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Alesandro Baratta

El modelo sociológico del conflicto y las teorías del conflicto acerca de la


criminalidad*

Las teorías del conflicto acerca de la criminalidad niegan el principio del interés social y
del delito natural afirmando: a) que los intereses que están en la base de la constitución
y la formación de derecho penal, son los de los grupos con poder suficiente para influir
los procesos de criminalización o, dicho de otro modo, que los intereses comunes a
todos los ciudadanos no son igualmente protegidos por el derecho penal; b) que la
criminalidad en su conjunto es una realidad social creada mediante el proceso de
criminalización. La criminalidad y todo el derecho penal han tenido por ello siempre
naturaleza política, por lo que la relación con la protección de determinados órdenes
político-económicos y con el conflicto entre los grupos sociales no es exclusiva de unos
pocos delitos "artificiales".
Las teorías del conflicto en torno de la criminalidad parten de una teoría general de la
sociedad, para la cual el modelo del conflicto es fundamental. El horizonte
macrosociológico en el cual dichas teorías estudian la criminalidad y los procesos de
criminalización, lo suministra la sociología del conflicto que se desarrolló y consolidó
en los Estados Unidos y en Europa en los años cincuenta con la obra de Ralph
Dahrendorf y Lewis Coser, quienes adoptaron como objeto de su polémica el
estructural-funcionalismo que dominaba el panorama de la sociología liberal con las
teorías planteadas por Talcott Parsons (1961) y Robert K. Nierton (1957), basadas en el
modelo de la integración y del equilibrio social.
El carácter ideológicamente conservador de dichas teorías y el nexo que en ellas se
establece entre las teorías y la situación política y económica de los Estados Unidos, han
sido objeto de profundo análisis (Gouldner, 1972, 601 y 55.). A la exigencia de superar
en el plano ideal la conflictividad social -agudizada amenazantemente en el período de
la gran depresión introduciendo elementos emocionales y morales de integración en
donde los económicos resultaban insuficientes, al prevalecer la atención del público
norteamericana sobre el conflicto externo más que sobre el interno en el período de la
intervención norteamericana en la segunda guerra mundial, de la guerra de Corea y de la
guerra fría, correspondía en la ideología oficial de las escuelas sociológicas, el
predominio de una teoría sociológica que negaba la objetividad de los contrastes de
clase, y por ello de las funciones del conflicto y del cambio social y que exaltaba el
modelo teórico del equilibrio y de la integración, contribuyendo así a la estrategia de la
estabilización conservadora del sistema.
La discusión y la crítica del estructural-funcionalismo se convirtió en el tema central, no
sólo en el ámbito de la sociología alternativa de inspiración abierta o indirectamente
marxista, sino también en el ámbito de la sociología liberal, desde el momento en que
variaron, en la mitad de la década de los años cincuenta, las condiciones político-
económicas. La intensificación de las luchas raciales y la oposición por parte de vastos
sectores de la sociedad norteamericana a la participación en la guerra de Vietnam, al
igual que en el mundo socialista; los sucesos de Budapest, Berlín y luego la primavera
de Praga, constituyeron todos ellos dramáticas señales de un movimiento de la realidad
cuyas mistificaciones en un modelo de estabilidad, equilibrio y homogeneidad de
intereses y, en general, consenso, como lo propone el estructural-funcionalismo para la
explicación y descripción del sistema social, no es posible. La alternativa del conflicto
en la sociología liberal, aparece paralelamente a la consolidación de una nueva
estrategia reformista en el neocapitalismo, así como a la consolidación de un mayor
equilibrio sindical dentro de la nueva constelación política de "centro-izquierda" Es la
era de los Kennedy en los Estados Unidos, de las grandes coaliciones y de los gobiernos
socialdemócratas en Europa, así como de las acciones conjuntas entre los monopolios y
los sindicatos. Es la época en que se experimenta una intensa intervención reguladora,
mediadora y planificadora del Estado en la economía.
