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la madre del universo

GRISELDA GARCÍA
la madre del universo

© Griselda García

Publicado por
Editorial Echarper
charpentier–e@yahoo.com.ar

Diseño de tapa e interior:


Peter Tjebbes editorial echarper
Por causa de mi ignorancia, pobreza y haraganería
no he podido adorar tus pies.
Pero oh madre, graciosa liberadora de todos,
todo esto ha de ser perdonado.

Porque un mal hijo puede nacer a veces,


pero nunca una mala madre.

Adi Shankaracharya
La pelopincho

El Tío Alberto hablaba haciéndose el hippie y contaba chistes


que no entendíamos. Daba un poco de miedo porque mirába-
mos hacia arriba y su cuerpo no terminaba nunca. Una vez bajó
hasta nuestra altura y nos dijo: “Uhhh, chiiiicooos, cómo an-
daaannn… vieron que viene Robert Plant, vamos a verlo…”
Parecía drogado.
La Tía Estela fumaba mucho. Siempre que iba de visita
nos dejaba olor a cigarrillo. Sus uñas largas eran medio negri-
tas y su pelo aceitoso. La piel era amarillenta. Tenían una onda
muy especial los dos, estaban como de novios. Sus hijos eran
Julián y Marcelito. Los odiábamos.
Marcelito era una especie de bebé grande: estaba siempre
llorando y llamando a la madre. Julián nunca quería jugar a
nada y se quedaba en el sillón del living con cara de triste. Una
cara muy pálida, tenía. Y ojos perdidos. Con mis primos lo lla-
mábamos Punto Fijo y nos burlábamos todo el tiempo. Julián
se iba comiendo todas nuestras jodas y nunca cambiaba de ex-
presión. Miraba el vacío.
Los odiábamos a él y al boludo del hermano. Cuando se
iban empezaban los comentarios: “Qué tarados que son, viste
Marcelito cómo se puso a llorar…”
Una vez convencimos a Julián de que jugara con nosotros.
Fuimos a la habitación de mis primos y empezamos a charlar.
Ellos comenzaron a salir con disimulo y por último yo corrí y
apagando la luz lo dejé encerrado. El interruptor estaba del
lado de afuera. Si la puerta se cerraba demasiado fuerte el pi-
caporte quedaba trabado. Del otro lado, los cuatro nos reía-
mos. No podíamos parar. Julián empezó a gritar y forcejear.

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Los grandes pensarían que los ruidos eran parte del juego. Eso No los volvimos a ver. Alguien nos contó que la casa era
hasta que empezó a gritar en serio. Nunca me voy a olvidar: un asco de sucia sin una mujer. Marcelito no volvió a hablar. La
era como si ahorcaran a un perro. Fueron todos a ver qué pa- Abuela solía decir acerca del Tío Alberto: “Ese hombre es un
saba. Cuando abrieron, Julián estaba hecho un ovillo en un abandonado”, porque no tenía ropa linda y siempre estaba con
rincón. Tenía la cara blanca. olor a los cigarrillos de la Tía Estela.
Una sola vez después de aquel incidente volvimos a men-
Un día los grandes aparecieron con una cara que no ha- cionar a Marcelito y a Julián en una conversación con mis pri-
bíamos visto antes. Pasaba algo malo. No nos querían decir. mos. A mi hermana le dio culpa haber sido tan cruel. No creo
Preguntamos, pero no nos querían decir. en el “nunca es tarde”. A veces es realmente tarde, y no hay
A los dos días la Abuela nos dijo en secreto: “La Tía Estela vuelta atrás.
falleció”, “Pero cómo, qué le pasó. Cómo que falleció. Falleció
de qué.” Y ella: “Shhhh, chicos, no digan nada, shhh…”, “Ay
por Dios, Abuela, pero qué le pasó.”
Tenía que ser algo terrible para que nadie nos quisiera
decir. Porque otras veces, otras muertes, bueno, los viejos
están acostumbrados, han visto morir a tantos. La Abuela
cuidó a la nonita María mientras estuvo enferma. Una noche
le cerró los párpados sobre dos globos ya sin luz. Cuando todo
terminó vino a la cocina y anunció: “Falleció la nonita María”.
Nadie dijo nada. El Abuelo fue a pedirle el teléfono al vecino
para llamar a la cochería.

Cuando pasó lo de la Tía Estela tanto le insistimos que al


final nos contó: la habían encontrado muerta en la pelopin-
cho. Los chicos se habían ido con el padre a pescar. Cuando
volvieron la encontraron flotando desnuda. Al principio cre-
yeron que estaba haciendo una broma porque era medio pa-
yasa. Pero no. La tocaron y estaba hinchada, llena de agua.
En la casa no faltaba nada, no habían forzado puertas ni ven-
tanas. La autopsia mostró que la habían violado. Quien lo hizo
intentó reanimarla metiéndola en el agua, pero murió de un paro
cardíaco. Al tiempo, la policía encontró un par de ganchos de
carnicero en el patio de atrás. Después no se supo nada más.
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Su sombra

El flaco vivía en la parte de atrás de un taller mecánico. Yo a


veces iba y le cocinaba. El olor a aceite de auto era constante.
No tenía ollas, así que usaba una lata de dulce de batata. Esa
tarde él no había llegado. Me quedé charlando con Néstor, el
mecánico. Estaba desarmando un motor.
—Cebate unos mates, nena.
La Loba se ponía cerca para que le hiciera caricias. Ha-
blamos del clima, de las últimas peleas de Iván. Le pregunté:
—¿Tus chicos, bien?
—Al que no veo bien es al Iván.
El flaco venía de una buena racha, así que no entendí.
—¿Pasó algo?
Néstor apuró el sorbo. Miré sus eternas uñas negras.
—Anoche estaba yendo para casa cuando me avivé de que
no tenía los papeles del auto, volví para acá y cuando entré él
estaba entrenando, no me vio. Me quedé espiándolo porque
es sensacional...
—No podés dejar de mirarlo.
—¡Es un espectáculo! En eso escucho unas voces, creí que
tenía puesta la radio, pero no, era él, que le hablaba a la sombra:
“Hija de puta, ni bien pueda te mato. En un descuido te mato.
Cuando bajés la guardia, te la voy a dar. Te va a rebotar el cere-
bro, puta”. Me dio un cagazo que no te explico, como entré, salí.
Llegó un tipo a buscar un repuesto y se cortó la charla.
Pasé a la parte de atrás. Había un montón de botellas vacías en
un rincón. El flaco lo llamaba “el cementerio”.
Me senté a esperarlo. Hojeé una revista vieja que tenía las
páginas resecas. Después abrí el cuaderno. Había números y

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fechas. En una decía: Calentamiento 15 min., Carrera 9 Km., no terminara nunca. Pero terminó. Enfiló hacia la botella de
Sombra 2x3.30 min., Golpe al saco 3x3.30 min., Suiza 1x5 whisky y tomó como si fuera agua. Decía que le sacaba el hambre.
min., Asaltos libres 1x3.40 min., Peso, 50.3 GORDO. —Necesito estar solo. Tengo que entrenar.
Escuché que entraba y dejé el cuaderno. Sonrió al verme. Siempre quería quedarse solo después de hacerlo. La re-
—Me dijo Néstor que estabas. acción era peor cuanto mejor había estado.
—Qué hacés. —Te preparo algo y me voy.
—Muerto de calor. —No quiero nada.
Se desnudó. Tenía un calzón negro rotoso que a mí me A veces yo quería pasarla mal, así él no se deprimía. Tenía
encantaba. Se le notaban las venas y las costillas. Y una cicatriz una tristeza ancestral. Formaba una nube negra a su alrededor.
que le atravesaba el pómulo derecho. Me la había mostrado Un campo de fuerza. Con eso ganaba las peleas. Sus adversa-
orgulloso. Lo único que me quedó del primer knock out, dijo. rios golpeaban contra un muro. Era habitual que noqueara en
—Traje para cocinar. el primer asalto.
—Qué cocinar, estoy hecho un cerdo. —Lentejas, te hago. No engordan.
Había etapas en las que no tomaba ni agua. —¿No entendés que quiero que te vayas?
—Estás igual que siempre. ¿No leés la balanza? Entendía, sí, pero a veces con entender no alcanza. De
—No me la nombres. pronto sentí que algo caliente me bajaba por la nariz. Apare-
Esa noche tenía pesaje y al otro día pelea. cieron una, dos, tres estrellas en el piso.
—Arroz con lentejas. Eso no engorda —dije y él protestó. —Sangre —dijo y fue hacia el baño.
Volvió con algo que presionó con firmeza contra mi cara.
Me gustaba el boxeo desde chica. Papá me llevaba a ver las Me moví y la presión aumentó. No podía respirar. Traté de za-
peleas en la Sociedad de Fomento Villa Reconquista. Tuve un farme, pero él me agarraba la cabeza. Cuando empecé a pate-
compañero de secundaria que seguía los pasos de su padre bo- arlo, por fin me liberó. Al apartar la mano, vi que sostenía una
xeador. Se llamaba Pablo. No pasamos de amigos porque a una toalla blanca. En la nariz me quedó algo como tierra reseca.
compañera le gustaba ni bien entró al curso. Lo habían echado —Ya está, tranquila.
de varios colegios y eso nos encantaba. El miedo, a la vez, me paralizaba y me hacía temblar.
Tardé en levantarme. Iván miraba el piso manchado con san-
Iván se puso a hacer flexiones. Lo miré un rato y después gre. Percibía en todo el cuerpo la tristeza que irradiaba desde
no aguanté más: me le tiré encima. Qué hombre. Era algo su pecho y llegaba hasta mí.
irreal. El olor de su piel era una mezcla del aceite de autos, des- Estaba lavándome la cara cuando la soga empezó a gol-
odorante y transpiración. Me despertaba un instinto de ternura pear contra el piso. Escuché murmullos y el siseo del aire.
y salvajismo. Él vivía transpirado, y yo, en estado de exaltación. —Hasta mañana —saludé, pero no respondió.
Lo hicimos de parados. El lugar estaba grasiento y el sillón Saltaba de cara a la pared.
tenía las pulgas de La Loba. Quise detener el momento, quise que La toalla con círculos rojos fue lo último que vi.
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Blanco

Me muevo en la cama. La habitación está en penumbras. El


ventilador agita el aire. Las moscas golpean contra el mosqui-
tero. A través de un postigo, un rayo de sol juega en las paredes
a la cal. Es temprano todavía, pero se respira calor.
Mi pelo se engancha en la cortina de maderitas. Eso era
lo que sentía: aroma a uvas. Mi hermano las funde con azúcar
en una cacerola. Le doy un abrazo y me sirve un té. De chicos
prometimos que íbamos a abrazarnos todos los días.
—Estoy haciendo dulce. Ayer Doña Marta me regaló
como siete kilos. Las trajo de la quinta.
El viento mueve las hojas. Una de las últimas plantas que
compró Javier acaba de florecer. La Santa Rita necesita agua.
—Algo te da y algo te quita —digo en voz alta.
—¿Eh?
—La Santa Rita. Lo decía mamá.
La idea de un día entero por delante resulta demoledora.
Habría que sacar los yuyos, remover la tierra de los canteros,
poner a secar las semillas de los zapallos y fumigar los jazmines.
—Ya sé, estás pensando en todo lo que hay que hacer —
dice mi hermano.
Sirve más té, se suena los huesos del cuello y se mira las
manos. Veo el cansancio en su mirada.
—Javi, ¿vas a ir a comprar turba?
—Primero quiero remover bien la tierra, así después ya
vengo y la cambiamos por la nueva.
—Mirá que va a cerrar el vivero.
Deja su tejido sobre la mesa y la pequeña aguja de crochet
resbala y cae bajo la mesada. Está tejiendo un bolsito de hilo
turquesa para mí.

