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In limine: tra Italia e Brasile

di Marco Lucchesi

Dal Cile
EDSON FAÚNDEZ V. E OMAR LARA

Canto así, vuelta tan sólo a lo venidero.


Sobre la humanitas mistraliana

EDSON FAÚNDEZ V. *
Universidad de Concepción, Chile

Una abeja se ha entrado en un lirio. Se sacudieron un poco los pétalos y ella penetró en la
corola. Hace un pequeño rumor; y el lirio se mece. Estaba lleno de miel, y con el peso del
polen abundante en el pistilo. La abeja sale con las alas manchadas y las patitas goteantes.
El lirio se queda íntegro y sereno.
Yo quiero, Francisco, pasar así por las cosas, sin doblarles un pétalo. Que quede solo
un rumor dentro de ellas, y las suavísimas remembranzas de que me tuvieron.
(Gabriela Mistral, “Motivos de San Francisco”)

Los huesos de los muertos pueden más que la carne


de los vivos

U NO de los problemas más sugestivos de la obra poética mistraliana surge del examen de la
relación que la poeta establece con los libros y las voces del pasado. Me refiero a las
vinculaciones profundas e inextricables de Gabriela Mistral con la muerte. El poema “Mis
libros” de Desolación es clave en este sentido:

MIS LIBROS
(Lectura en la Biblioteca mexicana Gabriela Mistral)

¡Libros, callados libros de las estanterías,


vivos en su silencio, ardientes en su calma;
libros, los que consuelan, terciopelos del alma,
y que siendo tan tristes nos hacen la alegría!

Mis manos en el día de afanes se rindieron;


pero al llegar la noche los buscaron, amantes,
en el hueco del muro donde como semblantes
me miran confortándome aquellos que vivieron.

¡Biblia, mi noble Biblia, panorama estupendo,


en donde se quedaron mis ojos largamente,
tienes sobre los Salmos las lavas más ardientes
y en su río de fuego mi corazón enciendo!

Sustentaste a mis gentes con tu robusto vino


y los erguiste recios en medio de los hombres,
y a mí me yergue de ímpetu sólo el decir tu nombre;
porque de ti yo vengo, he quebrado al Destino.

Después de ti, tan sólo me traspasó los huesos


con su ancho alarido, el sumo florentino.
A su voz todavía como un junco me inclino;
por su rojez de infierno, fantástica, atravieso.

Y para refrescar en musgos con rocío


la boca, requemada en las llamas dantescas,
busqué las Florecillas de Asís, las siempre frescas.
¡Y en esas felpas dulces se quedó el pecho mío!

Yo vi a Francisco, a Aquel fino como las rosas,


pasar por su campiña más leve que un aliento,
besando el lirio abierto y el pecho purulento,
por besar al Señor que duerme entre las cosas.

¡Poema de Mistral, olor a surco abierto


que huele en las mañanas, yo te aspiré embriagada!
Vi a Mireya exprimir la fruta ensangrentada
del amor, y correr por el atroz desierto.

Te recuerdo también, deshecha de dulzuras,


verso de Amado Nervo, con pecho de paloma,
que me hiciste más suave la línea de la loma,
cuando yo te leía en mis mañanas puras.

Nobles libros antiguos, de hojas amarillentas,


sois labios no rendidos de endulzar a los tristes,
sois la vieja amargura que nuevo manto viste:
¡desde Job hasta Kempis la misma voz doliente!

Los que cual Cristo hicieron la Vía-Dolorosa,


apretaron el verso contra su roja herida,
y es lienzo de Verónica la estrofa dolorida;
¡todo libro es purpúreo como sangrienta rosa!

¡Os amo, os amo, bocas de los poetas idos,


que deshechas en polvo me seguís consolando,
y que al llegar la noche estáis conmigo hablando,
junto a la dulce lámpara, con dulzor de gemidos!

De la página abierta aparto la mirada


¡oh muertos! y mi ensueño va tejiéndoos semblantes:
las pupilas febriles, los labios anhelantes
que lentos se deshacen en la tierra apretada. (1992: 34).

Los versos alejandrinos de la primera estrofa del poema remiten al problema de la


virtualidad del libro y su recepción estética. Dejo de lado, sin embargo, la sugestiva invitación a
reflexionar sobre la reescritura creativa de los textos que integran el corpus de la tradición
literaria fabulada por Mistral. Es más fuerte la incitación, al menos por ahora, a crear un relato
sobre el misterioso diálogo con los muertos, la significación de la dulzura y el poder de
consolación de la literatura. Los “callados libros de las estanterías”, se lee en “Mis libros”, arden
“en su calma”. Callan y esperan el arribo del lector, pues sólo sobre la base de la reunión
escandalosa de textos y conciencias heterogéneos puede estallar la pasión y el ilimitado poder de
consolación de los libros. Silenciosos “en el hueco del muro”, como difuntos en su nichos 1, los
libros se transfiguran en los amantes de la poeta de Desolación. El encuentro del libro y la poeta
ilumina una de las figuraciones del amor-pasión en la escritura mistraliana2 : las bodas
escandalosas de los vivos y los muertos, mediatizadas por el acto de lectura: “amantes, / en el
hueco del muro donde como semblantes / me miran confortándome aquellos que vivieron”.
Leer es, en este sentido, “amar y reunirse con los muertos en la huesa de los siglos” (Concha
1987: 76). El contacto con el “río de fuego” que fluye desde los “Salmos”, con el “ancho alarido”
del “sumo florentino”, con las “Florecillas de Asís”, con el olor embriagador del “surco abierto /
que huele en las mañanas” descubierto en la poesía de Mistral y los suaves versos de Amado
Nervo activa una red de intercambios entre los muertos y los vivos 3 . Escribir implica así acoger
las murmuraciones y las suavidades de quienes se deshacen en la tierra. La presencia del
acontecimiento de la silenciosa alteridad subvierte de manera radical la relación con los muertos
predominante en Occidente, la cual se elucida en la exclusión de todo intercambio con los vivos:

No son seres protagonistas, compañeros dignos del intercambio y se los hace verlos muy bien al
proscribirlos cada vez más lejos del grupo de los vivos, de la intimidad doméstica al cementerio (…),
arrojados cada vez más lejos del centro hacia la periferia, y finalmente a ninguna parte, como en las
ciudades nuevas o en las metrópolis contemporáneas, donde nada ha sido previsto para los
muertos, que están ahí, diferentes pero vivos y compañeros de los vivos en múltiples intercambios
(Baudrillard 1992: 145).

