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PRESENCIA revista de enfermería de salud mental ISSN 1885-0219 http://www.index-f.com/p2e/v13/e11535.

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ISSN 1885-0219

HUMANITAS

Cuerpo y asilo. Imaginarios de la locura y políticas de la exclusión


en Colombia
Daniel Alejandro Chávez Martínez
Universidad del Cauca. Departamento de Antropología. Colombia

Manuscrito recibido el 28.3.17


Manuscrito aceptado el 21.4.17

Cómo citar este documento


Chávez Martínez, Daniel Alejandro. Cuerpo y asilo. Imaginarios de la locura y políticas de la exclusión en Colombia. Rev
Presencia 2017; V13. Disponible en <http://www.index-f.com/p2e/v13/e11535.php> Consultado el 3 de Mayo de 2017

Resumen Abstract (Body and asylum. Imaginaries of insanity and


policies of exclusion in Colombia)
El presente ensayo reflexiona acerca de los mecanismos de
exclusión que implementaron las élites políticas de la This essay reflects on the mechanisms of exclusion that were
Colombia del siglo XIX, imitando las prácticas implemented by the political elites of nineteenth-century
degeneracionistas europeas; las cuales unían a la locura Colombia, imitating European degenerationist practices; which
con toda forma de degradación del hombre. Este discurso united madness with every form of degradation of man. This
con pretensiones científicas sirvió para justificar el dominio discourse with scientific pretensions served to justify the racial,
racial, moral y material de un sector de la sociedad sobre el moral and material dominance of a sector of the society on the
resto de la población. De esta manera surgieron dentro del rest of the population. In this way emerged within the
contexto colombiano lugares de diferenciación entre lo Colombian context places of differentiation between the normal
normal y lo patológico que legitimaron saberes, ocultos bajo and the pathological that legitimized knowledge, hidden under
formas de poder, atravesados por prejuicios y fantasías forms of power, crossed by prejudices and racialistic fantasies.
racialistas. Key-words: Madness/ Degenerationism/ Asylum/ Colombia/
Palabras clave: Locura/ Degeneracionismo/ Asilo/ Mental hospital.
Colombia/ Manicomio.

Cuerpo y Asilo

La locura ocupó un lugar en los grandes internados de la Europa del siglo XVII. Los locos compartieron lugar con todo cuanto la
sociedad pudo rechazar; una amalgama de inmorales, libertinos y locos; todos fusionados en una masa indiferenciada, que
alimentó los imaginarios sociales sobre la locura; los cuales permanecerán ocultos bajo la forma del discurso psiquiátrico moderno.
Uno de los trabajos que mejor retrata esta muchedumbre de "lunáticos" encerrados entre las paredes del asilo, es la pintura de
Francisco de Goya, El corral de los locos:

"Un hombre está parado, desafiante en primer plano, mientras que detrás de él, otros dos se debaten entre sí. Al fondo, un
hombre levanta los brazos en lo que parece ser un gesto de súplica, otro se arrastra por el suelo. En las profundidades
nebulosas de la escena, otras formas sombrías luden a excesos y una depravación desconocidos, éste es; en efecto, un retrato
de ello, un lugar tenebrosamente misterioso, impenetrable, aunque ciertamente lleno de ciegas y apasionadas intensidades. La
oscuridad de este escenario, no podemos dejar de percibirlo, sugiera la oscuridad de las mentes contenidas en él; y podemos

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escuchar los sonidos casi bestiales, los gruñidos, los bramidos y los chillidos emergiendo de alguna parte profunda de estas
criaturas salvajes". (Sass, 2014: 32)

El Corral de los locos (1794). Pintura de Francisco de Goya. https://lasextinciones.wordpress.com/2016/04/11/353/

La pintura expresa el mundo exterior de la locura entre los muros del asilo que Sass (2014) describe como un sitio sin humanidad,
el mismo inframundo en el que hombre ha pasado a convertirse en una bestia feroz. El asilo cumplía la función de proteger a la
sociedad de toda forma de degradación del hombre, en el que dadas las condiciones de suciedad espiritual y material de sus
habitantes, amenazaba constantemente con expandirse y contaminar el resto de la sociedad.