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Un pájaro chilla entre el follaje de las acacias negras y le se echan a la sombra. Por la noche el monte bulle con la acti-
siguen gritos de otras aves. El sonido rompe el aire cargado vidad de los nocturnos que casi no producen sonido.
de sol y levanta vuelo una bandada, aleteando con fuerza. El agua forma pequeñas lagunas en las depresiones de las
—Tranquila, hay tiempo. baldosas. Bebo un poco y aprovecho a lavarme. Me enjabono
Es cierto. En estos días tenemos luz hasta las ocho, nueve. los pies y los brazos. Lavo la ropa que llevo puesta y la tiendo
Me pongo a lavar los platos que quedaron de anoche. No al sol. Entro desnuda. El mosquitero se cierra con un es-
puedo recordar qué comimos. truendo. Cuando escucho el motor de la camioneta, voy hacia
—¿Querés algo del centro? —pregunta. Se puso el som- la habitación y me pongo un vestido viejo. Entra Javier con
brero blanco, le da un aspecto exótico. una canasta que le pesa.
—Traete unas naranjas, así preparo jugo para la tarde. —¿Qué tenés ahí?
Dejo los platos escurriéndose al lado de la pileta. Al rato Él sonríe y me muestra las naranjas, pero en la otra mano
lo veo aparecer por la ventana. sostiene un paquete.
—Fijate que no se me queme el dulce. En cuanto haga el —¿Y eso? ¿Qué es?
primer hervor, me apagás el fuego. —Qué curiosa que sos. De chiquita eras igual.
—Dale, ¿qué es?
En el patio los yuyos crecen por todos lados. La última —Tomá, tomá. Es un regalo.
lluvia los hizo multiplicarse en variedad. Quizá sean semillas Rasgo el papel. En un primer momento parece una re-
de algún árbol. Javier quiere construir una pérgola, así que se- mera, pero después quito el envoltorio de nylon y veo un par
guro traeremos un gajo de la parra del fondo para acá, hay que de alpargatas. Los regalos me ponen contenta. Javi se agacha
averiguar cómo prende una parra… las hojas van a detener un junto a mis pies y me las prueba. Noto su aliento cálido, sus
poco a las semillas voladoras. Abro la canilla y desenrollo la manos fuertes y ásperas.
manguera. Al principio, el agua sale hirviendo. Los varios me- —Me quedan justas, no me aprietan ni nada.
tros de goma verde y blanca transmiten el calor del sol, que co- —Ya lo sabía, ne-ni-ta.
mienza a quemarme la espalda. Me pongo de pie y hago tres pasos de baile. Empiezo a
Las baldosas mojadas: el eterno verano de la niñez. El cantar:
viento en el monte, con sonidos que cambian a cada hora. A la Una viborita, larga y finita, se pasea en mi balcón…
mañana explota burbujeante con las actividades de sus mora- —Uy, me había olvidado de esa canción. Seguí.
dores: crujidos, raspajes, serruchos, golpes, roces, martilleos, Emocionado por el recuerdo, por sus ojos pasan chispas.
silbidos, aleteos. Hacia la tarde el trajín de las hormigas …todas las mañanas, fresca y temprana, se pasea en mi balcón…
merma, la labor sigue en las colmenas, el gorgoteo de los pá- Me paro en puntas de pie, levanto los brazos e inclino la
jaros en las charcas, la confección del nido del bichofeo, el res- cabeza como esas muñecas de las cajitas de música. Al rato me
tregar de las alas de la cigarra, los perros que rascan la tierra y canso y él empieza: “Si yo digo blanco, ustedes dicen…”. Y
yo: “¡Negro!”.
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Él, a propósito, lo hace cada vez más difícil y se burla Despedida
cuando tardo en responder.
—Así no vale.
—Es que sos medio tolola.
—¡Tolola! ¡No inventes palabras! —grito, y nos ponemos El chico tiene algo de barba y ojos color almendra. Vino a
a luchar. Al rato logro zafarme y nos quedamos acostados con- pasar el verano y ya se vuelve a su país frío.
tra el frío de los mosaicos. Quietos, mudos, es como si el —Mañana quiero que lloren todos —dice.
tiempo no pasara. Yo no voy a llorar. Así me criaron, los hombres no lloran.
—Estoy cansada. Un gitano muestra su diente de oro en cada carcajada.
—Yo también. Hoy vamos a tener que dormir siesta. Prende fuego un pañuelo verde y lo hace aparecer en mi bol-
—¡El dulce! sillo derecho. Se acerca demasiado; la sordidez del circo en sus
—Ahh, se te vio la bombacha, nenita —dice, riéndose ojos negros.
como un tonto. Los invitados toman vino blanco en copas bajas y ríen.
Se queda acostado abriendo y cerrando las piernas. Pa- Nubes de insectos se agrupan alrededor de cualquier fuente de
rece un ángel diabólico. Apago el fuego. El dulce está muy es- luz y dejan debajo una alfombra de otros insectos muertos. ¿No
peso, tengo que hacer fuerza para despegar la cuchara del llegaron a tiempo a su ración de luz o fue ella la que los mató?
fondo. Él me ve y viene a chupar las salpicaduras. Envasamos Un hombre vestido de arlequín se balancea. Lleva un an-
el dulce en frascos vacíos de mayonesa y café. Después de lim- tifaz y toma agua con una bombilla plástica. A los pocos mi-
piar las hornallas, me pongo a exprimir las naranjas. nutos detiene el movimiento y dice:
—¿En dónde dejamos la pala y el pico? —pregunta. —Si me sigues mirando te como, chaval.
—En el lavadero. Finjo no haber oído, justo cuando la música comienza a
Cuando sale, el mosquitero se cierra de golpe. Me quedo sonar más suave. El sonido de los hielos que chocan contra las
con la fruta detenida sobre el exprimidor. Se oyen los ruidos copas se amplifica hasta ensordecer. Un camarero se embo-
habituales que hace Javier cuando busca cosas. Luego, silencio. rracha e intenta violar a una de las empleadas de limpieza. La
Mientras él avanza hacia el fondo de la casa, los perros em- mujer se pone a llorar y una compañera le pasa un repasador
piezan a ladrar enloquecidos. para que se seque. “Tranquilízate, Iris”, le dice. Echan al ca-
marero. Entre dos lo sacan a empujones y patadas. La fiesta
vuelve a su calma enloquecida.

En un rincón una mujer obesa enseña trucos para con-


quistar a cualquiera. Fuma de un narguile con boquilla de plata
y lanza chillidos cortos cuando ríe.

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Entran dos chicas cargando una torta de tres pisos de Habla de mis relatos, dice que tengo buen registro colo-
crema y frambuesas, pero nadie quiere. El gitano desaparece quial, que tengo que trabajarlo más, pero el colectivo llega y no
tras una cortina de humo color bordó y ya no vuelvo a verlo. oigo el resto. Siempre me fijo si el que se queda abajo saluda o
Cuando aparece el espejo no dudo y tomo. Una chica al otro no. Arlt camina sin mirar atrás.
extremo del sillón grita tan fuerte que tapa la música. Me pega rá- Viajo en el último asiento. Siento su gusto en la garganta,
pido y mal. Busco mi campera que quedó debajo de la gritona. que empieza a abrirse de a poco y me deja respirar mejor.
—¿Cómo, ya te vas? —pregunta—. Qué rata, eh. Tomás Cuando bajo, camino quince cuadras y lloro diez. No voy a
y te vas. poder dormir.
—Creí que me estaban convidando. No sé, yo si tengo
convido.
Se pone de pie y sacando pecho dice:
—No flaco, te equivocaste. Yo si tengo me la tomo sola.
Intenta empujarme pero la agarran entre varios y aprove-
cho para salir.
—Esperá, te acompaño —dice el único chico que co-
nozco. Se parece a Roberto Arlt.

En la escalera me da un beso. Abro bien la boca. Huele a


desodorante. Me apoya, me muerde el cuello. Termino chu-
pándosela en el zaguán de una casa que da a las vías. No agra-
dece. Limpia el piso con el zapato y me sacudo su semen en
unos helechos vecinos.
Cuando estamos saliendo vemos a Iris, la mucama. Su
compañera sigue tratando de consolarla. Tiene un ataque de
nervios. “Tranquilízate, Iris. Te estás perjudicando”, le dice la
compañera. “¿No entiendes que me ha deshonrado?” pregunta
ella. Intento no mirar para darles intimidad, pero están acos-
tumbradas a no tenerla.
Caminamos hasta la parada. Él pide disculpas por la chica
de Boca: “No está muy bien”. Prefiero no preguntar. En am-
bientes como éste es una de las reglas: no preguntás. Todo se
vuelve oscuro y la calle arde como neón.

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Gracias, Reina

Nos llevábamos mal en todo, pero en la cama éramos fuego.


Hay que desconfiar de los calladitos. Sólo es cuestión de que
entren en confianza.
Al principio no dormíamos. Pasábamos toda la noche co-
jiendo. Uno a veces dice “pasar toda la noche cojiendo”, pero
con él era así. Si un día estaba cansada inventaba cualquier ex-
cusa para no ir. Verlo era terrible pero no verlo era peor. La
perspectiva de vivir separados era espantosa, la vida nos había
arrojado uno en los brazos del otro para ser amigos, amantes
y hermanos. Tal vez hayamos terminado siendo todo eso junto
y a la vez nada.
Con los meses él perdió el interés. Su explicación, el canto
masculino usual: mucho trabajo, cansancio… pero el amor está
muy cerca del sacrificio, de respetar y aceptar al otro como es
y más de la basura que me inculcaron las monjas. Ceder. Tener
paciencia. Si amas a alguien, déjalo libre. Eso escribía en cua-
dernos cuando era chica.

Él no quería, yo sí. Ni bien me acostaba me agarraba fiebre.


Daba vueltas, respiraba agitada. En las noches en que ya no
podía más, me levantaba e iba a buscarlo a su cuarto. Me metía
en su cama y empezaba a besarlo. De vez en cuando reaccionaba.
Entonces le decía guarangadas al oído. Después de un tiempo,
ni bien acercaba mi boca a su oreja él se revolvía de placer.
Estábamos en esa etapa en la que los velos caen, se desatan
las lenguas y uno escucha en dónde estalla el cuerpo del otro,
cuando le descubrí una mirada extraña al realizar una manio-
bra. Era devoción pura. Me brotó una fuerza inexplicable, me

