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Editorial editado que fue publicado en el diario "El Heraldo" de mayor circulación en la ciudad de Ambato - Ecuador - Sudamérica, acerca de la frenética vida actual, el estrés, los trastornos de ansiedad y el reposo consciente.
Editorial editado que fue publicado en el diario "El Heraldo" de mayor circulación en la ciudad de Ambato - Ecuador - Sudamérica, acerca de la frenética vida actual, el estrés, los trastornos de ansiedad y el reposo consciente.
Editorial editado que fue publicado en el diario "El Heraldo" de mayor circulación en la ciudad de Ambato - Ecuador - Sudamérica, acerca de la frenética vida actual, el estrés, los trastornos de ansiedad y el reposo consciente.
MEDICO ACUPUNTURISTA Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Central del Ecuador Especialización de dos años de postgrado en la República de China en ACUPUNTURA Y MOXIBUSTIÓN
Aprender a decir “no”
Con esta frenética vida citadina, se estima actualmente que siete de cada diez personas sienten que el día no le alcanza. Vivimos contra el reloj y terminamos intimidados, incomodados, abrumados y es que el problema de vivir a “mil por hora” deriva en angustia por hacer demasiadas cosas y a veces se termina haciendo mal. En esta alocada y hasta a veces extraviada modernidad, el desafío de organizarse de manera realista es crucial y no sólo por nuestros deberes y obligaciones sino también por nuestra salud. Nuestro esclavismo laboral voluntario, las presiones por cumplir metas de las instituciones, de nuestros jefes, que todo sea “para ayer” hace que a mucha gente le pareciese normal tener perturbación del sueño, inquietud, dolores inespecíficos, nerviosismo, hormigueos, amortiguamientos, disfunción eréctil, cientos de síntomas que los tratamos, lamentablemente, solo síntoma por síntoma con antídotos pero que en el fondo no son otra cosa que parte de los trastornos de ansiedad. Observamos en los gimnasios gente que ve más el celular de lo que entrena o que en vez de concentrarnos en la sagrada alimentación, “cuchareamos” la comida revisando los correos, chateando o actualizando “chismes” en las redes sociales. No somos conscientes de la riqueza energética que tiene el tomar una ducha, por ejemplo. Sabemos el beneficio y hasta recomendamos a alguien diciendo: “Date una ducha y te pones nuevito” pero no sabemos científicamente cuál es el fenómeno electromagnético ni el intercambio iónico que se produce, y pese a ser parte de lo que hacemos rutinariamente, lo hacemos de un forma atropellada, apurada y automática, consecuentemente no recibimos su beneficio energético que ésta nos brinda. ¿Nos hemos puesto a pensar qué tiempo real nos ocupamos psicológicamente de nosotros mismos? Más del 90% del tiempo nos movemos por el mundo sin conciencia y en la más profunda distracción automatizada, el reposo consciente está casi totalmente ausente. Basta con el ejemplo del generoso aporte energético de la ducha diaria, cada vez más corta y anulada porque nuestra mente está ocupada en que ya nos atrasamos o en lo que tenemos que hacer luego de ésta. El acto sublime de nutrirnos se convierte en un estresante y apurado “cuchareo” mientras nuestra mente está atenta a la televisión que nos intuye a una morbosa fascinación masoquista con las malas noticias y la crónica roja del día. El reposo mental consciente que debería ser y estar intercalado durante nuestra ardua lucha diaria está ausente. La “contracultura” homicida actual hace que nuestros niños sean absorbidos por la TV y los aparatos móviles carcomiéndoles las más sublimes funciones superiores de su tierno y explotable intelecto. La toma de conciencia surge de la capacidad de mirarnos a nosotros mismos de manera honesta, pero poniéndonos ante un tribunal interior amable y no ante el juez interior que nos castiga con culpas y miedos, una verdadera autoobservación con paz espiritual. Tener por lo menos un momento “sin amos”, pues hay quienes se especializan en explotar nuestro ego y éstos querrán convertirse en nuestros amos si estos poseen algo que nosotros no tenemos, pero queremos tenerlo a toda costa. Tratemos de tener un autogobierno psicológico, un autocontrol sincronizado, preguntémonos ¿Quién podrá esclavizarme