antes de irse para su estudio, hagan todo lo que puedan para dejar el aceo i arreglo
de la casa en buen estado, como hacer los despachos de la despensa para el almuerzo
etc.- cuando salgan del enlejió al medio día -debe enseñarles a cada uno algún oficio
para que pongan a hacerlo.
"5a. C uando las hijas salgan absolutam ente del colejio, será necesario que la m adre le
señale a cada una un destino en la semana, poco más o menos así: a una le entrega la
despensa para que la administre, se haga cargo de hacer preparar el almuerzo, comida,
m erienda [o sea refrescar] i desayuno; la cual debe vijilar constantem ente la cosina,
a fin de que esté aseada i que todo esté allí en el mejor orden -O tra se encargará del
aseo de la casa, tender camas, limpiar los muebles, m udar i asear los niños chicos -La
otra se encargará de las costuras, rem endar ropa i colocarla en sus respectivos lugares
i ver que todos los muebles i enceres de la casa se hallen convenientemente en su lugar
-Estos destinos deben ser tumables para que cada una los aprenda a desempeñar todos

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H i S l i 'KiA n i 0 ) 1 O M B IA , I ’ a Is I - R A C M Í A T A I K ) , S X II PAI.) ni NTUiHA 375

llegado un caso en que para ello haya necesidad -Cada una de las hijas debe responder
por todo lo conserniente al oficio que se le haya encargado.
"6a. Debe la madre vijilar en que el almuerzo se ponga lo más tarde de las 9 á 91/2, i la
comida de las 3 a las 3 1 /2 -La merienda i refresco será de las 6 á las 7 -Se verificará en
el comedor presidida por la madre -En seguida rezarán los niños la doctrina i después
la madre rezará el rosario reuniendo para ello a todos los hijos i domézticos -La hora
de dormir será a lo más tarde a las nueve de la noche.
"Artículo 6o. Las costumbres cordiales se observarán por la madre i hijas, teniendo mui
presente las reglas que establece la urbanidad para las relaciones i visitas acomodán­
dose en particular a las costumbres del lugar en que se vive -Debe procurarse en que
unas de las hijas se quede en la casa i las otras salgan a las visitas con su madre, i nunca
solas -Los días de hacer visitas los indicarán la premura i necesidad de hacer éstas i
los quehaceres urgentes de la casa.
"Artículo 7o. La madre debe visitar las casas de sus padres dos o tres veces en la semana
procurando hacerlo los domingos i jueves por la tarde -Cuando haya algún enfermo
u otra novedad de cuidado, debe ir siempre que sea necesario, sin descuidar en venir
con frecuencia a dar sus disposiciones en su casa.
"Artículo 8o. Ni el padre ni la madre de familia tomará parte en las reprensiones o
castigos que el uno o el otro impongan a sus hijos.
"Artículo 9o. Jamás ocultará la madre al padre ninguna falta grave de las que por
desgracia cometan las hijas e hijos, pues la tolerancia u ocultación de faltas puede ser
la pérdida perpetua de un hijo, por no haberse puesto remedio a tiempo.
"Artículo 10o. No será leído por la familia ningún periódico ni libro alguno sin que el
padre o jefe de familia haya dado el correspondiente permiso.
"Artículo lio . Las llaves de la despensa, alacena, escaparate y demás, permanecerán
siempre guardadas i en poder de la madre o de sus hijas que hayan obtenido la tenencia
de la casa.
Artículo 12o. Este reglamento será leído, en familia, cada ocho días -Las demás indi­
caciones que en lo sucesivo merezcan consignarse aquí, se harán en seguida".

Fuente: D on M anuel, m ister Coffee, 2 v . , Bogotá, 1989, V ol. 1, p. 51. P rep aración y ed ició n a cargo
d e O tto M o ra les B en ítez y D ieg o P izan o Salazar.

Esta inform ación tam bién indica que en la seg u n d a m itad del siglo xix
fue m anifiesta el ansia de blanqueam iento en todo el país y quizás en todos los
g ru p o s sociales. En estos sesenta años los "blancos" subieron del 17 por ciento
de la p o b lació n nacional al 34,4 p o r ciento. Pero los "n eg ro s" au m en taro n p ro ­
porcio n alm en te m ás q ue los "blancos"; en cam bio, los "in d io s" dism inuyeron a
la m itad, y los "m ezclad o s", en u n a cuarta parte.

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376 Ma r c o P a i u k-n - Frank S a i to r i,'

C uadro 11.9 . D istribución porcentual de la población por razas, 1912.

B lan cos N egros In d io s M e z c la d o s

D ep a rta m e n to s

A ntioquia 34,5 18,3 2,2 45,0

A tlántico 21,1 11,5 4,9 62,6

Bolívar 19,6 21,0 10,3 49,1

Boyacá 25,8 0,0 8,0 66,2


C aldas 36,9 5,0 2,3 55,8

C auca 25,3 19,8 34,5 20,4

C u n d inam arca 47,5 3,5 5,1 43,9

V alle 48,2 13,7 3,9 34,2

Fiuila 29,7 3,9 8,5 57,8

N ariñ o 45,4 7,7 26,3 20,5

N .d e San tan d er 43,4 6,0 0,3 50,2

S antander 36,0 6,2 0,8 57,0

T olim a 25,1 5,0 8,8 61,0

COLOM BIA* 34,4 10,0 6,3 49,2

El censo de 1912 no trae datos de "raza" para el departam ento del M agdalena.

La d istribución racial de la población m an tu v o el p atró n geográfico de


la época colonial. En algunas com arcas del occidente y del C aribe era m ás alta
la proporción de "negros" y "m ulatos". En la región cundiboyacense, que había
pasad o por u n acelerado proceso de m estizaje d u ra n te la C olonia y el siglo xix,
era m ucho m ás bajo el porcentaje de "indios" en com paración con el dato censal
d e N ariño y Cauca.
En todo caso, sobre la negritud y lo indígena ha pesad o el estigm a. Para
los em presarios el pueblo colom biano era ap enas u n factor de producción. El
au m en to de la población en el siglo xix, estim ado en u n a tasa anual prom edio del
1,5 por ciento y la m ovilidad geográfica les perm itió ab rig ar esperanzas sobre el
adv en im ien to del progreso basado en exportaciones diferentes del oro.
Con base en el censo de 1870 es posible calcular la fuerza laboral dedicada a
las explotaciones de tabaco, quinas, café y a la m inería (que en este periodo rep re­
sentaban por lo m enos el 80 por ciento del valor de las exportaciones y alrededor
de un 10 por ciento-15 por ciento del PIB) en unas 82 mil personas, un 5 por ciento
de la población económ icam ente activa del país. Lo cual sugiere q u e los niveles
de p ro d u ctiv id ad del sector no exportador eran m uy bajos. A este respecto baste
señalar la escala de la artesanía rural (350.000 trabajadores), actividad derivada
de la econom ía fam iliar cam pesina, predom inantem ente fem enina y concentrada
en regiones de Santander, los altiplanos cundiboyacenses y el G ran Cauca.

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f IlS IO K IA o r . C o i o m b ia . P a í s i'k a c m l n t a o o , s <.x ‘ ii ,-o a d d is i d id a 377

M apa 11.2. Áreas de colonización; siglos XIX-XX.

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V.
A reas d e ex p an sió n y
co lo n izació n an tio q u eñ a siglo XIX A
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i## P rim e ras área s c o lo n izad a s
kMA a p a rtir d e 1950

[mi aE xppaan sión del cu ltiv o d e café


rtir d e 1880

□ E x p lo tación d e la q u in a (hasta 1867)


E x p lotación d e caucho (a p a rtir d e 1867)

C o lo n izació n afrocolom biana


A lto B audó

M isio n es ca p u ch in as
Á rea d e colonización
D ecreto 110 1928
P rin cip ale s fu n d acio n es

Fuente: A tlas digital, In stitu to A gustín C odazzi.

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378 M P 'i a g k 'i x - F k a n k S a l k t k d

La fro ntera de "recurso s a b ie r t o s "

Las cuatro m igraciones principales de la segunda m itad del siglo xix fu e­


ron las de santan d ereanos que se desplazaron desde las provincias del su r hacia
las regiones de C úcuta y O caña y al Táchira y el Zulia en V enezuela. Las que
p artiero n d esde las provincias densam ente pobladas y de viejo asentam iento del
centro y el oriente de Boyacá y del oriente de C undinam arca, hacia el occidente
de C u n d in am arca, el centro y su r del Tolim a G rande, m arginalm ente, al M ag d a­
lena M edio, el p iedem onte llanero y a los territorios del C asanare y San M artín.
La tercera, la m ejor conocida y quizás la m ás m itificada, fue la antioqueña
que tom ó varias direcciones. Se consolidó en los polos m ineros del norte y n o r­
deste antioqueños; tam bién llegó hasta U rabá y el Chocó. La creciente escasez
de baldíos en las com arcas del suroeste de A ntioquia y C aldas em pujó las m i­
graciones p or la cordillera C entral hacia el Valle del Cauca. D esde allí m archaba
hacia el norte la cuarta corriente m igratoria: la caucana. A ntioqueños y cauca-
nos confluyeron hacia las fértiles laderas del Q uindío y del actual d ep a rtam en to
de R isaralda. O tros grupos antioqueños rem o ntaron la cordillera C entral y se
establecieron en el norte del Tolima, prosiguiendo m ás ta rd e hacia el sur. Los
colonos que avanzaron a las vegas y valles de los ríos perd iero n ante los em p re­
sarios de M edellín, que los habían reservado para sus explotaciones ganaderas.
La apropiación de baldíos fue allí, y en las selvas periféricas del U rabá, m ucho
m ás conflictiva que en el su r y suroeste antioqueños.
El desplazam iento de las poblaciones cam pesinas de los altiplanos y tie­
rras frías hacia las zonas cálidas y tem pladas de las laderas y valles interandinos
fue, quizás, el fenóm eno social m ás relevante en el siglo que va de 1850 a 1950.
A u n q u e las condiciones am bientales en las zonas subtropicales se expresaron en
la difusión de m alaria, anem ia tropical y fiebre am arilla, q u e afectaban princi­
p alm en te a la población infantil, n ad a p u d o contra el ham bre de tierra. La vida
en la frontera era un azar. En 1912, el m édico norteam ericano H am ilton Rice re­
corrió los Llanos y la selva oriental colom biana y q uedó im p resionado p o r la in­
vasión de la m alaria. En San M artín encontró que, de una m uestra de 300 casos,
todos estaban infectados: niños y adultos; hom bres y m ujeres. Según Rice, en su
experiencia com o residente encargado de hospitales en Rusia, T urquía, Egipto o
en las zonas ap artad as de la Bahía de H udson, "nunca había presenciado tanto
sufrim iento". En Villavicencio, el único lugar d onde podía conseguirse, la quini­
na alcanzaba precios exorbitantes. Sus descripciones p u ed en hacerse extensivas
a los clim as cálidos y tem plados de todo el país y están d o cu m en tad as para las
zonas cafeteras de la colonización antioqueña.
Los cam pesinos em igraron p orque las tierras planas y fértiles estaban
acap arad as p o r las fam ilias de terratenientes y com erciantes y las condiciones de
explotación de la tierra no perm itían au m en tar la pro d u ctiv id ad en las unidades
fam iliares que enfrentaban el aum ento de población. En el periodo 1870-1905
se oto rg aro n m ás concesiones de baldíos que en cualquier otra época, anterior

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H d I í ’KI. i ■: C - H - ' M H I A . P A I b 1T< \ ( A l f \ I A f X >, S ( X I I D A D 0 I \ I D I P A 379

TRABAJO DURO Y VIOLENCIA EN LA FRONTERA


"Tumbar monte para convertir el terreno en dehesas o siembras de tabaco era la gran­
de empresa. El terreno inculto se podía estimar a $16 la hectárea y en cada hectárea
cultivada se cebaba una res que dejaba de utilidad $20 por año.
"Jamás, ni en ninguna parte se había presentado especulación semejante. Para convertir
a Guataquicito [un terreno en la banda derecha del río Magdalena, situado frente a la
población de Guataquí, MP] en una sola pradera envié a Manizales por trabajadores; y
el día menos pensado se me presentaron doscientos antioqueños con sus mujeres, niños
y perros. Todos de guarniel atravesado, especie de almofrej, donde llevaban todo lo
que puede necesitar un hombre, inclusive la navaja barbera para las peleas; sombrero
alón, arriscado de un lado, capisayo rayado, camisa aseada y pantalón arremangado.
Traían un negro maromero, dos o tres jugadores de manos que hacían prodigios con
el naipe, tres micos, diez loros y una yegua.
"Todos ellos llegaron a medio palo, y con la seguridad de que llegaban como judíos
a la tierra de promisión [...]
"Llevaron su campamento al sitio más fresco de la propiedad; estableciéronse por
cuadrillas, bajo la dirección de capitanes, con quienes hice contrato para la rocería por
cuadras de $ 25 cada una; y armados de calabozos o cuchillos de monte, empezaron la
tala; y devoraron la montaña como por encanto 1...] A los tres meses el bosque íntegro
había desaparecido; a los seis meses se recogían mil cargas de maíz; al año estaba
formado el potrero de Lurá para cebar quinientas reses.
"Los antioqueños trabajaban en su retiro infatigables y contentos. Sólo dos o tres
muertos hubo entre ellos por celos y rivalidades; pero los jueves bajaban los capitanes
o destajeros al pueblito al mercado y había las de San Quintín con sus habitantes, y por
allí cada mes salían todos a descansar, y entonces era la desolación de la desolación.
"Se bebían cuanto aguardiente había en la colonia, formaban querella con todos los
habitantes, les quitaban sus mujeres, los estropeaban sin consideración, y cuando ya
nadie quedaba y todos huían, se ponían a ver maroma, muertos de risa de las gracias
del payaso.
"¿Qué fue de los antioqueños? preguntará el lector.
"Los antioqueños, habiendo cumplido conmigo sus compromisos y sin deber un cuar­
tillo a nadie, pues sí eran honrados, se fueron de Guataquicito para Lérida, contratados
por otros hacendados; y tal guerra dieron, que en los archivos de aquella población
se registra un decreto que prohíbe el trato con los antioqueños y el que éstos pisasen
su territorio".
Fuente: R ivas, M ed a rd o , Los trabajadores de tierra caliente, ca p ítu lo XII.

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380 M ARO ' P ai m k n - F r a n k S\ruM < i)

o posterior, prod uciéndose una extraordinaria concentración d e la p ro p ied a d


territorial. Al establecer cafetales, o abrir potreros para la g anadería, los em p re­
sarios ofrecieron em pleo, convirtiéndose en un factor d e atracción de los cam ­
pesinos m igratorios. Las estadísticas dicen m ucho de lo que pasó, pero no todo.
M iles de fam ilias de colonos pobres no fueron registrados en esas estadísticas y
p u d iero n subsistir por varias generaciones en un p edazo de tierra, sin títulos de
p ro p ied ad y sin protección de la ley.

La E X PAN SIÓ N DEL CAFÉ, C. 1870-1896: LAS H A C IE N D A S PR EC U R SO R A S

D espués de 1880 el café se convirtió en uno de los principales p roductos


d e exportación y de él dep en d ían en grado creciente las econom ías de S antander
y C undinam arca. A unque hay noticias de cultivos de café en diversas regiones
d u ra n te la época colonial, desde el p u n to de vista de la m o d ern a historia cafetera
podem os decir que arrancó en S antander com o una prolongación de la caficul-
tu ra venezolana. Los cafés santandereanos ocuparon u n lu g ar pro m in en te en los
trabajos de la Comisión Corogràfica (1850-1859). Por la cordillera O riental el café
llegó a Boyacá y C undinam arca y cruzó el río M agdalena hacia el su r del Toli­
ma. Más tard e se estableció en A ntioquia, y después de 1910 se p ro p ag ó m asiva
y velozm ente p or C aldas y el norte del Tolim a y del Valle del Cauca. A unque
desd e sus com ienzos la producción de café en S antander tuvo una base social
de pequeños y m edianos cultivadores, atrajo el interés de com erciantes de las
regiones prom isorias para explotar el producto. De este m odo se fun d aro n en
el últim o tercio del siglo unas 600 haciendas, concentradas en algunos m unici­
pios de S antander, C undinam arca, Tolim a y el suroeste antioqueño. H aciendas
em pero m odestas en com paración con las de G uatem ala, El S alvador y Brasil.
Los com erciantes cultivaron café en tierras vírgenes p ero con títulos le­
gales, algunos otorgados desde la Colonia. Es decir, o p eraro n en lo que los geó­
grafos han llam ado una "frontera de recursos cerrados", para contraponerla a la
llam ada "frontera de recursos abiertos", en la cual la ocupación m ism a genera
eventualm ente el título jurídico. Este tipo de frontera abierta p red o m in ó en las
distintas fases de la colonización antioqueña.
El encuentro de com erciantes urbanos con d istintos tipos sociales y cul­
turales de cam pesinado m igratorio se p u ed e expresar sim plificadam ente en el
cu ad ro 11.10 q ue m uestra los arreglos laborales en las haciendas de tres zonas
p ro d u cto ras de S antander, C undinam arca-T olim a y A ntioquia, las m ás su stan ­
ciales del país a fines del siglo xix.
En n inguna región cafetera prevaleció el trabajo asalariado. T anto en las
haciendas establecidas en el últim o tercio del siglo y m ás concentradas en la
cordillera O riental y en la región tolim ense, así com o en las peq u eñ as fincas,
generalizadas en la cordillera C entral, la caficultura m an tu v o la estru ctu ra pre­
capitalista de la sociedad agraria colonial. El trabajo fam iliar era la base de las
faenas de siem bra, m antenim iento y recolección de café, que cotidianam ente se

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H iS IiT K IA U l Coi O M B IA . P a I S rH A G M I.N I A r X ) , SC X T I'U A U d i \ t d i o a 381

entretejían con las labores usuales de la ag ricu ltu ra d e p an coger: fríjoles, m aíz,
plátano, yuca, aco m p añ ad a d e unos cuantos cerdos y gallinas y q uizás una vaca
lechera.
P ara q u e los com erciantes consiguieran transform arse en h acendados del
café fue m en ester q u e las inversiones en la com pra de la tierra y en el desm onte y
quem a, siem bra, cu id ad o y m antenim iento de los cafetales tuviesen un bajo cos­
to relativo. C u a n d o se aproxim aba la prim era recolección, u nos cuatro a cinco
años d esp u és, ob ten ían anticipos de casas com erciales inglesas, francesas y m ás
tard e n o rteam erican as, por los que pagaban tasas d e interés m ás bajas que las
im p eran tes en el país. Así financiaron la com pra de instalaciones y m aquinaria
para d e sp u lp a r, secar, trillar, seleccionar y em pacar el grano. G rad u alm en te la
econom ía cafetera am plió los m ercados de tierra y trabajo y surgió en las lo­
calid ad es u na ex trao rd in aria v aried ad de obligaciones contractuales entre p ro ­
pietarios y trab ajad o res y en tre productores, arrieros, cam pesinos y pequeños
com erciantes d e los pueblos.
En estas regiones, fam ilias residentes de cam pesinos ad q u irían d eterm ina­
d as obligaciones laborales con la hacienda, a cam bio del usufructo de u n a parcela
do n d e p o d ían sem b rar exclusivam ente alim entos. Tales obligaciones se realizaban
en un contexto disciplinario y d e absentism o del propietario, quien, una vez esta­
blecida la p lantación, debía cu id ar fu ndam entalm ente la com ercialización.

Cuadro 11,10. T ipología de las haciendas de café a fines del sig lo XIX.

C u n d ito lim e n s e A n tio q u e ñ a S an tan d erean a


O rig en so cia l d el C o m ercian te C om ercian te C om ercian te
p rop ietario

S istem a d e trabajo A rren d am ien to S istem a d e a g reg a d o s A parcería


d o m in a n te ’ precapitalista

Patrón d e a se n ta ­ Difuso: parcelas C oncentrado: a ld eas D ifuso: parcelas


m ien to d e la p o b la ­ d isp ersas n u clead as d isp ersas
ción resid en te

R ela cio n es d e c la se y P rop ietario y H o m o g en eid a d "racial" M ixto


"raza" trabajador no y cultural d el p rop ieta­
p erten ecen a la rio y el trabajador
m ism a "raza"

D iv ersifica ció n d e a c­ Baja Alta Nd.


tiv o s d el p rop ieta rio

T en en cia d e la tierra L atifundio L atifun d io y c a m p esi­


en la zo n a d e la ha- n a d o p arcelario
1 cien d a |

' D entro d e cada sistem a hay una variada gama de posibilidades contractuales que, no obstante, se mantienen
dentro d e las características dom inantes.

Fuente: P alacios, M arco, El café en Colombia, 1850-1970. Una historia económica, social y política, Bogotá,
1979, p . l l 4 .

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382 M a r c o [ ’ a i m k ) s - [‘ r a x k S \i i o r d

La organización interna de las haciendas varió m ás d e u n a región a otra


que a lo largo del tiem po. El elem ento diferencial fue la distancia étnica percibi­
da entre el hacendado y las fam ilias trabajadoras, residentes o estacionales. En
zonas d e m ayor hom ogeneidad cultural y étnica, com o S an tan d er y A ntioquia,
fue raro el arreglo conocido com o arrendamiento que prevaleció en C u n d in am ar­
ca y Tolima.
Los sistem as de trabajo, las relaciones de clase y "raza" y los patrones de
asentam iento de los trabajadores residentes dentro de las h aciendas estuvieron
ligados entre sí. Las em presas buscaban com partir riesgos con los trabajadores,
siendo el caso m ás claro la aparcería. A quí el trabajador y su fam ilia atienden
una cantidad convenida de cafetos y luego se dividen la cosecha en p roporcio­
nes igualm ente pactadas de antem ano. En el arren d am ien to el m ecanism o es
diferente. A cam bio del disfrute de una parcela para que el trabajador cultive
alim entos, este se obliga a trabajar para la hacienda un n ú m ero determ in ad o de
jornales. Debe incluir el trabajo de su familia y contratar peones si la parcela que
ha tom ado es m uy grande. El agregado antioqueño ocupa u n a posición interm e­
dia entre el aparcero y el arrendatario. Su parcela para cultivar alim entos es m ás
red u cid a y está alejada del lugar de su habitación, pero el ag reg ad o percibe una
proporción m ayor de ingreso en form a de salario m onetario. En los tres casos se
acepta im plícitam ente que los alim entos cultivados p o r los trabajadores form en
parte del ingreso fam iliar total.
Las relaciones de clase y "raza" estaban definidas en un contexto cultural.
Seguram ente los hacendados de C undinam arca y Tolim a consideraron "indios"
a sus trabajadores, por m estizos que fuesen. En cam bio, los san tan d e rea n o s y an ­
tioqueños prefirieron clasificarlos de "blancos". Parece entonces que la aparcería
fue m ás viable en poblaciones que se consideraban pertenecientes a la m ism a
"raza" que entre desiguales. Estos criterios cam biarían con el tiem po, de m odo
que los regím enes de aparecería de las décadas de los años treinta y cuarenta del
siglo XX poco tienen que ver con este m u n d o "tradicional". Las pocas inform acio­
nes disponibles sobre cuentas de haciendas sugieren que los salarios m onetarios
(que representaban un fracción del salario total) dism in u y ero n en el p eriodo del
d espegue cafetero en C undinam arca, Tolima y A ntioquia.
Las haciendas fueron precursoras y difusoras del cultivo y pronto debie­
ron com petir con pequeños y m edianos propietarios fam iliares que, aprovechan­
do la ventaja de la virtual im posibilidad de m ecanizar la producción y el carácter
intensivo y p erm anente del trabajo requerido, se acoplaban bien a la caficultura.
La m ayor fertilidad natural del suelo, y mejores condiciones clim áticas en las
regiones colonizadas por antioqueños y caucanos principalm ente, pusieron en
desventaja la hacienda del centro y oriente del país. D espués de la g uerra de los
Mil Días sobrevivieron m uchas haciendas y algunas pro sp eraro n . El espíritu ca­
pitalista del siglo XX se orientó de nuevo a las operaciones del com ercio exterior.
La urbanización y el crecim iento económ ico im pulsaron la especulación d e finca

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H i s i i )RiA DK C o i o m b i a . P a ís i-RACMr.xi A iK i, Sí X i i -o a d d i m d i d a 383

raíz en las ciu d ad es, el establecim iento de em presas fabriles protegidas p o r el


arancel y d e co m p añ ías de tran sp o rtes y de servicios públicos, principalm ente la
p ro d u cció n y distribución dom iciliaria de electricidad. O p o rtu n id ad e s acrecen­
tad as p o r el fin de las g u erras civiles.

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12
LA COLOMBIA CAFETERA, 1903-1946

Los TEXTOS DE HISTORIA, " n u ev a" o "tradicional", suelen llam ar "la época de
la heg em o n ía co n serv ad o ra" el periodo co m p ren d id o en tre 1885 y 1930. Perio-
dización q u e privilegia la co n tin u id ad basada en la alianza de la Iglesia y los
conserv ad o res, p ero q u e relega aspectos fu n d am en tales del cam bio histórico.
Si bien es cierto q u e la jerarq u ía católica se consideró p arte del gobierno entre
1886 y 1930 y qu e fue co nfinada a la oposición d esd e 1930 hasta 1946, cuando
un co n serv ad o r volvió a o cu p a r la presidencia, tam bién hay que considerar que
d esp u é s d e la g u erra d e los Mil Días, y en p articu lar d esp u és de 1910, el país
en tró en un a nu ev a época. Pese al trasfondo d e la aleve secesión de Panam á,
C olom bia p u d o in teg rarse p len am en te al m ercado m u n d ial en cuanto se conso­
lidó la econom ía cafetera. La g u erra civil perdió el áu rea decim onónica de form a
válida de lucha política, aparecieron sindicatos d e trabajadores y fue inevitable
p lan tearse el tem a d e la am pliación de los derechos políticos y sociales. Sindica­
lism o y derechos sociales hab rían de ser cuestiones nacionales de p rim er orden
d u ra n te la llam ada república liberal, 1930-1946.
A su turno, to d o s estos cam bios im plicaron una transform ación am plia
del Estado. N uevos pro b lem as estatales surgieron con la cen tralid ad g anada p o r
los E stados U nidos a raíz de la cuestión panam eña. Tam bién fueron problem á­
ticas la delim itación de las fronteras internacionales con V enezuela, Brasil, Perú
y E cuador, y el estatu s legal d e los territorios lim ítrofes. Este periodo, que lla­
m am o s la "C olom bia cafetera" term inó d esp u és de la S egunda G uerra M undial.

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LAS ELECCIONES DEL 4 DE MAYO DE 1913 EN BOGOTÁ

El fraude en las urnas y la violencia asociada recorren la historia política del país cuan­
do menos hasta la elección presidencial de 1970. La jornada electoral del 4 de mayo
de 1913 en Bogotá, dedicada a la elección de representantes a la Cám ara y realizada
al inicio de uno de los periodos más prolongados de paz política, revela la fuerza de
una cultura sectaria, de un lado, y del otro, la inadecuación de las leyes electorales a
lo que ahora llamaríamos equidad y transparencia del sufragio, bases de la confianza
pública en el sistema.
Para explicar la corrupción y violencia electorales imperantes en el medio colombiano y
la necesidad de crear un sistema confiable, el diario bogotano El Tiempo amplió el arsenal
argum entativo haciendo un préstamo de Oligarquía y caciquismo (Madrid, 1902), obra
del influyente polígrafo aragonés Joaquín Costa. En la edición del 15 de mayo de 1913
el editorialista concluyó que las jornadas del pasado 4 estuvieron "m anchadas por la
violencia, en algunos lugares brutal, y por el fraude cínico y escandaloso en casi todos".
Los reportajes y notas editoriales sugieren aspectos del cuadro social de la confronta­
ción en una ciudad como Bogotá, entre los republicanos y sus aliados, y otros sectores
liberales y conservadores opositores y por tanto excluidos del nuevo régimen debido
su apoyo ostensible al Q uinquenio [1904-1909] que había dom inado Rafael Reyes. Tal
fue la situación que enfrentó el caudillo Rafael Uribe Uribe y su bloque electoral, en
una ciudad m ayoritariam ente liberal que, sin embargo, nunca pudo dominar.
En la edición del 6 de mayo El Tiempo destacó las "pedreas a varias imprentas, atenta­
dos salvajes, absurdos cuando los comenten individuos que se llaman liberales; hubo
violentos ataques a ciudadanos que pudieran haber cometido una falta, como la de
quienes querían votar dos veces y merecían un castigo legal, pero en manera alguna el
ser apaleados con indiscutible cobardía por grupos de treinta o cuarenta energúm enos
[...] Injusticia notoria sería la de hacer responsable a la conjunción de los desórdenes
del domingo. Podemos asegurar que no pasaban de trescientos los que esgrimían el
garrote y apedreaban casas editoriales en medio de inconscientes vociferaciones; gran
cantidad de chiquillos que veían en aquello una diversión y daban rienda suelta a un
perverso deseo de hacer daño que lo mismo que apedrearon La Sociedad, hubieran ape­
dreado El Tiempo, El Liberal o La Gaceta [...] Aún no se han extinguido los fermentos de
violencia que nos dejaron pasadas contiendas; aún hay muchos para quienes la piedra
y el garrote, cuando no la bala y el puñal, son la última ratio. Son ellos nuestros peores
enemigos; pugnan más con nuestros sentim ientos e ideas que los más retrógrados
escritores de la peor Runta".
El viernes 9 de mayo de 1913 el diario liberal bogotano comentó uno de los incidentes
m ás graves de la tarde del dom ingo anterior. C uando los manifestantes se tornaron
más agresivos y trataron de tomar por la fuerza la casa de los Herm anos Cristianos,

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H is i ))<¡ \ I >1. C oi o m bi i, P m s i r a c a ii x t aik ), O K ii OAn d im d id a 387

quienes se defendieron y dispararon a la multitud. Llamada la Caballería, una pequeña


fuerza de 50 hombres llegó al mando del ministro de Guerra, quien fue agredido por
"un sujeto desconocido que sujetó por las riendas al animal y trató de desmontarlo. Lo
previno éste, lo intimó que le dejara libre el paso o que si no lo matara. El agresor, lejos
de ceder, continuó en su loco intento. El Ministro disparó su pistola y el sujeto cayó al
suelo. Suceso lamentable pero del cual no se puede responsabilizar al Ministro. En este
caso, otro cualquiera hubiera procedido de la misma manera", concluyó el periódico.

A u n q u e el café a n u d ó la econom ía colom biana a la norteam ericana, la


influencia cu ltu ral d e E uropa se m antuvo. En este terreno, la Iglesia, pese a ser
una organización internacional, p u ed e contarse en el cam po europeo.
D eslegitim ada la guerra civil, el constitucionalism o volvió p o r sus fue­
ros. El país se rigió p o r la C onstitución de 1886, reform ada principalm ente en
1910, 1936, 1945,1957-59,1968 y 1986. A pesar del consenso civilista de las eli­
tes g o b ern an tes d esp u és de la guerra de los Mil Días, la lucha faccional conti­
nuó d eterm in a n d o las alianzas y los conflictos políticos. El cu adro 12.1 m uestra
sim u ltán eam en te la persistencia del enfrentam iento b ipartidista y de las d iv i­
siones in tern as en los partidos. Estas fortalecieron el bipartidism o. Liberales y
co n serv ad o res tu v iero n alas m o d erad as que, eventualm ente, se enten d ían y for­
m ab an u n p artid o ad hoc, que suplía un v erd ad ero p artid o de centro e im pidió la
form ación d e "terceros p artidos".
H asta 1950, to d o s los cam bios de gobierno se realizaron d en tro de los p ro ­
cedim ien to s constitucionales. Las elecciones de 1904 y 1910 fueron indirectas y
restrin g id as. La reform a constitucional d e 1910 estableció la elección directa de
p re sid e n te d e la República. En 1936 se d isp u so que todos los hom bres m ayores
de 21 añ o s eran ap to s para votar. En las elecciones de 1926,1934,1938 y 1949, el
p artid o d e oposición no concurrió a las urnas, alegando falta de garantías. En las
de 1914, 1918 y 1942, la opción q u ed ó circunscrita a can d id ato s del m ism o p a r­
tido, ap o y a d o s p o r d isid entes del p artid o adversario. De las tres elecciones m ás
d isp u tad as, la d e 1922 colocó al país al borde de la g u erra civil, y en las de 1930
y 1946 p erd ió el p artid o de gobierno al presentarse d iv id id o ante un can d id ato
m o d era d o d e la oposición. El cu ad ro 12.1 ilustra estas alternancias y el au m en to
m ás o m enos co n stan te de la participación electoral.
La historiografía económ ica y la política coinciden en señalar el año de
1930 com o u n o de los hitos del siglo xx colom biano. En realidad, C olom bia pasó
en 1930 p o r d o s m om entos críticos; la G ran D epresión y el arribo de los liberales
a la p resid en cia, p o r p rim era vez en m edio siglo. Sin em bargo, los efectos d e la
G ran D ep resió n fu ero n m ás breves y leves en C olom bia q u e en la m ayoría de
países latin o am erican o s y la alternancia de gobierno en 1930 se facilitó m ed ian te
un rég im en d e p a rtid o ad hoc de centro.

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388 M ai« ( ' P a i a g k > s - E k a \ k S a it o k o

Cuadro 12.1. Elecciones directas de presidente, 1914-1950.

P resid en te electo P orcen taje P articip ación *


P artido d el C a n d id a to s d e T otal
y p erio d o s d el
p resid e n te o p o sic ió n v o ta ció n Ao/o B%
p r e sid e n c ia le s g a n a d o r (%)

J. V. C oncha C ons. N . Esguerra,


331.410 89 6,4 Nd
(1914-18) H istórico R epublic.

M. F. Suárez C ons.
G. V alencia, H ist. 405.236 53 6,9 Nd
(1918-22) N acion alista

P. N . O spina C ons.
B. Herrera, Lib. 655.798 62 10,5 Nd
(1922-26) H istórico

M. A badía C ons. A b sten ción


370.429 99 5,4 Nd
(1926-30) H istórico Liberal

A. V ázq u ez,
Lib.
E. O laya C ons. N al. G.
m od erad o 824.447 45 T l,l Nd
(1930-34) V alencia, C ons.
H ist.

A. L ópez A b sten ción C on ­


Lib. radical 942.309 99 11,5 61
(1934-38) servad ora

E. Santos Lib. m o d e­ A b sten ción C on ­


513.520 99 5,9 30
(1938-42) rado servadora

A. L ópez Lib. radical


C. A ran go, Lib. 1.147.806 59 12,1 56
(1942-46)

G. Turbay, Lib.
M. O spina C on serva­ m od
1.366.272 41 13,2 56
(1946-50) dor. ]. E. G aitán, Lib.
rad.

L. G ó m ez A b sten ción
C ons. radical 1.140.646 99 10,3 40
(1950-54) Liberal
*La c o lu m n a A es el p o rc e n ta je d e la v o ta c ió n s o b re la p o b la c ió n to ta l; la c o lu m n a el B e s el p o r c e n ta je d e la v o ta ­
c ió n s o b re la p o b la c ió n m a s c u lin a m a y o r d e 21 a ñ o s .

Fuente: elab orad o con b ase en R egistraduría N acion al del Estado C ivil, H istoria electoral colombiana,
1810-1988, Bogotá, 1991, pp. 151-159. Las cifras d e la colu m n a A d e p articip ación y las d e la elección
d e A badía en 1926 se tom aron d el Statistical A bstract of Latin America, Jam es W. W ilkie an d D avid
Lorey, ed s., Los Á n g eles, 1987, V ol.25, p.874.

El café

D esde el últim o tercio del siglo xvm hasta el presente el café ha sido uno de
los principales productos de exportación de Am érica Latina. H aití fue el prim er
p ro d u cto r m undial hasta la gran sublevación de 1791, que acabó con la clase a
la que pertenecían los p lantadores coloniales. El centro cafetero se desplazó en­
seguida a Jamaica, C uba y Puerto Rico, au n q u e la producción haitiana habría de

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l ilS IO K I \ i n C o i OM H IA. P a I s |-R A C A tr.\r A D O , S<X Il D A D D IM ITIDA 389

recu p erarse len tam en te a com ienzos del siglo xix, sobre u n a base social com pleja
en la q ue p re d o m in ó un cam pesinado independiente. Los franceses tam bién es­
tablecieron la caficultura en la G u ayana y de allí pasó a V enezuela y Brasil que,
d esd e m ed iad o s del siglo p asad o hasta el presente, dom ina la oferta m undial. El
p rim er g ran ciclo cafetero, m ás caribeño que suram ericano, llegó a su fin hacia
1830.
El cultivo com ercial del café avanzó im perceptiblem ente p o r los A ndes
venezolanos hacia la cordillera O riental de Colom bia. Por esa época tam bién h a­
bía em p ezad o a cultivarse en México y C entroam érica, d espegando antes que en
Colom bia. Al finalizar el siglo xix, la estructura social de la producción se había
diversificado tan to com o la geográfica. La abolición de la esclavitud en Brasil en
1888 p uso fin a la producción esclavista. En la época postesclavista, en la m ayoría
de lugares prevalecieron distintos tipos de haciendas, con claros rasgos colonia­
les. Este fue el caso del Brasil, El Salvador, G uatem ala y C hiapas en México. En el
Estado m exicano d e Veracruz, en C osta Rica, V enezuela y Colom bia, al lado de
las haciendas, su rgieron m edianos y pequeños cultivadores que sobrevivieron y
en m uchos casos p ro sp eraro n debido a la disponibilidad de tierras y aguas para
los cam pesinos y a qu e el cultivo del café no tiene econom ías de escala.
Los m ercad o s tam bién cam biaron. De artículo de lujo el café se volvió una
bebida p o p u la r en Europa, con excepción de las Islas Británicas, d o n d e no p u d o
desp lazar al té, y en Estados U nidos que, d u ra n te y d esp u és d e la g uerra civil,
surgió com o u n o d e los consum idores m ás dinám icos. U na vez p o p u larizad o
el consum o, el café se com portó com o un p ro d u c to básico, con baja elasticidad
de la d em an d a . Es decir, se requieren enorm es alzas del precio para que los
co n su m id ores ab an d o n en el hábito de tom arlo. A su vez, la inelasticidad d e la
oferta req u iere g ra n d es caídas de precios para que los cultivadores descuiden y
ab an d o n en su s cafetales. D esde m ediados del siglo pasado, el ciclo de precios
d ep en d ió d e la trayectoria d e la oferta brasileña, som etida a su vez al clima. Las
heladas del Brasil reducen súbita e im previstam ente la producción y abren un
ciclo de precios al alza. E stim ulados, los caficultores se dedican a sem brar y al
cabo de cu a tro o cinco años, q u e es el lapso en tre la siem bra y la prim era cosecha
com ercial, el p ro d u c to invade los m ercados y los precios caen. V olverán a subir
con la sig u ien te h elada en el Brasil.
H ay o tras características que, ap a rte del clim a, hacen del café un prod u cto
ideal p ara las especulaciones de bolsa. A diferencia del azúcar, el tabaco o el
algodón, el café solo se p ro d u ce en los trópicos; no es un bien necesario com o el
trigo o el petró leo y, finalm ente, p u ed e alm acenarse p o r largos periodos. G enera
así una cad en a especulativa q u e contribuye a m an ten er altos índices de inestabi­
lidad d e precios, d e año tras año, m es tras m es, día tras día. Estas características
crearon en las clases dirigentes colom bianas un sín d ro m e fatalista ilustrado en
dichos p o p u la re s com o que no hay m ás m inistro de H acienda que el precio del
café, o q u e la estab ilid ad colom biana d ep e n d ía de las heladas del Brasil.

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390 M í ’ a i A l H1-. - Fkank S m io r d

Este fatalism o encubre un p ar de problem as centrales en el desarrollo eco­


nóm ico colom biano que probablem ente com parten tam bién en d istintos grados,
o tro s países centroam ericanos. En el siglo xix, cuando no había u n sector in d u s­
trial, las caídas de las exportaciones tenían graves im pactos en u n fisco exangüe
y en el p atró n de consum o de las elites. Pero a m ed id a que fue avan zan d o el
siglo xx y el país fue industrializándose, el flujo de m aterias p rim as y m aquinaria
p ara la in d u stria dependieron crecientem ente de la m ag n itu d del ingreso de las
exportaciones que, hasta la década de los años 1970, fueron fu n d a m e n talm e n ­
te café. De este m odo las crisis del sector cafetero o rig in ad as en las caídas de
precios se transm itían ráp id am en te a la industria y al resto d e las actividades
u rb an as, financieras y de servicios.
El seg undo problem a es de enm ascaram iento ideológico. Las elites co­
lom bianas del siglo XX han evitado reconocer explícitam ente q u e C olom bia
p u d o com petir internacionalm ente debido a que en tre 1906 y 1989 el m ercado
m u n d ial del café fue un m ercado político. En otras palabras, q u e no fue guiado
p o r la m ano invisible del m ercado sino por la m ano visible del E stado brasileño
(1906-1937) del gobierno norteam ericano (1940-1948), y de los acuerdos cafete­
ros en tre p roductores y consum idores (1962,1968,1976 y 1983). En su m om ento,
los gobiernos del Brasil y Estados U nidos, y los pactos cafeteros, tuvieron com o
objetivo explícito elevar y estabilizar los precios por encim a d e lo que hubieran
resu ltad o en un m ercado libre.
En el siglo xx, el café se difundió rápidam ente p o r las laderas colom bianas
p o rq u e el cultivador tuvo la seguridad de qu e siem pre habría un com prador.
En los cruces de cam inos de A ntioquia y C aldas surgió la figura del fondero, el
p rim er interm ediario en la cadena de com ercialización. A través del sistem a de
anticipos sobre la cosecha form ó una clientela de cultivadores. Figura central
p ara estos y para las casas com erciales, nacionales o extranjeras, el fondero se
convertiría en discreto o abierto interm ediario en el m ercado electoral.
Pero pronto aparecieron los negocios norteam ericanos en los distritos ca­
feteros y fueron evidentes los rediseños del poder regional. Por ejem plo, cuando
a raíz de la crisis com ercial de 1920 quebraron en N ueva York las gran d es casas
com isionistas de café de M edellín, el vacío fue llenado in m ed iatam en te p o r las
to stad o ras norteam ericanas. D om inarían en las plazas colom bianas hasta el de­
cenio de los años 1930. En 1927 un destacado em presario an tio q u eñ o se refirió
a ellas com o "las garras del im perialism o yanqui". G arras q u e probablem ente
sirvieron a los fonderos y dem ás interm ediarios de pueblos y cam inos del café
p ara sentirse u n poco m ás autónom os ante la influencia de los notables d e las
ciu d ad es capitales, e ir arm an d o sus propias redes clientelares.
En el siglo xx, el m anejo político del m ercado internacional se tradujo en
protección política en el país. Surgió y se desarrolló un poderoso grem io, la Fe­
deración de Cafeteros, fundada en 1927, que siendo u n a en tid ad privada, pasó
a ser cogobierno en m aterias de política económ ica. C olocándose p o r encim a de

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\ iis u 'K iA DK C oi o m b ia . P a n i'K .\ G M i.\ T A r x i, s t x ii d a i t d u t d i d a 391

las luchas p artid istas, la Federación ha sido una de las principales plataform as
del p artid o ad hoc d e centro del que se habló arriba. N o obstante, los pueblos d e
peq u eñ o s caficultores del occidente han sido para los conservadores lo que fue
el arte san ad o u rb a n o para los liberales: base electoral y sím bolo de vitalidad
dem ocrática. Pero u n a diferencia significativa es que a través de las organizacio­
nes locales d e la Federación fluyen prem ios y castigos que le d an m ás p o d e r y
pertinencia a las red es de clientelism o político.
En la m ed id a en que los sistem as de com ercialización fueron intervenidos
p o r la Federación, lim itando los m árgenes de u tilid ad de los interm ediarios, cla­
sificando y certificando calidades, estableciendo alm acenes de depósito, fijando
precios y fe d era n d o cultivadores, surgieron estru ctu ras políticas inform ales que
d esp laz aro n o co m p lem entaron al fondero, según el lu g ar o el m om ento.
En 1940, la Federación sufrió un cam bio radical con el F ondo N acional del
Café, cread o en desarro llo del P rim er Pacto Interam ericano de C uotas. El Pacto
obligó a los países p ro d uctores a retener una p arte de la cosecha para red u cir
las ca n tid a d es exp o rtad as. El F ondo se estableció com o cuenta pública, alim en ­
tad a con dos im p u esto s cafeteros, con el objetivo de financiar la com pra de to d a
la cosecha nacional y los inventarios; su adm inistración q u ed ó en m anos d e la
Federación. M an ejan d o esta cuenta controló, prim eram ente, la com ercialización
del g ran o en el país y m onopolizó las exportaciones. En seg u n d o lugar, creó
un conjunto d e em p resas e instituciones ligadas al financiam iento y seguros; al
tran sp o rte in tern o y externo; al alm acenam iento del grano. La m ayoría de estas
em p resas e in stitu cio n es bancarias fueron establecidas en la década de los años
1950. A d em ás d e la creación del Banco C afetero, la Federación, en nom bre del
Fondo, refinanció la Caja de C rédito A grario y fue el principal socio de la Flota
M ercante G rancolom biana.
A ños d esp u é s la Federación se convirtió en la agencia que negoció y a d ­
m inistró a n o m b re del Estado los sucesivos pactos internacionales del café. De
hecho o b tu v o m o nopolios de inform ación y m onopolios com erciales frente a
los g ra n d es c o m p ra d o res m undiales. Pero adquirió, sobre todo, capacidad de
negociar con los gobiernos de tu rn o el precio interno del café, los im puestos,
las políticas d e crédito, m onetarias y cam biarías. D esde 1937 la en tid ad solo ha
tenido tres g eren tes q u e han visto desfilar unos 20 p residentes de la República y
m edio ce n te n ar d e m inistros de H acienda.
Si en la d écad a de los años 1930 la Federación había em p ezad o a desp lazar
a las g ra n d es to stad o ras norteam ericanas de los m ercados del país, el m anejo del
Fondo le p erm itió desalojar, al m enos por un tiem po, a todos los exportadores y
p u d o n egociar en m ejores condiciones con las m ultinacionales (General Foods o
Nestlé) que, d e sd e la década de los años 1950, controlan m un d ialm en te el m er­
cadeo, p ro cesam ien to y venta al consum idor.
El añ o l9 8 9 es el otro p arteag u as en la historia de la Federación. A quel año
m arcó el fin d e los pactos internacionales o, en otras palabras, el fin de la m an i­
pulación política d e los m ercados. El p rim er afectado fue el Fondo Nacional del

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392 M . \ k (. í ' P ai m k x - F k \\ k S a u g k d

Café, que fue acu m ulando un déficit cada vez m ás insostenible. El im pacto polí­
tico no tardó en sentirse. D esde 1989, la Federación viene debilitándose, au n q u e
co n tinúa d esarrollando sus servicios de investigación y difusión tecnológica y
estadística; de com pra y alm acenam iento de café pergam ino, y d e defensa eficaz
de los caficultores m orosos con la banca.
No hay d u d a del papel positivo que la Federación ha d esem p eñ ad o en
m uchos m unicipios cafeteros, principalm ente en el C inturón d e occidente, m e­
dian te la construcción de acueductos, escuelas y cam inos, d e d o n d e obtiene le­
gitim idad local y nacional. Pero recientem ente, en condiciones d e m ercado libre
y d e p érd id a de peso de las exportaciones cafeteras, recibe críticas de burocra­
tism o e ineficiencia.
Si el café dio energía a la m oderna econom ía colom biana, Estados U nidos
fue el cordón um bilical. El cuadro 12.2 señala cóm o el proceso d e d esplazam ien­
to d e la influencia europea por la norteam ericana coincidió con el com ienzo del
siglo XX y se acentuó d u ra n te las dos guerras m undiales. Sin em bargo, a m edia­
dos d e la década de los años 1960, cu an d o el café perdía influencia en la econo­
mía nacional, la balanza cafetera se inclinó nuevam ente hacia Europa.
Puesto que el patrón geográfico de im portaciones colom bianas no cam bió
al m ism o ritm o que el de las exportaciones de café, tal com o se ve en el cuadro
12.2, d e 1918 a 1940 fueron frecuentes las quejas de los diplom áticos norteam eri­
canos p o rq u e las im portaciones de m ercancías británicas se pag ab an con dólares
de las ventas del grano a los Estados Unidos.

Cuadro 12.2. M ercados del café colom biano, c.1863-1969.


(D istribución porcentual del valor de las exportaciones).

Q u in q u e n io s EE.UU. Europa O tros


1863-67 26 74 -

1873-77 40 60 -
1883-87 65 35 -
1893-97 44 56 -

1903-07 72 28 -
1915-19 91 7 2
1925-29 92 7 1
1935-39 77 19 4

1939-43 93 4 3

1944-48 92 3 5
1955-59 81 17 2
1965-69 47 49 4

Fuente: Palacios, Marco, El café en Colombia, 1850-1970. Una historia económica, social y política, Bogotá,
1979, p. 300.

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H is t o r ia d i. C o i o m b i a . í ’ a i s i t í a c m i \ i' .rx i, s < x t i - d a d d i \ t d i d a 393

C uadro 12.3. Principales índices socioeconómicos, 1900-1950.

ín d ic e s so c ia le s 1900 1910 1920 1930 1940 1950


P o b la ció n ’ 3.998 4.890 6.213 7.914 9.147 11.946

E speranza d e vida^ n.d. 31 32 34 38 49

A lfa b e tism o ’ 34% 39% 44% 52% 57% 62%

ín d ic e s e c o n ó m ic o s

E xp ortacion es d e café^ 49% 39% 62% 64% 62% 72%

PIB per cá p ita ’ 118 146 172 230 291 360

' En miles.
^ A ños al nacer.
’ Porcentaje de la población m ayor de 15 años.
* Exportaciones de café com o porcentaje de las exportaciones totales.
’ PIB per cápita: valores absolutos en dólares, a precios PPA (Parity Purchase Prices) de 1970.

Fuente: T horp, R osem ary, Progress, P overty and Exclusion. A n Economic H istory o f Latin America in the
20th C entury, Baltim ore, M arylan d , 1998, Statistical A p en d ix.

E1 crecim iento co n tinuo de la producción d e café es el fenóm eno m ás deci­


sivo de la historia económ ica colom biana del siglo xx {véase cu adro 12.3.) P uesto
q u e cum plió el papel de am p liar y diversificar la base pro d u ctiv a del país, su
participación en el PIB descendió del 16 por ciento en 1925-1935 al 10,3 por cien­
to en 1950-1952, y al 1,8 p o r ciento en 1991-1998. En el valor de las exportaciones
legales pasó del 70 p o r ciento en 1920-1925 al 80 p o r ciento a m ediados del siglo
y al 17 p o r ciento en 1990-1998.
A hora bien, el desarrollo de los tran sp o rtes en la prim era m itad del siglo
XX no se co m p ren d e sino d en tro de las posibilidades abiertas por el crecimiento de
la econom ía cafetera. Las zonas productivas se desp lazaro n hacia el occidente del
país y salieron p au sa d am en te de su encierro. La ap e rtu ra del C anal de P anam á
en 1914 fue definitiva para integrarlas al país y al m undo. Por su localización e n ­
tre las prom isorias tierras del café y el puerto de B uenaventura, Cali se convirtió
en el n o d o de los tran sp o rte s del occidente colom biano. Pero la ru ta por el río
M agdalena siguió co m p itien d o en la m edida en q u e el café alim entaba los circui­
tos com erciales y se am p liaba la red ferroviaria por el occidente. Así se tendió un
cable aéreo en tre M anizales y M ariquita para q u e los cafés de las pródigas tierras
caldenses se em b arcaran p o r La D orada hacia B arranquilla.
En 1931, por p rim era vez desde la época d e los liberales radicales del siglo
XIX, la p rio rid ad oficial pasó del ferrocarril a las carreteras. D urante cada uno de
los veinte años sig uientes se construyeron 850 kilóm etros de carretera conform e
a un d iseñ o nacional d e troncales. A m ediados del siglo xx, una red vial de 21.000
kilóm etros integraba u n poco m ejor las econom ías regionales del país. En 1950 el
plan av anzaba, pese a qu e resurgieron las presiones regionalistas. Los pequeños
cam iones de m enos d e dos toneladas y, d esp u és de la S egunda G uerra M u n ­

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394 M a r c o I’ \ i A o io b - F k a n k S a u c 'R o

dial, los jeeps y m ás cam iones de m ayor tonelaje fueron decisivos en m ovilizar
el p ro d u cto de las fincas a las trilladoras y, en rutas p aralelas a los ferrocarriles,
hacia los puertos. Pese a estos desarrollos, la infraestructura d e transportes te­
rrestres estaba desbalanceada. La den sid ad de tráfico era relativam ente alta en
la región d o m in ada por Bogotá y en m ucho m enor grad o en las de M edellín y
Cali, frente a las dem ás. A unque las carreteras habían g an a d o el predom inio, el
p arq u e au tom otor era m uy reducido, los fletes caros, y los itinerarios, inseguros
d eb id o en parte a la precariedad de la red som etida a las inclem encias del clima,
la inestabilidad geológica y la corrupción de los contratistas d e obras públicas.
Algo qu e los colom bianos com enzaron a en tender m ejor escuchando las tran s­
m isiones radiales de la V uelta a C olom bia en bicicleta, m uy p o p u lar desde la
p rim era que se corrió en 1951.
H asta m ediados de la década de los años 1930, el río M agdalena fue el
principal m edio de transporte de café, y B arranquilla, el p rim er p u erto de expor­
tación, hasta que fue desplazada definitivam ente por B uenaventura. En la déca­
da de los años 1940, las carreteras habían d esbordado al ferrocarril, cuyo equipo
ro d a n te era obsoleto y los costos laborales dem asiado altos. En consecuencia, a
m ed iad o s del siglo xx, el com plejo ferrocarriles-río M agdalena perdió la prem i­
nencia histórica ante el em puje del transporte autom otor. Si p o r entonces cada
u n o d e estos m edios (carreteras, río, ferrocarriles) tran sp o rtab a un poco m ás de
u n tercio de la carga, en 1990 la proporción fue del 80 p o r ciento p o r carretera y
3 p o r ciento por ferrocarril.
Una p rueba de que el café diversificaba la econom ía nacional se encuentra
en el avance de la aviación com ercial que, evidentem ente, no transportaba el
grano. En 1950 la aviación, d esarrollada inicialm ente p o r los alem anes, acarreó
150.000 mil toneladas de carga y 800.000 pasajeros. Se dijo q u e C olom bia había
saltad o de la m uía al avión.

T r es e t a p a s del café

La historia cafetera y de las instituciones económ icas ligadas a este p ro ­


d u cto p u ed e dividirse en tres etapas: (a) el ascenso, de 1910 a 1940; (b) el estanca­
m iento, de 1940 a 1975, y (c) la reactivación, después de 1975 hasta c. 1994. C ada
u n a ofrece rasgos peculiares que d ep en d en de las condiciones de la dem anda
m u n d ial, de la base social y técnica de la producción y de la geografía. Este capí­
tulo le presta m ás atención a la prim era de las tres fases.

A. m O -1 9 4 0 .
Colombia entró tarde al m ercado m undial. El establecim iento de la caficul­
tura, desde c. 1850, tom ó unos cincuenta años. El ascenso, 1910-1940, em pezó con
el aum ento de los precios internacionales después de la prolongada depresión
qu e había com enzado en 1896. En estas tres décadas, el q u án tu m de las exporta­

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H is ío k ia i.) i C o i o m p ia . P a ís i R A C A ii.M A r K i, n x 'i t o a d d i v id ii v a 395

ciones colom bianas creció a u n prom edio anual del 7,4 por ciento. En 1910-1915,
las exportaciones, cuyo volum en solo igualaba el de H aití de 1791, apenas llega­
ban al 3 p o r ciento de las m undiales; pero en 1994-1999 fueron el 13 por ciento. En
el decenio de los años 1920, Colom bia ya era el seg u n d o p roductor m undial y el
prim er p ro d u c to r de cafés suaves (milds). El p roducto era considerado el m otor
de la m o d ernización económ ica del país. Se vivía en la C olom bia cafetera.
La recu p eració n de precios en la década de los años 1910 no parecía g a ra n ­
tizar u n fu tu ro cafetero y el país seguiría buscando opciones. Así, p o r ejem plo,
con base en cierta m odernización de la g anadería (nuevas razas y pastos, m a­
nejo técnico d e los hatos), en la región de C artagena se m ontaron em presas para
ex p o rta r g a n a d o a Panam á y C uba, y azúcar, a P anam á y Estados U nidos. N o
resistiero n la com petencia de la ganadería de Texas y de los ingenios cubanos.
Q u ed ab a la p ro m esa bananera alred ed o r de la U nited F ruit Co., u f c o , que había
llegado a fines del siglo xix a la com arca de Santa M arta, y del oro en la región
antio q u eñ a. H acia 1910 el café representaba m enos del 5 p o r ciento del valor de
las expo rtacio n es an tioqueñas de oro; por esos años C aldas, d ep artam en to de
colonización reciente, se convirtió en u n im p o rtan te p ro d u c to r del metal. O tra
p ro m esa p ro v en ía del caucho am azónico.
La g an a d ería costeña term inó integrándose a los m ercados san tan d e rea­
nos y d e la reg ió n antioqueña, en la m edida en q u e despegó la caficultura y
au m en tó la d e m a n d a de carne. A la producción de banano concurrieron m uchos
em p resario s colom bianos, grandes, m edianos y chicos, pero el m onopolio de
com ercialización internacional qu ed ó en m anos de la u f c o . En resum en, se re­
q u iriero n vario s años de bonanza de precios para q u e el café fuese considerado
la m ejor opción em presarial.
Entre 1918 y 1929, la econom ía creció a uno de los ritm os m ás acelerados
de su historia. En esos años el p o d er de com pra de las exportaciones se q u in tu ­
plicó. En 1918 las inversiones norteam ericanas en C olom bia representaban alre­
d ed o r del u n o p o r ciento de las realizadas en A m érica Latina, y para 1929 habían
llegado al seis p o r ciento. A um ento considerable si se tiene en cuenta que en ese
lapso E stad o s U n idos triplicó sus inversiones en la región. La causa de este " re ­
nacim ien to colom biano" p u ed e atribuirse a la bonanza cafetera originada en los
esq u em as d e intervención del Brasil en el m ercado internacional. Se ha calcula­
do q u e sin esta intervención, el ingreso cafetero colom biano en 1920-1934 habría
sido u n 60 p o r ciento m enor de lo que en realidad fue.
La b o n an za cafetera, el ascenso sostenido de las exportaciones de banano
y el p ro m e te d o r d esp eg u e del petróleo, estos dos últim os enclaves norteam eri­
canos, así com o el pago de US$ 25 m illones d e la indem nización p o r P anam á,
atrajeron el in terés de los prestam istas de N ueva York. Si bien los especialistas
o to rg an un a fu n ció n determ inante al en d e u d am ien to externo y a la in d em n iza­
ción en el crecim iento económico de la década de los años 1920, debe recordarse
que los in g resos del café triplicaron la sum a total de los préstam os y la in d em n i­

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396 \I xkcg P a i AtT«,>5 - f - K W K S a m á 'R O

zación y explican, p or lo m enos en esa proporción, el d in am ism o de las im p o rta­


ciones y la expansión del crédito bancario.
La inflación del decenio de los años 1920 politizó el d eb ate sobre líneas
partidistas. Al acuñar el térm ino "d an za de los m illones", los críticos del go­
bierno consideraron que los dólares del en d eu d am ien to público eran los únicos
que estaban dan zan do. La crítica encubría la p ugna de distintos intereses econó­
micos y regionales por controlar u n Estado chico pero boyante. H asta 1925, las
expectativas del país giraron alrededor de la indem nización de Panam á. Pero de
1926 al prim er sem estre de 1928 el valor de los em préstitos públicos contratados
llegó a unos US$ 180 m illones, de un total de US$ 214 m illones q u e ingresaron en
la década. De estos, el Estado central captó un 27 por ciento, porcentaje bajo en
Am érica Latina. A ntioquia, C aldas y la ciudad de M edellín, el corazón de la eco­
nom ía cafetera, obtuvieron el 70 por ciento de la d eu d a d e los departam entos,
m unicipios y bancos. Los ferrocarriles, las canalizaciones en los ríos, principal­
m ente del M agdalena, las m ejoras en los puertos de B uenaventura, B arranquilla
y C artagena, captaron cerca de la m itad del valor de los préstam os. S um ados a
los recursos propios del p resu p u esto nacional, la inversión pública en infraes­
tru ctu ra de 1922 a 1930 alcanzó unos US$ 200 millones.
La G ran D epresión em pezó a sentirse en Colom bia d u ra n te el seg u n d o se­
m estre de 1928. El prim er síntom a grave fue el cam bio de dirección de los flujos
de capital externo; en lugar de ingresar al país, los capitales em p ezaro n a salir. El
segundo fue la caída de los precios internacionales del café. En consecuencia se
desplom aron las reservas internacionales, lo que a su vez pro d u jo una contrac­
ción m onetaria y fiscal, desem pleo y una ag u d a deflación en tre 1930 y 1932. Sin
em bargo, los peores efectos de la D epresión se habían su p erad o en 1933.
Entre las causas externas de la recuperación hay que co n tar prim ero que
todo con que Brasil destruyera 78,2 m illones de sacos de café en tre 1931 y 1940
(un equivalente de dos años de cosecha m undial). O tro factor que ay u d ó a la
recuperación fue el inesperado au m ento de la d em an d a m u n d ial d e oro y la
escalada del precio del m etal. De rep resen tar un 3 por ciento en el valor total de
las exportaciones colom bianas en 1925-1929, el oro ascendió al 12 por ciento en
1930-1938.
M encionem os tres condiciones internas que aten u aro n los efectos de la
crisis: (a) la base cam pesina de la caficultura perm itió, prim ero, asum ir costos
bajos de la tierra y m ano de obra y, por ende, resp o n d er a la caída de precios
m ediante el increm ento de la producción; segundo, se p u d o tolerar una redis­
tribución del ingreso cafetero en beneficio del sector m ercantil y financiero, sin
crear graves conflictos sociales o políticos, (b) El bajo peso relativo de las ex­
portaciones en el pib (24 por ciento en 1925-1935). (c) Un conjunto de m edidas
m onetarias y cam biarías destinadas a enfrentar la contracción del crédito interno
y de los ingresos fiscales, tales com o el control de cam bios y la devaluación del
peso a raíz de la suspensión de la convertilidad de la libra esterlina p o r el Banco
de Inglaterra en 1931.

