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Dr.

Kléver Silva Zaldumbide


MEDICO ACUPUNTURISTA
Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Central del Ecuador
Especialización de dos años de postgrado en la República de China en
ACUPUNTURA Y MOXIBUSTIÓN

Aprender a decir “no”


Con esta frenética vida citadina, se estima actualmente que siete de cada diez
personas sienten que el día no le alcanza. Vivimos contra el reloj y
terminamos intimidados, incomodados, abrumados y es que el problema de
vivir a “mil por hora” deriva en angustia por hacer demasiadas cosas y a veces
se termina haciendo mal. En esta alocada y hasta a veces extraviada
modernidad, el desafío de organizarse de manera realista es crucial y no sólo
por nuestros deberes y obligaciones sino también por nuestra salud. Nuestro
esclavismo laboral voluntario, las presiones por cumplir metas de las
instituciones, de nuestros jefes, que todo sea “para ayer” hace que a mucha
gente le pareciese normal tener perturbación del sueño, inquietud, dolores
inespecíficos, nerviosismo, hormigueos, amortiguamientos, disfunción
eréctil, cientos de síntomas que los tratamos, lamentablemente, solo síntoma
por síntoma con antídotos pero que en el fondo no son otra cosa que parte de
los trastornos de ansiedad.
Observamos en los gimnasios gente que ve más el celular de lo que entrena o
que en vez de concentrarnos en la sagrada alimentación, “cuchareamos” la
comida revisando los correos, chateando o actualizando “chismes” en las
redes sociales. No somos conscientes de la riqueza energética que tiene el
tomar una ducha, por ejemplo. Sabemos el beneficio y hasta recomendamos a
alguien diciendo: “Date una ducha y te pones nuevito” pero no sabemos
científicamente cuál es el fenómeno electromagnético ni el intercambio iónico
que se produce, y pese a ser parte de lo que hacemos rutinariamente, lo
hacemos de un forma atropellada, apurada y automática, consecuentemente
no recibimos su beneficio energético que ésta nos brinda.
¿Nos hemos puesto a pensar qué tiempo real nos ocupamos psicológicamente
de nosotros mismos? Más del 90% del tiempo nos movemos por el mundo sin
conciencia y en la más profunda distracción automatizada, el reposo
consciente está casi totalmente ausente. Basta con el ejemplo del generoso
aporte energético de la ducha diaria, cada vez más corta y anulada porque
nuestra mente está ocupada en que ya nos atrasamos o en lo que tenemos que
hacer luego de ésta. El acto sublime de nutrirnos se convierte en un estresante
y apurado “cuchareo” mientras nuestra mente está atenta a la televisión que
nos intuye a una morbosa fascinación masoquista con las malas noticias y la
crónica roja del día. El reposo mental consciente que debería ser y estar
intercalado durante nuestra ardua lucha diaria está ausente. La
“contracultura” homicida actual hace que nuestros niños sean absorbidos por
la TV y los aparatos móviles carcomiéndoles las más sublimes funciones
superiores de su tierno y explotable intelecto.
La toma de conciencia surge de la capacidad de mirarnos a nosotros mismos
de manera honesta, pero poniéndonos ante un tribunal interior amable y no
ante el juez interior que nos castiga con culpas y miedos, una verdadera
autoobservación con paz espiritual. Tener por lo menos un momento “sin
amos”, pues hay quienes se especializan en explotar nuestro ego y éstos
querrán convertirse en nuestros amos si estos poseen algo que nosotros no
tenemos, pero queremos tenerlo a toda costa. Tratemos de tener un
autogobierno psicológico, un autocontrol sincronizado, preguntémonos
¿Quién podrá esclavizarme si sólo deseo lo que depende mí? ¿Cuánto vale mi
libertad emocional? El problema es tal vez que no nos detenemos a ver que
nuestra vida es cada vez más aprisionada y limitada en lo fundamental, por
tanto, los acuerdos, la vida en convivencia y el sentido de comunidad se va
haciendo imposible.
Mi admiración y reconocimiento para aquellas personas que reconocen y se