Las escrituras de Gabriela Mistral, donde los muertos son “diferentes pero vivos y
compañeros de los vivos en múltiples intercambios”, pueden ser leídas a partir del examen de
las relaciones profundas con la muerte, en las que tiende a desaparecer el perverso acuerdo
social que condena, en los contextos de la modernidad y postmodernidad occidentales, al
silencio y el olvido a los difuntos 4. Desde Desolación hasta Poema de Chile, los huesos de los que
vivieron no cesan de perforar, pues, las barreras de “la larga noche”, tal vez porque, como se lee
en “El surtidor” de Desolación, “nada está cegado ni perdido” (77)5. La poeta-lectora advierte en
“Mis libros” que las “bocas de los poetas idos”, aun “deshechas en polvo”, continúan en su loco
afán de cantar y consolar. Las voces de esos poetas, por consiguiente, se entrelazan con la voz de
la poeta, creando un anónimo “dulzor de gemidos” que teje los paisajes y los semblantes de los
frágiles espectros del “país de la ausencia”6. Los muertos: compañeros en la amargura y la
dulzura: eslabones de una cadena de intercambios.
El encuentro con “aquellos que vivieron” revela no sólo una de las posibilidades de
comprensión del carácter colectivo y profundamente político de la lengua minoritaria
mistraliana7 , sino también, en uno de sus aspectos más significativos, que los libros devenidos
en cuerpos pasionales portan las fuerzas de la suavidad y la dulzura (“sois labios no rendidos de
endulzar a los tristes”). Si “¡todo libro es purpúreo como sangrienta rosa!”, entonces a “la dulce
lámpara” de las fuerzas refractarias a los poderes de la dureza, la gravidez y la violencia es
posible acceder mediante las heridas y los gemidos de los difuntos que callan y esperan en los
libros. El poema “Los huesos de los muertos” de Desolación es fundamental en este sentido.
Intensifica, por un lado, la sospecha sobre el incalculable poder que reside en la comunicación
con los difuntos y, por otro, la magnitud de la fuerza que emerge con el abrazo de los vivos y los
muertos8: “Los huesos de los muertos / pueden más que la carne de los vivos. / ¡Aun desgajados
hacen eslabones / fuertes, donde nos tienen sumisos y cautivos” (88). La sumisión y el
cautiverio del sujeto testimonian notoriamente la indisolubilidad de la alianza que se establece
con los muertos. Ello no significa, sin embargo, que dicha alianza sea valorada de modo
negativo; el cautiverio de la poeta y el intercambio simbólico con los muertos, por el contrario,
hacen aparecer riquezas de incalculable valor.
Raúl Zurita es tal vez uno de los poetas chilenos del siglo XXI que experimenta con más
intensidad las fuerzas irresistibles que residen en “los huesos de los muertos”. Él se ha referido
bellamente, a partir de la lectura de las escrituras de Pablo Neruda y César Vallejo, a las
relaciones profundas que la poesía establece con los muertos:

[Escribir] es precisamente darles una nueva oportunidad a quienes nos han precedido, a los
muertos, para que vuelvan a hablar, para que se vuelvan a tomar la palabra. Mirar, sentir, oír, es
siempre mirar por los ojos de los que han estado. Los Andes, una montaña cualquiera, no es sino la
amontonada suma de las miradas que ya la han visto y cada cuerpo vivo al verlas es saludado
nuevamente por esos ojos muertos. Eso es lo conmovedor del mundo; cada grano de polvo, cada
hierba, cada estepa, es el puerto de llegada de un río de difuntos en el cual los que nos han
precedido se encuentran y a quienes nosotros al oír, al ver, al hablar, en suma, al ejercer la vida, les
estamos dando la oportunidad de una existencia nueva. Al final es eso lo que se entiende por una
tradición y una cultura; ese torrente de seres que estuvieron, que miraron y que sumando pupilas
sobre pupilas, miradas sobre miradas, con sus violencias, espejismos y temores, han levantado solo
para que nosotros las veamos, las entregadas formas de las montañas (2008: 257).

El autor de Anteparaíso ilumina aspectos importantes no sólo de las escrituras de Neruda,


Vallejo o de su propia poética, sino también de la poesía de Gabriela Mistral9. La primera
observación cautivadora de Zurita advierte que escribir abre una posibilidad para que los
muertos “vuelvan a hablar”. Conjurar el habla de los muertos y crear el espacio de su
actualización constituyen claves de comprensión de la relación estética y ética que Mistral
establece con la “disgregadora impura” (82). Fabular una tradición pareciera ser, desde esta
perspectiva, fundamental. La persistente construcción de dicha fábula permite pensar, entre
otras cosas, que el lenguaje es un murmullo ininterrumpido integrado por todas las hablas
pronunciadas. Un “río de difuntos” fluye, pues, por las manos y los labios de la poeta. “Mis
libros”, poema que formalmente se inscribe en la tradición literaria castellana mediante el uso
del alejandrino, es uno de los muchos textos que, en la obra poética de Gabriela Mistral, sueñan
una tradición. Ésta se levanta allí donde las fronteras que garantizan el orden (nefasto) de los
dualismos fracasan10, a saber, entre la desgarradura y la dulzura, entre la enfermedad y la salud.
Salomón, Netzahualcoyotl, Petrarca, Tagore, Mistral, Teócrito, Anacreonte, Kayyan, Francisco
de Asís, Dante, Nervo, sólo por citar algunos nombres eminentes de Desolación, encuentran
acogida hospitalaria entre las suavidades y durezas que despliega la lengua mistraliana. El
lenguaje y todas las cosas nombradas están tocados por las voces y las miradas de los “difuntos”.
¿Pero qué fuerza posibilita la reunión de todas estas (y las anónimas) sombras en la hospitalaria
morada que inventa la poesía mistraliana? ¿Qué hay en ella que permite superar los límites
espaciales, temporales y antropológicos, y generar el diálogo siempre abierto con una
multiplicidad heterogénea de voces espectrales?
Fabular una tradición, remontar el río de difuntos, sentir el “dulzor de gemidos”, abrir los
labios para que irrumpa la voz de la alteridad radical, escribir escarbando entre los huesos de los
difuntos, sin duda, convierte a la poeta en heredera. Las voces de los muertos traen consigo
tesoros incalculables y una exigencia esencial. La poeta legataria debe reafirmar e intensificar
los tesoros recibidos: las fuerzas consoladoras, que no excluyen el dolor y el sufrimiento, de la
suavidad y la ternura. Reafirmar, lo sabemos con Jacques Derrida (2003), exige
invariablemente intervenir de manera activa (reinterpretando, criticando, desplazando) la
herencia recibida. Diálogo fascinante entre la poeta que escribe en “Colofón con cara de excusa”
que algún día responderá “sobre el conflicto tremendo entre el ser fiel y el ser infiel en el
coloniaje verbal” (1981: 107) y el filósofo francés que sabe que la única manera de mantener con
vida la herencia es siendo fiel e infiel al mismo tiempo (Derrida 2003) 11. Refiriéndose a las
“Canciones de Cuna” recogidas en Ternura, por ejemplo, Mistral enseña las operaciones
realizadas sobre la herencia literaria andaluza y castellana:

Poco o nada ha mudado el repertorio de las Canciones de Cuna en la América. Es bien probable que
nunca las haya hecho el pueblo criollo sino que siga cantando hace cuatro siglos las prestadas de
España, rumiando pedazos de arrullos andaluces y castellanos, que son maravilla de gracia verbal.
Nosotras tal vez hemos armado algunas frases sobre los alambres ancestrales o hemos zurcido con
algunos motes criollos las telas originales (1981: 107).