El agente sensible de esta epidemia es el aire, ese aire, al que se califica de "viciado", entendiéndose oscuramente por esa
denominación que no es conforme a la pureza de la naturaleza, y que constituye el elemento de trasmisión del vicio. Es suficiente
recordar el valor, moral y medicinal a la vez, que se atribuye al aire corrompido de las prisiones, de los hospitales, de las casas de
confinamiento. Esta atmosfera cargada de vapores maléficos amenaza ciudades enteras, cuyos habitantes se impregnaran
lentamente de la podredumbre y el vicio. (Foucault, 1964, p. 64)

El clima como agente de propagación de la locura ha estado presente desde las representaciones griegas; para las que toda forma
de frenesí e intoxicación de la locura, estaban asociaban con Dionisio: "[...] todas estas formas tenían el deplorable efecto de
humedecer el alma, apagando de este modo la llama pura de la psique y despojando a la conciencia de su lucidez esencial" (Sass,
2014, p.18). Un ejemplo más actual de lo físico como agente de propagación de la locura se encuentra entre las ropas de la
lavandería de un hospital psiquiátrico:

"En donde desde la planta física hasta la división de funciones y el uso y asepsia de lavaderos respondían a dichos temores: se
separaban las zonas y jornadas de lavado de la ropa de los pacientes y las de la ropa del equipo del hospital; las máquinas y
fregaderos se restregaban profundamente después de lavar la ropa de los pacientes, y antes de lavar la del equipo; y se
encargaba a los enfermeros hombres de la lavandería, pues se consideraban menos expuestos al "contagio" de la locura que
las mujeres" (Ospina, 2006, p. 24)

Las imágenes de la locura que la unen con la animalidad, la sinrazón, las pasiones y el contagio son el epicentro del discurso
degeneracionista del siglo XIX en Europa; cuyas prácticas se implementaron en la sociedad colombiana. En nuestro país se culpó
principalmente al clima y la alimentación como causas de la degeneración y los vicios del pueblo; además de la raza y el sexo.
Dichas teorías fueron administradas y acogidas por una elite política que pretendió mantener el poder, el orden y la sumisión de las
clases bajas mediante una estructura jerárquica en la que se definían los valores de una clase alta civilizada en contraposición de
las costumbres salvajes del pueblo.

Los médicos de la época dictaminaban en beneficio de la construcción de categorías de la alteridad; inventando analogías que
oscilaban entre lo primitivo y lo civilizado. El habitante fue visto como una especie de error, producto de las condiciones
desfavorables del país, en el que lo autóctono recaía como obstáculo para el ejercicio de la civilización.

Uno de los herederos de estas teorías llamadas degeneracionistas, fue el doctor Manuel Plata Azuero, fundador de la Academia
Nacional de Medicina. Azuero, quien había hecho estudios en París; argumentaba que la medicina no sólo debía limitarse a la
observación y la receta de medicamentos, sino que debía dar cuenta de la relación entre la idiosincrasia, el clima y la salud. Las
condiciones climáticas afectaban los temperamentos y eran las causantes de múltiples enfermedades. De esta manera,
discriminaba a los habitantes de los climas cálidos, a quienes consideraba holgazanes y perezosos, ya que se cansaban
rápidamente por efecto del calor. Con respecto al poblador de la altiplanicie escribió lo siguiente:

"La natural tendencia a éste de la meditación y al reposo, lo hace fino, sino profundo observador y le da gran facilidad para