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H i s k t k i a d i. C o i o m b i a . P a b i r a ( . m i . m a i k ) , s tx 'ii d a d d i v i d i d a 397

Estas m ed id as, y otras m ás específicas de intervención cafetera, causaron


inestabilidad y b reves pánicos pero perm itieron reactivar la econom ía. La d e­
valuación del peso ay u d ó a los exportadores y protegió a los industriales. Sin
em bargo, en el m ed ian o plazo, la inflación acu m u lad a habría de erosionar el
arancel a d u a n ero d e 1931. A dem ás, en 1935 el gobierno debió firm ar un trata­
do com ercial con E stados U nidos que lim itaba los efectos del proteccionism o, a
cam bio de que el café no pagara im puestos d e im portación en el país del norte.
Los p ré sta m o s que obtuvo el gobierno del Banco de la R epública, que
desd e 1923 o p era com o u n banco central m od ern o , p erm itiero n reactivar la eco­
nom ía y el em pleo. P ero q uizás el elem ento que m ás contribuyó al éxito de este
conjunto d e p olíticas in tervencionistas fue el conflicto colom bo-peruano. C ono­
cida en Bogotá la noticia de la ocupación del p u e rto am azónico d e Leticia p o r
fuerzas p eru an as, el gobierno abrió u n "em p réstito patriótico". El p resid en te
O laya y su esp o sa d o n aro n sus argollas m atrim oniales excitando el fervor cí­
vico y el em p ré stito fue suscrito en u n día. El conflicto am azónico justificó el
increm ento del e n d e u d a m ie n to interno y del gasto público, m ilitar y de infraes­
tru ctu ra. A u m en tó el em pleo, cedió la agitación social y p artid ista y el ciclo
deflacionario llegó a su fin. Al finalizar 1933 eran ev id en tes los síntom as de
recu p eració n económ ica.
En esta p rim e ra etapa cam bió la distribución regional de la producción
cafetera. Al co m ien zo del siglo el cultivo del café estaba concentrado en los
S an tan d eres, C u n d in am arc a y Tolim a. AI publicarse el censo cafetero de 1932,
A ntioquia, C aldas y el Valle del C auca estaban fo rm an d o el llam ado cin tu ró n
cafetero del país. U n a franja q u e se extiende d esd e el su ro este an tio q u eñ o hasta
el n o rte del Valle d el Cauca. D ilatada zona de tierras de ladera de clim a tem ­
plado, d e origen volcánico y agua ab u n d an te. T ierras vírgenes d esm o n tad a s
p rin cip alm en te p o r las avalanchas colonizadoras de an tio q u eñ o s y caucanos.
Según el censo de 1932, unas tres cuartas p artes d e la cosecha nacional
pro v en ían de 146.000 fincas cam pesinas, aquellas q u e tenían m enos de 20.000
cafetos, el 98 p o r ciento de todas las un id ad es productivas. Encuestas y estudios
realizados en 1955 y 1956 m ostraron lo poco q u e había cam biado esta d istri­
bución. A hora bien, al considerar el n ú m ero de cafetos (1932) o la superficie
sem b rad a en café (1955-1956), p u ed e deducirse q u e el 40 p o r ciento de los cafi­
cultores no p o d ían d eriv a r su ingreso principal del producto. O bien el grano era
secu n d ario frente a otras cosechas de la parcela, o el sustento fam iliar dep en d ía
del trabajo tem p o ral en otras fincas. Pero las cifras censales se explotaron polí­
ticam ente: el país estaba bendecido por una vasta clase m edia rural sui gèneris;
la dem ocracia co lo m b iana tenía u n a base social estable y la econom ía un futuro
p rom etedor.
De una en cu esta realizada p o r la Federación a m ed iad o s de la década de
los años 1930 en C ald as y A ntioquia, los d ep a rtam en to s paradigm áticos de la
clase m edia cafetera, el conocido estudio m onográfico d e A ntonio G arcía con­

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3 98 M arco P a i a c io s - F k a n k S a f r ir d

cluyó que "u n a fam ilia prom edio de siete p erso n as vive y d u e rm e en la m ism a
habitación; carece de agua el 50 por ciento de los casos y d e ag u a corriente el 100
p o r ciento; no tiene letrina el 97 por ciento y en el 3 p o r ciento re sta n te no es hi­
giénica; no cultiva hortalizas el 93 por ciento y ap en as se m an tien e de una exten­
sión p rom edio de 8 fanegadas (5,12 hectáreas)". El exam en concluyó que "la ru ta
de las enferm edades tropicales es la ru ta del café y la del p eq u e ñ o cu ltiv ad o r sin
recursos económicos. La anem ia y el p alu d ism o , com o las endem ias, tienen el
m arco de la geografía cafetera". No era d e m u cho consuelo sab er q u e era peor
la situación m édica y sanitaria de las fam ilias de arren d a ta rio s d e las haciendas
cafeteras de C undinam arca, H uila, Tolim a y el n o rte del Valle del Cauca.

B. Segunda etapa, 1940-1975.

En 1940 em pezó la etapa de estancam iento de las exportaciones de café,


con la fuerte caída de precios a raíz del cierre d e los m ercados europeos. T erm i­
nó unos 35 años después, en la seg u n d a m itad d e la d écada d e los años 1970,
con la bonanza de precios de esos años. En este lapso el q u á n tu m de las ex p o rta­
ciones apenas creció a u n prom edio an u al del 1,6 por ciento. Las exportaciones
se reactivaron desde 1975, com enzando u n a n u ev a etapa, con u n a tasa de creci­
m iento anual de 4,4 por ciento. Pero en los últim os cinco años del siglo xx parece
em p ezar un nuevo periodo de estancam iento.
La desaceleración del q u án tu m d e las exportaciones d esp u é s d e 1940 fue
com pensada p o r la extraordinaria alza d e precios del grano en la seg u n d a p o s­
guerra, que llegó a su pico en 1953-1954. Esta bo n an za de precios dio piso a las
políticas industriales proteccionistas. La fase de 1940 a 1975 estu v o d eterm in ad a
p o r cuatro factores: (a) la violencia en el cin tu ró n cafetero (1954-1964); (b) las
fluctuaciones de los precios internacionales en uno d e los pocos periodos de
m ercado libre o sem irregulado del siglo (1948-1963); (c) la em ergencia de los
p roductores africanos com o com petidores principales, p articu larm en te en los
m ercados europeos; y (d) los program as d e restricción de la oferta en el m arco
de los acuerdos internacionales.
La violencia repercutió en el m an ten im ien to de los cafetales. Los arbustos
envejecían, d ism in uyendo la p ro d u c tiv id ad física; no se h abían hecho replantes
y, en general, la técnica no era com petitiva en el n u ev o en to rn o m undial. La
ideología cafetera dom inante, co n stru id a p o r la Federación sobre el censo de
1932, había exaltado al pequeño cu ltiv ad o r y el cin tu ró n cafetero se había p in ­
tado con los colores de la dem ocracia rural, d e la ten acid ad y la capacidad de
sobrevivir en condiciones adversas en el m ercado internacional. La clave residía
en una su p u esta distribución igualitaria d e la tierra y en el sistem a de cultivos
intercalados con el café. Al lado de sus cafetos, el peq u eñ o p ro p ietario producía
alim entos básicos de la dieta. Lo que p asaba en esta m icroescala parecía verifi­
carse en un a escala m ayor. El prototipo sería C aldas, el principal d ep artam en to
p ro d u cto r de café, que exhibía una ag ricu ltu ra diversificada y u n a ganadería
próspera, puesto que la carne form aba p arte im p o rtan te de la dieta regional.

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H i s t o r i a d i. C o l o m b i a . P a í s i r a c m f . n i a f k ) , s tx ii d a d o i\ td id a 399

M apa 12.1. Zonas de cultivo del café.

Fuente: Federación N acional de C afeteros.

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400 M a r c o P a i a c k >> - [ - r a n k S a u o r o

U na encuesta realizada a m ediados de la década d e los años 1950 em pezó


a m o strar las faltas del pequeño caficultor. Entonces se d escubrió que la finca
cam pesina era de baja p ro d u ctiv id ad y que las p ropiedades estab an frag m en tán ­
dose en u n id ad es poco viables. Cayó el velo. El héroe fue co n v ertid o en villano.
El n u ev o prototipo ideal fue el cultivador capaz de ro m p er ru tin as y de asum ir
los riesgos del cam bio tecnológico req u erid o para com petir en el m u n d o . Al lado
de esto debía saber ad m in istrar eficientem ente la finca y ser b u en cliente del
Banco Cafetero, creado en 1953. La nueva ideología encontró ap o y o años des­
pués en la política de contención de la oferta m undial, d en tro d e los A cuerdos
Internacionales del Café. Esta ideología justificó el ascenso de u n n uevo em ­
presario, d ecididam ente capitalista, y el desplazam iento de m uchos pequeños
propietarios, que se convirtieron en jornaleros. Es posible, con todo, que m uchos
de estos nuevos em presarios, especialm ente en la región del Q uindío, hubieran
d ad o sus prim eros pasos cafeteros en la redistribución de tierras y cosechas de
la época de la Violencia.

c. Tercera etapa, 1975-C.1994.


Esta etapa, que verem os con m ás detalle en el capítulo siguiente, dism i­
nuy ó la participación del café en el pib y en las exportaciones y dism in u y ó la
contribución del cinturón cafetero a la cosecha nacional. La Federación dirigió
entonces un proceso de transición hacia variedades botánicas d e alta p ro d u c ti­
vidad (kilogram os por hectárea) y m ayor escala de operaciones, las cuales, a la
postre, resultaron ser de altos costos.

L a SELVA E N C A N T A D A

Si la Colom bia cafetera era el centro del país, ¿qué había o cu rrid o en las
periferias? Al com enzar el siglo xx m iles de colom bianos abrían m onte. Es la
historia de los saqueos de m aderas preciosas en el Chocó y U rabá, o de la cace­
ría ilegal de garzas en los llanos del A rauca, estim ulada p o r la d em an d a de las
casas eu ropeas de alta costura. Pero fue la d em anda de caucho para la industria
autom ovilística la que puso a la A m azonia en el m apam undi. C om o enseñó José
Eustasio Rivera en La vorágine (1924), violencia y vida de frontera eran co nsus­
tanciales. Y en m ás de m edia geografía colom biana la gente bregaba p o r salir
ad elan te en una sociedad de frontera sobre la cual el E stado tenía poco conoci­
m iento y aún m enos control.
Tal es el caso de las extensas regiones de la O rin o q u ia y la A m azonia.
En la p rim era estaban la m ayoría de los 2.220 kilóm etros de fro n tera colom bo-
venezolana, aco rd ada en 1891. En la A m azonia q u ed ab an p en d ien te s los lím i­
tes internacionales con Brasil, Perú y E cuador. Por aquellos años em pujaba la
ola colonizadora hacia los Llanos O rientales, siendo cada vez m ás frecuente la
violencia de los "blancos" sobre los indígenas y el establecim iento d e sistem as

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I IlS IO K IA or: C.’o i o m r i a . P a í s i k a c m s m a t k ) , s i x i i o a d d i v i o i p a 4Ü1

anacrónicos de explotación de los em presarios sobre los cam pesinos in m ig ran ­


tes y llaneros pobres.
En la fro n tera con V enezuela se suscitaban p erm anentes conflictos. P asa­
do el lau d o arbitral de 1891, q u ed a ro n poblaciones de m ayoría venezolana en te­
rritorios asig n ad o s a Colom bia; incluso, se denunciaba la existencia de un tráfico
de in d íg en as de La G uajira colom biana esclavizados, según se decía, por o rg a­
nizaciones d e co n trab an distas venezolanos. Sucesivos gobiernos del país vecino
proh ib iero n tran sp o rta r el café san tan d erean o hacia el lago de M aracaibo p o r el
río Zulia, o b lo q u earo n el río O rinoco al com ercio de los llaneros de Colom bia. A
todo lo cual se su m ab a la inestabilidad creada p o r los opositores políticos de uno
u otro gobierno que, no m ás pasan d o la línea fronteriza, encontraban refugio y
apoyos.
El d ictad o r venezolano Juan Vicente G óm ez (1908-1935) calculó bien sus
opciones con u n doble fin: m antener buenas relaciones con los gobiernos de C o­
lom bia y ex ten d er la p o testad d e facto del Estado venezolano sobre los am plios
territorios q u e h ab ían q u ed a d o del lado colom biano. Por ejem plo, m anipuló h á ­
bilm ente a T om ás Funes, sanguinario caudillo que, en tre 1913 y 1921, estable­
ció en el alto O rinoco un im perio basado en el caucho y el terror. D esde San
F ernando d e A tapabo, Funes aseguraba el dom inio territorial de extensas zonas
del llano colom biano, forzando al gobierno de Bogotá a crear la C om isaría del
Vichada. Su ap a ren te carácter de jefe rebelde debilitó la posición colom biana,
que no p o d ía resp o n sab ilizar al gobierno de C aracas p o r las acciones de este.
El caucho colocó a la A m azonia, principalm ente la brasileña, en el centro
de interés d e gobiernos y grandes em presas internacionales. La im portancia d e
los territo rio s colom bianos del P utum ayo y C aquetá era secundaria y radicaba
en la población indígena, potencial m ano de obra barata, p uesto que la calidad
del p ro d u c to y el relativo aislam iento de los siringales no perm itía com petir con
los brasileños. C on la perspectiva del caucho el frente colonizador se desplazó
hasta los caseríos ribereños de ríos tributarios del C aquetá y del P utum ayo. La
situación dio un vuelco a principios del siglo con la en trad a en escena del p e ru a ­
no Julio C ésar A rana, quien en 1910 y sobre la base de sus estaciones caucheras
en C olom bia ya era uno d e los principales pro d u cto res suram ericanos. En Iqui-
tos, la capital de la provincia p eru an a de Loreto, A rana erigió una base de p o d e r
d esd e la q u e retó las pretensiones de soberanía colom biana en el P utum ayo. Este
personaje d esem p eñ ó un papel central en las relaciones colom bo-peruanas en tre
1906 y 1935.
Los sistem as de trabajo y coerción del P utum ayo asem ejaban los del Vi­
chad a de Funes, descritos por Rivera en su novela. La obra relata el ab andono
gu b ern am en tal d e estas regiones; la corrupción de los políticos; las vicisitudes
del cau ch ero m achista e individualista, que trata en vano de com petir con el m o ­
nopolio; la espiral d e una violencia que acecha en cada resquicio de las precarias
relaciones sociales y la h ostilidad m ágica, o m nipresente y antropom òrfica d e la

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4(12 M . \ k c ;o P a l a c h - N - F k a n k S a k f 'g u o

selva. Una óptica rom ántica deja en los lectores la idea de una selva encantada
y sobrenatural.
En 1906, Colom bia y Perú establecieron un modus vivendi en el P utum ayo,
hasta el arreglo definitivo de lím ites internacionales. Los p eru an o s retiraron sus
tro p as de la zona, los colom bianos aceptaron las operaciones de A rana y am bos
se com prom etieron a g arantizar una abierta com petencia d e los caucheros de las
do s nacionalidades. El tem a se en redó unos años p o rq u e E cuador tam bién recla­
m aba derechos sobre el P utum ayo, au n q u e en 1916 se firm ó el tratad o colom bo-
ecu atoriano de límites.
En 1907, Colom bia y Brasil convinieron lím ites y C olom bia aseguró otro
m odus vivendi para la navegación p o r el bajo P utum ayo hasta su d esem bocadu­
ra en San A ntonio de Iqa. Ese año la prensa peru an a responsabilizó a la Casa
A rana del genocidio de indígenas huitoto del P utum ayo. Estas y otras d e n u n ­
cias obligaron al gobierno británico a investigar las operaciones de esta em presa
reg istrad a en Londres, y en la que participaban capitalistas del Reino. La investi­
gación fue encom enda(ia al cónsul en Río de Janeiro, R oger C asem ent, m u n d ial­
m ente fam oso por sus inform es sobre las em presas caucheras del C ongo Belga.
En junio de 1912, Pío X condenó a la Casa A rana. S im ultáneam ente fue publica­
d o el inform e de C asem ent. Describía el proceso de conquista del territorio y de
som etim iento de la población indígena; los sistem as de trabajo y las form as de
reclutam iento de capataces peruanos, colom bianos y negros de la posesión colo­
nial británica de Barbados. D enunciaba una com binación de esclavitud, peonaje
p o r d eu d a s y explotación sexual de las m ujeres. El desarrollo del caucho había
d iezm ad o a la población w uitoto, a cargo de los m isioneros capuchinos quienes
se desen ten d iero n del P utum ayo y se q u ed aran en el fértil y apacible valle de Si-
b u n d o y , cerca de Pasto, d o n d e im pusieron a los indígenas un Estado teocrático.
La Casa A rana aguantó la encíclica, las investigaciones británicas y los
procesos penales que le adelantaron los tribunales de Iquitos. Se convirtió en el
estan d a rte de los em presarios y aventureros de la provincia p eru an a de Loreto,
q u e habían consolidado en el P utum ayo sus intereses económ icos, desplazando
a los colom bianos m ediante em presas de navegación, control de los frentes de
colonización y el dom inio del com ercio fronterizo. Para el gobierno de Lima, la
em p resa era una prueba de la posesión p eruana del P utum ayo. D urante aque­
llos años patrullas m ilitares de ese país solían incursionar por el C aquetá hasta
el caserío de Florencia. La incom unicación del centro d e Colom bia con estas re­
giones era casi total, a diferencia del fácil acceso desde Iquitos.
Las relaciones colom bo-peruanas fueron m alas en todo este periodo. En
1911 el G obierno colom biano se vio obligado a reconocer que un contingente co­
lom biano de 70 soldados, acantonado sobre el río C aquetá, en la C horrera, cerca
d e la frontera con Perú, había sufrido una derrota a m anos d e una fuerza m ayor
d e tro p as de aquel país. D etrás de la operación peru an a estaba A rana, cada vez
m ás influyente en la política de Iquitos y quien ya contaba con poderosos am igos
en el S enado peruano y en el gabinete de Lima.

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H l S ' I O R f A DK C ,'O f O M B I A . P . A N I R . \ C M I . . \ r A rK ) , S 1. X.TI D A D O A T Í T I P A 403

D esp u és de 1915 se abatieron los precios internacionales del caucho, preci­


sam ente c u a n d o em pezaba a sentirse la presencia de colonizadores colom bianos
en el P u tu m ay o , que sería m ás visible pasada la Prim era G uerra M undial. T er­
m inó entonces para A rana y los caucheros del A m azonas la época de las vacas
gordas. La alta p ro d u ctiv id ad de las plantaciones de M alasia y C eilán los sacó
del m ercado. Sim ultáneam ente, la pujante in d u stria autom otriz norteam ericana
necesitaba d esarro llar fuentes alternativas de producción de caucho para libe­
rarse del m onopolio de las em presas británicas. Las Filipinas y la A m azonia
ad q u iriero n valor estratégico para Estados U nidos. En 1922 se firm ó el trata d o
colom bo-peruano, q ue dejó a la Casa A rana en territorio colom biano. C olom bia
aseguró, adem ás, un frente navegable de 115 kilóm etros en el río A m azonas, la
base d e su trapecio y el sím bolo de su estatus de país am azónico. El tratad o de
1922 fue ratificado en el C ongreso peru an o solo en 1928, debido a la oposición
de A rana y los loretanos. R atificado, A rana trató d e vaciar d e in d íg en as el
P u tu m a y o , fo rzan d o un éxodo m asivo hacia el Perú.
En 1924, d esp u és de so n d ear el am biente de los inversionistas en Estados
U nidos, A rana se fortaleció en el P utum ayo llevando un buen contingente de
caucheros peru an o s. La "invasión" provocó airadas protestas callejeras en Bo­
gotá y M edellín. En 1925, el D epartam ento de C om ercio de los Estados U nidos
con ceptuó positiv am en te acerca del potencial cauchero del P utum ayo, siem pre
y cu a n d o se co n stru y ese un ferrocarril hacia el Pacífico.
A rana y las elites de Loreto no se dieron p o r vencidos y quisieron recu ­
p erar el P utum ayo. En la m a d ru g a d a del 1 d e septiem bre de 1932 patrocina­
ron u n g ru p o a rm a d o de policías y civiles peru an o s que, sin d isp arar un solo
tiro, co p aro n la guarnición colom biana de Leticia. El desconcertado gobierno de
Sánchez C erro, q u ien en 1930 había dad o golpe de Estado al presidente Leguía
(el "v en d ep a tria s del P u tum ayo"), reconoció la "junta patriótica" establecida en
Leticia. C om enzaba el conflicto colom bo-peruano, que term inó m ilitarm ente en
1933 y d ip lo m áticam en te en 1935, cuando, en lo fundam ental, se ratificó el tra ­
tado de 1922.

L a est r el l a po l a r

A ceptado el fa it accompli de la separación de Panam á, las elites políticas


tuvieron q ue ex am in ar sus consecuencias internacionales y nacionales y la cre­
ciente im po rtan cia del nexo com ercial que m antenía el país con el "C oloso del
N orte", com o em p ezó a llam arse a la potencia norteam ericana. El colom biano
José M aría V argas Vila, a la sazón quizás el escritor latinoam ericano m ás leí­
do en H ispan o am érica, España y Brasil, resum ió el sentim iento antiim perialista
dicien d o qu e los Estados U nidos eran "el N orte revuelto y brutal que nos d e s­
precia". T raslucía un estado de ánim o generalizado pero difuso. Los intereses
com erciales en C olom bia y Estados U nidos d em an d a b an u n arreglo d ip lo m á­
tico a la cuestión de P anam á. Sin em bargo, desde la separación del istm o hasta

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40 4 \ l . \ K i I : I ’ \ i -\> H “ - 1 h -; a \ k S \ K ( - >Kn

LAS IN TRIG A S DE PANAM Á Y EL PETRÓLEO

"La actitud de Colombia bacia los Estados Unidos de América sigue dom inada por
la cuestión del tratado del 6 de abril de 1914, pendiente de ratificación. En los últimos
años, de tiem po en tiem po, llegan noticias según las cuales el Senado norteamericano
está a punto de considerar el asunto, y de los argum entos a favor que eventualm ente
defenderían en sus discursos ciertos senadores que apoyan la posición colombiana.
Todo lo cual aum enta las esperanzas de los más optimistas.
"Sin em bargo, algo ocurre invariablem ente para suspender la discusión. El factor más
serio ha sido últim am ente la aprobación de una ley de petróleos en la legislatura de
1919, que los intereses norteam ericanos consideraron confiscatoria y dañina. Esta le­
gislación fue aprobada en el m om ento m enos oportuno. Precisamente cuando las pro­
babilidades de alcanzar u n resultado satisfactorio en la cuestión de Panam á parecían
más promisorias que nunca antes. Las negociaciones fueron suspendidas de inmediato
y aunque la ley fue m odificada después, en el Senado norteam ericano se propusieron
salvaguardias y modificaciones adicionales, inaceptables para Colombia. El asunto del
tratado fue discutido recientemente en W ashington, pero está claro que no hay ninguna
posibilidad de avanzar hasta que el nuevo presidente asuma.
"Se supone que entre las nuevas condiciones, Colombia deberá garantizar una opción
para la construcción de un canal interoceánico por el Atrato y el arriendo indefinido
de las Islas de San A ndrés y Providencia.
"El m inistro norteam ericano salió 'en licencia' para Estados Unidos pero, al parecer,
no regresará a Colombia. Su posición ha sido difícil e ingrata, m áxime en cuanto creyó
que durante su periodo se arreglarían los asuntos pendientes; lo que ha tenido lugar
es una prórroga tras otra y él ha sufrido la mortificación de leer casi a diario ataques
de prensa al gobierno norteam ericano.
"Sobra decir que el idealismo de los discursos del presidente Wilson sobre la protección
de los derechos de las naciones débiles contrasta con la situación de Colombia, que ha
buscado en vano com pensación por la separación de Panamá. Las palabras del presi­
dente Rooselvelt, 'M e tom é a Panam á', son m uy citadas aquí, así como se exageran los
alcances de los discursos del senador Thomas y de otros que hablan abiertam ente del
daño infligido a Colombia y de la necesidad de repararlo.
"Parece apenas obvio afirm ar que el fracaso de la negociación del tratado es una de las
prim eras causas del atraso de Colombia. El país necesita con urgencia capital extranjero
para desarrollar sus com unicaciones y recursos naturales, pero las negociaciones con
los capitalistas norteam ericanos fracasan irrem ediablem ente a causa de la violenta
oposición del pueblo. La industria petrolera, de la cual pueden esperarse cuantiosos
ingresos, perm anece subdesarrollada y, a pesar de una legislación idónea, el gobierno

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H i s t o r i a d f: C o i o m b ia . 1 ’ a i s i r , \ c m i ; .m a i x ) , s t c i i o A D d i v i d i d a 4 0 5

no ha autorizado hasta el momento una sola adjudicación de campos para explotación.


No cabe duda alguna que Estados Unidos inspira tal miedo al gobierno colombiano,
que las propuestas británicas para operar en gran escala han sido postergadas inde­
finidamente perdiéndose la oportunidad de percibir ingresos adicionales de alguna
magnitud y de obtener un empréstito sustancial".

Fuente: Public Record Office, Londres, F oreign O ffice, D o c u m e n to A 2 3 6 9 /2 3 6 9 /1 1 , o r ig in a d o en


Bogotá el 6 d e febrero d e 1921, p. 5.

el tratad o final en 1922 tuvieron q u e p asa r veinte años carg ad o s d e intrigas y


conspiraciones.
Políticos y em presarios, d esd e Bogotá o d e sd e las provincias, m ed ra b an
en torno a las negociaciones del tratado. Dos presid en tes, Rafael Reyes en 1909,
y M arco Fidel S uárez en 1921, cayeron en m edio de escándalos con ese trasfon­
do. El asu n to se red u cía al tam añ o y al re p arto regional d e la indem nización
norteam ericana. El resu ltado fue q u e se rep artió m ás d e lo q u e se iba a recibir.
T am bién a b u n d a ro n las in trig as e n tre e m p re sa s m u ltin ac io n ales y d i­
p lom ático s d e G ran B retaña y E stados U n id o s so b re las concesiones y leyes
petro leras. A d iferen cia del b an an o , el g o b iern o d e E stad o s U n id o s co n sid eró
el p etró leo com o u n asu n to estratégico. En este sen tid o h u b o u n a e v id en te
p resió n d ip lo m ática que, m an ip u lan d o el arreglo de P anam á, n eu tralizó los
apetitos británicos.
El petróleo colom biano q u ed ó en m anos d e m ultin acio n ales n o rteam eri­
canas que, bajo los esq u em as d e libre em presa, d eb ilitaro n las tendencias estatis-
tas y nacionalistas. Sus objetivos se facilitaron p o rq u e a m ed id a q u e av an zab a la
décad a d e los años 1920 fue haciéndose m ás e v id en te lo m o d esto d e la riqueza
petrolera de C olom bia co m p arad a con V enezuela. En la d écad a d e los años 1930
se d escu b riero n en o rm es yacim ientos en el M edio O riente, lo cual debilitó aú n
m ás la cap acid ad de regateo d e los gobiernos colom bianos. La creación de la
E m presa C olom biana d e Petróleos, e c o p e t r o l , u n a vez q u e en 1951 revirtiera al
E stado un a de las g ra n d es concesiones, no am en azó los intereses n o rteam erica­
nos. M ás bien alim en tó conflictos en el seno d e las elites colom bianas, d ad o el
interés d e los cap italistas antioqueños p o r ex p lo tar la concesión.
Las tensiones en tre la representación colectiva d e u n a agresiva potencia
im perialista y la d o ctrin a de la "estrella p o lar" del p re sid e n te M arco Fidel S uá­
rez (1918-1921), q u e reconocía la hegem onía n o rteam erican a en el hem isferio,
reaparecieron con frecuencia. A u n q u e los tem as d e P anam á, del petróleo, del
café y d e los b an an o s se teñían d e antiim perialism o, siem p re term in ab an en re­
d án d o se con las m aqu in aciones d e la conveniencia recíproca. "La estrella polar"
p rod u jo un a luz m ás benigna con los desem bolsos d e la in d em n izació n de P an a­
m á (1922-1926) y con el flujo de p réstam o s e inversiones directas. La retórica del

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"b u en vecino" del presidente F.D. Roosevelt entre 1933 y 1947 ap u n taló la nueva
am istad, de suerte que al com enzar la G uerra Fría las elites políticas y em p re­
sariales colom bianas ya habían aceptado plenam ente la relación asim étrica: en
térm inos de com ercio e inversiones E stados U nidos era esencial para Colom bia,
a u n q u e C olom bia fuese m arginal para Estados Unidos.
En m edio de am bigüedades fueron debilitándose los sentim ientos an ti­
norteam ericanos. En la década de los años 1940, M anuel Mejía, el gerente de la
fortalecida Federación de C afeteros, em pezó a ser llam ado ad m irativam ente M r.
Coffee. Em pero, las resistencias del gobierno de T rum an an te la recién creada
Flota M ercante G rancolom biana en 1947 provocaron ru id o sas m anifestaciones
antinorteam ericanas en M edellín, apoyadas por los em presarios. D espués de esa
fecha, el antiim perialism o quedó en m anos de la izquierda liberal y com unista,
y d e la derecha ad m irad o ra de Franco, que m uy pro n to habría de rectificar p ro ­
tegiéndose bajo el alero de la G uerra Fría.

EL PRESIDENTE SUÁREZ Y LA INDEM NIZACIÓN POR PANAMÁ

Buga, 28 de febrero de 1920.


Lecolombia.
Washington.

Este cablegrama debe descifrarlo D. Urueta.


Temiendo que cada día se dism inuyan probabilidades aprobación Tratado, pienso que
a Colombia le convendría tal vez negociar directamente con Panam á límites, deuda y
relaciones. Así satisfaríanse grandes necesidades, aunque se olvidaran los 25 millones,
equivalente hoy a mucho menos en otro tiempo. Creo difícil lo de límites dado el pro­
tectorado de Estados Unidos en Panamá, y las tendencias de los panam eños a venir
al Atrato. También creo difícil que los Estados Unidos perm itieran a los panameños
obrar independientemente. Pero si se lograra que los panam eños reconocieran límites
y estipulaciones referentes a deuda y lo demás, nada im portaría dejar de pensar en
dinero y hasta quedaría mejor el honor nacional. Colombia entonces podría decir: Fui
despojada, insultada y burlada indefinidam ente y no quiero seguir en semejante ex­
pectativa. Esta conducta de absoluta prescindencia sería un acto decoroso y la sanción
tácita contra una de ias más grandes injusticias inferidas a una nación débil por una
nación prepotente e inicua. Piense en esto, que confío a usted solo, solo, solo.

MARCO FIDEL SUÁREZ

Fuente: A rchivo G eneral d e la N ación d e C olom bia, D o cu m en to s q u e hicieron u n p aís, B ogotá,


1997, pp. 267-268.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
H is- i o h i a i.)1 C o i o m h ia . P a ís i R A fA it .N i a ik ), s ^x t i -d a d d iv id iiv a 4Ü7

El an tiim perialism o de la izquierda no se originaba solam ente en las doc­


trinas, sino en la historia d e las luchas sociales del em ergente p roletariado m o­
d ern o d e los cam pos petroleros, los ferrocarriles, las em presas de navegación
fluvial y las plantaciones bananeras. La ausencia de leyes y de un ap arato de
justicia laboral p ara solucionar los inevitables conflictos, así com o la necesidad
qu e sin tiero n los gobiernos conservadores de estrechar la am istad con Estados
U nidos, llevaron con frecuencia a huelgas que term inaba rep rim ien d o el ejército.
Esta es la historia del "sindicalism o heroico" que, com o en casi toda A m érica
Latina, se desp leg ó de 1918 a c. 1928, y que en C olom bia alcanzó m ayor in ten ­
sid ad en tre 1925 y 1928. H istoria a la que están ligados los orígenes del P artido
C o m u n ista y q u e es notoria p o r el paso de efím eras organizaciones de an arq u is­
tas, lib rep en sad o res y revolucionarios de ocasión. Del otro lado, es evidente que
en estos años, m ucho antes de la G uerra Fría, la ideología anticom unista ganó
fuerza en la oficialidad del ejército.
U no de los hitos de esta historia es la m asacre de trabajadores bananeros
de la U nited F ruit, en Ciénaga. El 6 de octubre de 1928, la U nión Sindical de
T rabajadores del M agdalena, gu iad a por el P artid o Socialista R evolucionario,
p re cu rso r del P artid o C om unista, declaró la huelga y 25.000 afiliados dejaron de
cortar banano. El m ovim iento fue ap lastad o dos m eses después, en una serie de
m atan zas y asesinatos de huelguistas, fam iliares y sospechosos. El m ism o día
que estalló la huelga, el ad m in istrad o r norteam ericano se dirigió al p residente
de la R epública describiéndole una situación "ex trem ad am en te grave y p eligro­
sa". Este envió u n contingente del ejército encargado d e aten d e r "la situación de
o rd en público".
El 5 de diciem bre, en tre 2.000 y 4.000 huelguistas se congregaron en la es­
tación del ferrocarril de C iénaga, con la intención de m archar hacia Santa M arta.
El go b iern o d eclaró el E stado de sitio e im puso el toque de q u ed a en la región.
Las tro p as llegaron a C iénaga con órdenes de d isp ersar a los trabajadores. A la
una y m edia de la m ad ru g a d a del 6 d e diciem bre, "el co m an d an te civil y m ilitar"
leyó a los h u elg u istas congregados el decreto de E stado de sitio y la orden de
toque d e q u ed a y los conm inó a dispersarse en m inutos. Por respuesta obtuvo
vivas a C olom bia, a la huelga y al ejército colom biano. Lo q u e siguió fue un baño
de san g re, conocido com o "la m asacre de las bananeras".
En cu an to se conocieron los sucesos, el país se conm ovió, el p artid o de go­
bierno se d ividió m ás y au m en tó el desprestigio del presidente. D esde entonces
la m asacre pasó a o cu p ar uno de los lugares centrales en la m em oria colectiva
de los colom bianos. M em oria en transform ación, que olvida, reinventa, altera
el o rd e n de los d ato s y rein terp reta sus significados. M ás acusada en aquella
región y en la izquierda. En 1967, ai publicarse Cien años de soledad, la afam ada
novela d e G abriel G arcía M árquez, o riu n d o de A racataca, un pueblecito d e la
zona b an an era, la narración de la m asacre alcanzó ám bito m u n d ial y em brolló
la m em o ria colectiva.

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408 M \R c:o P a i ac k n - I- r a n k S a in iR n

En una entrevista al Canal 4 d e la televisión británica realizad a en 1991, el


au to r explicó el problem a que enfrentó al d escu b rir q u e no eran 3.000 los m u er­
tos de la m asacre. "Se hablaba de una m asacre. De u n a m asacre apocalíptica.
N ada es seguro, pero no p u ed en haber sido m uchos los m u erto s [...] Eso fue u n
problem a para m í [...] cuando descubrí q u e no se trató d e u n a m atan za espec­
tacular. En un libro en el que las cosas se m agnifican, tal com o en Cien años de
soledad, necesitaba llenar todo u n tren con cadáveres".
La conversación deja en claro que el problem a no es del novelista sino de
los historiadores que citan la obra com o si se trata ra d e una fuente prim aria. En
la novela las m ag n itudes de la m atanza obedecen a la m agia evocadora de aquel
"tren interm inable y silencioso", cargado d e cadáveres d isp u esto s "en el orden
y el sentido en que se transportaban los racim os de ban an o ", y en el que José
A rcadio Segundo, después de sobrevivir a la m asacre, d esp ertó con "el cabello
apelm azado p or la sangre seca".
Más que establecer el núm ero de víctim as, interesa reco n stru ir los d iv er­
sos significados del episodio que, d esp u és de la separación de P anam á, ha sido
el m ás traum ático en el proceso de ad ap tació n d e los colom bianos a la fuerza
gravitacional de la estrella polar. Esto requiere re p la n tear la noción de encla­
ve. Evidentem ente la u f c o tuvo el control de las condiciones de producción, de
tran sp o rte interno y m arítim o y de la com ercialización del b an an o en los países
consum idores. Control que, por ejem plo, le perm itía fijar estrategias de p ro d u c­
ción cotejando costos en sus plantaciones en los distintos países; o decidir a qué
pu erto dirigir sus barcos en altam ar, según los precios de venta en los m ercados.
Pero esto no quiere decir que a lre d ed o r de la m ultinacional no hubiera
perm anecido un m un d o local y regional com plejo, con vida propia, arraigado
en tradiciones e idiosincrasias que antecedían a la em presa, au n q u e esta con­
tribuyera a m odificarlas. Los h istoriadores q u e se h an encarg ad o de investigar
la sociedad regional registran la heterogeneidad social y local. Los trabajadores
provenían de A ntioquia, S antander y d istin tas com arcas caribeñas, tenían dife­
rentes tipos de relaciones contractuales y sem icontractuales, diversos grados de
acceso a algunos servicios que prestaba la em p resa y m antenían distintas rela­
ciones con los habitantes de las ciudades y pueblos d e la zona.
En adición a las plantaciones de u f c o , las había de com erciantes de Cié­
naga y Barranquilla y en los m árgenes a b u n d a b a n las parcelas de colonos. To­
dos ellos vendían banano a la m ultinacional o, ev entualm ente, buscaban otros
com pradores, u f c o , bienvenida en general, vivía en constantes conflictos con los
plantadores colom bianos por razón de los m árgenes y criterios de com ercializa­
ción y m an tu v o un prolongado pleito con los gobiernos d ep a rtam en tal y nacio­
nal en torno al control del Ferrocarril de Santa M arta.
La zona bananera integraba tres centros principales: Santa M arta, el p u e r­
to a d o n d e llegaba el ferrocarril bananero y d o n d e estaba la sede ad m inistrativa
de la em presa. C iudad dom inada p o r una especie de aristocracia q u e m iraba con

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IlS IO K IA D l. C o i o m h i a . P a í s i k a g m t . m a w , six.ii n A i.i d iv id id a 409

desd én a los com erciantes de B arranquilla y d e C iénaga involucrados en el ne­


gocio b an an ero y beneficiarios del em puje q u e este desencadenaba. En el m apa
m ental de los sam arlos y cienagueros ricos París y Bruselas eran las capitales de
lo q ue p o d ía considerarse la civilización universal.
La form a com o fue ap lasta d a la huelga y posteriorm ente desvertebrado
el m o vim iento sindical en la zona sugiere u n trasfondo cultural que, en distintas
form as, reapareció d u ra n te la Violencia, y m ás recientem ente en la represión m i­
litar de las m archas de cocaleros de 1996. Se trata del espíritu de conquista que
suele aco m p añ ar a los cuerpos castrenses c u a n d o llegan a im poner el orden p ú ­
blico en regiones "d o m in ad a s p o r el com unism o". Los testim onios presentados
en los célebres debates d e Jorge Eliécer G aitán en la C ám ara de R epresentantes
en 1929 ofrecen un cu a d ro frag m en tario p ero ilustrativo de cóm o operó el "rég i­
m en m ilitar" en la zona b an an era, p u esta bajo Estado de sitio desde diciem bre
de 1928 hasta m arzo de 1929. Las acciones del ejército sugieren un patrón de
reconquista del territorio y som etim iento d e los h uelguistas considerados en e­
m igos y de la población tachada d e cóm plice. Todos se habían enajenado d e la
nacio n alid ad y su cu m b ido an te ag itad o res an tipatriotas. Los aliados eran las
clases p ro p ietarias, sin im p o rtar su n acionalidad.
Q u izás p o r esto, en la d en u n cia d e la m asacre en 1929 se fueron d esd ib u ­
jando las líneas an tiim p erialistas y cedieron an te un discurso antim ilitarista. En
el trasfo n d o qu ed ab a, vagam ente, la idea d e u n m alvado enclave im perialista.
Pero m ás q u e enfocar las causas d e la huelga, es decir, el sistem a económ ico y
laboral de la m ultinacional bananera, la retórica de los liberales dirigió el j'accuse
contra el gobierno y co n tra la oficialidad del ejército y no contra este com o insti­
tución. A ños m ás tard e la izq u ierd a y G arcía M árquez, al calor de la Revolución
C ubana, reen co n trarían los hilos d e la m adeja antiim perialista.
La UFCO co n tin u ó en la zona hasta m ed iad o s del siglo. Los tejidos entre la
com p añ ía y la zona no se alteraro n fu n d am en talm en te. En una huelga de 1934
el gobierno liberal trató d e m an ip u lar la m em oria colectiva en térm inos naciona­
listas, p ero la m aniobra no llegó m uy lejos. Lo que llevó al fin de una historia de
cincuenta años fue la sigatoka, u n a e n ferm ed a d del banano incontrolable en 1939,
q u e en 1943 había d ev astad o las plantaciones. N o bastó una breve recuperación
unos añ o s desp u és, u f c o vendió sus tierras en la zona de Santa M arta. Con otro
esqu em a em presarial se dirigió al U rabá, em p re n d ien d o una segunda coloniza­
ción, com o se verá en el próxim o capítulo.

C o s m o p o l it is m o c o n s e r v a d o r

La d écad a d e los años 1920, llam ad a ora "la d an za de los m illones", ora "el
renacim iento colom biano", fue u n p erio d o descollante de las relaciones d iplo­
m áticas, com erciales y económ icas d e E stados U nidos y Colom bia. N o obstante,
una m u estra de las m isiones extranjeras in v itad as o contratadas por el G obier­
no señala que E uropa siguió sien d o u n p u n to cardinal. Esto es m ás evidente si

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410 M akqt F ai a (. k >> - Fran k S a h iír d

consideram os que para los conservadores los tem as educativos y m ilitares eran
tan fundam entales, o au n más, que los de la economía.
De las m isiones del cuadro 12.4, la encabezada por el econom ista de P rin­
ceton Edw in W. K em m erer fue, con toda probabilidad, la m ás destacada. N o se
trató de un a m isión oficial del G obierno norteam ericano, au n q u e coincidiera con
las grandes líneas de los intereses capitalistas de ese país. Inspirada en princi­
pios de liberalism o económ ico, la m isión reorganizó el sistem a bancario, el siste­
m a de contabilidad nacional y la adm inistración pública en el cam po económ ico.
C on el establecim iento del Banco de la República pareció asegurarse la estabili­
d ad m onetaria y bancaria y de políticas acordes con el m odelo exportador.
En m edio de la D epresión, en 1931 el G obierno volvió invitar al profesor de
Princeton no tanto quizás para asesorarse técnicam ente com o p ara aprovecharse
d e su prestigio y asegurar préstam os en N ueva York, préstam os que, en efecto,
consiguió. La reform a arancelaria elaborada por el suizo H au serm an n en 1926
fue archivada discretam ente. N o solo contradecía las recetas de K em m erer sino
qu e su énfasis proteccionista hubiera afectado las relaciones colom bo-am erica-
nas. Pero el colapso de la econom ía norteam ericana, velozm ente transm itido a
la econom ía m undial, y la fuerte presión de un C ongreso de m ayorías conserva­
doras, forzaron el viraje del gobierno de E nrique O laya hacia el proteccionism o
agrario que, de paso, favoreció la incipiente industria m anufacturera nacional.

Cuadro 12.4. Diez m isiones extranjeras en la década de los años 1920.

País E ntidad Fechas C am p o

EE.UU. F undación R ockefeller 1917-60 Salud p ú b lica

A lem ania Julius Berger 1920-28 C an alización del río


M agd alen a

EE.UU. E. W. K em m erer 1923 Reform a bancaria, m onetaria


y d e in stitu cio n es eco n ó m ica s

A lem ania M isión P ed agógica 1924-26 Reform a ed u cativa

Italia M isión d e Juristas 1926 R eform a d el C ó d ig o Penal

S u iza Ejército 1924-33 R eform a del Ejército

S u iza M isión H au serm an n 1926 Reform a arancelaria

Internacional C onsejo d e Vías d e C o m u ­ 1929-31 Plan Vial


nicación

Internacional C om isión d e Expertos de 1929 L egislación d e P etróleos


P etróleo

A lem ania Ejército 1929-34 Reform a d el Ejército

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I I i s t o k i a D l. C o i o m b ia . P a ís i K ACM f,.N r \ r K ), s c k t id a d d iv id id a 4 11

El papel d e la F undación Rockefeiler, que llegó al país en 1917 sin respaldo


del G obierno norteam ericano, indica m ucho m ás que im perialism o filantrópico.
Com o ha su g erid o el h isto riad o r C hristopher Abel, sus actividades m uestran
los lím ites d e u n a em p resa científica y social que aborda una sociedad en la
cual la salu d tod av ía no se consideraba asu n to público y u n derecho básico de
la población. D esarrolló sus prim eras tareas en el cam po de la erradicación de
en ferm ed ad es tropicales com o la anem ia o la fiebre am arilla que, p o r ejem plo,
infestaban las poblaciones d e las zonas cafeteras, com o se m encionó antes. A fa­
nes q ue ten d ían a chocar con los poderes locales, civiles y eclesiásticos, a cuyos
rep resen tan tes les parecía peligroso hacer explícito el nexo entre enferm edades
y condiciones d e alim entación y vivienda. T am bién cuestionaba las ideologías
do m in an tes q u e priv ilegiaban la m edicina curativa y p riv ad a sobre la prev en ti­
va y pública, así com o la carencia de una adm inistración estatal en este cam po.
Su im pacto fue considerable, p o r ejem plo, al inculcar en la población, particu lar­
m ente en los niñ o s de sucesivas generaciones, nociones de higiene para prevenir
enferm ed ad es. A p aren tem en te tam bién influyó en las elites políticas, que ter­
m inaron in clu y en d o la salu d entre los derechos sociales. Esta fundación nunca
logró im p o n er ni un m o delo d e organización ni políticas salubristas com o sí lo
hizo, p o r ejem plo, la M isión K em m erer en los cam pos m onetarios y bancarios.
Pero la creación d e un M inisterio de Salud e H igiene en 1947 algo debió a la ac­
ción filantrópica de la Rockefeiler.
La m o d ern izació n de las fuerzas arm ad as continuó in spirándose en p ro ­
totipos eu ro p eo s. Las cu atro m isiones chilenas (1907-1915) trajeron al país el es­
quem a p ru sian o , refo rzado p o r la m isión alem ana co n tratad a en 1929. En 1921,
los franceses fueron in v itados a organizar u n a escuela m ilitar de aviación (1919-
1921). D etrás d e todos estos proyectos ron d ab a la idea de form ar un ejército
profesional que, p o r encim a d e las divisiones de partido, fuese pilar del Esta­
do nacional. Pero la politización partidista continuó en la oficialidad, au n q u e
aten u ad a. D esp u és de la S egunda G uerra M undial, el m odelo de organización
m ilitar p ro v in o d e los victoriosos Estados U nidos. La concepción subyacente
cam bió: C olom bia no enfrentaba problem as de fronteras internacionales. El ene­
m igo estaba ad e n tro , era el com unism o internacional q u e actuaba a través de sus
insidiosos ag en tes nativos, el "com unism o criollo", com o em pezó a llam árselo
en la prensa.
La m isión p edagógica alem ana, integrada p o r católicos, fue vista con re­
celo p o r am p lio s círculos de ed u cad o res colom bianos, liberales en unos casos,
clericales en otros. Su p royecto de reform a fue rechazado en el p rim er debate
en el C ongreso, a u n q u e luego de intensos regateos fue aprobado. La nueva ley
institu y ó el prin cip io de la responsabilidad legal de los p ad res en la educación
básica de sus hijos. Dejó abierto el cam ino a la obligatoriedad de la educación
prim aria, a lo cual se o ponía la Iglesia h ablando despectivam ente del "E stado
docente", un p rincipio que había defendido, sin éxito, el p resid en te Carlos E.

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412 M akco P ai a c u n - Fkan k S auo kd

R estrepo (1910-1914). El G obierno hizo caso a la Iglesia y rechazó la autonom ía


universitaria pro p uesta por los alem anes. La vehem encia de la lucha ideológica
y doctrinaria anticipaba lo que vendría en la década de los años 1930, en un con­
texto de polarización bipartidista. En 1935-1936 el gobierno liberal recogería los
postulados de la escuela obligatoria y la autonom ía de la universidad.

L a I glesia

H asta 1930, la Iglesia fue com plem ento del Estado. N o hay suficientes d a ­
tos para esbozar una geografía eclesiástica, pero la inform ación fragm entaria
sobre la ubicación de los tem plos construidos y la distribución del clero en las d i­
ferentes diócesis perm ite inferir que la Iglesia siguió atendiendo d e preferencia
las poblaciones de los altiplanos de las regiones oriental, caucana y antioqueña,
m ientras que las m isiones se encargaron de las intendencias y com isarías. Esto
quiere decir que q u ed aro n descuidadas la región costeña y las hoyas tórridas de
los ríos M agdalena y Cauca.
Sobre un m apa étnico podría decirse entonces que la Iglesia atendió las
poblaciones m estizas e indígenas y descuidó las negras y m ulatas. Sobre un
m apa electoral, esto últim o quiere decir la m arginación de las bases históricas
de los electorados liberales. Un m apa socioeconóm ico perm ite ver con m ás cla­
rid ad que las regiones negras y m ulatas form aban el eje de la nueva econom ía
colom biana. Allí estaban em plazados los cam pos petroleros, las plantaciones
bananeras, la navegación fluvial y los ferrocarriles que anim aban la vida de ciu­
dad es y pueblos ribereños, desde Neiva, G irardot y H onda hasta M agangué y
Barranquilla. Com o contrapartida, los baluartes conservadores de la región an­
tioqueña ay u d an a explicar por qué de 34 obispos que tenía la Iglesia colom biana
en 1960, 14 eran oriundos de los d ep artam en to s de A ntioquia y C aldas. Final­
m ente, un m apa de ciudades (clero sobre población) m uestra u n a especie de
sobrerrepresentación en Pasto, Tunja, Bogotá, M edellín, M anizales y Popayán.
A un así, m ás de la m itad de los nacidos en Bogotá eran "hijos ilegítim os", fuera
del m atrim onio.

Cuadro 12.5. H abitantes por parroquia, 1912-1960.

A ños H a b ita n tes por C iu d a d e s H a b ita n tes por


parroquia en el p aís parroq u ia en 1960

1912 6.357 Bogotá 14.000

1938 9.844 M ed ellín 16.000

1950 10.144 Cali 22.000

1960 10,472 Barranquilla 24.000

Fuente: Pérez y W ust, La Iglesia.

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I lis r o R iA o f; C oiomhia . P a i s i - r a c a i i m a i x ) , x x T i D A n d i v i d h 'a 413

El n u m éro de párrocos se estaban rezagando respecto del crecim iento de


la población, particu larm ente entre 1912 y 1938, periodo m ás conservador que
liberal, com o se m u estra claram ente en el cuadro 12.5.
El P rim er Concilio Plenario de la Am érica Latina convocado en Roma por
León XIII en 1898 abrió una nueva época en la historia de la Iglesia. A sistieron
siete m itrad o s colom bianos de los 53 obispos y arzobispos de 16 naciones del
continente. A p a rtir d e entonces fue m ás orgánica la relación entre las directri­
ces vaticanas y la reorganización eclesiástica. Entre 1891 y 1950, la Iglesia tuvo
dos jerarcas: los arzobispos de Bogotá, B ernardo H errera R estrepo (1891-1928)
e Ism ael P erd o m o (1929-1950). A ellos dos correspondió in terp retar las o rienta­
ciones vaticanas p ara ad ap tarse al m undo m oderno. Las de León xiii (1878-1903),
que hizo énfasis en la cuestión social, y las de Pío xii (1939-1958) que, bajo el an ti­
com unism o d e la G u erra Fría, se preocupó por reevangelizar la A m érica Latina.
Los dos m om entos cardinales de la reorganización de la Iglesia fueron
a principios y m ed iad o s del siglo xx. Entre los siglos xvi y xix se erigieron diez
diócesis en la actual Colom bia. Entre 1900 y 1917, seis, y doce en el año de 1950.
El proyecto de Pío xii, que m ás o m enos coincide con la época del Estado de sitio,
registra los m ayores pro m edios anuales de arribo de sacerdotes y m onjas extran­
jeros al país en tre 1880 y 1960 {véase cuadro 12.6).
El rezago del clero colom biano se solucionó en p arte gracias al espíritu
m isional de otros pueblos católicos, particularm ente europeos. Sin los contin­
gentes ap o rta d o s p o r las 86 com unidades fem eninas y 28 m asculinas que llega­
ron al país en tre 1887 y 1960, no podría explicarse la influencia de la Iglesia en la
educación y los hospitales, en obras sociales, en los Territorios N acionales y, en
algunas áreas de colonización {véanse cuadros 12.6 y 12.7).
Debe su b ray arse la influencia del clero regular m asculino sobre el dioce­
sano, encarg ad o de las parroquias. En 1960, el prim ero estaba conform ado en

C uadro 12.6. Llegada de com unidades religiosas extranjeras, 1880-1960.

P erio d o s C o m u n id a d e s

F em en in a s M a scu lin a s
Total P ro m ed io an u al T otal P ro m ed io an u al
R egen eración (1886-1900) 11 0,79 8 0,57
R epública C o n servad ora
19 0,63 8 0,27
(1900-1930)

R epública L iberal(1930-1946) 18 1,13 0 0


E stado d e sitio (1946-1960) 38 2,71 12 0,86
Total 86 1,08 28 0,35

Fuente: e la b o rad o con base en Pérez y W ust, La Iglesia en Colombia, Bogotá, 1961.

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414 M arco P a i a c ic> . - F ran k S \rrc> R n

C uadro 12.7. Sacerdotes del clero secular y del clero regular, 1891-1960.

Clero secular Clero regular


Años
Número % Número %
1891 607 84,0 116 16,0
1912 815 70,6 339 29,4
1938 1.397 61,9 860* 38,2*
1960 2.339 57,1 1752** 42,9
* C o r r e s p o n d e a 1944. ** El 36% s o n e x tra n je ro s . El 22% s o n e s p a ñ o le s .

Fuente: elaborado con base en: 1891: Warming, S. Höeg, "La Santa Iglesia Católica", Boletín Trimestral
de la Estadística Nacional de Colombia, Bogotá; 1892:1912-60, Pérez y Wust, La Iglesia, Bogotá, 1961.

u n 36 p o r ciento p o r extranjeros, en su m ay o ría españoles. El seg u n d o h a sido


fu n d am en talm en te colom biano {véase c u a d ro 12.7).
Estos cu ad ros m u estran un clero su rtid o . En las principales c iu d a d e s las
co m u n id ad es se dedicaron p rincipalm ente a la educación y a la caridad. T am ­
bién evangelizaron en los Llanos O rientales, las selvas del P utum ayo, V ichada
y Chocó; en la región de la Sierra N evada d e Santa M arta y la p en ín su la de La
G uajira. Allí las m isiones suplieron p arcialm en te al Estado. La politización p a rti­
d ista fue m ás visible en las actividades del clero secular y en el trabajo m isional.
Para los curas párrocos era im perioso to m ar p artid o en los procesos electorales
y en el trám ite de peticiones de los feligreses q u e requerían u n a conexión con el
p oder. Al respecto, u n opúsculo de 1925 pub licad o en m em oria de u n o d e los
m ás destacados obispos del país m encionaba "préstam os, recom endaciones, co­
locaciones, auxilios en diversas form as [que] llovían d e su m ano bienhechora".
La jerarquía no d u d ó en perm itir q u e eventos públicos em in en tem en te
religiosos, com o los congresos eucarísticos, fueran utilizados para fines d e pro-
selitism o electoral. El de Bogotá de 1913 sirvió de plataform a política a los dos
co ntendientes conservadores p o r la presidencia, el histórico José V. C oncha y el
nacionalista M arco F. Suárez. El de M edellín d e 1935 fue u n acto d e oposición
beligerante al gobierno liberal de A lfonso L ópez P um arejo y estuvo a p u n to de
desen cad en ar u na guerra religiosa.
A lgunas co m u n id ad es m asculinas y fem eninas establecieron en las ciu­
d ad es los principales centros educativos del país. C ontrolaron el acceso de los
estud ian tes, y no debe d u d arse de que esta fuese una form a de control político.
E m pero, fueron frecuentes los enfren tam ien to s entre las co m u n id ad es en torno
al m odelo educativo. Los jesuítas criticaron acerbam ente el énfasis lasallista en la
enseñanza de las m atem áticas y las ciencias naturales. Un racionalism o, decían,
qu e quién sabe a d ó n d e habría de llevar. P or esto insistían en la necesidad de
fu n d am en tar la educación en el latín y la lógica neotom ista.

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í lis'i(.)K/ \ DI C oi omhi a . P a ís i r a c a h ..\ i ,\r.X), si.x ii ri.AD d iv iiiid a 4 13

H ubo cam p o s m ás neutrales, p artic u la rm en te el de las co m u n id ad es d e ­


dicadas a h o sp itales y lazaretos, m ás bien alejadas del ajetreo político. Se e n ­
con traro n en situaciones u n tanto inverosím iles en m edio de u n país y un clero
sob repolitizados. P or ejem plo, en las dos sem anas de la decisiva batalla de Palo-
negro, cerca d e B ucaram anga (11-25 d e m ayo d e 1900), y en los días posteriores,
fue notable el papel d e las m onjas d e B ucaram anga sirviendo d e enferm eras y
socorristas d e los d o s bandos.
A lgunos liberales c o m p re n d iero n esta d iv ersid ad del clero. M iguel S am ­
per, p o r ejem plo, se ganó entre los arte san o s liberales de Bogotá el m ote de viejo
rezan d ero p o rq u e en su estu d io d e 1867, La miseria en Bogotá, elogió la obra cari­
tativa d e la Sociedad de San V icente d e Paúl. Rafael U ribe Uribe, arq u etip o del
liberalism o g u errerista y u n o de los cau d illo s de la batalla de P alonegro, vuelto
al civilism o en la p o sg u erra, no d u d ó en elogiar la obra social de los pad res sa-
lesianos que, antes d e dedicarse a fu n d a r colegios para las clases m edias en los
años d e 1930 y 1940, se co n sag raro n a fo rm a r artesanos y técnicos en sus talleres
y a d ifu n d ir p rin cip io s de ag ro n o m ía en su s granjas. La jerarquía diocesana ta m ­
poco d u d ó en citar tales elogios.
F recuentem ente, las estrategias católicas para influir en la vida pública y
p riv ad a de los colom bianos tro p ez aro n con las costum bres populares, los p a tro ­
nes de la c u ltu ra política y los intereses d e las elites. A hora bien, tales estrategias
no fueron co h eren tes ni uniform es; tam p o co la estru ctu ra ad m in istrativ a y la
co bertu ra territorial p erm itieron a la Iglesia realizarlas a plenitud.
¿Fue el p o d er eclesiástico u n a fu en te de legitim idad política para el ré­
gim en co n serv ad o r? Es difícil co n testa r con un sí ro tu n d o . De 1905 a 1914, el
clero se o cu p ó d e su p ro p ia reorganización interna. Los asu n to s d e legitim idad
estaban en o tro s cam pos. Así, d u ra n te el q u in q u en io d e Reyes (1904-1909) u n
gobierno presid en cialista sem idictatorial, el asu n to religioso fue opacado p o r
los conflictos reg ionalistas y fiscales. La coalición bip artid ista q u e term inó for­
za n d o el exilio del p re sid e n te im p u lsó en 1910 una reform a constitucional que
restrin g ió los alcances del p o d er presidencial. Lim itó el p erio d o a cu atro años y
le pro h ib ió hacer em isiones m onetarias. En el siguien te p eriodo presidencial, la
Iglesia se en fren tó al rep ublicano C arlos E. R estrepo en dos cuestiones ed u c ati­
vas: la centralización d e la inspección d e la educación prim aria y el principio de
la escuela obligatoria.
D espu és d e 1914, alejado el p eligro del estallido de una g u erra inm inente
al estilo del siglo xix, fue m ás ev id en te el activism o político de la jerarquía y m ás
exped ita la co n d en a a los liberales al fuego eterno. En 1919 el párroco de M álaga,
en S an tan d er, en señ ab a a los fieles q u e "San José fue el p rim er co n serv ad o r y
S atanás el p rim er liberal". C on m ay o r o m en o r sutileza esta fue la tónica del bajo
clero y d e u n o s cu an to s obispos y vicarios de las tierras de m isiones. Sobre el
p rincip io d e q u e "el liberalism o es p ecad o ", el arzobispo p rim ad o y la jerarquía
p ro p u siero n fó rm u las m enos ru d a s q u e la del cura de M álaga y poco se inm is­
cuyero n en la politiq u ería d e las localidades.