La poeta deviene así en legataria fiel pero al mismo tiempo infiel a la tradición que ha
aceptado proteger. Se reconoce por ello armadora de “algunas frases sobre los alambres
ancestrales”, zurcidora “con algunos motes criollos [de] las telas originales”. La caracterización
de las lecturas que Mistral realiza de sus poetas dilectos puede enseñar también el doble
movimiento de fidelidad e infidelidad inmanente a la recepción creativa de su tradición literaria.
Piénsese sólo en la lectura de los “Salmos” desplegada en “Mis libros”, que transfigura la
escritura sagrada en “las lavas más ardientes”, sugiriendo de ese modo la emergencia de la
pasión desbordada. Mistral libera así el cuerpo y el deseo, a la vez que muestra la inutilidad de
los esfuerzos de las lecturas hegemónicas y sus rituales de exorcización de dichos signos. La
única manera de mantener con vida los tesoros legados por los muertos quizás consiste en su
proyección, desconectada de las identidades asignadas por la doxa, al incierto porvenir. Aceptar
la condición de heredero implica, por otro lado, el incremento de la conciencia de la propia
finitud, porque “únicamente un ser finito hereda, y su finitud lo obliga. Lo obliga a recibir lo que
es más grande y más viejo y más poderoso y más duradero que él” (Derrida 2003: 13). El poema
“El himno cotidiano” de Ternura pareciera referirse a la certidumbre de la propia finitud,
verdadero signo distintivo del poeta que dialoga con los muertos: “Y que, por fin, mi siglo
engreído / en su grandeza material, / no me deslumbre hasta el olvido / de que soy barro y soy
mortal” (278).
Hay otro rasgo de la relación de la poeta y la herencia que me parece significativo. Se trata
del carácter de la dimensión ética subyacente al intercambio simbólico entre los muertos y los
vivos. La poeta, unida por eslabones-huesos fuertes a los muertos, descubre las fuerzas de la
fragilidad que son el verdadero tesoro legado por los muertos. Ese tesoro se reparte por toda la
escritura de Mistral en ternura, dulzura, suavidad y amor. “Motivos de San Francisco”, uno de
los textos prosísticos regido por dichas palabras y el uso de diminutivos, cifra la emergencia del
poder de las fuerzas de la fragilidad. El cuerpo de Francisco de Asís, el “Pobrecillo”, es “fino”,
“pequeñito”, “ligeros los brazos”, “las piernas, leves”, “angosto el pecho” y “la espalda… también
era estrecha por humildad para que se pensase en una cruz pequeñita, menor que la Otra”
(1992: 307). El énfasis del texto está puesto en el distanciamiento de Francisco de la gravidez y
pesadez características de los hombres. Ingrávido, leve y frágil (“apenas rayaste el mundo como
una sombrita delgada”), como su canto, Francisco extendía sus manos “hacia aquellas criaturas
en que la remembranza divina se vuelve suavidad y gracia” (1992: 308). Dolorosos caminos lo
condujeron a la suavidad y la gracia, que es la huella de Dios presente en las humildes criaturas.
Su fragilidad y su distanciamiento material, su ternura que se reparte entre todas las criaturas y
la suavidad extraña de su canto, sus ojos “mullidos de amor” que “le dolían de tiernos, le dolían
de amor… (1992: 311) y su palabra (sobria: “sin abundancia de mimos”) capaz de sostener “las
livianas palabras del Señor” (1992: 312) enseñan de manera ejemplar los poderes de la ternura,
la dulzura, la piedad, la suavidad y al amor.
¿Los libros de la poeta guardiana del tesoro de Francisco de Asís qué otra cosa pueden ser si
no cofres y al mismo tiempo sepulturas intensificadoras de la vida? Sin individualidad, sin
unidad, sin libertad, tocada por los dedos descarnados de los difuntos, náufraga en un río de
voces que claman por la piedad de los vivos, prisionera de lo heredado, la poeta de la “canción
atribulada” (107) va al encuentro de las cosas y de las “criaturas amadas” que nunca presumen
de nada. Vagabunda y errante, se ofrece a los otros “repartida como hogaza” (709). Toda
concesión, va al encuentro de quienes la necesitan, de quienes no la necesitan. Toda luz y
ensoñación desquiciada, acuna lo frágil y canta la historia de la pesadez y la levedad, de la
violencia y la ternura, de la memoria y el olvido, de la muerte amarga y la dulce muerte. Gabriela
Mistal: martirio: gracia: sueño lúcido: verdadero país de la ausencia: morada del acontecimiento
de lo otro. De las cosas y las criaturas amadas recibe la embriaguez perenne, la suavidad y la
gracia, que convierto, con Emmanuel Levinas, en la responsabilidad infinita ante las criaturas
que ya vivieron y aquéllas que no han nacido todavía. La responsabilidad ineludible ante el otro
puede considerarse la materia misma del sueño ético de la escritura de Mistral. Esa fuerza
irresistible que obliga a la poeta a responder por las frágiles y débiles criaturas del mundo
pareciera ser capaz de disolver el sinsentido de la existencia y desplazar el horror que produce la
certidumbre de la finitud. La poesía de Mistral, por un lado, resiste “las obras y fastos de la
muerte” (Savater 1995: 146) y, por otro, se convierte en el espacio de la conservación de las
fuerzas de la fragilidad, cuyos nombres pueden ser dulzura, ternura, suavidad y piedad. La
ética íntima que surge de la “responsabilidad que no ha elegido, pero a la cual no puede
sustraerse, cerrándose en sí [misma]” (Levinas 2006: 99), anterior incluso a las ideas de
individualidad, libertad y justicia en las que se escuda la criminalidad siempre, es el tesoro que
la poeta-legataria preserva y proyecta de un modo distinto al porvenir, quizá para “que tenga
lugar una transformación digna de tal nombre: para que algo ocurra, un acontecimiento, la
historia, el imprevisible por-venir” (Derrida 2003: 12). ¿Cómo conjuran el acontecimiento, la
historia, el imprevisible por-venir, sin embargo, las escrituras de la poeta que sabe que el
hombre y la mujer son “carne de la huesa” (9)? ¿De qué manera la responsabilidad infinita ante
los seres de la fragilidad y los desconocidos habitantes del porvenir llenan de suavidades la
sobria poesía de quien no puede evitar perderse, aunque sea una sola vez, en una caricia que
estremece “la carne que odia la muerte” (9), “la carne con angustia [que] pide morir” (25)?

Canto así, vuelta tan sólo a lo venidero

Los múltiples nombres, figuraciones y escenas de muerte, aún no estudiados suficientemente


por la crítica especializada, convierten “el instante lleno / de luz menguada” (57) en uno de los
nudos singularizadores de la escritura de Gabriela Mistral. La proliferación del significante
muerte sugiere, pues, que la poeta escribe para resistir el espacio mudo y sordo de la muerte,
pero también para transfigurar el horror que suscita “la que huele a los nacidos y husmea su
leche” (164) en dulce aceptación. ¿No es eso mismo acaso lo que cifra el poema “Vieja” de Tala,
donde el horror ante la muerte es desplazado por la dulce aceptación de “la noche que dura”?

VIEJA

Ciento veinte años tiene, ciento veinte,


y está más arrugada que la Tierra.
Tantas arrugas lleva que no lleva otra cosa
sino alforzas y alforzas como la pobre estera.

Tantas arrugas hace como la duna al viento,


y se está al viento que la empolva y pliega;
tantas arrugas muestra que le contamos sólo
sus escamas de pobre carpa eterna.