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apreciar con rapidez en las ideas, en los objetos y en todo cuanto oye o ve, hasta los más ligeros perfiles, los más
insignificantes rasgos de semejanzas o contrastes. De ahí esos dichos agudos, esas picantes comparaciones, esas espirituales
ocurrencias, ese aticismo que distingue a los jóvenes ilustrados de nuestras altiplanicies, especialmente a los hijos de Bogotá,
sal ática que se nota aquí hasta en los hijos del pueblo; pues en ese niño que llamamos el chino de Bogotá, billa muchos más la
viveza de imaginación, que en el pilluelo de parís, si bien esa fecundidad intelectual sucumbe a los 16 o18 años, bajo las
influencias del clima, y, sobretodo, se ahoga en el funesto licor que produce el chichismo". (Roselli, 1968, p.186)

Por otra parte, el prócer payanes Francisco José de Caldas, expuso una serie de teorías en las que relacionaba lo físico como
causa de la distorsión moral del hombre. En su tratado de "El influjo del clima sobre los seres organizados" (1808), Caldas
argumentaba que la atmósfera, la presión, la lluvia, el frio y el calor, eran factores que alteraban el cuerpo y el espíritu, pues ambos
se encontraban íntimamente relacionados. Los temperamentos se moldeaban así, dependiendo de las condiciones físicas del
medio; encontrábamos por lo tanto, seres más virtuosos por relación a las condiciones atmosféricas en que se hallaban y aquellos
más propensos a los vicios. Acerca de la alimentación Caldas concluye lo siguiente:

"Los alimentos, renovando nuestros humores, encienden o apagan el fuego de las pasiones. ¿Quién ha dudado que la
frugalidad y el ayuno moderen los ímpetus terribles de la lasciva? ¿Quién no conoce la extrema dificultad de ser casto en el
seno de la abundancia, de la molicie y del regalo?". (Roselli, 1968, p.64)

La exaltación de la identidad con respecto a las condiciones físicas del entorno, creó una gran cantidad de imágenes racializadas
en donde la composición cuerpo-raza era determinante para la nación, en su afán por alcanzar la civilización. A lo blanco se le
atribuyó innumerables virtudes, relacionadas con el vigor y la actividad constante; además de la supremacía de las facultades
intelectuales necesarias para la industria; en contraste con la pereza y la holgazanería del negro. Estos mecanismos de exclusión,
a raíz de la condición física y moral en el contexto colombiano del siglo XIX, fueron el sustento de una práctica psiquiátrica que
justificó su discurso, de acuerdo a estas concepciones hegemónicas sobre el cuerpo, la raza, la naturaleza y el alma.

Sin embargo, los discursos hegemónicos, producidos por las élites políticas y académicas, en su práctica real, respondían a
cuestiones más bien de tipo moral. El medico estaba inscrito en un sistema asilar de orden ético y religioso, el cual no llegó a tener
como propósito una real asistencia médica; más bien funcionaba como un lugar de confinamiento, en el que las condiciones de
vida de los internos eran mínimas. Lino de Pombo hace una descripción de esta situación a mediados del siglo XIX:

"[...] el tratamiento al que se les sometía, de encierro en calabozos lóbregos y fríos, llamados con mucha propiedad jaulas,
sujetos con cadenas, bañado por la fuerza con agua fría, en una palabra, torturándolo implacablemente, pronto daba cuenta de
él, siendo, naturalmente, raro el que escapara con vida de semejante régimen, que sea dicho de paso era el régimen conocido y
aplicado en aquellos tiremos, en casi todo el mundo, para el tratamiento de los que por su desgracia, la suerte castigaba con la
perdida de la razón". (Roselli, 1968, p.154)

El gran paso hacia la evolución de la asistencia a los enfermos mentales lo constituyó la fundación del Asilo de Bogotá; fundado en
1870 por la Junta de Beneficencia de Cundinamarca. Esta fue en sus comienzos una institución dedicada exclusivamente a la
caridad religiosa y posteriormente, años más tarde, daría inicio a la práctica médica. En sus primeras décadas funcionaba al igual
que todos los asilos del país, sirviendo de instituciones dedicadas a la caridad, cuyo propósito era la asistencia de los
desamparados y los locos de la ciudad.