asombran con lo simple y auténtico, que les enternece la sabiduría sosegada
del discreto buen ejemplo que ocurre lejos de la alharaca mediática, que les
resulta fácil entender qué es la autosuficiencia, esa capacidad de gobernarse
a sí mismos prescindiendo de la arrogancia narcisista de los que no saben por
qué actúan con prepotencia confundidos entre los complejos de superioridad
o inferioridad ante los demás. Me estoy refiriendo a aquellos que, sin ocupar
las primeras planas de los periódicos ni estar en la lista de los “top ten”, tienen
tan sólo la virtud de saber vivir, ser ellos mismos, sin dejarse seducir por una
vida de máscaras y prejuicios.
Algún sabio de la filosofía antigua decía: “Tendrás mis plumas, mi pico, mis
garras, pero no a mí, no mi vuelo, ni mi alegría ni mi canto”. Esta premisa
llegada de la antigüedad es clara y contundente, se reduce a cuantos menos
apegos tengamos más cerca estaremos de la felicidad. Pero esto parece que
va quedando en el papel porque cada vez nos sentimos con menos capacidad
de renunciar a lo superfluo que nos hace daño, que nos quita libertad y que
nos tiene de esclavos voluntarios.
En este mundo al revés como dice Galeano, todos estamos presos de la
necesidad, unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen,
y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. Ven a su
prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reducen a la soledad
y nos consuelan con drogas químicas y acosadores cibernéticos disfrazados
de amigos virtuales. Estamos condenados a morirnos de hambre, a morirnos
de miedo o a morirnos de aburrimiento.
Este actual correr contra el tiempo está comprobado hasta la saciedad que
genera disturbios en la esfera emocional tanto del estado de ánimo como de
la conducta, pues, con un poco de acuciosidad, cualquiera puede darse cuenta
que hace apenas unos 30 años prácticamente no existían los trastornos de
ansiedad, los ataques de pánico.
Estas son las enfermedades de lo que vivimos en este siglo, de la rapidez, del
estrés, de la ansiedad y todo esto tiene mucho que ver con el mal manejo del
tiempo. Sumemos a todo este cuadro emocionalmente alarmante algo que no
está escrito en ningún libro de medicina y que se llama el sentimiento de
infelicidad y de insatisfacción. Nos pasamos el día esperando la noche, la
semana esperando el viernes, todo el año esperando las vacaciones y la vida
esperando para ser felices.
Las generaciones han ido apareciendo desde la Interbellum (1900–1914), la
Grandiosa (1915–1925), la Silenciosa (1926–1945), la Baby Boomers (1946
– 1960), la generación X (1961 – 1981), la Y o Millenials (1982 – 2001) y
actualmente la generación Z (1995-2010) o llamada generación posmilenial,
pero si nos percatamos de los enormes cambios emocionales que han
experimentado las dos últimas generaciones veremos que en su mayoría se
caracterizan por ser irritables, intolerantes, con un autoconcepto bajo,
inseguros, nerviosos, sin un norte claro, con un poco de vacío existencial, con
baja tolerancia a la frustración y muy vulnerables emocionalmente, y muy
pero muy apurados. ¿Hacia qué abismo nos estamos dirigiendo con tanta
prisa? Ante toda esta enmarañada, enredada y espinosa situación el
tratamiento, la receta curiosamente no viene ni en pastilla, ni inyectable, ni
gotas…se llama TIEMPO. Si, el asunto es lo que cada uno hace con el tiempo,
porque el reloj no sabe la hora, nos la da, pero no la conoce. Ya lo dijo John
Lennon: “la vida es lo que nos pasa mientras estamos haciendo otras cosas” y
la vida es eso, el tiempo, pero nosotros debemos saber usarlo, pero para eso
se necesita algo que tampoco viene en cápsulas ni jarabes y es aprender a
decir NO. El tiempo es la única divisa que tenemos y solo nosotros
determinamos cómo será gastada. Tenemos que saber seguir jugando con la
vida como cuando éramos niños porque, aunque parezca mentira, hay que
jugar, porque el juego se puede terminar y dejamos de respirar.

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