Se le olvidó la muerte inolvidable,


como un paisaje, un oficio, una lengua.
Y a la muerte también se le olvidó su cara,
porque se olvidan las caras sin cejas.

Arroz nuevo le llevan en las dulces mañanas;


fábulas de cuatro años al servirle le cuentan;
aliento de quince años al tocarla le ponen;
cabellos de veinte años al besarla le allegan.

Mas la misericordia que la salva es la mía.


Yo le regalaré mis horas muertas,
y aquí me quedaré por la semana,
pegada a su mejilla y a su oreja.

Diciéndole la muerte lo mismo que una patria;


dándosela en la mano como una tabaquera;
contándole la muerte como se cuenta a Ulises,
hasta que me la oiga y me la aprenda.

«La Muerte», le diré al alimentarla;


y «La Muerte», también, cuando la duerma;
»La Muerte», como el número y los números,
como una antífona y una secuencia.

Hasta que alargue su mano y la tome,


lúcida al fin en vez de soñolienta,
abra los ojos, la mire y la acepte
y despliegue la boca y se la beba.

Y que se doble lacia de obediencia


y llena de dulzura se disuelva,
con la ciudad fundada el año suyo
y el barco que lanzaron en su fiesta.

Y yo pueda sembrarla lealmente,


como se siembran maíz y lenteja,
donde a tiempo las otras se sembraron,
más dóciles, más prontas y más frescas.

El corazón aflojado soltando,


y la nuca poniendo en una arena,
las viejas que pudieron no morir:
Clara de Asís, Catalina y Teresa. (424-425).

La infinita responsabilidad ante aquélla a quien se le olvidó la muerte y a quien la muerte


olvidó, se evidencia en la disolución del yo del sujeto, el que, devenido pura misericordia
consoladora12 , dice y canta la muerte. La obsesiva repetición del irrecusable deseo del encuentro
con las criaturas frágiles y el canto de la muerte, “antífona” y “secuencia”, singularizan el poema
citado. Pero para que la vieja, “lúcida al fin en vez de soñolienta, / abra los ojos, la mire y la
acepte / y despliegue la boca y se la beba”, el poema debe “poner de manifiesto en el delirio [la]
creación de una salud” (Deleuze 1996: 16). Escribir permite así acompañar a los vivos en su
tránsito hacia la muerte: “Y que se doble lacia de obediencia / y llena de dulzura se disuelva”.
Sólo aquélla que ha expulsado de sí misma el miedo a morir y dice que va cruzando “sin gemido
[…] como la esclava liberta, / siguiendo el cardumen vivo / de mis muertos que me llevan”
(786), puede suavizar el camino de la muerte y conducir al otro hacia una muerte contenta 13. La
poesía de Mistral revela lo mismo que descubre Maurice Blanchot en su lectura de Franz Kafka:
“cuando se es dueño de sí frente a la muerte y […] se establecen con ella relaciones de soberanía”
(2000: 82). El arte de Gabriela Mistral, en este sentido, es “dominio del momento supremo,
supremo dominio” (Blanchot 2000: 83). La fabulación mistraliana del encuentro de la muerte y
Francisco de Asís muestra, por una parte, que las fuerzas de la fragilidad son capaces de
expulsar el terror a la muerte y, por otra, que la muerte enemiga puede metamorfosearse en “la
muerte amiga” que posibilita el deseado “vuelo vertical”: la pérdida del cuerpo y la ingravidez
absoluta que conduce al abrazo con las “alondras doradas […] que flotan entre la tierra y el
cielo” (1992: 317):

También sentiste la muerte como una suavidad, Francisco; al tocar tu cuerpo dócil, todas las cosas
tienen que serte suavidad.
¿Cómo la sentiste?
Se te iba acercando muy callada, con talones de silencio y blanda mirada. Se sentó frente a tus
rodillas; notaste que te subía por ellas, no un frío, una pequeña frescura como de agua de piscina
que asciende, lenta. Te subió por los muslos descarnados insensiblemente; llegó al corazón, se
derramó sobre él como una ola fresca, parándose el aliento. Te rodeó la garganta en una venda un
poco apretada, y el murmullo de la oración se fue aterciopelando. Su harina iba polvoreándose en
los ojos abiertos y te pareció que el hermano sol bajaba al ocaso, aunque no caía bien la tarde a esa
hora. Te extendió la mano siempre recogida por el hábito de la caricia y te la dejó abierta. Dejó caer,
poco a poco, como muchas felpas espesas sobre los oídos, haciéndote lejanos los rezos de los frailes
que estaban a tu lado. Te estiró los miembros que recogías en el lecho, por parecer tan pequeñito
como un niño. Te dio, por fin, lo que mucho habías anhelado: la pérdida del cuerpo, el cual se fue
sumiendo en las aguas profundas de la inconsciencia. Y con un pequeño estremecimiento te
desprendió el alma, recogiéndotela de la cabeza hasta la punta de los pies –como se recoge una
llama en un tronco que arde horizontal–, en una lengua alta que subió, arrebatada.
Y así te fue la muerte amiga. No pudo traicionarte; ninguna cosa desprendida de las manos de
Dios sobre nuestras cabezas nos traiciona en este mundo, Francisco. (1992: 315).