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transformé. Hice que se arrodillara y lamiera el suelo junto a ándolos. Sabía que él iba a lamerlos en cuanto pudiéramos vol-
mis pies. Ahí empezó. Era como si se hubiera abierto la com- ver a encerrarnos en nuestra burbuja.
puerta de un dique. Nunca era él quien me buscaba a mí. No me quejo. Ese
Me habló de su inclinación a la esclavitud, la adoración de era mi rol y, a juzgar por sus expresiones, lo representaba bas-
los pies, las medias, los tacos altos. Empecé a contarle pequeñas tante bien. Gozaba con un sufrimiento infinito en el rostro.
fantasías y relatos a menudo, probando, tanteando por qué lu- En ocasiones, cuando sus ojos nublados de éxtasis me aburrían,
gares discurría su excitación. Tenía la abnegación de una madre. suspendía el juego. Cada vez que yo decía: “El juego terminó”,
Podíamos pasar un día discutiendo, pero a la noche las él respondía: “No es un juego”.
cosas cambiaban. Los dos lo sabíamos. Arreglábamos cuentas A veces tenía otros novios. Él lo sabía, siempre lo supo,
en nuestro pequeño mundo de Ama y Esclavo. Ese era el se- pero en el fondo de su corazón esclavo sabía que era preferi-
creto. Supongo que para él sería una liberación. Un mundo en ble no rebelarse. Esa sumisión me enfurecía. Lo odiaba por
donde no tenía que hacer nada, se limitaba a poner la cabeza eso. Fui tonta en creer que su cara de paciente y comprensivo
bajo el taco de mi zapato. Todas las decisiones las tomaba yo. era auténtica. Sólo se trataba de un consumado actor del pla-
En mitad del día, mientras me daban un masaje o me hacían la cer representando su papel a la perfección.
manicura, aparecían las imágenes de su cara de perrito faldero.
Verle esa expresión me llenaba de odio. Inútil, inservible. Tu vo- Cada mañana le dejaba una lista de tareas. Según mi
luntad no existe, mis caprichos son tu voluntad. Eso le decía. Con humor, eran trabajos livianos o arduos. Le daba el día libre a
el tiempo fui perfeccionando las frases. la mucama y salía de compras en mi auto. Él tenía que espe-
A cierta altura de la vida de un hombre, cualquier ave de rarme con todo impecable, de rodillas. Me gustaba dejar caer
rapiña femenina, si es veloz, puede aprovechar los mejores bo- las migas de mi tostado, abandonar papeles de golosinas, sem-
cados: experiencia, cierto roce con el mundo, algunos trucos de brar ropa por los cuartos. Disfrutaba más de la comida sa-
cama. Ansiosos por probar cosas nuevas, se sorprenden de que biendo que él iba a lavar los platos.
los busques, que quieras hacerlo a toda hora, en la cocina, en A la vuelta de mi paseo, él se tiraba a besarme los pies casi
el baño, indispuesta. Ahí hay que aprovechar a empacharse. llorando. Luego se levantaba como un resorte y me liberaba del
Después, uno nunca sabe. Es como cuando vas a un cumplea- peso de bolsas y paquetes. Evitaba así el primer golpe. ¿Cómo
ños, no sabés si comer la entrada o no, porque tampoco sabés iba a dejar que su Reina cargara cosas? Estúpido, inservible.
qué van a servir después. Gimiendo confesaba que había tenido una erección cons-
tante mientras trabajaba. Sabía cómo halagarme. Le pedía que
Disfrutábamos con una serie de pequeños signos que al- se masturbara ahí mismo. Si manchaba algo, le aclaraba, de-
rededor nadie advertía, pero a nosotros nos disparaban luces ti- bería limpiarlo con la lengua. En dos o tres movimientos su
tilantes. Estábamos en una reunión y sin apartarme de la semen estallaba largo y cremoso sobre el piso de madera. Rara
conversación, me sacaba un zapato y movía los dedos, masaje- vez se quejaba, pero un día protestó y eso aguijoneó mi odio.

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Era una tarde helada. Lo até desnudo a una reja del patio y lo La ley
golpeé tanto que empezó a sangrar. No oí un solo grito.

Lo usual era alternar distintas tareas de placer o dolor. A En el lugar no entra luz natural y la que ilumina proviene de
todo él respondía: “Gracias, Reina”. Mis nombres variaban: un tubo envuelto en papel celofán rojo. Da la impresión de que
Reina, Ama, Diosa, Divina, Benjamenta, Adorada. Él era se está en un lugar caribeño. En una de las paredes del bar hay
Perro, Esclavo o Sucio. dibujada una sirena que le guiña un ojo a un marinero, ambos
Mis implementos eran una vara de madera y una campa- rodeados de palmeras de color verde fluorescente. El conjunto
nita que hacía sonar cuando requería su presencia. Para des- hiere la vista. De fondo, la cadencia de un bolero. Una pena,
pertarlo en las densas madrugadas invernales la agitaba con porque en las noches tranquilas se puede oír el mar.
fuerza; durante el día un par de oscilaciones suaves eran sufi- —Che Mary, ¿no me servís un cafecito?
cientes y lo tenía a mi lado. —Sí, negra, ya te traigo —dice y va hacia la máquina. Se
Nadie me hizo sentir tan alta como él, en ese tipo de al- oye el siseo del agua hirviendo. Vuelve con una taza de café es-
tura particular. Fui emperatriz, madre nutricia, pitonisa y musa pumoso.
despótica. Durante el largo solsticio conyugal acordamos que —Te quería contar algo. Vos sabés que con Carlos hace
en una futura separación, ignorando todo estado civil, él ten- tiempo que ya no pasa nada.
dría que responder a mi llamado. Salir a cualquier hora y acu- Es su marido. A veces me cuenta de cuando iban al Rose-
dir a mi encuentro. dal a besarse.
—¿Cómo que no pasa nada? ¿Se separaron?
Algunas noches miro la vara de madera, que ha adquirido —Tengo el pálpito de que tiene otra.
usos más prosaicos. Me pregunto cuánto tardaré en volver a Desde una mesa piden algo y se va a atender. En la radio el
agitar la campanita. Papa da sus condolencias por los atentados en Medio Oriente.
—Lo que te quería contar es algo que el otro día él me
pidió y, bueno, no sé cómo decirteló.
—Dale, Mary.
—La otra noche me pidió si no le chupaba el miembro.
La miro pero ella me esquiva y limpia el mostrador con un
trapo rejilla. Por un segundo creo que es un chiste. No sé qué
decirle. Deja el trapo, me mira, vuelve a limpiar, retira la taza.
—¿Vos querés?
—Y, no sé. ¿Esas cosas se hacen dentro del matrimonio?
—Y, va en cada uno.

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Entra al bar el Gordo. Hago como que le estoy pidiendo Los vómitos son estrellas caídas sobre la vereda. Es di-
algo a Mary y me voy. Nos tiene dicho que no quiere que vertido adivinar qué comió cada uno. Siempre quedan pedazos
charlemos. de morrón o tomate; otras veces blancos, arroz. La calle se
Me encierro en el cuartito de las escobas. Qué increíble. funde bajo el sol. En un kiosquito el cartel con letras rojas dice:
Esperará que el tipo vaya a un sauna para que le tiren la goma. REFRESCATE YA, ¿ME ESTABAS BUSCANDO? REFRESCATE YA
Si lo cuento no me cree nadie. Antes de salir pongo cara de Frente a un templo judío hay un patrullero estacionado
mucama sufrida. De vuelta en el bar, Mary está barriendo. bajo los árboles. Por lo general están de a dos, siempre hay uno
—Dale, dame un par de consejos, vos que sos más joven- que duerme. Esta vez es uno solo, me clava la mirada. Sigo ca-
cita —pide con una sonrisa—. Dame unos trucos, algo para se- minando y se la sostengo. De cerca es hermoso, unos ojos ver-
ducirlo al Carlos, lo quiero reconquistar. des como un pozo de claridad. Le digo:
—Y, arreglate un poco. Comprate algo sexy, un beibidol, —No sabés cómo me calientan los policías.
una tanguita. El barrio está en silencio, sólo se oyen los pájaros. El tipo
A través de su piel oscura se ruboriza. me alcanza unos pasos más lejos y me encaja un beso en la
—¡No tengás vergüenza! Estamos en confianza. boca. Listo, una película. Ahora falta que empiece a sonar
—Quería cambiarme el peinado, también, pero no sé. algún tema de Whitney Houston y ya está.
—¿Y por qué no te vas a Oli? De paso te depilás, te hacés —¿Así que te calientan los policías?
las manos… En la solapa de su camisa dice Gómez M.
Por un momento parece que va a llorar. —Sí, me encantan… ¿cómo te llamás, Miguel? —digo ro-
—Ay, nena, vos sí que sos un amor. Sos como la hermana zándole la plaquita con el nombre.
que no tengo, te agradezco mucho todos los consejos que me —No, Mario. ¿Y vos?
das, Dios quiera que me den resultado… —Valeria.
Pasa un auto tocando bocina, con banderas de Boca. Debe
En el lobby el Gordo le habla a la recepcionista. Cuenta haber partido en Vélez. El yuta vuelve a su posición acodado
sobre el Padre Mario, un cura milagroso de González Catán. en el capot del patrullero.
Me quedo a escucharlo, le encanta ser el centro. Resulta que —¿Sos del barrio? —pregunta
una amiga suya estaba enferma y fue a lo del cura. Él hizo un —Vivo a un par de cuadras.
par de movimientos con una especie de péndulo y dijo: “Usted —¿Sobre esta calle?
tiene algo grave en el abdomen”. Tres días después la biopsia —¿Qué pasa, me vas a someter a un interrogatorio?
mostró cáncer. A las dos semanas se murió. Se pone incómodo, su boca se tensiona y mira alrededor.
Cada vez que el Gordo cuenta algo, es sobre muertes o —No me vas decir que te doy miedo —digo, ya a pocos
enfermedades. Hago los cuernitos tres veces apuntando al piso centímetros de su cara. Mi mano va a su brazo derecho, toco
y me voy a cambiar. un bíceps de roca.

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—Cómo te voy a tener miedo. Es que estoy de servicio —¿Cómo, no te acordás de mí? Hace unos días, al lado
ahora y si llega a pasar el móvil me voy a comer una cagada a del templo.
pedos. Dice “Valeria” y la voz se le hace suave. Me invita a tomar
—¿Cómo se te dio por ser policía? algo. Lo cito en La Farola, que está lleno de yutas como él, así
—Y… yo entré porque sentí la vocación de servir, de de- que se va a sentir cómodo. Llego tarde a propósito.
fender a la patria. —De noche sos más linda.
—Si es por servir podrías ser mozo, también. Tiene camisa gris y pantalón negro. Toma vodka.
—Esto es distinto. Estuve preso y todo. Me tuvieron guar- —¿Eso es lo más ocurrente que podés ser?
dado seis años en Campo de Mayo y un tiempo en Villa Mar- —Sin ropa soy mejor.
telli, ¿conocés? Fue cuando pasó todo lo de Seineldín, no sé si —Ah, bien, vamos acelerando un poquito porque si no me
te acordás. duermo.
—Sí. Juego con un mechón de pelo entre los dedos, me relajo
—Yo estaba del lado de los buenos. Pero nos mandaron en la silla, me muestro disponible. Su pantalón demasiado
adentro, todo por defender una idea… lo mismo con los pibes de corto deja ver las medias de toalla blancas. Aparto la mirada.
Malvinas, eran todos guachos sin experiencia, muertos de frío, —Nooo, no te vas a dormir ahora, bebé. Mirá que la
con armas oxidadas. Yo no me acuerdo porque era chico, pero noche es joven… tenemos mucho de qué hablar.
pasó lo mismo. Después si tenés el prontuario manchado no te —Sí, por ejemplo, ¿por qué sos yuta?
toman en ningún lado… acá gano 810 pesos, me cago de hambre. —¿Qué sos periodista vos? Entré a la Fuerza más o menos
Se pone cada vez más melancólico. Se escuchan algunos en el 78. Yo siempre quise ser poli, desde chiquito, y como pe-
cantitos a lo lejos, reconozco uno: dían la primaria, nomás…
Todo mal. Dice “poli”, es de los peores, los que tienen vo-
Me gusta el vino, me gusta la cerveza, me gusta todo para estar cación de botones. Mueve mucho las manos. Un poco más de
de la cabeza. presión y seguro pondrá como excusa algún familiar anciano
que mantener, cuentas que pagar, hijos chicos.
Va al interior del auto y saca la libreta de infracciones. Entra uno de los que habitan la garita de seguridad frente
—¿Me vas a hacer la boleta? Si no hice nada. al bar. Éste está de civil así que pasa desapercibido. En la calle
—Dame tu número y te llamo. se levanta viento.
Miento que no tengo teléfono. Me pasa el suyo. —Acá la que tiene pasta de poli sos vos bebé… desde que
A los dos días, llamo: llegaste que no parás de preguntarme cosas.
—¿Con el oficial Gómez, por favor? —Acostumbrate porque acá la única que hace las preguntas
Me ponen una musiquita para esperar. soy yo —digo, copiándome de una película. Suelta una carcajada.
—¿Hola, Mario? —Qué brava… ¿Qué más querés saber?
—¿Quién habla? —¿Querés cojer?
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—Qué rápido que vas, bebé. La rubiecita primero grita, luego se oye un golpe seco. En
Se acerca y me babea la cara, me toca por debajo de la la radio, el mismo locutor de antes. El chico comienza a mo-
mesa. Qué básicos son, por dios. Si vas con lentitud creen que verse dentro de mí y después de cuatro o cinco embestidas una
ellos te están levantando a vos, en cuanto apurás un poco se figura detrás lo hace apartarse. Es el yuta, que me desata. Dice
ponen nerviosos. Lo miro fijo a sus ojos verdes. Me gusta el algo y todos se dispersan.
verde, me imagino que es una serpiente. Me lleva en andas hasta el living y me viste como si fuera
—Pagá así nos vamos. una muñeca. Veo nublado. Me sube a un taxi y pone dos bille-
Voy al baño. Siento una oleada de excitación parecida a la tes en mi bolsillo.
corriente eléctrica. Tomo dos rayas. Otra vez protagonista de Ya en casa sangro en la ducha. Tardo mucho en limpiar
mis mejores escenas mentales. todo. Cierro las persianas, corro las cortinas, enciendo el ven-
Me está esperando parado derechito en la esquina, con las tilador y echo llave a la puerta.
manos en la espalda. Típico. Dormir es parecido a morir, lo último que pienso.