Las Hermanas de la Presentación estuvieron a cargo del cuidado de la mayoría de estos primeros asilos en el país, al igual que
otras órdenes religiosas como; los Jesuitas, los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios y los Salesianos. Estas comunidades
de religiosos instauraron un sistema disciplinario basado en el ejercicio pedagógico y ascético; por lo que su influencia no sólo llegó
hasta la administración de los primeros manicomios del país, sino también fueron requeridos en la asistencia a las cárceles,
escuelas y colegios. Uno de estos primeros asilos de religiosos fue la famosa "Casa de Locas", levantada en 1874, exclusivamente
para el tratamiento de las mujeres; pero en el que indistintamente se albergaba a los habitantes de la calle. La edificación tuvo que
ser traslada al edificio de San Diego, en donde en la actualidad se encuentra el Hotel Tequendama por problemas de insalubridad
y hacinamiento. Sin embargo, cinco años después al igual que su antecesor tendría que ser nuevamente trasladada por las
mismas razones. Los doctores Julio Manrique y Roberto Franco que estuvieron a cargo de la comisión que visitó el lugar, lo
declararon como sitio de "castigo para empedernidos criminales" (Roselli, 1968, p.162) y no como un lugar destinado por la
beneficencia para la asistencia y el cuidado de los "miserables".

La preocupación por la situación general de los internos se basó en el esfuerzo por tratarlos clínicamente; para lo que se llevó a
cabo la construcción del Hospital Neuropsiquiátrico de Sibaté en el año de 1937. Sin embargo, a la edificación sólo se trasladaron a
los hombres, mientras que las mujeres debieron permanecer en el antiguo Frenocomio de mujeres (1937-1959), en el que se
experimentaba con técnicas como los electrochoques, la camisa de fuerza, los abscesos de fijación y las duchas de agua fría.
Todas estas prácticas se probaron primero en los manicomios para mujeres, para luego aplicarlos a los hombres en el Hospital
Neuropsiquiátrico.

Lo femenino era percibido en el imaginario social como algo grotesco, impuro y en relación al mundo de las emociones
desaforadas, por lo que se consideraban en su mayoría pacientes incurables, quienes sólo podían servir como fuentes de
experimentación. A las "histéricas" por ejemplo se les arrojaba agua fría en la cara, de tal manera que penetrara en las fosas
nasales y en la boca, "hasta que se presenten fenómenos de asfixia" (Roselli, 1968, p.195); también se les comprimían los
ovarios.

Manicomio y Degeneración

El manicomio se constituyó como el lugar privilegiado para el análisis del cuerpo del enfermo. El loco pasó de ser un sujeto
social, a ser un espécimen humano dentro de un nuevo contexto moral y reglamentario específico. El diseño institucional de este

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espacio fue un ideal de racionalización del proyecto terapéutico, del cual el alienista se apropió mucho antes que el medico
instrumentalizara el hospital plenamente para su praxis en el siglo XIX (Comelles, 2000).

El alienista por lo tanto se apropió del manicomio como lugar de su objeto de estudio, "el asilo no se instituyó para practicar la
psiquiatría; más bien la psiquiatría fue la práctica que se desarrolló para manejar a los internos" (Porter, 2002, p.103). Sin embargo,
no fue la visión médica la que predominó, sino una autoridad manifestada en su sola propia presencia física (Foucault, 2005), la
cual le otorgaba por antonomasia, características filantrópicas de un modelo de valores éticos y morales a seguir para la sociedad.