La teoría sociológica del conflicto respeta y acompaña toda esa evolución ideológica,
rechazando como a un mito, del cual es necesario liberarse, la idea de una sociedad
cerrada en sí misma, estática, libre de conflictos y basada en el consenso. Esta es la
utopía de la cual invitaba Dahrendorf -en su famoso ensayo- a separarse a la sociología.
En dicho ensayo, Dahrendorf le atribuye al sistema social descrito por el estructural-
funcionalismo, el carácter constante de los sistemas utópicos desarrollados a partir de
Platón, los cuales se caracterizan por ser sistemas aislados en el tiempo y en el espacio,
es decir, sociedades cerradas y autosuficientes en las cuales no ocurren cambios ni
conflictos y hay un consenso general respecto de los valores comunes. En la armonía
que hay en esas sociedades entre las cuales ejerce su propia función dentro del sistema,
encuentra Dahrendorf -recordando a Platón- la expresión misma de la justicia.
Los sistemas sociológicos que como los de Merton y Parsons, se basan en los
mencionados modelos del equilibrio y que trasmiten, por ello, la ideología acerca de la
justicia correspondiente a dicho modelo, son, según Dahrendorf, sistemas utópicos
totalmente inadecuados para la comprensión de la realidad social contemporánea.
Dahrendorf (1958, 126) proclama la necesidad una revolución copernicana en el campo
del pensamiento sociológico para, de esa forma, poder comprender la realidad. El
cambio y el conflicto deben dejar de ser entendidos como desviaciones de un sistema
"normal" y equilibrado, y deben, al contrario, ser vistos como características normales y
universales de la sociedad. Es necesario reconocer que las sociedades y las
organizaciones sociales existen y se mantienen. no merced a un consenso o un acuerdo
universal, sino a causa de la coacción y la presión de unas sobre las otras" (ibídem,
127).
Cambio y conflicto, así como dominio, son los tres elementos concurrentes a la
formación del "modelo sociológico del conflicto" que se contrapone al del equilibrio y
la integración. En relación con esa noción de conflicto es necesario resaltar, en primer
lugar, el carácter formal tanto de dicha noción como de la noción de cambio social que
de ella desciende, y que excluye, según Dahrendorf, totalmente la posibilidad de
distinguir entre "cambio en el sistema" y "cambio del sistema" y, por consiguiente, entre
"cambio microscópico" y "cambio macroscópico" (ibídem, 126). Las nociones de
conflicto y de cambio social son, en segundo lugar, universales en la medida en que la
forma en la cual se contraponen a la noción de equilibrio, implica, al igual que en el
caso de las teorías estructural funcionalistas, una concepción indeterminada de la
relación misma de dominio, que es a su vez la que genera el conflicto. La concatenación
lógica entre los tres elementos que concurren en la formación del modelo del conflicto,
es inversa respecto de la realidad. La relación de dominio -afirma Dahrendorf- crea el
conflicto, el conflicto crea el cambio, "y en un sentido altamente formal, es siempre la
base de dominio la que se encuentra en juego en el conflicto social" (ibídem, 127).
Resulta oportuno detenerse un poco sobre este punto. En la sociedad "tardo-capitalista",
el objeto del conflicto no son las relaciones materiales de propiedad, producción y
distribución, sino más bien las relaciones políticas de dominación de unos hombres
sobre los otros. El punto de partida para la aplicación del modelo del conflicto, no es,
por tanto, la esfera económico-social, sino más bien la esfera política. En lugar de
explicar el conflicto como consecuencia de intereses tendientes a trasformar o mantener
relaciones materiales de propiedad y las relaciones políticas como un resultado del
conflicto, es más bien éste el que debe ser considerado como una consecuencia de las
relaciones políticas de dominio.