¿Qué lengua es, empero, la que permite aprender a morir y poner de manifiesto “la creación
de una salud”? La lengua mistraliana deviene en una “extraña lengua” libremente producida
“fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje” (Barthes, 2004:
122). Lengua extranjera cosida hilván a hilván, retazo a retazo, al interior de la “lengua avara”
(35); lengua de la niebla “entre un fin y un comienzo” (676), de la “patria real” (1992: 554) y del
“bostezo muerto” que seduce anunciando el reino del “intocado misterio” (624); lengua
minoritaria, en el sentido de su poder de resistencia a los usos política y estéticamente
dominantes; lengua de la disolución de la gravidez del sujeto, del contagio “con el habla de cien
huertos / y con la sílaba larga / del río adentro del sueño” (580), del azoro y la Gracia, del
“desagravio, del amor y de los muertos” (594); lengua que conjura “las livianas palabras del
Señor”; lengua de la piedad, la desolación, la dureza, la suavidad y la ternura.
Los significantes tierra, territorio y patria poseen sentidos múltiples, divergentes y
complementarios en la poética mistraliana14. Me detengo solamente en las relaciones que se
establecen entre las ideas de territorio y paisaje en el espacio literario mistraliano 15. El
Diccionario de Autoridades define, en una de sus entradas, “paisaje” como “una porción de
terreno considerada en su aspecto artístico” (175). Es posible sostener que los múltiples
territorios construidos en la poesía de Gabriela Mistral constituyen paisajes (delirios artísticos).
“Credo” (Desolación), “Elogio de la canción” (Desolación), “la fuga” (Tala), “Cosas” y “Montañas
mías” (Poema de Chile), entre otros poemas, pueden ser leídos en este sentido: “Creo en mi
corazón, el que no pide / nada porque es capaz del sumo ensueño / y abraza en el ensueño lo
creado / ¡inmenso dueño¡ (31), “Cabe el mundo entero / en una canción […] Paisaje de Anáhuac,
/ suave amor eterno, / en estas estrofas / te has hecho falerno.” (40 y 42), “Madre mía, en el
sueño / ando por paisajes cardenosos” (203), “Cuando sueño la Cordillera, / camino por
desfiladeros, / y voy oyéndoles, sin tregua, un silbo casi juramento” (396), “Y aunque me digan
el mote / de ausente y de renegada, / me las tuve y me las tengo / todavía, todavía, / y me sigue
su mirada” (481). Las montañas de la infancia, las imágenes captadas por la mirada seducida de
la viajera, el Chile inventado en Poema de Chile constituyen “ensoñaciones” con las cuales la
poeta-paisajista crea el “país de la ausencia”. Así lo explicita “Colofón con cara de excusa” y
“Cómo hago mis versos”: “tal vez a causa de que mi vida fue dura, bendije siempre el sueño y lo
doy por la más ancha gracia divina. En el sueño he tenido mi casa más holgada y ligera, mi
patria verdadera, mi planeta dulcísimo. No hay praderas tan espaciosas, tan deslizables y tan
delicadas para mí como las suyas” (1981: 108), “desde que soy criatura vagabunda, desterrada
voluntaria, parece que no escribo sino en medio de un vaho de fantasmas.” (1992: 553) 16.
El lenguaje poético posibilita la creación de un territorio que puede signarse como paisaje en
donde danzan las apariencias rescatadas del olvido: “Perdí cordilleras / en donde dormí; / perdí
huertos de oro / dulces de vivir; / perdí yo las islas / de caña y añil, / y las sombras de ellos / me
las vi ceñir / y juntas y amantes / hacerse país” (388). Las intensidades, velocidades y afectos de
un sujeto “sin nombre, raza ni credo, desnuda / de todo y de sí misma”, las lenguas de los
ancestros, el “nudo sin desatadura posible” de su “laberinto de cerros”, el “amargo ejercicio” de
amar, la síntesis de hablas heterogéneas, las formas de la violencia y la impiedad, el perverso
orden de la administración del mal, las imágenes que capta la mirada fascinada, las semillas de
dulzura, entre otros aspectos, se incorporan a los seductores paisajes del poema 17. Fragmento a
fragmento, la poeta levanta paisajes en el aire: “trepé las peñas con el venado, / y busqué flores
de demencia […] Corté de un aire y de otro aire, / tomando el aire por mi selva…” (343 y 345).
La multiplicidad y heterogeneidad del sujeto, así lo he sugerido, se advierte en la irrupción de
los rostros de la madre, la maestra, la surtidora, la mendiga, la “loca perdida / de mujer” (203),
“la rendida larva” (349), la “Sara vieja” (354), la “fantasma” (479), la reformista social, la “tierra
inundada”, la reina, la alucinada, etc. La irrupción de todos estos rostros revela lo mismo que
Deleuze y Parnet proponen en Diálogos: “la única finalidad de escribir [es] perder el rostro”
(1997: 54)18. Sólo quien ha perdido el rostro puede “ir sin forma caminando” (457) entre la
niebla del país de la ausencia. Sólo quien ha perdido la identidad asignada por el poder puede
tejer semblantes, es decir, conjurar las apariencias y los estados anímicos de los muertos 19 . Sólo
quien puede errar “en el sueño [sin] padre ni madre, gozos ni duelos […] edad ni nombre” (661)
y ha quemado “toda [su] memoria / como hogar menesteroso” (666) puede conseguir que el
lenguaje del crimen transmute en el enigmático canto de “las flores de demencia”, necesario
para el surgimiento del sueño de un porvenir distinto.
El poema puede constituirse en una dimensión lingüística hospitalaria que permite el diálogo
con las voces que fueron separadas de sus gargantas por “la Contra-Madre del Mundo / la
Convida-gentes” (164). La escritura-paisaje deviene en morada hospitalaria, porque perturba los
dualismos y genera la colisión productiva de los contrarios, problema bellamente insinuado en
“Dos ángeles” de Tala: “Sólo una vez volaron / con las alas unidas: / el día del amor, / el de la
Epifanía. // Se juntaron en una / sus alas enemigas / y anudaron el nudo / de la muerte y de la
vida” (330). Los contrarios se reúnen reconciliados por “la fuerza del deseo” (457). No es
posible, con todo, signar como la única patria de la poeta aquello propuesto en “Nocturno de la
consolación” de Tala: “tantos años que muerdo el desierto / que mi patria se llama la sed” (307).
La patria de la sed es también la patria de la plenitud, donde los habitantes no saben “si son
hombres o (…) peñas arrobadas” (373). Territorio de las síntesis y de los devenires del sujeto,
donde el deseo de vida es tan intenso que cualquier lectura que privilegie la exaltación de la
carencia resulta parcial. El poeta, nos ha enseñado María Zambrano, “no se encuentra en déficit
como el filósofo, sino, en exceso, cargado, con una carga, es cierto, que no comprende” (2006:
41): “–Chiquito, soy un fantasma / y los muertos, ya olvidaste, no necesitan de nada” (491),
“Hambre no tengo, ni sed / y sin virtud doy o cedo” (497). Los relatos de la carencia y las
lágrimas que orbitan la escritura mistraliana deben complementarse con los relatos de la
plenitud y del hallazgo de la vida, del deseo irresistible que disuelve a la poeta, como se lee en
“Poeta” de Tala, “en la luz del mundo” (426).
Cada sílaba larga del río adentro del sueño, aunque no anula la mudez, el silencio y la
extrañeza de la muerte, se dirige hacia la intensificación de la vida. Desgarradura que nos libera
de la cesura que condena a dimensiones opuestas a los muertos y los vivos. Pero también pacto
secreto que es el basamento ético sin el cual todo intercambio entre muertos y vivos resulta
imposible. Ello supone, por otro lado, la reconciliación de la poeta con la lengua del crimen,
utilizada para desplegar órdenes, mandatos y consignas en el contexto de las prácticas de poder
y los juegos de verdad que imperan en la red social 20. Es la misma lengua de la violencia, la
injusticia y la impiedad, por consiguiente, la que se transfigura en lengua de la piedad habitada
por fantasmas.
Roland Barthes, en El placer del texto y lección inaugural, escribe: “la literatura hace girar los
saberes, ella no fija ni fetichiza a ninguno, les otorga un lugar indirecto, y este indirecto es
precioso. Por un lado, permite designar unos saberes posibles –insospechados, incumplidos […]
Por otro lado, el saber que ella moviliza jamás es ni completo ni final; la literatura no dice que
sepa algo, sino que sabe de algo, o mejor aún: que ella les sabe algo, que les sabe mucho sobre
los hombres (Barthes 2004: 124-125). Esos saberes insospechados, incumplidos, se anuncian
como problemas que resisten el orden en el que dominan el autoritarismo de los saberes y
poderes establecidos. El saber no formalizado, revulsivo e indisciplinado, contrario al orden de
la dureza, la gravidez y la violencia de Occidente, tal vez es el secreto que convierte a la poeta en
portavoz de la humanitas, que, al decir de Savater (lector de Bloch), “desde su fragilidad clama
por el diálogo fraterno y la piedad que nada desdeña” (2004: 201). La tarea esencial de la poeta
portavoz de la humanitas pareciera consistir en luchar contra los emisarios del mal y suavizar –
acompañada de los espíritus de la fragilidad– el pulso violento del mundo21.
La poeta infinitamente responsable ante los otros y portavoz de la humanitas emerge
plenamente en Poema de Chile. Inquieta advertir los alcances del devenir Mama-Fantasma del
sujeto. ¿Acaso Mistral al devenir madre y fantasma consigue ingresar al espacio hospitalario que
se abre en la lengua posibilitadora del intercambio simbólico entre vivos y muertos? La Mama-
Fantasma se vincula con las fuerzas frágiles del mundo, representadas por el indito y el ciervito,
en la zona indeterminada de los encuentros con lo otro. Las fuerzas portadoras del tesoro legado
por los espectros del ayer, como se lee en “Confesión” de Tala, “engruesa[n] el corazón como el
viento a la duna”. “Corazón”: “Duna”: territorio evanescente donde las voces y los espectros se
congregan conjurados por las fuerzas de la ternura y la piedad: lugar de la invención de un
pueblo que “sólo encuentra su expresión en y a través del escritor […] No es un pueblo llamado a
dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, presa de un devenir-
revolucionario. Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior,
dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado” (Deleuze 1996: 15). Pueblo de “seres
extraños”, de difuntos, poetas, campesinos e indígenas; pueblo de Francisco de Asís y su tierna
levedad; pueblo de las inocentes aves, de la Cordillera, del huemul y del indito; pueblo de los
afectados por el poder; pueblo de la fragilidad y lo minúsculo que alcanza un poder
revolucionario inmenso por el deseo irresistible de diálogo con el otro y la consagración ética de
la ternura y la piedad en la poesía de Gabriela Mistral22. ¿No testimonia la efervescencia de la
vida oscura y pequeña, cifrada en el uso, por ejemplo, de los diminutivos 23, el poder de las
fuerzas frágiles configuradoras de la humanitas mistraliana?
Preservar y mantener con vida el tesoro de la humanitas desemboca en una acción que excede
el tiempo de la escritora y se dirige al tiempo del otro, al tiempo de los hombres y mujeres del
futuro. “El sueño maravilloso / que me han contado los muertos” (459), escribe Mistral en
Poema de Chile, es un sueño de consolación y esperanza que se orienta hacia el incierto porvenir.
Escribir implica así preservar los poderes de la humanitas (diálogo y piedad) y legarlos a quienes
están por venir. Sólo ahora creo posible escribir algo sobre dos versos inquietantes del texto
“Flores” de Poema de Chile: “Canto así, vuelta / tan sólo a lo venidero” (524). La poeta que
dialoga con los muertos y conoce las potencias que residen en las suavidades del mundo actúa
para cosas lejanas. En ese desplazamiento hacia el futuro de la acción de su escritura advierto,
con Emmanuel Levinas, la suma de la nobleza de la mujer a la que “una ternura inmensa […]
embriagó como un vino”:

Hay una vulgaridad y una bajeza en una acción que sólo se concibe para lo inmediato, es decir, al fin
de cuentas, para nuestra vida. Y hay una nobleza muy grande en la energía liberada de la opresión
del presente. Actuar para cosas lejanas, […] –independiente de toda evaluación de „fuerzas
presentes‟– es, sin duda, la cima de la nobleza. (Levinas 2006: 54).
Actuar para cosas lejanas: “como si Gabriela Mistral hubiera escrito para este momento, para
nuestra actual derrota, para nuestra actual desolación –suponiendo en forma gratuita,
ciertamente, que se sepa qué entendería Gabriela Mistral por „desolación‟” (Marchant 1997: 73):
como si Gabriela Mistral hubiera escrito para consolarnos de nuestra actual desolación: como si
tendiera sus manos y nos arrullara del mismo modo que lo hacen los versos de Ternura, que,
según Palma Guillén, revelan la introducción de un tema “original y distinto” en la poesía lírica
latinoamericana24. Hay algo más, sin embargo, que reverbera en la poesía infantil. Creación de
un reino transparente, donde, así lo sugiere “Suavidades”, las fuerzas de la fragilidad y la
dulzura, del diálogo fraterno y la piedad, cumplen la (im)posible tarea de vencer la crueldad y el
mal que dominan en toda la red social.

Cuando yo te estoy cantando,


en la tierra acaba el mal:
todo es dulce por tus sienes:
la barranca, el espinar.

Cuando yo te estoy cantando,


se me acaba la crueldad;
suaves son, como tus párpados,
¡la leona y el chacal! (131).

La lengua deseante de Gabriela Mistral, habitada por las voces de los muertos y liberada de la
opresión del presente, no le pertenece únicamente a ella. Esa lengua “está en el otro, viene del
otro, es la venida del otro” (Derrida 2006:107). La poesía de Mistral puede considerarse la
concreción delirante de “un invariado / y universal gesto de amor” (Himno del árbol 276).
Escribir implica por ello “tender la mano como un ciego para tratar de tocar a aquél o aquélla a
quien puedo agradecer el don de una lengua, las palabras mismas con que se dice dispuesto a
dar gracias. A pedir gracia también” (Derrida 2006:155): “y el instante diciendo ¡gracias! / y el
asombro diciendo ¡gracia!” (777). La poeta, “absurdo que ama y ama, / algo que alaba y no
mata” (551), accede a las suavidades y la gracia que proviene de todas las criaturas, porque sin
esas fuerzas débiles se “reseca / de rostro y entrañas / y se vuelve cal muerta / la fruta pesada”
(778). Entre suavidades (in)descriptibles se deshace, se vuelve imagen, poema delirante que no
cesa de interpelarnos en nuestro siglo enemigo de la ternura y la piedad. Dice “gracias”,
también, por el “terrible don” que proviene del otro y va hacia el otro. Infinitamente responsable
ante el tesoro ético legado por los muertos, la poeta calla y espera… un libro amargo y dulce “en
el hueco del muro” aún abierto al porvenir…

Referencias

Barthes, Roland. 2004. El placer del texto y lección inaugural. México: Siglo Veintiuno Editores.
Baudrillard, Jean. 1992. El intercambio simbólico y la muerte. Caracas: Monte Ávila Editores
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_______. 1965. Páginas en prosa de Gabriela Mistral. Selección, estudio preliminar y notas de José
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Santandreu, Cora. 1958. Aspectos del estilo en la poesía de Gabriela Mistral. Santiago de Chile:
Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile.
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Valdés, Adriana. 1997. “Identidades tránsfugas (Lectura de Tala)”, en Raquel Olea y Soledad Fariña
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Zambrano, María. 2006. Filosofía y poesía. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica.
Zurita, Raúl. 2008. “Neruda y los estudios literarios”, en Revista Chilena de Literatura, Nº 52: 255-
259.

1 Mistral escribe en “¿Qué es una biblioteca?”, texto publicado por primera vez en Repertorio Americano (San José de Costa

Rica, 10 de mayo de 1950): “cuando la biblioteca es primera y única, los visitantes miran con desasimiento estos anaqueles
alineados que se parecen a los nichos del cementerio. Entonces hay que calentar los rimeros de los libros hasta que cada uno de
éstos cobre bulto y calor de seres vivos” (Mistral 1965: 66. El destacado es mío).
2 La serie de poemas de la sección “Dolor” de Desolación se vincula más evidentemente con el problema del amor-pasión.