No sé dónde estoy, no puedo moverme. Una abertura en En el cuartito de las escobas me la encuentro a Mary. Es-
la venda deja pasar luz anaranjada. Anuncian por la radio un curre el trapo rejilla en un balde.
cuarteto para cuerdas. Siento un roce y la voz del yuta: —Negra, qué carucha. Hay que dormir de noche. Hacés
—Quietita, portate bien y no te va a pasar nada. bien, aprovechá que sos joven.
Termina de decirlo y hay una boca comiéndome el pezón Mi uniforme tiene olor a humedad. Le tiro un poco de
derecho. Trato de imaginar en qué lugar estoy. Salimos del bar desodorante. Mary se pone a llorar.
y él sugirió que fuéramos a su casa. Antes compró cerveza. Re- —¿Qué te pasa, Mary?
cuerdo haber entrado a una habitación donde un adolescente —Todo mal me salió. Carlos se puso como loco, me pegó.
estaba esposado contra una pared. Luego alguien me vendó los —¿Cómo que te pegó, te pegó por qué?
ojos y escuché música a todo volumen. —Yo hice lo que vos me dijiste, te juro negra, no sé qué
Ahora el placer me afloja y la presión de la cuerda en mis me falló. Me compré una tanguita y un portaligas lila, divinos.
muñecas cede. Todo se acelera: manos con uñas largas, alguien Gasté un montón, me fui a hacer las manos, todo. Cuando
me escupe, gruñidos, cuerpos que se mueven, líquidos. Dis- llegó a la noche aparecí toda sexy. Para qué. Cuando me vio se
tingo a un hombre con una máscara negra. Tiene un objeto puso como loco. No sé qué me falló, te juro. Me dijo puta, re-
grande en la mano, que me apoya. Me desmayo. ventada, que si tenía un macho… —Mary se interrumpe, mira
Despierto con un dolor agudo. Ya sin venda puedo ver a hacia el pasillo y escucha la voz del Gordo.
una rubiecita arrodillada junto a un hombre muy mayor. De Se compone un poco el pelo y se vuelve a atender. Arre-
vez en cuando él saca la pija de su boca y la golpea en la cara. glo mi ropa, cierro el cuartucho y salgo. Ya se oye el bolero so-
Atrás, dos chicos se besan. Cuando ven que los miro, uno de nando en el bar.
ellos viene y me acaricia el pelo.
34 35
El Fortín

Velez-Estudiantes. Roberto es de River pero dice que el resul-


tado de este partido va a influir en su equipo. Estamos desnu-
dos. Digo algo sobre la desnudez del alma, pregunto si alguna
vez amó a alguien. No me oye. Levanta el tubo del teléfono y
pide comida. Vuelve:
—¿Qué decías, muñeca?
Nada, tarado, pienso. Estoy transpirando. Se me durmió
un pie. En el hotel parece haber funcionado una fábrica de
aceite o de gaseosas. El jacuzzi es un tanque donde entrarían
cinco personas.
Desde la tele un tipo dice: “Y se queja de que le pegan…
y bueno… para eso que no juegue al fútbol, el fútbol es cosa de
hombres”.
Qué deporte que me pone nerviosa. No es estético y bello
de ver, como, digamos, el tenis. Abro la canilla. No hay división
entre el baño y la habitación, y la pantalla se llena de vapor.
—¡Nena! ¡Vení para acá! Mirá cómo se puso este aparato.
Se incorpora bufando e intenta desempañar el cristal con
una media. Descubro pequeños raspones en mis rodillas. De-
bería consultar por mi lunar, creo que está más oscuro. Velez
convierte el primer gol. Tapo mi nariz y me sumerjo. El agua
me hace arder los ojos, veo todo parecido a la sangre. Así habrá
sido el útero de mamá. Un lugar cómodo del que hay que salir.
Una caverna esponjosa donde recibía los embates del sexo de
papá y me dormía acunada por los gemidos de ambos.
Cuando salgo, Roberto está atendiendo a la mujer que
trae el pedido. Abrió demasiado la puerta y parece como si hu-
bieran estado hablando largo rato. Cuando nota que salí, él
hace un chiste y la mujer ríe y se va.
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—Vení a comer, muñeca. Empate. Él se acomoda para ver mejor. Se le dilatan las
En la bandeja reposa una milanesa arrugada y gris con va- pupilas, sube el volumen. Los grititos de la otra habitación se
rias cucharadas de puré. Unto el puré sobre rebanadas de pan mezclan con el gol. Con los músculos doloridos cambio de po-
negro. Roberto está hipnotizado. Debe creer que está en la sición. Él me mira con el tenedor en la mano Toma el control
cancha. Le hago cosquillas, le tapo los ojos. Él se ríe y me remoto y apaga la tele.
aparta con suavidad. Me doy por vencida. Tomo 7-Up en una Cuando me incorporo, el plástico negro que cubre la
copa plástica. Alguien grita en la habitación de al lado. Se oyen cama queda adherido a mi espalda.
risas y quejidos tenues.
Mamá tiene un lunar en el hombro. Le sobresale, es
negro y parece una cucaracha. Cuando yo era chica se lo mi-
raba de cerca. Estaba formado por muchas carnecitas marro-
nes oscurísimas. Nunca se lo quiso sacar. En las fotos se la veía
en Mina Clavero en un modelo de bikini de los 70, y el lunar.
En Mar de Ajó, otro verano, con un enterito rojo y blanco, y
el lunar.
—Seguro que sos de las que odian el fútbol. Seguro que
sos de Boca.
Por cortesía evito el tema. No lo nota. Tampoco escucha
cuando le pido que me deje algo de frazada. Sigue con la mi-
rada fija en el verde.
Me miro el lunar. Leí en una enciclopedia que si se ven
irregulares, son malignos. Este es marrón como los otros, pero
no me doy cuenta si es irregular o no. Trazo una línea que lo
divide en dos y parece simétrico, pero no estoy segura. No
quiero morir. En una época estaba de moda morir antes de los
33. Pero vivir, ¿para qué? No sé. Lo que no quiero es sufrir.
Cuando a papá le diagnosticaron cáncer le dieron tres
meses de vida. Querían ponerle una vejiga de chancho para re-
emplazar a la suya, ya inservible. No se pudo. Su enfermedad
estaba muy avanzada y los otros órganos no iban a resistir. Eso
me lo contó mamá en mi último cumpleaños. Así, de la nada,
antes de servir el café.

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El ojo del que mira

Me había mudado a un pequeño departamento. Dos ambien-


tes que daban a una avenida muy transitada. Al principio creí
que los ruidos de la calle iban a enloquecerme. Pero una se
acostumbra a todo.
Las paredes del living necesitaban una capa de pintura.
Una de ellas tenía graves problemas de revoque. Lo peor era
la cocina. Las ventanas eran dos postigos de madera hinchados
por la lluvia y estaban siempre abiertos. El horno tampoco ce-
rraba: usaba el secador de piso para trabarlo y que no se esca-
para el calor. Las canillas goteaban. El calefón no tenía traba
de seguridad y había que encenderlo con una mecha de papel
de diario. Los azulejos eran color verde agua, lo que daba un
aspecto de hospital de provincia. De vez en cuando caía al-
guno, partiéndose contra el piso. Los azulejos del baño, en
cambio, eran de color rosado. El enlozado de la bañera estaba
cuarteado, al bidet le faltaba un pedazo y el inodoro mostraba
una marca de sarro, justo al nivel del agua, que resistía todo
tipo de limpiador. Bañarse en invierno era complicado. Salía
muy poca agua, y tibia.
Era un edificio chico, varios departamentos estaban des-
habitados. Nadie limpiaba el hall; la basura se acumulaba en
los escalones, junto con pedazos de cielorraso caídos. En los
pasillos no había luz. Yo tenía un celular con linterna que usaba
cuando volvía de noche. No era algo inútil para un teléfono
como me había parecido cuando lo compré.
Había cucarachas. Me cansé de poner distintos cebos y
venenos. Todas las noches, antes de irme a dormir, rociaba in-
secticida en los zócalos. Por las mañanas barría los cadáveres de
a docenas.
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Abajo vivían ocho chicos peruanos en una habitación di- Todas las mañanas a las ocho tocaba el timbre. Yo bajaba
vidida por sábanas colgando de pared a pared. Cuando coci- los dos pisos agitada como una novia tonta. Cuando el cafiolo
naban subían unos olores indescriptibles. Para mí era perro o me veía abriéndole a Nicolás nos miraba con desconfianza. Su-
gato. Algo raro era. Hervían cosas en cacerolas durante horas. pongo que le salía esa cuestión de protección natural. Él, que
Lo sé porque desde mi ventana veía su cocina. Los sábados a ni siquiera me saludaba, había empezado a controlarme. Me
la noche invitaban amigos. Por la rejilla de respiración del tocaba timbre para pedir cualquier cosa.
baño subían los ruidos de vómitos, gritos, risas y golpes de
puertas. A veces algún vecino les tocaba timbre para que se Me gustaba ver al albañil mezclar la arena, cargar la pala,
callaran. tirar el revoque contra la pared. Hubiera podido quedarme
En Planta Baja B funcionaba un departamento privado. horas mirándolo. En cambio disimulaba, iba y venía por los
Las putas entraban ni bien caía la tarde llevando galletitas y cuartos.
yerba. Les abría un tipo en ojotas y pantalón corto de Boca. A A las doce paraba a comer. Sacaba del bolsito mortadela o
él lo conocía, porque siempre pedía delivery a la parrilla de al salchichón primavera y se armaba un pebete. Hablaba poco. Pa-
lado y a veces me lo cruzaba cuando recibía el pedido. Una vez recía mirar el piso, pero los ojos se le iban como para adentro.
cayó la policía y rompió la puerta como en las películas. Por un Las ganas que tenía de cocinarle a ese chico. Un buen
tiempo no se supo más nada, pero a los pocos meses habían re- plato de tallarines, una tortilla de papas o un guiso carrero. Le
tomado la actividad. ofrecía mate y aceptaba.
Era un barrio de gitanos. Casi todos tenían concesiona- Una vez lo ayudé a picar la pared. Al final del día sentí los
rias. Estaban siempre en la vereda, con sus autos caros y sus brazos doloridos, el polvillo en la piel reseca. Me había ense-
pulseras de oro. Si surgía algún problema lo arreglaban a las ñado a hacer una gorrita de papel de diario “para no arruinarse
piñas. Trataba de no mirar cuando pasaba por esas casas con el cabello”. Yo hubiera querido que me lavaras entera, Nicolás,
colchones en el piso y chicos moquientos. que me bañaras en un tacho de enduido.
Al final del día se daba una ducha y salía con la cara lustrosa
Un verano decidí refaccionar el departamento. Me reco- y el pelo goteando. Nos quedábamos mirando la pared, viendo
mendaron un albañil. Cuando abrí la puerta apareció un chico los avances. Tomábamos Coca, a veces Fanta. Cuando termi-
demasiado hermoso para la profesión. Tardé en reaccionar. Me naba la bebida decía: “Será hasta mañana si Dios quiere, doña.”
quedé muda. Le mostré las paredes y él fue recorriendo los
ambientes. Los albañiles se dan cuenta solos de los problemas Lo bueno dura poco. Él era joven, trabajaba rápido y bien.
en las casas. A último momento le pedí unas tareas menores pero se las sacó
Nicolás, nombre de chico jovencito y nuevo. Tenías una de encima en una tarde. Le regalé algunas remeras de mi her-
espalda grande, inmensa, Nicolás, hubiera querido treparme mano y dije que lo iba a recomendar. Me agradeció y bajé a
como a una montaña de amor. abrirle.

