El fervor por las revolución cubana y nicaragüense, impactaron conceptualmente en las
ciencias sociales latinoamericanas. Esto se debió por los postulados de la Teología de la Liberación y sus postulados humanistas. La desigualdad social y la poca calidad de vida entre los latinoamericanos era tan evidente, que los personajes religiosos y laicos acudieron a nuevas formulaciones para tratar de resolver el problema. El marxismo académico, junto con la teoría de la dependencia, fueron las armas con las que se prepararon estos inconformes personajes.
El alcance solidario eclesiástico se extendió gracias al Concilio Vaticano II, y culminaría en
la Conferencia de Puebla en 1976. Dicho proyecto se extendió en toda América Latina, con sus debidas particularidades, alcanzando más notoriedad en Nicaragua y su Revolución Sandinista. Podemos decir que la naturaleza de la Teología es más moral y social que política, “privilegia el trabajo de las comunidades de población pobre y marginada, combinando la labor evangelizadora con la de organización comunitaria dirigida a que los pobres puedan hacerse cargo de mejorar sus condiciones de vida por si mismos…con independencia de las autoridades establecidas y los partidos políticos”
Con la Declaración De Medellín, la Teología proclamó su compromiso solidario para hacerle
frente a las injusticias sociales. Si bien el corpus de la Teología es esencialmente moral y algunos planteamientos para entender la realidad social se queden cortos, este proceso de renovación teológica permite crear lazos entre las izquierdas laicas y los cristianos, cosa novedosa ya que históricamente, las izquierdas han sido tradicionalmente ateos y los religiosos de naturaleza reaccionaria. Sin embargo, los resultados positivos de ambas partes se han reflejado en algunas experiencias como en el caso de El Salvador, Guatemala y Nicaragua “así como las de los curas Camilo Torres y Manuel Pérez a la cabeza de la guerrilla colombiana del ELN”.