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416 M ari o P m a( u . - Fk a n k H m ií r i:

INTELECTUALES Y PODER EN LOS ANOS VEINTE

"Las sociedades estratificadas y duras, donde todo parece ya hecho para la eternidad,
y mal hecho, suelen producir ferm entaciones como la que comenzaba a sentirse en
el pequeño grupo de intelectuales que Los N uevos conducían, a la vanguardia. Las
reacciones de cada individuo sobre la circunstancia que lo rodea, no son, sino excepcio­
nalm ente y en épocas realmente revolucionarias, homogéneas y decididas por razones
semejantes. Entre nosotros, hacia la m itad de la década del veinte, lo único com ún era
la general insatisfacción con lo establecido, que lo mismo se sentía en quienes, sin saber
cómo, habían quedado ubicados en la derecha, que por quienes estábamos natural­
m ente en una posición de izquierda, que presentíam os más a tono con el tiempo del
resto del m undo, apenas adivinado a través de libros, revistas y escasas informaciones
cablegráficas. Los prim eros sentían las convulsiones de la extrema derecha francesa,
de Mauirras, de León D audet, de los novísim os Camelots du Roi, que se trenzaban a
puñetazos y palos con la policía en los bulevares de París. Y desde luego Mussolini,
con todo el dram a y el espectáculo de la m archa sobre Roma, la disciplina, la obe­
diencia, la resurrección de la antigüedad rom ana y el nuevo sentido social, im puesto
a patadas a una sociedad democrática envilecida, les parecía el prototipo de la nueva
época. Su partido, el conservador, enm ohecido y atontado en el ejercicio de un poder
que nadie le disputaba a derechas, era, para ellos, el cam po para intentar la revuelta.

De nuestro lado la seducción estaba en el polo opuesto. La revolución rusa, el triunfo


del socialismo que se había juzgado inverosímil, por prim era vez constituido en go­
bierno fuerte, luchando, como la revolución francesa contra todos los poderes de la
tierra, y venciéndolos, ejercía una atracción casi irresistible. Lenín, Trotsky, con sus
tropas rojas desarrapadas, derrotando en las fronteras occidentales y en las lejanísimas
estepas asiáticas a las tropas que habían vencido a los alemanes en la guerra del mundo,
quebrando las predicciones de Marx al hacer la revolución e im plantarla firmemente
sobre uno de los países menos industrializados de Europa, todo eso parecía un milagro,
y una posibilidad para el resto del proletariado del planeta. Al lado de ese gigantesco
panoram a de sangre, violencia y apasionados discursos, el partido liberal, dividido
sobre su dirección entre cooperacionistas y abstencionistas, los prim eros encabezados
por civiles sin m ayor prestigio, los últim os por Herrera y Bustamante, con sus marchi­
tas espadas de la últim a guerra civil, rodeados de generales envejecidos, de coroneles
áulicos, de intelectuales atem orizados, se presentaba en lamentable contraste.

"Las prim eras declaraciones de Los N uevos en su revista recogían esa ansiedad, ese
desasosiego, esa angustia vital de una generación que no veía camino sino a miles y

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p .\N I : m f::-: i a : v a ai ' ii h a d o ; ' !D jF ' a 417

miles de kilómetros de distancia, en Rusia, donde todo parecía posible, o m ás locamente


aún, en las barricadas im probables de París para restaurar la m onarquía del Conde
de París, o, un poco m ás realm ente en el camino audaz de Mussolini. Pero no todos
teníam os el m ism o aliento revolucionario. Algunos pensaban que la situación podía
enm endarse, sin que se alterara nada sustancial, o derribarse a grandes golpes, para
saltar al vacío, o que era francam ente desesperada e inmodificable, por la naturaleza
de las cosas y de los hom bres encargados de dirigirla. De todo esto había en nuestra
pequeña viña, y aunque no se expresara así de claram ente, cada una de nuestras inci­
pientes actitudes y resoluciones tenía un sentido en el cual se bifurcaba y se trifurcaba,
se abría en infinitas ram as, el general descontento.

"Algunos de nosotros entrábam os en contacto con los revolucionarios clandestinos, p>er-


seguidos por la policía y señalados por la reacción para la cárcel como causa suficiente
de su acción política contra cualquier cambio; otros com enzábam os a leer literatura
revolucionaria y a em barcarnos en estudios incompletos y complejísimos de marxismo;
otros nos entusiasm ábam os hasta el éxtasis con las páginas de Sorel y cualquier elogio
de la violencia com o partera de la historia; pero al fin y al cabo volvíamos a nuestros
jarros de cerveza y a nuestros versos y a nuestras pequeñas diversiones ocasionales,
mientras algo pasaba. Otros, en fin, pesim istas radicales, creíamos que el país no daba
ni para una buena revolución, y nos trazam os el prospecto, confuso y lejano, del exilio,
a buscar otro am biente, otras tierras, y el m ar entre nuestra vida de tedio y fastidio y
otra que suponíam os llena de excitantes aventuras.

"Seguram ente Los N uevos habrían podido surgir sin tanto bullicio, y aun em pleando
otros m edios de com unicación como los que escogimos. Pero un grupo y una genera­
ción sin revista no tenía para nosotros m ucho sentido, aunque ya estaban en nuestras
manos casi todas las facilidades de la prensa periódica para lanzar al m undo nuestro
mensaje, cualquiera que él fuese. La idea no resultó com pletam ente absurda, porque
hasta la aparición del prim er núm ero de Los N uevos nadie sabía que lo fuéramos, ni
a nadie le im portaba una higa qué tan nuevos fuéramos. La revista, claro, era un salto
regresivo, en cuanto a la publicidad se refiere, porque pasábam os de los veinte o treinta
mil ejemplares de cualquiera de los grandes periódicos, a unos doscientos, mal contado.
La decisión no implicó muchos otros esfuerzos. La revista estaba modestamente editada,
en una im prenta barata, cuyos operarios com etían atroces errores tipográficos y aun
ortográficos, con toda im pudencia".

Fuetíte: Lleras, A lb erto , M em orias, B ogotá, 1997, pp. 243-245.

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418 \ l AKQ' P a i a< h n - F r a \ k S a i i o k d

Los p roblem as surgían en cuanto el alto clero tenía que arb itra r la p ugna
de las parcialid ad es conservadoras. P ugna en rescoldo q u e d ep arab a sorpresas
com o en 1917, cu an d o la suprem acía de las ó rd en es religiosas en la educación
secu n d aria encontró abierta resistencia en los personajes del conservatism o. La
p lataform a electoral de la "C oalición P rogresista" que resp ald ó la c a n d id a tu ra
p residencial del conservador histórico C uillerm o Valencia, in teg rad a p o r libe­
rales, republicanos y conservadores, dirigidos respectivam ente p o r Benjam ín
H errera y los fu tu ro s p residentes E d u ard o Santos y L aureano C óm ez, reclam ó
q u e la en señ an za de la historia de C olom bia estuviera a cargo exclusivam ente
d e profesores colom bianos. N o p u d o ser m ás claro el desafío a los p lan teles reli­
giosos de secundaria, en los cuales era ab ru m a d o ra la proporción d e profesores
extranjeros.
Cinco años después, la C onvención liberal de Ibagué autorizó la creación
d e la U n iversidad Libre, que conjuntam ente con la Facultad de D erecho abrió
u n colegio de secundaria. La C onvención liberal de M edellín de 1924 invitó a
los co p artid ario s a "retirar a sus hijos de los in stitutos eclesiásticos y p ro c u ra r la
fundación de planteles d o n d e q u ed e d esterrad a la influencia clerical y sectaria".
En la entrega de prem ios de 1925 y en m edio de los agitados d eb ates de
la reform a edu cativa p ro p u e sta p o r la M isión A lem ana, el rector del C olegio de
San Ignacio d e Bogotá se quejaba ante el arzobispo p rim ad o del am b ien te que
hacía difícil ed u car a la elite juvenil. H abló de "la m ovilidad de su esp íritu , el
ansia de diversiones, la futilidad causada p o r el cine y otras diversiones y fiestas
[...] la rebeldía que cada día progresa m ás en las m asas estu d ian tiles no bien
disciplinadas, gracias a la prensa disociadora, a la debilidad de los q u e deberían
m an d ar y a la contem porización con los ca p rich o s...". De allí, concluía, solo h a­
bía un paso a arrancar el crucifijo de las aulas, suprim ir el catecism o y predicar
el robo y la disociación, com o hacían los m aestros com unistas de las escuelas
francesas.
Los tiem pos del café y del capitalism o eran tiem pos de contem porización.
En los debates públicos sobre el crim en y la pena d e m uerte, la fam ilia, el m atri­
m onio y el C oncordato (que obligaba a los católicos que deseaban casarse p o r la
ley civil, a ap o statar públicam ente), surgieron ideas sobre la ig u ald ad legal de
la m ujer y el divorcio. Para la Iglesia y para algunos gobiernos m unicipales, la
p ro stitución y el alcoholism o eran tem as de bienestar m oral y de salu d física. No
solo afectaban la m oralidad de todas las clases sino que eran un p roblem a social
qu e golpeaba con m ás fuerza a las capas populares. C om o fuente de en fe rm e d a ­
d es infecciosas, la prostitución fue controlada por las au to rid a d es m unicipales
m ed ian te la reglam entación de las casas y las zonas de tolerancia. La estratifica­
ción era evidente. Las m ujeres de la calle para los m ás pobres y los p rostíbulos
para los m ás pu d ientes. En las ciu d ad es de la d écada de los años 1920 ya era p al­
pable el desarrollo de una cu ltu ra burdelesca que, en Bogotá, trataba d e im itar
su p u esto s m odelos parisienses.

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H I S T O R I A D t , C o i O M B I A . I ’ a I S I R \ G M I . . M A r K l , S 1. X I I O A D D I V I D I D A 4 19

A m ed id a qu e av an zab a el siglo, los periódicos conservadores, m ás aten ­


tos a los g u sto s e inclinaciones de los lectores, fueron secularizándose im p er­
ceptiblem ente. La p ren sa liberal em pezó a renacer d esp u és de 1910. S urgieron
p o r todo el país, p rin cip alm en te en ciu d ad es y poblaciones liberales, logias m a­
sónicas, so cied ad es de teosofía, esp iritistas y rosacruces, con sus casas, ritos y
ó rg an o s d e divulgación.
El clero no p o d ía co p ar todo el sistem a educativo. Para las capas m óviles
d e las c iu d a d e s el "estu d ie y triunfe" era ya una v erd ad de a puño. El estu d io de
algu n o s g ra d o s d e secu n d aria, en m edios u rb an o s m ás com plejos, em pezaba a
co n sid erarse u n re q u erim ien to m ínim o para obtener reconocim iento social. En
las capitales d e p a rtam en tales y provinciales proliferaron secu n d arias p riv ad a s
laicas y escu elas d e com ercio, m anejadas com o em p resas fam iliares p o r exm aes­
tros, g en e ralm en te d e bajo nivel académ ico y ex p lo tad o ras de las aspiraciones
d e ascenso social.
A u n q u e estos cam bios sociales lim itaban las posibilidades de q u e la Igle­
sia se m an tu v iese com o u n a fuente de legitim idad del o rd e n conservador, de
1914 a 1930 la jerarq u ía fue el gran elector. Tom ó p artid o en las p u g n as intestinas
d e históricos y nacionalistas, instándolos a altern ar en la presidencia, com o se
aprecia en el cu a d ro 12.1. El juego se enredó en 1929. La co ntienda q u ed ó en tre
el nacionalista A lfredo V ázquez C obo y el histórico G uillerm o Valencia. Este
ú ltim o era el ca n d id a to del gobierno y de la m aq u in aria oficial del partido. La
jerarq u ía d ab a su ap o y o a V ázquez, q uien había cedid o en 1925 an te el arzobispo
H errera, cu a n d o este le prom etió q u e sería el ca n d id a to en 1930. En realidad,
am p lio s sectores del clero d e las regiones m ás tradicionalistas no p erd o n ab an a
Valencia su "C oalición P rogresista", "aliado de los m asones", en la cam paña de
1917-1918 co n tra Suárez. A nte una jerarquía al bo rd e de la división abierta, el
N uncio p ap al prescribió n eu tra lid a d .
P ero d o s sem an as an tes de las elecciones, re sp o n d ie n d o al sos del p re ­
siden te M iguel A badía, el V aticano cam bió de línea. El arzobispo Ism ael Per-
dom o, q u ien su ced ió a H errera, m u erto en 1928, recibió la o rd e n de ap o y a r a
Valencia, el ca n d id a to oficial. O cho obispos le notificaron q u e seguirían con Váz­
q u ez C obo. M ás abajo, el clero estaba d iv id id o sig u ien d o las líneas faccionales
co n serv ad o ras. Por a ñ a d id u ra la sucesión de H errera en 1929 había sido una
im placable lucha p e rd id a p o r el obispo de M edellín, favorito d e la jerarquía.

R o jo s al p o d e r , g o d o s a la o p o s ic ió n

El viraje m u n d ial del decenio de los años 1930 afectó de lleno a la su ­


p u estam e n te aislad a C olom bia. El librecam bism o, el p atró n oro y el liberalis­
m o político p areciero n caer en picada. A nte la débâcle varios sistem as políticos y
económ icos e n tra ro n en crisis p ro fu n d a, exacerbada p o r las ideologías. La G ran
D epresión, la G u e rra Civil E spañola y la S egunda G u erra M undial dieron testi­
m onio d e ello. C om o altern ativ a surgieron el intervencionism o del N ew Deal, las

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420 M arco P a i ac a x . - F r a n k S a h o r u

variedades de fascismo europeo y el com unism o soviético. P royectos en carn ad o s


en líd eres com o Roosevelt, M ussolini, H itler y Stalin.
T am bién su rg iero n liderazgos m ás afines a la cu ltu ra política colom biana
y con p ro g ram as m ás híbridos: L ázaro C árd en as en M éxico, G etulio V argas en
Brasil, Juan D om ingo P erón en A rgentina o Francisco Franco en E spaña. En estas
d écad as de b ú sq u ed a d e p arad ig m as, el estilo de la política colom biana fue dic­
tad o p o r líderes fu ertes com o el p re sid e n te A lfonso L ópez P um arejo (1934-1938
y 1942-1945) y los caudillos p o p u lare s L aureano G óm ez (1950-1953) y Jorge Elié-
ccr G aitán. Estos d irig en tes tu v iero n su co n trap eso en el p a rtid o ad hoc d e centro
que p ersonificaron los p resid en tes E nrique O laya (1930-1934), E d u ard o S antos
(1938-1942) y M ariano O sp in a (1946-1950).
V arias razo nes a y u d a n a explicar la alternancia pacífica del gobierno en
1930. P rim era, la alianza d e m o d era d o s d e los dos p artid o s, q u e el n u ev o p resi­
d en te O laya H errera llam ó la C oncentración N acional. S egunda, los co n se rv ad o ­
res d o m in ab an el C ongreso, los trib u n ales y los cu erp o s legislativos regionales
y locales y esp erab an su p e ra r la div isió n interna y volver a la presidencia en
cuatro años. Tercera, la Iglesia aceptó el re su ltad o y, cuarta, d esd e 1910 el ejér­
cito, pese a su s p referencias co n serv ad o ras, era el policía electoral del país. En
cu m plim iento de tal función venía c e rra n d o el paso al ex p ed ien te de la g u erra
civil decim onónica, com o q u e d ó claram en te d em o strad o en la p u g n a z elección
presidencial d e 1922.
Los cu atro p erio d o s presidenciales d e 1930 a 1946 se conocen com o la re­
pública liberal. Su figura central es L ópez P um arejo q uien o cupó dos veces la
presidencia en este lapso, el único caso de reelección en el siglo xx. La alternación
entre m o d erad o s y radicales fue, de hecho, la alternación en tre López y los m o­
derados. C o m ú n a los cu atro gobiernos liberales fue u n form idable apetito cen­
tralista. D esde el poder, los p re sid e n te s se tran sfo rm aro n en árbitros su p rem o s
ce las finanzas públicas. El re su ltad o m ás consistente d e este centralism o q u ed ó
registrado en el m ovim iento inverso d e los porcentajes d e ingresos de ad u an as,
cue cayeron, y el sim u ltán eo increm ento d e los im p u esto s sobre la renta {véase
cuadro 12.8).
O laya com enzó la centralización com o resp u esta a la G ran D epresión. Pri­
mero nacionalizó el m anejo de la d e u d a pública externa q u e habían co n tratad o
E utónom am ente los d e p a rta m e n to s y m unicipios en "los felices años veintes",
l a m ed id a fue seg u id a d e otras, poco ortodoxas, com o la im posición al Banco
ce la R epública d e cu p o s de crédito interno d estin ad o s al G obierno nacional; la
i-nplantación del control d e cam bios en 1931 y de un sistem a d e controles d e las
im portaciones; la intervención d e las tasas de interés bancario y el red iseñ o de
Us instituciones d e crédito hipotecario y agropecuario. El conflicto m ilitar con
fl Perú en la A m azonia (1932-1933) facilitó u n m anejo p re su p u e sta l deficitario y
tortaleció en to d o s los plan o s la figura presidencial.
C o n stru y en d o sobre la reform a laboral de O laya, L ópez convirtió al go­
bierno en el g ran m ed iad o r d e los conflictos o b rero -p atro n ales y dio un fuerte

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I llSTMKIA 01 C oi O M B IA . Í ’ a IS 1 K.AC.ME.M AIX.), A(,X'II.0AI> DI VIO IO A 421

C uadro 12.8. Im p u estos de aduanas y de renta y patrim onio, 1900-1950.

A ños 1900 1910 1920 1930 1940 195i0

Im p u e sto s d e A d u a n a s' n .d . 77,9% 54,7% 45,3% 29,3% 19,2%

Im p u e sto s d e Renta^ n .d . n .d . n.d. 6,4% 25,1% 45,6%

'Ingreso d e adu anas co m o porcentaje d e los ingresos fiscales totales.


’Im puesto a la renta co m o porcentaje de los ingresos fiscales totales.

Fuente: T h o rp , R o sem a ry , Progress, P overty and Fxclusion. A n Fconomic H isto ry o f Latin A m erica in the
20th C en tu ry, B altim ore, M a ry la n d , 1998, a p é n d ic e esta d ístico .

im p u lso al sin d icalism o . C on el arb itraje g u b e rn a m e n ta l a u m e n tó el n ú m e ro d e


sin d icato s, d e sin d icalizad o s y d e d e m a n d a s laborales. En M edellín fue d e s a fia ­
d o se ria m e n te el p a te rn a lism o d e los g ra n d e s in d u striales. Las agitaciones c a m ­
p esin as en las zo n as d e h ac ie n d as cafeteras, q u e v en ían p re se n tá n d o se d e s d e la
d é c a d a d e los añ o s 1920, y las h u elg as d e co se ch ad o ras d e café en el Q u in d ío
a d q u irie ro n u n se n tid o sindicalista. Los ca m p e sin o s y jo rn alero s o b tu v ie ro n en
estas y o tras reg io n es m ejores condiciones d e trabajo y, en a lg u n o s casos, el re ­
p a rto d e la tierra.
En las co n diciones excepcionales d e la S eg u n d a G u e rra M undial, E d u ard o
S antos no solo in terv in o en la exp ro p iació n d e bienes alem an es y su reconversión
en em p re sa s colom bianas, sino q u e creó u n conjunto d e em p re sas in d u striales
del E stado. Su m in istro d e H acienda, el fu tu ro p re sid e n te C arlos Lleras R estrepo
(1966-1970), an u n ció p o r p rim era vez en la historia q u e el déficit fiscal no era m alo
pjer se. P o r el contrario, dijo, era un in stru m en to d e reactivación d e la econom ía.
En efecto, en 1941 se creó el In stitu to d e F om en to In d u strial, iF i, d estin ad o
a p ro m o v e r la su stitu c ió n d e im p o rtacio n es m e d ia n te in v ersio n es d irectas del
E stad o en e m p re sas d e alto riesgo, d e lenta m a d u ra c ió n y q u e re q u e ría n c u a n ­
tiosos d esem b o lso s iniciales com o la sid eru rg ia , la p ro d u c ció n d e ab o n o s y p la­
g u icid as y d e su stan cias qu ím icas básicas com o so d a cáustica y ácido sulfúrico.
E stas e m p re sa s se p riv a tiz a ría n en cu a n to fuesen rentables.
In teresa su b ra y a r el sen tid o regional d e los a p o rte s d e capital del ifi en la
d éc ad a d e los añ o s 1940. Sin co n tar el m ás su stan cial d e todos, el p ro y ecto de la
S id e rú rg ica d e P az del Río, u b icad a en Boyacá, q u e fin alm en te se estableció en
1947 y em p e z ó a fu n c io n a r en 1954, fig u ra ro n los d e la E m presa S id erú rg ica de
M edellín (1941), el d e Icollantas, cu y a p lan ta se m o n tó cerca d e B ogotá en 1942,
a b a ste cién d o se d e m ateria p rim a p ro v e n ie n te del G u a v ia re y del V aupés, un
n u e v o fren te cau ch ero ab ierto p o r u n a m u ltin acio n al n o rtea m erica n a, y final­
m ente, el d e la U nión In d u strial d e A stilleros B arranquilla (1943).
O tro s en tes p ú b lico s afia n zaro n los elem en to s sociales y regionales del
m o d elo in terv en cio n ista, com o el In stitu to d e C réd ito T erritorial, icr, dedica-

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422 M \R c:o P ai -u k n - I r a n k S a k 'o r u

do a la vivienda p o p u lar y de clase m edia, y el Instituto de Fom ento M unici­


pal, que canalizaba los recursos públicos hacia la construcción de acueductos
y alcantarillados. En 1945, en su seg u n d a presidencia, López introdujo otra
reform a constitucional q u e consagró la elección directa de senadores p o r cir­
cunscripciones d ep artam en tales y dio m ás poder al Estado en la dirección de la
econom ía. Más que Santos, López fue librecam bista en el com ercio internacional
y o rtodoxo en el m anejo d e la H acienda pública. Fustigó el proteccionism o con­
cen trad o r del privilegio en cabeza de los grandes industriales y siem pre evitó el
déficit fiscal. Pensaba q u e la base de la m oneda sana estaba en una balanza co­
m ercial equilibrada. N o tu v o dificultades en firm ar el T ratado C om ercial con Es­
tados U nidos y nunca se planteó una reform a bancaria en favor de la industria.
El intervencionism o estatal trató de cubrir todos los frentes. Así, por ejem ­
plo, an te el auge que em p ez aro n a tom ar los radionoticieros, surgió el conflic­
to en tre prensa escrita y radial. La prim era, tradicionalm ente ligada al m u n d o
político, tem ió p erder lectores y p au tas publicitarias. Presionó para lim itar le­
galm ente a los radioperiódicos y alertó sobre la caída del nivel cultural q u e es­
tos rep resen tab an para el país. En 1936, el m inistro de G obierno, A lberto Lleras
C am argo, uno de los m ás notables periodistas de la época, p ro p u so y defendió
un proyecto de estatización de la radio. Recibió una cerrada oposición de las
em isoras y de los industriales que ya controlaban el m edio. Las soluciones de
com prom iso que siguieron dieron al E stado considerables m árgenes de control,
am p liad o s después de las huelgas que recibieron a M ariano O spina Pérez en
1946. A p artir de entonces se prohibió ra d io d ifu n d ir noticias de m ovim entos
huelguísticos. De allí siguió la instauración de la censura previa, im puesta en el
au to g o lp e de O spina d e noviem bre de 1949.
La dim ensión cultural y p artid ista de la república liberal no debe p erderse
de vista. El discurso liberal del decenio de los años 1930 llega hasta nuestros días
gracias a la eficacia de u n a prosa política lím pida y m oderna que tuvo sus m ejo­
res expresiones en los m ensajes y discursos de López Pum arejo, Lleras C am argo
y E d u ard o Santos. El radicalism o de López sintetizó el sectarism o tradicional
qu e él llam ó la mística, y la b ú squeda de fórm ulas ad ecu ad as a la sociedad que
estaba su rg ien d o de los cam bios económ icos. López fue el único de los d irig en ­
tes liberales q ue sostuvo en 1929 que el liberalism o estaba listo para la tom a del
poder. Su fórm ula fue d esa te n d id a y se prefirió la conciliadora de O laya. Su
persisten te acción en las bases del p artid o lo dejó en un liderazgo in d isp u tad o
y lo llevó a la presidencia en 1934. Em pezó con el clím ax de las reform as d e los
dos prim eros años de gobierno, "la Revolución en M archa", y term inó con "la
p ausa". La segunda adm inistración lopista perdió el lustre radical, term inó en la
p ro p u e sta gaseosa de hacer un pacto bipartidista y en la renuncia del presidente
en 1945.
"La Revolución en M archa" produjo una reform a constitucional q u e po­
larizó al país entre liberales y conservadores alred ed o r del lugar de Dios en el

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I lisio K iN 01 C o i OM BIA. F \n i-ra c m i.m a ix ), n k h o a o o i\ io io a 42.3

p reám b u lo d e la C onstitución y de la constitucionalización de los derechos de


p ro p ied a d y de los derechos sociales y educativos. H asta entonces los prim eros
p ertenecían al reino de las transacciones p riv ad as reg id as p o r el C ódigo Civil y
los seg u n d o s, según el clero, eran p arte de derechos n atu ra les de los p ad res de
fam ilia y de la Iglesia, an te los cuales era intolerable la introm isión del Estado.
El solo hab lar de la expropiación p o r m otivos de u tilid ad social, de la es­
cuela obligatoria y de la obligación d e los planteles ed u cativ o s a recibir a todos
los estu d ian tes sin discrim inación alguna (los colegios regentados por com u­
n id ad es religiosas no recibían "hijos naturales"), en el contexto polarizado de
los conflictos de España, fue convertido en anatem a, subversión y com unism o. La
pugna ideológica inspiró la lucha p o r ed u car a las elites y el cam po se partió en
dos; de u n lado, la U niv ersidad N acional y las u n iv ersid ad e s doctrinariam ente
liberales, com o la Libre, y del otro, la U niversidad Javeriana, refu n d ad a en 1931,
y la U n iv ersid ad Pontificia Bolivariana de M edellín, establecida por el arzobis­
p ad o en 1936.
La aparición de López en el balcón presidencial flanqueado por los d iri­
gentes com u n istas en las celebraciones del 1 de m ayo d e 1936 fue para las d e­
rechas la pru eb a de qu e en C olom bia dom inaba el F rente P opular, esa "alianza
antifascista" p ro p u esta por Stalin en 1935. Enojados p o r el intervencionism o en
los sindicatos, q ue m anejaban conjuntam ente con el clero, los industriales de
M edellín resistieron la reform a tributaria de 1935 y em p learo n las rad io d ifu so ­
ras d e su p ro p ied a d para o rg an izar en 1937 una d e las m ayores m anifestaciones
en la historia de la ciudad.
Esta clase d e incidentes han pu esto la prim era p residencia de López com o
la antesala d e una su p u esta revolución burguesa, o lv id an d o que el m andatario
cedió y "la p au sa" llegó a los pocos m eses.
Los dieciséis años de la república liberal co m en zaro n com o un gobierno
de coalición centrista q u e d u ró tres años, de 1930 a 1933. T erm inó con otra coali­
ción centrista, cu an d o López renunció en 1945 p e rsu a d id o d e que el país necesi­
taba u n gobierno b ip artidista. Su sucesor, A lberto Lleras C am argo, gobernó bajo
la b an d era d e la U nión N acional, q u e convalidó el p re sid e n te conservador O s­
pina en 1946. Este centrism o fue cuestionado por los cau d illo s Laureano C óm ez
y Jorge Eliécer C aitán. El asesinato de este últim o cerraría p o r m ucho tiem po el
paso a las tendencias m ovilizadoras.

El s in d ic a l is m o

La gran controversia ideológica d e la república liberal giró alrededor de la


cuestión sindical y esta a y u d ó a definir quién estaba en el centro y quién en los
extrem os. P uede decirse que, en térm inos de id en tid ad es y alianzas políticas, los
sindicatos fueron a los liberales lo q u e la Iglesia había sid o a los conservadores
d esd e la R egeneración hasta 1930.

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424 M a r c o I ’ a i a< i o s - i T c - w k S a h a t r o

La legislación laboral había em p ezad o a desarrollarse tím id am e n te en la


década de los años 1920, in sp irad a en la doctrina social católica y en el m odelo
de legislación p ro p u esto a p artir de 1919 p o r la O rganización Internacional del
Trabajo, o it , paralela a la Liga de las N aciones. Los liberales am p liaro n esta
legislación y siguieron m ás de cerca el sistem a laboral m exicano de 1931 que,
a su vez, recogía las tendencias de la legislación continental europea. Entre las
norm as m ás im p o rtan tes ex pedidas en el decenio de los años 1920, y en las que
parece m ás d eterm in an te su enunciación que su cum plim iento, hay q u e m en­
cionar el derecho de huelga con excepción de los servicios públicos y previa
conciliación (1921); el establecim iento de reglam entos de trabajo y d e higiene
en los talleres, fábricas y em presas y de un sistem a de inspectores p ara aseg u rar
su cu m plim iento (1925); el descanso dom inical (1926); n orm as de h igiene y asis­
tencia social en los lugares de trabajo (1924 y 1925); protección al trabajo infantil
(1929); higiene en las haciendas (1929). T am bién se dieron los p rim ero s pasos
para establecer instituciones encargadas de aten d er los conflictos laborales y
desd e su fundación la Oficina N acional del Trabajo (1923) intervino esp o rád i­
cam ente en las principales ciu d ad es y en algunos conflictos de las haciendas
cafeteras. Pero estuvo au sen te en los gran d es focos de conflicto de la década de
los años 1920.
El viraje en las relaciones del Estado y los trabajadores q u e se op eró en los
dieciséis años de gobiernos liberales no obedeció a transform aciones significati­
vas de la estru ctu ra productiva. D ependió m ás de la m ovilización política en un
país que se urbanizaba. El ala radical del liberalism o m onopolizó el cam po de la
izquierda y cerró el paso a la form ación de un fuerte p artid o de izquierda, socia­
lista o com unista, com o en Chile. En este proceso fueron definitivas la debilidad
dem ográfica y la dispersión geográfica del proletariado m oderno, y el influjo de
la tradición política de los artesanos de las ciudades. A unque m ayoritariam ente
liberales, estos vivieron som etidos al juego bipartidista y a los sueños indivi­
dualistas de ascenso social.
Las bases sindicales de las décadas de los años 1930 y 1940 reflejaban la
debilidad de la in dustria m oderna y el bajo peso de un proletariado estable den­
tro del conjunto de las clases trabajadoras. El pueblo urbano era un híbrido de
fam ilias de propietarios de pequeños alm acenes y tiendas de com estibles, o de
m odestas casas en las que alquilaban habitaciones; de artesanos en tre los que
sobresalían sastres y m odistas; panaderos, carpinteros y zapateros. D entro de
estos y otros oficios había d u eños de alm acenes o de talleres con varios obre­
ros o con trabajadores a dom icilio, que elaboraban el p ro d u cto para diferentes
patronos. M uchos trabajadores urbanos, hom bres y m ujeres, eran cam pesinos
inm igrantes de prim era generación, cuya baja calificación no era im pedim iento
para engancharse en la industria de la construcción, o en talleres y fábricas no
m ecanizadas, y en los servicios, incluidos el servicio dom éstico y la prostitución.
S egún el censo de 1938, solo un 12 p o r ciento del m edio m illón de trabajadores

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1 Í I S I O R I A I )C G ’I . O M I i l A . I ’ a K I R A G M I M A IX), s I X I F O M ' DIM D ID A 425

urb an o s laboraba en lo que podem os llam ar fábricas m odernas de m ás de 100


trabajadores.
Los sindicatos fueron creados, controlados o cooptados por los dos p a r­
tidos, el clero y la izquierda m arxista. En las grandes em presas textileras de
M edellín, los m ism os em presarios y el clero atendieron el frente sindical. Las
endebles m áq u in as sindicales representaron a los trabajadores en el plano de
las reivindicaciones salariales y grem iales, pero no consiguieron inducirlos a
cam biar su s lealtades políticas y a votar por tal o cual p artid o o candidato. No
obstante, las m em orias de los enfrentam ientos y represiones a m anos del ejército
en 1925-1928, principalm ente en el río M agdalena, en los cam pos petroleros y
en las ban an eras, dejaron tradiciones de rebeldía y radicalism o, constantem ente
actualizadas.
D ada la ascendencia de socialistas y com unistas en los sindicatos y en
general en las clases pop ulares urbanas, la llegada de los liberales a la dirección
del Estado creó una alianza de izquierdas que produjo reacciones de los libera­
les m o d erad o s, los conservadores y la Iglesia. Las alineaciones y divisiones de
los p artid o s y facciones se proyectaron a los sindicatos. Así, la cuestión sindical
llevó el sello del paternalism o gubernam ental o em presarial y se desenvolvió
conform e a las m aniobras partidistas.
El go b iern o de Olaya form uló una legislación que garantizó los d ere­
chos básicos del trabajador, protegidos por una relación contractual específica
y prom ovió la negociación colectiva. D esaparecieron entonces la confrontación
directa sem ian árq u ica de los sindicatos y la represión m ilitar, características de
la década anterior. El reconocim iento de los sindicatos, del derecho a sindica-
lizarse, el establecim iento de la jornada de ocho horas diarias y 48 sem anales,
y la fijación d e resp o n sabilidades legales de los patronos, volcaron la sim patía
p o p u lar en favor del liberalism o. La reform a laboral fue d esarrollada en la ad m i­
nistración L ópez con el fortalecim iento del sindicalism o.
Las izqu ierd as, liberal, socialista y com unista, term inaron prevaleciendo
en un sector in fu y en te de los sindicatos a través del control de la C onfederación
de T rabajadores de Colom bia, ere, creada después de dos congresos sindicales,
el prim ero en M edellín en 1936 y el segundo en Cali en 1938. Estos años fueron
de tensiones in tern as de las izquierdas que term inaron en la época de la Violen­
cia, cu ando los izquierdistas liberales se m ovieron hacia el centro. De su parte,
los co n serv ad o res y la jerarquía católica consideraron a la ere com o una fuerza
clientelar al servicio del p artid o liberal. Puesto que los conservadores no consi­
guieron erigir un a base sindical propia, fueron sustituidos en este papel por el
clero que, d esp u é s de una serie de intentos fallidos y conflictivos en la década
de los años 1930, organizó en la década siguiente, y sin com prom eterse abierta­
m ente, la U nión de T rabajadores de Colom bia, u t c .
El m ied o a las m ovilizaciones populares y sindicales llevó en 1937 a una
clara m ayoría liberal m o d erada a la C ám ara de R epresentantes. M inoritario en

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126 M ai« , u I’ \i a c ic n - F r a n k S \i k jr i.'

SJ p ropio p artido, el presidente López renunció, pero la renuncia no le fue ac ep ­


tada y se vio forzado a p ro p o n er "la p ausa" de su "R evolución en M archa".
E du ard o Santos asum ió la presidencia en agosto de 1938, apoyado p o r el
n in ú scu lo p artid o com unista. A la luz del espejo español, ocupaba el centro del
espectro ideológico colom biano. D istanciado del franquism o y del com unism o,
cpoyó la intelectualidad republicana en el exilio. El golpe de Estado de los co-
n u n ista s a la R epública española, ya d erro tad a m ilitarm ente, le daba la ra zó n y
cem ostraba la falacia com unista. C on estos argum entos, los liberales m o d era d o s
cesacreditaron a los "m uchachos de López".
Lo que sigue es u n a historia de divisiones sindicales en función d e los
conflictos ele las izquierdas. La ere, criatura del liberalism o en el C obierno, reco­
p a m uchas tendencias y no siem pre conseguía expresar los diversos intereses de
ais sindicatos afiliados. Sus objetivos eran dem asiado am plios y sus alianzas con
b s políticos estaban som etidas a la incertidum bre del juego electoral d e la iz-
cuierda liberal y a las m aniobras de los com unistas, que se definían en el espec-
t o del m ovim iento com unista internacional som etido a los intereses soviéticos.
Así, p o r ejem plo, el pacto germ ano-soviético de agosto de 1939 d iv id ió a
Iberales y com unistas. En 1940 Fedenal, la organización de trabajadores del río
M agdalena y el sindicato m ás poderoso del país, q uedó en m anos de los co m u ­
nistas y la división se p ropagó a la ere. Pero la invasión nazi a la U nión Soviética
(n junio de 1941 lim ó las asperezas e hizo renacer la u n id ad de la ere, ahora
controlada p or los com unistas, quienes dejaron a los liberales un am plio m argen
(le visibilidad. Al ser disuelta la Internacional C om unista en 1943, los c a m a ra­
das cam biaron lenguaje y sím bolos de identidad. El P artido C om unista pasó a
lam arse Socialista P opular y postuló la revolución dem ocrático-burguesa, de
a cual el sindicalism o sería la vanguardia. V eredicto criticado por C aitán , otro
zquierdista en busca de bases obreras. Com o m inistro de Trabajo, C aitán insta-
ó aquel año el congreso de la reunificada ere y decidió lanzar sus d ard o s a los
aparatos sindicales. De cuatro m illones de trabajadores colom bianos solo 90.000
estaban sindicalizados, dijo y preguntó: ¿dónde está el espíritu revolucionario
leí sindicalism o?
Pero si el sindicalism o no daba la talla revolucionaria, estuvo p resto a de-
ender las instituciones. C uando en julio de 1944 un g ru p o de oficiales del ejér-
;ito hizo prisionero al presidente López en Pasto, las m u ltitu d es y los sindicatos
expresaron un im presionante apoyo al gobierno civil a todo lo largo y ancho
iel país. Bajo la legislación de Estado de sitio que siguió a la intentona golpista,
.ópez produjo la m ás com pleta legislación laboral que consagraba principios
)ásicos del derecho individual del trabajo y prohibió, por prim era vez en la his-
oria, el uso de esquiroles para liquidar las huelgas legales.
La tolerancia y sim patía hacia los com unistas en los años de la S egunda
ju e rra M undial les ayudó en las elecciones de cuerpos legislativos de 1945, cuan-
io obtuvieron la votación m ás alta de toda su historia; 3,2 por ciento. Ese año la
JTC y la poderosa Fedenal tam bién llegaron a la cima. La huelga desatada p o r esta

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H i S I O R I A d i C\<l.ll.MI?IA. I ’a ( S rK AGMI.NTAIX'», SCX IF D A D DDTO IDA 427

ultim a perm itió al gobierno centrista de A lberto Lleras, uno de los "m uchachos
de López", q uitarle la p ersonería jurídica y declarar la ilegalidad del m ovim ien­
to. En dos días las em presas navieras rean u d aro n operaciones con esquiroles. La
huelga de Fedenal se había originado en las divisiones internas de los co m u n is­
tas. Pues bien, su colapso m ostró la extrem a vulnerabilidad del sindicalism o a
los cam bios de tem p eram ento de los gobiernos liberales.
En 1946, los ap arato s sindicales dom inados por los com unistas decidieron
a p o y ar activam ente al can d id ato liberal oficialista, G abriel Turbay, contra G ai­
tán, q u ien era p o p u lar en las bases pero había intentado ro m p er la u n id ad de la
CTC cu an d o acarició la idea de crear un nuevo frente sindical que, irónicam ente,
se convertiría en la proclerical uxc.
A u n q u e la sindicalización siguió au m entando, a fines de la década d e los
años 1940 no llegaba al 5 p o r ciento de la población asalariada; tres cuartas p a r­
tes de los trabajadores d e la in d u stria m anufacturera fabril no estaban afiliadas
a n in g ú n sindicato. Debe subrayarse que en Barranquilla estos índices eran m uy
superio res y el sindicalism o de la ciu d ad fue uno de los pilares del ala radical
d e la CTC. La legislación im p u lsad a p o r los liberales favorecía un sindicalism o
con p o d er negociador d en tro de la "em presa" pero no en la "ram a industrial" u
oficio. El único sindicato con p o d er de rep resen tar una "ram a industrial" había
sido Fedenal que, com o acabam os de ver, en 1945 dio pie a su desintegración.
La politización de las capas populares y la intensidad de los m ovim ientos
m igratorios se tradujeron en un aum ento del prestigio de los liberales, aliados
de los sindicatos urbanos y de las reivindicaciones agrarias de colonos y arren­
datarios. En estos contextos deben enfocarse la legislación agraria que venía ges­
tándose en la década de los años 1920 y que los liberales presentaron com o una
reform a social aunque, en realidad, tuvo efectos m uy lim itados. Todavía m ás que
los obreros, los cam pesinos enfrentaban la dispersión geográfica, la pluralidad de
regím enes agrarios, las tradiciones localistas. Pese a una especie de sincronización
de sus protestas entre 1920 y 1937, no tiene sentido hablar de "u n m ovim iento
cam pesino". Las pug n as de la izquierda liberal, socialista y com unista agravaron
la fragm entación geográfica, social y cultural de las agitaciones agrarias.
En 1926, un a sentencia de la C orte S uprem a de Justicia había sem brado
in seg u rid ad en los pro p ietarios que no explotaban la tierra pero exhibían escri­
turas, y expectativas en los cam pesinos de regiones d o n d e estos últim os alega­
ban ser colonos. M uchos líderes liberales habían em p ezado su carrera política
en esas agitaciones. Con este trasfondo, O laya tom ó la iniciativa en 1932 y los
convocó a p re p a ra r u n proyecto de reform a agraria que debía incorporar las
m ás recientes teorías del derecho francés sobre el carácter social de la propiedad
inm u eb le y principios del agrarism o de la Revolución m exicana y de la reform a
ag raria de la República Española.
El p rim er proyecto g ubernam ental, bipartidista, establecía la presunción
legal d e la p ro p ied a d a favor del Estado de "to d as las tierras no cultivadas".

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428 M a K (. '0 P a l a c i o s - F k a n k S a m o k d

Estas conform arían el fondo de bienes baldíos al cual solo accederían los p a rtic u ­
lares si trabajaban la tierra. N o se ha descrito cómo, cu án d o y p o r qué el proyecto
p erd ió este filo y q u ed ó reducido en 1936, d esp u és de sufrir u n em brollado p ro ­
ceso legislativo en las C ám aras, a la fam osa "Ley de tierras".
Privilegió esta la seg u rid ad del título de p ro p ied a d sobre el re p arto ag ra­
rio. De este m odo aseguró el estatus jurídico de los gran d es propietarios, au n q u e
dio un respiro a los colonos que p ro b aran buena fe en la posesión de las parcelas.
Tal respiro d ep en d ía de la suerte que corrieran sus d em an d as de reconocim iento
de m ejoras p or la vía judicial. Pero el n ú m ero de juzgados de tierras creados
p ara aten d er los conflictos fue ínfim o y sus funciones se reglam entaron un año
después, d a n d o tiem po a que m uchos terratenientes desalojaran a los colonos.
La p ro testa cam pesina estaba concentrada en las zonas cafeteras del T equenda-
m a y del S um apaz, d o m in ad as p o r los com unistas, y en m enor m ed id a a unas
pocas com arcas de la zona b ananera de Santa M arta, la provincia de Vélez en
S antander, el valle del Sinú en la región C aribe y el rico Q u in d ío cafetero. La Ley
d e tierras sirvió para solucionar algunos de estos conflictos p o r m edios que, en
realidad, venían em pleándose desde la década de los años 1920: la parcelación
oficial o p riv ad a de las grandes p ro p ied a d es asediadas por los colonos y arren ­
d atario s y la adjudicación de baldíos "caso p o r caso".
La reform a agraria no fue m ás que u n a prom esa en el aire. Colonos, colo­
nizaciones y conflictos agrarios seguirían form ando p arte de la historia colom ­
biana en la seg u n d a m itad del siglo xx.

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13
PAIS DE C IUDADES

D E S D E LA I N D E P E N D E N C I A L A S O C I E D A D Colombiana D O había ex p erim en tad o


cam bios tan carg ad o s d e consecuencias com o los su ced id o s d esp u é s de 1945. Al
igual q u e en la m ay o ría d e países d e A m érica Latina y el C aribe, estos se m an i­
festaro n en u n v ertig in o so a u m en to y red istrib u ció n geográfica d e la población;
urb an izació n sustancial; industrialización, relativ am en te débil y tard ía, y d e s­
p eg u e d e la a g ric u ltu ra capitalista en alg u n as áreas del país. Por otra parte, el
fracaso d e las políticas d e red istrib u ció n d e la tierra y la fuerte p resión d em o g rá­
fica llevaron a los ca m p esin o s a hacer su p ro p ia reform a ag raria, colonizando.
N u ev e frentes d e colonización se am p liaro n en la se g u n d a m itad del siglo xx y
hoy fo rm an el país trau m ático d e guerrillas, param ilitares, narcotraficantes en
d isp u ta de territo rio s q u e p ro d u c en divisas: coca, petróleo, oro, banano. T errito­
rios d e alta m o v ilid ad geográfica y baja m ov ilid ad social, d o n d e las instituciones
estatales llegaron re zag a d as y d e la m ano de los políticos clientelistas.
Los cam bios dem ográficos, sociales y económ icos influyeron en la m ayor
particip ació n d e los ing resos y gastos del E stado en el PIB, en la expansión de
las buro cracias estatales y la creación, d esap arició n o reform a d e u n conjunto de
instituciones. A lg u n o s d e estos cam bios parecen rev ertir en la ú ltim a década del
siglo, cu a n d o son m an ifiestas la d esin d u strializació n y la hipertrofia del sector
de servicios.
Pese al crecim ien to económ ico a lo largo del siglo, q u e p erm itió el s u r­
gim ien to d e n u ev a s clases m ed ias u rbanas, el ingreso p er cápita (US$ 2.000 en
1999) sig u e sien d o m u y bajo en relación con los países ricos del m u n d o , a u n q u e

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430 M \KL o I’ \ l . A C K N - I'kank Sai fo k o

en el siglo xx aum entó ligeram ente m ás rápido que la m edia latinoam ericana. En
1950, C olom bia ocupaba el puesto 10 entre 20 naciones d e la región y en 1995
pasó al 8o. lugar. Es posible que la pronunciada recesión y contracción de fines
del siglo XX hayan devuelto al país al décim o lugar o au n m ás abajo.
La pobreza, en distintos grados, ha sido la condición com ún de la m ayoría
de la población. Pobreza y subem pleo, que venían caracterizando a la sociedad
ru ral, tam bién llegaron a la ciudad. A unque al m ediar el siglo u n a red nacional
de carreteras estaba a p u n to de com pletarse e integraba m ejor el país, continuó
la fragm entación en las cuatro grandes regiones establecidas en el p eriodo colo­
nial: caribeña, antioqueña, caucana y oriental.
Entre 1945 y la década de los años 1970, las elites orientaron y m anejaron
la política económ ica con pragm atism o. Term inaron haciendo u n híbrido de
proteccionism o y librecam bism o. El prim ero, inspirado p o r la C om isión Econó­
m ica para la Am érica Latina, c e p a l , y llam ado de desarrollo hacia adentro, en
contraposición al librecam bism o o desarrollo hacia fuera, se justificó d esp u és
de la bonanza cafetera que concluyó en 1956 con el arg u m e n to de que en el co­
m ercio internacional eran negativos los térm inos de intercam bio de las m aterias
prim as. El segundo, recom endado por el Banco M undial y el F ondo M onetario
Internacional, interesaba especialm ente al grem io cafetero y a los exportadores
de café. U na confluencia de elem entos ideológicos y de intereses, q u e esbozare­
m os en breve, m uy específicos de la situación política colom biana en la c o y u n tu ­
ra excepcional de 1945-1957 contribuyeron a form ar el híbrido.
En la década de los años 1980 em pezó a percibirse una reorientación bajo
los p arám etros del llam ado ajuste, m ás suaves en C olom bia q u e en el resto de
A m érica Latina. En la siguiente década, la globalización de los m ercados, las
altas expectativas creadas por la renta petrolera y el im pacto del narcotráfico
lim itaron las opciones de política económ ica y trajeron a escena el aire de libre­
cam bism o dogm ático de m ediados del siglo xix.

L a t r a n s ic ió n d e m o g r á f ic a

En el siglo xx, la población colom biana se m ultiplicó p o r diez, al p asar de


u n o s cuatro m illones en 1900 a m ás de 42 m illones de habitantes en el año 2000
{véase cuadro 13.1). Esta últim a cifra no incluye entre cuatro y cinco m illones de
colom bianos que, según distintos estim ativos de 1999, em igraron a p artir de la
d écad a de los años 1960 principalm ente a Estados U nidos, V enezuela y Ecuador.
Los especialistas em plean el térm ino transición dem ográfica para explicar
el rá p id o ascenso (1951-1973) y posterior descenso de las tasas de crecim iento de
la población. Esta transición alu d e al avance de una fase caracterizada p o r altos
niveles de m ortalidad y fecundidad, y de baja esperanza de vida al nacer, a otra
en la cual la m ortalidad y la fecundidad decrecen y au m en ta la esperanza de
vida. C olom bia se distingue en A m érica Latina por la velocidad con que realizó
esta transición {véase cuadro 13.2).

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1 Í I S r O K l A D : C o i . O M l í l A . I ’a Is I K A C M I N f A I K T , SC.X II D A P D I M D I D A 431

Cuadro 13.1. La población colom biana, 1938-1993.

C recim ien to
Año P o b la ció n N a ta lid a d (%o) M o rta lid a d (%o)
a n u al (%)*
1938 8.701.800 2,2 38,3 25,1
1951 11.548.200 3,3 43,0 2 2 ,1
1964 17.484.508 2,7 44,2 14,0
1973 22.862.118 2,1 36,0 10,1
1985 29.481.100 1,8 27,5 8,1
1993 37.664.700 24,2 7,0

* La ta s a d e c r e c im ie n to s e re fie re al p e r io d o s ig u ie n te . Es d ec ir, la d e 1938 c o r r e s p o n d e al p e r io d o 1938-51.

Fuente: C en so s d e p ob lación .

En la p rim era fase se m antiene elevada la fecu n d id ad (núm ero de parto s


p o r m ujer fértil) y desciende la m ortalidad. En consecuencia, crece la población
total. Los altos niveles de m ortalidad, particularm ente infantil, se deben a d e s­
nutrición, hacinam iento y analfabetism o, que au m en ta n los riesgos de contraer
en ferm ed ad es infecciosas y parasitarias como tuberculosis, tifoidea y m alaria.
Afecciones q u e se reducen con la provisión de agua potable, la am pliación de los
servicios públicos de vacunación, m edicina p rev en tiv a y curativa y la difusión
d e los antibióticos. En estas condiciones, las en ferm ed ad es cardiovasculares y
el cáncer se convierten en las principales fuentes de m o rtalid ad . En los últim os
veinte años del siglo xx el hom icidio es una de las p rim era s causas d e m o rtalid ad
de los h o m bres en tre 16 y 34 años en Bogotá, M edellín y Cali.
Las tasas d e fecundidad dism inuyen en la fase siguiente. Las razones son
socioeconóm icas y culturales, principalm ente, a u n q u e los p ro g ram as de p lan i­
ficación fam iliar han d esem p eñ ad o un papel decisivo. La principal causa so­
cioeconóm ica qu e inhibe la caída de la fecundidad es la pobreza, com o se aprecia
en el cu a d ro 13.3.

Cuadro 13.2. La transición demográfica: C olom bia y América Latina.

F ecu n d id a d M ortalid ad in fa n til E sp eran za d e v id a


(p artos p or m ujer fértil) %o en años
Años C o lo m b ia A m érica C o lo m b ia A m érica C o lo m b ia A m érica
Latina Latina Latina
1950-1955 6,8 5,9 123,0 73,0 50,6 51,8
1990-1995 2,8 3,1 40,0 53,0 68,2 66,7

Fuentes: A lb a, F ran cisco y M orelos, José B., "Población y g ra n d es ten d e n c ia s d em ográficas" , c a p ítu lo
X de: U N E S C O (ed.) H istoria General de Am érica Latina, vol VIH (p róxim a p u b licación).

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432 M a r c o P ai.acio s - F r a n k S a ito k d

Cuadro 13.3. F ecundidad y m ortalidad infantil en Bogotá, 1985.

C o n d ic io n e s d e p o b reza F ecu n d id ad M o rta lid a d in fa n til (%)

N o p ob res 1,9 28,0

P obres 3,6 37,7


En m iseria 4,3 48,1

Total Bogotá 2,5 31,3

Fuente: D u rea u , F ran çoise y F lórez, C arm en Elisa, " D y n a m iq u es d é m o g r a p h iq u e s colom b ien n es: d u
n ation al au local", en: La Colombie à l'aube du troisième millénaire, Jean -M ich el B lanquer y C hristian
G ross (co o rd in a d o res), París, 1996, p .155.

Las tasas d e fecu n d id ad varían fuertem ente de acu erd o con la ubicación
de la m ad re en el co n tin u o u rb an o -ru ral y seg ú n la región del país. Fenóm enos
p ropios d e la h etero g en eid a d d e situaciones colom bianas q u e ya h abían llam a­
do la atención d e la M isión del Banco M undial d irig id a p o r L auchlin C urrie en
1949-1950. Su in fo rm e co n sig n a p o r ejem plo, q u e so b re u n a n a ta lid a d m ed ia
nacional del 33 p o r m il (1946), la d e Bogotá era de 31,4 y la d e M edellín de 41,7.
Algo sim ilar o curría con las dem ás variables dem ográficas.
En so ciedades tradicionalm ente católicas, la dism in u ció n d e los partos
im plica u n a revolución en los valores y actitudes de las m ujeres. Investigaciones
de cam po, com o las de V irginia G u tiérrez de P ineda, h an d em o strad o brechas
entre el tipo de fam ilia católica tradicional q u e debía esp e rarse y los tipos de fa­
m ilia realm en te p revalecientes en las regiones y subregiones colom bianas. A ún
así, no debe su b estim arse el im pacto d e las convenciones d e u n a pastoral u n
tanto atra sad a q u e p re d o m in a b a a m ediados del siglo xx en el clero colom biano.
O bispos y párro cos pred icab an los tres bienes del m atrim onio: tener hijos, la
fidelidad q u e se deben los esposos entre sí y la in d iso lu b ilid ad del sacram ento.
Y vigilaban d esd e el confesionario.
A u n q u e d esp u é s d e m uchas cavilaciones la Iglesia había aceptado el m é­
todo n atu ral d e control natal d e O gino-K naus, solo era conocido en las capas
ed u cad as de las g ra n d es ciu d ad es. Pese a todo, es rev elad o r el alto índice de
abortos clandestinos. Pero lo q u e de veras asom bra es la velocidad con q u e se
p ro p ag ó el uso d e la p íld o ra anticonceptiva. El d esp eg u e tom ó u n poco m ás de
diez años y com enzó tím id am en te a m ed iad o s de la décad a de los años 1960
en tre las clases altas de las principales ciudades; luego se fue exten d ien d o por la
m alla u rb an a hasta alcanzar pueblos y regiones rurales. Los analistas coinciden
en q u e el nivel ed u cativ o de la m ujer es la variable m ás d eterm in a n te para expli­
car la aceptación de los m étodos m odernos d e control natal. En la década d e los
años 1970 C olom bia era el país latinoam ericano con la pro p o rció n m ás alta de
m ujeres q u e los em p leab an d en tro de los p ro g ram as de planificación fam iliar.

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1 llSlO K IA r ( , U l . i ) M I ! ( A . I ’ a IS H<A< A H N T A U > , X X i f d a p d i \ i d i d a 433

Al sep a rar radicalm ente la sexualidad d e la procreación, la p íldora an ti­


conceptiva abrió el cam po a n u evos valores y co n d u ctas sociales q u e tenían q u e
ver con las relaciones en tre los géneros, la educación de los afectos, la form ación
y la vida de las parejas, la preferencia sobre el n ú m ero d e hijos. Y au m en ta ro n
las p o sib ilid ad es del ingreso de la m ujer a la educación m edia y su p e rio r y a los
m ercados form ales e inform ales d e trabajo. Todo esto rep ercu tió en el tam año de
las fam ilias, el cu id ad o y m anutención de los niños, la m ayor aceptación social
e ig u ald ad legal de las m adres solteras o ab a n d o n ad as y d e los hijos p o r fuera
del m atrim onio.
Debe su b ray arse la decisión e inteligencia de las elites políticas del Frente
N acional, en p articu lar d e las liberales, para lograr com prom isos tácitos con la
jerarquía católica y fom entar la creación d e redes públicas y p riv ad a s a través de
las cuales se ad m in istraro n los p ro g ram as de planificación fam iliar. Los obispos,
p o r su parte, debían m itigar la tensión m oral en tre las d octrinas pontificias q u e
co n d en ab an tales p rogram as y las d em an d a s de m uchos párrocos q u e aten d ían
feligresías p o bres y eran conscientes de la relación en tre el n ú m ero d e hijos y las
opciones de vida de estos y sus fam ilias. La jerarq u ía concluyó q u e la decisión
d e las parejas sobre la procreación era u n a su n to p riv ad o , d e conciencia. Pero las
políticas de población eran un asu n to público, de Estado. A u n q u e la co n fro n ta­
ción de posiciones nunca llevó a un conflicto religioso, las a u to rid a d e s civiles se
preo cu p aro n cu an d o se com probó que, luego d e las p réd icas de S em ana Santa,
u n a alta p roporción de m ujeres ab a n d o n ab a la píldora.
T am bién debe resaltarse la progresiva d eb ilid ad d e la Iglesia católica: la
caída de la pro p o rció n de párrocos p o r habitantes en los barrios p o p u lare s de
las m etrópolis y g randes ciudades; la deserción d e las prácticas religiosas; la
ausencia de párrocos en zonas del país d o n d e había sido trad icio n alm en te débil,
com o la región caribeña o la franja del Pacífico, y su papel m arginal en las colo­
nizaciones de la seg u n d a m itad del siglo xx, en contraste con la influencia que
había tenido en la colonización antioqueña.

U r b a n iz a c ió n

A u n q u e tardía, la urbanización colom biana term inó aju stán d o se a p au tas


latinoam ericanas. Según los censos, en 1938 un 29 p o r ciento de la población
colom biana vivía en las ciu d ad es y al finalizar el siglo el 70 p o r ciento. P artien­
do d e niveles m uy bajos, los ritm os d e urbanización se aceleraron d esp u é s de
1930 y alcanzaron m áxim a velocidad en tre 1950 y 1960. En 1940, n in g u n a ciudad
colom biana llegaba al m edio m illón de habitantes; en 1985 dos ciu d ad e s tenían
m ás de dos m illones, otras dos so brepasaban el m illón de hab itan tes y ocho ciu ­
d ad es tenían m ás habitantes q u e Bogotá en 1940. En m enos d e m edio siglo el
país ab ru m a d o ram en te rural y cam pesino se había tran sfo rm ad o en " u n país de
ciudades".