Sólo fue hasta mediados del siglo XIX cuando la preocupación por dar con el sustrato orgánico de la locura hace que se diseñe
toda una nosografía psiquiátrica, clasificatoria de síntomas y enfermedades, semejante a la taxonomía de las ciencias naturales,
con la esperanza de hallar tangiblemente la locura. Sin embargo, para Comelles, 2000, el manicomio estuvo más bien
reglamentado, bajó un régimen de organización moral que recordaba a los estadios evolutivos de Morgan; en el cual el hombre
ascendía hacia la civilización, atravesando una serie de secuencias: empezando siendo salvaje, llegando a la barbarie y finalizando
con el hombre civilizado. Por lo que la lesión anatómica de la locura, trajo consigo cuestiones ajenas a las pretensiones de
objetividad científica, ya que en la práctica concreta era incapaz de librarse de los prejuicios: Marginalidad social, condiciones
socioeconómicas, incapacidad física, roles atribuidos a hombres y mujeres; Todo esto como potenciales determinantes de
enfermedades mentales. En Colombia podemos citar varios ejemplos que responden a esta relación de dependencia entre lo
orgánico y la incidencia de los factores socioeconómicos, estéticos y morales, abundantes en toda la mitad del siglo XX. Uno de los
casos más representativos es el de los psiquiatras Julio Manrique y Luis Ángel Sánchez; quienes en 1939 rindieron un informe a la
Academia Nacional de Medicina acerca de la inducción del coma insulínico, usando inyecciones de Cardiazol, cuyo propósito era
inducir al paciente a estados convulsivos:

"De las enfermas que el Prof. Manrique trató hace ya dos años, sólo dos han recaído y esto, porque pertenecen a una clase
social en las cual las condiciones de vida, amén de las de higiene, eran de por sí una valla para el restablecimiento de la salud
mental". (Manrique y Sánchez, 1939, p.4)

Es así, como la pobreza constituyó el medio perfecto para la propagación de la locura y un obstáculo para su curación. La clase
social era un factor determinante para la incidencia de la enfermedad mental, los habitantes de estas clases eran estigmatizados
como personas sucias, responsables de su miseria material y su deterioro físico y mental. Su recuperación por lo tanto, se hacía
más difícil o imposible, dadas las condiciones sociales en las que se encontraban.

A esta obsesión por las políticas de sanidad públicas hay que sumarle el concepto de degeneración de Bénedict Augustin Morel
que a mediados del siglo XIX; en su "Tratado de degeneraciones psíquicas, intelectuales y morales de la especie humana, y de las
causas que producen sus variedades malsanas" (1857); afirmaba que la degeneración era un tipo primitivo de desviación
enfermiza, la cual encerraba en su origen, en relación con su naturaleza, un factor de "transmisibilidad". La amenaza por lo tanto
no sólo recaía en la persona que padecía determinada forma de locura; sino también en sus descendientes, por razón de la
herencia.

El delirio por el factor de transmisibilidad a través de la sangre, sumado al miedo generalizado por el contagio como peste; justificó
y fortaleció las políticas de sanidad en Colombia establecidas en el país, gracias a los médicos que imitaron estas teorías, las
cuales presentaron como un discurso de protección a la sociedad con base a la ciencia, pero que en realidad ocultaban formas de
dominación atravesados por prejuicios y fantasías racialistas.

Las Narrativas

Con Freud la búsqueda orgánica de la locura tomaría un rumbo completamente diferente a la búsqueda orgánica de ésta. A
través de la perspectiva fenomenológica de la enfermedad mental se llenaría de significado los síntomas del paciente, mediante la
adhesión del sujeto a su espacio biográfico, (Comelles, 2000) en el que supone se encuentra el origen del trauma, el cual afecta el
proceso natural de la psique del individuo. Su tarea consistió en intentar descifrar el trauma en el inconsciente, el cual permanece
oculto, destruido en ruinas, para poder reconstruirlo y hacerlo visible, mediante el lenguaje clínico; incorporando el sueño como
elemento revelador de la enfermedad. Al hacer del sueño un elemento de análisis, en el cual se puede leer como en una especie
de texto el origen del padecimiento, Freud se aleja del organicismo y abre un camino importante para el estudio de la locura desde
una perspectiva fenomenológica que va a nutrir el discurso antipsiquiátrico del siglo XX de la mano de Foucault y Goffman
principalmente. En adelante el paciente gracias a Freud no sólo será visto como un cuerpo-objeto, sino como un ser sufriente,
inmerso en condiciones sociales específicas.