Bajo todo ese concepto de conflicto y de cambio social como concepto universal y
permanente, no resulta difícil reconocer la existencia de toda una estrategia ideológica
de corte reformista que pretende de desviar la atención del contenido material del
conflicto hacia las formas variadas de su mediación política, haciendo equivalentes los
cambios estructurales a los cambios de gobierno.
A análogas conclusiones se llega en el análisis del concepto de conflicto en el caso de
Coser. Mientras Dahrendorf acentúa sobre la normalidad del conflicto considerando su
función no solamente como referida al cambio social, Coser acentúa su teoría acerca de
la funcion positiva del conflicto. Según Coser, el conflicto es funcional, no sólo porque
asegura el cambio, sino porque contribuye a la integración y a la conservación del grupo
social. Coser presenta su teoría mediante la paráfrasis y comentario de un famoso
capítulo de la Sociología de Simmel (Simmel, 1958, 186 y ss.). Simmel puso en
evidencia el papel positivo del antagonismo: antagonismo y armonía eran, para él, los
dos principios de cuya concurrencia derivaba una condición esencial de la integración
de los grupos sociales: "La vida comunitaria no sería tan rica y plena si las repulsivas y
-consideradas individualmente- también destructivas energías, desaparecieran de ella. Si
ello ocurriera, la vida comunitaria seria mas bien una imagen irrealizable y un tanto
cambiante, al igual que lo serían el auxilio y la armonía de intereses después de haber
sido desechadas las fuerzas de la cooperación y la simpatía" (Simmel, 1958, 189).
Según Coser, no todo conflicto tiene esa función positiva para la estructura social, y no
son funcionales, por tanto, aquellos conflictos que contradicen los presupuestos básicos
de la sociedad y que además colocan en tela de duda los valores fundamentales sobre
los cuales descansa la legitimidad del, sistema. Mientras que los conflictos como los
arriba descritos, amenazan con hacer pedazos las bases del sistema en lo referente a su
legitimidad, pueden contribuir "a última instancia a la conservación v adaptación de
dichas bases haciendo posible "una readaptación de las normas y de las relaciones de
poder dentro de los grupos, conforme a las necesidades manifiestas de los miembros
individuales o de los subgrupos" (Coser, 1956, 151).
Coser, así como Dahrendorf, adopta como punto de partida para su construcción una
definición formal de conflicto: conflicto es "una lucha sobre valores y pretensiones para
la obtención de status social, poder y recursos, en la cual las intenciones de los
oponentes son las de neutralizar, herir o eliminar a sus rivales" (Coser, 1956, 8).
La diferencia entre las definiciones de conflicto de Dahrendorf y Coser es evidente. Para
Coser, el poder es uno de los posibles objetos de conflicto entre otros bienes materiales
e inmateriales. Para Dahrendorf, en cambio, el conflicto es, como se ha visto, reducible
siempre al poder o a las bases del dominio.
Un capítulo importante de la recordada monografía de Coser es el que contiene la
diferencia entre conflictos realistas y conflictos lío realistas (Coser, 1956, 48 y 55.).
Coser retoma la distinción introducida por Simmel entre el conflicto visto como un
medio para alcanzar ciertos fines (por ejemplo, la posesión de ciertos bienes y el poder o
la aniquilación del adversario) y el conflicto que es fin en sí mismo. Mientras que los
conflictos que pueden ser clasificados dentro del primer tipo, observaba Simmel, son
potencialmente sustituibles por otros medios, aquellos que se clasifican dentro del
segundo tipo no pueden ser sustituidos, reencaminados o limitados. De la misma manera
que los conflictos que Simmel hacía depender del mero deseo de conflicto desaparecían
en el mismo momento en que se lograba su fin, en la formulación de Coser, inspirada en
la psicología de lo profundo, los conflictos irreales derivan de la necesidad de
"descargar una tensión agresiva" (Coser, 1956, 50). Es decir, están ligados a una actitud
irreal e irracional que se localiza en la esfera emocional. Los conflictos realistas, en
cambio, son plenamente compatibles con una actitud real y racional, ya que una de sus
características es precisamente la presencia en ellos de una alter. nativa funcional en los
medios para la consecución de determinados fines. De igual forma y en la medida en
que conserven la forma de una lucha entre conflictos realistas, permitirán alternativas,
cuya selección se basará en el cálculo racional.