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434 M a r c o P ai a cicn - ÌX a n k S a ito k d

Un país de ciudades, así en plural, en el que se destaca cierta arm onía.


C ada una de las cuatro grandes regiones m antiene su capital, o tras subcapitales
y un conjunto de centros regionales. En 1970, treinta ciu d ad e s ex p resaban cierto
equilibrio geográfico de la m alla urbana {véase cuadro 13.4).

Cuadro 13.4. Jerarquía urbana y regional hacia 1970.

Je rarq u ía u rb a n a R egión R egión A n tio ­ R egión C au can a R e g ió n O rie n ta l


C aribe queña o S u ro c c id e n ta l
M etrópoli nacional Bogotá
C ap itales region ales Barranquilla- M ed ellín -ltagü í- C ali-Y um b o B ogotá-Soacha
S oled ad B ello-E n vigad o
-La Estrella

C entros region ales Cartagena M an izales-V illa Bucaram anga-


prin cip ales Santa Marta María G irón -
Pereira-Santa Rosa F loridablanca
C entros region ales M ontería A rm enia Paim ira C úcuta
secu n d arios C iénaga Pasto Ib agu é
Sincelejo B u en aven tu ra N eiv a
V alledupar Buga G irardot
T uluá Barrancabermeja
C artago V illavicen cio
Tunja
S o g a m o so -
N ob sa
D u itam a

Fuente: elab orad o con base en D ep artam ento N acion al d e P laneación, " M o d elo d e R egionalización",
Rei’ista de Planeación y Desarrollo, Vol. ii. N o. 3, Oct. 1970, pp.302-339.

Las corrientes colonizadoras han erigido otros centros regionales secunda­


rios, com o Florencia en C aquetá, La D orada en el M agdalena M edio o A partado
en Urabá. Este conjunto de ciudades continúa articulando un sistem a urbano más
equilibrado que el de otros países latinoam ericanos. Por debajo de los centros
regionales secundarios hay otros dos niveles: los centros sem iurbanos y las po­
blaciones rurales. N o hay la hipertrofia de un centro nacional en relación con el
resto de las ciudades del país, com o el caso de M ontevideo, Buenos Aires y San­
tiago de Chile, y m ás tarde, Caracas, C iudad de México o San José de C osta Rica.
Por otra parte, si en 1938 el 10 por ciento de la población colom biana re­
sidía en la jurisdicción m unicipal de las cuatro capitales regionales, al finalizar
el siglo esa proporción llega al 25,7 por ciento. De las cuatro, B arranquilla creció
m ás despacio y Bogotá m ás rápidam ente; de tener el 4% d e los habitantes del
país en 1938, la capital de la República pasó al 14,7% en 1998 y ha crecido más
aceleradam ente que la m ayoría de las capitales latinoam ericanas, com o se apre­
cia en el cuadro 13.5.

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H isto r ia di. C o to m h ia . I ’ \ls tr \ i : \ ii \ ia ik >, sc x ii d a d d i \ i d i d .\ 435

Cuadro 13.5. Tasas de crecim iento de las principales ciudades latinoam ericanas,
1950-90.

C iu d a d 1950-60 1960-70 1970-80 1980-90


B ogotá 7,2 5,9 3,0 4,1
B u en o s A ires 2,9 2,0 1,6 1,1
C aracas 6,6 4,5 2,0 1,4
Lim a 5,0 5,3 3,7 2,8

M éxico 5,0 5,6 4,2 0,9


Río d e Janeiro 4,0 4,3 2,5 1,0
S a n tia g o 4,0 3,2 2,6 1,7
S ao P au lo 5,3 6,7 4,4 2,0

Fuente: V illa y R o d ríg u ez (inédito), citad o por; G ilbert, A lan, "El p ro ceso d e urb an ización ", cap ítu lo
IXd e U N E S C O (ed .). Historia General de América Latina, vol. v i i i .

La desaceleración del crecim iento de las ciu d ad e s latinoam ericanas en la


d écad a de los años 1980 se atribuye a la crisis económ ica, a la ap e rtu ra com er­
cial q u e obligó a cerrar m uchas in d u strias y al achicam iento del Estado, que
dejó cesantes a miles de em pleados públicos. Pero Bogotá continuó creciendo
qu izás p o rq u e en C olom bia estos cam bios fueron m ás tardíos y m enos fuertes.
Finalm ente, la violencia e in seg u rid ad en las zonas ru rales ha forzado a m iles
de fam ilias a d esplazarse a los centros urbanos g en e ran d o graves traum atism os
sociales, de los cuales el p u erto petrolero de B arrancaberm eja ofrece un ejem plo
c o n tu n d en te en la últim a década del siglo xx .
La dem ografía de las gran d es ciudades varía según las zonas. Por ejem ­
plo, en tre 1973 y 1985, la población del centro histórico d e Bogotá se estancó y
au n decreció, m ientras que los pobladores afluyeron a las periferias del su r que
registraro n increm entos superiores al 10 p o r ciento anual.
M edellín ofrece uno de los ejem plos m ás claros del im pacto de los ritm os
económ icos en la vida urbana. D espués del apogeo industrial, que alcanzó su
cim a en tre 1940 y 1956, sobrevino una paulatina desaceleración de la actividad
económ ica que, d esde m ediados del decenio de los años 1970, condujo a situ a­
ciones p eligrosas de desem pleo, inseguridad, m arg in alid ad y crim inalidad.
Al co m en zar la década de los años 1970 sectores de las elites políticas y del
clero estaban alarm ad o s por el incontrolado éxodo rural que d ab a un papel pro-
tagónico a las ciu d ad es en la configuración del n uevo país. A larm a que aum entó
a raíz de las elecciones presidenciales de aquel año. El vocablo éxodo esconde
la selectividad de las m igraciones. Las investigaciones han d em o strad o el m óvil
económ ico y el conocim iento de los m igrantes de que tienen algo que ofrecer en
los m ercados urbanos. Por eso em igran m ás m ujeres q u e hom bres, una cons-

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43 b M \ i « G I ’ a i \ ( J v x - F k' w k S m ktkd

tan te d esd e el siglo pasado; en todo caso, em igran jóvenes con m ejor educación
y alg u n a h ab ilid ad u oficio. Los ancianos y quienes no posean calificaciones se
q u ed a n en sus lu gares d e origen.
Tres generaciones de m igrantes habrían de m arcar uno de los cam bios
m ás significativos de las estru ctu ras sociales urbanas: el im presionante aum ento
de la p articipación fem enina en la fuerza laboral de Bogotá. En 1976 trabajaban
el 36 p o r ciento de las m ujeres y el 50 por ciento veinte años después. Al tiem po
q u e las poblaciones m igratorias tienen algo que ofrecer, esp eran ganar en ed u c a­
ción, vivienda y salud; m ejorar los ingresos y tener m ás libertad personal.
M ientras la brecha educativa entre el cam po y la ciu d ad ha ido en san ­
chándose, la d e géneros se redujo por lo m enos hasta 1985 {véase cuadro 13.6).
N o obstante, son ev id en tes fuertes divergencias regionales. Es notorio, por ejem ­
plo, el rezago del C aribe en educación y servicios de salud. La brecha entre la
m atrícula p rim aria y la secundaria ha dism inuido en el país. La cobertura y la
calidad sig u iero n correlacionadas con el grado de desarrollo económ ico de los
m unicipios y con el ingreso de las un id ad es familiares. Pero los retrasos son
form idables. En 1985-1989 term inaron la prim aria apenas el 57 por ciento de los
niños que iniciaron el ciclo y en 1989 solam ente el 71 por ciento de la población
en ed ad escolar recibía educación prim aria. A unque la expansión de la prim aria
se atrib u y e exclusivam ente al papel del Estado y a la gestión de los políticos,
investigaciones recientes a p u n ta n a que gran parte del im pulso proviene de la
paciencia y ten acid ad d e las m adres para que sus hijos estu d ien con el fin de
abrirse un m ejor cam ino en la vida.
La ad a p tació n de los m igrantes a la vida de las gran d es ciudades ha sido
m enos trau m ática d e lo esperado, en parte porque una proporción ha pasado
p o r ciu d ad es p equeñas. A u n q u e sus condiciones de vida m ejoran, la existencia
sigue siendo d u ra. C ada vez deben em plear jornadas m ás largas en el tran sp o rte
y trabajar en em pleos p o r lo general mal rem unerados. Pocos se afilian a sin d i­
catos, asociaciones de vecinos o de cualquier otro tipo. Las ciudades no están
eq u ip ad a s p ara ofrecer a los habitantes, en particular a los pobres, opciones para

Cuadro 13.6. Porcentaje de la población analfabeta en m ayores de 15 años,


1951-1993.

A ños 1951 1964 1973 1985 1993


Urbana 21 15 11 8 7

Rural 50 41 33 26 23

H om bres 35 25 18 13 11

M ujeres 40 29 19 14 17

Total 38 27 19 14 11

Fuentes: C ensos d e población.

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H istoria dt C o i .o m h i a . i* J s f K - u ; M i \ Y-\i.x'), s < x ii d a d d im o id a 437

Mapa 13.1. Jerarquía urbana y regional.

BARRANQUILLA

JZona de influencia de Bogotá

I Zona de influencia de Medellín


I Zona de influencia de Cali

I Zona de influencia de Barranquilla


Influencia compartida

■ jerarquía urbana de nivel nacional

Fuente: Atlas digital, Instituto A gustín C odazzi.

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438 i\lA ia o I ’ a i . a c i o s - F k a n k S a i t -o k d

el tiem po libre. Probablem ente m uchos hom bres dedican los fines de sem ana a
beber y a jugar en el entorno de sus barriadas; acaso a presenciar un torneo d e
fútbol, un a com petencia ciclística o van a otros barrios p o p u lares de la ciudad a
d ivertirse en sus ferias y fiestas; ocasionalm ente hom bres y m ujeres viajan a sus
pueblos de origen.
Una de las principales m etas de los habitantes de las ciudades es tener v i­
vienda propia. M eta posible puesto que ha dism in u id o la proporción de fam ilias
que p ag an alquiler p o r la vivienda y acaso se hacinan con otras en inquilinatos
(véase cu ad ro 13.7).

C uadro 13.7. Porcentaje de fam ilias propietarias de su vivienda en algunas ciu­


dades latinoam ericanas, 1950-1990.

C iu d a d 1947-1952 (A) 1985-1990 (B) B-A

M éxico 25 62 37

G uadalajara 29 60 31
Puebla 21 53 32

Bogotá 43 57 14

M ed ellín 51 65 14

Cali 53 68 15

Río d e Janeiro 23 63 40

Fuente; G ilbert, A lan, The Latin American City, L ondres, 1994.

D esde fines de la década de los años 1940 hasta 1990 hubo control de los
precios del alquiler de vivienda. En el decenio de los años 1940 se establecieron
esquem as de construcción y financiam iento de vivienda p o p u lar y de clase m e­
dia, que se am p liaron en las tres décadas siguientes y fueron ab an d onándose en
la década de los años 1980. En algunos casos p o r la insolvencia financiera de las
instituciones, o por la corrupción ram pante de los políticos que las controlaban,
com o fue el caso del Instituto de C rédito Territorial a fines de la década de los
años 1970.
La variación d e fam ilias propietarias a lo largo del tiem po es m ás p ro n u n ­
ciada en ciu d ad de México, G uadalajara, Puebla o Río de Janeiro, que en las ciu­
dad es colom bianas q u e partieron de porcentajes m ás elevados de propietarios.
A ún así la proporción de familias que no tienen vivienda propia sigue siendo
m uy alta en el llam ado triángulo de oro colom biano (Bogotá, M edellín, Cali) y
p u ed e ser m ás alta en otras ciudades.
A unque los inquilinatos no han desaparecido del todo, los pobres viven
ahora en inm ensos cam pam entos en p erm an en te renovación, que atestiguan el
paso de tugurios a diferentes tipos de barrios norm ales. O sea, la transición de

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H isio kia di o n.G'MniA. í ’a K I i; \i ; \ i i \ ía ix >, x x a d a d d iv id id \ 439

ag ru p am ien to s de covachas sin servicios a casas construidas con m ateriales m o­


dern o s y d e dos o tres pisos, q u e han form ado barrios conectados a la red de
tran sp o rte colectivo, con calles pavim entadas, servicios de agua y alcantarillado,
electricidad y telefonía, y con escuelas y centros de salud.
Al proceso de norm alización, fam iliar y barrial, que tom a en tre 10 y 15
años, confluyen las aspiraciones de tener vivienda propia, políticas g u b ern a­
m en tales y la acción de especuladores y políticos profesionales. En la m ed id a
en qu e los planes oficiales de vivienda p o p u lar se rezagaron de la dem an d a,
su rg iero n d istintos tipos de asociaciones que suplieron esas funciones públicas.
En g ra n d es ciudades com o Bogotá, algunas giraron alred ed o r del p artid o co­
m unista. P ero fueron la excepción. Q uienes sacaron la m ayor ventaja electoral y
com ercial fueron políticos clientelistas de los dos partidos tradicionales.
U n porcentaje m uy elevado de viviendas fam iliares tienen origen ilegal.
La ilegalidad presenta dos form as. La invasión, generalm ente org an izad a con el
apoyo d e asociaciones y políticos. A quí todo es ilegal: los invasores o cu p an p ro ­
pied ad p riv a d a y no tienen autorización de construir. La urbanización pirata,
p o r el contrario, viola los estatutos m unicipales de construcción p ero se estable­
ce sobre p ro p ied a d legalizada p o r el em presario-pirata, quien g eneralm ente es
un político profesional o alguien q u e ha com prado favores de las au to rid a d es y
la policía.
Las nu ev as poblaciones están asentadas en cinturones, alejados en lo p o ­
sible d e las zonas residenciales d e las clases m edia y alta y de sus centros com er­
ciales. O c u p an tierras consideradas m arginales por los urb an izad o res dedicados
a co n stru ir u n id ad es residenciales de clase m edia o zonas para la industria; m u ­
chas de estas tierras de m enor precio están ubicadas en terrenos an egadizos o
en p en d ien tes erosionadas. De allí las tragedias que ocupan la atención de los
periódicos y noticieros de televisión en las tem poradas de lluvia.
C onjuntos pop u lares com o C iudad Bolívar o Bosa, en Bogotá, A guablanca
en Cali o la C om una Oriental en M edellín albergan m ás población q u e m uchas
capitales departam entales. D esbordados por la m asividad de las nuevas pobla­
ciones u rb anas, los políticos y sus asesores internacionales concluyeron que el
tesón de los pobres y las leyes del m ercado resolverían el problem a de la vivienda
antes q u e los esquem as estatales de oferta de vivienda popular. Al ocurrir así, se
vio rá p id am en te el surgim iento de ciudades divididas o segregadas en diferentes
su b m u n d o s urbanos, cuyo nexo principal no son relaciones de ciudadanía.
P rácticam ente todas las ciu d ad e s de m ás de 200.000 habitantes acom e­
tieron, con m ayor o m enor grado d e éxito, planes de am pliación de la infraes­
tru ctu ra u rb a n a y d e los servicios públicos; de regulación del uso del suelo y
esquem as de renovación física. Pero en m uchos casos el e n d e u d am ien to p o r las
inversiones tu v o q u e ser avalado y costeado desp ro p o rcio n ad am en te p o r la n a ­
ción, com o el no to rio caso del tren m etropolitano o M etro de M edellín.
En estos casos parecen a u m en ta r las tensiones entre los políticos m unici­
pales y las nu ev as burocracias, nacionales e internacionales, q u e fijan los p a rá ­

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44Ü M .\ ki o I’ a i , \ c k > - F k a x k S ai i^ j k d

m etros técnicos y financieros de los proyectos urbanos, y las redes de banqueros


y p ro v eed o res in volucrados en este proceso. Es posible q u e esta dependencia
de los políticos con respecto a agencias técnicas haya p erm itid o m ás eficiencia
y transparencia. Pero tam bién ha co n d u cid o a la inflexibilidad en la aplicación
de las políticas de tarifas de servicios públicos, d a n d o lu g ar a m ovim ientos de
p ro testa que, a veces, han term in ad o violentam ente.
En este contexto vale p re g u n ta rse cóm o funcionan realm ente los planes
m o d ern izad o res. Q uizás no sean m ás q u e u n a expresión del p o d e r ad m in istrati­
vo qu e tran sfo rm a la exclusión social en segregación espacial.

L a POBREZA

El asu n to de la pobreza, an alizad o su cin tam en te p o r la prim era M isión


del Banco M u ndial, ocupa desd e entonces las investigaciones y análisis de p rác­
ticam ente todos los balances de la econom ía colom biana. S egún el inform e de la
M isión, la m ayoría de colom bianos vivían en el cam po, en condiciones apenas
p o r encim a de la subsistencia. E levadas tasas de m o rtalid ad infantil, analfabe­
tism o g eneralizado, hacinam iento en viv ien d as precarias, ausencia de servicios
públicos o de instituciones de crédito y educación agrícola, técnicas de p ro d u c ­
ción vern ácu las y prim itivas, bajísim os niveles de consum o d e energía d eterm i­
nab an las form as y el nivel de vida de la m ayoría de la población.
El inform e reconocía los avances económ icos del país de los últim os 25
años (1925-1950), pero concluía q u e la m ejoría para la m ayoría de los habitantes
era "m u y inferior a lo que habría p o d id o esperarse d e acu erd o con el desarrollo
o cu rrid o ". En otras palabras, los beneficiarios eran m uy pocos. Por ejem plo, en
1947 las ganancias de las sociedades an ó n im as y otras em p resas individuales,
p ro p ied a d de 80.000 personas, el 0,72 p o r ciento d e la población, ascendían a un
tercio del ingreso nacional. L am entablem ente no hay d ato s sim ilares para un
p erio d o m ás largo que corroboren cóm o la concentración patrim onial afecta la
concentración del ingreso.
D ada la significación política y social de la pobreza, se han em p re n d id o
estu d io s y p ro g ram as para abatirla. Estos estu d io s em plean diversas m etodolo­
gías, no siem p re com patibles entre sí, pero algunos re su ltad o s p u ed e n d ar una
idea ap ro x im ad a del problem a. U na m anera de enfocarlo es m ediante in v en ta­
rios de las poblaciones que viven con necesidades básicas insatisfechas, es decir,
en v iviendas inadecuadas, sin servicios, en hacinam iento crítico, inasistencia es­
colar y alta d ep en d en cia económ ica. Esta últim a condición se refiere a la relación
en tre p erso n as q ue trabajan y d ev en g an un ingreso d en tro d e la u n id ad fam iliar
y el n ú m ero de las q u e d ep e n d en de ellas. A quí la brecha u rb a n a-ru ral es en o r­
me. Pero en los últim os 25 años las m ejoras han sido notables.
O tro m étodo calcula el porcentaje de población que sobrevive bajo líneas
d e pobreza y d e indigencia. La línea d e indigencia se calcula en el costo de a d ­
q u irir un a canasta m ínim a de alim entos para subsistir. La d e pobreza incluye.

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I ilsro R iA u (: C o l o m b i a . I ’a í ? f u a c m i m aix t, x x iitja i’ o im u id a 441

C uadro 13.8. Porcentaje de población bajo líneas de pobreza y de indigencia,


1978-1995.

A ños C ab ecera R esto ' T otal


1978 49,6 (15,9) 76,0 (41,3) 59,1 (25,1)
1988 48,2 (15,9) 74,9 (43,3) 59,2 (27,2)
1992 47,5 (17,0) 74,5 (43,3) 55,9 (25,2)
1995 45,9 (12,9) 76,0 (37,2) 55,1 (20,3)

Entre paréntesis el porcentaje de indigentes.


' E quivale a población rural.

Fuente: D e p a r ta m e n to N a cio n a l d e P la n ea c ió n -M isió n S ocial, Fvolución de la pobreza en Colombia, Bo­


g o tá , a g o s to d e 1997.

a d e m á s d e esta, o tro s gastos básicos com o v estu ario y viv ien d a. U no d e los e n ­
tes del g o b iern o co lo m b iano m ás a u to riz a d o s en estos tem as calcula q u e estos
índices d e p o b re za e in digencia no h an m ejorado su stan cialm en te en los últim o s
v ein te añ o s y siem p re en d etrim e n to d e la población ru ra l {véase c u a d ro 13.8).

C uadro 13.9. PIB por ram as de actividad económ ica, 1945-1998.

S e c to r e s 1945-1949' 1976-198ÍF 1993-1998^


A B A B A B
A g ricu ltu ra 4 5,2 4,3 23,2 4,3 18,8 1,5
M in ería y p e tr ó le o 3,4 4,1 1,3 -0,3 4,5 6,4
In d u stria 1 7,7’ 9,4 22,8 4,6 18,1 1,2
C o n stru cció n 5,2 -5,0 3,3 5,6 3,1 3,6
S erv icio s 2 8,5 9,9 49,4 6,4 55,6 5,3
PIB 100,0 6,2 100,0 5,4 100,0 3,7
E stad o/P IB " 9 ,T - 20,0 - 34,5 -

Tasas de participación (A) y crecim iento anual (B) en porcentajes.


' El PIB está calculado en p eso s d e 1950.
’ El PIB está calculado en p eso s d e 1990.
’ El sector está su b d iv id id o en industria fabril (14,4%) y artesanal (3,3%).
* Es el gasto total del Estado en relación con el PIB.
’ Se refiere al periodo 1950-1954.

Fuentes: 1945-49: CEPA L, Fl desarrollo económico de Colombia. A nexo estadístico, B ogotá, 1957. 1976-80
y 1993-98: P u y a n a , A licia , y T h orp , R o sem ary, Colombia: Fconomía política de las expectativas petroleras,
B ogotá, 1998, p. 82.

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442 M a ix o P \ i . a c k .)s - r - K W K S a i t o k d

T r a n s f o r m a c io n e s e c o n ó m ic a s

D esde la Colonia las ciudades desem peñaron el papel de dirigir y coordi­


nar la econom ía. Pero solam ente a m ediados del siglo xx las actividades urbanas
se convirtieron en las principales fuentes del crecim iento {véase cu a d ro 13.9).
Hacia 1950 la agricultura, que em pezó a ser percibida com o un freno al
desarrollo económ ico, em pleaba un poco m ás de la m itad de la población activa.
Su baja p ro d u ctiv id ad significaba bajos ingresos, de los cuales u n a proporción
m uy alta se gastaba en alim entos pobrísim os en proteínas; p ero tam bién baja
d em an d a y, p or tanto, un obstáculo al crecim iento del sector m anufacturero.
La producción de café generaba el flujo anual de divisas sin el cual habría sido
inconcebible que la expansión u rbana y de los servicios estuvieran a la p ar de la
expansión de las grandes fábricas
El contraste m ás notable de las tasas de crecim iento económ ico p u ed e ver­
se cotejando los periodos de bonanza cafetera de la posguerra (1948-1956) que
fue del 5,2 p o r ciento, y de bonanza petrolera (1990-1998) que bajó al 3,8 por
ciento, antecedida del auge del narcotráfico {véanse cuadros 13.9 y 13.10).
La caída de las exportaciones de café (no com pensadas del todo p o r las
o tras exportaciones) y de la form ación de capital fijo en 1956 incidió en la des­
aceleración del crecim iento del pib y p articularm ente del sector industrial. La
agricultura, que se recuperó en la década de los años 1970, term inó com partien­
do con la in d u stria la pérdida de dinam ism o registrada en el cu a d ro 13.10. Al

Cuadro 13.10. Tasas de crecim iento anual prom edio de algunas variables de ia
economía colom biana, 1948-1998.

1948-1956 1957-1970 1970-1979 1980-1998

V a ria b les C afé C risis R ecu p eración E n ferm ed ad


h o la n d e sa

E xportaciones d e café 10,9 0,5 39,2 -3,1

E xportaciones d e b ien es 9,9 2,2 35,3 8,9

Form ación d e capital fijo 11,4 4,5 6,5 -1,2

PIB real 5,2 4,8 5,1 3,8

-Sector prim ario 2,9 3,2 4,0 2,5

-M anufacturero 7,3 5,7 5,4 2,7

-C onstrucción 12,9 5,3 5,1 LO

-Servicios 5,8 5,6 5,7 4,6

Fuentes: 1948-1970: D íaz A lejandro, Carlos F., "T en d en cias y fases d e la econ om ía co lom b ian a y de
su s transacciones intern acionales, 1950-1970", F edesarrollo, B ogotá, a g o sto d e 1972, cu ad ro 1; 19"0-
1998: P uyana y Thorp, Colombia: Economía política, op. cit. p. 82.

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H l s i o k i a d i C o n xmOIA. I’ a í s i r a g m i - m a i x i , s í x ii d a d d d i d i d a 443

m ism o tiem po, la expansión de los servicios se explica en g ran m ed id a po rq u e


el sector incluye gestiones m o d ern as (financieras, electricidad) con actividades
d e bajísim a p ro d u ctiv id ad . Estas últim as han d re n a d o gran p arte d e la oferta de
m ano d e ob ra en las ciudades.
Se conoce com o "en ferm ed ad holandesa" el retroceso p re m a tu ro de la
in d u stria y la ag ricu ltu ra en la generación del p ib en favor de los servicios. En
el proceso d e crecim iento económ ico ocurre que la ag ricu ltu ra y la in d u stria
p ierd e n peso en el p i b . Pero esto sucede n o rm alm en te cu a n d o las econom ías al­
canzan u n elevado ingreso p er cápita, com o Estados U nidos, Japón y E uropa
occidental hacia finales del decenio de los años 1960.
La causa de la en ferm ed ad holandesa en C olom bia fue la centralidad eco­
nóm ica del p etróleo y del narcotráfico. D esde m ed iad o s de la década de los años
1980 am b o s g en eraro n ab u n d a n te s divisas y el seg u n d o recursos fiscales. Estos
explican en p a rte u n o d e los datos m ás asom brosos d e la econom ía colom biana
de este m ed io siglo; el crecim iento del Estado. C om o se ve en el cu a d ro 13.9, su
particip ació n en el p i b ascendió de 9,7 p o r ciento en 1945-1949 a 34,5 por ciento
en 1993-1998. Este crecim iento form a p arte del proceso d e m odernización. Los
E stados a d q u ie re n n uevos com prom isos en áreas com o la dotación de infraes­
tru ctu ra s básicas, la prestación de servicios de salud, la am pliación de la cober­
tu ra escolar en sus tres niveles —prim ario, secundario, universitario —. Com o
se su g irió arrib a, se lo g raron avances en los índices d e salud y alfabetism o y en
dotación de a g u a p otable y alcantarillados. Pero, d e otro lado, la expansión del
gasto pú b lico co n trib u y e a la revaluación cam biaría y a la inflación.
V eam os b revem ente los problem as estructurales y la trayectoria desde la
bonanza d e la po sg u erra a la p érd id a de dinam ism o en la últim a década del siglo.

B ip o l a r id a d en el c a m po

En este m ed io siglo, el sector agropecuario colom biano no ha resuelto en


lo fu n d a m e n tal ni los p roblem as d e generación de ingreso para la m ayoría de
la población ru ral ni los de p ro d u c tiv id ad y eficiencia en las u n id ad es de gran
escala y m ecan izad as d ed icad as a p ro d u c ir arroz, algodón, azú car y soya. Por el
contrario, ha a g u d iz a d o los problem as d eriv a d o s d e la polarización social.
C asi 40 años d esp u é s d e expedida la prim era ley de reform a agraria, a la
q u e sig u iero n otras, la concentración de la p ro p ied a d d e la tierra en Colom bia
sigue sien d o u n a de las m ayores del m undo, según un reciente inform e del Banco
M undial {véase cu ad ro 13.11).
En 1988, un m illón de p red io s cam pesinos, el 62,4 p o r ciento del total de
las u n id a d e s ag ro p ecu arias, poseía ap en as 1,15 m illones d e hectáreas, o sea el
5,2 p o r cien to d e la superficie explotada. El tam añ o p ro m ed io de sus parcelas
era de 1,2 h ectáreas, en tierras poco fértiles, de p e n d ie n te o ero sio n ad as q u e no
perm itía o b te n e r u n m ínim o nivel de ingresos, vién d o se obligados a trabajar
a jornal p a rte del año. En el otro extrem o de la escala, el 1,7 p o r ciento d e los

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444 M a r c o P a i .a c k n - F r a n k S a i i o r d

Cuadro 13.11. Estructura de la tenencia de la tierra, 1960-1988.

T am añ o P rop ietarios (%) S u p erficie T a m a ñ o p r o m e d io


(%) H ectáreas
1960 1988 1960 1988 1960 1988
M en os d e 1 ha. 24,6 28,3 0,5 0,6 0,44 0,28
D e 1 a 5 ha. 37,9 34,0 4,0 4,6 2,41 1,87
D e 5 a 50 ha. 30,6 29,9 19,7 25,9 14,52 12,16
D e 50 a 200 ha. 5,2 6,1 20,9 28,9 91,10 66,53
M ás d e 200 ha. 1,7 1,7 54,9 40,0 730,59 214,90

Fuentes: 1960; H a v en s, A. E., Flinn, W illiam L., Lastarria C ornhill, Susana, "A grarian R eform an d the
N ational Front; A C lass A n alysis", en Politics of Compromise. Coalition G overnm ent in Colombia, Berry,
R. Albert, H ellm an , Ronald G ., Solaún, M auricio (ed s.), N e w Jersey, 1980, p. 358; 1988: P uyana y
Thorp, Colombia: Fconomía política, op. cit, p. 171.

p redios del país ocupaba el 40 por ciento de la superficie d e d ic a d a a la agricul­


tu ra y la ganadería.
La concentración adquiere m anifestaciones m ás a g u d a s en las zonas de
ganadería extensiva, com o las caribeñas, o en algunos de los valles in teran d i­
nos m ás fértiles y m ejor com unicados. M ucha tierra agrícola o potencialm ente
agrícola se ha desviado hacia el engorde de ganado. En la zona cafetera o en
las tierras frías de N ariño, Cauca, C undinam arca, Boyacá y S an tan d er p re v a­
lecen pro p ied ad es m edianas y pequeñas. D adas las características geográficas
y agronóm icas del país, es m uy difícil tener un d en o m in ad o r com ún para las
pro p ied ad es rurales. El precio de la tierra y el nivel de p ro d u c tiv id ad d ep e n ­
den de la localización, la fertilidad natural, el tipo de cultivo, las inversiones en
infraestructura y así sucesivam ente. Pero de todos m odos debe su b ray arse la
im portancia de un g rupo interm edio (5 a 50 hectáreas), com puesto sin d u d a por
varios estratos de una especie de clase m edia rural, que co n trib u y e a dism inuir
los peligros de la bipolaridad.
Los cam bios en esta estructura de desigualdad h an sido im perceptibles
en este m edio siglo, pese a los inform es y recom endaciones técnicos y a las leyes
sobre distribución de la tierra. La políticas redistributivas, a cargo del Instituto
C olom biano de la Reforma A graria, Incora, fueron n eu tralizad as p o r otras po­
líticas oficiales que, adem ás de resp o n d er al poder de los terratenientes, eran
m ás fáciles de instituir. El Estado fom entó el aum ento de la p ro d u c tiv id ad d e las
grandes extensiones por m edio de créditos y m aquinaria a precios subsidiados
y la construcción de costosos distritos de riego. De este m odo se valorizaron las
pro p ied ad es al punto que fue im posible aplicar las leyes de expropiación con
com pensación. Al m ism o tiem po, las políticas castigaron la p ro ducción cam pe­
sina im poniendo controles sobre los precios de los alim entos. Las lim itaciones

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legales y ad m in istrativ as del Incora y una m uralla d e form alism os jurídicos en el


proceso de ad q u isició n d e tierras fueron un im p ed im e n to adicional.
En los p rim ero s treinta años de vigencia d e la ley d e reform a agraria, unas
63.000 fam ilias recibieron algo m ás de un m illón d e hectáreas, 15,9 hectáreas p o r
fam ilia en p ro m ed io . A nte este fracaso se d iseñ aro n p ro g ram as su stitu tiv o s de
la distribución. Buscaron m ejorar los re n d im ien to s físicos y los ingresos, pero
se lim itaron a u n a p eq u eñ a p ro porción de cam pesinos con tierra suficiente y
bien localizados. La preferencia p o r los em p resario s capitalistas fue evidente.
P or ejem plo, en la d écad a de los años 1970 se a d o p ta ro n p ro g ram as d e difusión
d e v aried ad es d e arro z y m aíz d e la revolución verde. A u n q u e estos cultivos son
en sí n eu trales a la escala d e la u n id a d p ro d u c tiv a te rm in aro n convertidos en
m ed io para a p u n ta la r g ra n d es pro p ied ad es.
N o o b stan te, la historia del café ha m o strad o las v irtu d e s em presariales y
la alta co m p etitiv id ad de los p ro p ietario s m edios y p equeños. E studios técnicos
recientes m u e stra n q ue esas v irtu d es no son específicas del café sino q u e las
co m p arten o tro s p ro d u cto s. Pero aquí, de nuevo, el p roblem a colom biano es de
poder. C o m en zan d o p o r la Federación de C afeteros. N o estim ula la producción
cam pesina allí d o n d e hay tierras aptas, m ano de obra a b u n d a n te y vías ad ecu a­
d as (N ariño, C auca, H uila, Tolim a, C un d in am arca, Boyacá y los S antanderes)
p o rq u e de ese m o d o se afectarían los intereses regionales del cin tu ró n cafetero
del cen tro-occidente del país. Esto significa q u e se co n tin ú a su b v en cio n an d o y
p ro teg ien d o la ex p an sió n d e u n a caficultura tecnificada y d e alta p ro d u c tiv id ad
física, pero q u e m an tien e costos d e producción d e los m ás elevados del m undo.
C aficultores q u e no p u e d e n co m p etir ni con los cam pesinos colom bianos, ni con
los asiáticos q u e, en la ú ltim a década, au m en ta ro n su participación en las ex p o r­
taciones m u n d iales.
La exclusión d e los cam pesinos pobres del crédito bancario para co m p rar
tierra ha sido p alm aria en este m edio siglo. Pero a u n si lo h u b iera n obtenido, los
re n d im ien to s d e las fincas no les habrían p erm itid o p a g a r las d e u d a s contraídas
con el Incora p ara ad q u irir los predios. Los p eq u eñ o s p ro p ietario s y los m ini-
fu n d istas ya establecidos y con títulos legales de p ro p ied ad encuentran fuertes
restricciones p ara acceder al crédito para com prar sem illas, fertilizantes, herbici­
das y herram ientas. T am bién los afecta negativam ente el en o rm e déficit en e d u ­
cación y salu d , la carencia d e in fraestru ctu ra de riego y la ausencia de desarrollo
tecnológico a d e c u a d o a su s necesidades.
D esde el inform e del Banco M undial de m ediados de siglo ha venido p ro ­
ponién d o se un im p u esto progresivo sobre la tierra que forzaría al fraccionam iento
de las g ran d es extensiones. A u nque este im puesto reduciría la rentabilidad de la
gran p ro p ied ad y desestim ularía la pro p ied ad de la tierra com o form a de atesora­
m iento en u na econom ía inflacionaria, no elevaría el precio de la tierra de las p e­
queñas p ro p ied ad es, ni m ejoraría su posición com o sujetos de créditos bancarios.

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L a s c o l o n iz a c io n e s

Los cam pesinos colom bianos han intentado hacer su p ro p ia reform a a g ra ­


ria p o r m edio de colonizaciones. De allí que uno de los rasgos m ás peculiares
d e la seg u n d a m itad del siglo xx sea el dinam ism o d e n u ev e franjas de fro n ­
tera agraria, d esplegadas sobre unos territorios que abarcan ap ro x im ad am en te
300.000 kilóm etros cuadrados, casi una cuarta parte de la superficie geográfica
del país. Se ha calculado que la población de colonos pasó d e unos 375.000 en
1964 a 1.300.000 en 1990 y que hasta esa fecha habían abierto u nos tres m illones
y m edio de hectáreas.
A nte las dificultades para redistribuir tierra, el Incora se dedicó a titu lar
baldíos, d esarrollando program as que hasta ahora estaban en m anos de o tras
agencias oficiales y algunos de los cuales databan de fines d e la década de los
años 1940. La m ayoría de estos program as de colonización dirigida se localizaban
en el C aquetá, Ariari, Lebrija, C arare y Galilea, en el Alto S um apaz. Pero m uy
rá p id a m en te los colonos espontáneos fijaron la pauta. Los p ro g ram as del C aquetá,
p o r ejem plo, fueron diseñados para 1.200 fam ilias del H uila y C aldas, d esp laz a­
d as p or la violencia. Sin em bargo, fueron qued an d o al m arg en an te el arribo sú ­
bito de u n as 20.000 fam ilias de colonos espontáneos. Estos im p u siero n criterios
sobre en d ó n d e erigir los pueblos y d ó n d e abrir parcelas, así com o por d ó n d e
d eb erían ir las trochas. Todos los colonos, dirigidos o espontáneos, em plearon
los m étodos antiguos de quem a y tum ba.
H istoria que se repitió en los dem ás program as. En el A riari la p olitiza­
ción fue evidente desde el inicio. Las tierras de la orilla izq u ierd a del río se a d ­
ju d icaro n a conservadores y las de la derecha se d istrib u y ero n entre liberales.
El ejem plo cundió por toda la región; en los pueblos unas calles eran definiti­
v am en te liberales y otras conservadoras. La transgresión de estas convenciones
p o d ía llevar a la m uerte.
De estas colonizaciones, la m ás dinám ica, m oderna y planificada por los
capitalistas es la de U rabá, centro del nuevo enclave b an an ero que ha colocado
a C olom bia entre los prim eros exportadores m undiales del producto. C om enzó
com o una réplica del m odelo de la u f c o , en la zona de Santa M arta en los dece­
nos de los años 1930 a 1950. D espués de las crisis sociales y técnicas de la década
de los años 1930, la com pañía cam bió de esquem a. V endió sus tierras y se dedicó
a p re sta r asistencia técnica a los agricultores em presariales a quienes com praba
la cosecha. El sistem a fue llevado al U rabá a com ienzos del decenio de los años
1960. A m ediados de la década había unos 220 pro d u cto res d e banano con un
p ro m ed io de 60 hectáreas. Para entonces se fundó un n uevo pueblo, A partadó.
Si bien los p lan tad o res son nacionales, en su m ayoría antioqueños, la p a r­
ticipación extranjera fue decisiva en la com ercialización q u e en sus inicios e stu ­
vo totalm en te en sus m anos. Pero ya en 1978 dos m ultinacionales m anejaron el
54 p o r ciento de las exportaciones totales de banano, y la U nión d e Bananeros
de U rabá, el 46 por ciento restante. Estas proporciones cam biaron y ahora la

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H l S r t ' K I A DI. G II GMBl.A. I ’ a ÍS f :. \. : \ í : ' \ ( x 1, II | : \ i . i ;i - I DI I 'i A 447

YO DESPLAZADO

Como desplazado tuve que dejar todas mis cosas. Tenía seis hectáreas de cacao, anim a­
les, bestias, m arranos, gallinas y todo se perdió. Bajaba a la comercializadora a vender
el cacao. De eso vivía con mi hijo. El maíz y la m adera los vendía en otras partes.
A otro de mis hijos se le llevaron las vaquitas que tenía dizque por ser ganado robado.
Años atrás tuve un ganado que com pré con créditos de la Caja Agraria. Fue una buena
época de la Federación Nacional de Cacaoteros. Pero cuando el negocio decayó me
tocó vender el ganado para pagarle a la Caja lo que le debía.
Luego un hijo dejó el estudio y me dijo que quería trabajar en la finca. Estábamos de
socios, pero con el conflicto arm ado se tuvo que desplazar y, en este m om ento, está
fuera del d epartam ento. Supe que estaba enferm o, pero no he tenido los recursos
para irlo a visitar.
Aquí no hay nada en este momento. Para entrar a los cam pos a recoger las cosechas
hay que pedir perm iso a los param ilitares o al Ejército.
Cuando volví, hace cuatro meses, después de los bombardeos de febrero (1997), que dejé
27 marranos, 3 bestias propias y 3 del hijo mío, se habían llevado todos los animales junto
con las nueve reses de mi hijo y, más o menos, 70 reses que tenía mi señora. Además, están
perdidas varias hectáreas de árboles frutales y 23 bultos de maíz que dejé recolectado.
Había bajado al m unicipio de Turbo a vender un cacao cuando, de regreso, encontré
el bom bardeo por los lados del Salaquí. Mi familia estaba allá. C uando pude —a los
ocho días de ocurridos los bom bardeos — entré a ver qué había quedado de mi familia.
La felicidad es que a todos los encontré bien.
Las cosas se agravaron cuando los arm ados m andaron a decir que toda la gente se
saliera. Por una parte, la guerrilla recogió a m uchos y se los llevó. Por la otra, los pa­
ram ilitares sentenciaron que los cam pesinos colaboradores se iban a morir. Debido a
tanto miedo, la gente se desplazó hacia Riosucio.
Alcancé a entrar unos días a mi tierra para recoger las cosechas, pero cuando la co­
m unidad de Salaquisito em pezó a desplazarse hacia el pueblo, pensé que quedarm e
solo era com o dictar mi sentencia de m uerte y también salí.
Mi finca, por la p arte de arriba, linda con la del señor A m oldo Gómez, un hom bre
bueno al que m ató la guerrilla. Tiene entre 70 y 85 hectáreas. Yo y mis hijos teníam os
cuatro casas, m ás la que estaba haciendo el muchacho que desaparecieron antes de
los bom bardeos.
La familia, cuando llegué después del bom bardeo, se alegró mucho.
Me contó la historia: la guerrilla mató al señor Am oldo, se tomó su finca y se adueñó
de sus cosas. C om o la guerrilla estaba allí y dom inaba los alrededores del río, los
militares decidieron atacar por el aire.

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4 4 8 ... I-,. G , S \ l ' =1

Algunos desplazados que están en Pavarandó y Turbo dicen que se desplazaron debi­
do a los atropellos de los militares, pero eso no es del todo cierto. El Ejército no entró
atropellando a todo el mundo. Fue duro con quienes eran guerrilleros o tenían vínculos
con esa gente.
La verdad es que los guerrilleros fueron los que tomaron la determinación de recoger a
una cantidad de gente de varias veredas de los ríos Salaquí y Truandó, para sacarla del
Departamento del Chocó. Por ejemplo, el día que nos desplazamos hubo una comisión
de la guerrilla que pasó a recoger a la comunidad de Salaquisito, pero por fortuna ya
habíamos salido para Riosucio.
Fn el campamento que la guerrilla armó en la finca de don Amoldo en un tiempo hubo
mucha gente: hasta 600 y 700 guerrilleros. Muchos llegaron a refugiarse, entre enero y
febrero de 1996, porque habían sido perseguidos por el Fjército y los paramilitares en
otras partes de Urabá. La guerrilla nunca abandonaba esa finca. Allá se turnaban en
campamentos de varios días. Por eso en todos los pueblos del río Salaquí no había ley
que valiera, sólo la de ellos. Incluso, cuando la gente tenía problemas, iba al campamento
a que los guerrilleros dijeran lo que había que hacer.
Casi todos los 285 habitantes de Salaquisito somos desplazados. Digo esa cifra exacta
porque como yo era el representante legal de la comunidad en el proceso de titulación
colectiva de tierras ante el gobierno, por medio de la Ley 70 de 1993, para proteger la
cultura y territorio de las negritudes. Nuestra gente, casi toda, está en Riosucio, despla­
zada, en el más alto índice de calamidad. Fn las parcelas y en el caserío no hay nadie.
Como campesinos, hemos ejercido la agricultura para subsistir y para dar subsistencia a
otras personas que nunca le han dado un golpe a la tierra —la guerrilla, los paramilitares
e incluso muchos terratenientes —. Producimos para nosotros, para el municipio, para
el departamento y el país. Los productos de aquí —sobre todo el plátano —, se envían a
Cartagena y Barranquilla por el río Atrato y luego por el Golfo de Urabá. Mejor dicho,
trabajamos para subsistir nosotros y para otra cantidad de gente que nunca sabrá qué
es trabajar la tierra en medio de esta violencia e indefensión. Que nunca sabrá que aquí
nos quitan todo sin que nadie se dé cuenta ni diga o haga nada por nosotros.
Ahora mismo estamos en Riosucio en calidad de miserables, porque los campesinos
tenemos una moral y un orgullo muy concretos: no nos gusta robar ni pedirle a nadie.
Fsa dignidad es trabajar para comer y compartir con los demás vecinos, brindarles un
almuerzo. Si no hay nada que comer, matamos esa gallina para darle el almuerzo al
amigo. Fl arroz lo tenemos cosechado, el plátano, la yuca. Nada falta ni sobra.
Fsta tragedia nos está dispersando y en medio de todo se desbarata nuestra cultura de
solidaridad, la perdemos. Perdimos los enseres y los bienes. Parece increíble que con
todo lo que tenemos en el campo estemos como unos miserables, esperando a que cada
quince días o cada mes llegue un mercado del gobierno.

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1 J i S I ' O K I A I.II Q U A ' M B I A . I ’AIK 1 k A i A I I \ í A I X ), v , A l U ' A l ' ! H \ I D I D A 4 4 9

Los desplazados de mi vereda, como los de otros lados, estamos en casas que había
desocupadas en el casco urbano de Riosucio. Cuando se metió el Ejército al pueblo
había mucha gente que tenía vínculos con la guerrilla, que eran milicianos. Entonces,
muchos se volaron porque pensaban que los iban a matar. Los milicianos se volaron
y dejaron una cantidad de casas solas. En esas viviendas han albergado a los campe­
sinos desplazados.
Desde enero (1997) no volví al campo. Es muy triste no tener derecho a ir al lugar
donde estuve siempre, donde conviví siempre, donde derramé el sudor de mi exis­
tencia. En esa finca viví desde los 17 hasta los 54 años. Crié a ocho hijos, los metí a
la escuela con lo que me daba la tierra. Cuando me dolía una muela, en mi finca me
la aliviaban. Ahora estoy aquí, en calidad de miserable, a la espera de un mercado o
de un almuerzo, sin nada que hacer, sin poderme ir para la finca. Además de todo
esto, de sentirme con hambre, abandonado, es más fuerte la rabia que produce esta
humillación que siente uno como campesino honesto, como gente buena. Es una
humillación a la que no veo nombre que ponerle.
Hasta dónde llega la vida de uno por consecuencias ajenas. Los campesinos no tenemos
la culpa de que aquellos sinvergüenzas estén viviendo, como parásitos, de la sangre
ajena y de que la sangre que se derrama sea la de nuestras venas, la de nuestros niños
y mujeres que levantamos con tanto esfuerzo y dedicación.
Y la esperanza de que esto cambie llena, pero no mantiene. O sea, que uno tenga esa
esperanza y no tenga cómo trabajar con sus manos, en la tierra propia, es como no
tener nada. Que habrá un cambio social, pero ¿cuándo?

Fuente: Giraldo, Carlos Alberto, Colorado, Jesús Abad, Pérez, Diego, Relatos e Imágenes. Fl des­
plazamiento en Colombia, Bogotá, 1997, pp. 127-131.

exportación tam b ién es prácticam ente colom biana. El negocio está m uy concen­
trado y las e m p re sas tienden a cartelizarse en la contratación de la m ano de obra,
calculada en 1987 en 20.000 trabajadores, en su m ayoría afrocolom bianos del
Chocó, d istrib u id o s en 260 plantaciones.
Al igual q u e en los otros polos colonizadores, em p ezaro n a afluir to rre n ­
tes de cam p esin o s en busca de em pleo o de tierras baldías, u b icad as hacia el
no rte d el n u e v o eje bananero. Pero tam bién ten d ero s, com erciantes de to d o
tipo y p ro stitu ta s. En m edio d e la avalancha colonizadora y la desorganización,
se m an ifestaro n los problem as de carencia de escuelas, centros de salud y, lo
que luego sería m u y grave, d e ausencia de policía y justicia. El d eso rd en social
conduciría al d eso rd en político y este al trau m a de n u ev as form as de violencia.
D u ran te largos periodos estas zonas de colonización se caracterizaron p o r
la frag ilid ad d e las relaciones sociales, la in seg u rid ad de los derechos de p ro p ie­

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45Ü M a K(.i : I ’ m A i K * - [ ' k a \ k S a i K .)K D

dad, el precario acceso de los cam pesinos a los centros de m ercado. Situaciones
m ás o m enos parecidas a las que prevalecieron en m uchas fases y lugares de la
colonización antioqueña. La diferencia es que ahora el país está m ejor com unica­
do. Los radios de pilas y transistores y aun los televisores acercan a los colonos
a los gustos, corrientes, noticias y opiniones que circulan p o r el país. Tam bién
es ostensible la tem prana presencia de los interm ediarios políticos, liberales y
conservadores, siem pre en busca de votos. Estos agentes p reced iero n el arribo
de frágiles instituciones públicas que au n antes de im p lan tarse ya estaban defor­
m adas p o r el clientelism o. En estas condiciones de alta m o v ilid ad geográfica de
la población, privatización de las funciones estatales y altos niveles d e violencia,
tanto las guerrillas com o las cadenas de m afias del narcotráfico encontraron un
nicho ideal. A liados o en guerra, debieron participar en u n juego m ás am plio que
incluía n uevos em presarios agrícolas, ganaderos, m ilitares, policías y políticos.
Si para los cam pesinos colom bianos la reform a ag raria oficial fue una
frustración, la colonización ad elan tad a p o r ellos m ism os term inaría siendo una
tragedia de proporciones bíblicas, cu an d o m enos para decenas de m iles de fa­
milias, atrap ad as en la frontera entre dos o m ás fuegos (del ejército, la policía,
las guerrillas y los narcotraficantes) y forzadas a d esp lazarse y tratar, u n a vez
más, de rehacer su vida. En el año 2()00 se calculó que d esd e 1985 dos m illones
de colom bianos habían sido víctim as del desplazam iento forzado, de los cuales
un m illón y m edio en el lapso de 1995-2000.

E n t r e la p r o t e c c ió n y el l ib r e c a m b io

La protección industrial, m ás conocida com o sustitución de im portaciones,


fue la política oficial desde la posguerra. Prevaleció hasta 1990, con modificacio­
nes q u e no alteraron la sustancia del m odelo. El proteccionism o de los países
desarrollados en la posguerra, que solo se atenuó en el decenio de los años 1970,
justificó la protección. Entre los factores internos deben m encionarse: (a) la in­
dustrialización incipiente de las décadas de los años 1910 y 1920, que dio lugar
a la aparición y desarrollo de grupos em presariales que aprovecharon las deva­
luaciones del decenio de los años 1930 y la acum ulación de reservas en 1945, y
presionaron políticam ente hasta conseguir el arancel proteccionista de 1950. (b)
La reinversión de las utilidades cafeteras, (c) La urbanización que facilitó unida­
des p ro ductivas de m ayor tam año y ofreció servicios m odernos (electricidad, te­
lefonía, bancos, transportes), m ano de obra barata y m ás calificada y un m ercado
concentrado para sus productos.
A parte de los aranceles proteccionistas, los gobiernos introdujeron otros
m ecanism os de subvenciones abiertas o disfrazadas a la industria: crédito ban-
cario preferencial; dólares depreciados para im portar m aq u in aria y m ateria pri­
ma a in dustriales predeterm inados; estím ulos fiscales a las inversiones privadas,
e inversiones directas del Estado en industrias básicas, riesgosas y poco atrac­
tivas y subvención de tarifas de electricidad y de los servicios urb an o s básicos.

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Para a b a ratar la m ano de obra se controlaron los precios de los alim entos y de
las m aterias p rim as de origen agrícola; se am plió la oferta de educación y salu d
públicas y , ad e m á s de la vigilancia de los alquileres de vivienda, se subsidió la
adqu isició n d e casa p ro p ia para la clase obrera.
Las políticas proteccionistas fueron posibles p o r la disp o n ib ilid ad de d iv i­
sas de origen cafetero acu m u lad as d u ra n te la S egunda G u erra M undial y, a d e ­
m ás, por los altos precios del grano, una p arte de los cuales p u d o trasferirse a los
caficultores en form a de "d erram e" económ ico. A un así, la política in d u strialista
tuvo una recia oposición en C aldas, el principal p ro d u c to r cafetero. La F edera­
ción de C afeteros am o rtig u ó esta oposición. En co n tra p artid a, la Federación de
C afeteros con sig u ió a u m en ta r sus prerrogativas, recursos financieros e in stitu ­
cionales y se aseg u ró u n lugar central en la form ulación d e la política económ ica.
Esta ex p resab a u n a especie de sesgo urbano com o se colige en los cu ad ro s 13.9 y
13.10, sesgo m ás visible en el crecim iento de la construcción, q u e incluye v iv ien ­
da e in fraestru ctu ra física, especialm ente la red vial p ara in teg rar los m ercados
interiores y los p u e rto s y la expansión de los servicios en tre los q u e sobresalen el
com ercio y la electricidad. Sesgo que tam bién fue palp ab le en la asignación del
crédito bancario y d e fom ento.
En la p o sg u erra, los industriales ad q u iriero n suficiente p o d e r para q u e la
altern ativ a en tre d esarro llo hacia a fu e ra /d e sa rro llo hacia ad e n tro se resolviera a
favor del seg u n d o . En estos años, el sector fabril m arginó definitivam ente los ta ­
lleres del arte sa n a d o u rb an o tradicional. Las políticas in d u strialistas av an zaro n
hasta fines d e la d écad a de los años 1960 sin en fren tar serios desafíos.
En 1945, cerca del 70 p o r ciento del valor del p ro d u c to in d u strial se g en e­
raba en las cu atro áreas m etropolitanas, proporción q u e desd e entonces no ha
variad o significativam ente. En el proceso se ad v ierten diferencias según el tip o
de in d u stria. Por ejem plo, M edellín se especializó en bienes de consum o final y
Cali en bienes interm ed io s, m ientras Bogotá, que en 1950 ya era el prim er centro
m an u factu rero del país, tuvo el desarrollo m ás equilibrado.
En las d éc ad as d e los años de 1950 y 1960 m ás d e dos tercios de la p ro ­
ducción in d u strial se concentraron en alim entos (que incluye la trilla de café),
bebidas, tabaco, textiles, vestuario y calzado. A ctividades que, con m uy pocas
excepciones, estab an a cargo de em presas d e escaso desarrollo tecnológico, in­
tensivas en m ano d e obra y poco capital. E.sta e stru c tu ra no debe so rp ren d er.
O rien tad a al co n su m o interno, la actividad in d u strial estaba lim itada p o r el ta ­
m año del m ercad o y p o r el bajo nivel de ingreso. De 1950 a 1970, la población
pasó d e 11 a 21 m illones de habitantes y el ingreso p er cápita, en dólares de 1958,
subió de US$ 203 a US$ 281. C onsiderando la concentración del ingreso, el p o d er
de co m p ra de la m ay o ría de la población era m uy bajo.
En las d éc ad as d e los años 1960 y 1970 aparecieron sectores con m ayores
exigencias tecnológicas: plásticos, petroquím ica, m etal-m ecánica y autom otor;
m aq u in aria de oficina y artes gráficas. A esta fase con trib u y ó el Estado m ediante
nu ev as políticas d e p ro m oción industrial y d e las exportaciones no tradicionales

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452 M o I’ \ t \( lo ^ - Fkank S a u o k i)

y esquem as de integración económ ica regional, com o el Pacto A ndino, creado en


1969. El Pacto perm itía exportar m anufacturas de baja d em an d a en el m ercado
interno y que no eran com petitivas en el m ercado internacional. Por otra parte,
llegaron los flujos de inversiones de las em presas transnacionales q u e ap ro v e­
chaban la protección del m ercado nacional y su am pliación al m ercado andino.
A sim ism o, se obligó a todas las dependencias del Estado a a d q u irir solam ente
bienes y servicios de origen nacional.
El abaratam iento de las inversiones en m aquinaria alentó la producción
intensiva en capital. En consecuencia, se desaceleró la generación de em pleo.
A nte el aum ento de la población urbana, una proporción cada vez m ayor de los
trabajadores debió buscar ocupación en el sector de servicios y p o r lo general en
em presas inform ales y de baja productividad.
Hacia 1970, la industrialización sustitutiva enfrentó, en tre otros, los si­
guientes problem as: dependencia de los ingresos cafeteros; protección excesiva
y casuística sin que m ediara un plan industrial; gravosa dep en d en cia de tecnolo­
gía, m aquinaria y m ateria prim a im portadas; falta de especialización en m uchas
ram as industriales; lento crecim iento de la productividad. U nas pocas firm as
controlaban sectores com o el alim enticio, tabacalero, de m aq u in aria y eléctrico.
En estas condiciones se dificultaba el desarrollo de las fases siguientes de la in­
dustrialización, a no ser que se reform aran los aranceles, los sistem as de crédito
y el m anejo de la tasa de cambio.
Al llegar la crisis de la d eu d a la década de los años 1980, los gobiernos
tuvieron que aplicar los paquetes del ajuste, que incluían este tipo de acciones.
O tras m edidas, com o la reducción de los aranceles, debieron esp erar hasta el
decenio de los años 1990. Al eclipse de la protección industrial siguió la caída de
la inversión, la desaceleración del crecim iento del sector y la p é rd id a de peso en
la econom ía nacional, com o se colige del cuadro 13.10.

Econom ía y n a r c o t r á f ic o

Al com enzar el siglo xxi la econom ía del café y el ideal de la Colombia


cafetera son cosas del pasado. Con el cese de la regulación del m ercado interna­
cional del café en 1989, el país quedó m ás expuesto a los vaivenes d e los precios.
El descenso del café en las exportaciones fue contrarrestado p o r la cocaína, el
petróleo y otros productos no tradicionales, entre los que se destacan las m anu­
facturas, las flores y el banano. Hay que señalar de pasada q u e la econom ía de
las flores fue posible por el am plio desarrollo de la aviación com ercial, del que
tam bién se aprovecharon los narcotraficantes.
A unque los ingresos por narcotráfico son m uy difíciles de calcular, las
investigaciones de Roberto Steiner sugieren que entre 1980 y 1995 ingresaron al
país por concepto de estas operaciones US$ 36.000 m illones, equivalentes al 5,3
por ciento del PIB en el periodo. Porcentaje superior al que rep resen taro n el café,
4,5 por ciento, y el petróleo, 1,9.

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H n I O K I A D ( C V n . O M B f A . ( ’a K [RATIMI \ [ \ | X \ s i X II Ü \l i I >l\II ) | D A 453

En la d écad a de los años 1980, la cocaína y en m en o r grad o el petróleo


pusieron en escena nuevos actores económ icos y políticos y gan aro n p ro tag o ­
nism o regiones hasta ahora periféricas, com o A rauca o C aquetá. El ascenso del
petróleo y de las drogas en cu an to g eneradores de div isas contribuyó a redefinir
las relaciones políticas y regionales. Afectó, adem ás, la re n tab ilid ad d e m uchas
activ id ad es económ icas.
Entre los im pactos m ás notables del narcotráfico en la econom ía podem os
enum erar: (a) El ab aratam iento de los dólares q u e desestim u la las inversiones
prod u ctiv as, p articu larm ente en aquellas in d u strias q u e com piten con los bienes
im po rtad o s. Efecto m agnificado p o r el co ntrabando, m ecanism o favorito para
lavar dólares. Esto explica p o r qué, pese a la liberalización económ ica, ha flore­
cido el co n trab an d o . O tro m étodo preferido de lavad o es la inversión en cons­
trucción y en com ercio, (b) Este flujo de dólares, incalculable e incontrolable, y
por definición im posible de incluir en las variables m acroeconóm icas, entrabó la
orientación d e la econom ía, (c) De todos m odos, el ingreso constante de dólares
a y u d ó a las a u to rid a d es m onetarias a aplicar su política de m an ten er bajo el
precio del d ó lar (en pesos) para tratar de rebajar la inflación a un dígito, (d) Al
conv ertirse C olom bia en uno de los principales p ro d u c to res m u n d iales de hoja
de coca y de am apola, se encareció la tierra en las zonas de estos cultivos, pero
tam bién en aquellas ad q u irid a s por los narcotraficantes, com o en la Sabana de
Bogotá o en el valle de Rionegro, cerca de M edellín. Al m ism o tiem po, em igró
m ano de ob ra d e otros cultivos y encontraron em pleo los contingentes de jo rn a­
leros ex p u lsad o s p o r los efectos de la liberalización com ercial o p o r la caída de
los precios internacionales del café, trigo o cebada. Esto frenó la caída del salario
rural, p erju d ican d o p o r esta vía la rentabilidad de m uchos cultivos, (e) La com ­
pra d e tierra ha sido uno de los m ecanism os m ás com unes para lavar dinero. Las

C uadro 13.12. Porcentaje de los ingresos de las exportaciones de drogas ilícitas


en relación con las exportaciones legales, 1980-1995.