si sólo deseo lo que depende mí? ¿Cuánto vale mi libertad emocional? El problema es tal vez que no nos detenemos a ver que nuestra vida es cada vez más aprisionada y limitada en lo fundamental, por tanto, los acuerdos, la vida en convivencia y el sentido de comunidad se va haciendo imposible. Mi admiración y reconocimiento para aquellas personas que reconocen y se asombran con lo simple y auténtico, que les enternece la sabiduría sosegada del discreto buen ejemplo que ocurre lejos de la alharaca mediática, que les resulta fácil entender qué es la autosuficiencia, esa capacidad de gobernarse a sí mismos prescindiendo de la arrogancia narcisista de los que no saben por qué actúan con prepotencia confundidos entre los complejos de superioridad o inferioridad ante los demás. Me estoy refiriendo a aquellos que, sin ocupar las primeras planas de los periódicos ni estar en la lista de los “top ten”, tienen tan sólo la virtud de saber vivir, ser ellos mismos, sin dejarse seducir por una vida de máscaras y prejuicios. Algún sabio de la filosofía antigua decía: “Tendrás mis plumas, mi pico, mis garras, pero no a mí, no mi vuelo, ni mi alegría ni mi canto”. Esta premisa llegada de la antigüedad es clara y contundente, se reduce a cuantos menos apegos tengamos más cerca estaremos de la felicidad. Pero esto parece que va quedando en el papel porque cada vez nos sentimos con menos capacidad de renunciar a lo superfluo que nos hace daño, que nos quita libertad y que nos tiene de esclavos voluntarios. En este mundo al revés como dice Galeano, todos estamos presos de la necesidad, unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. Ven a su prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reducen a la soledad y nos consuelan con drogas químicas y acosadores cibernéticos disfrazados de amigos virtuales. Estamos condenados a morirnos de hambre, a morirnos de miedo o a morirnos de aburrimiento. Este actual correr contra el tiempo está comprobado hasta la saciedad que genera disturbios en la esfera emocional tanto del estado de ánimo como de la conducta, pues, con un poco de acuciosidad, cualquiera puede darse cuenta que hace apenas unos 30 años prácticamente no existían los trastornos de ansiedad, los ataques de pánico. Estas son las enfermedades de lo que vivimos en este siglo, de la rapidez, del estrés, de la ansiedad y todo esto tiene mucho que ver con el mal manejo del tiempo. Sumemos a todo este cuadro emocionalmente alarmante algo que no está escrito en ningún libro de medicina y que se llama el sentimiento de infelicidad y de insatisfacción. Nos pasamos el día esperando la noche, la semana esperando el viernes, todo el año esperando las vacaciones y la vida esperando para ser felices. Las generaciones han ido apareciendo desde la Interbellum (1900–1914), la Grandiosa (1915–1925), la Silenciosa (1926–1945), la Baby Boomers (1946 – 1960), la generación X (1961 – 1981), la Y o Millenials (1982 – 2001) y actualmente la generación Z (1995-2010) o llamada generación posmilenial, pero si nos percatamos de los enormes cambios emocionales que han experimentado las dos últimas generaciones veremos que en su mayoría se caracterizan por ser irritables, intolerantes, con un autoconcepto bajo, inseguros, nerviosos, sin un norte claro, con un poco de vacío existencial, con baja tolerancia a la frustración y muy vulnerables emocionalmente, y muy pero muy apurados. ¿Hacia qué abismo nos estamos dirigiendo con tanta prisa? Ante toda esta enmarañada, enredada y espinosa situación el tratamiento, la receta curiosamente no viene ni en pastilla, ni inyectable, ni gotas…se llama TIEMPO. Si, el asunto es lo que cada uno hace con el tiempo, porque el reloj no sabe la hora, nos la da, pero no la conoce. Ya lo dijo John Lennon: “la vida es lo que nos pasa mientras estamos haciendo otras cosas” y la vida es eso, el tiempo, pero nosotros debemos saber usarlo, pero para eso se necesita algo que tampoco viene en cápsulas ni jarabes y es aprender a decir NO. El tiempo es la única divisa que tenemos y solo nosotros determinamos cómo será gastada. Tenemos que saber seguir jugando con la vida como cuando éramos niños porque, aunque parezca mentira, hay que jugar, porque el juego se puede terminar y dejamos de respirar.