Según Coser, la distinción entre conflictos realistas y no realistas arroja nueva luz sobre
el problema de la conducta desviada, así como sobre el control de ella. De esa manera,
el tema de la función normal y positiva del conflicto es asociado con el desarrollo del
estructural-funcionalismo acerca de la función normal y positiva del comportamiento
desviado. Al mismo tiempo se nota una importante analogía o mejor dicho, un punto de
convergencia entre la teoría estructural funcionalista y la teoría del conflicto sobre la
desviación: "Un individuo de comportamiento desviado, no tiene que ser
necesariamente irracional o carente de orientación real, como ha sido explícitamente
asumido por algunas teorías. El comportamiento desviado que Merton analiza en
"Anomia y estructura social" sería una de las variantes del conflicto realista en la
medida en que representa un esfuerzo por alcanzar fines culturalmente prescritos a
través de medios institucionalmente "tabuizados" por la cultura. Si el sujeto desviado
del cual se trata tuviese a su disposición medios legítimos para alcanzar los mismos
fines, las posibilidades de que adoptará para ello un comportamiento desviado serían
menores. En este caso, en el comportamiento desviado se encuentra más un medio de
expresión. Otras formas de desviación, sin embargo, podrían servir para liberar
tensiones acumuladas durante el proceso de socialización a causa de frustraciones y
poco éxito en el desempeño de los papeles de adulto. En estos casos lo que cuenta para
el sujeto desviado es el comportamiento agresivo mismo, mientras que el objeto en
contra del cual se dirige dicho comportamiento adquiere importancia secundaria. La
liberación del impulso tiene precedencia. En ello está la satisfacción, y, por
consiguiente, el acto no sirve para la consecución de ningún fin determinado. "En casos
similares la toma en consideración de medios pacificos, como alternativa de medios
agresivos, es menos probable, porque la satisfacción se encuentra solamente en los
medios agresivos, y no en el resultado" (Coser, 1956, 51).
Como se puede ver, el retorno a la teoría de la desviación de Merton y en particular a la
"desviación innovadora", que es a la vez la más importante de las formas de desviación
que se analiza en dicha teoría, es explícito. De esa forma, la desviación innovadora es
incluida dentro de la teoría del conflicto como una forma de conflicto realista, es decir,
como una forma de comportamiento no necesariamente irracional, sino más bien normal
-como señaló Merton- en aquellas situaciones sociales en que hay discrepancia entre los
medios legítimos de que disponen los individuos y los fines culturalmente establecidos.
La primera exposición madura de una verdadera y propia teoría de la criminalidad desde
la perspectiva del conflicto, la ofrece Ceorg D. Vold en un libro de muy útil lectura
(Vold, 1958, 203 y 55.). Sin embargo, no es posible dejar pasar inadvertida una
convincente antícipación que se localiza en un viejo escrito de Sutherland que data de
los años treinta y del cual vale la pena trascribir el siguiente pasaje:
"(El crimen) es parte de un proceso del conflicto del cual el derecho y la pena son los
otros dos elementos. Dicho proceso, que se inicia en la comunidad aun antes de la
vigencia del derecho, continúa apareciendo en la comunidad y en el comportamiento de
los delincuentes individualmente, aun después de que la pena haya sido impuesta.