P erio d o s C afé N o tr a d ic io n a le s P etró leo T otal le g a le s D ro g a s ilícitas*


1980-84 50,1 40,4 9,5 100,0 65,4
1985-89 38,8 48,1 13,1 100,0 40,3
1990-95 17,7 63,9 18,4 100,0 30,6
1980-95 31,2 52,4 16,4 100,0 41,4

* Es el porcentaje de los ingresos d e las exportaciones de drogas ilícitas respecto d e las exportaciones legales.

Fuentes: Para las ex p o rta cio n es d e d ro g a s ilícitas: S teiner, R oberto, "Los in g reso s d e C olom b ia p ro­
d u cto d e la e x p o rta ció n d e d ro g a s ilícitas", en C oyuntura Fconómica, N o . 1, 1997, p p .1-33. Para las
ex p o rta cio n es legales: P uyan a, A licia, Políticas sectoriales en condiciones de bonanzas externas, F edecafé,
B ogotá, 1997.

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454 M a i « o P \ i.a c i o s - I - 'k a n k S a t k i k d

cifras ap o rtad as son m eras conjeturas, pero es evidente que en m uchas zonas del
Caribe, Urabá y el M eta, individuos que se enriquecieron con el narcotráfico se
han tran sform ado en grandes propietarios rurales.
A lgunos de estos efectos, especialm ente los relacionados con el a b a rata­
m iento del dólar, se reforzaron por la llam ada bonanza p etro lera q u e com enzó
hacia 1984. Los expertos calculan que entre 1993 y el año 2005 los ingresos p etro ­
leros (d ep endiendo de los volúm enes y precios internacionales) serán de unos
4.250 m illones de dólares anuales. Esto equivale a un 20 a 25 p o r ciento de los
ingresos totales del Estado. En estas condiciones se relaja la disciplina del gasto
público y aum enta el déficit fiscal, d an d o piso al n eopopulism o clientelar y a la
irresponsabilidad y corrupción de sectores de la clase política.

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H isto ria d i: C o lo m b ia . I’ a Lb l r a o .m l m a i x t , x .x t l d a o d iv id id a 4 5 5

M apa 13.2, Principales vías de com unicación 2000.

Redes de carreteras
Troncales
Transversales
- A cceso a capitales

Red férrea

Puertos marítimos
O A eropuerto

Fuente: In stitu to A g u stín C odazzi.

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14
DEL ORDEN NEOCONSERVADOR AL INTERREGNO

U N A DE L A S C U E S T I O N E S CENTRALES qu6 deben a b o rd a r los colom bianos al co­


m en zar el siglo XXI es si el E stado cum ple las expectativas creadas en la C ons­
titución d e 1991 o si, pese a la expansión d e sus ingresos, gastos y burocracias,
q u e d a a d eb e r su obligación de m an ten er y p re serv ar la p az social. En este ca­
p ítu lo trata m o s de explicar la paradoja de la expansión estatal y el retraim iento
sim u ltán eo d e sus funciones esenciales. Ahí reside qu izás u n a de las claves d e la
violencia d e la seg u n d a m itad del siglo.
Se h abla de la excepcionalidad de la dem ocracia colom biana en A m érica
Latina; d e la larga d u ració n del sistem a b ip artid ista y d e la co n tin u id ad m an i­
fiesta en la sucesión presidencial, conform e a las reglas electorales de las d em o ­
cracias d e O ccidente. A firm aciones que no deben p asa r p o r alto el paréntesis
abierto p o r los gobiernos m ilitares (1953-1958). Sin em bargo, en tre 1948 y 1958
el sistem a político, com o otros de A m érica Latina o d e la E uropa m editerránea,
no p u d o satisfacer las d em an d a s conflictivas de la m odernización capitalista sin
re cu rrir a m éto d o s dictatoriales.
D u ran te el p erio d o q u e considera este capítulo, la Iglesia y el ejército se
tran sfo rm aro n in tern am en te y m an tu v iero n relaciones cam biantes y en ocasio­
nes ten sas y conflictivas en tre sí, con el p o d er político y con una sociedad cada
vez m ás secu larizad a.
El E stad o co n tinúa siendo débil y en este sen tid o conservan plena validez
m u ch as o bservaciones que ad elan taro n en su tiem po algunos de los últim os vi­
rreyes d e la N u ev a C ra n a d a o los fu n d a d o res de la C ra n C olom bia. D ebilidad
q u e resalta en cu an to se cotejan la C onstitución d e 1991, q u e abolió la de 1886,

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458 M ak iX ) P a i.a c tc n - F k a n k S a m o k d

con la ram ificación de las redes de p o d er clientelar, con la in seg u rid ad ciu d a d a ­
na y con el déficit de cohesión y convivencia sociales.
La trayectoria de la política y del E stado en este m ed io siglo p u ed e
ap reciarse en tres grandes fases. (1) El o rd e n neo co n serv ad o r, 1946-1958. El
neologism o acentúa el entrelazam iento de los viejos principios, co m ú n m en te
asociados en Colom bia al orden co n serv ad o r d e la C o nstitución d e 1886, y las
rá p id a s transform aciones económ icas y sociales que pareciero n arrollar a las
in stituciones liberales al m ediar el siglo. (2) El constitucionalism o b ip artid ista y
el desmonte, 1958-1986. Se concretó en u n pacto form al, el F rente N acional, q u e
p re tren d ió hacer la síntesis del o rd en neoco n serv ad o r y los p rin cip io s civilistas
d e la república liberal de 1930-1946. (3) El in terreg n o q u e com ienza en 1986 y
a ú n no term ina. De acuerdo con el diccionario debe ser un p e rio d o breve, pero
en C olom bia ya com pleta tres lustros, cuya característica m ás visible es la im ­
p o tencia estatal ante las violencias, es decir, la im p u n id a d .

El o r d e n n eo co n serv a d o r, 1946-1958

El orden neoconservador se construyó sobre cuatro pilares: (1) el valor


estratégico acordado a la industrialización y p o r en d e al proteccionism o. (2) El
control d e los sindicatos y de las bases obreras m ediante u n a com binación de
represión, paternalism o em presarial y catolicism o social. (3) La desm ovilización
electoral, a lo que contribuyó la abstención liberal en todas las elecciones desde
noviem bre de 1949 hasta el plebiscito de diciem bre de 1957, q u e consagró el
F rente Nacional. (4) Finalm ente los gobernantes encontraron en los Estados U ni­
dos el principal aliado para proseguir los p lanes de electrificación y am pliación
d e las redes de transportes y com unicaciones, acu d ien d o a los préstam os del
E xim bank y del Banco M undial.
El paso de la C olom bia cafetera al "país d e ciudades" desestabilizó el siste­
m a político que había em pezado a m ad u ra r d espués de la guerra de los Mil Días.
C laro está que el constitucionalism o podía funcionar com o fórm ula de legitim a­
ción m ientras las elites de los dos partidos pactaran reglas básicas de convivencia,
lo qu e pareció m ás urgente después de 1914, cuando el efecto de la elección direc­
ta de presidente de la República fue la expansión de los electorados. A unque en
los m om entos críticos de sectarism o —com o la elección presidencial de 1922, el
cam bio de régim en en 1930-1931, o la polarización ideológica de la "Revolución
en M archa" en 1935-1936 —, la violencia política aum entó, p u d o contenerse.
El problem a de la m odernización política com enzó, aparentem ente, con el
desafío populista de Jorge Eliécer G aitán en 1944-1948, en trelazad o a la violencia
sectaria que acom pañó la caída de la R epública liberal en las elecciones presi­
denciales de 1946. A esas elecciones se p resen taro n dos can d id ato s del partido
de gobierno, el oficialista Gabriel Turbay y el disidente Jorge Eliécer G aitán. La
división perm itió la victoria del conservador M ariano O spina, quien obtuvo el
41,4 p o r ciento de los votos y enfrentó un C ongreso de m ayoría opositora.

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H i s t o r i a d i ; C o l o m b i a . T a Is l k a c . m l n t a i x t , x x t i d . \ d d i x t i ' i d a 459

La u rb anización y la inflación de la década d e los años 1940 dieron lu g a r


a m ovilizaciones y d em an d as po p u lares que am ed ren taro n a los conservadores
y a las clases altas. Las fórm ulas populistas de G aitán, en el registro de la o p o si­
ción radical pueblo-oligarquía, diluían el sectarism o d e su erte que p odían d e b i­
litar los p artid o s y con ellos la fuente de una tradición de dom inación política.
El hijo m ayor d e una m o d esta familia bogotan a, G aitán había com enzado
su carrera política cu ando aú n estudiaba secundaria, en la cam paña electoral d e
1917 bajo la dirección de Benjam ín H errera. D espués de g ra d u arse de abo g ad o
viajó a R om a con su s ahorros y allá se consagró com o u n o de los discípulos m ás
aven tajad o s d e Enrico Ferri, el p a d re de la escuela positivista del derecho penal,
y ad q u irió u n a disciplina intelectual y profesional q u e tuv iero n m uy pocos d e
su generación. En 1928 regresó al país y consiguió u n escaño en la C ám ara de
R ep resen tan tes, qu e convirtió en tribuna para lan zar uno de los ataques m ás
m em o rab les y d ev astad ores contra el régim en co n se rv ad o r a raíz de la m asacre
d e las ban an eras. En el decenio de los años 1930 o cupó altas posiciones del E sta­
do, d e m o d o q ue en la década d e los años 1940 podía asp ira r legítim am ente a la
presidencia. En 1945 aprovechó el vacío que dejó la renuncia de López P um arejo
y habló d e las esp eran zas traicionadas por la R epública liberal. Su consigna fue
la re sta u rac ió n m oral. Explotó los efectos de la inflación y del acaparam iento y
atacó la ostentación d e los ricos, q u e había vuelto a cu n d ir en las capitales d e s ­
p u és d e 1945.
El m ov im ien to de G aitán presenta m uchas características d e los p o p u lis­
m os q u e ag itaro n p o r esos años a A rgentina, C hile y Brasil. En esos países co­
m en za ro n a sen tirse los efectos políticos de las m igraciones a las ciudades y los
im p acto s económ icos del colapso del patrón oro y del librecam bism o en la eco­
nom ía m u n d ial, a raíz de la crisis de la econom ía n orteam ericana en 1929, q u e
se trasm itió velo zm en te al resto del m undo. Los m ovim ientos p o pulistas co n ­
sistieron en coaliciones de industriales, sindicatos, m asas populares, u rb a n as (y
ru rales en México) que, por m edio de un liderazgo carism àtico, d esp lazaro n del
p o d er a la vieja coalición de terratenientes, m ineros, exportadores, im p o rtad o res
y ban q u ero s, característicos d e la econom ía exp o rtad o ra. C oaliciones inestables
p o r su m ism a natu raleza, se m an ten ían un id as gracias al hom bre tutelar q u ien
oficiaba sim u ltán eam en te d e jefe del Estado y jefe del m ovim iento populista.
En esto s m odelos, el industrialism o era una expresión nacionalista y el nacio­
nalism o ag lu tin ab a intereses divergentes. En el p o p u lism o latinoam ericano, los
sectores p o p u lare s se integraban m ejor a la nación, no solo sim bólica sino m a ­
terialm en te, p o r m ed io de la legislación laboral que protegía a los asalariados,
salario s reales gen eralm ente en au m en to y la am pliación de las instituciones de
se g u rid a d social. En este sentido, el populism o m anifestó una tendencia hacia la
am p liació n d e los derechos d e ciudadanía. Pero estos se ejercían d en tro de m a r­
cos a u to rita rio s o sem iautoritarios, no solo en la relación del líder con las m asas
sino en el conjunto d e las nu ev as organizaciones sindicales y populares.

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460 M a r g o P m .a c .t o s - I - r a \k S ai hokd

Hay, sin em bargo, diferencias entre el m ovim iento p o p u lista de G aitán en


1948 y elem entos del m odelo descrito. Por ejemplo, el gaitanism o, ap arte d e no
tener el apoyo de la m ayoría de los industriales, no hubiera p o d id o jugar la carta
sindical puesto que, com o habría de com probar el jefe del m ovim iento, era difícil
desm o n tar el p atrón creado desde los años 1920 y 1930, que d ab a al sindicalism o
un sentido liberal, conservador, católico o com unista. T am poco hubiera p o d id o
jugar una carta nacionalista d ad a la m arginalidad de las inversiones extranjeras,
m uy concentradas en petróleo y m inería. M ás aún, a fines d e la década de los
años 1940 com enzó el proceso que culm inaría en 1951 con la creación oficial d e
la em presa nacional de petróleos, e c o p e t r o l , y em pezaron a m unicipalizarse al­
gunas em presas norteam ericanas de electricidad.
La restauración m oral gaitanista arm onizaba con u n a perspectiva conser­
vadora. El vocablo "restauración" era fam iliar en el lenguaje co n serv ad o r y " m o ­
ral" era la palabra favorita de Laureano Góm ez. El caudillo conservador hacía
fruncir el ceño a los em presarios cuando, en el tono del p o p u lism o falangista de
la España de la década de los años 1930, hablaba d e "la insufrible dom inación
de los m ás débiles por los m ás fuertes". La derecha do ctrin aria advertía que la
dicotom ía favorita de G aitán, "país n ac io n a l/p a ís político", p o d ía leerse en la
clave de la crítica aplicada por el filósofo m onárquico tradicionalista C harles
M aurras al republicanism o francés: pays légal/pays réel. La consigna de G aitán
tuvo eco d u ra n te algunos m eses incluso en El Siglo, el principal diario conser­
v ad o r bogotano, dirigido por G óm ez. Por todo esto no fue inconcebible que el
conservatism o m ás doctrinario cortejara a Gaitán. U na consecuencia de este su-
prap artid ism o p o p u lar fue que la violencia sectaria no golpeara tan de lleno a
las poblaciones de m ayorías gaitanistas en las elecciones d e 1946 y 1947, com o
habría de hacerlo con las poblaciones liberales de m ayoría oficialista.
A un así, la fórm ula de G aitán tam bién podía leerse en clave de la tra d i­
ción p o p u lar del p artido liberal. La alm endra del país nacional era el pueblo
trabajador, quintaesencia de "la raza indígena que nos enorgullece" y al que las
oligarquías habían despojado de las bases m ateriales (incluido el elem ento bio­
lógico, por la desnutrición y la falta de higiene pública) y d e las bases m orales y
políticas de su d ignidad. El país político era el m aridaje del privilegio de la san­
gre o la riqueza con el po d er del Estado. C onform aban el país nacional todos los
excluidos por la oligarquía del país político. Por tanto, tam bién form aban parte
de él los industriales, agricultores, com erciantes y la p eq u eñ a clase m edia que
incluía a los artesanos independientes.
La violencia pueblerina se desbordó en las jo rn ad as electorales de 1946 y
1947, y en este últim o año produjo unos 14.000 m uertos. Los asesinatos y m atan ­
zas aum en taro n en casi todos los m unicipios que, en razón de su violencia elec­
toral, habían sido reseñados en los inform es presidenciales de R estrepo (1911) y
O laya (1931). D ism inuyeron los m árgenes de m ayoría liberal en el C ongreso. En
Boyacá, p or ejem plo, los liberales que tenían cinco senadores contra un conser-

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1 I S T O R I A l ' i ; C o i . O t M U l A . P \ | s T k A O A U V I A U ' , S ( X 11 p a d div id id a 461

vad o r, em p ata ro n a tres. En N ariño y N orte de S an tan d er, la proporción de dos


sen ad o res a uno, favorable a los liberales, se invirtió a favor de los co n serv ad o ­
res. El cam bio fue m ás p ronunciado en las elecciones d e concejales. Los liberales
p erd iero n 157 concejos m unicipales de los 607 en q u e eran m ayoría.
Con el silencio y orden q u e G aitán im p u so a u n a m u ltitu d de cien mil
perso n as v estid as de negro, congregadas en la Plaza d e Bolívar de Bogotá el 7
de febrero d e 1948, quiso d ram atizar su p o d er sobre las m asas y la rap id ez con
que la violencia política se extendía por el país. En aquella ocasión dijo que la
paz p en d ía d e la conducta presidencial. Pero el p re sid e n te no podía actu ar sin
to m ar en cu en ta las fuerzas locales. Políticos y notables, obispos, gam onales y
párrocos o rien tab an el conflicto bipartidista, p ara enconarlo o aten u arlo según
las circunstancias. El localism o se intensificaba c u a n d o el E stado disponía de
m ayores recu rso s p resu p u estario s y a u m en ta b an los canales d e com unicación
en tre los jefes nacionales y dep artam en tales con los directorios m unicipales,
com o re su ltad o d e la telefonía, la radiodifusión, el au m en to del alfabetism o y el
m ay o r tiraje d e los periódicos.
En abril d e 1948, G aitán fue asesinado a bala p o r u n desconocido en el
centro de Bogotá. Los graves m otines que precipitó el asesinato unificaron inicial­
m ente a las elites políticas. Pero una vez tran sfo rm ad o en m ártir el líder p o p u lis­
ta, había q ue m enoscabar el carácter p o p u lar su p ra p artid ario de su legado y para
ello no había m ejor alternativa que revivir el sectarism o. El proceso se facilitó
p o r el ostensible fracaso de G aitán en construir u n p artid o m oderno, ajeno a los
caudillism os. Así q u ed aro n sepultados el constitucionalism o y la convivencia.
En 1949, el p resid ente M ariano O spina Pérez no d u d ó en plantarse ante
los liberales c e rra n d o el C ongreso y cam biando la com posición d e los altos tri­
bun ales q ue esto s d om inaban. En la acom etida o b tu v o resp ald o del ejército y el
aval d e los E stados U nidos, em p eñados en la G u erra Fría. El ala m ás doctrinaria
del p artid o c o n se rv ad o r habló de la restauración del principio bolivariano de
a u to rid a d . El cau d illo conservador L aureano G óm ez ganó la presidencia para
el p erio d o 1950-1954, en unas elecciones m arcadas p o r la abstención liberal. En
1953 sería d e p u e sto p or la facción ospinista y el ejército en un golpe de opinión,
com o lo b au tizó un prestigioso jefe nacional del liberalism o.
D esp u és d e 1948 em pezó a ganar terreno en tre los d irigentes políticos y
em p resariales la id ea según la cual las m ovilizaciones políticas rep resen tab an
una am en aza p ara el sistem a social y ponían en peligro el crecim iento económ i­
co. A u to ritarism o político y un lim itado nacionalism o económ ico expresaron la
altern ativ a d e las clases dirigentes para tran sitar u n cam po abierto y m inado de
incógnitas. S u rg iero n form as de gobierno dictatoriales, in sp irad as en el etéreo
binom io C risto y Bolívar. D esde 1949 hasta 1958, el país vivió bajo Estado de
sitio, p erio d o q u e m ás o m enos coincide con la bo n an za económ ica d e la p o sg u e­
rra. A u n q u e los liberales hablaron de la d ictad u ra del E stado d e sitio, apoyaron
al general G u stav o Rojas Pinilla en los dos p rim ero s años de su gobierno.

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4()2 M aki C) T a i a c io s - 1-ka\k S a i l o k o

En el contexto autoritario del Estado de sitio se en sam b laro n las in stitu ­


ciones del nuevo m odelo económico, m ás allá de la crítica ciu d a d a n a , de la fis­
calización del C ongreso y de la rendición de cuentas de los funcionarios. Los
conflictos pro v en drían m ás y m ás de las rivalidades d e los g ru p o s regionales.
A m ediados del siglo, los grandes intereses buscaban un ám b ito nacional. Pero
la im pronta regional era m uy acentuada. Por ejem plo, en C ali la m ayoría de
industriales provenían de la clase terrateniente tradicional, pertenecían al p a rti­
do conservador y participaban activam ente en política. En B arranquilla, por el
contrario, los industriales cuyo origen era com ercial, com o el d e los an tio q u e­
ños, estaban m ás involucrados con el p artido liberal y la política costeña seguía
siendo la m enos sectaria de todo el país. Si los industriales d e Bogotá, M edellín
y Barranquilla po dían decir que sus em presas habían sido fu n d a d a s entre 1890
y 1910, los azúcenos de M anizales, salidos de las fam ilias caficultoras y com er­
ciantes de café, habían hecho sus fortunas acaparando bienes escasos d u ra n te
las crisis de desabastecim ientos de 1942 y 1943. Todos ellos en v id iab a n a los em ­
presarios bogotanos, que gozaban no solo de la cercanía a los altos funcionarios
del Estado, sino de una conexión m ucho m ás estrecha con la banca com ercial,
altam ente concentrada en la capital de la república desd e m ed iad o s d e la década
de los años 1920.
La rivalidad regionalista venía d a n d o sentido a los conflictos en tre in d u s­
triales y com erciantes. U n caso notorio fue la lucha p o r el control d e los m erca­
dos de textiles, librada entre los com erciantes caleños y m edellinenses, todos
beneficiarios de la p rosperidad cafetera y del corredor de tran sp o rtes del occi­
dente. El conflicto se agravó en el decenio de los años 1940, c u a n d o uno de los
principales im p o rtadores y exportadores de café del país, A dolfo A ristizábal,
afincado en Cali, se enfrentó abiertam ente con el clan textilero de los Echeverría
de M edellín, que insistían en m antener su propio sistem a d e venta d e telas al por
m ayor, "p o r fuera del com ercio organizado", com o d en u n ciab a la Federación
Nacional de Com erciantes, Fenalco, creada pocos m eses d esp u é s d e la Asocia­
ción Nacional de Industriales, a n d i .
La ANDI, fu n d ad a a fines de 1944, representó inicialm ente un reducido
grupo de firm as controladas por las fam ilias de la g ran in d u stria antioqueña.
Para crear opinión favorable al proteccionism o, la a n d i ap ren d ió a em plear los
m edios de com unicación y a cabildear con los políticos y funcionarios. Así,
por ejem plo, fue determ inante en la posición oficial en la C onferencia del g a t t
(Acuerdo G eneral sobre Aranceles y Com ercio) de 1949, al que C olom bia no in­
gresó, y en la denuncia del T ratado C om ercial con los E stados U nidos.
Entre 1945 y 1953 a n d i y Fenalco libraron una lucha frontal p o r la política
económica que, por m om entos, tuvo m atices partidistas. Fenalco y el partido
liberal op taro n por el librecam bism o. La expedición del arancel proteccionista
de 1950 definió a la a n d i abiertam ente a favor del régim en conservador. La opo­
sición liberal sostuvo hasta 1953 que los gobiernos co n servadores subordinaban

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{ lí sT ( ) KIA t ' l ' C'U I.U M IJ I A . P a I s 1 K V , M I ' M A U \ T X II I ) \ | i | ) | \ ID ID A 463

SU política "a las fluctuaciones de la Bolsa y a las aspiraciones del capital in d u s­


trial". En la C onvención Liberal de 1951 el arancel fue calificado de ignom inioso
y se atacó el m ontaje de una nueva oligarquía in d u strial, "la oligarquía del 175",
refirién d o se a la tasa d e cam bio privilegiada entonces en $ 1,75 p o r dólar, cu a n ­
d o en el m ercad o negro estaba a $ 3,00.
El recio liderazgo de Laureano G óm ez fue otro elem ento que ap u n taló
la visión industrialista. A d m irad o r de la España de Franco, G óm ez estaba con­
vencido d e la necesidad de la industria en gran escala. Pero esta no podría ex­
p an d irse sin el abrazo del Estado. Por esta razón vem os que en las disposiciones
económ icas del proyecto de reform a constitucional q u e debía presentarse a la
A sam blea N acional C onstituyente, a n a c , en 1953, se estipulaba q u e "El Estado
colom biano co ndena la lucha de clases y p ro m u ev e la arm onía social al am p aro
d e la justicia". R eplicando al artículo sobre la función social de la p ro p ied ad ,
co n sa g rad o en la reform a constitucional de 1936, G óm ez p ro p u so q u e "el régi­
m en de p ro d u cció n económ ica está fu n d a d o en la libertad de em presa y en la
iniciativa p riv ad a, ejercidas d en tro de los lím ites del bien com ún. Sin em bargo,
el E stado p o d rá in terv en ir por m an d ato de la ley en la in d u stria pública y p riv a­
da, p ara co o rd in ar los diversos intereses económ icos y para g aran tizar la seg u ri­
d ad nacional". Y añadía: "el Estado estim ulará a las corporaciones y em presas a
d istrib u ir su s u tilid ad es con los obreros".
G ó m ez se em p eñ ó en q u e las em p resas in d u striales del Estado, algunos
in stitu to s sociales com o el de vivienda y el recién establecido Instituto Golom -
b ian o d e S eguros Sociales, icss, form aran el piv o te d e una nueva econom ía.
D esestim ó los ataq u e s q u e Fenalco y a n d i lan zaro n al unísono contra el nuevo
o rg a n ism o d e se g u rid a d social. Las políticas de este, p u n tu alizó , eran afines con
las trad icio n es cristian as del em p resariad o . La m oral económ ica debía recono­
cer en el trab a jad o r y su fam ilia el corazón de la relación laboral; las em p resas y
el E stad o d eb ían aten d erlo s com o u n id ad , y en d o m ás allá del m ero salario que
tien d e a co n v ertirse en el precio del trabajo d e sh u m an iz ad o . En consecuencia,
la fam ilia católica y prolifica debía recibir atención preferen te del icss, m ed ian te
un sistem a d e p ré sta m o s y condiciones favorables para la educación de los hi­
jos. A sí q u e d a ría g a ran tizad a la paz social. Este tipo d e principios fue incluido
en el p ro y e cto de refo rm a constitucional de 1953, q u e definía a la fam ilia com o
"el n ú cleo p rim ig en io y fu n d am en tal de la so c ie d a d "... El m atrim onio ligado
con v ín cu lo in d iso lu b le, gozará de la especial protección del E stado". G orolario:
"El salario tiene u n a función fam iliar".
A u n q u e el pro y ecto de reform a constitucional q u ed ó archivado a raíz
del g o lp e d e 1953, to d o s los gobiernos neoconservadores su b ray aro n el papel
benéfico del E stado en la econom ía y en la convivencia social, del que la legis­
lación laboral y de seg u rid a d social ciaban m uestra. Estos gobiernos tam bién se
c u id aro n de co n tro lar la inflación. E ntretanto, au m en tó la represión política al
sindicalism o y la m an ipulación de las burocracias sindicales en un m olde sim i­

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464 M a Ki o P M . A C I O S - I - K A N K S a M O K IT

lar al establecido por los liberales en la década de los años 1930. A hora bastaba
tachar de com unista a un sindicato para que fuera m arg in a d o y proscritos sus
dirigentes. Se aconsejaba a los obreros organizados forjar con los patronos una
red de solidaridades en torno al objeto m ism o de la p ro ducción, form ando la
base corporativa. Pese a que los costos laborales au m en taro n , los em presarios
no p odían quejarse del esquem a y ráp id am en te pulieron las aristas corporativas.
C om pletam ente ajena a las preocupaciones g u b ern am en tales fue la con­
dición laboral de los trabajadores agrícolas, aparceros o jornaleros, quienes, con
m uy pocas excepciones, continuaron atados a los arreglos tradicionales, por fue­
ra de la legislación. Tam poco se atacó el problem a d e la subutilización de las
m ejores tierras, am pliam ente diagnosticado. Se archivaron las recom endaciones
del Banco M undial para crear un im puesto p resuntivo a la re n ta d e la tierra y
jam ás se utilizaron los preceptos constitucionales de expropiación.

L a D IC T A D U R A DE RojAS

Rojas quiso revivir el populism o, pero el n uevo o rd e n había cerrado la


salida populista, asociada a la transición del desarrollo hacia adentro. En 1953,
las facciones conservadoras se dividieron irrevocablem ente. El 13 de junio, dos
días antes de la instalación de la a n a c arreglada para ase g u rar la co ntinuidad de
su facción, Laureano G óm ez reasum ió las funciones presidenciales que había
dejado por enferm edad en 1951. D esatendió el consejo de A lberto U rdaneta, el
p residente encargado, y de varios m iem bros del gabinete, y d estitu y ó al com an­
d ante de las Fuerzas A rm adas, general G ustavo Rojas Pinilla, y nom bró com o
m inistro de G uerra a uno de sus protegidos. Rojas no tuvo dificultad en unir a
su alred ed o r a los cuerpos castrenses. Instigado y ap o y a d o p o r la plana m ayor
de la oposición conservadora, esa m ism a noche anunció al país la consum ación
del golpe de Estado.
La Iglesia, a n d i , s a c (Sociedad de A gricultores de C olom bia) y Fenalco, y
todos los g rupos políticos, con excepción del laureanism o y del p artid o com unis­
ta, ap lau d iero n el cuartelazo. Rojas prosiguió en lo esencial las líneas de política
económ ica, pero en el segundo año de gobierno algunos o b servadores em peza­
ron a n otar que se estaba distanciando de "la oligarquía". El ex p resid en te López,
por ejem plo, m anifestó su inquietud por todos los "n u ev o s apellidos" ligados al
régim en. C irculaban estos por la sección de contratos del Diario Oficial y por las
páginas sociales de los periódicos capitalinos. La euforia liberal y la tutela que el
gru p o ospinista aún m antenía sobre el presidente velaron estos indicios.
La pacificación del Llano, la bonanza cafetera, el control d e la inflación,
el flujo de em préstitos internacionales eran las cartas del general. En agosto de
1954, la A NAC p rorrogó su m andato hasta 1958. Entonces em pezó a desem ba­
razarse de la facción ospinista, a reprim ir la prensa, en p articu lar la liberal, y
a gobernar según su criterio. En el m ensaje de año nu ev o de 1955 anunció que
no levantaría el Estado de sitio. Inspirado en el peronism o, trató de organizar el

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H i s t o r i a o í : C o l o m b i a . I’a I s i r . a o m i m a u l t i d a i ■d i v i d i d a 465

M ovim iento d e Acción N acional, m a n , estrecham ente ligado a u n a nueva o rg a­


nización sindical, la C onfederación N acional d e T rabajadores, c n t . L o s partid o s
percibieron la am en aza y a fines de ese año form aron un "fren te civil" de o p o ­
sición. La jerarq u ía eclesiástica, que había identificado la e re en la época liberal
com o el m ascaró n de proa del com unism o y q u e ponía toda su fe en la u t c ,
lanzó los m ás d u ro s ataques al gobierno por la c n t , q u e veía com o u n rem edo
peronista. E ntonces Rojas intentó aplacar a los jerarcas en d u recien d o la posición
an tip ro testan te y lan zan d o una cru zad a an tico m u n ista en toda la línea.
Ilegalizado d esp u é s de un breve resurgim iento a la vida legal, el p artid o
com unista fortaleció su s áreas cam pesinas. En 1949 había p lan tead o " resp o n d er
a la violencia d e los b an d id o s falangistas con la violencia org an izad a de las m a­
sas". Esta sería la "au to d efen sa". Línea ratificada en 1952: "Las guerrillas no han
surg id o p o r la aplicación de u n plan revolucionario, sino que h an b rotado com o
una acción defen siv a [...] Los focos de guerrilleros d e los Llanos O rientales, del
Tolima, d e A ntio q u ia, de otras regiones son expresión heroica d e la resistencia
p o p u lar [...] La extensión y alcance de la lucha de los guerrilleros ha sido, sin
em bargo, ex ag erad a p o r aventureros o ilusos y p o r sectores m ás reaccionarios de
la d ictad u ra". E ntre los aventureros se contaban q uienes consideraban la lucha
arm ad a com o "la prin cipal form a de lucha" y habían o rg an izad o u n fallido asal­
to a la base aérea de P alanquero, cerca de La D orada. En m arzo d e 1953, G ilberto
Viera, secretario g en eral del p artid o y 130 cam pesinos d e Viotá, fueron juzgados
y absueltos p o r u n consejo de guerra, acusados d e pertenecer a la guerrillas.
El p a rtid o reco m endó a sus bases cam pesinas acogerse a la am nistía decre­
tada por Rojas, p ero p id ió organizar m ejor la "au to d efen sa" y am p liar la lucha
por las reiv in d icacio n es agrarias. Tal fue la estrategia q u e siguió el m ovim iento
de Juan d e la C ru z Varela, veterano dirigente agrario del S u m ap az desd e la d é­
cada de los añ o s 1930. Se desarrolló la defensa d e los colonos y organizaciones
agrarias en la zo n a cafetera de C unday, Villarrica e Icononzo. En este m u n d o
agrario, el asesin ato d e G aitán tam bién había sido u n parteaguas. A m parados
en el anticom unism o, los hacendados buscaron la revancha y el gobierno em pezó
un esq u em a q u e se replicaría en m uchas otras regiones conflictivas sim ilares: los
p ro g ram as d e colonización se em plearon para "se m b rar conservadores" alre d e­
d o r d e las zo n as "ro jas". En este proceso se p ro d u jo en 1952 una de las peores
m asacres d e cam p esin o s de la historia tolim ense. Los jefes liberales locales h u y e­
ron a los cen tro s u rb a n o s liberales de la región y los cam pesinos em p ren d iero n
la colonización del A lto S um apaz.
En 1954 se d en u n ciab an háleteos a los h acendados, el cobro de " im p u e s­
tos" y un cierto co n tro l d e las ventas de café por p arte d e las guerrillas de Varela.
El Batallón C olom bia, recién llegado de la g u erra de C orea, tom ó posiciones en
el S u m ap az y en 1955 lanzó una ofensiva convencional contra la población de
Villarrica, cuyo efecto m ás visible fue la colum na d e refugiados que llegaron a
Ibagué; las co lu m n as invisibles se desplazaron al A riari, la sierra de la M acarena,

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4b6 M akgm I’ \ l . A c : l c ^ - [-kank S m tt'k d

el Pato, G uayabero y Riochiquito, futuros focos de las F uerzas A rm ad as R evolu­


cionarias de C olom bia ( f a r c ). U nos y otros llevaban la m em oria de una terrible
m atanza.
El 29 de m ayo de 1955, la Dirección Nacional Liberal envió al p re sid e n te
un m ensaje que, refiriéndose a las operaciones m ilitares del S um apaz, su b ra y a ­
ba: "El Partido Liberal es anticom unista [...] Pero en tien d e q u e la lucha contra
el com unism o no requiere la elim inación física de los co m u n istas ni justifica la
aplicación de tratam ientos que no están au to rizad o s p o r las leyes y ad m itid o s
por los principios de la civilización cristiana".
En 1955 y 1956, el régim en em pezó a p erd er prestigio en tre las elites sin
ganarlo en el pueblo. Es cierto que d u ra n te su p erio d o los salarios in d u striales
crecieron m ás aceleradam ente que en ningún otro p erio d o d e la seg u n d a m itad
del siglo, pero los intentos de m ovilizar el pueblo en la vena gaitanista que a
veces acom etía con los socialistas que asesoraban al gobierno no pasaban de la
fase propagandística. Rojas no p u d o disponer de un ap a rato político efectivo y,
pese a la represión, los partidos tradicionales eran m uy fuertes. El 13 de junio d e
1956 se organizó en el estadio de fútbol de Bogotá u n a gran reu n ió n política p ara
p resentar el nuevo p artido de Rojas, la Tercera Fuerza, que, u san d o el lem a d e
Benjamín H errera de la Patria por encim a de los p artidos, se presentó com o "el
binom io pueblo-fuerzas arm adas". La jerarquía asum ió n u ev a m e n te la vocería
de oposición al nuevo m ovim iento político que nunca despegó.
Estos débiles intentos populistas del régim en y su acento m o d erad am en te
antioligárquico estuvieron acom pañados de inversiones en in fraestru ctu ra so ­
cial, vivienda p o pular, salud y educación; construcción de cam inos y carreteras
en áreas atrasadas, la titulación de baldíos a los dam nificados de la violencia.
Rojas tam bién prom ovió la participación de la m ujer. H izo ap ro b ar de la a n a c
el reconocim iento de plenos derechos políticos a la m ujer, estableció la Policía
Fem enina y designó la prim era gobernadora y la prim era m inistra en la historia
del país. Las m ujeres concurrieron por prim era vez a las u rn a s en todo el país
el 1 de diciem bre de 1957, cuando se celebró el plebiscito q u e legitim ó el Frente
Nacional, f n .
Pese al faccionalism o de los partidos, sus jefes consiguieron arm ar una
coalición creíble de liberales unidos y el g ru p o del exp resid en te G óm ez. En dos
pactos sucesivos en 1956 y 1957 se forjó el sistem a del F rente N acional. Pero Ro­
jas cayó fu n dam entalm ente por la crisis económ ica y por su enfrentam iento al
Banco M undial, que le suspendió los créditos. La reglam entación del com ercio
exterior establecida ante la crisis cafetera aum entó la corrupción y la arb itrarie­
dad adm inistrativas. Al abrir 1957 el deterioro de la balanza de pagos, cierta
recesión industrial y com ercial y el aum ento del costo de la vida jugaban a favor
de la oposición.
El general insistió en reelegirse. La Iglesia volvió a g u iar la oposición. El
arzobispo prim ado envió al presidente una carta pública ad v irtién d o le q u e la
ANAC no tenía el m andato para ello. Entonces Rojas com etió el erro r irreparable

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H ist o r ia nr C o l o m b ia , (’ a )s i r .a s . m i m a i x t s c x i l d a d d i m o i i j .x 467

de p recip itar su reelección sin estar d isp u esto a re p rim ir rnanu militari un m ovi­
m iento h u elguístico q ue encabezaron la a n d i , Fenalco y la A sociación Bancaria y
que em b o n ó con la agitación de los estu d ian tes u n iv ersitario s en las principales
ciudades. Rojas decidió renunciar y dejó una Junta M ilitar d e cinco m iem bros
qu e rá p id a m e n te se puso a disposición del frente civil y d e las agrem iaciones
económ icas p ara q u e la transición hacia el gobierno constitucional se efectuara
pacífica y o rd en ad am en te.

E l C O N S T IT U C IO N A L IS M O BIPAR TID ISTA Y EL D E S M O N T E , 1958-1986


El F ren te N acional ( f n ) fue un pacto en tre las facciones m ayoritarias de
los p a rtid o s liberal y conservador, cocido en la oposición a Rojas Pinilla en 1956
y 1957 y re fren d a d o en plebiscito en diciem bre de ese año. El f n estableció dieci­
séis añ o s d e altern an cia presidencial en tre liberales y conservadores y d istribuyó
por m ita d es en tre los dos partidos los tres p o d eres públicos, en todos los niveles
territoriales.
El FN in ten tó hacer una síntesis de la civilidad d e la república liberal y el
o rd en n eo co n serv ad o r. El resultado fue la m odernización del clientelism o. La
fórm ula leg itim ad o ra giró, de nuevo, a lre d ed o r de la C onstitución a la cual se
in tro d u jero n las reform as del plebiscito, base del f n , y del artículo 1 2 1 sobre el
régim en de E stado d e sitio, aunque este se im puso d u ra n te la m ayor p arte del
tiem p o h asta 1991. El f n pacificó el país en cu an to las luchas sectarias de libera­
les y c o n se rv ad o re s dejaron de ser la fuente de violencia. Pero d esatendió otros
sem illeros po ten ciales de conflicto y violencia. La fórm ula del f n , reform ada en
1968, ex p iró en 1974 y de allí en adelante sobrevino u n a especie de limbo, llam a­
do desmonte, caracterizado por la ausencia de n u ev as iniciativas y alternativas
políticas p ara un p aís en perm anente transform ación social y cultural.
El FN m arcó varios cam bios con el régim en anterior: se pactó q u e el c u m ­
plim ien to d e la C onstitución y las leyes sería la fu en te de legitim idad; se reac­
tivaron los electo rad o s, aunque un poco lim itad am en te p o r los com prom isos
im plícitos; el clero dejó de ser el aliado natural de la derecha. Los grem ios em ­
presariales g a n a ro n m ás perfil público, a u n q u e p erd iero n influencia. Pero la
alianza con los E stados U nidos continuó co n sid erán d o se com o una pieza central
del régim en. En cu a n to a las clases po p u lares u rbanas, se crearon las Juntas de
Acción C o m u n al (j a c ) , que luego se harían m ás rurales, y se dejó que los sin d i­
catos crecieran bajo la ley.
La Iglesia ced ió terreno en la educación aun q u e, al igual que otras insti­
tuciones tradicionales, q uedó desbordada p o r la urbanización y los m edios de
com unicación, q u e aceleraron la secularización. La jerarquía se colocó del lado de
los gobiernos, o no se opuso abiertam ente, au n en asu n to s com o la planificación
fam iliar. El an tico m u n ism o cerril de Pío xii dio paso al aggiom am ento del p o p u lar
Juan xxiii y su C oncilio Vaticano Segundo. La teología de la liberación, en boga
desd e fines d e la d écad a de los años 1960 y d u ra n te u nos quinces años m ás, no

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468 M aki o I’ a . \ i . i c . - F r a n k S \ u o k d

afectó a la Iglesia colom biana con la m ism a intensidad q u e al Brasil, por ejemplo.
Esta corriente fue relativam ente m arginal y por esta razón m ás m ilitante, com o
pone de presente el caso del padre Cam ilo Torres, precursor de dicha corriente y
m uerto en com bate en 1966, bajo las banderas del Ejército de Liberación N acio­
nal ( e l n ). Entre la inclinación tradicionalista de la jerarquía y el radicalism o de
la teología de la liberación, prevaleció la posición interm edia d e la C onferencia
Episcopal Latinoam ericana, c e l a m , d e M edellín (1968). Pero el clero colom biano
ha estado tan fraccionado com o las fuerzas sociales, generacionales y regionales
del país y m antiene latentes sus antagonism os internos. Para em p eo rar las cosas,
desde c. 1960 se ha estancado la proporción de párrocos p o r habitante, fenóm eno
m ás alarm ante en las grandes ciudades. Un resu ltad o indirecto h a sido el au m en ­
to considerable del núm ero de iglesias y de fieles protestantes.
Los principales grem ios em presariales decidieron a p o y a r en lo fu n d a m e n ­
tal a todos los gobiernos del f n y después. N o se volvieron a p re sen tar escaram u­
zas partid istas com o las de a n d i y Fenalco en 1950. Por el contrario, ap ren d ien d o
de la Federación de Cafeteros, los grem ios h an sido apolíticos y bipartidistas.
A u n q u e el desarrollo económ ico d u ra n te el f n atenuó el regionalism o grem ial,
p u ed e apreciarse en asociaciones q u e representan intereses de la caña de azúcar,
el banano o las flores. Aquí es notoria la influencia vallecaucana, antioqueña y
bogotana, respectivam ente.
¿Cuál es el poder o la influencia de estas agrem iaciones? A unque sin
d u d a todos los gobiernos prefieren contar con su apoyo, no tem en la confron­
tación sobre p u n to s específicos de política. C u an d o la confrontación adquiere
tono político, los grem ios pierden. Esa es la lección reciente, c u a n d o la m ayoría
de grem ios presionaron la renuncia del presid en te Ernesto S am per (1994-1998),
para solucionar la crisis a raíz de las acusaciones de narcotráfico en su cam pa­
ña presidencial. En general se ha desarrollado u n sistem a de consulta entre los
funcionarios del Estado y los funcionarios de los grem ios para form ar consenso.
P robablem ente este sea m ás ficticio que real. En las d écad as d e los años 1960
y 1970 proliferaron los grem ios especializados, de m odo q u e los funcionarios
públicos qu e los atendían podían jugar con la fragm entación y contraposición
eventual de intereses. Ú ltim am ente los grem ios se presen tan com o la sociedad
civil y hablan en su nom bre. Este es el caso, p o r ejem plo, c u a n d o participan en el
proceso de paz con las guerrillas.
A unque al finalizar el siglo continúan las rotaciones en tre los expertos
qu e sirven en algunos de estos grem ios y los altos em pleos gubernam entales, la
llam ada tecnocracia, lo cierto es q u e en la m ed id a en q u e el E stado se concentra
en el m anejo m acroeconóm ico y deja las políticas sectoriales al m ercado, el nexo
del Estado y los grem ios se hace m ás tenue en com paración con las décadas de
los años 1940 a 1980.
La caída de los salarios reales a raíz de la depresión cafetera produjo una
ola de agitaciones laborales entre 1957 y 1966. A u nque en 1960 los liberales ex­
p ulsaron a los com unistas de la ere, los p artid o s com o tales, con excepción de los

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H ü ^ í o r i a DI;' C o l o m b i a . P , \ i s i i l a i a h m a i x ', s c x il d a d d iv id id a 469

co m u n istas, se desen tendieron de los sindicatos. N o d esaparecieron las viejas


id e n tid a d e s liberales y católicas, pero los nexos orgánicos entre las estru ctu ras
p artid a rias y las sindicales nunca intentaron co n stru irse o reconstruirse.
T am bién se m ultiplicaron las huelgas d e la clase m edia: pequeños em ­
presario s y choferes de buses de transporte urbano; em pleados de A vianca o
bancarios, q u e se org an izaron en u n sindicato m uy m ilitante en sus inicios que
im p u g n ó la d o ctrina de que los bancos privados p restab an un servicio público.
P ro liferaron las m archas de m aestros desde sus provincias hasta Bogotá, en d e­
m an d a del p ag o d e sueldos atrasados. A nticiparon q u e el m agisterio sería u n a
de los sectores m ás sindicalizados y huelguistas hasta el presente. De este oleaje,
la h u elg a d e los trabajadores d e e c o p e t r o l en 1963 fue una de las m ás radicales
y politizad as; m ovilizó a la población de B arrancaberm eja, a los colonos d e los
alred ed o res y al m ovim iento estudiantil universitario. Esta huelga influyó en los
orígenes del e l n .
C on la instauración del f n los conflictos laborales em p ezaro n a p asar in­
ad v ertid o s. E ntre las causas p u e d e n m encionarse el crecim iento físico d e las
ciu d ad es, el no to rio desinterés d e los partidos d e la coalición gobernante, la
creciente frag m en tació n espacial d e las capas p o p u lare s y la autocensura d e la
prensa. Lo q u e no significa q u e hubiesen dism in u id o los conflictos. En los oleajes
huelg u ístico s se desgastó el liderazgo de las dos g ra n d es centrales, en particular
d e la CTC, y fu ero n su rg iendo confederaciones in d ep en d ien tes, d e base regional,
co n tro lad as p o r la izquierda, especialm ente por los com unistas. A hora bien, en
la d écad a d e los años 1980 las guerrillas com enzaron a influir en m uchos sin d i­
catos d e trab ajadores, p articu larm en te en aquellos ubicados fuera de las urbes,
en las p eriferias geográficas del país.
De 1959 a 1965, los sindicalizados pasaron de 250.000 a 700.000 y en 1990
eran cerca d e 900.000. Las tasas d e sindicalización (en relación con toda la p o ­
blación o cu p ad a) subieron en esos años del 5,5 p o r ciento al 13,4 y descendieron
al 8 p o r ciento. A ctualm ente son d e las más bajas de A m érica Latina. En 1992,
d esp u é s d e doce años de intrincados procesos de fusiones en tre las diversas cen­
trales —las d o s m ás antiguas, u t c y ere; las co ntroladas p o r los com unistas y la
izqu ierd a; las d e trabajadores del E stad o — se form ó la C onfederación Ú nica de
T rabajadores, c u t . Sin em bargo, esta unificación no se tradujo en un au m en to del
p o d e r d e negociación de los sindicatos. Por el contrario, m uchos de los logros
co rp o rativ o s obten id o s desde el decenio de los años 1930 desaparecieron sin
g ra n d es conflictos a com ienzos de la década de los añ os 1990, bajo los esquem as
d e la flexibilización de los m ercados de trabajo.
En las reg io n es m ás rurales y periféricas h an crecido considerablem ente
las Ju n tas d e A cción C om unal. Esta fue una de las creaciones m ás im p o rtan tes
del FN, d e su p rim e r presidente, A lberto Lleras, para o rg an izar y cooptar inicial­
m en te los p o b res d e las ciudades. El principio de las j a c es q u e en cada co m u ­
n id a d (una m an za n a en un barrio, p o r ejemplo) hay u n líder n atu ral q u e p u ed e
o rg an izaría y d a rle un sentido de cooperación. El E stado ofrece u nos fondos

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4 7 '! M g .

ESTADOS UNIDOS Y LA GOBERNABILIDAD DEL FRENTE NACIONAL

"El programa de ayuda externa de los Estados Unidos a Colombia (la Alianza para el
Progreso) ha conseguido su objetivo político básico, pero ha estado lejos de cum plir
los propósitos económicos y sociales acordados en la Carta de Punta del Este.
"Desde el prim er préstam o dentro del program a en abril de 1962, el principal obje­
tivo ha sido la estabilidad política y el m antenim iento de las instituciones políticas
democráticas m ediante el apoyo a la sucesión de los gobiernos del Frente Nacional.
Esto se ha cumplido.
"De otra parte, entre 1961 y 1967 el Producto Interno Bruto per cápita creció a una
tasa anual del 1,2%, mientras que el objetivo de Punta del Este se había fijado en 2,5%
[...] En 1961 se aprobó una ley de reforma agraria pero hasta 1967 sólo ha entregado
títulos de propiedad a 54.000 familias sin tierra, de las 400.000 a 500.000 que hay y
que crecen a una tasa anual del 10%. A unque la reforma agraria ha recibido algún
apoyo de Estados Unidos, el mayor énfasis de la política de ayuda norteam ericana se
ha dirigido a aum entar la producción para la exportación. Estos esfuerzos se han visto
compensados por cierto éxito, pero hasta fechas muy recientes se han concentrado en
otorgar créditos y otras subvenciones a los grandes agricultores comerciales a expensas
del progreso social rural [...]
"Prácticamente Colombia no ha comenzado a enfrentar el problema de una distribución
más equitativa del ingreso y la estructura social del país permanece esencialmente sin
cambio, y cerca de dos tercios de la población no participan en los procesos de toma
de decisiones en asuntos económicos y políticos [...]
"Parece que, aunque el programa de ayuda alcanzó algunos éxitos en el corto plazo con
respecto a la estabilización económica y a influir en las políticas fiscales y monetarias,
el apoyo de Estados Unidos contribuyó a que muchos gobiernos, especialmente el de
Guillermo León Valencia, pospusieran la realización de reformas básicas en campos
como la administración pública, el sistema tributario, el gobierno local, la educación
y la agricultura [...]
"El programa de ayuda ha permitido que las instituciones políticas colombianas ganen
el tiempo necesario para realizar los cambios que cualquiera en una posición de respon­
sabilidad en ambos países considera necesarios. Pero los colombianos han derrochado
este tiempo. ¿Se habrían comprometido con más empeño de estar apremiados por falta
de tiempo, o las presiones hubieran sido tan fuertes que se habría derrum bado toda
la estructura del país ante la anarquía o la dictadura? Vistos a la luz de la experiencia,
los sucesos sugieren lo primero. No obstante, el registro de los acontecimientos no
alcanza a captar las presiones del m omento en que fueron tom adas las decisiones por
parte de los Estados Unidos en medio de situaciones extrem adam ente complejas y

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sutiles. De esas presiones, ciertamente que la m enor no fue la tendencia a equivocarse,


evitando asum ir riesgos m ayores de los necesarios [...]
"Buena p arte de la historia de la ayuda externa a Colombia puede escribirse alre­
d ed o r de la tasa de cam bio del peso y el dólar. La Agencia Internacional para el
Desarrollo, a i d , y el Fondo M onetario Internacional, f m i , aconsejaron repetidam ente
al gobierno devaluar el peso; el gobierno se resisitió fuertem ente [...] En parte la re­
sistencia a devaluar proviene del miedo a desencadenar la inflación, miedo que no
está com pletam ente por fuera de la experiencia. La devaluación es el rem edio clásico
para solucionar el déficit en la balanza de pagos porque estim ula las exportaciones
abaratándolas en dólares, y desestim ula las im portaciones encareciéndolas en pesos.
Por tanto la devaluación puede producir un alza de precios de los bienes im portados
o que tienen com ponentes im portados [...] Por último, al enunciar las razones de la
resistencia a la devaluación, no pueden ignorarse los grupos beneficiados por las tasas
de cambio sobrevaluadas. Ésta es la gente que generalm ente guarda una parte de su
capital fuera del país; la que consume más bienes im portados y viaja al exterior -e n
una palabra, la oligarquía, la misma gente que tam bién ejerce el poder político en la
m ayoría de países latinoamericanos. Las tasas de cambio sobrevaluadas abaratan la
conversión de pesos en dólares o francos suizos. No sólo facilitan la fuga de capitales
sino que son un incentivo para realizarla. Las tasas sobrevaluadas también abaratan
la im portación de bienes y las vacaciones anuales en Estados Unidos o Europa.
"Debe subrayarse que la misma clase social que se beneficia de la sobrevaluación está
sobrerrepresentada entre los em presarios que tienen inversiones en las industrias de
la sustitución de im portaciones, bien protegidas de la competencia internacional por
aranceles y licencias de importación. En estas circunstancias, esta d ase social no tiene
estím ulos para apoyar políticas orientadas a fortalecer las exportaciones y frenar las
im portaciones".

Fuente: S u rvey o f the Alliance fo r Progress Colombia - A Case o f U.S. A id. A S tu d y Prepared at the
Request o f the Subcom m ittee on Am erican Republic A ^ i r s by the Staff o f the Committee on Foreign Rela­
tions U n ited States Senate, U.S. G o v ern m en t P rinting O ffice, W a sh in g to n , 1969.

m o d esto s p ara q u e la co m u n id ad em p ren d a sobre la base del trabajo voluntario


la con stru cció n d e escuelas, centros de salud, calles, obras de alcantarillado. O r­
g anism o s p riv a d o s nacionales y extranjeros tam bién suelen ap o rta r fondos a las
JAC. Estas ju n tas h an sido u n o de los canales favoritos d e los políticos clientelis-
tas, o to rg án d o le s auxilios parlam entarios. AI finalizar el f n , en 1974, se re p o rta­
ron 18.000 JAC con un poco m ás de un m illón de afiliados, y en 1993, 45.600, con
2,5 m illones d e afiliados.

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472 M akl o i’ \ i A C i f - F k \ \ k S m io k d

Una de las principales banderas del f n fue la reform a agraria. En p arte


fracasó porque el gobierno del conservador G uillerm o L. V alencia, que debía
aplicarla, se desentendió para apaciguar la oposición laureanista. La reform a se
reactivó en 1966, cuando llegó a la presidencia su p rincipal in sp ira d o r, C arlos
Lleras Restrepo. Puesto que la m araña de form alism os legales y la burocratiza-
ción del Incora (Instituto C olom biano para la Reforma A graria) eran obstáculos
form idables. Lleras decidió establecer u n m ovim iento que p re sio n a ra p o r la re­
form a desde abajo y en 1968 creó la A sociación Nacional d e U suarios C am pesi­
nos, AN U C . Pero ésta no cum plió sus objetivos, en parte p o r la dep en d en cia del
E stado y en parte por sus divisiones entre la "línea Sincelejo", radical, y la "línea
A rm enia", oficialista.
La prim era organizó en 1971, bajo el últim o gobierno del f n , un am plio
m ovim iento de m archas cam pesinas e invasiones de haciendas, latifundios g a­
n aderos y baldíos d isputados con em presarios. Las invasiones tuv iero n fuerza
en la región Caribe, pero perdieron im pulso en 1972 y dos años d esp u és habían
desaparecido. Estas m ovilizaciones coincidieron con el ab a n d o n o definitivo de
la reform a agraria por parte de la coalición frentenacionalista. Pero en el fracaso
de la línea Sincelejo tam bién confluyeron las divisiones de las organizaciones
m arxistas que p retendieron dom inarla. Por la represión estatal y d e los latifun­
d istas cayeron asesinados m uchos dirigentes cam pesinos.
Pese a las m ovilizaciones cam pesinas que aupó C arlos Lleras, la reform a
agraria resultó una pobre estrategia de contención política. N o d esp ertó la im a­
ginación política ni desató las energías sociales com o el ag rarism o m exicano.
T am poco alcanzó los niveles institucionales m ínim os de la reform a agraria chile­
na bajo el gobierno de la D em ocracia C ristiana. Adem ás, com o vim os, el Estado
subsidió una fase de intensa inversión del sector capitalista q u e había q uedado
excluido, ex definitione, de la expropiación. En 1970 no se habló m ás de la polari­
d ad latifundio-m inifundio. El énfasis se desplazó a la cuestión de las econom ías
cam pesinas y de la pobreza rural. N ada de esto, em pero, m itigaría un sentido de
frustración cam pesina que se expresaría en los años siguientes.
En 1971, el Incora suspendió la distribución de tierras y a com ienzos de
1972, en el "Pacto de Chicoral", los dos partid o s acordaron ab a n d o n arla del todo.
C om o alternativa se ofreció im poner una renta presuntiva a los p red io s rurales.
Un p ar de años m ás tarde el gobierno de Alfonso López M ichelsen la propuso
d en tro de una reform a tributaria. Pero no p u d o realizarse p o rq u e no había un
catastro confiable, ni un m étodo aceptado para fijar la base de esa renta. Bien
recibida por la opinión pública, para los em presarios era el m al m enor frente a la
reform a agraria. Y lograron desm ontarla en la legislatura de 1979.