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Lo miré mientras caminaba por la avenida con el bolsito Una dura carrera
al hombro. Cuando llegó a la esquina, se dio vuelta y me saludó
con la mano en alto. Tuve que contenerme para no salir a bus-
carlo. Hubiera arruinado todo.
La columna me va a quedar destrozada. Hace rato recibo sus
golpes. Émbolo de pelvis contra coxis. Ravioles, eso comería
hoy. De ricota y nuez. Salsa hay en el freezer. Pan también.

—Así, así nenita, así. Decime lo que te gusta.


—¿Vos me ves muy nenita? Tengo que hacer algo con mi
imagen urgente.
—Es una manera de decir —dice, y se ríe—. Vos siempre
con las palabras.

Me falta contestar tres mails y sacar a pasear a Toto. El la-


varropas hizo piii, lo escuché. Tendría que aprovechar ahora
que hay sol. Si no, con el frío, la ropa no se seca más. Después
le queda olor.

—Cambiemos, de costado. Mirame, quiero que me mires.


—Esos ojos tan lindos, no sé si puedo…
—Mirame.

Lo hago. Sé que va a tardar. Cerca del final siempre des-


acelera la marcha y ahora es una locomotora. No se cansa. Da
miedo un hombre. Es como si se te acercara un acorazado de
ternura y ansiedad.
La fricción empieza a doler. Llevo saliva pero igual no al-
canza. Por lo menos que sea eterno mientras dure. Recurro a
la galería mental de rugbiers, ex novios, antiguos amantes.
Sí, es Gonzalo. Gonzalo y sus antebrazos de marino. Papi,
qué lomo, levantame así, haceme girar, soy un avioncito. En
tus brazos soy de aire. Dame vuelta, moldeame como arcilla.
44 45
Pero él… él es único. Por algo lo elegí. Es la suma de En el Mouras de La Plata hay lucha por los tres primeros lu-
todos, sin su poder camaleónico. Para eso estoy yo. gares, Falibene se escapa, le hace cuatro puntos de diferencia, viene
para marcar el primer giro. La lucha es por el cuarto lugar, quiere
—Cómo te ponés, me encanta cuando te ponés así… mi- sacar provecho Gasman, pelea la posición el correntino, el auto de se-
rame, dale, mirame. guridad va con las luces encendidas, estamos a nueve vueltas del final.
Rectificación Bibini, en una hora rectificamos y bruñimos todo
Marcos. Cuando lo hicimos en la terraza de un viejo hos- tipo de motores, Rectificación Bibini, donde su tiempo vale.
pital. Bajó, yo estaba sucia de todo un día y me dijo: “Ah, lim-
pio lo hace cualquiera” y eso me voló la cabeza. —Dale, yo ya estoy para boxes.
Ale frente al espejo, las líneas del abdomen perdiéndose en —¿Te excita Ema, no? ¿Te gusta, no? Dale, decime, no
su espesura de selva. Me gustaba observarte, eras una escul- me enojo.
tura móvil, una afrenta al ojo.
Estamos cerca. Emanuel Moriatis, campeón 2009. Creo
—Acabá vos, bebé. que en realidad lo excita a él. Está en el recorte de una revista
—¿Querés que te acabe? Te acabo. en su escritorio, en una estampita plastificada en su auto, en
una carpeta donde anota sus gastos. Por algo lo mira tanto.
Hacelo de una vez. El émbolo va calmándose, parece ¿Qué es el fanatismo deportivo sino homosexualidad encu-
que… ahí viene. Pero no, retoma la velocidad. No lo puedo bierta?
creer. Mete primera, mete segunda, mete tercera, ya están las
máquinas en la recta principal… —Sí, papi, me encanta. ¿Te acordás en el Fiat?
—¡El Fiat!
Rodaco, número uno en cubiertas industriales, Rodaco.
Cuando digo eso su cara se transforma, arremete con más
Está empezando la carrera. Siempre quise ser una de esas fuerza. Tenía un 128 con el motor preparado que me encan-
rubias de calzas rojas que sonríen al lado de Urretavizcaya, de taba. Era chiquito e incómodo pero al principio no nos mo-
Minervino. Las veíamos siempre con Maxi en la cama, los do- lestaba. ¿Desde cuándo importa la comodidad?
mingos. Los padres se iban al campo y nos instalábamos en su
cuarto. La tele tenía cinco canales. Me gusta el sonido, las Criave, el nombre del mejor pollo, compre Criave.
voces excitadas de los relatores, la cámara vibrando adentro del
auto, el manejo nervioso del volante, las marcas de neumáticos —Dale dale, dale dale.
en el asfalto. Y, al final, el chorrazo del champán cayendo sobre —No puedo más.
los victoriosos. —Dale dale, dale dale.

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—Terminá por favor, por favor. ¡Aguante Ford! —grito Sin esperar nada
en joda pero es decisivo. Llega el gemido final. En él suele ser
imperceptible, pero justo se calla el locutor y lo escucho: ter-
minó. Estoy destruida.
Se seca con la sábana y buscando el control remoto dice: Había llegado a la madrugada con el fastidio de haber estado
—Sos una máquina, vos, pendeja. todo el día encerrada en la pieza. La luz de la calle caía en el
empedrado que la multiplicaba en mil matices de lluvia. Ha-
Voy al lavarropas, me inclino a buscar las prendas y siento bían dado el alerta meteorológico y el agua se estaba prepa-
el amor en el cuerpo. Energía desbordándose desde el estó- rando para soltar toda la furia.
mago. Es como si fuera la madre del universo. Como si todo Traverso se armaba un cigarro con un aparatito parecido
empezara y terminara en mí. Eso pienso mientras pongo la ca- a una alfombra sin fin. De vez en cuando detenía la tarea y sor-
misa azul de él en la percha. Por lo general, la ropa queda en bía el mate ya frío. Yo seguía con ginebra y cada tanto, por no
la soga toda la mañana. Hacia el atardecer salgo a buscarla y me despreciar, le aceptaba un amargo. Cuando venían otros no les
arropo para abrazarme al sol que hubo en ella. servía nada, sólo a él. Cada vez menos, pero venía desde hacía
Termino de juntar todo y escucho desde adentro: mucho. Algo quedaba rebotando en su cabeza. Parecía que no
pensaba pero sí. Algo pasaba ahí adentro.
Rodaco, número uno en cubiertas industriales, Rodaco.
Yo me sacaba los pelos de las cejas. Siempre con la pincita.
Entro y pongo a hervir el agua. Siento una alegría animal. Tenía seis dando vueltas. Si al salir me la olvidaba tenía que
conseguir una sí o sí. Era un pasatiempo. El espejito, en cam-
bio, estaba siempre. Alguna vez había sido dorado, con un cie-
rre de broche que hacía un clic de intimidad. Ahora estaba
grasiento de años de cosméticos baratos.

—Yo te lo hago debutar, no hay problema.


—¿Cuándo te lo traigo? Favor por favor.
—Gratis no. Te hago precio. Por los viejos tiempos —dije.
Lo escuchaba sin dejar la pincita.
—No seás yegua.
—Si no que vaya con otra. Pero un buen negocio dos
veces no lo hacés. Pensalo.

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Dejó extinguir el pucho y se acomodó en el catre, que chi- Se oyeron unos tiros hacia el lado del río. Pronto sonaría
rrió. El hijo tenía una noviecita y no quería quedar mal. Que una sirena y al rato la nada. Así era siempre. Cerca del amane-
pagara como todos. La primera mujer hay que pagarla del pro- cer la luz teñía con timidez el contorno de los edificios y ni
pio bolsillo. Era su deber de padre transmitírselo. bien una se distraía, el sol aparecía naranja como un tigre. Ya
A Traverso lo recibía los viernes a la noche. Venía a eya- empezaba a clarear. Traverso me pasó un mate.
cular una semana de presiones, se sacaba el asco conmigo. Una —¿Vino Soares? —preguntó.
vez se enteró que le di su hora a otro y casi más me desfigura —Hace rato que no pasa.
la cara. Los viernes son míos, Nancy. Eso dijo. —A lo mejor no necesita, ya.
Cada viernes me llenaba el departamento de botellas que, —Si vinieran sólo los que necesitan…
una vez vacías, formaban una pared de cristal. Aparecía car- —No te pasés de viva conmigo.
gado de bolsas de mercado con papas fritas, aceitunas, queso y
galletas. A mí al principio esa rutina que trataba de establecer Cuando empezaba a amanecer se ponía nervioso. Una vez,
me daba ternura. Luego me pareció una estupidez. En el úl- más por tratar de mimarlo que por convicción, lo invité a que-
timo tiempo, los quesos eran dos o tres distintos, las aceitunas, darse. Al mediodía te amaso unos tallarines, le dije. Se largó a
rellenas y la cerveza había cedido su lugar al vino. llorar como un chico. Quise armarle un cigarrillo pero se me
Mucho después, la vida seguía y yo la dejaba pasar como cayó el tabaco y lloró peor. Vení, abrazame, Nancy, abrazame.
una película muda. Me quedaba toda la mañana en la cama. Me senté atrás de él en la cama y lo acuné como a un hijo in-
Recordaba otras épocas de carencia, las comparaba con el pre- grato. No dijo nada, esa vez ni después. Empezó a tranquili-
sente. Casi siempre lograba sentirme muchísimo peor y llo- zarse y el llanto se desvaneció. Se secó los mocos con la sábana
raba hasta que los párpados se me hinchaban. Luego tomaba el y me dio un beso en la frente. Fue la única vez que me besó.
espejito, me miraba y decidía parar. Agarraba dos hielos en- A veces, durante la semana, pensaba en él. Trataba de re-
vueltos en un trapo y los dejaba derretirse sobre mis ojos. La cordar su voz, su mirada. Pero no podía. Eran tantos que me
ginebra bajaba su nivel. Al principio él me decía: pará un poco. confundía. A veces era la boca de Eugenio y la barba de Rubén;
Después, se llamó a silencio. otras, la espalda ancha y un poco peluda de Ernesto, o los pies
feúchos de Osvaldo. Se mezclaban. La estera de yute, tosca
Sonó un trueno. Traverso se armó otro cigarro y lo apoyó pero útil, había recibido zapatos, alpargatas y mocasines de dis-
sobre el cenicero de lata. Se larga en cualquier momento, dijo tintas modas.
y puteó: no encontraba los fósforos. Fue hasta la cocina. A
veces hacía una mecha de papel, lo acercaba al calefón y en- —Te pregunté si lo viste a Soares.
cendía el cigarro con eso. Lo escuché rebuscando entre dia- —Parala con Soares. Con el nene qué vas a hacer.
rios apilados. Nancy, Nancy, decía, sin fuerza. Yo lo escuchaba —Ya te dije, te lo traigo en la semana. No seás bestia, es
mientras hacía equilibrio con la silla. chico.