Por una parte Foucault va a probar que la psiquiatría no se constituyó a partir de un cúmulo de observaciones como otras ciencias,
a través del proceso de investigación científica; formulando teorías y clasificando enfermedades para su tratamiento, sino que se
construyó de acuerdo a una razón histórica; con un componente moral, social y cultural que se iba actualizando dependiendo de
los valores morales presentes en un determinado momento de la historia.

Por otro lado el sociólogo Erving Goffman centró su atención en la vida del paciente psiquiátrico y los mecanismos de control y
disciplinamiento de las "instituciones totales"; las cuales ejercen sobre el individuo dinámicas específicas: Perdida de la identidad,
uniformización, castigo, degradación.

Es así como el paciente mental empezó a tener una real injerencia en los estudios sobre enfermedad mental, y se descubrió, por
ejemplo, la gran capacidad de intervención de los enfermos, negociando sus diagnósticos, manipulándolos para conseguir
beneficios de asilo o legales, negación de participar en las terapias, enfrentamientos verbales con el personal médico, ingreso de
productos prohibidos, intercambios; todo un microcosmos de experiencias que hasta entonces no habían sido percibidos. En este
sentido la etnografía también se posicionará como una disciplina que puede dar luz a estas experiencias, al poner en el centro del
análisis al sujeto como la principal fuente de construcción de la cotidianidad.

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Además que el encuentro con el psiquiatra debería incluir no sólo una clasificación de síntomas y recetas, sino dar cuenta de las
voces de los actores, evaluar tanto las narrativas autobiográficas de los pacientes como las condiciones de experiencia en las que
son puestos los pacientes mentales, de esta manera se puede profundizar en los dramas internos de los pacientes, comprender su
especificidad para aplicar mejores estrategias que posibiliten un mejoramiento más profundo del padecimiento, no sólo
parcialmente, entendido como una cuestión puramente orgánica, como se sigue manteniendo vigente hasta el día de hoy en
Colombia; sino que se integre verdaderamente las diversas nociones como causas posibles de la compleja red de síntomas que
afectan a la persona diagnostica. En las últimas décadas, se ha venido trabajando cada vez más sobre las narrativas del paciente
mental, inyectándole significado a la forma como la persona entiende su malestar, para explicar cuestiones más globales a nivel de
la sociedad. Los trabajos más relevantes en Colombia en este campo han sido llevados a cabo por el Psiquiatra y Antropólogo
Carlos Alberto Uribe; quien rescata el sufrimiento del paciente, el cual se halla inmerso dentro del marco de una "narrativa trágica"
que instala la experiencia subjetiva en un contexto moral que le da sentido al malestar (Uribe, 1999). La palabra de esta manera
adquiere significado más allá de la traducción de ésta a categorías clínicas; y se instala dentro de un contexto cultural en el que se
expresa su sentido. Por ejemplo, para Uribe, comúnmente el paciente explica las causas del trastorno acudiendo a poderes
sobrenaturales como responsables de su afección u otras veces debido a características de su personalidad o predisposición
biológica. Estos significados tienen el objetivo de domesticar la enfermedad, brindándole una comprensión lógica, a la que el
paciente puede adherirse en su afán de recuperación.