Pareciera que dicho proceso se lleva a cabo de la siguiente forma: cierto grupo de
personas advierte que uno de sus propios valores -vida, propiedad, belleza del paisaje o
doctrina teológica- es puesto en peligro por el comportamiento de otras personas. Si el
grupo es políticamente influyente, el valor importante y el peligro serio, los integrantes
del grupo obtendrán la emisión de una ley, y de esa forma, la cooperación del Estado
para la protección de sus propios valores. En los tiempos modernos, por lo menos, el
derecho es el instrumento que una de las partes en conflicto utiliza en contra de la otra.
Los integrantes del grupo no comparten los valores que el derecho y el Estado son
llamados a proteger, y llevan a cabo una acción que anteriormente no era calificada de
criminal, pero que merced a la colaboración del Estado se convierte en tal, lo que
implica la continuación del conflicto. De esa manera, el conflicto que el derecho estaba
llamado a eliminar, se hace aún mas grande, en la medida en que el Estado se ve en-
vuelto en el asunto. La pena, a la vez que un instrumento utilizado por el primer grupo
en contra del segundo, por medio de la participación del Estado constituye un nuevo
grado de conflicto. La exposición anterior del conflicto se ha hecho en términos de
gÉupo, en vista de que la mayoría de los crímenes implican la participación activa o
pasiva de más de una persona o el encubrimiento activo o pasivo, de modo que es
posible considerar al sujeto que es llevado frente al juez como un mero representante de
un grupo" (A. Cohen, A. Lindesmith y K. Schuessler, 1956, 38).
La concepción anterior de Sutherland contiene los elementos principales de una
criminología del conflicto. De ellos resulta oportuno señalar tres: a) la precedencia
lógica del proceso de criminalización al comportamiento criminal; b) la relación entre
los intereses y la actividad de los grupos sociales en conflicto y el proceso de
criminalización del comportamiento criminal; C) el carácter político que asume el
fenómeno criminal: criminalización, comportamiento criminal y pena son todos
aspectos de un conflicto que se resuelve mediante la instrumentalización del derecho y
del Estado, es decir, por medio de un conflicto en el cual el grupo (que tiene el poder
logra definir corno ilegales los comportamientos contrarios a sus intereses, obligando de
esa forma a los integrantes del grupo contrario a actuar en contra de la ley.
Los tres elementos señalados los encontramos de nuevo en la teoría planteada por Vold.
quien una vez definido el comportamiento criminal como el comportamiento normal
que se encuentra en el proceso de interacción interna de determinado grupo, hace notar
el hecho de que el problema radica más bien en el poder de definicion, base sobre la
cual dicho comportamiento es definido como comportamiento criminal. "En la medida
en que el comportamiento criminal en toda su amplitud sea el comportamiento normal
de los individuos que responden normalmente a situaciones definidas como indeseables,
ilegales y, por tanto, criminales, entonces el problema principal será el de la
organización social y política de los valores establecidos, conforme a los cuales algo es
o no es prohibido. El crimen, en ese sentido, no es más que comportamiento político, y
el criminal se convierte en el miembro de un grupo minoritario carente del suficiente
apoyo popular necesario para dominar y controlar a la fuerza policial del Estado" (Vold,
1958, 202).
Resulta oportuno detenerse en las nociones de grupo y de politica puestas en juego en la
anterior concepción del fenómeno criminal. Como en general en la sociología del
conflicto, en el caso de Vold, su imagen de la sociedad está influida por una teoría
mecanicista y pluralista de grupos, los cuales se forman v se mantienen, en función de
su capacidad de servir a los intereses y necesidades comunes de sus miembros. "Los
grupos surgen de importantes necesidades de sus miembros y deben ser útiles a dichas
necesidades, pues de lo contrario los miembros se alejan del grupo. Esa es la razón para
que en la medida en que surjan nuevos intereses se formen nuevos grupos, y los
existentes desaparezcan cuando dejan de tener propósito alguno que cumplir" (ibídem,
205).