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—¿Cuándo te fallé? Un cuento americano
—Tenés razón —dijo sonriendo.
Me apartó un mechón de pelo y me miró como se mira a
un perro viejo. Se puso de pie. Era la hora.
—Será hasta el viernes —dijo. Cuando Bridget despertó era casi mediodía. Sintió las ramas
—Hasta el viernes. que el viento batía contra el ventanal. Sobre el piso de madera
el rectángulo de sol ya no estaba: debían ser las doce.
Dejó la puerta entornada y oí el ladrido del perro de la Primero hizo crujir los huesos de sus pies. Extendió los
vecina. Ladraba al escuchar pasos. Luego sonó el silbato del dedos al máximo, los abrió y sonaron. Esa acción le dio un pla-
vendedor de rasquetas desde su bicicleta. Cada tanto tenía fi- cer momentáneo que ella confundía con alivio. Algunos de-
gacitas de manteca. Yo le compraba para el mate. Esa vez ni cían que era malo sonarse las articulaciones.
ganas de bajar tenía. La luz había llegado con la fuerza de una Pasó lista a las actividades del día. Coser unas medias,
verdad que hubiera preferido no conocer. Iba a dejar pasar la poner la ropa a lavar y airear los colchones. La peor era remo-
mañana sin moverme, mirando las paredes de la pieza y tante- ver la tierra del chiquero. Marjorie se había puesto gorda y
ando apenas en la mesa de noche el vaso de plástico lleno o obstinada; ya no le hacía gracia mudarse al corral contiguo para
vacío de ginebra. Iba a dejar pasar la mañana sin esperar nada. que ella pudiera limpiar. El día antes la dejaba sin comer para
que luego respondiera a su llamado con cáscaras de papa. Le
atraían mucho las cáscaras, no sabía por qué. Una vez le había
preguntado a Terry qué era mejor para hacerla salir. Él le dijo
que lo que no fallaba era tirarle un pollo vivo. A Bridget le ho-
rrorizó pensar en la escena, pero supuso que el hombre debía
saber, para eso había estudiado.

Había programado la máquina del pan para que estuviera


horneado por la mañana. Harina integral y muchas semillas.
Tenía prohibido el café desde que comenzó con la menopau-
sia. “Tu cuerpo cambió”, explicó la médica, “es posible que tu
gusto por ciertas comidas se modifique”. Al salir le extendió
una hoja en donde había dos columnas encabezadas por un SÍ
y un NO. Sí a comer vegetales, tomar 3 litros de agua por día
e incorporar cereales. No a fumar, beber alcohol y tomar café.
Podía aplicarse a casi cualquier afección, pensó, desde la celu-
litis a un ataque al corazón.
52 53
Esa tarde al volver de la consulta, pasó a buscar a Karen la cama y al no encontrar a su esposo encendía las luces y llo-
para dar su paseo por el río. Su amiga trató de animarla. La raba. No era fácil para ella, no.
menopausia era la transición hacia una etapa de la vida mucho Algunas tardes Karen tocaba a su puerta y le traía magda-
mejor. Dijo que lo bueno de ser mayor era que los hombres ya lenas cubiertas con chocolate o fideos con queso. “Tenés que
no le gritaban en la calle. Le parecía una liberación. A Bridget alimentarte, Bri”, le decía, “tenés que estar fuerte por Preston,
le resultaba penoso. Karen tenía la cara de una mujer que no él te necesita”.
conocía el orgasmo. En cambio ella y John sí que hacían tem- Pero Preston no la necesitaba. Había pasado de ser un
blar la tierra. Cuando comenzaron a salir, su compañera de chico pelirrojo que atrapaba sapos en el río, a convertirse en un
cuarto tuvo que pedirle que bajara el volumen de su voz por- adolescente retraído y alargado. Siempre había estado más
que no podía dormir. John se había sentido orgulloso. cerca de su padre que de ella. Esa preferencia cambió cuando
ocurrió el accidente.
Si no se levantaba pronto, el sol iba a hacer fatigosa su
tarea. Se puso su ropa de granjera y preparó una capelina, Ni bien le informaron de la noticia John tomó el primer
guantes, anteojos y botas de goma. Una vez ataviada con todo vuelo a Bagdad. Cuando llegó, Bridget estaba en una tienda de
el equipo se miró al espejo. Parecía la mezcla entre un astro- campaña improvisada, aturdida por los calmantes. Hacía de-
nauta y un buzo. masiado calor, los mosquitos insistían y ella sólo pensaba en
Hacía una semana había llegado una carta de John. Anun- tomar helado. Se imaginaba que le corría chocolate sobre la
ciaba su regreso. Cuando leyó la noticia pegó tal grito que el lengua y se fundía entre sus dientes. Pensaba que mordía la
cartero, quien llevaba ya un gran trecho, se dio vuelta para ver oblea que se deshacía contra el paladar. Con eso fantaseaba
qué pasaba. mientras veía a John moviendo los labios. No volvió a escu-
A partir de esa noche pudo dormir sin sobresaltos y recu- char un sonido.
perarse un poco del cansancio que sentía hacía meses. La luz
de la mañana no la despertaba y con frecuencia disfrutaba de Transcurridos unos días comenzó a recordar. Estaba en-
la cama hasta un poco antes del mediodía. samblando un explosivo y alguien tuvo la mala idea de encen-
der un cigarrillo. Se levantó lo más rápido que pudo de la mesa
A través del tejido de la puerta de la cocina le vino una rá- plegable en la que trabajaba pero la onda expansiva la alcanzó.
faga de aroma a verano. Volvía a ser una niña y no podía con- Ya en el hospital le explicaron mediante anotaciones que la pér-
tener sus ganas de salir corriendo por el campo. A veces lo dida de audición era casi total.
hacía, cuando Preston estaba en la escuela. Desde que a John Bridget pasó por todas las etapas que auguraron los psi-
lo habían destinado a Faluya eran raras las noches en que lo- quiatras: negación, furia, melancolía y aceptación. Al final
graba dormir de un tirón. La mayoría de las madrugadas se agradecía estar viva y trataba de enfocar en lo positivo.
despertaba de un salto, con la boca seca, gritando. Giraba en En el Ejército le dieron la baja por enfermedad y una

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compensación en efectivo. Al volver a Pensilvania sus vecinas fondo. Marjorie se restregaba el lomo contra la cerca. Sabía
le organizaron una reunión. Era una tradición que se juntaran que la mujer la iba a sacar. “No hay motivo para que estés ner-
a celebrarlo todo: el alta de la señora Mc Farrell, el bar mitz- viosa”, dijo sonriéndole, “no voy a hacerte nada”. Sentía sus
vah de los mellizos Salzmann, la graduación de los hijos ma- gruñidos por la vibración contra la piel de los brazos. Tomó
yores. Esa vez, cuando Bridget llegó, todas se empeñaron en un puñado de cáscaras de papa y las agitó para que la brisa las
resaltar su buen aspecto, su robustez y su bello vestido, pero llevara hacia el hocico del animal. “Eso, tranquila”. La gigante
era evidente que les parecía un horror lo que había pasado. dejó su lugar contra la valla y se encaminó con lentitud hacia
Preston, que tenía 9 años, se convirtió en su aliado. Le la salida. Una vez cerca de la puerta del otro corral, Bridget
traducía a lengua de señas las felicitaciones y saludos de sus dejó caer las cáscaras adentro y le pegó una patada en el lomo
amigas, le acercaba los bocaditos que habían preparado para para animarla. “Sé una niña buena y no le des problemas a
recibirla y le transmitía los chistes que circulaban en la cele- mamá”, le dijo. Había sido fácil y rápido.
bración. Hacia el final ella dijo unas palabras de agradeci-
miento y todos aplaudieron. Les pareció que su voz sonaba Una hora después, la mujer había removido la tierra y lle-
más ronca que antes. nado los recipientes con agua limpia. Antes de tenerla a Mar-
Con el tiempo Bridget se sintió aliviada al no tener que jorie nunca hubiera pensado que se necesitaban tantos
padecer la charla intrascendente de los vecinos. cuidados. En una ocasión, cuando el animal enfermó, Terry les
indicó que mantuvieran siempre limpia el agua de su corral ya
BIENVENIDA A CASA decía el cartel que habían preparado. que de lo contrario podría contraer un virus.
John aprendió la lengua de señas y pronto pudieron comuni-
carse con fluidez. Luego, a ella le resultó difícil tener todo el Bridget sintió hambre y recordó que había pan casero en
día libre. Se aburría. Por mucho que disfrutara cocinar, leer, la cocina. Era una pena desayunar sola pero Preston estaba en
pasear o trabajar en la huerta, llegaba un momento en que no la escuela y Karen ya habría partido hacia su trabajo. Aunque
tenía nada que hacer. estuviera en casa, su amiga vivía a dieta. Por la mañana tomaba
Casi todas las tardes Preston invitaba a jugar a sus com- el jugo de unos germinados que trituraba en una máquina es-
pañeros que reían como locos ya que podían gritar y correr sin pecial. Cada quince días hacía un ayuno total e ingería sólo
ser amonestados. El papá de Preston estaba en el Ejército y la agua con unas gotas de limón. Esos días era mejor evitar su
mamá era sorda. Perfecto. Como resultado el chico se volvió presencia porque parecía un holograma. Su mirada traspasaba
popular y cuando se organizaban bailes, su casa era la favorita. los objetos. Dado que los ayunos coincidían con un aumento
Siempre había chicos y chicas jugando a las cartas en la casa en su tiempo de meditación, Karen parecía la Madre Teresa
del árbol, en el parque y junto al río. pero sin su carisma.
Era una entusiasta del Ayurveda y a menudo se pasaba
Bridget salió al porche y se tomó un momento para hacer agua con sal por una fosa nasal y la hacía salir por la otra o lim-
dos o tres respiraciones profundas. Luego se dirigió hacia el piaba su colon con un conducto especial. A pesar de que lo in-
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tentó, nunca logró convencer a Bridget para que se le uniera. Desde el sillón se levantó una mano con cinco dedos ex-
Una vez la invitó a clases de yôga, que su vecina aceptó para tendidos. La mujer dejó de batir.
cambiar de idea a último momento.
Pensó en llevarle algo de pan a la señora Mc. Farrell pero —Ay, Preston. Preston.
luego recordó que ella nunca le daba nada, entonces desistió.
“Entre lobos, aúlla”, le decía John, “eso es lo que te manten- Luego subió su otra mano con cuatro dedos en alto. Su
drá viva”. madre se relajó y sonriendo dijo:
Se sirvió café con leche y se sentó a comer. Disfrutó las he-
bras del cereal en el pan y el contraste con la suavidad del —¡Ese es mi hijo! Lo sabía, lo sabía. Te felicito, querido.
queso. Imaginó que el sol presente en el grano durante su cre-
cimiento entraba en su cuerpo y lo fortalecía. Imaginó estar El chico le hizo una seña que significaba: “Estoy acos-
comiendo sol. Después se sintió joven y llena de vitalidad. De- tumbrado al éxito”. Era una frase que decía desde pequeño.
cidió que prepararía tortilla, el plato preferido de su hijo. Iba Cuando traía buenas calificaciones, sus padres lo llevaban a
a llegar en cualquier momento. comer hamburguesas al centro del pueblo. A pesar de que lo
consentían mucho, Preston era un chico muy agradecido y aún
La mañana había pasado con rapidez. Planeaba dedicar la le brillaban los ojos cada vez que recibía un regalo.
tarde a afeitarse las piernas y hacerse la manicura para estar
linda al día siguiente. Hacía seis meses que su marido estaba de —Tu padre se pondrá contento cuando le cuentes —dijo
viaje. Iba a ponerse su vestido blanco e iría a esperarlo al cruce la mujer—. Ahora, a la mesa, vamos.
de caminos.
El bramido de la moto de Preston la trajo a la realidad. El chico puso la tortilla en una bandeja y volvió a su
Como un rayo abrió la heladera y se puso a batir los huevos puesto frente a los dibujos animados. A Bridget le parecía in-
para la comida. creíble que a los 16 años aún siguiera interesado por cosas in-
fantiles. Su marido había intentado averiguar si le gustaba
—Hola, hijo. alguna chica, pero había sido imposible obtener respuesta.
Preston se ponía incómodo y decía: “Es mi intimidad, papá”.
El chico la saludó con un gesto y se tiró en el sofá a ver te-
levisión. Era su modo de desconectarse del día y esperar el al- Varias cosas molestaban a Bridget desde el accidente, pero
muerzo. la peor era no recordar la voz de John. Tenía una inflexión muy
tierna al decir su nombre y los diminutivos cariñosos con que
—¿Cómo te fue en el examen? la llamaba en privado. Cuando estaban en la cama ella reco-
nocía que él estaba llegando al orgasmo porque su respiración
se hacía más áspera. Recordar eso hacía que se emocionara.
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Preston se incorporó y fue hacia la ventana. Miraba hacia tar, que éste devolvió con decisión. Luego se dirigió a Bridget
el corral de Marjorie. con un “Buenos días, teniente” que ella apenas entendió, ya
que sus labios casi no se movían. Eso la preocupó. En el Ejér-
—¿Qué pasa? ¿Se soltó? cito les enseñaban a hablar fuerte y claro, modulando cada
letra. Hubiera querido decirle: “Roy, ¿ya te olvidaste de tu vieja
El chico tardó en responderle. amiga?”, pero en cambio preguntó:

—Preston, ¿por qué no vas a encerrarla? —¿Puedo ayudarlos en algo?

Su hijo le indicó que había un coche estacionado junto a Entonces vio que el conductor sacaba una caja pequeña
la entrada. Bridget vio el auto del Ejército. “John”, pensó y se del baúl del auto. Encima, una bandera. Le pareció que se iba
arrancó de un tirón el delantal de cocina. Corrió hacia el baño a desmayar y se sentó en la silla de mimbre de la entrada. Co-
de invitados, se mojó el pelo y salpicó el espejo, que secó apu- menzó a abanicarse con el delantal que aún tenía en la mano.
rada con la toalla. Recordó que había limpiado la habitación El hombre caminaba con los ojos clavados en la caja que car-
por la mañana. Fue una suerte haberlo previsto. Las cosas he- gaba con dificultad.
chas a último momento no salen bien. Eso decía siempre su
amiga Karen. Ella los domingos cocinaba para toda la semana. —No.
Separaba la comida en porciones, las envolvía en bolsas de
plástico y las metía en el freezer. Les ponía etiquetas que de- Preston golpeó la pared de madera de la casa, que se asti-
tallaban el contenido y la fecha de elaboración. lló lastimándole la mano. El acompañante quiso abrazarlo y
Primero bajó el acompañante y luego el conductor, que recibió otro golpe. El conductor intentó separarlos sin lograrlo
se secó el sudor con un pañuelo. El acompañante leyó algo en hasta que el chico se zafó y salió corriendo hacia el bosque.
un papel que volvió a meter en el bolsillo. Era un hombre me-
nudo que cojeaba. Bridget lo conocía. Era el encargado de los —Teniente, sentimos ser portadores de malas noticias…
recados de la base. Todos lo conocían como “el cojo”. Bridget —leyó Bridget y luego dejó de mirar.
era una de las pocas que sabía su nombre.

—¿Cómo estoy? —preguntó a Preston, que respondió Cuando abrió los ojos estaba oscuro. Le dolía el cuello de-
con un pulgar arriba. bido a la posición. Le habían quedado las marcas del mimbre
en la piel. Se movió e hizo crujir los dedos de los pies.
Preston se adelantó al toque en la puerta y esperó en el La caja y la bandera estaban junto a la columna. La abrió
porche. Al acercarse hasta Preston, Roy le hizo el saludo mili- y con un dedo removió el contenido. Polvillo y pequeñas rocas

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grises. Después entró a la casa. La sala estaba iluminada por el Hablan los damnificados
televisor encendido. En la mesita, la tortilla a medio terminar.
Bridget fue hacia su habitación y se puso su vestido blanco.
Sintió la tela rugosa de las prendas que se secan al sol. Luego
fue al último estante y tomó su revólver. “Mi arma es mi mejor Bajé del colectivo cantando a los gritos. El del puesto de flo-
amiga”, recitó, “si se traba en combate puede costarme la vida”. res me miró pero yo seguí. Era el fin de una semana demasiado
Dedicó un momento a pasarle aceite al tambor, muelle y dura. En la oficina me habían hecho transportar cajas hasta el
cargador. Vio la hora en el reloj despertador. Le había tomado tercer piso y estaba destruida.
siete minutos armarlo y volver a ensamblarlo. Le alegró saber El sol caía con suavidad y crucé la avenida sin ansiedad ni
que aún era buena en eso. Se lo puso en el bolsillo y bajó. Apagó deseos de saber. En casa, Silvio leía y tomaba ginebra. Cuando
el aparato en el momento en que daban las noticias del tránsito. dije: “Buenas tardes”, me respondió con un movimiento de
Al salir se cruzó con Preston. Tenía la cara hinchada y olor cabeza.
a cigarrillos y alcohol. La sangre en su mano se había secado El comedor oscuro contrastaba con el estado anterior, de
pero el corte se veía brillante. Bridget lo abrazó y él empezó a calma ancha y breve felicidad solar. Me metí en la cama y lloré
llorar con violencia. Ella sintió como si tuviera un agujero en mientras miraba la pared blanca. Él no escuchó o no le im-
el pecho. portó. Era de esa clase de hombres que cuando escuchan llo-
rar a una mujer se retraen. En lugar de contener, atacan. Yo
—Trata de dormir —le dijo. había aprendido a llorar en silencio.
Hacía días que sentía un nudo en la garganta. Cuando es-
Vio cómo su hijo entraba en la casa. Imaginó que iría a la he- taba mejor era porque el nudo se había desplazado al estó-
ladera a buscar algo de comer como hacía siempre, pero en cam- mago. Tenía cuarenta y cinco años y estaba flaquísima. La cara
bio subió y cerró las persianas de su cuarto. No hubo más podría tenerla destruida, pero la flacura era algo que las yeguas
movimientos. Bridget levantó la caja y tomó el camino hacia el de la oficina envidiaban. Me preguntaban: “¿Cómo hacés para
río. En ese momento sintió el tiro que le retumbó en el cuerpo. tener ese cuerpo?”. “Es genética, mi amor”, respondía y se
Volvió sobre sus pasos y vio todas las luces de su casa encendidas reían. Pero en realidad si me apuraban un poquito les habría
y las ventanas abiertas. El viento movía las cortinas, que flamea- dicho: “¿Querés saber el secreto? Pasate veinte años con un
ban como banderas de barcos. Eso le molestaba porque hacía que infeliz que no te coje hace diez y vas a ver cómo bajás”. Un
se ensuciaran más rápido. Bridget cuidaba sus cosas, así duraban instituto de dietas, me podría haber puesto yo. Millonaria, me
más antes de tener que cambiarlas. Contempló la casita del árbol, hacía.
el parque y el corral y luego reemprendió su caminata. Si encuentro algo mejor me voy, pensaba siempre. Pero
El río estaba calmo y el agua comenzaba a teñirse de un cuando aparecía alguna opción, eran todos lugares muy feos.
color anaranjado. Iba a ser otro día caluroso. En pensiones ya había vivido y sabía que no iba a volver. A los

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veinte años pasé un tiempo en un hotel de paraguayos. En los hizo algunos metros notamos que tenía una goma pinchada.
pasillos había un olor constante a comida. Los fines de semana Se bajó a cambiarla.
se juntaban a las cinco de la tarde y comían con las manos. Ahí —Si no tenía traje lo ayudaba, maestro —le dijo Silvio.
aumentó mi resistencia al alcohol. Daba miedo lo que tomaban —No digo una palabrota porque estoy en la iglesia.
esos paraguayos. Les encantaba dejarme afuera de sus charlas. Los dejé charlando sobre el cricket y el árbol de levas. Fui
Mezclaban el guaraní con el español y cada tanto, yo me daba a saludar a una mujer que me hacía señas. Llevaba una flor de
cuenta, se referían a mí. Decían, por ejemplo: “Porá, aña- tela negra sobre el pecho y cuando nos saludamos dijo:
membuí, la blanquita, rojaijú ipacaraí” La blanquita, me de- —No sé si te acordás de mí. Una amiga de tu suegro.
cían. “Te farreamos pero te queremos”, me decían. Y yo sabía Me la habían presentado en una comida familiar. En ese
que era así. Fue por eso que me quedé más de la cuenta. Pero momento el padre de Silvio todavía estaba vivo. Iba a morir
después hubo un allanamiento y la cosa cambió para peor. algunos meses después en una clínica del centro de la ciudad.
Así que cuando me sentía muy pobre recordaba esa época En esa clínica hablé durante doce tardes con el ascensorista:
y enseguida trataba de pensar en las cosas positivas que tenía “¿Cómo está afuera?”, me preguntaba y yo le contaba. Una vez
Silvio, pero la verdad es que estaba harta. Por la fuerza del há- compartí el breve trayecto con un cuerpo todo tapado. “¿No
bito, sí, me había acostumbrado a que fuera parte de mi vida. te molesta?”, me preguntó el camillero. Hice un chiste para
Pero había perdido la perspectiva: ¿era una parte chica o descomprimir y me tiraron con munición gruesa de humor
grande? negro. Quedé como paralizada. “Terapia”, anunció el ascen-
Una vez había hecho un cuestionario que vi en una re- sorista, “baja una señorita, siguen dos viejos y un fiambre”. Se
vista. Se titulaba: CÓMO RENOVAR TU PAREJA. Iba más o menos reían mientras plegaban las puertas tijera. Cuando entré, el
bien hasta que me topé con la pregunta: “¿Qué cosas de él te padre de Silvio estaba muerto y las hermanas lloraban sobre el
hicieron enamorar?” Ahí me tranqué. No se me ocurría nada. cadáver. Una de ellas gritaba: “Era mi amigo, él era mi amigo,
Estábamos casados hacía demasiado tiempo. Recordé los ani- por qué te fuiste”.
versarios hasta el año número 16. Después me olvidé y él no Recordaba muy poco a la mujer que me hablaba, así que
me lo reprochó. No volvimos a festejarlos. disimulé una cara de no entender y entré a la iglesia. Nos ubi-
camos en las últimas filas.
Esa noche estábamos invitados a un casamiento. Nos ves- El vestido de la novia era de color crema. Se le hacían al-
timos sin hablar ni mirarnos, como dos viejos monjes. Se ca- gunas arrugas al moverse y eso le daba un aspecto extraño.
saba un compañero suyo de trabajo. Fuimos en uno de esos Hice algunos comentarios para pasar el rato. Silvio primero se
remises destartalados que circulan por provincia. Lo habíamos rió un poco y después me dijo que me callara, que no le hiciera
pedido el día anterior. Del asiento del conductor colgaba una pasar vergüenza.
tarjetita de color rosa que decía CORTESÍA LAVADERO FULL El cura decía: “En la montaña hay una casa, pero esa casa
WASH. El remisero nos dejó en la puerta de la iglesia. Cuando no es nada sin la sal y el agua, ¿saben? Y la sal y el agua son el