Dicho problema, ampliamente estudiado por la crítica especializada, se instala, sin embargo, como una constante en toda la
obra mistraliana.
3 El poema “La tierra” de Ternura sugiere la presencia de dicha red de intercambios. En el texto se lee: “y lleva vivos y lleva

muertos / el tambor indio de la tierra” (250).


4 Grínor Rojo, en Dirán que está en la gloria… (Mistral), revela, amplificando las ideas de Martin Taylor (1975), cómo el

estudio de Gabriela Mistral de la teosofía y el espiritismo incide en la textualización poética de los paisajes de ultratumba y la
comunicación con los muertos. El autor formula tres tesis básicas: 1) “el contacto de Gabriela Mistral con la teosofía, que ella
inicia muy temprano en su vida, es genuino sin duda, pero debe colocarse en un marco de referencia más amplio de acuerdo con
el cual la fascinación que la poeta experimenta no es sólo con la teosofía, sino con lo que podríamos llamar los cultos
heterodoxos at large”, 2) “el ocultismo de Gabriela Mistral no es cosa de su juventud exclusivamente, como lo dio a entender ella
misma algunas veces, y como aún se empeñan en creer sus lectores más píos” y 3) “si a mí se me pidiera graficar la historia de
los contactos de Mistral con el antiestablishment religioso, mi primera opción sería pensar en una línea zigzagueante o, tal vez, en
un salir y entrar varias veces por la puerta de la Iglesia Católica” (207-209). La poesía mistraliana contiene las huellas de una
religiosidad que circula entre la “ortodoxia acatada y la heterodoxia irrenunciable” (1997: 232). Sobre las huellas de la
heterodoxia, Rojo destaca: la disolución del yo y el olvido de sí mismo, el espíritu altruista de fundamento teosófico, la
conciencia de formar parte de un todo que existe en el otro y en sí mismo, las especulaciones astrológicas, la divinación de la
vida y la naturaleza (que aproxima la escritura poética de Mistral al pitagorismo o al panteísmo dariano e incluso a la filosofía
hinduista de Tagore), la respuesta ocultista al problema de la muerte, la disolución del ser individual en el ser cósmico, la
comunicación con los muertos, la importancia del sueño y la representación de los paisajes de ultratumba. Su riguroso
comentario del poema “Aniversario” de la serie “Luto” de Lagar permite establecer que “el espiritismo y la teosofía [suministran]
a Mistral el libreto primario para la producción de su discurso, ya que en la metafísica de ambas doctrinas existe en efecto la
posibilidad de que después de la muerte el viaje del alma se detenga en el plano astral, que no continúe en su marcha
ascendente, que su tráfico quede circunscrito al interior de esa esfera tan sólo o a los viajes entre esa esfera y el plano físico”
(1997: 230).
5 Todas las citas de textos poéticos, de ahora en adelante, se indicarán sólo con el número de página. Véase: Mistral,

Gabriela. 1992. Antología Mayor. Gabriela Mistral. Poesía. V. 1. Santiago de Chile: Editorial Cochrane.
6 Jaime Concha advierte que uno de los rasgos del primer libro de mistral es su “macabrismo”: “otra nota más restringida

que es posible detectar en Desolación es la de su „macabrismo‟: el énfasis particular en imágenes macabras. Desde el bajo
romanticismo –lo que Mario Praz denominó romantic agony-, pasando por el simbolismo, decadentismo, etc., hay una línea de
poetización que se complace en imaginar la disolución material del cuerpo del amado o de la amada. Este clima poético, en que
el cadáver, el ataúd y la tumba son los centros de atracción imaginaria, flota de modo intermitente en la tradición lírica
hispanoamericana en primer lugar Lugones; en Melpómene (Córdoba, 1912), de Arturo Capdevilla; en Las manos juntas (1915), de
Ángel Cruchaga y en La amada inmóvil, de Amado Nervo, hallamos los materiales y, a veces, la plena configuración de esta visión
macabrista. En la Mistral esto se imprime con fuerza en su sección “Dolor” que es, además, deudora del tópico de la fosa común,
tal como éste había sido elaborado en la poesía de Pezoa Véliz y en las primeras obras de Augusto d‟Halmar. En particular, la
oposición germinal de los Sonetos, la contraposición entre el „nicho helado‟ y la „tierra asoleada‟ es algo que ya preexiste
alrededor de 1900 y que está cargado de resonancias sociales. No es posible extenderse en esto, que apunta más bien a una
sociología de la tumba en la experiencia chilena de comienzos de siglo” (1987: 63-64).
7 Patricio Marchant, en su artículo “Desolación”, señala que la poesía de Mistral, debido a la ausencia de tradición filosófica del

español, puede considerarse, en el sentido de Deleuze y Guattari, “literatura menor”; por ello, “literatura enteramente política”
(1997: 73).
8 Cora Santandreu, en Aspectos del estilo en la poesía de Gabriela Mistral, estudia algunos símbolos o claves de la poesía

mistraliana. Ella destaca la presencia de símbolos (carne, huesa, polvo, ceniza, pavesa, sal, albatros) que involucran el concepto
de desintegración y muerte (1958: 13-43).
9 María Zambrano, en Filosofía y poesía, sostiene que el nudo desde el cual convergen y divergen los discursos filosófico y

poético se encuentra en la muerte: “porque el nudo está en la muerte. El filósofo desdeña las apariencias porque sabe que son
perecederas. El poeta también lo sabe, y por eso se aferra a ellas; por eso las llora antes que pasen, las llora mientras las tiene,
porque las está sintiendo irse en la misma posesión. Los cabellos negros de la amada blanquean mientras son acariciados y los
ojos van velando imperceptiblemente su brillo. Y son por eso más amados, mas irrenunciables.” (2006: 38).
10 Gabriela Mistral escribe en “La lengua de Martí”: “yo no soy de esos dualistas y el dualismo en muchas cosas me parece

herejía pura” (1998: 79).


 11
Lo anterior responde plenamente a lo que Patricio Marchant considera uno de los momentos de especial intensidad
política de la “literatura menor” (Deleuze-Guattari) mistraliana: el “diálogo del poeta con la gran filosofía de nuestra época”
(1997: 73). Recuérdese que los otros dos momentos, que posibilitarían escenas de lecturas distintas a la “escena de los hijos de la
Mistral” (“aquel crítico que sea el más fiel intérprete, el más fiel defensor, el más fiel profeta de la Madre-Mistral”), son “la
experimentación del poeta del estar como mujer –ya no Madre por excelencia- y las lecturas que de ese estar resultan posibles y
necesarias [y] su experimentación de su estancia como mestiza latinoamericana, de la estancia latinoamericana, su meditación
de la derrota del indígena latinoamericano y, luego, su conciencia de la inevitable derrota del mestizo latinoamericano” (1997:
73).
12 Recuérdese que en el “Decálogo del artista”, Mistral escribe: “tu belleza se llamará también misericordia, y consolará el