E l d esg a ste

El f n dem ostró la fortaleza de los dos partidos, ante los q u e poca mella
habían hecho el desafío populista de G aitán o los débiles intentos de la tercera

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H i s t o r i a d i ; Q ' i . o m b i a . I ’a I g i r a o m i - m a i x ' , x x t i d a i ' d a i d i d a 473

fuerza rojista. C onform e a su tradición, los p artid o s estaban divididos, en p a r­


ticular el conservador. Por ejem plo, los acuerdos q u e llevaron al f n se pactaron
con la facción de Laureano Góm ez. En las prim eras elecciones de cuerpos cole­
giados del n u ev o régim en, en 1960, ganó la facción d e M ariano O spina en alianza
con la de G ilberto Alzate A vendaño y con ella hub o de funcionar el régim en. El
faccionalism o conservador fue un lastre y am enazó sistem áticam ente la continui­
d ad de las políticas. Esto fue m ás evidente en la corriente de L aureano Góm ez,
cuya jefatura traspasó a su hijo Á lvaro G óm ez H u rtad o . Su g ru p o de congresistas
fue decisivo en to rp ed ear la reform a agraria y, en general, las reform as sociales;
en m agnificar en 1964 la lucha contrainsurgente, cu an d o la guerrilla era incipien­
te y m arginal, y en debilitar a la postre al p artid o conservador. Á lvaro G óm ez
H u rtad o , v etad o p or los liberales bajo el f n , en el desmonte p u d o ser candidato
presidencial tres veces (1974,1986 y 1990), en jo rn ad as q u e enconaron las divisio­
nes de su p a rtid o y term inaron relegándolo a un d istan te segundo lugar.
En co ntraste, los liberales oficialistas fueron m ás exitosos: consiguieron
lim itar su oposición interna, circunscrita al M ovim iento R evolucionario Liberal
( m r l ) , d irig id o p o r Alfonso López M ichelsen, hijo del p resid en te López P u m are­
jo. La trayectoria del m r l fue corta. C om enzó en 1958 com o oposición a la alter­
nación presidencial. Su electorado, m ayoritariam ente rural, provino d e aquellas
zonas de violencia cuyos jefes no se avinieron con el f n . El m r l buscó ad ep to s al
calor d e la R evolución C ubana. López fue "el co m p añ ero jefe", y su consigna
favorita de esos años, "pasajeros de la revolución, favor p asar a bordo". El m r l
alcanzó su cénit en las elecciones de 1962 y em p ezó a decaer inm ediatam ente
d esp u és, d iv id id o en p eq u eñ as facciones doctrinarias. López M ichelsen term inó
nego cian d o su ingreso al oficialism o; en 1968 aceptó la g o b ern atu ra del recién
cread o d ep a rtam en to del C esar, segregado del M agdalena, y av anzó así en la
carrera a la presidencia.
La vuelta d e Rojas Pinilla a la política com enzó com o u n m ovim iento p er­
sonalista d e n tro d e la tradición conservadora. A lianza N acional P opular, a n a p o ,
el m o v im ien to d e Rojas, llegó a ser la fuerza electoral co n serv ad o ra m ás im p o r­
tante del país: del 3,7 por ciento de los votos en 1962, ob tu v o en 1970 el 35 por
ciento. La oposición de a n a p o fue diferente a ia del m r l .
Rojas reg resó al país en 1958 y en 1959 enfrentó u n so nado juicio político
en el Senado. D efensores y acusado trataron de convertirlo en una g u erra de
p ro p a g a n d a y en vano p id iero n la transm isión directa p o r radio y televisión. Los
p rim ero s ab riero n fuego contra la facción de G óm ez, tachándola d e responsable
d e la violencia y del asesinato de G aitán. La acusación trató de reducirlo todo al
en riq u ecim ien to d e Rojas y su familia. La opinión pública fue p erd ien d o interés
p o r lo p ro lo n g ad o del juicio y la m araña de acusaciones. F inalm ente Rojas fue
senten ciad o a la p érd id a definitiva de sus derechos políticos con base en dos
cargos ap a ren tem e n te probados: co n trab an d o d e g an a d o y colusión en casos
m arginales. El ep iso d io dividió m ás a los conservadores. La prensa ospinista

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no estuvo de acuerdo con el juicio; en m ás de una ocasión el presidente A lberto


Lleras C am argo tuvo que dirigirse al país por radio previniendo conspiraciones
y com plots rojistas. A los pocos años, la C orte Suprem a anuló el juicio y devolvió
a Rojas todos sus derechos políticos. El juicio m ism o y el tratam iento p o sterio r
al general, d etenido cada vez que había una am enaza de "com plot m ilitar", lo
convirtieron en héroe a los ojos del pueblo.
En un com ienzo Rojas abrigó esperanzas en un golpe m ilitar. Pero se d e ­
dicó a conseguir votos cuando confirm ó que el f n había ganado la lealtad de las
Fuerzas A rm adas. Redujo el tem a gaitanista de pueblo y oligarquía al au m en to
del costo de la vida. Reclamó la b andera de la paz entre rojos y azules com o una
conquista de su gobierno y no del f n . La im agen fue tan poderosa que en m uchos
com andos locales anapistas era frecuente encontrar exsargentos del ejército d e la
época de la Violencia fraternizando con antiguos guerrilleros liberales.
Su plataform a de "socialism o a la colom biana sobre bases cristianas" p e­
día la suspensión de la ayuda extranjera "atada"; lim itar las inversiones ex tran ­
jeras; unificar todas las federaciones sindicales; establecer la p arid a d del peso
con el dólar; educación gratuita para todos; servicio m édico-dental gratuito para
los pobres; un nuevo plan de vivienda p o p u lar y el fortalecim iento del crédito
bancario para el pequeño em presario. A fines de la década llegó a su clím ax la
polém ica del control natal. A napo tom ó p artid o a favor de la encíclica H um anae
Vitae, de Paulo vi en 1968, el año en que el Papa visitó Colom bia. Esta posición
natalista prestigió a Rojas entre m uchos párrocos rurales y le ganó la sim p a­
tía de todos los antiim perialistas que veían en el control natal u n instrum ento
norteam ericano para som eter a la A m érica Latina. El tem a no estaba del todo
resuelto en la conciencia de las gentes, en especial del cam po y, al respecto, se
d en unciaron las prácticas de los em pleados de las cam pañas d e erradicación
de la m alaria, en trenados para convencer a las m ujeres de ad o p tar m étodos de
control natal y aplicarles el dispositivo intrauterino conocido com o churrusco.
El crecim iento de los electorados rojistas obedeció a la incapacidad del f n
de ganarse las m asas de inm igrantes urbanos, al aum ento del desem pleo urbano
en la década de los años 1960 y al encono de m uchos políticos locales p o r la cen­
tralización estatal consagrada en la reform a de 1968. Pese al rep u n te en 1966, el
desgaste electoral del f n fue notable {véase cuadro 14.1).
En la jornada electoral de 1970, la coalición frentenacionalista q u ed ó en
entredicho. H oras después de cerradas las urnas, las radiodifusoras daban cuen­
ta de la victoria del general Rojas. A la m edianoche el gobierno canceló la tran s­
m isión de resultados parciales y a la m añana siguiente anunció el triunfo del
can didato oficial. Al otro día, el presidente Lleras R estrepo ratificó el resu ltad o e
im puso el toque de queda en las grandes ciudades. Rojas aceptó en privado. Un
año después fu ndó un nuevo p artido en un acto m ultitu d in ario en Villa de Le­
yva, en el corazón de su Boyacá natal. H asta ahora A napo había sido la coalición
inform al de rojistas liberales y conservadores. Con el nuevo partido se transform a­
ban en anapistas a secas.

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H í-í RIRIA d i; C o i.O M ) 3 IA , I’ a N i R A i .M F N T A IX X s c x í t . d a o d i v i d i d a 475

C uadro 14.1, Votación a favor del FN y participación electoral.

Elección % de los votos % de los > 21 años


P lebiscito d e 1957 95 73
Elección d e A lb erto Lleras, 1958 80 48
E lección d e G u illerm o L. V alencia, 1962 62 28
E lección d e C arlos Lleras, 1966 71 27
E lección d e M isael Pastrana, 1970 40 19

Fuente: P alacios, M arco, Fl populism o en Colombia. B ogotá,1970, p.89.

La elección presidencial de 1970 p u ed e considerarse u n hito en la historia


electoral colom biana. A hora fue aú n m ás claro q u e en la votación gaitanista de
1946 y 1947 el peso electoral de las ciudades y de los pobres. La victoria d e Rojas
en los p rin cip ales centros u rb an o s del país sacó a la luz algunos aspectos del
cam bio cu ltu ral. Las m igraciones no eran solo u n a su n to dem ográfico y social.
Se estaba p ro d u c ie n d o una m igración de electores d esd e los p artid o s tradiciona­
les hacia n u ev a s fuerzas políticas. Estos cam bios se ad v ierten en el cu a d ro 14.2,
q u e reo rg an iza los resu ltad o s electorales conform e al m odelo de regionalización
del país d en tro d e las jerarquías urb an as antes m encionadas {véase cu ad ro 13.4).
El m o v im ien to tradicionalista de Rojas ganó h o lg ad am en te en los centros
urbanos. El f n , im p u lso r y p arad ig m a d e la m o d ern id a d política, logró la victo­
ria ex tray en d o m ás del 60 p o r ciento de sus votos de las zonas rurales. Pero el
voto rojista fue u rb an o en u n sentido m ás ad m in istrativ o que sociológico. Es d e­
cir, los p o b res d e las g ran d es ciu d ad es colom bianas dela década de los años 1960
tenían u n a m en talid ad m ás cam pesina q u e citadina. P or el contrario, el voto por
el co n se rv ad o r M isael P astrana, el candidato del f n , fue relativam ente débil en
las ciu d ad es y m ás fuerte en los distritos rurales en los q u e las m aq u in arias tra ­
dicionales trabajaron m ás o m enos bien.
A ntes d e em p re n d er el desmonte del f n , conform e a la reform a co n stitu ­
cional d e 1968, había q u e d esm o n tar la A napo. P astrana elaboró u n a retórica de
conserv atism o social; an unció una reform a u rbana con el trasfondo de ex p ro ­
piaciones y red istrib u ció n q u e nunca se realizó, y em pleó organism os estatales
com o el In stitu to de M ercadeo A gropecuario ( i d e m a ), p ara d istrib u ir m ercados
p o p u lare s en las zonas de alta votación rojista. Sim ultáneam ente cooptó a m uchos
líderes d e la A n ap o y bloqueó financieram ente las m u n icip alid ad es en las que
hubiera m ay o rías an ap istas en los concejos. En 1972 com enzó el eclipse de A na­
po y dejó de ser la am enaza populista.
P ara p aliar el fracaso d e la reform a agraria, los gobiernos del desmonte
acogieron los p ro g ram as contra la pobreza rural del Banco M undial. Se echaron
a an d a r el P rogram a de A lim entación y N utrición ( p a n ) y el D esarrollo Rural

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t o r i ,'

C uadro 14.2. Com paración de la votación entre el candidato del FN y el general


Rojas, 1970.

R ojas P in illa M isa e l Pastrana

jerarq u ía urbana V o to s % V o to s %
M etrópoli nacional 261.456 16,7 236.303 14,5

C ap itales region ales 244.478 15,7 153.017 9,4

C entros reg io n a les 1 194.084 12,4 142.572

C entros reg io n a les II 152.024 9,7 110.671 6,8


C entros sem iu rb an os 157.196 10,1 182.910 11,3

C entros rurales 552.130 35,4 799.462 49,0

Total 1.561.468 100,0 1.625.025 100,0

' Incluye los votos en el exterior; Rojas 3.986; Pastrana 10.606.

Fuentes: elab orad o con b ase en R egistraduría N acion al d el Estado C ivil, O rgan ización y E stadísticas
Electoral, B ogotá, 1970 y D ep artam ento N acion al d e P laneación, " M od elo d e R egionalización" Re­
vista de Planeación, II, N" 3 (octubre 1970), pp.302-339.

Integrado, d r i , diseñados para detener la erosión del m inifundio, m ás peligrosa


en zonas aledañas a los focos guerrilleros.
Al llegar el desmonte había pasado el m iedo de la Revolución cubana y se
ab an d o n aro n las prom esas reform istas. El Estado debía orientarse a favorecer la
acum ulación de capital; después vendría la redistribución del ingreso. Del expe­
rim ento de A napo los dirigentes políticos concluyeron cuán peligroso podía ser
m ovilizar a los pobres de las ciudades. Q uizás por esto d esp u és de 1970 au m en ­
tó progresivam ente la abstención u rbana y la votación de las grandes ciudades
pesó cada vez m enos en ei total de la votación del partido u rb an o por excelencia,
el liberal.
En las provincias irrum pió una nueva generación de políticos que relevó
im placablem ente a los caciques de la época de la Violencia, prom inentes en el
FN. D ism inuyó entonces la deferencia y obediencia a los jefes naturales. De esta
nueva generación salieron los "barones" regionales y sus m aquinarias dieron
legitim idad electoral al Estado, sin necesidad de canalizar la m ovilización y el
conflicto social. Se am plió la brecha entre vastos sectores de la población y el con­
junto de instituciones políticas. La inflación tam bién contribuyó al aum ento del
m alestar de las clases m edias. Si el increm ento anual de precios d u ra n te los pri­
m eros doce años de f n había sido del 11,1 p o r ciento, en los doce años siguientes
subió al 20,8 por ciento, y en 1977, año de un paro nacional q u e tuvo ribetes de
represión violenta, alcanzó 33,1 por ciento, el récord en la posguerra.
En las elecciones de 1974, las prim eras que se verificaban sin la paridad, los
liberales arrasaron a los conservadores: 113 representantes y 67 senadores rojos

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H i s t o r i a d i; C ' o i . o m b i a . I ’ \ k i r a i . m i \ t a i x i , s o ii d a d n i \ i i > i D A 477

contra 66 y 38 azules, respectivam ente. Los dos p artid o s su m ad o s tenían m ás del


90 por ciento d e los escaños. Pero el desafecto p o r este sistem a esclerosado llevó
a m uchos sectores de la clase m edia u rbana a retirarse de las urnas. A lgunos
vieron con recelo la n u eva alianza del otrora revolucionario del m r l , A lfonso Ló­
p ez M ichelsen, con la clase política encarnada en Julio C ésar T urbay, u n diestro
com p o n ed o r y h om bre de m aquinarias. Tal alianza d erro tó en 1973 la precandi-
d atu ra de C arlos Lleras R estrepo. La alianza T urbay-L ópez, convertida en 1977 y
1978 en "El g ru p o de los 90", aplastó a la "dem ocratización", la corriente llerista
d e la que sald ría el N u evo Liberalism o, dirig id o p o r Luis C arlos Galán.
El país se había d espolitizado en un m om ento d e intenso cam bio social.
Problem a q u e resaltaría con la desaparición de la oposición electoral y la evi­
d en te inadecuación d e las instituciones estatales y p artid istas para canalizar las
dem an d as sociales. El régim en se m ovía p o r las inercias clientelistas creadas d u ­
ran te los dieciséis años de f n . Las experiencias del m r l y la A napo en señ aro n a la
clase política los peligros de hacer oposición y la facilidad del gobierno de tu rn o
d e cooptarla o desb aratarla. Así que los políticos eran gobiernistas p o r n atu ra le­
za y no q u isiero n en ten d er q u e la sociedad en transform ación requería otro tipo
de liderazgo. C onfiaron en que los resultados electorales seguirían p ro d u cien d o
la g o b ern ab ilid ad necesaria, así fuese tenue y volátil {véase cu ad ro 14.3).
Al coin cid ir el desmonte con la crisis de la industrialización sustitutiva,
hub o un cam bio d e acento en la política económ ica y social. López M ichelsen, el
prim er p re sid e n te de este periodo, habló del "rescate d e la vocación agrom inera
del país", p ara co n v ertir a C olom bia "en el Japón d e S uram érica". C om enzaba
así el p au sa d o viraje hacia la liberalización, m anifiesto en la adhesión al g a t t
(1980), en el d esm o n te d e la planeación indicativa y en el ab an d o n o de políticas
activas de in v ersió n in d ustrial por p arte del Estado.
El go b iern o de López aireó el tem a d e los costos de la protección in d u s­
trial m ed ian te la su stitución de im portaciones en una agria d isp u ta con la a n d i .
A firm ó qu e seg u ir su b sid ian d o a la in d u stria iba en d esm ed ro d e la eficiencia y
com p etitiv id ad y acentuaría la crisis fiscal. Entre tanto se llevó a cabo la libera­
lización financiera que, ante la au.sencia de instituciones reg u lad o ras y eficaces,
resu ltó en m ay o r concentración del capital y del p o d er económ ico y au m en tó la
inflación. U no d e sus efectos políticos fue que en 1980, bajo el gobierno de Julio
C ésar T urbay Ayala, afloraron los escándalos d e dos poderosos g ru p o s finan­
cieros. Situación q ue incidió en la división de los liberales y en el triunfo de un
conservador, Belisario Betancur, en las elecciones presidenciales de 1982.
En la d éc ad a de los años 1980 hubo m ás consenso sobre la necesidad de
diversificar la base económ ica y elim inar g ra d u alm en te la protección industrial,
d e m odo q ue el sector fuera m ás com petitivo y co n tin u ara orien tán d o se a los
m ercados externos. Si bien el énfasis de los gobiernos de Belisario B etancur y
Virgilio Barco fue social en un contexto de crisis política m ás q u e económ ica, el
p rim ero en fren tó una a g u d a crisis industrial, a causa del e n d e u d am ien to exter­
no de las em p resas y el alza de las tasas de interés en el m ercado internacional.

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478 M a k i ' o I ’ m a c ; k .)s - F r a n k S a i t c ' K D

Cuadro 14.3. Resultados electorales para la presidencia, 1974-1986.

Año Liberal C on servad or O tros Izq u ierd a P articip ación

L ópez,
G óm ez María E. Echeverri
1974 M ich elsen 58%
H urtado, 31,4% Rojas 9,4% 2 ,6 %
56,2%

Turbay A ya- Betancur, V alencia, 3 can d id atos,


1978 45%
la, 49,5% 46,6% 1,3% 2,4%

Betancur, G alán, M olina,


1982 L ópez, 41,0% 50%
46,8% 10,9% 1 ,2 %

G ó m ez Pardo,
1986 Barco, 58,3% P ardo, 4,5% 46%
H urtado 35,1 4,5%

Fuente: H artlyn, Jonathan, La política del régimen de coalición. La experiencia del Frente Nacional en Co­
lombia, Bogotá, 1993, p. 198. La p articipación, q u e se refiere al potencial d e su fragan tes, está tom ada
d e R egistraduría N a cion al d el Estado C ivil, H istoria electoral colombiana, 1810-1988, Bogotá, 1991, pp.
151-159.

Esta co y u n tu ra interna, acom pañada de un aum ento del déficit fiscal, coincidió
con la crisis de la d eu d a en Am érica Latina. El gobierno de Betancur tuvo que
acordar el p rim er program a de "ajuste voluntario" con el Fondo M onetario In­
ternacional, que consistió en una drástica reducción del gasto público y una sus­
tancial devaluación del peso. La prim era m edida se tradujo en una congelación
de los salarios y de los program as de educación y vivienda popular; com o otros
program as de ajuste en el Tercer M undo, los m ás pobres pagaron d esp ro p o r­
cionadam ente. La devaluación protegió a la industria, pero la corriente iba en
otra dirección. Barco em pezó a desm antelar la protección arancelaria, obra que
com pletó César G aviria (1990-1994) entre 1990 y 1992.

El i n t e r r e g n o , 1986 h a s t a e l p r e se n te

'In terreg n o', dice el Diccionario de la Real Academ ia Española, "es el es­
pacio de tiem po en que un Estado no tiene soberano". N o es un periodo de
anarquía sino de suspenso. En Colom bia, el Estado y la política quedaron en
vilo ante poderosas fuerzas centrífugas com o la globalización, los entram ados
de narcotraficantes y políticos clientelistas, los poderes locales de los guerrilleros
y de los param ilitares.
A pesar del enorm e desgaste de las fórm ulas del desmonte del f n , y quizás
p or pertenecer al partido m inoritario en el Congreso, Belisario Betancur no se
atrevió a rep lan tear el asunto de la com posición bipartidista del gabinete. Por
otra parte, m uchos analistas consideran que políticas de Betancur, com o la bús­
queda de la paz con las guerrillas y la reform a constitucional que perm itió la
elección p o p u lar de alcaldes, m arcaron una transición de ap ertu ra dem ocrática,
com o él m ism o bautizó su gobierno.

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1 iis'i'ORiA DL C o lo m b ia . I ’a n \ ra i a ilm a ix i, scx ii.d a d ni\ id iija 479

La aplastante victoria electoral de Virgilio Barco en 1986 le perm itió aban­


d o n ar la últim a regla del constitucionalism o frentenacionalista. Ofreció a los con­
servadores tres m inisterios, en un gabinete m inisterial de trece, obligándolos a
rechazar la oferta. Entonces Barco proclam ó q u e iba a gobernar con su partido,
ab an d o n an d o así la últim a regla del f n : la com posición bipartidista del gabinete.
Em pezó el in terregno que, al m enos form alm ente, ha d ebido term in ar con
la expedición de la C onstitución d e 1991. N o fue así. P or u n a parte, los valores y
prácticas subyacentes d e la política inform al seguían d eterm in a n d o la vida p ú ­
blica, ap arte o contra la n o rm ativ id ad , conform e al conocido proverbio político
latinoam ericano: "p ara los enem igos, la ley; para los am igos, el favor". Por otra
parte, se m ultiplicaron los problem as asociados con el narcotráfico y la guerrilla.
Los hallazgos de los yacim ientos petroleros en el oriente colom biano em p eo ra­
ron los síntom as de la en ferm ed ad holandesa. En esta co y u n tu ra, la globaliza-
ción golpeó con m ás in ten sid ad las frágiles estru c tu ras del E stado colom biano.

L a l e v e d a d d el n u e v o c o n s t it u c io n a l is m o

D urante el p rim er gobierno del desmonte, las elites esp a n ta ro n los m iedos
sociales. Vieron con clarid ad que la pobreza y la m iseria en los cinturones u rb a ­
nos no im p u lsab an a la población a levantarse o a sec u n d ar guerrillas urbanas.
El principal d eso rd en en las ciu d ad es se originaba en los g ru p o s m ilitantes de
extrem a izquierda de las g ran d es univ ersid ad es públicas. Con el tiem po tal d es­
o rd en fue un a ru tin a q u e p u d o controlar la F uerza Pública, a veces con saldo
d e m uertos y h eridos graves. De los alborotos se beneficiaron las univ ersid ad es
privadas, no solo p o rq u e las clases m edias las b uscaron con m ás p rem u ra, sino
p o rq u e alegaron que, en educación superior, lo público era u n desastre.
Las guerrillas eran tan débiles que, aseg u ran testigos autorizados, el p re­
siden te López M ichelsen im pidió el aniquilam iento del e l n , en d esb a n d ad a des­
p ués del cerco m ilitar en la región antioqueña de A norí (1973) en el cual cayeron
abatid o s casi todos los m iem bros d e la flor y n ata de esa guerrilla. La sorpresa
llegó en septiem bre de 1977, cu a n d o un paro cívico nacional, en aquel m om ento
expresión de n u evas m o d alid ad es de protesta urbana, derivó en una violencia
represiva, m ás im p ro v isad a q u e calculada, q u e ap en as p u d ie ro n o cultar los m e­
dios d e com unicación. En esas protestas, m ás q u e en las operaciones m ilitares
del M-19 de la época, deb en verse síntom as del desco n ten to social, de la aliena­
ción d e am plios sectores del régim en político y d e la incapacidad de este para
ofrecer respuestas institucionales y soluciones participativas. La serie de escán­
dalos d e corrupción financiera y política q u e siguieron en los años siguientes,
desp restig iaro n a las elites ante los ojos de las clases m edias.
López M ichelsen p lanteó u n a reform a constitucional, pero la iniciativa
fue bloqueada en el C ongreso. Los presidentes liberales T urbay y Barco, q u ie­
nes, com o López, p artía n d e m ayorías en el p o d er legislativo, recorrieron in­
fructuosam ente esa vía. El único que logró co n d u cir exitosam ente una reform a

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48Ü M aki i ' l ’ \i \.TOG - I kwk S m t o k i ,'

constitucional fue el conservador Betancur. Esta consagró la elección p o p u lar d e


alcaldes, que em pezó a realizarse en 1988. La reform a aireó la política en algunas
localidades, m ientras que en otras fortaleció los poderes locales clientelistas.
El cam bio constitucional vino un poco inesperadam ente, en una difícil
co y u n tu ra de orden público en 1988-1991. Com o en m uchos quiebres políticos
de esta naturaleza, fue decisiva la audacia de los dirigentes. Al respecto p u ed e n
citarse a N ú ñ ez y C aro en 1885-1886, o a los padres del f n en 1956 y 1957. El
objetivo, com o en los casos citados, fue pacificar. En esta ocasión el enem igo era
el narcotráfico, que desde 1988 había d esatado una fulm inante guerra terrorista,
sin cuartel y en ascenso. Uno de los episodios m ás alarm antes de esta cam paña
fue el asesinato en 1989 del jefe del p artid o liberal Luis C arlos Galán, quien,
com o G aitán en 1948, iba cam ino a la presidencia. El asesinato fue o rdenado p o r
Pablo Escobar, jefe de una de las organizaciones m ás p o d ero sas y agresivas del
narcotráfico. Con la bandera de la m oralización política y el talan te reform ista de
Carlos Lleras, G alán había consolidado una base en las clases m edias liberales de
las ciudades. En 1982 no d u d ó en lanzar su can d id atu ra presidencial, d ividiendo
a su p artid o y cerrando el paso a una segunda presidencia de A lfonso López M i­
chelsen. De ahí en adelante su ascenso fue meteòrico.
H abía que refu n d ar el Estado: a esta conclusión llegaron sectores de las
elites a fines de la década de los años 1980. De tal entendim iento surgió un nuevo
o rden constitucional m ás participativo y descentralizado; m ás social y justo; m ás
tran sp aren te y m enos corrupto. Pero llam a la atención lo frágil de la legitim idad
y legalidad del proceso constituyente. N o existían bases legales para convocar la
Asam blea C onstituyente. M ás significativo, a diferencia del plebiscito de 1957,
en el cual votó m ás del 90 por ciento de la población apta, en 1990 la abstención
para elegir C onstituyente fue una de las m ás altas en la historia electoral del
país, el 74 p o r ciento, m uy por encim a de la tendencia estadística desde 1958. Los
constituyentes fueron elegidos con m enos de la m itad de los votos depositados
p or los congresistas unos m eses atrás y a quienes revocaron el m andato.
El constitucionalism o del decenio de los años 1990 ad h irió a la ola de-
m ocratizadora m undial, cuya cresta era, en ese m om ento, la caída del M uro de
Berlín y el fin del sistem a soviético. En este sentido, es notable el contraste con
los orígenes del f n m oldeado por la G uerra Fría con su reform ism o preventivo
de la década de los años 1960, expresado en la A lianza para el Progreso. En 1990,
el espíritu de reform a nacía del espíritu de la posguerra fría: protección de los
D erechos H u m anos y del m edio am biente, sociedad civil participativa, descen­
tralización, desm ilitarización.
H ay otros aspectos en que tam bién se diferenciaron los procesos de 1957
y 1991. En 1957 no se cuestionó la política económ ica central de industrializa­
ción sustitutiva. En 1990, con un retardo de una década con respecto al resto de
Am érica Latina, las elites políticas y em presariales colom bianas se anim aron a
em p ren d er la ap ertu ra com ercial y financiera y la privatización. Principios que

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} Jisn IRIA r'l: C'c'i O M U i A . I ’ a i s i r m . m i n t a i x l -x h h t .v \ i ) i >i \ i d i d a 481

venían p red icán d o se desde la crisis industrial del decenio de los años 1970 y
para la q u e estaba abonado el terreno. Si este cam bio no com plicó el proceso
constituyente, sí creó fuertes tensiones con los sindicatos del sector público, in­
m ed iatam en te d esp u és de q u e fuera ap ro b ad a la C onstitución.
O tra diferencia con el proceso de 1957 es q u e el plebiscito, pactado a p u erta
cerrada, in stau ró u n sistem a bip artid ista excluyente. En la C onstituyente, entre
los 70 m iem b ro s electos, sobresalieron jefes y voceros de las guerrillas d esm o ­
vilizadas. Así, la A lianza Dem ocrática-M -19 obtu v o 19 escaños, contituyéndose
en una de las tres fuerzas políticas que d o m in aro n la A sam blea. Las otras dos
fueron el p a rtid o liberal, 25 escaños, y la facción de Á lvaro C óm ez H urtado, 11
escaños, b au tiza d a com o M ovim iento de Salvación N acional. Irónicam ente, Mi-
sael P astran a, el ú ltim o presid en te del f n , quien encabezó un m en g u ad o P artido
Social C o n serv ad o r, con solo 5 escaños, q u ed ó m arg in a d o en la A sam blea.
C om o en 1957, el proceso de 1990 fue o rg an izad o desd e arriba. Los jefes
liberales d e u n lado, particularm ente A lfonso L ópez M ichelsen, y del otro, A lva­
ro C óm ez H u rta d o , m o straron que en C olom bia las fam ilias políticas aú n siguen
m an d an d o . Q u izás habían previsto que en los años siguientes los m ovim ientos
legales de los guerrilleros desm ovilizados p erd erían fuerza hasta desaparecer
del m apa electoral.
Visto en u n a perspectiva a largo plazo, p u e d e decirse que la C arta de 1991
enterró el p asad o . N o se la concibió ni presentó con referencia a tal o cual C ons­
titución an terior. Sus p u n to s de com paración fueron, m ás bien, las nuevas cons­
tituciones d e E spaña y Brasil, au n q u e su inspiración filosófica se rem onta a los
constitucionalism os clásicos de fines del siglo xviii.
El d o cu m en to de 1991 desarrolla la últim a generación d e D erechos H u ­
m anos y el d erech o ecológico; reconoce la p lu ralid ad étnica del pueblo colom ­
biano; afirm a principios actuales de descentralización fiscal y fortalece el p o d er
judicial. P lantea, au n q u e sigue en el aire, el tem a de la reordenación territorial
del país, excepto p o r la jurisdicción especial q u e creó para las co m u n id ad es in­
dígenas, y m ás tard e, para las negritudes. Pero no tocó el papel de las Fuerzas
A rm adas en un o rd en dem ocrático. R estringió las funciones del C obierno en
relación con la m o n ed a y, para su b ray ar la ap e rtu ra política, condicionó, to d a ­
vía m ás q u e la reform a constitucional de 1959, el régim en de E stado de sitio que
ahora se llam a "E stad o de conm oción interior".
En las circunstancias adversas de 1990, m iles d e colom bianos d ep o sita­
ron su esp e ran z a en la fórm ula ofrecida por el C obierno, los gran d es diarios de
circulación nacional y los g ran d es g rupos económ icos, a u n q u e la visibilidad se
dio a g ru p o s d e estu d ian tes universitarios q u e p ed ían el cam bio constitucional.
La C onstitución d e 1991 au m en tó las expectativas, p ero sus logros, com o bien
podía esp erarse d ad a s la im provisación y debilidad del proceso constituyente,
han sido m ín im o s al no estar acom pañados d e cam bios en la cu ltu ra política
y reform as económ icas y sociales sustanciales. Así, se desvanece otra q u im e­

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482 M a k i í .> ! ’ ■ a h í - I kank S am o rd

ra. Pocos años después de expedida la C onstitución, es ev id en te q u e no hay


m ás com petencia política, que la corrupción prosigue, q u e no surgen partid o s
m odernos y, sobre todo, que el país no se ha pacificado. D esde B etancur en 1982,
todos los presidentes han propuesto y desarrollado procesos d e paz con las g u e­
rrillas. A unque algunas se desm ovilizaron entre 1989 y 1994, y participaron en
la C onstituyente, el problem a es cada vez m ás em brollado.
El vacío que fueron dejando los dirigentes políticos del f n , m uchos de los
cuales habían com enzado su carrera política en las décadas d e los años 1920 y
1930, fue llenado p or una nueva clase política m ás dispersa desd e u n a perspecti­
va nacional por estar m ás atada a los poderes tácticos locales. Esto se aprecia, por
ejem plo, en la constante fragm entación electoral m edida a través del n ú m ero de
candidatos. El surgim iento de corrientes cívicas y el potencial explotado p o r la
A napo fueron lecciones para la generación de políticos que alcanzó la m ad u rez
en la década de los años 1980.
La elección p o p u lar de alcaldes fue un paso decisivo en form alizar esta
fragm entación. La C onstitución de 1991 la consolidó. S eparó los calendarios y
p or tanto las cam pañas. Fijó cada tres años para las de alcaldes y g o b ern ad o ­
res, concejos m unicipales y asam bleas departam entales; cu atro años p ara las de
C ongreso, d iv id id as en una circunscripción nacional de senadores y circunscrip­
ciones d ep artam entales para la C ám ara de R epresentantes. Igualm ente, separó
estas elecciones de las presidenciales, a las que se abrió la posibilidad de segun­
da vuelta si en la prim era ninguno de los candidatos obtiene la m itad m ás uno
de los votos em itidos.
Parcelada la actividad electoral, aum entó la com petencia individualista de
candidatos y se debilitaron las m aquinarias centrales de los partidos. Surgió el mi-
croem presario electoral y se encarecieron las cam pañas. La televisión se convirtió
en el m edio esencial de propaganda. Pero los dos partidos tradicionales, con una
notable ventaja del liberal, continúan dom inando las instituciones políticas.
A la luz de los altos ideales de los constituyentes, p lasm ados en nuevos
derechos constitucionales, la últim a década del siglo xx ofrece m ayores fru stra­
ciones. Por ejem plo, el desem pleo urbano que en los últim os años ha alcanzado
las cotas m ás altas desde que hay estadísticas, contradice el principio constitu­
cional que coloca el derecho al trabajo com o uno de los fundam entales. La n o r­
ma según la cual los derechos de los niños prevalecerán sobre todos los dem ás
no se conciba con el aum ento de denuncias sobre abusos d e todo tipo contra los
niños, la m ayoría de los cuales se realizan en el hogar y en el entorno del trabajo
familiar; ni con el aum ento del déficit de cupos escolares en m uchas m u n icip a­
lidades, particularm ente del Caribe. El ag u d o y creciente problem a social de los
d esplazados, en m uchas ocasiones acosados por las Fuerzas A rm adas, contrasta
con la protección constitucional a los D erechos H um anos.
Por otra parte, por la vía de las tutelas y del control constitucional ha
av an zad o la protección de m uchos derechos laborales e individuales. Las ad o ­

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H isrO K IA ni C o l . O M B I A . I’a I '- 1 RAI , M | - M A f X \ yCX H l.vM' DIVIDIDA 483

lescentes em b arazad as no p u ed e n ser expulsadas de los planteles educativos; los


hom osexuales no p u ed en ser discrim inados en las Fuerzas A rm adas y los m o­
rib u n d o s tienen derecho a una m uerte digna o asistida por sus m édicos. A lgu­
nos de estos derechos, particularm ente el últim o, suscitan fuertes controversias
políticas, m orales y filosóficas en países que son p arad ig m a de la dem ocracia
m o d ern a y allí no han sido reconocidos en el g rad o colom biano. Esto sugiere la
levedad del n u ev o constitucionalism o en la espesura de una sociedad que tiene
pocas o p o rtu n id a d e s para prestarle la atención que, quizás, m erece. O tro avance
significativo tiene que ver con los equilibrios establecidos en m uchas .sentencias
de los altos trib u n ales sobre decisiones de las instituciones económ icas del Esta­
do; p o r ejem plo, sobre la eq u id ad social de las tasas de interés o de las políticas
antiinflacionarias.
Los d esarro llo s legales de la C onstitución q u ed a ro n en m anos de la clase
política p reco nstituyente. El problem a de fondo sigue siendo el m ism o desd e la
fundación de la República: la distancia en tre los sueños del constitucionalism o
y las prácticas sociales.

Los NUEVOS p o d e r e s : n a r c o t r á f ic o y PETRÓLEO

En la globalización de los m ercados de drogas, arm as y dineros ilícitos, es


m anifiesto el p ap el de Estados Unidos, el principal país co nsum idor de drogas
prohibidas, cen tro m u n dial de las operaciones de d ineros ilegales e im portante
p ro v eed o r d e arm as a los m ercados negros colom bianos. El gobierno norteam e­
ricano fija u n ilateralm en te los parám etros d en tro d e los cuales países-fuente,
com o C olom bia, deb en colaborar en la guerra a las drogas.
En la edición del 6 de julio de 1981, la revista Time citaba un estu d io según
el cual "C om o las m otocicletas, las m etralletas y la política de la Casa Blanca, la
cocaína es, en tre o tras m uchas cosas, sustituto de virilidad. Su m era posesión da
estatus: la cocaína equivale a dinero y el dinero a po d er". Eran tiem pos de p er­
m isividad y altos precios en las calles de las ciu d ad es estadounidenses.
Poco d esp u és, inform es de diversas instituciones públicas y privadas de
los E stados U n idos describieron la plaga de la cocaína y, lo que era peor, de
su b p ro d u c to s a ú n m ás dañinos y adictivos com o el crack que en Colom bia se lla­
m a basuco. E p idem ias que afectaban la salud pública y generaban epidem ias de
crim in alid ad y la co rrupción de algunos policías. En poco tiem po se consolidó
un consenso político de "cero tolerancia". Se p u siero n en m archa diversos p ro ­
gram as d e g u erra a las d rogas q u e en Colom bia habrían de tener am plios efectos
diplom áticos, políticos, m ilitares y sociales.
La estrateg ia de g uerra de la Casa Blanca definió, prim ero, q u e el núcleo
del problem a estab a del lado de la oferta, es decir de países com o Bolivia, Perú,
C olom bia y M éxico. S egundo, que los ejércitos de estos países debían encargarse
de la represión. A n te el fracaso del Ejército colom biano, evidente en la g uerra a
la organización d e Pablo Escobar, el principal narcotraficante de la historia del

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484 M aki i ) l ’ \i vt tc> - - F r . a k S a it o k d

país, se cam bió de estrategia. La Policía nacional fue reform ada y reem plazó al
ejército en estas funciones represivas.
La guerra a las drogas vino acom pañada de sanciones unilaterales com o
la descertificación. Tam bién se pusieron en m archa tratados de extradición de
nacionales a los Estados Unidos. Políticas que provocaron resentim ientos nacio­
nalistas. La extradición llevó a la escalada terrorista de los narcotraficantes. C en­
tenares de testigos, jueces y periodistas cayeron asesinados. El apaciguam iento
llegó con la prohibición constitucional de extraditar colom bianos, consagrada en
la C onstitución de 1991 y revocada p o r el C ongreso a iniciativa del gobierno en
1997, bajo presiones del gobierno norteam ericano. El cu adro 13.12 m uestra que
la dinám ica económ ica del narcotráfico desbordó esta lógica de represión.
Narcotráfico y petróleo im plican una transferencia m asiva de recursos a
las clientelas locales y a las guerrillas. Fenóm enos que, por supuesto, no excluyen
la corrupción de los políticos en el plano nacional. El m ás claro ejem plo de esta
es el llam ado, "Proceso 8.000", que deja presum ir un extendido sistem a de rela­
ciones de protección, com plicidad y soborno entre la clase política de am bos p a r­
tidos y los narcotraficantes. Relaciones tejidas desde la década de los años 1970.
El cam bio de opinión pública y las presiones de Estados U nidos transfor­
m aron lo que era una práctica m ás o m enos aceptada, pero discreta, en el m ayor
escándalo político del siglo xx. Q ue los em presarios financiaran políticos no era
n ad a nuevo. La a n d i , por ejem plo, estableció el m étodo desde su fundación y
d esd e el f n prácticam ente todas las grandes em presas financian cam pañas. Lo
novedoso era que los narcotraficantes, adem ás de ser em presarios, estaban por
fuera de la ley y algunos m anejaban directam ente organizaciones crim inales y,
en todo caso, m uchísim o dinero.
Estos eran los usos y costum bres que explican cóm o la cam paña presid en ­
cial de Ernesto S am per recibió del C artel de Cali, una de las grandes organiza­
ciones de narcotráfico, cinco mil m illones de pesos (unos dos y m edio m illones
de dólares) para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1994. Por
este delito p u rg an condenas de cárcel una docena de políticos liberales de p ri­
m era línea. A unque eran m uy fuertes los indicios que ap u n tab an a la resp o n ­
sabilidad directa del presidente Sam per, al fiscal le faltó destreza y experiencia
p ara cim entar un caso convincente. Para rem atar el episodio, la Com isión de
A cusaciones de la C ám ara de R epresentantes, en m anos de la facción oficialista,
precluyó el proceso.
Por otra parte, la politización de la renta petrolera vigoriza el sistem a
clientelar. Según los presupuestos teóricos generales de la descentralización, se
acordó que el G obierno central debe transferir 49 por ciento de las regalías pe­
troleras a los m unicipios y departam entos d onde hay explotaciones y a aquellos
p or d o n d e pasan los oleoductos; una fracción va al resto del país. Las nuevas
explotaciones petroleras están ubicadas en regiones de frontera. Allí son noto­
rios el vacío del poder institucional, el juego clientelar y la violencia guerrillera
extorsiva. Y allí todo dinero público que ingresa se gasta.

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f llST OR lA IM; C o i O M f i l A . P M ' I K .;,M ( M \!>, í M ' A i ) DIMITIDA 48 d

CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE COLOMBIA


" Art. 44. Son derechos fundam entales de los niños; la vida, la integridad física, la salud
y la seguridad social, la alim entación equilibrada, su nom bre y nacionalidad, tener
una familia y no ser separados de ella, el ciudado, el am or, la educación y la cultura,
la recreación y la libre expresión de su opinión. Serán protegidos contra toda forma
de abandono, violencia física o m oral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación
laboral o económica y trabajos riesgosos. G ozarán tam bién de los dem ás derechos
consagrados en la Constitución, en las leyes y en los tratados internacionales ratifi­
cados por Colombia.
"La familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de asistir y proteger al niño
para garantizar su desarrollo arm ónico e integral y el ejercicio pleno de sus derechos.
Cualquier persona puede exigir de la autoridad com petente su cum plim iento y la
sanción de los infractores.
"Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los dem ás".

M ales que agobian la n iñez colom biana


(cifras aproxim adas)
Q ue viven en las calles Entre 25 mil y 30 mil
Q ue trabajan 2,5 millones
Que están fuera del sistema educativo 2,8 millones
En la prostitución 30 mil
En el conflicto arm ado 6.000 m enores de 18 años
Q ue viven en condiciones de miseria 2 millones
Que raspan coca 200 mil
Sin resgistro civil 18,4% de m enores de 5 años
Vícitmas de m altrato 2 millones

Fuente: U nicef, El Espectador 5 d e abril d e 2001, p. 6A

Las regalías se invierten en obras innecesarias, a veces extravagantes, pero


qu e perm iten ejecutar gigantescos contratos a d o sa d o s p o r com isiones ilegales.
La guerrilla tiene un p o d er tal q u e es un in term ed iario conocido de estos co n tra­
tos. Se trata p o r cierto de zonas con m uy poca población, factor que no se tuvo
en cuenta cu a n d o se expidió la ley. Por ejem plo, las regalías p er cápita de A rauca
son 362 veces su p erio res a las de A ntioquia, 1.300 veces las d e C u n d in am arca y
8.900 las de R isaralda.
La elección p o p u lar de alcaldes, las transferencias obligatorias de recursos
fiscales a los m unicipios y el énfasis neofederalista d e la C onstitución de 1991
están creando n u ev o s balances d en tro de las u n id a d e s territoriales del Estado
colom biano, p ara las cuales no existen las instituciones estatales adecuadas. Esto

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M a k c .i 1 P a i A c . K i s - F r a n k S a i i u i r d

se aprecia en la atropellada expansión del gasto estatal. De un lado, entre 1992 y


1998 el Estado vendió a los particulares u n conjunto de em presas prestadoras de
bienes y servicios, liberándose de una pesada carga financiera. S im ultáneam ente
se em p ren d iero n estudios para racionalizar la actividad de las instituciones es­
tatales con m iras a reducir la burocracia, sim plificar procedim ientos y acercarse
a la ciudadanía. Se buscaba achicar el Estado, es decir, contraer y m ejorar la
eficiencia del gasto. Pero ocurrió todo lo contrario. ¿Por qué?
Una razón fundam ental es que, quizás por prim era vez en la historia n a­
cional y gracias al petróleo, el Estado tiene recursos patrim oniales y rentas deri­
v ad as de una m agnitud tal que da autonom ía a los políticos en relación con las
elites em presariales y económ icas. Los gobiernos pueden gastar m ás sin incurrir
en el costo político de au m en tar im puestos. S im ultáneam ente, el sector privado
puja p o r captar parte de la renta petrolera, exigiendo exenciones fiscales y sub­
venciones por la vía de las tasas de cam bio e interés bancario.
En solo cuatro años, de 1995 a 1998, el gasto público total pasó del 32,2 por
ciento al 36,9 por ciento del PIB. En u n país con infraestructuras físicas deficien­
tes (carreteras, autopistas, puentes, puertos, túneles) y con graves rezagos del
gasto social, particularm ente en educación y salud, este aum ento sería bienveni­
do. Pero el 70 por ciento se destina al gasto corriente en el cual u n a proporción
significativa se va en pagar las nóm inas y gabelas de la burocracia, incluida la
m ilitar. Este desbalance entre el gasto corriente y la inversión pública se origi­
na en la racionalidad del juego político. Los horizontes tem porales del político
profesional d ep enden de un ciclo de corto plazo, en general el cuatrienio del
presid en te y de los congresistas (tres años de alcaldes y gobernadores), m ientras
que los efectos positivos de una política de educación o de dotación de vías solo
se ven en el m ediano plazo.
D ada la n aturaleza clientelista de la política, se increm entaron desm esu­
rad am en te los rubros de rem uneraciones no solo del gobierno central sino de los
d ep artam en to s y m unicipios, por m edio de las transferencias o rd e n ad as en la
C onstitución de 1991. A dem ás, el conflicto arm ado y la represión al narcotráfico
han colocado a Colom bia en contravía de su propia tradición p resu p u estaria y
de lo que está ocurriendo en Am érica Latina. Por ejem plo, el gasto m ilitar pasó
del 1,6 por ciento del PIB en 1985 al 2,6 por ciento en 1995, y m antiene la ten­
dencia a crecer. Pero aquí tam bién se ve que una parte sustancial del increm ento
va a p ag ar la nóm ina y las prebendas pensiónales y prestacionales del personal
m ilitar.
La expansión del gasto público genera una perm anente presión inflacio­
naria y una propensión al déficit fiscal. A un cuando m uchos sectores ciu d ad a­
nos y em presariales quieren ver un Estado m ás activo en el frente de las obras
públicas, la ideología en boga señala que el Estado inversionista y centralizado
es ineficiente y corrupto.

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H is t'd k ia rn. C o i om b ia. P ai'- i k \o \u :\r a ix ', x x ii i , i a i > o i \ i d i d a 487

E l C A M B IO c u ltu r a l: c u ltura po pular y cu ltu r a de ELITE

La pieza m aestra del cam bio cultural de la seg u n d a m itad del siglo xx ha
sido la secularización. Las p au tas son m undiales, p ero hay algunos m atices es­
pecíficos. En este perio d o se debilitó considerablem ente la au to rid a d del clero
católico en asu n to s de m oralidad pública y p riv ad a, de políticas educativas o
de política partid ista. La urbanización y la expansión del alfabetism o y de la
escolaridad; del cine y de la televisión, y de n u ev as form as de cu ltu ra popular,
incluidos los d ep o rtes, crearon nuevos m odelos y p aradigm as. Los intelectua­
les, p articu larm en te los colum nistas de la p ren sa escrita, fueron q u ed a n d o al
m argen en su papel tradicional de form adores y o rien tad o res de opinión. Los
trau m as del B ogotazo y de la violencia del 9 de abril en provincia acentuaron la
despolitización y, en ese contexto, el intelectual ideólogo cedió el lu g ar al intelec­
tual experto. D entro de los expertos, el jurista p erd ió terreno ante el econom is­
ta. R ecientem ente reto rn a u n jurista m ás técnico, m enos ideológico, y hay m ás
equilibrio con el econom ista, au n q u e am bos están sien d o d esp lazad o s por los
especialistas en m ercadotecnia com ercial y electoral.
La paz frentenacionalista requería enterrar, al m enos tem poralm ente, las
ideologías d e los partidos. Q uienes buscaron explotarlas fueron tachados de
anacrónicos y sectarios. Dos condiciones enm arcan este proceso secularizador.
Prim era, en to d o este periodo el n úm ero de lectores d e libros, periódicos y re­
vistas ha sido u n o de los m ás bajos de A m érica Latina. S egunda, la televisión
llegó al país a m ed iad o s de la década de los años 1950, bajo el predom inio de la
censura política y m oral, com binada con la autocensura. Em pezó, com o en casi
todo el m u n d o , la hora de los locutores y p resen tad o res de noticias y p rogra­
m as cu ltu rales an odinos. Sus voces tersas y sus hablas sin dejos regionales se
ad ecu aro n a los n u ev o s públicos. Los p ro g ram as de m ayor d en sid ad intelectual
consistían en co n cursos d e p re g u n ta s y resp u estas de tipo enciclopédico, a cargo
de unos sab elo to d o s q ue hacían creer al radioescucha o al televidente que allí se
su m in istrab an cáp su las m ilagrosas de sabiduría. R adio y televisión m ontados
sobre los m odelos n o rteam ericanos de p au tas com erciales fueron los sustitutos
de la ed ucación pública y nunca, ni siquiera cu an d o se habló en la década de los
años 1980 de "u n iv e rsid a d abierta", se consideró el m odelo estatal de la televi­
sión británica o francesa, q u e asum e la posibilidad de elevar el nivel educativo
de la población entreten iéndola.
La concentración del p o d er económ ico y la difusión de la televisión lle­
varon al retroceso de las elites eclesiásticas y laicas en su papel de m oldeadoras
d e la visión del m u n d o de los sectores p o p u lare s y de árbitros de la cultura po­
pular. Esto fue m ás ev id ente en el decenio de los años 1990. Entonces volvieron
con fuerza in u sita d a los locutores chabacanos, d e fuerte acento regional, au n q u e
no d esp laz aro n del todo a los m ás ecuánim es. El p resid en te A ndrés Pastrana
afianzó su s am biciones políticas en la década los años 1980 com o atild ad o p re­

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4SS M a k c x t P a i a c k i s - F k a n k S a i t o r i -)

sen tad o r de un telenoticiero. En representación de los prim eros p u ed e citarse a


E dgar Perea, uno de los senadores m ás destacados de la legislatura 1998-2002,
quien hizo nom bre y prestigio com o exaltado com entarista d ep o rtiv o de la ra ­
dio, sancionado en ocasiones p o r incitar a la violencia en tre las barras d e los
equipos de fútbol.
En los dos d eportes nacionales m ás populares de la seg u n d a m itad del
siglo XX, el fútbol y el ciclismo, cuya profesionalización coincide con la época de
la Violencia, el pueblo colom biano encontró y se identificó con nuevos héroes
que, con esfuerzo y talento, representaban no solo la posibilidad del ascenso y
reconocim iento sociales, sino los valores de sacrificio personal, m odestia, apego
al terruño. Los políticos estuvieron prestos a explotar estas n u ev as expresiones
p o p ulares y, probablem ente, siguiendo m odelos com o los d e la Tour de Trance,
el Giro d'Italia y la Vuelta a España, trataron de capitalizarlas. Esto fue m uy claro,
por ejem plo, en la creación del equipo de ciclismo de las E uerzas A rm adas d u ­
rante la d ictad u ra de Rojas Pinilla para com petir en la Vuelta a C olom bia, equipo
extraído de los m ás po p u lares ciclistas del país, principalm ente antioqueños. El
inicio anticipado de la V uelta a C olom bia en 1970 alivió las tensiones de la d ra ­
m ática elección presidencial del 19 de abril de aquel año. En el fútbol debieron
influir los m odelos de la A rgentina peronista y de la España franquista. G racias
a la sobrevaluación del peso pasaron por el fútbol colom biano grandes astros
argentinos, y a com ienzos de la décad de los años 1950 los bogotanos p u d iero n
presenciar "encuentros clásicos" entre el Real M adrid y M illonarios de la capital.
La concentración de la p ro p ied a d y el control de los m edios de co m u ­
nicación han sido notables desde la década de los años 1930, en los inicios de
la radiodifusión. H oy día es notorio el nexo entre los gran d es em presarios, los
m edios y la política. Dos de los m ayores conglom erados em presariales del país,
el G ru p o S antodom ingo y el G ru p o A rdila Lülle, se hicieron a la p ro p ied ad de
las principales cadenas de radio y televisión privada, de revistas para las clases
m edias y el prim ero ad q u irió recientem ente el prestigioso diario liberal El Espec­
tador. A m bos grupos, que reh ú y en asum ir la responsabilidad política directa, se
han convertido en patrocinadores abiertos de este o aquel can d id a to p resid en ­
cial y de los políticos en general.
La urbanización, la radio, la discografia, el cine y la televisión crearon
nuevos gustos y nuevos públicos. Las m úsicas folclóricas regionales, andinas,
caribeñas, llaneras, se ad ap taro n a estos. Tam bién fue m anifiesta la predilec­
ción p o p u lar por el tango argentino, las rancheras m exicanas, el bolero cubano-
m exicano y la m úsica bailable afroantillana. En sus com ienzos, la radionovela y
los program as radiales de h um or se im portaban de la Guba prerrevolucionaria.
Pero con el tiem po fue evidente que el arquetipo de la cu ltu ra de m asas era
norteam ericano. En cuanto en Estados U nidos, la cultura p o p u la r com pendia
valores igualitarios, tal com o Tocqueville observó perspicaz y tem pranam ente,
aparece en Golom bia u n contrapeso a la cultura de las clases altas tradicionales.

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fU s to ria di G h .omi!!a . I ’ a n i k v .mi \ i a i a ' , x x ii o \ n d i v i d i d a 489

aho ra m ás secular au n q u e elitista com o antes.


C onsiderem os, p or ejem plo, el influjo de las fórm ulas de la cultura p o p u ­
lar n o rteam erican a en las telenovelas de los últim os 10 o 15 años y en el incipien­
te cine colom biano. A com ienzos de la década de los años 1990, los actos oficiales
del C ongreso y del presidente de la República evitaban caer en el horario de una
telenovela qu e alcanzaba los m ás altos ratings: Café con aroma de mujer. La histo ­
ria se d esarro lla d u ran te la bonanza del decenio de los años de 1970, en torno a
u n a p o d ero sa familia de cafeteros originaria de M anizales. O frece u n a m iscelá­
nea convencional de estafas en las exportaciones d e café, picardías en la trep ad a
social, v irg in id ad es recicladas y m atern id ad es fraudulentas. La n arrativa, ajena
al estilo acarto n ad o del género, estaba d o m in ad a p o r un p u n to d e vista cínico
y retorcido. Pese al ap aren te realism o, el libreto suprim ió los q u ebrantos de la
extorsión, la crim inalidad com ún y el secuestro, a los que han estado expuestas
las fam ilias colom bianas.
No to d o es cinism o. La estrategia del caracol, una de las películas nacio­
nales m ás taquilleras, cuenta las peripecias de los ingeniosos inquilinos de un
gran caserón republicano del centro de Bogotá para eludir u n a o rd en judicial de
evicción. C on el canon del H ollyw ood de las décadas de los años 1930 y 1940, la
película pone en ridículo a los poderosos (el propietario, un vástago que quiere
recu p erar el inm ueble) y sus m añosos interm ediarios (el abogado, el juez y los
policías); enaltece al pueblo sencillo y laborioso y tiene final feliz.
La alta cu ltu ra es al m ism o tiem po m ás cosm opolita y m ás nacional. Es
decir, ha en co n trad o los lenguajes universales para descifrar y describir idio­
sincrasias colom bianas. En este m edio siglo han conocido su ed ad de oro las
artes plásticas y escénicas; la arquitectura y la literatura. En los últim os lustros
Bogotá se convirtió en sede de un re p u ta d o festival m undial de teatro. En todo el
p lan eta se ha consagrado el poderío del arte y el talento de u n F ernando Botero
o de u n G abriel García M árquez, que extraen su colorido y fantasía de la savia
p u eb lerin a y provinciana del país.

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490 M

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Y EL "GRUPO DE BARRANQUILLA"

"El Manifiesto; Volviendo a lo de tus influencias. Dentro de tu formación literaria, ¿qué


significó el "Grupo de Barranquilla?
"Gabriel García Márquez: Fue lo más importante. Lo más importante, porque cuando estaba
acá en Bogotá, estaba estudiando la literatura de manera, digamos, abstracta a través de los
libros, no había ninguna correspondencia entre lo que estaba leyendo y lo que había en la
calle. En el momento en que bajaba a la esquina a tomarme un café, encontraba un mundo
totalmente distinto. Cuando me fui para la Costa forzado por las circunstancias del 9 de
abril, fue un descubrimiento total: que podía haber una correspondencia entre lo que estaba
leyendo y lo que estaba viviendo y lo que había vivido siempre.
"Para mí, lo más importante del "Grupo de Barranquilla" es que yo tenía todos los libros.
Porque allí estaban Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda, Germán Vargas, que eran unos
lectores desaforados. Ellos tenían todos los libros. Nosotros nos emborrachábamos, nos
emborrachábamos hasta el amanecer hablando de literatura, y esa noche citaban diez libros
que yo no conocía, pero al día siguiente los tenía. Germán me llevaba dos, Alfonso tres... El
viejo Ramón Vinyes... Lo más importante que hacía el viejo Ramón Vinyes era dejamos meter
en toda clase de aventuras en materia de lectura; pero no nos dejaba soltar el ancla clásica,
esa que tenía el viejo. Nos decía: "Muy bien, ustedes podrán leer a Faulkxier, los ingleses, los
novelistas rusos, los franceses, pero siempre, siempre en relación con esto". Y no te dejaba
soltarte de Homero, no te dejaba soltarte de los latinos. El viejo no nos dejaba desbocar.
Lo que era formidable es que esas borracheras que nos estábamos metiendo correspondían
exactamente a lo que yo estaba leyendo, ahí no había ninguna grieta; entonces empecé a
vivir y me daba cuenta exactamente de lo que estaba viviendo qué tenía valor literario y
qué no lo tenía, de todo lo que recordaba, de la infancia, de lo que me contaban, qué tenía
valor literario y cómo había que expresarlo. Por eso es que tú encuentras en La hojarasca
que me daba la impresión que no iba a tener tiempo, que había que meterlo todo, y es una
novela barroca y toda complicada y toda jodida... Tratando de hacer una cosa que luego
hago con mucha más tranquilidad en El otoño del patriarca. Si pones atención, la estructura
de El otoño es exactamente la misma de La hojarasca: son puntos de vista alrededor de un
muerto. En La hojarasca está más sistematizada, porque tengo 22 ó 23 años y no me atrevo
a volar solo. Entonces adopto un poco el método de Mientras agonizo de Faulkner. Faulkner
es más... por supuesto... él le pone un nombre al monólogo; entonces yo, por no hacer lo
mismo, lo hago desde tres puntos de vista que son fácilmente identificables, porque son
un viejo, un niño, una mujer. En El otoño del patriarca, ya cagado de risa, entonces puedo
hacer lo que me da la gana; ya no me importa quién habla y quién no habla, me importa
que se exprese la realidad ésa que está ahí. Pero no es gratuito, digo. No es casual que en
el fondo sigo tratando de escribir el mismo primer libro: se ve muy claro, en El otoño, cómo
se regresa a la escritura, y no sólo a la estructura sino al mismo drama.

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IM. ( . ’■ )I Y ' Y ! , ; I ' ii ■ • y y ü - ii : 491

"Y era eso. Fue formidable porque estaba viviendo la misma literatura que estaba tratan­
do de hacer. Fueron unos años formidables, porque, fíjate... hay una cosa que sobre todo
los europeos me reprochan; que no logro teorizar nada de lo que he escrito, porque cada
vez que hacen una pregunta tengo que contestarles con una anécdota o con un hecho que
corresponde a la realidad. Es lo único que me permite sustentar lo que está escrito y sobre
lo que me están preguntando... Recuerdo que trabajaba en El Heraldo. Escribía un nota
por la cual me pagaban tres pesos, y probablemente, un editorial por el cual me pagaban
otros tres. El hecho es que no vivía en ninguna parte, pero había muy cerca del periódico
unos hoteles de paso. Había putas alrededor. Ellas iban a unos hotelitos que estaban arriba
de las notarías. Abajo estaban las notarías, arriba estaban los hoteles. Por $ 1,50 la puta lo
llevaba a uno y eso daba el derecho de entrada hasta por 24 horas. Entonces comencé a
hacer los más grandes descubrimientos: ¡Hoteles de $ 1,50, que no se encontraban!... Eso
era imposible. Lo que tenía que hacer era cuidar los originales en desarrollo de La hojarasca.
Los llevaba en una funda de cuero, los llevaba siempre, siempre debajo del brazo... Llegaba
todas las noches, pagaba $ 1,50, el tipo me daba la llave —te advierto que era un portero
que sé dónde está ahora —, era un viejito. Llegaba todas las tardes, todas las noches, le
pagaba los $ 1,50... ¡Claro! Al cabo de quince días ya se había vuelto una cosa mecánica:
el tipo agarraba la llave, siempre del mismo cuarto, yo le daba los $ 1,50... Una noche no
tuve los $ 1,50... Llegué y le dije: '¡Mire! Ud. ve esto que está aquí, son unos papeles, eso
para mí es lo más importante y vale mucho más de $ 1,50, se los dejo y mañana le pago'. Se
estableció casi como una norma, cuando tenía los $ 1,50 pagaba, cuando no tenía, entraba...
'¡Hola! ¡Buenas noches!'... y ... ¡pah!... le ponía el fólder encima y él me daba la llave. Más
de un año estuve en ésas. Lo que sorprendía a ese tipo era que de pronto me iba a buscar
el chofer del gobernador, porque como era periodista me mandaba el carro. ¡Y ese tipo no
entendía nada de lo que estaba pasando!
Yo vivía ahí, y, por supuesto, al levantarme al día siguiente la única gente que permanecía
ahí eran las putas. Eramos amiguísimos, y hacíamos unos desayunos que nunca en mi vida,
que nunca en mi vida olvidaré. Me prestaban el jabón. Recuerdo que siempre me quedaba
sin jabón y ellas me prestaban... Y ahí terminé La hojarasca.
"El problema con todo eso del "Grupo de Barranquilla" es... Lo he contado mucho... ¡Y
siempre me sale mal! Porque no alcanzo... Para mí es como una épixa de deslumbramiento
total, es realmente un descubrimiento... ¡No de la literatura! Sino de la literatura aplicada
a la vida real, que, al fin y al cabo, es el gran problema de la literatura. De una literatura
que realmente valga, aplicada a la vida real, a una realidad".

Fuente: Entrevista a Gabriel García Márquez en El Manifiesto, 8 y 29 de septiembre y 13 de oc­


tubre de 1977, en: Repertorio crítico sobre Gabriel García Márquez, compilación y prólogo de Juan
Gustavo Cobo Borda, 2 v ., Bogotá, 1995, v. 1, pp. 119-122.