En contraposición, se haya la visión clínica del psiquiatra, para el que la voz del paciente sólo es efectiva, en la medida en que le
brinde los rasgos concretos de los síntomas que le aquejan; con el objeto de poder hacerlos traducibles a un corpus
sintomatológico, que derive en un diagnóstico concreto. Este proceso que en determinados casos es efectivo para el tratamiento
del paciente, puede ser realmente traumático para otros, pues nunca sus síntomas llegan a "encajar" dentro de un diagnóstico
especifico y pasa de trastorno en trastorno recibiendo altas dosis y cantidades de medicamentos, que a fin de cuentas tienen
consecuencias negativas para la persona y cuyos efectos llegan a ser incluso más incapacitantes que los primeros.

De esta manera, el estudio tanto de las narrativas como en general de la experiencia del paciente mental respecto a su
padecimiento, debe ser tenido en cuenta más allá de lo que hoy se sigue haciendo en el encuentro clínico, si bien se podría
justificar las razones por las cuales por ejemplo, los psiquiatras gastan muy poco de su tiempo en una comprensión más global de
la enfermedad debido a los bajos presupuestos económicos y de número de pacientes por sala y obligaciones, la verdad es que la
formación profesional en la psiquiatría no incluye la suficiente visión social y cultural para comprender cabalmente el malestar
sumado al esfuerzo clínico para tratarlo. Se hace urgente por lo tanto la integración de disciplinas y formaciones más integrales en
el que no todo quede recudido a la farmacoterapia y que trabajen conjuntamente en la elaboración de un corpus más complejo
sobre los trastornos mentales.

Conclusiones

El asilo en Colombia durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX fue el escenario donde se condensaron todos los imaginarios
de una sociedad excluyente del otro por sus condiciones físicas, de pobreza e incluso geográficas. Estos discursos racialistas
emergieron desde una élite académica ilustrada que imitando las teorías degeneracionistas producidas en Europa le permitieron
sustentar las bases “científicas†de la exclusión. El asilo por lo tanto funcionó por una parte como un espacio disciplinario de
tratamiento moral y por otra como un mecanismo de protección de la sociedad civilizada; es por eso que en los asilos y primeros
manicomios del país fueron las órdenes religiosas las que tenían pleno control sobre el tratamiento del paciente y la administración
de la institución.

Con el nacimiento del manicomio se instaura el alienista como poseedor del conocimiento de la locura y su práctica toma impulso.
Sin embargo nunca fueron bien vistas las técnicas usadas por estos, para el tratamiento de la locura por parte de la comunidad
médica clásica. Empezando por la apariencia del manicomio, un lugar que aparentaba ser más una cárcel que un lugar en donde
se pudiera tratar al enfermo. Incluso hoy en día, el psiquiátrico a pesar de los avances en los tratamientos se percibe como un lugar
donde es posible adquirir algún tipo de enfermedad mental, que realmente conseguir una cura. Las ideas del contagio tan
arraigadas en los imaginarios de la sociedad europea del renacimiento tampoco parecen estar superadas. Uno de los problemas
más frecuentes para que una persona con síntomas ingrese a una institución psiquiátrica es la creencia por parte de los familiares
de que es más probable de que la persona llegue a contagiarse de la depresión o psicosis de los internos.

A pesar de los grandes avances en farmacoterapia, que sustentan un tratamiento basado en la ciencia médica, muchas de las
situaciones al interior de la institución psiquiátrica vienen dadas por cuestiones morales en los que se idealizan modelos de
conducta, familiares y en general todo tipo de vínculo social. El componente psicosocial, se reduce así, a talleres psicoeducativos
que enseñan a los pacientes un único modo de vida sin ahondar realmente en la historia vital y el contexto socio cultural del
paciente. De esta manera se juzga de antemano la experiencia del paciente que se presenta como un fracaso del proyecto de vida
en contraposición a los ideales de comportamiento establecidos por la sociedad.

Se hace necesario por lo tanto develar instancias en las dinámicas internas de las instituciones psiquiátricas actuales, que se
desconocen pero que se legitiman dado el peso histórico en el que descansan. Lo "terapéutico" esconde modelos perversos de
tratamiento que absurdamente se inscriben dentro de lo médico.

Bibliografía

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