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Jean-Claude Schmitt**
Cada uno de los campos que se evocan más arriba goza de una relativa
autonomía debido a modos particulares de funcionamiento y a formas propias de
enunciación.
La enunciación lingüística naturalmente padece el inconveniente del tiempo, de
la diacronía de la palabra y de la frase. Testimonio de esto es, una frase cuyo significado
es primordial: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gen. 1, 26): la
frase bíblica despliega en el tiempo, a voluntad de las funciones sintácticas que acciona,
la distinción del Creador y de la criatura, la anterioridad del primero, la mediación de su
acción, la subordinación necesaria del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.
Asimismo establece la posibilidad de un comentario verbal, que se desprende de
considerar esta temporalidad, subrayando que la acción divina más allá del primer
instante de la Creación, sigue desplegándose en la historia, donde se juegan los destinos
diferenciados de la “imagen” y la “semejanza”. Pero la frase bíblica está sustentada en
los manuscritos medievales, miniaturas, imágenes materiales que funcionan de manera
muy diferente, ya que están unidas en la simultaneidad de un “permitir ver” que se
opone al desarrollo diacrónico del “decir”, condensando en el orden de lo visual la
intención del Creador, su acto de palabra y el resultado acabado del mismo, el hombre y
la mujer.
Así, la imagen material se acerca a la imagen onírica, que también se yuxtapone
con la sincronía, asociando a su antojo elementos heterogéneos. La iconografía de los
sueños de la Edad Media encierra incluso en un espacio único (enmarcado a veces por
una cortina que se abre como para dar testimonio de la revelación del sueño) la figura
del soñador adormecido y las de los objetos de su sueño. Éstos están situados uno junto
al otro, sin tener en cuenta el orden de sucesión al cual puede obligarlos una narración 3
(como aquel de los sueños del faraón interpretado por José).
No obstante, el sueño sólo existe realmente, tanto para el individuo que lo soñó
como con mayor razón para su entorno, en la medida en que es contado, es decir, que se
plega a la lógica del lenguaje, del análisis y de la interpretación. Encontramos entonces
entre el sueño y el lenguaje, el mismo tipo de relación que entre el lenguaje y las
imágenes materiales: sucede que un texto escrito (como el saludo angélico de la
Anunciación) toma un lugar en la imagen para precisar su sentido y, que un comentario
escrito u oral (ekphrasis) perfeccionará o modificará el sentido de la imagen.
Inversamente, una miniatura “ilumina” frecuentemente un texto (como un verso
bíblico).
Más que una simple relación texto/imagen, encontramos una gran cantidad de
modalidades del imago, unas y otras irreductibles, pero igualmente inseparables. Ellas
organizan la relación cruzada del sueño, del lenguaje, de las imágenes materiales. Esta
relación define el área completa de la “imagen” medieval, haciendo uso de estudios
interdisciplinarios -más complejos de los que se pensó tradicionalmente- ya que cada
una de esas disciplinas precisó dar cuenta separadamente de estas áreas (historia del
arte, del idioma, de la literatura, entre otros).
Imagen y desemejanza
Imágenes y visiones