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Introducción
8 Cabe aquí establecer una diferencia radical entre las dos propuestas realizadas por
el Ministerio de Educación de la Nación para ampliar las prácticas de lectura: la
Campaña Nacional de Lectura y el Plan Nacional de Lectura. La primera pretende
llegar a todos los actores sociales a partir de la entrega masiva de material, mientras
que “es la escuela el espacio donde se consolidan
representaciones duraderas sobre la literatura para variados
[…] grupos” (2001: 28 - 29). Por ese motivo, nos interesa
indagar aquí acerca de las vinculaciones existentes entre
literatura y escuela ¿Cómo entra allí la literatura? ¿Con qué
fines o “utilidades” nos apropiamos del texto literario y lo
llevamos a las aulas? Estos interrogantes nos permiten
avanzar hacia el primer recodo de nuestro camino.
Literatura y enseñanza
9 El destacado es nuestro.
el trabajo con los valores y se convierten, así, en agentes
curriculares, pues a menudo los docentes “aplican” las
propuestas ofrecidas en los manuales sin ahondar en la
concepción de literatura, de infancia y de educación que
subyacen en ellos.
Como en la perspectiva retórica o en aquélla que
enfatiza la historia de las obras y la vida de sus autores, en
ésta última la literatura también parece tener un rol
subsidiario y no valor en sí misma. Desde este enfoque, leer
literatura se convierte en una “tarea”10 escolar más y el texto
literario se transforma en el pretexto para hacer otras cosas
“más productivas” después: enseñar valores, dar clases de
historia, afianzar clases de palabras, etc. Cabría pensar si no
subyace aquí la idea de que leer es “no hacer nada”,
pensamiento que parece dejar de lado la riqueza de la lectura,
todos los movimientos y procesos internos que se activan a
partir del encuentro con la literatura (Devetach, 2003)11.
Si reflexionamos nuevamente acerca de la concepción
analizada más arriba, encontramos que, en muchas ocasiones,
ésta va acompañada de la creencia de que luego de la lectura
hay que “hacer algo”12, creencia que - llevada a la práctica -
10 Algunos ejemplos en los que parece evidenciarse esta concepción podrían ser los
siguientes:
“La maestra [...] les dijo: “la señorita les trajo una tarea” (Autorregistro,
línea 2, 2005).
“La maestra me comentó que habían estado trabajando con las [fotocopias]
del otro taller. Yo pensé que habían leído los cuentos no trabajados en el
taller, pero me aclaró que le sirvieron para “ver los sustantivos, los verbos,
los...” (Autorregistro, línea 2, 2004).
11 Quizás sea entonces como afirma Gustavo Roldán: “Los benditos programas, las
con las secuencias narrativas de un cuento. [...] Subyace aquí una práctica a la que
están habituados o ritualizados los estudiantes a la hora de leer o pensar en los textos
narrativos, la de “ordenar secuencias” sin importar que hubiera o no una trama
narrativa que seguir, en el afán por realizar, así, la tarea”. (Autorregistro, línea 2,
2004).
13 Esta advertencia es dada también por el teórico y crítico de literatura infantil Joel
14 Michèle Petit, en su libro Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, analiza casos
BIBLIOGRAFÍA