corazón de los hombres” (1960: 176). Francisco de Asís, sin duda, constituye un modelo a imitar: “le labraron la boca a Francisco
para la canción con misericordia” (1992: 316).
13 Adriana Valdés, en un valioso estudio sobre el sujeto múltiple y heterogéneo de Tala, considera que una de las identidades

de la poeta es la “vieja sacerdotisa”. Valdés escribe: “requisito del sacerdocio femenino es la vejez y la renuncia a la relación
erótica: toda relación es enseñanza, y al imperativo de la atracción sexual se sustituye el imperativo de la sabiduría. Vejez,
sabiduría, poder sacerdotal van juntos” (89). El devenir sacerdote de Mistral implica una profunda transgresión del orden
patriarcal dominante. No sólo se advierte ello en el poema “Confesión”. También visualizamos su emergencia en “Vieja”, aunque
el devenir sacerdote de Mistral se relaciona con la función del sacerdote consistente en “ayudar a bien morir” a los hombres.
Pareciera ser, sin embargo, que la misteriosa relación con la muerte exige, como lo sugiere Valdés, el examen de otra identidad:
la sibila: “tránsfuga, llega a convertirse como sujeto mediante un proceso de desprendimiento que la vuelve salvaje, solitaria y
sin miedo, su mundo es el del soplo y el „conjuro‟ y el sueño premonitorio […] Si preside los ritos del nacimiento, se encarga
también de la muerte. Como del cielo y las profundidades; su territorio está en los extremos. Administra la muerte como un
sacramento, también como un don” (1997: 90).
14 El significante tierra, por ejemplo, puede remitir a la tierra humanizada; la tierra usurpada que debe ser exigida; la tierra

sin estratificaciones, desterritorializada por excelencia.


15 Hace ya un buen tiempo propuse un prescindible estudio sobre los sentidos de los significantes tierra y territorio en la

escritura mistraliana.
16 Una de las causas de la relevancia del sueño en la poesía de Mistral, según Grínor Rojo (1997), surge del análisis de las

relaciones de la poeta con la Teosofía y el Espiritismo. El estudio de la importancia del sueño en el diálogo con los muertos, por
ejemplo, debe preocuparse del contagio con las ideas provenientes de la “heterodoxia irrenunciable” de Mistral.
17 Así lo testimonia notoriamente el texto “La fuga” de Tala: “te has disuelto con niebla en las montañas / te has cedido al

paisaje cardenoso. […] y tú eres un agua de cien ojos, / y eres un paisaje de mil brazos” (303).
18 El poema “Animales” de Poema de Chile intensifica lo expuesto: “Y tú, ¿tienes otro nombre, / la Mama” //–Sí, el que me

dieron / y el que me di de mañosa / y el nuevo que mató el viejo” (485).


19 El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “semblante” del siguiente modo: (Del cat. semblant, y este

del lat. sim_lans, -antis, part. act. de simil_re, semejar). 1. adj. ant. Parecido, semejante. 2. m. Representación de algún estado
de ánimo en el rostro. 3. m. Cara o rostro humano. 4. m. apariencia (aspecto o parecer).
20 Puede ser leído en este sentido el poema “El suplicio” de Desolación: “Tengo ah veinte años en la carne hundido / -y es

caliente el puñal- / un verso enorme, un verso con cimeras / de pleamar. // De albergarlo sumisa, las entrañas / cansa su
majestad. / ¿Con esta pobre boca que ha mentido / se ha de cantar? // Las palabras caducas de los hombres / no han el calor /
de sus lenguas de fuego, de su viva / tremolación” (23).
21 Gabriela Mistral, en “Recado del mar y sobre un contador del mar” (El Mercurio, 8 de septiembre de 1935), advierte que el
encuentro con el joven escritor (aún) imaginista, Luis Enrique Délano, quien la ayudará en su gestión como Cónsul de Chile en
España, le permite descubrir tal vez el rango (ético) fundamental del poeta. “Luis Enrique Délano me ha traído, con su trato,
hacia este concepto: el poeta lleva no solamente un rango musical de hombre de ritmos ni uno plástico de productor de
metáforas, sino otro más íntimo en cuanto a suavizador del pulso violento del mundo” (1994: 143).
22 Gabriela Mistral así lo insinúa en el poema “Todas íbamos a ser reinas” de Tala: “Y Lucila, que hablaba a río, / a montaña

y cañaveral, / en las lunas de la locura / recibió reino de verdad” (393).


23 Téngase presente sólo la segunda estrofa del poema “semilla” de Ternura:

Duerme, huesito de cereza,


Y bocadito de chañar,
Color quemado, fruto ardido
De la mejilla de Simbad. (Porrúa: 61).
24 Palma Guillén escribe: “el único tema original y distinto, es, en ella, el infantil, en el que están la madre en potencia y la

maestra en acción que fue ella toda su vida […] La vena infantil, recogida en TERNURA, nace en Escuela e Infantiles de
DESOLACIÓN, sigue por Canciones de cuna, La Cuenta Mundo, Albricias y Cuentos de TALA, se prolonga en Rondas de LAGAR y anima
casi todo el RECADO DE CHILE” (1981: Xiii y XiV).

(*)
EDSON FAÚNDEZ V., Doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de
Concepción, Chile. Sus áreas de investigación actuales son, fundamentalmente, lírica
latinoamericana y novela realista española decimonónica. Ha publicado artículos en revistas
especializadas de Chile, Argentina y España, y los libros, en calidad de autor o editor,
Prohibido asomarse al interior. Antología de la poesía de Omar Lara (Editorial LAR, Chile,
2009), La oscura casa encantada. La poesía de César Vallejo y Oliverio Girondo (Editorial
Universidad de Concepción, Chile, 2010), Guardo el signo y agradezco. Aproximaciones
críticas a la obra de Gabriela Mistral (Editorial Universidad de Concepción, Chile, 2011). Es
profesor asociado del Departamento de Español y Director del Programa de Doctorado en
Literatura Latinoamericana de la Universidad de Concepción.

ELOGIO DE LA POESÍA

Di OMAR LARA *

ELOGIO DE LA POESÍA

Como eres todo


Y eres nada

Como no existes
Y me vives

Como me pares
Y me mueres
Como eres nube
Y eres sima

Como me enciendes
Y me apagas

Como me arrasas
Y vacías

Como me nombras
Y apalabras

TOQUE DE QUEDA

Quédate
Le dije
Y
La toqué

GRAN HIMALAYA

Es un hecho que no subiré jamás a las cumbres del Gran Himalaya;


está escrito que los hombres allí se vuelven dioses
y el poder temible de la naturaleza disminuye a los seres:
sus pasiones,
a una blanda indolencia.
Pero yo no subiré al Gran Himalaya,
tropezaré con las piedras del camino,
me embriagaré con deleznables licores,
seguiré maldiciéndome con ternura.
AYER DI LA VUELTA AL MUNDO

Ayer
di la vuelta al mundo
y yo
casi sin enterarme

en los caireles de la semivigilia


huelo hoy y me digo
ayer di la vuelta al mundo
y yo
casi sin enterarme.

* Omar Lara. Nueva Imperial (Chile), 1941


Ha publicado más de veinte libros de poesía.
Premios internacionales en Cuba, España, Italia, Rumanía.
Fundador/Director de la Revista de Poesía TRILCE.

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