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15
LA VIOLENCIA POLÍTICA EN LA SEG U N D A M ITAD
DEL SIGLO XX

LA A F I R M A C I Ó N S F G Ú N LA C U A L Colom bia lleva m edio siglo de violencia con­


tinu a es precaria. Para com enzar, la intensidad fluctúa: de 1950 hasta 1965 Co­
lom bia m an tu v o tasas de hom icidios bastante elevadas, por encim a de la m edia
latinoam ericana. De 1965 a 1975 se abatieron, q u e d a n d o d en tro d e rangos com ­
parab les con los d e Brasil, México, N icaragua o Panam á. Pero en la seg u n d a m i­
tad d e la d écad a d e los años 1970 com enzaron un ascenso vertiginoso, de suerte
que en la últim a década del siglo xx Colom bia era re n o m b rad a com o uno de los
países m ás hom icidas del m undo.
La tasa nacional de hom icidios por 100.000 habitantes (que presenta fuer­
tes v ariaciones en tre m unicipios, com arcas y dep artam en to s) evolucionó aproxi­
m ad am e n te d e la siguiente m anera: 32 de 1960 a 1965; bajó a 23 entre 1970 y 1975
y em p ez ó a su b ir hasta situarse en 33 en 1980, 32 en 1985, y registró un fuerte
increm en to h asta llegar a 63 en 1990 y alcanzar la cim a, en 1991-1993, de 78, para
ir d e sc en d ien d o hasta 56 en 1998, au n q u e volvió a au m e n ta r a 63 en el bienio
1999-2000.
Si d esd e 1992 hasta 1997 los hom icidios urbanos declinaron, en 1998-2000
volvieron a crecer, de su erte que parece p re m a tu ro hablar de u n a tendencia a la
baja. P ero C olom bia no solo ocupa los prim eros lugares en las tablas de índices
de delito s co n tra la vida y la integridad personal (lesiones). T am bién es p ro m i­
nen te en las estadísticas m u n d iales de secuestros y desp lazam ien to forzoso de
fam ilias y vecindarios.

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444 M \i«;( 1 P a i A( K>> - I ' k a n k S a i w k i )

En estas circunstancias, y quizás com o pocas veces en el pasado, en la ú lti­


m a década del siglo xx los colom bianos se han sentido desp ro teg id o s en su vida
y bienes. El po d er fáctico de los agentes de esta violencia y la profusión de sus
form as choca de frente con los postulados de la C onstitución de 1991, expedida
para rem ed iar estas y otras injusticias que padece la sociedad colom biana. ¿Por
qué los colom bianos viven y sobreviven en m edio de tanta violencia? ¿Cóm o ha
llegado el Estado colom biano a sem ejante grado de im potencia? ¿Cuál es la rela­
ción entre la im p u n id ad y el aum ento del delito violento? En la trayectoria de la
segunda m itad del siglo xx se pueden encontrar algunas respuestas.

L a V io l e n c ia

Esta historia em pieza con La Violencia, con m ayúscula y bastardillas, que


d an cuenta de su especificidad, pues así escrito el vocablo se refiere a una serie
de procesos provinciales y locales sucedidos en un periodo q u e abarca de 1946
a 1964, au n q u e descargó su m ayor fuerza destructiva entre 1948 y 1953. En es­
tos años se partió en dos el siglo xx colom biano. Las variaciones de los cálculos
estadísticos ofrecidos, que van de 80.000 a 400.000 m uertos, revelan el cariz p a r­
tidista.
Visto com o proceso político nacional. La Violencia resulta, de un lado, de
la confrontación pu g n az de las élites por im poner desde el E stado nacional un
m odelo de m odernización, conform e a pautas liberales o conservadoras, y del
otro, del sectarism o localista que ahogaba a todos los grupos, clases y grandes
regiones del país, au n q u e fue m ás débil en el Caribe. En todo caso, la G uerra Fría
exacerbó la división liberal-conservadora de arriba abajo en la escala social y La
Violencia ad q uirió significados am biguos por razón del cam bio de valores y cos­
tum bres en los habitantes del país urbano y por la desorientación que produjo
en las elites gobernantes.
Uno de los su p u esto s del libro sem inal de m onseñor G erm án G uzm án,
O rlando Fals Borda y E duardo U m aña Luna, La violencia en Colombia (Bogotá,
1962), fue que lo peor ya había pasado y podía localizarse entre 1948 y 1953.
Este fue tam bién el su p u esto de la defensa de Rojas Pinilla en el proceso ante el
Senado en 1959. Lo que seguía eran coletazos, m uy destructivos com o en C aldas,
q ue las fuerzas del orden podían reducir y contener, en efecto ocurrió hacia 1964.
Pero a la luz de la útltim a década del siglo xx, lo peor estaba por venir.
Con diferencias de interpretación sobre los subperiodos o sobre la jerar­
quización de los epicentros del fenóm eno, estas periodizaciones han servido de
base a todas las investigaciones posteriores. Para referirse a lo que sucede des­
pués de 1964 se habla, por ejem plo, de la violencia revolucionaria o guerrillera
q ue aparece inequívocam ente a m ediados de la década de los años 1960 y de la
violencia del narcotráfico que, con las guerras de la m arihuana, prelu d io de las
de la cocaína, irrum pe en el panoram a nacional a m ediados del decenio de los
años 1970.

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H isto r ia n i: G t io m iiia . I’ \ n i r a c .m i m a ix t , stx i n n i ' d im itid a 495

Al d a r cuenta de una ex traordinaria m ultiplicidad y entretejido de for­


m as, organizaciones y escenarios que acom pañaron la escalada de hom icidios en
la década d e los años 1980, un g ru p o de investigadores universitarios p ro p u so
consid erar "las violencias", en plural, siendo la violencia política u n a de tantas.
La p ro p u esta, inteligentem ente recogida en Violencia y democracia (Bogotá, 1987),
tuvo ex trao rd in aria influencia social y ha servido de guía, al igual que el libro
de 1962. De este m odo es frecuente oír que Colom bia lleva m edio siglo de lucha
arm ada, o m edio siglo de g uerra, o m edio siglo de violencia, o m edio siglo de
violencias.
En este capítulo se ofrece una breve descripción histórica de la violencia
política, v ista com o un proceso nacional. Este enfoque no niega la validez del
análisis local y regional. Por el contrario, la violencia política se entiende m ejor
com o u n a galaxia de conflictos sociales, d o n d e cada caso ad q u iere pleno signi­
ficado en u n a historia d e entornos locales o provinciales, q uizás únicos e irre­
ductibles. P ero to d a esa varied ad de situaciones tran scu rre d en tro de un tiem po
colom biano y m undial, pu es la G uerra Fría y la P osguerra Fría influyen, y todos
los escenarios form an p arte del tejido territorial colom biano, p o r débil o d isp a­
rejo que este sea.
S iem pre ha sido difícil establecer qué nexos m edian en tre la violencia p o ­
lítica y otras fo rm as de violencia. A ún así, en este capítulo tratam o s de ofrecer un
esbozo n arrativ o de la violencia política describiendo cu atro fases sucesivas, sin
m enoscabo d e q u e algunos elem entos característicos d e u n a fase p u ed a n estar
presentes en otras.
Primera. La violencia del sectarism o bipartidista, q u e com enzó en las cam ­
pañas electorales de 1945-1946 y term inó en 1953, con la am nistía y los p ro g ra­
m as de pacificación ofrecidos p o r el gobierno m ilitar del general Rojas Pinilla.
Fase g erm inal y d e am plia geografía, dejó sem brado el cam po d e m itos, id en ti­
dades, rep erto rio s y representaciones que, indistintam ente, serán cosechados en
las fases siguientes.
Segunda. De 1954 a 1964, la violencia se condujo a través de redes p artid is­
tas y facciosas, au n q u e su objetivo era interferir los m ercados de café, de m ano
de obra en las fincas cafeteras y en el m ercado de tierras. P uesto que fue un m e­
dio de red istrib u ció n y ascenso social podem os llam arla "m afiosa", siguiendo
conocidas sugerencias in terp retativ as de Eric H obsbaw m . Q u ed ó circunscrita a
las vertientes cafeteras de la cordillera O ccidental, principalm ente al norte del
Valle del Gauca y al G ran G aldas. Sin em bargo, en esta fase tam bién se p resen ­
taron luchas a rm a d a s de tono agrarista y com unista en el su r del Tolim a y en el
m acizo del S u m ap az, alg u n as de las cuales p u ed en considerarse com o un an te­
cedente directo del periodo guerrillero.
Tercera. G u errillera p o r antonom asia, va de principios del decenio de los
años 1960, a ra íz del im pacto de la Revolución cubana, hasta fines de la década
de los años 1980 cu an d o se produjo el colapso del sistem a soviético. Pese a que el
perio d o estu v o en m arcad o en estas fechas de la G uerra Fría y a q u e las guerrillas

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4 % \IaK (.x > I ’ a i .a c k x - I ' r . w k S a k m rd

se identificaron con postulados insurreccionales leninistas, guevaristas o m aoís-


tas, los factores explicativos son de tipo interno y uno de los m ás significativos
tiene que ver con el dinam ism o de las colonizaciones en nueve grandes frentes.
El im pacto estadístico de esta violencia política en la tasa nacional de hom icidios
fue m arginal.
Cuarta. Em pieza hacia fines de la década de los años 1980 y no term ina
aún. Ofrece una com binación fluida de situaciones y teatros de guerra insurrec­
cional de baja intensidad y de guerras m añosas. Teatros em plazados, de una
m anera m ás evidente que en la fase anterior, en los nueve frentes colonizadores
de la segunda m itad del siglo xx, au n q u e en m uchos la colonización haya com en­
zado antes. Com o apuntam os atrás, el fracaso de las políticas de reform a agraria
condujo a los cam pesinos selva adentro, en un proceso en el que term inaron for­
m ándose n ueve regiones o frentes de colonización: U rabá-D arién; Caribe-Sincé-
San Jorge; Serranía del Perijá; M agdalena M edio; Z onas del Pacífico (N ariño y
Chocó); Saravena-A rauca; Piedem onte andin o de la O rinoquia; A riari-M eta y
C aquetá-P utum ayo {véase m apa 15.1, de las principales zonas de colonización,
p. 521). Estas tierras de colonización se han convertido, cada vez m ás, en zonas
traum áticas, altam ente conflictivas y violentas. Zonas del p o d er táctico por a n ­
tonom asia, en las cuales convergen, según circunstancias de tiem po y lugar, n a r­
cotraficantes, guerrilleros y param ilitares; unos y otros entreverados en alianza o
en conflicto con políticos clientelistas, ganaderos, m ilitares y policías.

2. La violencia del sectarismo bipartidista, Í945-1953


En el m ensaje a la nación en vísperas de las elecciones de 1946, el presi­
d ente A lberto Lleras señaló:

La violencia desencadenada se ordena, se estimula, fuera de todo riesgo, por con­


trol remoto. La violencia más típica de nuestras luchas políticas es la que hace
atrozm ente víctimas hum ildes en las aldeas y en los campos, en las barriadas de
las ciudades, como producto de choques que ilumina el alcohol con sus lívidas lla­
mas de locura. Pero el combustible ha sido expedido desde los escritorios urbanos,
trabajado con frialdad, elaborado con astucia, para que produzca sus frutos de
sangre... ¿Por qué se pide a las gentes sencillas que vayan a las votaciones resuel­
tas a sacrificarse? Porque todavía se desconfía de las elecciones.

Un com entario de la revista Semana, en su edición del 13 enero 1947, q u i­


zás de la plum a del m ism o Lleras, m ostraba cóm o el sectarism o d e los pueblos
estaba encubriendo guerras privadas:

Los partidos que coléricamente se disputan la palma del martirio, contribuyen


decisivamente a que los hechos (de violencia) vuelvan a provocarse, a que haya
im punidad, a que la criminalidad ocasional se tape con sus banderas y levante
testigos para am parar a los ofensores o derivar la responsabilidad hacia las per­
sonas inocentes.

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HiSTXTRIA OL G h O M I U A . P \ 1 ^ I R \ I A \ X X II DA D DIVIDIDA 4^7

En los m unicipios de alto riesgo se em p re n d ían operaciones de lim pieza


sectaria en las veredas d o m in ad as por el p artid o m in oritario en el m unicipio, a
las que seguía la ven g an za casi inm ediata, en p articu lar si el m unicipio colin­
d an te era un rival político tradicional. Este p atró n geográfico de propagación de
la violencia ad q u irió velocidad e intensidad a raíz del asesinato de G aitán en la
cordillera O riental y en el Valle del Cauca, C auca y N ariño. Solo en el año 1948
se triplicó el n ú m ero de m uertos por la violencia de los tres años anteriores.
A la u n a de la tard e del viernes nueve de abril de 1948, al salir de su ofici­
na, en pleno centro de Bogotá y cu an d o tran scu rría la ix C onferencia P anam eri­
cana, Jorge Eliécer G aitán cayó asesinado. N unca se ha p ro b ad o la hipótesis de
un com plot. Pero así lo creyeron las m u ltitu d es q u e se ap o d eraro n de las calles
al instante de regarse la noticia. ¡M ataron a G aitán! Ellos, los oligarcas; ellos, los
del gobierno conservador. Así se produjo una de las aso n ad as m ás destructivas,
m asivas y sangrientas de la historia latinoam ericana. C entenares de edificios g u ­
b ernam entales y religiosos y d e residencias de particu lares fueron arrasad o s por
turb as enardecidas; centenares de ferreterías y alm acenes fueron saqueados; los
am o tin ad o s in cendiaron los tranvías y autom otores q u e hallaron a su paso. Pero
no p u d iero n tom arse el palacio presidencial. A la m añ an a siguiente, m ientras
el p resid en te M ariano O spina Pérez anunciaba al país que había llegado a un
acuerd o con los liberales para form ar un gobierno bipartidista, centenares de
cadáveres ya estaban apilados en el C em enterio C entral de la capital. La m ayoría
fueron a d ar a la fosa com ún. Días después, algunos serían desenterrados, id en ­
tificados p o r sus d eu d o s, y en terrad o s de nuevo. En m uchas ciu d ad es y pueblos
se replicaron los m otines. Estos episodios del n u ev e de abril m arcan u n hito
definitivo en la política y en el transcurso de la violencia. El acuerdo de u n id ad
b ip artid ista se d esp ed azó en m enos de un año. Los ped azo s eran del sectarism o
exacerbado y con ellos la violencia ascendió en espiral.
La confrontación entre las elites alcanzó el clím ax en el seg u n d o sem estre
de 1949, y no hay d u d a de que el ascenso del caudillo co n serv ad o r Laureano
G óm ez fue uno de los factores d eterm in an tes para im p ed ir el acuerdo que b u s­
caban el p resid en te O spina y los liberales. Si q uerem os fechar el choque p o d e­
m os p ro p o n er e l l 2 de octubre de 1949, cu an d o el p artid o conservador lanzó
la ca n d id a tu ra presidencial de G óm ez para el p eriodo 1950-1954. Los liberales
o ptaro n p o r la abstención, com o un arm a para deslegitim ar al nuevo presidente
y al régim en co n serv ad o r en general. La abstención liberal en esas elecciones
presidenciales de noviem bre de 1949 m arcó el p u n to de no retorno; dio razones
a O spina para cerrar el C ongreso y declarar el Estado de sitio.
En 1950 cam biaron la geografía, los actores principales y las form as de
organización de la resistencia liberal. M ientras se apaciguaron u n poco las p ro ­
vincias d e N ariño, los Santanderes, Boyacá y el Valle del Cauca, la violencia se
desplazó al piedem onte llanero, a los llanos del C asanare y al Meta; al m acizo del
S um apaz; a las com arcas antioqueñas de Urrao, el Bajo C auca y el M agdalena
M edio, y al Tolima, d o n d e se ensañaría por un largo periodo articulándose con la

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448 M : : . P\: i, u . 1';.

LA HISTORIA DE FLORINDA

Cuando tenía 20 años nos fuimos para el Meta con mis padres y mis hermanos, porque
un hermano mío compró allá una finca. Eso fue el 48. Yo me junté con un señor llamado
Campo Elias. Él era, como llaman ahora, "revolucionario". Él estaba en las filas. Él era
liberal y pues como todo el que era liberal, por allá, formaba parte de la chusma. En
ese tiempo las familias de los guerreantes vivíamos reunidas en ranchitos aparte y los
hombres, pues, estaban guerreando y ellos venían a cada nada a visitarnos, a traernos
cualquier cosa. C uando veíamos que el ejército iba a como a querernos coger, entonces
nosotros salíamos y nos íbamos p 'a más lejos y por allá hacíamos otro campamentico
y allá nos dejaban ellos y se iban a lo que estaban haciendo.
Es que ésa era una lucha absurda, porque era peleando conservadores con los libera­
les. Entonces no había a qué atenerse, sino que los liberales. Entonces no había a qué
atenerse, sino que los liberales topaban un conservador y lo mataban y un conservador
topaba un liberal y lo mataba. Yo conocí a Juan de la Cruz Varela en el Duda, más arriba
de La Uribe, pasando la cordillera, en una reunión. Él trataba de lo que dice ahora co­
munismo, ¿no?. Que había que trabajar en com unidad y que era para trabajar iguales,
que ninguno era más rico que otro, y la gente lo seguía mucho en ese tiempo. Pero a
mí me tocó un tiempo muy duro. Un 27 de diciembre que no me acuerdo de qué año,
dentraron los liberales que eran comandados en ese tiempo por Guadalupe Salcedo, que
era la máxima autoridad de la chusma. A él lo mataron después en Bogotá. Llegaron
como cien hombres a G ranada y cogieron un poco de conservadores y los mataron y
siguieron p'arriba, m atando conservadores, y endespués, más atrás, llegó el ejército.
Entonces el ejército llegó y fue sacando familias y matando también, haciendo lo mismo,
en junta con los conservadores, o sea que los conservadores se unieron con el ejército
para m atar a los liberales. Jué cuando nos tocó dejar el ranchito que teníamos: cinco
marranos engordando, un caballito, las gallinitas nos tocó dejarlas, echarles un bulto
de maíz a los m arranos en el patio y coger la ropita más buena que teníamos y arrancar
a irnos. Eso caminamos hasta San Juan de Arana y luego seguir de noche por allá, p'a
eso que llaman Lejanía y Mesetas, y meternos a la montaña p'a seguir p'a La Uribe.
A nosotros nos tocaron unos tiroteos tremendos, por que las familias íbamos en junta
con los guerreantes. Un día estábamos haciendo un sanccKho grande p'a darle a todos
esos chusmeros cuando oímos el tiroteo y le estaban quem ando la casa a mi suegro y
eso nos zumbaban las balas y nosotros a coger p'al monte. Y nos decían: corran mujeres,
háganse al pie de los palos grandes. Y había mujeres que llevaban niños pequeñitos.
Esos aparatos bom bardeaban hasta las seis de la tarde. No podíamos prender candela
de día ni extender la ropita para que se secara porque los aviones, donde veían humo o
ropa, ¡bombardeaban! Nosotros duram os como tres años huyendo. Siempre voltiando.

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HiVR'RÍA OL o kf'Mül \ ¡’vi-- i k .MI M Mk), ‘CX ll-'M) DIMDiD.N 4<^9

sólo con un líchigo, un morralito, con lo poquito que podíam os cargar. El 13 de junio, el
general Pinilla m andó una avioneta a regar boletas, pidiendo a los guerreantes que se
entregaran para que se siguiera la paz. Como decir ahora, ¿no? Que él se comprometía
a darnos comida y ropa p'a que saliéramos. Y en verdad que era m uy crítica la vida,
porque habíamos mujeres que nos tocaba ponem os rem endado, hacer vestidos de los
toldillos y a los hombres, hacerles calzones de las hamacas. Nos tocaba comer sin sal
o esclarar la sal negra que era para el ganado. Entonces la gente se fue recogiendo y
nosotros cogimos y nos regresam os p 'a la finca, pero cuando llegamos al ranchito no
había nada y el rastrojo estaba grandísimo. El General Pinilla nos m andaba unas cajas
que venían con aceitico, frijolito, harinita. Eso nos daban por familia cada quince días.
También nos m andaban una cajita de ropa, unas enaguas, una falta y una blusa, eso
no venía ropa interior. Y aunque era m uy severo, pues eso tenem os que agradecerle.
Con el llamado del General, los que estaban en armas bajaron a la Hacienda El Turpial
y allí entregaron las armas. D um ar AIjure no se entregó, y entonces siguió una per­
secución m uy brava. El que daba fe de ese hombre, o sea el que se metía a sapo como
dicen, eso lo pelaban, en la forma que lo toparan. Eso m urió m ucha gente, ese hombre
era m uy severo. Mi m am á y mis hermanos, como eran conservadores, tuvieron que
huir, así fue como ella llegó al Caquetá, después de m ucho andar.

Fuente: U rib e R am ón, G raciela, Veníamos con una manotada de ambiciones. Un aporte a la historia de
la colonización del Caquetá, 2^. ed ., B ogotá, 1998, pp. 47-49.

m ás siniestra que se ap o d eró de C aldas y el norte del Valle, en la oleada posterior


a 1954, y con las guerrillas com unistas del Sum apaz y del su r del Tolima.
A hora la resistencia liberal trató de organizarse en guerrillas. Por m o m en ­
tos, en esos años de 1950 a 1953, la violencia pareció p e rd e r su carácter de guerra
m unicipal, sem ianárquica y de venganzas fam iliares y g an a r el estatus de guerra
civil. Pero este carácter de una violencia m ás pública q u e priv ad a, m ás nacional
que localista, no fue av alad o ni por el gobierno ni p o r los jefes liberales. N inguno
de ellos quiso form alizar una guerra civil.
Los liberales eligieron ser dirigentes civilistas antes que jefes del pueblo
sublevado. Pensaron que si apoyaban lealm ente a las guerrillas darían pretextos
al G obierno para m an ten er el Estado de sitio y postergar el retorno a la in stitu ­
cionalidad republicana. Por lo dem ás, algunos jefes liberales debieron desconfiar
p ro fu n d am en te de esas guerrillas, toda vez que en m uchas m ilitaban dirigentes
de las ju n tas revolucionarias locales que surgieron a raíz del asesinato de G aitán.
El ala lopista, con su jefe a la cabeza, optó m ás tarde, y con poco éxito, p o r ser­
vir de m ed iad o ra oficiosa en tre el G obierno y las guerrillas. Rotas las líneas de
com unicación d en tro del p artid o liberal, su liderazgo enfrentó u n a división aú n
m ás p ro fu n d a, au n q u e del lado conservador tam bién arreció el faccionalism o

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500 M a ko >P \ i. \f k i s - F k w k S a i fo R n

entre laureanistas, ospinistas y alzatistas. Las facciones de los dos p artid o s juga­
ban a la guerra y a la paz.
Así, p o r ejem plo, m ientras d u ró un frágil pacto entre el directorio liberal
y el conservador, d o m in ad o en ese m om ento por los alzatistas (octubre de 1951
a febrero de 1952), descendió la intensidad de la confrontación arm ada. Pero
volvió a recrudecer en el segundo sem estre de 1952, cuando el G obierno anunció
que la C om isión d e E studios C onstitucionales no sería paritaria. A lcanzó uno de
sus picos d esp u és del incendio y saqueo por turbas conservadoras, auxiliadas
p or la policía y detectives, de los diarios bogotanos El Tiempo y El Espectador y
las residencias d e A lfonso López y C arlos Lleras Restrepo.
Entre tan to aparecieron las "guerrillas de la paz", g ru p o s arm ados de
cam pesinos conservadores, algunos espontáneos y otros o rganizados por jefes
políticos d ep artam en tales o directam ente por la policía y el ejército. Entre las
guerrillas liberales m ás fam osas se cuentan las de Juan de Jesús Franco, en la
región de U rrao; los frentes de E duardo Franco y G u ad alu p e Salcedo en Cusia-
na-A rauca y C usiana-H um eá-S an M artín, en los Llanos O rientales; las limpias o
liberales de G erard o Loaiza y las comunes o com unistas de Jacobo Prías Alape,
en el sur del Tolim a. Limpios y comunes term inaron com batiendo en tre sí y estos
últim os establecieron contactos con los focos agraristas del S um apaz, encabeza­
dos por Juan de la C ru z Varela.
La llanera fue p arangón de la guerrilla liberal. En m arzo de 1950 la re­
vista Semana dio gran despliegue a una excursión realizada p o r un jesuíta en
un "Chevrolet 48" en la ruta Bogotá-Villavicencio-Puerto López-O rocué. El sa­
cerdote se ap resu ró a concluir que "a pesar de las bolas terroríficas que corrían
por Bogotá... p o r el Llano pasó, com o por el pajonal, una fugaz intranquilidad;
pero volvió la ca lm a ... y los hom bres que ya olvidaron esos días, regresaron a la
tarea con nu ev o entusiasm o". N o debe so rp ren d er la estrechez de una visión del
Llano desd e un autom óvil. M ás significativo, sin em bargo, es que un sem ana­
rio nacional acred itad o hubiera tom ado seriam ente un reportaje tan superficial.
Solo en aquel 1950 se registraron m ás de 50.000 m uertos en el país y los Llanos
em pezaron a transform arse en el gran escenario de la guerra de guerrillas.
Las g u errillas estaban auxiliadas por sim patizantes que los aprovisiona­
ban de arm as, m uniciones, m edicinas, dinero, sal, panela e inform ación. Pero
no hubo un co m an d o unificado con au to rid ad nacional. De todos m odos, las
m ás o rganizadas, com o las de los Llanos, lograron im poner im puestos sobre el
gan ad o y negociar con el ejército treguas ganaderas perm itiendo el trasiego de
anim ales para su venta. Los grandes propietarios liberales se d esen ten d iero n de
la suerte de sus co p artid ario s en arm as. Lo que realm ente hacía a las guerrillas
efectivas era la organización social subyacente, la parentela, el com padrazgo, el
apego a la p atria chica. En estas estru ctu ras surgió un nuevo tipo de dirigente
con atributos d e valor personal, don de m ando y astucia, en d e rred o r de los cua­
les se fraguaron lealtades indivisibles de la población local.

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Las fuerzas co n servadoras y la oficialidad de los c u e rp o s castrenses y de


policía calificaron a los guerrilleros liberales de chusmeros y bandoleros. A su tu r­
no, los liberales deslegitim aban a la policía llam ándola chulavita. El vocablo se
refería a q u e en los com ienzos del gobierno de O spina P érez (1946-1950) y p ro ­
bablem ente d u ra n te el n ueve de abril, la policía había sido reclu tad a en la vereda
C hulavita, en el m unicipio boyacense de Boavita, q u e ju n to con Chita, La Uvita,
Soatá, S usacón y San M ateo habían form ado el an tig u o can tó n de Soatá, que des­
de 1837 ha sido uno de los enclaves electorales del conservatism o. Al finalizar
la d écad a d e los años 1940 em p ren d iero n una g uerra co n tra los liberales de El
Cocuy, fo rzán d o lo s a refugiarse en el páram o y luego a en g ro sar las filas de las
guerrillas del Llano. C u an d o la chulavita llegaba a los pueblos liberales, actuaba
com o u n a fu erza de ocupación. Por eso no fue raro que m u ch o s notables conser­
vad ores se u n ieran a los liberales para detenerla.
El nom b ram ien to de alcaldes m ilitares frenó por m om entos la espiral,
pero p erd ió eficacia en la m edida en que el ejército, que en sus inicios no se in­
volucró en las com isiones de la chulavita y era visto por los liberales com o una
fuerza im parcial, fue p erd ie n d o esta áurea.
En Bogotá nunca se sintió realm ente am enazada la seg u rid a d del Esta­
do. L aureano G óm ez (1950-1953), quizás para hacer o lv id ar en W ashington sus
sim p atías fascistas del decenio de los años 1940, fue el único gobernante lati­
noam ericano q u e envió tropas a la guerra de Corea, casi u n tercio del pie de
fuerza. C om o tem ían los jefes liberales, las guerrillas servían al gobierno para
justificar la prolongación indefinida del Estado de sitio y el receso del C ongreso,
el m ás largo en la historia nacional: dos años, de noviem bre d e 1949 a diciem bre
de 1951. La copiosa legislación de Estado de sitió era el p re ám b u lo de la "rev o ­
lución del o rd e n ", una peculiar versión im p o rtad a por G óm ez de la península
ibérica, so m etid a por las dictad u ras de Franco y Salazar.
La G u erra Fría d esem peñó su papel. En la m edida en que Pío xii alineó
vigo ro sam en te a la Iglesia en el cam po anticom unista, se exacerbó la pugnaci­
dad en tre liberales y conservadores. Los segundos, con el baculazo de m uchos
obispos, tacharon a los prim eros de filocom unistas. Por otra parte, la G uerra Fría
tam bién alejó m ás aún a las clases altas del pueblo y tuvo u n efecto unificador
sobre las elites. Por ejem plo, m uchas organizaciones sindicales, cuyo activism o
venía sien d o legitim ado en el discurso liberal desd e la décad a de los años 1920,
fueron su p rim id a s y rep rim idas sin m iram ientos, con el expediente anticom u­
nista al q u e em p ezaro n a acostum brarse m uchos jefes liberales.
Las elites buscaron en la G uerra Fría señales para redefinir el orden político.
Tarea m ás azarosa en cuanto ganaba más velocidad la m odernización del país y
se desquiciaba el orden basado en la familia patriarcal, el vecindario, la afiliación
partidista y el catolicism o tradicional. Un orden que se disolvía por los ritm os
vertiginosos de crecim iento y m ovilidad geográfica de la población; por el ensan­
cham iento de las ciudades con sus secuelas de crim inalidad y secularización; por
la escolaridad y las oportunidades, reales o ilusorias, de prom oción social.

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502 M a r c o P m . a c k i s - I’ r a \ k S a m o r d

Exiliados los grandes líderes liberales, esta etapa concluye con la d esm o ­
vilización guerrillera en el segundo sem estre de 1953, ante la am nistía ofrecida
por el general Rojas Pinilla. Para los jefes liberales, para el gobierno m ilitar y
para los conservadores, la entrega de arm as y rendición de las guerrillas libe­
rales de los Llanos, A ntioquia y algunas del Tolima, cerraba el capítulo de la
violencia sectaria.

2. La violencia mafiosa, 1954-1964


En esta fase la violencia tom ó la form a de em presas crim inales con m ó­
viles y objetivos económicos. Pero qu ed ó encubierta por la lucha fratricida bi­
partidista de la fase anterior. Esta violencia que llam am os m afiosa se desarrolló
con particular intensidad en el G ran C aldas, el norte del Valle del C auca y el
norte del Tolima, zonas que se crearon d u ra n te la colonización, principalm ente
la antioqueña, cuyos conflictos sociales fueron enfocados por A ntonio G arcía en
su m onografía geográfica de C aldas (1937).
Desde las épocas tem pranas de la colonización en las regiones q u in d ian as
y del noroeste del Tolima, del otro lado de la cordillera Central, la tierra fue el
m edio de ascenso económ ico y social de hom bres que partían aún m ás abajo en
la escala social antioqueña en com paración con los colonizadores de Sonsón o
de C aldas central. En el Q uindío geográfico, luchando contra la concentración
de la tierra, algunos pioneros, que ya se habían labrado una influencia local, eran
desconocidos en M anizales, Pereira o au n Arm enia, hasta que su capacidad de
controlar electorados les abrió las puertas.
En la colonización se desarrollaron diversos tipos de conflictos por la tie­
rra: los que enfrentaron a colonos pobres y com pañías colonizadoras de terra­
tenientes; a colonos situados en el fuego cruzado de d isp u tas de linderos de un
m unicipio con otro; los pleitos entre colonos m edios y grandes terratenientes.
T odos estos conflictos pasaron por una criba de regateos y luchas, a veces ho­
m icidas, en las cuales intervenían alcaldes, policías, notarios, jueces, tinterillos
y agrim ensores. Pero detrás del escenario acecharon dos figuras del po d er local:
los gam onales y los curas párrocos y dos figuras del com ercio local: los fonderos
y los arrieros.
Este m u n d o de la colonización agitó indistintam ente las banderas del p a­
triotism o m unicipal, del populism o agrario de las juntas repartidoras de baldíos,
del ascenso social según la habilidad de cada cual para colocarse en una escala
de peldaños cada vez m ás estrechos en cuanto m enos tierra baldía q u edara por
repartir. La violencia, legitim ada por los interm ediarios políticos, fuesen libera­
les o conservadores, se constituyó en elem ento fun d ad o r del orden social y p u e ­
de verse com o resultado de la debilidad institucional del Estado nacional. Es la
historia que A lejandro López llam ó "la lucha entre el hacha y el papel sellado".
Este es el legado que recibe la sociedad del café a m ediados del siglo
xx: fuerte estratificación dentro de g rupos m edios; lejanía del Estado central;

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H iV R I R I A l ' I , G '1 1 )M U A . ' .'.M I N : \ i X I,-A V M T V -D D I V I D I D A 503

om n ipresencia y feroz p u g nacidad de las redes políticas locales; fragilidad de


los derechos de p ro p ied ad , que a la som bra de la violencia sectaria pen d en de
un g am onalism o qu e antes de form alizar los traspasos de fincas en las notarías
ha em p lea d o eficazm ente g ru p o s que saben ad m in istrar am enazas y extorsio­
nes. En la frase lapidaria de C arlos M iguel O rtiz, en u n a de las investigaciones
centrales de esta historia, es "la violencia com o negocio".
El café es com patible con guerras civiles pro lo n g ad as y de baja intensi­
dad. Eso lo p ru eb a la historia del África; pero tam bién la de C olom bia en los Mil
Días. Q u izás esto se deba al carácter de cultivo p erm an en te y a la extraordinaria
estacionalidad del tipo arábiga tradicional, que p o r aquel entonces era el p re­
d om inante. La estacionalidad obliga a las cuadrillas arm a d as a concentrar sus
recursos en la tem p o rad a de cosecha para controlar a los cosecheros y la cosecha.
La p é rd id a d e p ro d u c tiv id ad p o r envejecim iento y descuido de los cafetales se
notará m u chos años después.
El d eso rd en y am b ig ü ed ad que anotaba A lberto Lleras en el citado m en­
saje de 1946 se acentuó en el cinturón cafetero cu an d o aparecieron bandas arm a­
das que, au n q u e ligadas a las luchas p artid istas y a los gam onales, crearon sus
propios espacios y sus propias reglas. En sus com ienzos el negocio de los fonde­
ros q ue co m p rab an café robado y el de los m ayordom os o agregados de las fin­
cas cíe p ro p ietario s fugitivos que lo vendían, tran scu rrió sin que fuese m enester
la existencia d e cuadrillas. El negocio prosperaba en razón directa a la expulsión
de p ro p ietario s y a la consiguiente conservatización de veredas y pueblos. Las
band as su rg iero n de la confrontación entre liberales y conservadores; pero m ás
adelante, m uchos propietarios, ante el tem or de ser b arrid o s p o r sus enem igos,
acud iero n a ellas. Im perceptiblem ente en g ranaron con el negocio y el negocio se
cobijó en el conflicto político. O rtiz describe una especie de división del trabajo:
m ientras las cu adrillas conservadoras trasegaban café robado, las liberales se
d edicaban al abigeato. Pero del café y del gan ad o se pasó a la com praventa de
las fincas, ex to rsio n an d o y haciendo h u ir a los propietarios de los m unicipios
en proceso d e conservatización o, posteriorm ente, de reliberalización, bajo el
gobierno de Rojas Pinilla.
C aracterística del cinturón cafetero colom biano fue la tem prana conso­
lidación de un tapiz de pequeñas ciudades y pueblos, bien com unicados e in­
tegrados al circuito del com ercio del café y con alta capacidad de com pra. Allí
prosiguió el negocio de la violencia. Una m odalidad, la del pájaro, el asesino
a su eld o que se originó en el norte del Valle del C auca en el periodo anterior,
reapareció en el C ran C aldas, d a n d o credibilidad a sistem as m añosos de control
del com ercio d e las ciu d ades y ex pulsando o elim inancio a los com petidores. En
algu n as ciu d ad e s operó un sistem a que ahora conocen m uchos habitantes de
C úcuta o de M edellín. Líneas invisibles que se trazan en u n a calle y que alguien
co nsid erad o enem igo no p u ed e cru zar a riesgo de caer asesinado.
C u ad rillas de bandoleros, gam onales y m afiosos en ascenso convergie­
ron, m u ch as veces acen tu an d o el po d er m unicipal de u n a facción conservadora

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504 M a k i \ >I ’ m m n,ts - ìt g w k S a i ix 'k d

contra el p oder departam ental de la facción rival. Pero en 1958 el Frente N acio­
nal am enazó cam biar este cuadro. Así se interprete inicialm ente com o un m o­
vim iento de paz de las elites, lo cierto es que fue sintiéndose una intención de
extender el p oder del Estado nacional a las localidades trau m a tiza d as por la
violencia. Bandas y gam onales q u ed a ro n ante la alternativa de desm ovilizar­
se o enfrentarse con la autoridad. La m ayoría hizo lo p rim ero y las luchas de
facciones continuaron por los m edios legales y constitucionales que term inaron
en que, para reconocer el ascenso de las elites sociales y políticas de A rm enia y
Pereira, el D epartam ento de C aldas term inó dividiéndose en tres: C aldas, Risa­
ralda y el Q uindío. Los liberales reticentes, incluidas algunas bandas, se pasaron
al recién fu n d ad o m r l , y rá p id am en te q uedaron aislados hasta desaparecer en
una larga serie de confrontaciones esporádicas.
Las com plejas y en trecru zad as relaciones entre partidos, facciones, gam o­
nales y bandoleros han sido finam ente descritas y analizadas p o r G onzalo Sán­
chez y D onny M eertens para la m ism a región cafetera a p artir de 1958 y hasta
1965. La p reg u n ta que aborda su análisis, y reponde afirm ativam ente, es por
qué se presentaron tendencias autonóm icas de las cuadrillas con relación a los
p artidos y gam onales que, aparentem ente, los representaban. Es decir, ¿fue la
lejanía e ineficacia de las instituciones del Estado central lo q u e hizo converger
los intereses de unos y otros? ¿Fue la am enaza centralista de 1958 lo que las dis­
persó, las co ntrapuso y, finalm ente, las llevó al antagonism o?
En esta clave de am enaza centralista puede verse otro tipo de violencia
m afiosa entrelazada con la lucha sectaria: la de las zonas esm eraldíferas de Bo­
yacá que, a través de la figura un poco m ítica de Efraín G onzález, el jefe de
bandas conservadoras m ás destacado del país, vincula esta fase del conflicto con
las g uerras posteriores entre esm eralderos, de las que sald rán tam bién fuerzas
param ilitares en la década de los años 1980.
Pero hubo otras lecturas sobre la m archa. ¿Podrían transform arse estas
bandas en guerrillas revolucionarias con un proyecto m ás social que político,
m ás p o p u lar que oligárquico, m ás socialista que liberal? ¿P odrían generar una
m oralidad m enos d ep red ad o ra y m ás altruista? C ontestando positivam ente las
dos p reguntas nuevos líderes universitarios, conm ovidos por la R evolución cu­
bana y las lecciones de la Sierra M aestra, se fueron al m onte d a n d o paso al tercer
periodo de violencia política.

3. Las guerrillas reiwlucionarias, Ì9 6 Ì-Ì9 8 9


Justam ente cuando el ejército liquidaba las últim as ban d as de la cordillera
C entral, com o las de "Sangrenegra" y "D esquite" en el norte del Tolim a, em pezó
a tejerse la tram a de un nuevo tipo de violencia. El periodo q u e abre a com ienzos
de la década de los años 1960 suele llam arse "del conflicto arm ad o ". Con este
térm ino se alu d e a la lucha insurreccional de organizaciones guerrilleras cuyo fin
es transform ar revolucionariam ente el orden social y el E stado que lo protege, y

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\ I i s t o k i a d t C o i i >mbi \ P \ig i r \ o m i m a i a t , x x ii d a d d i v i d i d a 505

la resp u esta d e los institutos castrenses y de organizaciones param ilitares. Entre


1962 y 1966 se fu n d aro n el Ejército de Liberación N acional, e l n , y las las Fuerzas
A rm adas R evolucionarias de C olom bia, f a r c , las dos organizaciones guerrille­
ras que sig u en com batiendo a principios del siglo xxi. A ten d ien d o a sus oríge­
nes rep resen tan dos gran des m o d alid ad es guerrilleras: la agrarista-comunista y la
foquista. La p rim era co rresponde a las f a r c y la seg u n d a al e l n y otras organiza­
ciones, com o el M ovim iento 19 de Abril, m-19. El Ejército P o p u lar de Liberación,
EPL, la otra form ación creada en la década de los años 1960, com partió, de alguna
m anera, rasgos foquistas y com unistas, al m enos en la fase inicial.
Los o rígenes de las f a r c se encuentran en las agitaciones cam pesinas d iri­
gidas p or el p a rtid o com unista que se libraron, desd e la década de los años 1920
y hasta la época d e La Violencia, en las provincias cu n d in am a rq u esas de T equen­
dam a y S u m ap az y en el oriente y su r del Tolim a. En esas luchas prevaleció una
form a de organización conocida com o las A utodefensas C am pesinas. R esultado
d e una trad ició n de lucha p o r la tierra y la colonización autónom a, las A uto­
defensas viv iero n arro p ad as por viejas lealtades de u n a población cam pesina.
Al co m en zar el Frente N acional (1958-1974) se localizaban en rem otos parajes de
M arquetalia, Riochiquito, El Pato y G uayabero, vasto e intrincado territorio que
incluye porciones del su reste del Tolima, H uila, M eta, C aquetá y Cauca.
Si las F a r c provienen del agrarism o com unista y La Violencia, el foquism o
nace de la Revolución C ubana. La lección cubana, sistem atizada en los escritos
del Che G u ev ara, tuvo la m ejor respuesta en V enezuela, G uatem ala y C olom ­
bia. En n u estro país su p arad ig m a ha sido el e l n . S egún el Che, en el m u n d o
tricontinental de Asia, África y Am érica Latina, una v an g u a rd ia arm ad a com o
el M ovim iento 26 de Julio de C uba realizaría la m isión de acelerar las condiciones
objetivas p ara el cam bio revolucionario. El p rim er paso consistía en crear un
frente clan d estin o urbano; luego había que m o n tar un cam pam ento rural, el foco
revolucionario, ubicado en u n a zona do n d e sim u ltán eam en te p u d iera preservar
la fuerza m ilitar, precaria en los com ienzos, y ganarse la sim patía y el apoyo del
cam pesinado. U na organización solo p u ed e ser auténticam ente revolucionaria si
se su m erg e en el m u n d o cam pesino.
Las do s organizaciones guerrilleras colom bianas q u e en traro n al siglo xxi ‘
han tenido com o base el m u n d o rural y las regiones de frontera interna. Esto
quiere decir q u e la insurgencia urbana, en la form a de terrorism o, ha sido m ás
bien excepcional. P ueden citarse a este respecto los casos del e l n en sus orígenes
(1 9 6 2 -1 9 6 4 ) y del m -19 en la década de los años 1 9 7 0 , au n q u e sus acciones m ás
espectaculares fueron p erp etrad a s en Bogotá en 1 9 8 0 y 1 9 8 5 , o las vo lad u ras d i­
nam iteras de las FARC en algunas ciudades de Urabá en la ú ltim a década.

Las F arc

Al co m en zar la década de los años 1960, las A utodefensas del p artido


com unista eran m ás defensivas que ofensivas. No estaban o rien tad as hacia ope-

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50b M \K( o P \ l A i l MS - I'k W K S a itx tk p

raciones de sabotaje o terrorism o, ni a em boscar policía o ejército. Tam poco se


defendían del Estado. Protegían com unidades cam pesinas que, tozudam ente,
alim entaban rivalidades con otras com unidades cam pesinas, tam bién p ro teg i­
das por fuerzas clientelares arm adas. Legado de las luchas en tre limpios y com u­
nes del su r del Tolima.
En 1964, las A utodefensas se transform aron en guerrillas m óviles. D es­
pués de ser acusadas por los políticos m ás derechistas del Erente N acional de
constituir 16 repúblicas independientes, las A utodefensas fueron blanco de una
am plia ofensiva m ilitar. C onocida com o "el Plan Laso". La operación era una
aplicación de m anual de la doctrina d e la contrainsurgencia q u e Estados U nidos
em pezaba a experim entar en V ietnam . D espués de sobrevivir el cerco y la em ­
bestida, las A utodefensas form aron del Bloque Sur y en 1966 se constituyeron
form alm ente en las fa r c . Por u n largo trecho quedaron bajo la tutela del p artid o
com unista que avanzó todavía m ás en su línea del ix C ongreso de 1961 de "com ­
binar todas las form as de lucha".
Expresión sim ultánea de la G u erra Fría y de la escisión sinosoviética, h e­
cha pública en 1963, para la burocracia del prosoviético p artid o com unista ( p c )
las FARC cum plieron el papel d e brazo arm ado. Q ue las condiciones del país no
estaban m ad u ras para ese tipo de lucha pareció com probarse cu an d o buscaron
establecerse en el Q uindío y fueron diezm adas. Habían incu rrid o en lo que la jer­
ga com unista llam aba una "acción aventurera". Error que no volverían a repetir.
R epuestas de estas p érd id as crecieron pausad am ente y consolidaron m odestas
bases de apoyo cam pesino en las periferias, lejos del corazón económ ico del país.
La fase siguiente em pieza a fines de la década de los años 1980, cuando
las FARC dejan de estar sujetas al p artid o com unista y se convierten en una for­
m ación guerrillera independiente, que postula y desarrolla su propia doctrina
política y m ilitar y ganan la atención pública y el estatus de actor político. A esta
transform ación confluyeron varios factores: (a) los acuerdos d e paz de La Uribe,
celebrados en 1984 con el gobierno (el eln decidió que ni siquiera valía la pena
conversar), pusieron a los com andantes de las farc en el papel de antagonistas
de prim era línea, papel que jam ás habían disfrutado m ientras operaron bajo la
interm ediación y tutela del p artido com unista, (b) En la seg u n d a m itad de la d é­
cada de los años 1980 el pc sufrió dos golpes contundentes: prim ero, el an iq u ila­
m iento de la Unión Patriótica, u p , un producto de los acuerdos de La Uribe, que
le hizo p erd er m uchos cuadros. S egundo, la crisis y el colapso final de la Unión
Soviética, (c) La irrupción de los narcotraficantes en el m u n d o del latifundism o
ganadero, especialm ente en el M agdalena Medio, Urabá, M eta, C aquetá, P u tu ­
m ayo y G uaviare, la m ayoría en zonas de frontera interior y de influencia d e las
FARC. Esta es una historia confusa. El narcotráfico encontró un nicho en algunas
regiones de colonización guerrillera o espontánea. Y allí se fraguaron alianzas y
ru p tu ra s de diversa n aturaleza e intensidad entre guerrilleros y narcotraficantes.
Al parecer en 1987 se rom pieron estas alianzas. Param ilitares asociados al Cartel

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H i s t o r i a im’ G h om b ' IV\i' ; ¡ a y a í ' a ía \ y a i i o a o d a iiíio a 507

d e M edellín, en com plicidades locales con el ejército, la policía, los latifundistas


y los políticos tradicionales, abrieron fuego. Pero el blanco fue la u p y la pobla­
ción civil sim patizante, no la guerrilla. A plicando el principio guerrillero de p re­
serv ar la p ro p ia fuerza, las fa rc se replegaron dejando expuestos su brazo legal
y la población civil.
A lienadas de los procesos de paz del gobierno d e Virgilio Barco (1986-
1990) y bajo el influjo de la experiencia la u p , las farc particip aro n con el eln y
la facción m inoritaria del epl en los diálogos de paz d e C ravo N orte y Caracas
(cuatro ro n d a s d e negociaciones de junio a noviem bre d e 1991) que term inaron
lán g u id am en te en Tlaxcala (m arzo a junio de 1992). F racasados estos, las farc
re p lan tearo n su papel estratégico y term inaron a d o p ta n d o los atrib u to s del foco
guevarista. Por eso se ha dicho que "Tirofijo", el jefe histórico d e las farc , es un
C he q ue funciona. "Tirofijo", el nom bre de guerra d e P edro A. M arín, o M anuel
M aru lan d a Vélez, nació en C énova, Q uindío, en 1928, y desd e la "p rim era vio­
lencia" del su r del Tolima en 1950-1951 ha estado vin cu lad o a la lucha arm ada,
excepto u n p ar d e años en q u e trabajó com o cadenero d e obras públicas.
En la d écad a de los años 1990, las farc hicieron explícito q u e asum ían el
papel de v an g u a rd ia arm ada. A esta reorientación debió contribuir la situación
social del país. La contracción de la producción agrícola, el creciente desem pleo
rural y la descom posición cam pesina, aceleradas p o r la ap e rtu ra com ercial de
1991-1992, tu v ieron una válvula de escape en los cultivos ilícitos, prim ero hoja
d e coca y posterio rm en te am apola. D esplazándose hacia zonas de colonización
ap tas p ara estos cultivos y en d o n d e previam ente tenían alguna influencia local
las FARC, los cocaleros, en sus distintos estratos, term inaron form ando la base so­
cial m ás sólida q u e jam ás haya tenido un g rupo in su rg en te en C olom bia, desde
la época d e las guerrillas liberales del Llano en 1950-1953. Esta am pliación de b a­
ses sociales no significó una profundización de la política sino, p o r el contrario,
el fortalecim iento del ap arato m ilitar, respaldado por cuantiosos recursos pro v e­
nientes del secuestro extorsivo, la extorsión, las rentas petroleras y m unicipales
y la protección a los cu ltivadores y com erciantes de d ro g as ilícitas.

Los FO Q U ISTA S: EL C A SO DEI. ELN, 1962-1985


A cep tad a la prem isa m aoista de que en el Tercer M u n d o el cam pesinado
constitu y e la v erd ad era v an g u a rd ia de la revolución y, p o r tanto, que el cam po
es el escenario privilegiado de la lucha de clases, los foquistas deben decidir
en d ó n d e m o n tar el cam pam ento guerrillero. La resp u esta está en estas claves:
co n ju n tam en te con la geografía física y ad m inistrativa del país, deben co nside­
rar asp ecto s com o la tradición política atrib u id a a la población de la zona. Los
in su rrecto s de la década de los años 1960 edificaron sus sueños sobre una s u ­
puesta reb eld ía tradicional q u e el cam pesinado liberal habría d em o strad o d u ­
ran te los añ o s d u ro s de La Violencia. En consecuencia, se d ed icaro n a establecer
contactos con exguerrilleros liberales y fueron a buscarlos a sus reductos. Pero

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508 M \Kix I P ai a i k is - I'k w k bAi ixirit

cu ando estos existían, no eran m ás que una m odesta y precavida red clientelar
de fam ilias cam pesinas, tejida en el decenio de los años 1950, ubicada en una
zona rem ota y p or lo general sim p atizan te del m rl .
La etapa em brionaria del cam pam ento encierra los m ayores peligros.
C ualquier delación o inform ación en m anos del ejército p u ed e llevar al aniquila­
m iento. La tolerancia de la población (no delatar la presencia guerrillera) es insu­
ficiente. N o en vano la tasa de m ortalidad de los cam pam entos suele ser elevada.
Para com probarlo están los desastres de 1961-1963: A ntonio Larrota con el M o­
vim iento O brero E studiantil C am pesino, m o ec , en el norte del Cauca; Federico
A rango Fonnegra, en Puerto Boyacá; Roberto G onzález Prieto, "P edro Brincos",
en Turbo, A ntioquia; Tulio Bayer, en el Vichada. Y el azar debe incluirse entre
los factores que explican la supervivencia de los cam pam entos originarios del
ELN y e l EPL.
En la década de los años 1960, solo el eln y el epe consiguieron consoli­
darse entre cam pam entos. R ealizaron tareas de adoctrinam iento y pro p ag an d a
entre la población local, com puesta principalm ente de colonos, y construyeron
algunas redes d eshilvanadas de inteligencia, avituallam iento y reclutam iento.
Al igual qu e las farc , el eln se entiende m ejor a la luz d e sus periodos.
Primer periodo, 1962-1964. Im pulsados por la Revolución C ubana, grupos
de universitarios, en su m ayoría m ilitantes de las Ju ventudes del mrl , jm rl , d e­
nunciaron el reform ism o y "cretinism o parlam entario" del pc ; se m ovieron hacia
los extrem os y term inaron rom piendo relaciones con las alas m oderadas de la
débil izquierda doctrinaria del m r l . C on el lema del abstencionism o electoral
d espués de los com icios de 1962, cuando apoyaron la can d id atu ra de A lfon­
so López M ichelsen, anticonstitucional según las reglas del fn , se proclam aron
m arxistas-leninistas. Inspirándose en las faln de V enezuela, de las jm rl surgió
un núcleo clandestino que sería uno de los orígenes del e l n . Con esta etiqueta
apareció a m ediados de 1962, en diversos reportes de la prensa nacional que d a­
ban cuenta del estallido de petardos m ás bien inofensivos, y en todo caso inefi­
caces, en Bogotá, Barranquilla y B ucaram anga. Poco d espués se form ó en Cuba
la Brigada Internacional José A ntonio G alán bajo la dirección de Fabio V ásquez
C astaño. De regreso a Colom bia, la Brigada term inó instalándose en el C erro de
los Andes, vereda liberal del m unicipio de San Vicente de C hucurí, d o n d e per­
m anecía la m em oria del guerrillero Rafael Rangel. La Brigada, llam ada Frente,
term inó controlando el e l n .
Segundo periodo, 1965-1973. P resionado por los com prom isos que había
ad q u irid o en septiem bre de 1964 con M anuel Piñeiro, el com andante "Barba-
rroja", el encargado cubano de las relaciones con los m ovim ientos insurgentes
latinoam ericanos, Fabio V ásquez organizó y dirigió el asalto al casco urbano de
la población com unera de Sim acota, el 7 de enero de 1965. D espués del asalto
ya no hubo vuelta atrás en las operaciones de sabotaje y em boscadas a la fuerza
pública y term inó cualquier am bigüedad que hasta entonces hubiera existido

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H isto ria df. C o i o m i j i a . I’ ns- i r a g m i \ i \ i x \ x . k ii d . \ d d i v i d i d a 504

entre el núcleo clandestino urbano y el cam pam ento. El prim ero pasó a ser una
m era red logística.
En cu anto la teoría del foco se deriva de la experiencia cubana de 1956-
1959, tiene en m ente algún tipo de apoyo político u rb a n o que luego q u ed ó com ­
pletam en te obliterado en el canon del Che. En el cam pam ento del e l n se su p u so
q u e tal apoyo podía proveerlo el recién fu n d a d o F rente U nido del Pueblo ( f u ),
dirig id o p o r al sacerdote C am ilo Torres Restrepo. El e l n term inó visualizando el
fu com o u na fuente de enlaces y apoyo. De ahí la ligereza con que m anejaron las
relaciones con Cam ilo Torres y otros líderes del m ovim iento la cual facilitó que
el ejército descubriera los nexos clandestinos y aprem ió al cura revolucionario
a h u ir al cam pam ento, d o n d e siguió su trágica y a b su rd a m uerte en febrero de
1966. La p ro p a g an d a del e l n entre el anuncio d e la incorporación del p resti­
gioso sacerdote a la guerrilla y la noticia de su baja en com bate con el ejército
p u ed e leerse a la luz de una visión que colocaba la táctica m ilitar por encim a de
cualq u ier estrategia política. Sin haber resuelto satisfactoriam ente las relaciones
en tre el trabajo político y el m ilitar, el e l n , incluidas sus redes urbanas, sufrió
terribles castigos a m anos del ejército entre 1967 y 1973.
D esde sus orígenes hasta com ienzos de la década de los años 1980, la
historia del e l n es u na historia ato rm en tad a y torm entosa del núcleo dirigente,
atrav esad a p o r errores tácticos, conflictos ideológicos o de origen social, todos
revestidos d e intenso carácter personalista que, hasta 1973, se saldaron con un
fusilam iento ritual. A quel año, d espués de una cadena de d erro tas sucesivas, el
e l n q u ed ó al b orde de la extinción en la O peración A norí y Fabio V ásquez debió

retirarse a La H abana.
Tercer periodo, 1973-1985. Siguió una década de indigencia organizativa y
confusión política. H istoria q u e d em uestra las enorm es dificultades de consoli­
d a r los cam pam entos y desdoblarse. C ontinuó el p atró n de relaciones precarias
e insatisfactorias con los cam pesinos; de fragilidad de la red de enlaces urbanos;
de creciente d o gm atism o ideológico y de aislam iento político. La situación co­
m enzó a d isiparse en la década de los años 1980, a raíz d e los procesos de paz
im p u lsad o s p or los p residentes Belisario B etancur y Virgilio Barco, los hallazgos
petroleros en A rauca, las agitaciones sociales en el nororiente colom biano y el
ascenso al liderazgo del cura español M anuel Pérez, quien planteó la necesidad
d e d esarro llar una línea política que conectara con los m ovim ientos sociales y
con los sindicatos. La organización ¡A Luchar! fue una de sus expresiones, a u n ­
que pu so en tensión la relación de "lo m ilitar" y "lo político" d en tro del e l n .

O rR o s f o q u i s t a s

En la década de los años 1 9 7 0 entró en acción el m -1 9 (1 9 7 2 ) y la m ás bien


m arginal A utodefensa O brera, a d o (1 9 7 4 ). U rbano en sus com ienzos, inspirado
en las experiencias de M ontoneros y T upam aros, el m -1 9 ap ren d ió d e los san-
dinistas triunfantes en 1 9 7 9 y de ahí en ad elan te se orientó hacia un m odelo

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MANUEL Q UINTÍN LAME DEFIENDE LOS DERECHOS DE LOS PUEBLOS


INDÍGENAS
El m isterio de la naturaleza educa al salvaje indígena en el desierto.
Dirigido a los señores miembros indígenas en su carácter de representantes de tribu
o tribus, gobernadores, presidentes de los cabildos o los que representen a las agrega­
ciones de indígenas en los 14 departam entos que constituye la República de Colombia.
Hoy día, después de pasar por en medio de esa raza privilegiada por la naturaleza
divina y abandonada por todos los gobiernos y ya casi m uerta en su totalidad, en me­
dio de la envidia y del dolor, la que ha sido cubierta en un baño de lágrim as y sangre
desde el día 12 de octubre de 1492, hasta el día 12 de enero de 1927, donde se levanta
el genio de mi persona, iluminado, no por la luz que existe en las escuelas y colegios
de la civilización del país, sino por esa luz que hirió mis labios y el ministerio de mi
mente [...]

Señores indígenas del país colombiano: A ustedes les llamo la atención desde el antro
de prisión donde me encuentro detenido por la mano gigantesca y usurpadora de la
raza blanca y mestiza, quienes por la fuerza sin ley ni caridad se han venido usurpando
por dicha fuerza nuestras propiedades territoriales cultivadas de Mieses, derroques
de vírgenes m ontañosas y también usurpándose nuestras minas de todas clases, des­
terrándonos de las cuatro paredes de nuestros hogares [...1
El pueblo colombiano está hundido en la polvareda del engaño y de las amenazas por
los católicos, y sin poder tildar sus hechos y pretensiones.
Esos dos partidos liberal y conservador han sido los que han arruinado en todas sus
partes las propiedades territoriales y de cultivo de los indígenas naturales de Colombia,
y no sólo en Colombia, sino en el Perú, Ecuador, Chile, etc.
Para nosotros los indígenas, tengamos delito o no lo tengamos, están las cárceles abier­
tas, y para los verdaderos asesinos, ladrones, cohechadores y perjuros están cerradas,
por que tienen plata y son conservadores.
Queridos hermanos y compañeros indígenas: Despidámonos de esos dos viejos partidos
pero sin darles la mano, sin decirles adiós...
Por lo tanto es nulo y de valor ninguno los repartos de tierras de indígenas que han
hecho en todos los departam entos que constituyen el país colombiano, porque todo
ha sido a sabiendas de los ricos, quienes se han acompañado con los alcaldes, jueces,
gobernadores, etc.
Yo, como jefe de 197 pueblos entre resguardos, tribus y agregaciones de indígenas, en
los 14 departam entos que constituyen al nom bre de Colombia, les envío un fraternal
saludo y también los saludan todos mis compañeros indígenas que sufren prisión sin
justicia y sin caridad, desamparados.
En esas soledades donde yo nací y conocí la juventud del m undo [...]