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amor de Dios padre, ¿eh…? Y hoy estamos aquí para que su —Vos andá con las mujeres.
bendición caiga sobre Mara y Manolo, sus hijos fieles, ¿eh…?
que han decidido consagrar su unión ante Dios, mhmmm…” El viaje fue incómodo porque las calles eran empedradas
Luego los parientes subieron a un estrado a hacer peti- y el auto muy chiquito. La petisita me clavó el codo en las cos-
ciones a las que debíamos responder: “¡Escúchanos, Señor!”. tillas y se disculpó. La fiesta era en un club deportivo que ha-
“Que sepan apoyarse en los buenos y malos momentos”, bían alquilado. Se entraba por un sendero de grava que
“¡Escúchanos, Señor!”, desembocaba en el salón principal, emplazado sobre una ba-
“Que sigan creciendo en la fe cristiana”, rranca con vista al río.
“¡Escúchanos, Señor!” Al principio me gustaba ir con Silvio al río. Teníamos
nuestro lugar sobre un tronco que la marea había acomodado
En el atrio me presentaron a varias chicas con el pelo contra un montículo de tierra. Yo me dedicaba a explorar. La
planchado y vestidos brillosos. Me imaginé la plancha encen- costa estaba llena de desechos. Buscaba pedazos de azulejos,
dida toda la tarde para que caliente, mientras ellas fumaban y hebillas gastadas, vidrios antiguos y otras basuras curiosas. Él
soñaban. tiraba piedras y las miraba mientras rodaban hacia abajo.
Todas las mujeres llevaban vestidos largos. Yo me había La humedad se mezclaba con el humo de la parrilla que
hecho un peinado batido que saqué de una revista y le había salía desde adentro del salón. Se veía todo como detrás de una
pedido prestado un vestido a una compañera del trabajo. cortina. Una chica grandota me preguntó:
Cuando me lo probé parecía amatambrada. Como era tarde y —¿Vos también trabajás en la justicia?
los negocios estaban cerrados, lo solucioné cubriéndome con Empezamos una charla animada. Sus tetas gigantes me
un chal negro. Al verme, Silvio dijo: “Zas, la llorona del velo- distraían. Supuse que estaría acostumbrada. Si no quería que se
rio”. Cuando vi a las demás, el contraste fue demoledor. Para las miraran tenía que decir cosas muy inteligentes, pensé. Qué
arreglarla, suavizó: “Alonso, usted está bárbara. ¿Desde cuándo agotador. Me la imaginé en la cama con el novio. Él estaba
preocupándose por esas cosas?”. Odiaba cuando me llamaba atrás hablando con otros hombres que se burlaban por su traje
por el apellido. holgado.
Encaré al mozo que llevaba empanadas:
Quedé junto a una petisita en traje de lentejuelas. Los —¿De qué son?
demás estaban haciendo planes para distribuirse en los autos —De verdura, señorita, ¿gusta?
que nos llevarían al salón. Silvio se me acercó. Quería contro- —Gracias, más tarde.
lar que no hiciera papelones. La grandota hablaba con un señor muy alto, así que me
—¿Vamos caminando? —pregunté—. Es cerca. alejé hacia la baranda que daba al río. El agua estaba quieta. A
—Querida, no podés caminar con esos tacos. lo lejos centelleaban algunas luces y la luna hacía su juego ha-
—Pero sí. bitual. El humo insistía en el ambiente. Lo sentía en el pelo y

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en la ropa. Empecé a aburrirme. Antes de tomar una decisión La novia parece una heladera.
repentina conté hasta diez, como me había dicho Silvio que El vacío está duro.
tenía que hacer. Traté de localizarlo. Estaba tomando vino de-
trás de un arbusto. Me presentó a sus compañeros; uno dijo Después de una hora y media de ver comer a los otros, no
las típicas cortesías acerca del vestuario y como mintió bien, soportaba más. Comenzaron a apartar un poco las sillas para
no me molestó. dar lugar a la expansión estomacal. Cayó otra tanda de invita-
—Se los robo un momentito —les dije tomándolo a Sil- dos, entre ellos un abogado a quien ya conocía. Su apodo era
vio del codo. algo así como “Pili” o “Goli”. Parecía gracioso porque arru-
—¿Ahora qué pasa? gaba mucho la frente. Al saludarme hizo una pequeña presión
—Quiero irme a cojer. en mi hombro que me reconfortó. Hay una mano que puede
Se rió nervioso. calmarme ahí afuera, pensé. En algún lugar tiene que estar.
—¿Con quién? —preguntó haciendo una tosecita.
Tendría que haberme reído. Tendría que haberme dado Ni bien empezó a sonar el vals ubiqué la puerta más cer-
cuenta de que era una broma. Fue como haberme caído al agua cana. Algunos se pusieron de pie para aplaudir a Homero, que
helada. Como esos concursos en donde los participantes caen había sacado a bailar a su esposa.
a un estanque de vómito. Empezaba a levantarse viento, que disipaba el humo en
oleadas. El parque tenía muchos senderos que se entrecruza-
Una vez en la mesa la charla giró en torno a los novios. A ban y no podía ubicar la salida. Los carteles indicadores decían
él le decían Homero, por Simpson. Cuando la familia se sacó RECREO, BAÑOS, BUFFET. Volví decidida a preguntarle a alguien
la foto grupal, alguien por lo bajo tarareó la cancioncita de y vi a Silvio que me estaba buscando. Al verme estalló:
apertura de la serie. Todos se rieron menos yo. Cómo me vas —Pero vos estás loca, ¿cómo te vas sin avisar?
a preguntar con quién quiero irme, querido. Vos estás mal, —Bueno, no es para tanto.
pensaba yo. Cada vez me sentía peor. No tenía hambre. Algo Entramos en una discusión y me vi inmersa en el torbe-
andaba mal. Empezaron a desfilar las fuentes pero yo no quise llino de tener que explicar qué quiero hacer y por qué, pedir
agarrar ni un chorizo, con lo que me gustaban. Comí un pe- disculpas. No funcionó y él se puso más nervioso.
dazo de pan untado con queso. Todos se tiraron sobre las achu- —Tenés que tolerar más ciertas situaciones.
ras y eso los aquietó. Para los inmigrantes la comida tiene el —Me aburro.
don de tranquilizar. En la conversación circularon los siguien- —Vos te aburrís de todo.
tes datos: —Por favor. Te veo en casa.
El Gordo fuma dos atados por día. —Cuando yo te acompaño a algún lado me puedo que-
No tiene para comer pero hizo una fiesta para 150 personas. dar cuatro horas aunque no me interese.
Se van de luna de miel a un hotel sindical en Córdoba. Se sucedieron algunos reclamos que devolví con otros.

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Ahí estábamos, batallando bajo la humedad que pulverizaba el Abrí los ojos. Sentía como si un rodillo gigante me hu-
río, a la vista de una pareja que pasó junto a nosotros pensando: biera pasado por encima, como en los dibujos animados. No
“Discuten, pobres”. Las parejas siempre tienen eso de alegrarse quise hacer ruido para no despertarlo. Busqué un bolso, metí
por estar bien mientras otros se matan. Saben que la próxima mi ropa y mis cremas. Acá no vuelvo nunca más, decía en un
pueden ser ellos y se muestran compasivos. murmullo. Escuché la puerta de la habitación y lo vi aparecer,
Esa miradita me enfureció y terminé la discusión largán- medio dormido y con su pijama de ositos. Parecía un chico.
dole una puteada. Él levantó la mano como para pegarme un —¿Qué hace con eso, Alonso?
cachetazo. Nunca voy a olvidar la mezcla de cobardía y enojo No contesté.
en su mirada. —Largue ese bolso. Largue ese bolso.
—¿Ni para eso servís? —grité al alejarme. —Volvé a dormir. Después hablamos.
Me devolvió la puteada, pero no entendí qué dijo. —¿A dónde cree que va? —preguntó y vino a mi lado.
—Me dejás, por favor.
Al llegar a casa lloré en silencio. La costumbre. Después Yo seguía metiendo ropa. De repente me arrancó el bolso
fui al baño a sacarme el maquillaje. En el espejo vi mi cara fea. de las manos. Casi más le doy una piña. Otras veces nos habí-
La vida te pasó por encima, querida, pensé. Si no te movés te amos dado algunos manotazos y pecheadas bravuconas, pero
tapa el agua. Todavía te quedan algunos años, todavía podés. juramos no volver a irnos a las manos. A él le daba más culpa
Me fui a dormir al sillón. Conté igual cantidad de noches que a mí. En una pareja uno trata de sobrevivir como puede.
ahí que en la cama grande. Era de día cuando escuché las lla- Ese era sólo otro modo posible.
ves. Me tapé hasta la cabeza. Silvio se tropezó con la mesita de —Venga, Alonso —dijo y me abrazó.
la entrada. Encendió la luz, miró y chistó. Cuando estaba bo- Mi espalda crujió. Me sentí mejor. Me levantó en el aire
rracho parecía de 200 años, se llevaba cosas por delante, se le y nos empezamos a reír.
iban los vasos de las manos. Escuché también algo similar a un —Usted no se va a ninguna parte.
rezo que me dio miedo. Después se acostó.

Soñé que me llevaban a la comisaría, acusada de haber co-


menzado una pelea en un bazar. Me obligaban a quedarme
hasta el momento de la declaración. Pasaba horas yendo de
ventanilla en ventanilla tratando de averiguar si podía volver
otro día. Una mujer policía me decía que de no asistir, inter-
pretarían que gané tiempo para preparar mi declaración y po-
drían considerarla falsa.

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Agradecimientos

A pesar de que, como decía Jorge Luis Borges, en las listas lo


primero que se notan son las omisiones, no quiero dejar de
agradecer a algunas personas que me ayudaron y estimularon
en la escritura:

Héctor Ramón Cuenya, con tu insistencia amorosa en que es-


cribiera narrativa; Roxana Palacios, Valeria Tentoni, María Eu-
genia Rapp, Esteban Charpentier, Cristian De Nápoli, Marcelo
Dughetti y Pablo Dema, gracias por su lectura aguda; María
Teresa Andruetto, Franco Vaccarini, Diego Formía, Enrique
Solinas, es una alegría contar con ustedes; Santiago Moabre,
Juan Manuel Terré y Marcos Llamedo, agradezco sus miradas
sembradoras.

Gracias a cada uno de los participantes de mis talleres por el


compromiso y la valentía de apostar a la literatura. Gracias a
mis amigos por acompañarme siempre. Guadalupe García,
Julián Blutman y Gustavo Blutman, gracias por ser una parte
de mi vida tan hermosa, tan llena de luz.
Índice

La pelopincho .................................................................... 9
Su sombra .......................................................................... 13
Blanco ................................................................................ 17
Despedida .......................................................................... 21
Gracias, Reina .................................................................... 25
La ley ..................................................................................29
El Fortín ............................................................................ 37
El ojo del que mira ............................................................ 41
Una dura carrera ............................................................... 45
Sin esperar nada ................................................................ 49
Un cuento americano ........................................................ 53
Hablan los damnificados ................................................... 63

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