El conflicto se produce cuando en la persecución de sus propios intereses, los grupos
entran en competencia "en su mismo campo general de interacción", lo que hace que
tiendan a superarse y eliminarse mutuamente. La principal preocupación del grupo es la
de evitar ser sustituido por el grupo concurrente en el propio terreno de operaciones, la
de "defenderse para conservar su lugar y posición en un mundo de constantes reajustes"
(ibídem). Una concepción mecanicista como la anterior acerca de la competencia de los
grupos sociales entre sí, lleva inevitablemente a una versión un tanto superficial y
esquemática del proceso de criminalización y de su carácter politico, lo cual constituye
uno defectos de la criminología del conflicto. Resulta singular el hecho de que autores
como Dahrendorf y Coser que tienen el cuidado de guardar cierta distancia del
marxismo, concluyan en una extraña concepción del derecho y del Estado, según la cual
estos son instrumentos que pasan de las manos de un grupo dominante al siiguiente, lo
que por ironia de la historia, los convierte en portadores de la representación grosera v
mecanicista propia de una tradición del marxismo vulgar: "la del derecho de clase"
denominación, ésta, que resulta inadecuada para representar tanto la concepción de
Marx acerca del derecho y del Estado, como para comprender la naturaleza y funcion de
una sociedad industrial avanzada.
No menos simplista es la manera en que las teorías del conflicto presentan el proceso de
criminalización, como un proceso en el cual los grupos en el poder logran influir en la
legislación, utilizando de esa forma las instituciones penales como un arma para
combatir y neutralizar el comportamiento de los grupos contrarios. El efecto de esa
sumaría concepción se agrava aún más en el caso de Vold, en la medida en que éste
toma en consideración solamente los mecanismos selectivos de la criminalización que
surten efecto en el momento de la formación de la ley penal (crimínalización primaria),
dejando de lado aquellos cuya fuerza es aun de mayor importancia y cuyo efecto se da
en el momento mismo de la aplicación de la ley penal (crimínalización secundaría).
La primera de las premisas arriba enunciadas, se encuentra, al igual que en todos los
criminólogos del conflicto, en la teoría de Turk. Me refiero al planteamiento de la
definición, o de la reacción social. En relación con el punto específico antes tratado, nos
dice Turk: "Resulta evidente que la delincuencia, enfocada desde el punto de vista
operacional, no es propiamente un tipo o combinación de tipos de comportamiento, sino
más bien una definición acerca de los preadultos, hecha por quienes están en posición
de aplicar definiciones legales" (Turk, 1964a, 216).
La criminalidad es un status social que le es atribuido a cualquier persona por quien
tiene en sus manos el poder de definición. Esta es la premisa básica de toda la obra de
Turk (Turk, 1972, 8 y ss.). La atribución de dicho status mediante el ejercicio del poder
de definición en el ámbito de un conflicto intergrupal es, como habíamos hecho notar, la
acentuación característica que el planteamiento de la definición asume en la perspectiva
de la sociología del conflicto.
El problema de la delincuencia, conceptualizado de esa manera, se trasforma, en Turk,
en el de la "ilegitimación", termino, éste, por el cual el autor entiende la atribución del
status de violador de normas que se le atribuye a un individuo. Por la razón anterior, la
teoría cuyo programa traza Turk en el artículo a que hacemos referencia, es una teoría
sociológica de la delincuencia que se limita a señalarla como fenómeno jurídico-social"
(Turk, 1964a, 216). Los conceptos que el autor propone para la construcción de dicha
teoría son, además del concepto de legitimación, los de "posición social", "dominio y
desventaja", "conflicto social y cultural" y "urbanismo" (ibídem, 217 y ss.).

* Extracto del articulo publicado en Doctrina Penal Año 2 nº 5 a 8, Ed. Depalma,


Buenos Aires 1979. Publicado originariamente en italiano bajo el titulo Conflitto sociale
e criminalità. Per la critica della teoría del conflitto in criminología, en "La Questione
Criminale" (III), 1977, ps. 9-50.

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