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\ l lSTXARI A l) i; Coi.( ) M I G \ . I ’ \i *> ■ R >' A i l N : A i A >, V v II f > . \ n D I ' T I ?I DA 51 1

Este conocimiento lo publico a pleno sol, por que soy hijo de un par de agricultores
indígenas, quienes derrocaban al golpe del hacha esas selvas de que hablé. No tengo la
desgracia que por mis venas corra sangre española ni que un español me haya educado,
por lo tanto no tengo nada que agradecer [...]
Denuncié crim inalm ente con las form alidades establecidas en el artículo 359, Ley 105
de 1890, ante el señor M inistro de Gobierno y Procurador General de la Nación, a
los señores Alcaldes Ángel María Salcedo y Gabino Tovar de los distritos de Ortega
y Coyaima; Salcedo por incendiario, por abuso de autoridad, por atentar contra los
derechos individuales y denegación de justicia. Ah, claro, los denuncios los pasó el
señor Ministro de Gobierno y Procurador General de la N ación a los jueces segundos
del circuito del Guam o y Purificación, quienes han hecho dorm ir el profundo sueño.
También presenté un denuncio probado contra el señor Estanislao Caleño, Roque
Cerquera y Benito Sogamoso, ante el señor Ministro de Gobierno, quien lo remitió al
mismo juez 2° del Guamo.
Con la franqueza de hom bre que me caracterizó firmo en com pañía de mis hermanos
desheredados de la justicia y la caridad, que son los siguientes:
Florentino Moreno B., Gabriel Sogamoso, Leovigildo M adrigal, Severo Viuche, Esta­
nislao Viuche, Isidro Ducuara, Custodio Moreno, Joaquín Ducuara, Santiago Ducuara,
Eufracio Ducuara, Matías Ducuara, Jerónimo Quezada, Inocencio Bocanegra, Octavio
Ducuara, Félix Moreno, Agustín Sogamoso, Remigio Sogamoso, Pablo Ducuara, Isidro
Silva, Wenceslao Moreno.
Quienes hace 10 meses que sufrimos detención y el calum nioso expediente no está sino
en sum ario hasta hoy, violando las autoridades y la sagrada doctrina de la ley 104 de
1922 y la Constitución Nacional y demás leyes.
Guamo, enero 12 de 1927
Manuel Q uintín Lame

Fuente: D iscu rso d e M anuel Q u in tín Lam e, ed ita d o en la Im prenta d e G irardot d e la ciu d a d del
G u a m o , A .G .N ., S ección R epública, M inisterio d e G ob iern o [Sección la ] , legajo 952, fo lio s 315-
316. A rch iv o G eneral d e la N ación d e C olom bia, Documentos que hicieron un país, B ogotá, 1997,
pp. 702-705.

de guerrilla ru ral, sin o lvidar las posibilidades d e com binar con u n a eventual
insurrección urbana. En el decenio de los años 1980 surgieron el M ovim iento
A rm ado Q u in tín Lame, m a q l , peculiar guerrilla indígena en raizad a en las co­
m u n id ad es del Cauca, y disidencias de las fa r c (el Frente R icardo Franco), del
FPL (el P artid o R evolucionario de los Trabajadores, p r t , y el M ovim iento de Iz­
q u ierd a R evolucionaria, MiR-Patria Libre) y del e l n (la C orriente de R enovación
Socialista, c r s ).

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512 M a k i o P a i a i k>s - I ' k w k S m u 'K D

El MAQL se desm ovilizó en m ayo de 1991, reconociendo una fuerza de 157


hom bres en arm as. Este gesto y su trayectoria de reividicaciones contaron para
que la C onstitución de 1991 estableciera que en el Senado, de 100 m iem bros, los
indígenas tuvieran dos senadores adicionales.
En 1980, el m -19 alcanzó el cénit de popularidad con la tom a de la Em ba­
jada de la República Dom inicana. Al asaltar el Palacio de Justicia en noviem bre
de 1985, una de las acciones terroristas m ás delirantes y desproporcionadas de la
historia del conflicto arm ado, el m -19 inm oló gran parte de su dirigencia y pagó
m uy caro en p opularidad. Con una línea política errática, sin claridad intelectual
ni orientación ideológica discernible, acosados sus líderes por las fuerzas de se­
g u ridad, la coyuntura de la A sam blea C onstituyente de 1990 dio a los jefes del
M-19 la op o rtu n id ad de rendirse y pactar honorablem ente su retorno a la vida
civil. Ese fue el cam ino seguido por casi todas estas agrupaciones foquistas, que
algunos llam an de segunda generación. Lo m ism o hicieron los m iem bros de la
facción m ayoritaria del e p l . Entre 1989 y 1994, m ás de 4.000 guerrilleros d ep u sie­
ron las arm as. M uchos reingresarían a otras guerrillas o a las form aciones de p a ­
ram ilitares. Los m ovim ientos electorales que fundaron term inaron en el fracaso.

4. Las violencias de la década de los años 1990


En los diez años trascurridos entre 1990 y 1999, 260.690 colom bianos fue­
ron víctim as de homicios. Los índices de este delito ofrecen una prim era aproxi­
m ación para en tender esta nueva violencia o violencias.
A m ediados de la década de los años 1960, cuando la lucha arm ad a p are­
cía polarizarse entre dos bandos, las guerrillas revolucionarias y el Estado que
según estas representaba el sistem a capitalista, podía sostenerse que la in su rg en ­
cia representaba la m ayor am enaza al orden institucional y a la viabilidad de la
dem ocracia liberal en Colom bia. D esde m ediados del decenio de los años 1980
tal afirm ación fue haciéndose m ás cuestionable porque la presencia m asiva del
narcotráfico y de la crim inalidad organizada perm itió inscribir la insurrección
guerrillera d en tro de la categoría nebulosa de las violencias sociales.
A unque todavía no se han establecido con suficiente precisión las conexio­
nes entre diversos tipos de violencia, las hipótesis m ás aceptadas ap u n tan al
narcotráfico o rganizado com o el gatillo que disparó los índices de crim inalidad.
Bogotá, M edellín y Cali concentran cerca del 70 por ciento de los hom icidios y
asesinatos. La m ayoría de estos crím enes son p erpetrados en calles y bares, con
arm as de fuego ilegales, en barrios en descom posición o en barrios populares, y
sus m óviles ap arentes son, prim ero que todo, ajustes de cuentas entre bandas;
pero tam bién riñas bajo la influencia del alcohol y atracos. El 93 por ciento de las
víctim as son hom bres, en su gran m ayoría m enores de 30 años. Por otra parte,
a m ediados de la década de los años 1970 com enzaron en Pereira, y luego se
p ropagarían a otras urbes, las lim piezas de población m arginal delincuente. Se
calcula que todos los días de los últim os diez años, un colom biano "desechable".

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1 Its TU Ki A n t C o i o .m i k a . P an : ka . as; \ í a o s ;x i i u A n d ía i d i d a 5 13

según cierta habla generalizada, ha caído asesinado en alguna ciudad del país.
Y, por otro lado, au m en tan las denuncias de violencia d en tro del núcleo conyu­
gal contra niños y m ujeres.
En cu an to a los delitos contra el patrim onio, tam bién es incuestionable
la cen tralid ad que ad q uirió el crim en organizado; en tre 1991 y 1996, los delitos
q u e m ás crecieron fueron la piratería terrestre, los atracos a bancos y el robo
d e autom óviles. A u n q u e los cálculos sobre la m ag n itu d económ ica del negocio
del narcotráfico son im precisos, no hay d u d a de q u e ha generado nuevos com ­
portam ien to s y códigos de valores (el dinero fácil), u n id o s a los viejos (el honor
m achista, o que "la vida no vale nada").
D esde u na perspectiva regional, una m irada a las cifras confirm a algunos
aspectos de la hipótesis del narcotráfico com o m ecanism o disp arad o r. Por ejem ­
plo, la región caribeña que, con excepción de algunos m unicipios, fue ajena a las
oleadas d e la violencia sectaria, presenta niveles de hom icidios bastante por d e­
bajo de la m edia nacional en Bolívar, Sucre y C órdoba, m ientras que d u ra n te la
llam ada b o nanza de la m arih u an a (1977-1982) estos fueron elevados en La G u a­
jira, C esar y A tlántico. Llam an la atención las bajas tasas de hom icidios en C ór­
doba, epicentro de las g u erras m ás encarnizadas en tre param ilitares y guerrillas.
A ntioquia, uno de los d ep artam en to s m ás pacíficos en el siglo xix, parece
com p ro b ar m ejor qu e cu alquier otra región cóm o el narcotráfico desata diversas
fuerzas crim inales. A u nque ya hem os dicho q u e la colonización del país antio­
queño no fue ajena a la violencia im plícita en todas las colonizaciones, en el si­
glo XX M edellín venía siendo el vivero del clero católico, m asculino y fem enino,
centro de las m ás pujantes y m ejor organizadas em p resas fabriles y, en general,
de la inciativa priv ad a. ¿Q ué ocurrió para que desd e fines de la década de los
años 1970 esta ciu d ad m odelo em pezara a ser el criadero de las organizaciones
de co n trab an d istas en gran escala, de los robos de autom óviles y del n arcotrá­
fico m ás violento? Con índices de hom icidios p o r debajo de la m edia nacional,
A ntioquia y su capital m u estran desde 1980 u n a p ro n u n ciad a p endiente de la
curva de m u ertes violentas q u e se abate un poco a m ed id a q u e avanza la seg u n ­
da m itad del decenio. N ingún otro d ep a rtam en to alcanza las cotas d e A ntioquia
en 1991: 245 hom icidios por 100.000 habitantes. Pero es probable que la m ortali­
dad violenta no p rovenga directam ente del narcotráfico sino del entorno social,
cultural y psicológico q ue este crea para reproducirse, en particu lar cuando hizo
agua en M edellín el m odelo d e industrialización su stitu tiv a del q u e había d e­
p en d id o la p ro sp erid ad d u ra n te unos 70 años.
En un en to rn o de desem pleo, in seg u rid ad y m arg in alid ad p u ed e expli­
carse m ejor el ascenso de la em presa de Pablo Escobar, caracterizada por Ciro
K rau th au sen com o la com binación de dos organizaciones: una de tipo m ilitar,
encargada de im p o n er el ord en m afioso a otros narcotraficantes y a los agentes
del Estado, m ed ian te extorsiones, asesinatos y secuestros; y otra com ercial, d e d i­
cada al tráfico d e d rogas prohibidas en todas sus facetas, incluidas las fachadas

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514 M a r g o Pai acio s - F ra n k S a tf o r u

legales del lavado de dinero de un lado y, del otro, de protección política, en un


ám bito clientelar y populista.
En m edio de las trasform aciones urbanas y de los p arad ig m as culturales
y em presariales de M edellín, los jóvenes pobres encontraron nuevas o p o rtu n i­
dad es em pleándose com o sicarios en un contexto de banalización d e la m uerte.
Esta nueva su b cultura ha sido m agistralm ente novelada por F ernando Vallejo
en La Virgen de los sicarios, y de ella se encuentran cru d o s testim onios en textos
com o el de Alonso Salazar J., No nacimos pa'semilla, y en las películas de Víctor
G aviria, com o Rodrigo D, no fu tu ro .

N u e v a s g u e r r il l a s

Entre 1975 y 1995, el conflicto arm ado habría p roducido unos 11.000 m uer­
tos en com bate y otros 23.000 en episodios de asesinatos y ejecuciones extrajudi-
ciales; estos 34.000 m uertos representan un 10 por ciento de todos los hom icidios
com etidos en esos dos decenios. Sin em bargo, la incidencia de esta violencia polí­
tica, en ten d id a como las m uertes en com bate y los hom icidios políticos de pobla­
ción civil inerm e (asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, m asacres, desaparición
de personas) p erpetrados por guerrillas, param ilitares y en m ucho m enor grado
p or la fuerza pública, aum entó considerablem ente después de 1997. En el trienio
de 1998-2000 se registraron en el país 73.978 hom icidos totales (excluyendo para
el año 2000 las m uertes por accidentes de tráfico), de los cuales 12.984 son direc­
tam ente im putables al conflicto arm ado. De suerte que esta guerra es la única en
expansión de América Latina, habida cuenta de la paz negociada en C entroam é­
rica y de la postración de Sendero Lum inoso y el M ovim iento R evolucionario
Tupac A m aru en el Perú.
D esde 1995, el conflicto arm ad o ha forzado el desplazam iento d e un m i­
llón y m edio de colom bianos de sus hogares y vecindarios. El 65 por ciento en
form a fam iliar o individual y el 35 por ciento restante com o éxodo colectivo. El
66 por ciento de los refugiados son cam pesinos, pobres en su m ayoría; 57 por
ciento son m ujeres y 70 por ciento m enores de 18 años. En cuanto a los causantes
de esta tragedia, en el 43 por ciento de los casos son param ilitares de derecha,
seguidos por las guerrillas, a las que se atribuye el 35 por ciento, el 6 p o r ciento
a la Fuerza Pública y el 16 por ciento a otros agentes.
C ifras inquietantes si se considera que en el pico de la década de los años
1960 las organizaciones insurgentes no llegaban al m edio m illar de com batien­
tes. Década de inicio prom isorio al que pronto siguió el estancam iento. Sin em ­
bargo, según algunos especialistas, entre 1986 y 1996 la guerrilla habría crecido
m ás que en los 32 años anteriores. Las f a r c habrían pasado de 3.600 hom bres y
32 frentes en 1986, a unos 7000 hom bres distribuidos en 60 frentes en 1995. En
ese lapso, el e l n habría pasado de 800 hom bres y 11 frentes a 3.000 hom bres y 32
frentes. C recim iento que, ante el deterioro de los valores políticos e ideológicos
y la sobreoferta de recursos económ icos, term ina en m ilitarización.

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l i I S T O R I A DI C o K A I B l . !'■ j - i k : .‘. D o , - , ^O ■vi : : T- Il 515

E ntre las actuales interpretaciones del fenóm eno guerrillero una de las
m ás conocidas se basa en este acelerado d esdoblam iento de frentes y en la d ifu ­
sión geográfica d esde zonas m arginales hacia otras m ás ricas, pobladas y estraté­
gicas p ara la econom ía y la seguridad nacionales, incluidas com arcas lim ítrofes
con V enezuela, Panam á y Ecuador. La guerrilla avanza desd e sus cam pam entos
originarios y busca consolidar el apoyo cam pesino en regiones de colonización,
caracterizad as p o r baja d en sid ad hum ana y alto crecim iento dem ográfico a cau­
sa de los flujos m igratorios. Pero tam bién asedian poblaciones m ás integradas a
la m alla urb an a. O tra form a de ilustrar la expansión guerrillera consiste en re­
g istrar alg ú n tipo de presencia guerrillera, ocasional o perm anente, en los m u n i­
cipios. Según fuentes oficiales, en 1996 cerca del 60 p o r ciento de los m unicipios
colom bianos ex p erim en taron alguna form a de presencia guerrillera.
Del tríp o d e que caracteriza la econom ía ex p o rtad o ra colom biana desde
1980, d ro g as ilícitas, petróleo y café, las dos p rim eras habrían contribuido a in­
crem en tar la renta de los insurgentes. Allí estaría una clave tanto de su poderío
com o de la distribución geográfica de sus fuerzas. La expansión de los cultivos
de am ap o la en regiones de frontera del su r del Tolim a, H uila, C auca y N ariño,
y d e coca en el C aquetá, M eta, P utum ayo y G uaviare, q u ed a en m anos de un
cam p esin ad o de colonos sobre el cual las f a r c han g an a d o fuerte influencia. Al
respecto se afirm a qu e el m ovim iento de cam pesinos cocaleros de 1996 no h ubie­
ra alcan zad o las dim ensiones, intensidad y proyección q u e tuvo sin un decidido
resp ald o de las f a r c . El descubrim iento y explotación de nuevos yacim ientos
petroleros en el A rauca y la construcción y funcionam iento de oleoductos com o
el C año Lim ón-C oveñas han perm itido al e l n desarrollarse sobre una econom ía
de extorsión (el im puesto a las em presas) y ejercer operaciones de sabotaje m e­
d ian te v o lad u ra s din am iteras a los oleoductos que ya p asan el m edio millar.
La in surgencia tam bién ha explotado las o p o rtu n id a d e s q u e le b rindan
la elección p o p u la r de alcaldes (1988) y de g o b ern ad o res (1991) y ha sabido
m an ip u lar clien telarm en te el increm ento sustancial del situ ad o fiscal a los m u ­
nicipios. De este m odo ha conseguido consolidar el papel de clase política alter­
nativa en m u ch as com arcas de A rauca, M eta, C aquetá o G uaviare.
Según los análisis políticos m ás recientes, en tre los que se destacan los de
investig ad o res del Instituto de Estudios Políticos de la U niversidad N acional,
lEPRi, las guerrillas ya no son p o rtad o ras de un proyecto político nacional. Por el
contrario, se distin g u en por su localism o y bandolerización. Ya no buscan el po­
d er para hacer la revolución socialista, sino que se ded ican al control clientelar
de m uchos gobiernos locales para am pliar el control territorial y negociar m e­
jor la desm ovilización cu an d o llegue el m om ento opo rtu n o . La m entalidad en
las filas guerrilleras tam bién habría cam biado. De ser ag rupaciones com puestas
p o r cam pesinos y u n iv ersitarios altruistas, deseosos de acelerar el cam bio social,
las actuales guerrillas serían una próspera em presa m ilitar de com batientes a
sueldo.

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516 M \|ÍC .) l’ .\l U lir , - F k a ' . k SAl h . ' R l i

LOS TRAQUETOS
Lo que hoy día se ha generalizado como mafia es una organización muy compleja que
maneja mucho billete, y para uno entrar en ella se necesita que lo enganchen a través
de alguien de mucha confianza, ojalá mediante un "traqueteo" que apenas esté empe­
zando, para que uno logre ganarse la amistad, para que le suelten trabajitos, misiones,
en fin, siempre empezar desde abajo. Algunos de los trabajos pueden ser directamente
sobre asuntos de narco u oficios bien, como pintar una casa, cuidar una finca, hacer
de mandadero... Entre otras cosas, la semana pasada estuve cuidando una quinta del
patrón en el lago Calima.
A mí me toca estar llamando a un teléfono cada dos o tres días, y pregunto si hay
algún trabajo que realizar, mediante una comunicación indirecta, medio en clave,
como por ejemplo: "Aló, qué hubo, ¿siempre vamos a ir a pescar?". En realidad esto
quiere decir que si siempre vamos a ir a "cocinar", pues yo trabajo para un "mágico"
como cocinero; somos un grupo de cuatro amigos. El domingo entrante, si Dios quiere,
por la madrugada nos recogen en un campero; allí va todo: secadores, pesas, planta
eléctrica y pasta; nos metemos quince o veinte días en una finca hasta que sacamos
diez o veinte kilos de "maicena". La finca está arreglada; es decir, la alquilan por el
periodo de refinada, luego se desmonta todo y los que se van para otro lado. Después
se dejan unos días de descanso y así nos la pasamos, según como pinte, o bien porque
el mercado está duro, o por los operativos del cuerpo elite; hay veces que esta vaina se
pone pesada y a uno le toca quedarse uno o dos meses parado, marcando.
Siempre, entre cada tanda, hay una parada, mínimo de una semana, pues si se trabaja
de seguido los químicos lo joden a uno, y también por la conseguida de la finca, que
toma tiempo, y para prevenir cualquier seguimiento o aventada.
A uno no le pagan de una; siempre le mantienen mucho billete represado, siempre le
deben, le van dando poquito a poco. Esto es por seguridad, por cuidarse ellos; en una
cocinada yo me puedo sacar de 500.000 a 1.500.000 de pesos, depende de la cantidad
de merca y del riesgo. A mí me deben harto, y si se cae o quiebran al de arriba la plata
se puede perder; cuando a uno se le ha acumulado mucha plata y no le pagan, lo mejor
es perderse, porque esto puede indicar que lo tienen a uno en lista para "muñequiar-
lo", por no pagarle o porque le han perdido la confianza. Mucho man que aparece en
un zanjón o en un cañaduzal o en el río Cauca "levantáo", puede ser un caso de esos.
Cuando nos desplazamos con la "carga" el que va manejando el carro, lleva billete en
efectivo, y va pilas, por si hay que arreglar a la poli o hay algún problema; muchas
veces va un carro adelante con dos o tres manes "enfierraos", para cuidar la merca,
sobre todo cuando está lista, cuando ha pasado por todos los procesos y sólo hace falta
mandarla para arriba para cambiarles el rostro a los gringos, pues allí es donde hay
más peligro que a alguien se le dañe el corazón y se pierda con la carga, o que caiga

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H iS H 'K IA D I .. I ’ : MG\. / \ i A l ■ ), h GK í Tí.iA! I D I ' T U I I I A 517

otro grupo de malosos y nos haga el favor de meternos en líos, o la ley para negociar
o vendérsela a otra gente.
Siempre hay mucho riesgo, pero uno cocinando se dedica es a eso, siempre se va es
a lo que se va, y si le caen, sólo se da cuenta uno ya sobre el momento, y entonces
hay que dar o recibir del bulto. Gracias a Dios, estoy contento, hasta ahora no me ha
pasado nada. Trabajo con mi primo; desde hace rato él está metido allí, fue él quien
me recomendó.
Fuente: B etan cou rt Echeverry, D arío, Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Valle del Cauca,
Í890-1997, B ogotá, 1998, pp. 159-160.

In d ep en d ien tem en te de la validez de estas aseveraciones, no hay señas


objetivas para aseg u rar que las f a r c y el e l n estén p re p ara d o s para librar una
guerra reg u lar, pero tam poco para pactar la desm ovilización. A m bas form a­
ciones p ro sig u en una ru ta bien establecida: com binar "trabajo político" en sus
bases ru rales y pop u lares y desgastar al ejército en u n a versión de la guerra de
m u erd e y corre, a la que se presta la geografía física y h u m an a del país. N o debe
co n fu n d irse el ataq u e a la infraestructura física que la guerrilla em p ren d e con
solvencia, con la g u erra de posiciones. Las f a r c no h an cam biado su directriz de
1982, c u a n d o añ ad iero n las siglas e p . Ejército del Pueblo, de cubrir el país con 60
frentes. Por experiencia saben que el crecim iento encierra los peligros de infiltra­
ción y dificultad d e centralizar el m ando.
S egún las f a r c , la Séptim a C onferencia de las f a r c (octubre de 1983) "nos
dio un n u ev o m odo de operar, que tiene que convertir a las f a r c - e p en un m o­
vim iento guerrillero au ténticam ente ofensivo. N uevo m odo de o p erar significa
que las f a r c ya no esperan a su enem igo para em boscarlo, sino que van en pos
de él p ara ubicarlo, asediarlo y coparlo, y si aquel cam biara otra vez su m odo
de o p erar v o lviendo a su antigua concepción, atacarlo en ofensiva de com andos
m óviles".

Los paramilitares
A p esar de tener en la guerrilla un enem igo de m edio siglo, el ejército no
ha cam b iad o sus doctrinas ni sus form as de organización, o rientadas hacia una
guerra regular. Está por verse si el "Plan C olom bia", un program a norteam e­
ricano en la estrategia antidroga, que en lo fun d am en tal es de ay u d a m ilitar,
p ro d u cirá un cam bio fundam ental. Por eso, quizás, los param ilitares aparecen
ante el público com o la fuerza contrainsurgente v erd ad eram en te efectiva. De
los actores del actual conflicto arm ad o el p aram ilitar es el m ás elusivo. La lite­
ratu ra tien d e a co m p ren derlo a p artir de un carácter reactivo y supletorio del
Estado an te la acción insurgente: el param ilitar em pieza siendo autodefensivo.

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51H M a r c o I’ a i \ c t o s - f ' i c w K S a i i o k d

enraizado en u na sociedad rural tradicional y de frontera. C on el tiem po algunas


autodefensas reciben patrocinio de viejos y nuevos señores de la tierra com o los
narcotraficantes. A dquieren m ovilidad y po d er ofensivo que buscan proyectar,
com o los herm anos C astaño, en u n a escala nacional. Pero la im agen que, al m e­
nos desde 1990, quieren ofrecer estas organizaciones es la de la legítim a defensa.
Para en ten der mejor la trayectoria y las form as de acción del param ilita-
rism o hay que distinguir fases, zonas y contextos. Si en la fase de autodefensas
el den o m in ad o r com ún es el carácter reactivo, en su desarrollo de param ilitares
adquieren un carácter preventivo. Así, los param ilitares son núcleos de g u erra
irregular cuyo p rim er objetivo es im p ed ir que aum ente el nivel del agua del pez
revolucionario, siendo la población el agua, en la conocida m etáfora de M ao
Zedong.
En estas condiciones, lo que solem os llam ar param ilitar p u ed e ser un actor
local, un g ru p o de jóvenes de la co m u n id ad que, defendiéndose de las guerrillas,
m antiene relaciones am biguas con el ejército, los políticos locales y los terrate­
nientes. Pero en m ás zonas del país el param ilitar se nos presenta com o un com ­
batiente externo al vecindario, que llega en plan de m atón, en cu ad rad o en una
organización vertical rem ota; a veces visible para todo el m u n d o excepto para
los cuerpos de seguridad del Estado. Los param ilitares salen de unos ca m p a­
m entos a buscar áreas en d onde se p resum e una influencia real o aun potencial
de las guerrillas. El m odelo operativo param ilitar copia el m odelo guerrillero. En
m uchos casos el param ilitar es un excom unista o un exguerrillero (generalm ente
del EPL en U rabá-C órdoba) im pulsado p o r la pasión de los conversos.
Los cam pam entos param ilitares se establecieron, m ás o m enos en un
o rd en cronológico, en parajes del M agdalena M edio, C órdoba, Urabá, M eta y
P utum ayo.
Puerto Boyacá y el M agdalena M edio ofrecen el p arad ig m a tal com o lo
describe Carlos M edina Gallego. Puerto Boyacá es una zona d e colonización. D u­
ran te La Violencia fue refugio de la guerrilla liberal; en la d écada de los años
1960, la población vio con alguna sim patía las tentativas de m o n tar cam p am en ­
tos guerrilleros; votó m ayoritariam ente por el m r l en 1960-1964, y por A napo
en 1970. Por entonces ya se había hecho notoria la penetración del p artid o co­
m unista y el arribo de las f a r c . Hacia 1977, el cam pesinado em pezó a resentir el
aum ento de las exacciones de parte de las f a r c . En este p u n to llegó el ejército.
Estableció retenes perm anentes, obligó a los cam pesinos a inscribirse y p o rtar
carnés para transitar, vigiló los m ercados, retuvo cam pesinos a discreción. Este
régim en aum entó sus rigores d u ra n te el "E statuto de S eg u rid ad ", bajo el gobier­
no de Turbay Ayala.
En 1982 em pezó la guerra política a las f a r c y al PC, m ediante las brigadas
cívico-militares. A hora podía elim inarse al enem igo com unista, previam ente
identificado. Los agentes de la em presa fueron el Batallón de Infantería Bárbula
No. 3 y la población civil en cu ad rad a en form aciones m ilicianas. Bajo el p a ra ­

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H is to ria u i C oi ( .t m ü i a I’ \ n i r \fA ti m a i x >, s ( , h i i d a i > d i \ i ü i ü a 51^^

guas de la p a z de Betancur, el ejército, con el apoyo de la Texas P etroleum Co., el


C om ité de G an aderos, la Defensa Civil y los com erciantes y autoridades, diseñó
un plan de recuperación del M agdalena M edio. La lim pieza de cam pesinos que
apoyaban al p c y a las f a r c em pezó en P uerto Boyacá y se extendió a toda la
región. Las denuncias de los cam pesinos y de sectores de la opinión ante los "ex­
cesos" (incluidos asesinatos a dirigentes de otras organizaciones com o el N uevo
Liberalism o) culm inaron en febrero de 1983 con la publicación del p rim er "In ­
form e del P ro cu rad o r G eneral de la N ación sobre las actividades param ilitares".
A cusaba a 163 personas, de las cuales 59 eran m iem bros activos de las Fuerzas
A rm adas.
La institucionalización local y regional de las au todefensas se apoyó en
m archas cam pesinas. C ulm inó en octubre de 1984 con la creación de la A socia­
ción C am pesina de A gricultores y G anaderos del M agdalena M edio, a c d e g a m ,
qu e "com bina las form as legales e ilegales". N o en vano Pablo G uarín, uno de
sus principales dirigentes, había sido m ilitante de la Ju v en tu d C om unista. La
organización m anifestó que estaba aplicando la Ley 48 de 1968 y coordinó un
sistem a de " a y u d a s v oluntarias" para financiar su proyecto social de ay u d a a
los m ás pobres.
C u an d o los narcotraficantes buscaron protegerse d e la represión d esatada
contra ellos p o r el asesinato del m inistro de Justicia, R odrigo Lara Bonilla (abril
de 1984), enco n traro n un san tu ario en esta "república in d ep en d ien te anticom u­
nista". R ápidam ente descubrieron que estaban en un p ro m eted o r cam po de in­
versión. A m ed id a que los ganaderos de la región v en d iero n y em igraron a las
ciudades, llegaron los narcos con sus capitales y cam biaron las funciones de las
autodefensas.
Para com batir eficazm ente en los m últiples frentes (los g ru p o s com peti­
dores en el negocio de la droga, la represión nacional e internacional del narco­
tráfico y, ahora, la subversión com unista) los nuevos latifundistas reorganizaron
a las au to defensas, las eq u ip aro n y entrenaron con el apoyo del ejército e instruc­
tores m ercenarios, británicos e israelíes. De 1986 a 1989 desataro n una cam paña
de exterm inio de g ru p o s y partid o s políticos y cívicos, sindicatos, asociaciones
cam pesinas, funcionarios públicos, periodistas.
A p artir de estas lecciones, los param ilitares pretendieron: (1) ser un m o­
delo an ticom u n ista en el plano nacional. (2) G an ar estatu s político oponiéndose
activam ente a las iniciativas presidenciales de paz, con apoyo p o p u lar local. (3)
Estar rep resen tad o s en los m unicipios que recibían ay u d a del P rogram a N a­
cional de Rehabilitación, p n r , especialm ente d estin ad o a solucionar problem as
sociales y de infraestru ctura física en los m unicipios afectados p o r el conflicto
arm ado.
S im u ltán eam en te tejieron com plicidades con organizaciones políticas y
con políticos d e nivel nacional. En junio de 1987, el m inistro de G obierno infor­
m ó que en el país estaban op eran d o "p o r lo m enos 140 autodefensas" dedicadas

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520 M a k c o P a l a c io s - F k a n k S a it o k d

a com batir, con m étodos de guerra irregular, a las guerrillas de izquierda y a sus
am igos en el frente legal.
A plicando el m odelo del M agdalena M edio, C órdoba se convirtió en u n
centro de difusión param ilitar en el norte del país. S iguiendo la localización del
com plejo guerrillero, crearon dos corredores: C órdoba-U rabá y C órdoba-Bajo
C auca antioqueño. Allí se realizaron entre 1988 y 1990 terribles m atanzas de
cam pesinos inerm es. Las alianzas de antiguos esm eralderos y narcotraficantes
llevaron el m odelo de Puerto Boyacá a los Llanos y el P utum ayo.
Los estim ativos sobre el tam año de los grupos param ilitares rep o san en
conjeturas. En 1993 se habló de 24 frentes param ilitares: nueve en C órdoba y
U rabá, cinco en los S antanderes, dos en el M agdalena M edio, dos en el C esar,
dos en el M eta, dos en el P utum ayo y uno en C asanare y otro en A rauca. La
referencia es m uy vaga y las precisiones no ayudan a aclarar el asunto. Estos 24
frentes estarían com puestos por unos 80 grupos que se m anifestarían de alguna
form a en 373 m unicipios. R ecientem ente se especula con la cifra de 4.500 a 5.000
hom bres arm ados.
Los param ilitares buscan legitim ación, com o el g rupo de Pablo Escobar
en 1989-1991. Desatan oleadas de m asacres de cam pesinos con el p ropósito de
am ed ren tar gobiernos y ad q u irir estatus de actores públicos. Si am plios secto­
res de la población u rbana del país re p u d ia n a los param ilitares, estos logran la
aceptación en regiones com o U rabá, h astiadas del fuego cruzado. Eso explica su
éxito en expulsar a las f a r c . En 1996, las desplazaron hacia el Chocó, después de
u n a serie de operaciones caracterizadas por la crueldad y el terror indiscrim ina­
do. En m ayo de 1997 las a c c u (A utodefensas de C órdoba y Urabá) declararon que
el nivel de hostilidades había dism inuido al grado que solo estaban cum pliendo
tareas de vigilancia. Llegaba la hora, dijeron sus líderes, de que la sociedad, o
sea las cooperativas "C onvivir", im pulsadas por el gobernador de A ntioquia y
qu e se crearon oficialm ente en Urabá por esa m ism a época, asum ieran el papel
de guardianes del orden. Pero, com o siem pre, las f a r c defendieron ante todo sus
hom bres, su fuerza militar; se replegaron y dejaron expuestos los territorios y la
población que les había sido fiel, esperando el m om ento de regresar.
El eclipse de las grandes m afias de la droga restó recursos a los p aram ilita­
res. A nte la situación, se reorganizaron a m ediados de la década de los años 1990
tratan d o de disp oner en el nivel local de unas autodefensas y en el nivel nacional
d e una organización móvil y centralizada. Por otra parte, la actual ubicación de
su s cam pam entos sugiere un nexo orgánico con los nuevos narcotraficantes. El
m edio en que actúan param ilitares, guerrillas y narcotraficantes es sim ilar según
un estudio de F ernando C ubides. Es decir, los tres operan en m unicipios que
tienen el m ism o perfil socioeconóm ico y la intensidad de la violencia es m ayor
allí d o n d e convergen por lo m enos dos de estos actores.
Según el c in e p , las acciones conjuntas de fuerza pública y param ilitares
crecieron en los últim os años así: de cero en 1998 se pasó a 20 en 1999 y a 162 en
el año 2000.

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I i l S l O K I A TU. G >l O M B IA . I’ ■: K \> A1I M AD' X X II ! .A! l )l \ IDIDA 521

M apa 15.1. Zonas de colonización de la segunda m itad del siglo XX


y principales concentraciones arm adas ¡legales, 1990-2000.

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M a i «. í ' P a i ACU N - I t c a n k S a it o í -d

El l a b e r in t o d e l a p a z

N inguno de los últim os cinco presidentes, desde Belisario Betancur hasta


A ndrés Pastrana, ha conseguido articular políticas de paz que tengan consen­
sualidad, eficacia, coherencia y continuidad. Si cada uno de los procesos de p az
dirigidos por ellos exhibe m arcados altibajos, no pu ed e esperarse que el conjun­
to sea coherente y progresivo. E xceptuando la transición del gobierno Barco al
de G aviria, los dem ás proyectos arrancaron prácticam ente de cero.
¿Por qué no han sido exitosos los m odelos de paz, en el sentido de que la
intensidad y extensión territorial del conflicto antes que aten u arse se ha am p lia­
do? Inclusive si consideram os el caso de los pactos de 1990-1991 y de abril-junio
de 1994, que protocolizaron la desm ovilización de considerables contingentes
guerrilleros, ¿por qué el resultado fue, a la postre, tan lim itado? Para tratar de
resp o n d er estas preguntas delicadas hay que hacer un breve repaso de la h isto ­
ria reciente.
Subrayem os tres elem entos: prim ero, el objetivo explícito de los gobier­
nos ha sido pactar con las form aciones insurgentes su transform ación en fuerzas
políticas capaces de operar y com petir dentro de los m arcos del orden co n stitu ­
cional y legal. Pero es preciso reconocer que, pese a las reform as institucionales
y a nuevos aires en la política de las grandes ciudades, las prácticas en el país
siguen sujetas a lógicas clientelistas S egundo, las iniciativas de paz provienen
form alm ente del presidente de la R epública y por eso solem os hablar de proyec­
tos presidenciales. A unque los procesos se form ulan inicialm ente con claridad,
la agenda y el cronogram a de las negociaciones son indeterm inados, de suerte
que dism inuye la credibilidad y legitim idad. Tercero, las políticas de paz se han
convertido en la arena d onde se procesan los conflictos conform e a las reglas
im plícitas del sistem a político.
Veam os con algún detalle cada uno de estos aspectos.
1. La transform ación de las guerrillas en m ovim ientos políticos legal
requiere que el liderazgo insurgente perciba que la oferta gubernam ental re­
presenta una mejoría indiscutible de estatus político en relación con la posición
presente y que las fuerzas políticas y sociales reconozcan la validez de la oferta.
Ahora bien, la percepción que tengan los alzados en arm as d ep e n d e en gran m e­
did a del m om ento en que se form ule la oferta que, por lo dem ás, debe ser clara
y convincente. Sobre la significación del m om ento valga recordar que cuando
Belisario Betancur form uló su proyecto de paz, inicialm ente con una ley de am ­
nistía, las FARC acababan de hacer una lectura de la co yuntura política y habían
concluido que era el m om ento de crecer m ilitarm ente. Para el m -1 9 la oferta no
fue creíble. Sus dirigentes entendieron que Betancur quería "robarse la bandera
de la paz". Adem ás, en ese m om ento la ley de am nistía no interesaba por igual a
todos los gru p o s guerrilleros y el proyecto era incierto debido a d u ras críticas y
oposiciones veladas que em pezaron a surgir contra el presidente.

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I llS IO K IA ||| C o i O M B IA . I ’ mx i Rg .mi \ l AIX i, X X HT.I.M I l.'l\ ID ID A 523

S orp resiv am en te en 1984 las faí^c y el i’C se avinieron a p articip ar en


un curso g ra d u al de incorporación a la vida política legal m ed ian te la u p . La
historia es bien sabida. A nte la d esp reocupación d e los funcionarios g u b ern a­
m entales del m ás alto nivel, los poderes tácticos locales (políticos, latifundistas,
narco latifundistas, narcotraficantes, m ilitares, policías y dem ás agentes de la
seg u rid ad del Estado) apo y aro n g ru p o s p aram ilitares para exterm inar la n a­
ciente UP, au n q u e en algunos lugares las acciones a rm a d a s de las f a r c contra
los políticos locales dieron pie a las retaliaciones. La m iopía e indiferencia del
alto gobierno habría de crear en las f a f íc una p ro fu n d a desconfianza que se ha
p ag ad o m uy caro.
El cam ino abierto por B etancur culm inó, un tanto inesperadam ente, en las
desm ovilizaciones del e p l , del m -1 9 y de otros g ru p o s m enores, m uchos años des­
pués. En efecto, los pactos con el m -1 9 (m arzo de 1990) y el e p l (febrero de 1991)
parecían co m p ro b ar que es posible negociar la desm ovilización de un g ru p o a r­
m ado a cam bio de ofrecerle garantías plausibles para q u e p u ed a transform arse
en un m ovim iento político legal. La prom esa de reform a política, y luego la con­
vocatoria de la A sam blea N acional C onstituyente, fueron el p u n to de referencia
de las negociaciones del gobierno con el m -1 9 y el e p l .
M uy p ro n to este caso se convirtió en el ejem plo negativo para las f a r c ,
que habían p asad o por la d u ra experiencia de la u p , y para el e l n , que em pezaba
a recorrer los cam inos de la negociación. En efecto, la trayectoria electoral de los
g rup o s d esm ovilizados fue decepcionante. N o es fácil com petir por votos en el
m u n d o clientelar y m ediático. M antener la organización legal, crecer, d ifu n d ir
el discurso y sacar votos resultó m uy difícil, una vez q u e fueron agotadas las
cláusulas de los acuerdos que perm itieron a los g ru p o s am nistiados tener re­
presentación y vocería en la A sam blea C onstituyente. Al principio todo pareció
m archar bien: el m - 1 9 bordeó el m illón de votos en la elección de C onstituyente,
obteniendo el 27 por ciento de la votación total. C onvertido en A lianza D em o­
crática M -19 , a d - m -1 9 al ju ntarse el e p l (como E speranza, Paz y Libertad) y el p r t ,
soñó en co n stru ir y m an tener una base electoral d e votantes independientes, lo
que se llam a un electorado de opinión. Pero el sueño se redujo a una breve p a­
rábola hasta prácticam ente tocar suelo en las elecciones locales de 1997, cuando
apen as o b tuvo 60.000 votos, el 0,6 por ciento de la votación.
2. La seg u n d a característica de los procesos es q u e aparecen com o si fue­
ran em in en tem en te presidenciales. A fin de cuentas, el presid en te es el jefe del
Estado, de la adm inistración y el co m andante d e la Fuerza Pública. A unque
n u estro s presid en tes actúan en el entorno de un Estado débil, tienen m ás re­
cursos a su disposición y en cierto sentido un m ayor g rad o de legitim ación que
cualq u ier otro actor alternativo.
Los procesos de paz q u ed a n am arrad o s al ciclo y a las prácticas p er­
sonalistas de la política colom biana; d ep en d en del estilo personal de gobernar
del p rim er m an d atario de turno; del tornadizo estad o de ánim o de la opinión

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524 P a i . ac k i s - F k a n k S a t f o k d

pública; de los cálculos electorales de los contendientes; del cam biante cuadro
p artidista y faccional en el C ongreso; de las presiones de la Iglesia, los g rupos
em presariales y las organizaciones no gubernam entales ( o n g ) que hablan a n o m ­
bre de la sociedad civil. De esta m anera, la "p az" ha devenido en u n a rutina m ás
de las prácticas político-electorales y form a p arte del arsenal retórico corriente
del C obierno, de la llam ada sociedad civil y de las guerrillas.
Este carácter presidencialista ha expuesto la fragm entación estatal y polí­
tica. D entro de la ram a ejecutiva los presidentes están lim itados por los com an­
dantes de la Fuerza Pública y m ás concretam ente del ejército. En ocasiones ha
sido m anifiesta la hostilidad, que suele expresarse en renuncias m ás o m enos
intem pestivas de los m inistros de Defensa, originadas en desacuerdos sobre el
m anejo de la paz.
Las relaciones civicom ilitares son entonces un su strato que no puede d e­
jarse a un lado en cualquier análisis, pese a que la inform ación sea sum am ente
lim itada. Em pero, la profesionalización de la Fuerza Pública, que em pezó hace
unos pocos años, da señales m ás prom isorias porque perm ite desarrollar la re­
lación c iv il/m ilita r apegada cada vez m ás a las reglas del E stado de derecho.
Pero un presidente debe lidiar en otros frentes. En su propio gabinete p u e­
de haber políticos que, por estar arraigados a bandos partidistas e intereses regio­
nales, m anejan agenda propia. Este asunto de las relaciones del presidente con
la clase política se desarrolla en regateos im previsibles con las fuerzas m aleables
pero necesarias del Congreso. Estas situaciones subrayan la m agnitud del p ro ­
blem a de que el país carezca de partidos políticos m odernos, disciplinados, con
liderazgos establecidos y reconocidos por todos. Por eso es m ás azaroso el m a­
nejo presidencial de la paz, que debe ajustarse día tras día a un cuadro faccional
en red ad o e incierto. A todo esto deben añadirse los tribunales de justicia o la
Fiscalía que, a través de fallos y providencias, pueden alterar en un m om ento
determ inado la m archa de las negociaciones con la guerrilla.
El sistem a presidencial enfrenta la lim itación de los cuatro años del p e­
riodo. A prem iados por el tiem po, particularm ente cuando h an transcurrido dos
años del m andato, los presidentes y el círculo de consejeros term inan aceptando
que lo esencial de los procesos consiste en infundirles form a y ritm o, sin que
im porte qué dirección tom en o qué legado dejen al próxim o gobierno. Sin rep a­
rar en los lím ites intrínsecos de la negociación, quedan atra p ad o s en la táctica
y descuidan los objetivos estratégicos del Estado de derecho. De este m odo las
negociaciones, bastante apegadas a los aprem ios de la coyuntura, van desovi­
llando día tras día hilos que nadie logra anticipar.
La indeterm inación de agenda y cronogram a de la negociación, si bien
p u ed e d ar respiro a un gobierno, lleva en últim as a que la iniciativa política
efectiva de la operación de los procesos no provenga del presidente, aunque este
cargue con los costos. Esta desventaja ha sido hábilm ente explotada por la insu­
rrección, que m antiene un liderazgo vertical estable y por tanto ha conseguido

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1 1 IVI OKI A n i. C o k m i s . I’ a h \ i \ r . v ) , '■< v ii r . a d d a i d i d a 525

acu m u lar una experiencia negociadora y sabe m anejar los tiem pos del sistem a
político. Ante la im precisión, la insurgencia (o el gobierno, ostensiblem ente en
el caso de Gaviria) juega m oviéndose de lo su stantivo a lo procedim ental o vi­
ceversa, de su erte que siem pre haya sobre el tapete alg ú n tem a q u e deba ser
aclarado y negociado. En otras palabras, los diálogos no han conseguido crear
u n cam po com ún de significados sobre qué se en tien d e p o r "solución política al
conflicto arm ad o ". La co n trap artid a de esto es que la insurgencia p u ed e conside­
rarse com o fo rm ando parte d e un en tram ad o consolidado de negociación; com o
un ju g ad o r m ás q ue reconoce las reglas del juego y actúa com o los otros actores,
según conveniencia.
En estas condiciones se diluye el objetivo central: que las form aciones a r­
m ad as se transform en en m ovim ientos políticos legales. Esto pasa a segundo
plano puesto q u e la insurgencia, resp ald ad a en la retórica del E stado y d e sec­
tores sociales, religiosos y políticos, redefine el m odelo de paz com o un m edio
de hacer reform as sustantivas. A parte de que esas reform as p o d rían adelantarse
den tro del sistem a político, es decir, in d ep en d ien tem en te de los diálogos y n e­
gociaciones, el E stado ha hecho una concesión significativa: da a en ten d er a la
insurgencia q ue es necesaria para que el país entre en la fase de reform as.
Con todo, cu alquier presidente o negociador gubernam ental sabe q u e no
es titu lar del m an d ato dem ocrático para acordar reform as sustantivas que, even­
tualm ente, deben dejarse a una segunda instancia, sea el C ongreso, un referendo
o un a nueva A sam blea C onstituyente.
3. Finalm ente está el tem a de los procesos com o escenario norm al de ne­
gociar el conflicto político. Las políticas de paz (con alguna participación de la
llam ada sociedad civil) resultan altam ente conflictivas en el sentido de q u e se
han convertido en un cam po m ás de la com petencia p o r la distribución del p o ­
d er d en tro del sistem a, com o fue evidente en la cam paña presidencial de 1998,
cu an d o los dos candidatos, H oracio Serpa y A ndrés P astrana, se alinearon con
cada u na de las gran d es form aciones guerrilleras bajo la b andera de negociar la
paz. Estos procesos tam bién m arcan la com petencia p o r fuera del sistem a entre
las guerrillas rivales, así com o el juego de los param ilitares y sus patrocinadores
d en tro y fuera del sistem a. T am poco deben descartarse las tensiones que d iá­
logos y negociaciones p ro d u cen en el seno de cada u n a de las organizaciones
insurrectas.
De este m odo, los diálogos gobierno-guerrilla son obstaculizados en dis­
tintos grados por la táctica electoral, por la táctica de cada una de las agrupacio­
nes guerrilleras qu e esté participando en el esquem a de paz, por la táctica de la
derecha param ilitarista y , adem ás de todo esto, por los juegos florales de la llam a­
da sociedad civil, concretam ente los grem ios em presariales y las o n g , principal­
m ente las que depen d en de financiam iento externo. Estas interferencias inciden
plan tean d o distintos tipos de objetivos, itinerarios y escenarios de paz que, bajo
el m anto del pluralism o y el libre juego de opiniones, cuecen una sopa de letras

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52b M a r c o I ’ a i ac io s - T r a n k S a i f o x i )

espesa y m ás bien indigesta. Asim ism o, en la com petencia de guerrillas rivales


por llevar el protagonism o de la "paz", los negociadores oficiales deben trabajar
sim ultáneam ente en varias pistas evitando al m áxim o que una guerrilla neutrali­
ce la m archa de la negociación con la otra.
En cuanto la sociedad civil d em an d a el carácter público y abierto de los
diálogos y negociaciones, term ina por favorecer un m odelo de "p az televisada"
y por hacer del proceso de paz una pieza de teatro que no tiene fin. Algo que
conviene al gobierno de turno, pues la p az es una cortina de hu m o para no d e­
sarrollar políticas o para no rendir cuentas acerca de problem as sustanciales del
país.

Violencia, poder judicial e impunidad

En la segunda m itad del siglo xx colom biano, el p o d er judicial y la policía


recibieron el im pacto de La Violencia, del que aún no se rep o n en del todo. En la
década de los años 1950, la policía ganó, al m enos entre los liberales, una re p u ­
tación de bru talidad e ineficacia que no ha conseguido d isip ar com pletam ente
pese a los cam bios en los últim os años: reorganización interna, con un función
m ás clara para las secciones encargadas de la lucha an tid ro g as y en general
contra la crim inalidad organizada; expulsión de oficiales y agentes de d u dosa
conducta y m odernización de equipos. Según la policía colom biana, su flota de
helicópteros es la m ayor de las policías latinoam ericanas. Estos cam bios han
contribuido al desm antelam iento de grandes redes de narcotráfico, la captura
de miles de toneladas de droga y otras actividades derivadas. Por estas acciones
han recibido aplausos y m edallas de la D rug Enforcem ent Agency, d e a , y de
otros organism os de W ashington. Pero el ciudadano com ún sigue sufriendo y
percibiendo la inseguridad de siem pre. Las tasas de secuestros y robos, lejos de
abatirse, se consolidan.
El po d er judicial estuvo m arcado por la baja cobertura de juzgados en el
territorio nacional, la venalidad y el partidism o de los jueces. A dem ás, estaba en
una posición subalterna del poder ejecutivo. A penas en 1945 se creó un m inis­
terio específicam ente dedicado a aten d er la organización adm inistrativa del p o ­
d er judicial. D esde fines del siglo xix, los jueces estuvieron sujetos al M inisterio
de G obierno, encargado de m anejar asuntos de la política interna, com o las re­
laciones pu ram ente políticas del G obierno nacional con los congresistas, pero
tam bién con los gobernadores y alcaldes de las grandes ciu d ad es en asuntos de
ord en público. Los oleajes de violencia sectaria im pidieron q u e cristalizara una
judicatura in d ep endiente y confiable.
En este m edio siglo, el Estado ha enfrentado sus enem igos m ediante la
justicia de Estado de sitio. El aparato judicial y la legislación penal han sido
m ecanism os em pleados por el poder ejecutivo para fortalecer y legitim ar las
m edidas de excepción, ya sea contra el p artido contrario, el narcotráfico, los m o­
vim ientos de protesta social o la guerrilla izquierdista. Entre 1950 y 1987, por

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[ I i s t o k i a i b. C.'i >i o m d ia . 1’ m s : iv \ . m t \ i a i x ' . s< h ii-t >a d ü i\ i d i d a 527

ejem plo, la justicia penal m ilitar juzgó en consejos de guerra a civiles acusados
d e delitos contra la seg u ridad del Estado. Tan lenta e ineficiente com o la justicia
o rdinaria, había am pliado su cam po de acción al p u n to que en la década de los
años 1970 cerca de un tercio de los delitos consagrados en el C ódigo Penal podía
caer bajo la jurisdicción de jueces m ilitares.
La justicia de excepción fragm enta y desarticula la acción de diversos
organism os del Estado. Por ejem plo en 1995, ante el au m en to alarm ante de la
inseg u rid ad ciu d ad a n a y presionados por los m edios d e opinión (entre los que
saca la delan tera el periodism o sensacionalista), los políticos se vieran precisa­
dos en d u recer las penas y a crim inalizar diversos tipos "anorm ales" de conduc­
ta social, com o las p edreas estudiantiles, asim iladas a terrorism o. El resultado
inm ediato fue el au m en to de la población carcelaria, el hacinam iento de presos
(la g ran m ayoría pobres que no pu ed en pagar abogados) y la politización de los
m otines en m ed io de ex traordinaria violencia, com o se vio en las pantallas de
televisión en 1997 y 1998. En 1999 se habló de d esp en alizar conductas y en m u ­
chos casos cam biar la cárcel por la casa para que salieran un 25 por ciento de los
presos. Pero q u ed am o s a la espera de una nueva oleada de indignación pública
para qu e v u elv a a com enzar el ciclo.
A esto d eb e añ adirse la laxitud m ostrada frente a los transgresores p o ­
derosos. Por ejem plo, una vez consagrada la prohibición constitucional de ex­
trad itar nacionales, el G obierno negoció el "som etim iento" de Pablo Escobar a
la justicia. C onfiando en una nueva legislación de reducción de penas, a pesar
de estar sin d icad o de ser el au to r intelectual de una oleada de crím enes com o
el asesinato d e varios candidatos presidenciales, un m inistro de Justicia y un
pro c u rad o r G eneral de la Nación; del secuestro de periodistas y fam iliares de la
gente d e p oder, la dem olición dinam itera de dos g ran d es periódicos liberales y
de la sede nacional de la policía secreta, y la vo lad u ra de un avión de pasajeros
en pleno vuelo. Escobar im puso las condiciones de su cautiverio. Fijó el terreno
do n d e debía co n stru irse la cárcel, aprobó los planos, hizo el reglam ento interno
de la prisión y se encargó de dirigirla. Puesto q u e se "som etió" junto con su pla­
na m ayor, con esta convirtió la cárcel (conocida com o La C atedral) en guarida
desde la cual co n tin u ó dirigiendo, ahora con protección estatal, sus operaciones
de tráfico de d ro g as y de extorsión a otros narcotraficantes. Fugado, Escobar
prosiguió un a lucha feroz contra sus enem igos internos; trató de neutralizar al
gobierno secu estran d o m iem bros de las fam ilias políticas y prosiguió la guerra
contra sus com p etid o res de Cali, quienes p u d iero n co n tin u ar tranquilam ente
en su negocio m afioso a cam bio de d ar inform ación y ay u d a para elim inar al
dem o n izad o Escobar.
En vista d e la capacidad de infiltración de los narcotraficantes y de su p o ­
d er de extorsión resp ald ad o en un form idable ap a rato m ilitar, la ley estableció
justicias especiales o "la justicia sin rostro", en que los jueces y los testigos eran
secretos. A u n q u e en m uchos aspectos este tipo d e justicia fue eficaz, im pidiendo

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528 M \K(,i> P a i ACK Y. - I ' k a x k S a h u k i )

la efectividad de las am enazas de los narcotraficantes a los jueces, term inó, en


m ás de un 90 p or ciento de los casos, dedicada a acusar y d etener por conductas
en g ran ad as a luchas cívicas y populares o al control m ilitar del orden público, a
veces en abierta com plicidad con las violaciones a los D erechos H um anos. Esta
justicia, cuyo balance es am bivalente, desapareció recientem ente, aunque hay
presiones para que continúe. Si desde 1987 se declaró inconstitucional que los
civiles fueron juzgados en consejos de guerra, instituciones com o los jueces sin
ro stro continuaron sirviendo para violar las garantías procesales de los enem i­
gos del Estado, fueran narcotraficantes o guerrilleros.
O tro caso de bloqueo a la justicia es el de los m ilitares que gozan de un
fuero lim ítrofe con la im punidad. P uede citarse, entre otros, el caso de los ofi­
ciales y suboficiales del ejército sindicados por los jueces, junto a otros civiles,
de particip ar en distintas m asacres de cam pesinos sospechosos de apoyar g u e­
rrillas, ocurridos desde 1988. En estos casos, m ientras algunos cóm plices civiles
h an sido juzgados y han recibido penas acordes (no es para n ad a el caso de C ar­
los C astaño, el principal jefe param ilitar del país), los m ilitares han conseguido
ser ju zgados por m ilitares. En algunos casos, los jueces son antiguos subalternos.
P rotegidos por esta m uralla del fuero, el juicio ha qued ad o en el limbo, los acu­
sados prosiguen su carrera y ganan ascensos, pese a estar sub júdice.
O tra de las instancias judiciales creadas por la C onstitución fue la podero­
sa Fiscalía G eneral de la Nación. La oficina, con plena autonom ía adm inistrativa
y p resu p u estaria, quedó expuesta en sus debilidades en 1995, cuando el fiscal, al
m an d o de sus u n idades investigativas, acusó al presidente Ernesto Sam per de
com plicidad en el ingreso y m anejo de dineros provenientes del Cartel de Cali
en la cam paña electoral de 1994. En m anos de un político profesional y no de un
jurista, se vio cóm o la Fiscalía fija y desarrolla sus estrategias de investigación
sin re n d ir cuentas a nadie. El fiscal fue incapaz de construir un caso sólido contra
el presidente, dedicó obsesivam ente casi todos los recursos a su disposición a
"tu m b ar" a Sam per, se alineó ostensiblem ente con los enem igos políticos de este
y, para rem atar la faena, renunció a la Fiscalía postulándose de precandidato
liberal a la presidencia. La judicatura tram polín y la facilidad de judicializar la
política al precio de desatar una crisis nacional term inaron desprestigiando, aún
m ás, la justicia del Estado.

A LAS PUERTAS DEL CIELO

En cuanto a la im punidad, no todo es asunto del Estado. Tam bién hay que
exam inar la llam ada sociedad civil. A fines de 1999, unos 12 m illones de colom ­
bianos m archaron por las calles y avenidas de las principales ciudades pidiendo
paz. La consigna fue "N o m ás", queriendo decir, genéricam ente, no m ás vio­
lencia. Se gritó con m ás fuerza "N o m ás secuestros" y "N o m ás terrorism o". La
guerrilla pro p u so gritar "N o m ás desapariciones", "N o m ás torturas", "N o más
desem pleo", "N o m ás neoliberalism o"... Las m archas se realizaron una m añana

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H istoria I>i, C . ' o K A i u i A . I ’ a .n i - ‘. t : t , ■■•i, 529

dom inguera, en grupos fam iliares y aire de carnaval. Los padres se esforzaron
p or d ar una lección de civism o a sus hijos, aun a los m ás pequeños. La m ayoría
d e m anifestantes portaban globos de colores vivos y vestían cam isetas blancas
con dibujos alegóricos a la paz, principalm ente palom as. Los grandes periódicos
nacionales y de provincia, así com o las cadenas de radio y televisión, dieron
gran despliegue y cobertura a las m archas. P olíticam ente las guerrillas resintie­
ron la operación y sus jefes concluyeron que se trataba de una m anipulación m ás
de sus enem igos.
Q u izás estas cam inatas m atinales hablen m ás d e los cam bios en la cu l­
tu ra u rb a n a y en la cu ltu ra política de la seg u n d a m itad del siglo xx. No p u ed e
ser m ás palm ario el contraste con la gran m anifestación del silencio por la paz
convocada p o r G aitán en febrero de 1948, cu an d o el dirigente liberal pidió a la
gente vestir de negro en señal de luto y arengó a las m u ltitu d es en la pen u m b ra
del atardecer en la plaza de Bolívar, el corazón sim bólico y ritual del país.
¿Estam os frente a dos form as diferentes de la "dem ocracia directa" de las
calles? Q uizás no. Estas dos expresiones colectivas no parecen equiparables ni
por sus form atos ni por su origen, ni por las interpretaciones posteriores que de
ellas se hicieron, ni tam poco p o r los significados para los participantes.
El vocablo "sociedad civil" tam bién sirve para justificar la inepcia de sec­
tores de las elites frente a otro transgresor poderoso: la guerrilla. Llam ándose
a sí m ism o "la sociedad civil", un g rupo de dirigentes de las organizaciones
grem iales del país, algunos periodistas notables y funcionarios públicos, com o
rectores de un iv ersid ad es oficiales, un m agistrado de la C orte C onstitucional y
el p ro cu rad o r G eneral, se reunieron en Puerta del Cielo, un convento carm elita
de M aguncia, Alem ania, con representantes del e l n y firm aron con ellos un d o ­
cum en to que serviría de p u n to de partida para nu ev as negociaciones de paz con
esa organización.
El párrafo décim o de este acuerdo de m ediados de julio de 1998, llam ado
de Puerta del Cielo, acredita a l secuestro com o arm a legítim a de la lucha del e l n :

10. El ELN se com prom ete a suspender la retención o privación de la libertad de


personas con propósitos financieros en la m edida en que se resuelva por otros
medios la suficiente disponibilidad de recursos para el e l n , siempre que mientras
culmina el proceso de paz con esta organización no se incurra en el debilitam ien­
to estratégico. También, a partir de hoy, cesa la retención de menores de edad y
mayores de 65 años, y en ningún caso se privará de la libertad a mujeres em bara­
zadas.

El giro de M aguncia quitó a las f a r c cualquier reserva para reconocer que


tam bién secuestran y en racionalizar esta conducta. Lo m ism o pasaría con los
param ilitares. Secuestrando se habían abierto espacios políticos el m -1 9 en 1988 y
Pablo Escobar unos años después. En sum a, el e l n ganó carta blanca para secues­
trar en las condiciones del citado punto del acuerdo. Y eso han hecho los líderes

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530 M m« o I’a i - I r a n k S a i u 'K D

d e la organización para reclam ar del gobierno de A ndrés P astrana "ig u ald ad


de trato" con las f a r c en las negociaciones de paz. Para m ejorar su posición n e­
gociadora secuestraron un avión de pasajeros en abril de 1999 y, un as sem anas
después, irru m p ieron en una m isa dom inical en un barrio de clase alta de Cali,
tom ando com o rehenes a m ás de 150 feligreses, incluido el párroco.
C uando al últim o relevo de siglo los índices de desem pleo urb an o y de
violencia política alcanzan las cotas m ás altas de los últim os cuarenta años, es
difícil p ensar que los colom bianos p u ed a n sentirse m ás cerca de las p u ertas del
cielo.

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