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Se dice que la generación de padres de familia que nacieron entre los 60’ y 70’
con hijos nacidos entre los 80’s y principios de 2000, son padres que dada su
educación y formación son altamente productivos, que resolvían situaciones de
vida con mayor capacidad, alcanzaban muchas de las veces mayor nivel escolar
que sus propios padres, con visión de negocio, asumiendo cargas de trabajo
extraordinarias y definiendo metas claras a corto y largo plazo; es interesante
entonces, analizar cómo se les educó a éstas generaciones de hijos ahora padres,
qué se les exigió que realizarán, que se esperó que supieran o pudieran hacer,
que generó en ellos éste estilo de respuesta a la vida.
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No pasa así, con estos nuevos padres nacidos en los ochentas, que sin tratar de
generalizar, encontramos una constante en muchos de ellos, como sería: carreras
o proyectos de vida inconclusos o no bien planteados (embarazos antes de
tiempo), relaciones sentimentales conflictivas o poco constantes, un gran desgaste
emocional en ellos que generan actitudes permisivas en la formación de los hijos,
incluso tienen más recursos teóricos (leen y saben más), pero en muchas
ocasiones, muestran poca efectividad en la aplicación de lo aprendido,
posiblemente por la espera de una respuesta inmediata, con gran tendencia a lo
rápido y fácil, así mismo presentan cierta o total dependencia económica o de
crianza hacia sus padres, esto es, ante un divorcio o difícil situación financiera,
optan por regresar a la casa paterna o ante el desgaste laboral, solicitan la ayuda
de familiares para la crianza de los hijos, incluso en muchas ocasiones reciben
cierto soporte económico de éstos.
Cabe reiterar que no todos los sujetos de dicha generación tienen dichos rasgos o
estilos de resolución como los arriba descrito, al final haber nacido en esa época
no es decreto, ni todos los nacidos en los 60’s y 70’s califican como sujetos
altamente productivos tampoco resulta garantía.
Pero si debe ocupar nuestra atención que existen elementos que favorecen o no
favorecen a la construcción de un sujeto BLINDADO EMOCIONALMENTE, con
esa capacidad de reafirmación y los elementos suficientes para la adaptación y
resolución de vida, cualidades necesarias para afrontar los retos en la edad adulta.
Con frecuencia se escucha decir al padre de familia, hasta con cierto dejo de
orgullo, “este hijo tiene mucho carácter” o “tiene un carácter muy fuerte” cuando en
realidad hablamos de alguien temperamental por tanto poco dominado o
autocontrolado. El temperamento es la capa instinto-afectiva de la personalidad,
sobre la cual la inteligencia y la voluntad modelarán el CARÁCTER, es sobre el
temperamento donde el padre de familia y entorno trabajan para formar el carácter
y por tanto una personalidad BLINDADA.
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¡Lo hemos encontrado! Tenemos que la regulación del temperamento y por tanto
la formación del CARÁCTER determinan en un sujeto su capacidad de respuesta
y afrontamiento a las diversas situaciones que vivirá, concluyéndose entonces que
las generaciones 60’s y 70’s fueron expuestas a experiencias que templaron su
carácter, como transportarse solo a corta edad en camión, hacer tramites a la
preparatoria o universidad sin la ayuda de los padres o buscar el primer empleo
sin la recomendación o el acompañamiento de un adulto, esto es, se les permitía o
incluso ¡obligaba! a tener experiencias de vida que favorecieron solucionar sus
propios problemas, validando con ello la propia capacidad y por tanto generando
autoconfianza, por tanto templar el carácter es el elemento vital en el BLINDAJE
DEL HIJO, entonces, formemos el CARÁCTER de nuestros hijos.
Claro que no es lo mismo, mantener frustrado al hijo que dar dosis de frustración,
veamos cómo se puede hacer:
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Si nuestro deseo es blindar a estos hijos debemos iniciar por entrenar el manejo
de la frustración, el dominio de lo que no puedo tener o puede ser, a través de
incrementar la tolerancia a partir de tener vivencias de éxito y fracaso, con
ejercicios tan simples como regular la demanda de atención y favorecer la espera
de turno. Para la próxima vez que su hijo le solicite un vaso con agua exprese de
forma cordial “claro, cuando termine de… (acomodar o lavar o lo que sea) te lo
sirvo” o que tal cuando usted está hablando y llega el pequeñin e insiste en ser
atendido o que se le responda, usted nuevamente de forma cordial pero firme
expresa “necesitas esperar estoy ocupada” acciones tan simples como estas
promueven la espera de turno sobre todo si ante la espera por ser atendido es
valorada y reforzada su buena conducta, ejemplo “gracias por esperarme, estoy
por terminar” dejemos de ser madres y padres “pulpos” con todos los objetos en
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nuestras manos listas para ser entregadas en cuento se nos solicita, estimado
lector no se siente a veces así…
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Hemos aportado hasta aquí varios componentes esenciales que se deben tomar
en cuenta para favorecer el BLINDAJE EMOCIONAL de los hijos, como: templar
el carácter, desarrollar madurez y autonomía, vaya registrando dichos
elementos estimado lector, así como los siguientes tres elementos formativos del
ser: la capacidad de amar, el control de la impulsividad y el razonamiento moral.
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El mejor momento para informar a los hijos sobre una separación es cuando no se está en un
periodo de gran crisis, y deben ser los dos miembros de la pareja quienes comuniquen la
noticia, así mismo es vital considerar que la serenidad y armonía debe caracterizar la vida de todo
niño en todo momento. El anuncio de una separación debe realizarse conjuntamente. Los padres
han de entenderse para informar conjuntamente a los niños de su proyecto. No es el momento
de ajustar cuentas. Puede ser perjudicial justificar de forma unívoca la separación y cargar las
responsabilidades en uno de los padres. Al niño hay que ahorrarle los rencores y las
insatisfacciones contra el cónyuge o contra cualquier otro miembro de la familia considerado como
cómplice o adversario. Los padres deberían haber preparado previamente el anuncio. En el
momento del anuncio se trata de olvidar que se es marido y mujer, y hablar únicamente
como padres. Es preferible hablar el fin de semana, al principio de la tarde un momento de calma.
Se hablará apaciblemente, con dulzura y cariño, sentados cerca del niño, tocándolo con la mano,
pero sin sujetarlo. Conviene no ser demasiado expeditivo al dar la noticia, es un error creer que
siendo breve se hace menos daño, que se abrevia el sufrimiento.
Naturalmente, muchas veces ocurre que el niño no acepta la nueva situación y utiliza todos sus
modestos medios para intentar que los padres cambien su decisión y modificar el curso del destino.
Se trata de protestas, gritos, llantos, enfados. En estos casos se debe tranquilizar al niño, pero sin
dejarle creer que puede cambiar una decisión que se ha madurado largamente. Si imagina que
tiene poder para hacer cambiar a sus padres de opinión, significará que tiene un papel en la
historia, una responsabilidad es lo que les une o separa. Y, por tanto, si él creyera que puede lograr
su renuncia al divorcio y, pese a todo, el divorcio se produjera, cabría la posibilidad de que
imaginara que no lo ha hecho lo suficientemente bien y que, en consecuencia, se sintiera culpable
de dicho divorcio.
El amor de los padres es inoxidable. Tranquilizar al niño es la clave en dicho proceso, en particular,
sobre la permanencia del vínculo parental. En efecto, el niño a menudo establece un paralelismo
entre la relación que une a sus padres y la que él tiene personalmente con cada uno de ellos. Si
con el paso del tiempo los padres pueden llegar a dejarse de amar y a separarse, ¿por qué no
podría ocurrir lo mismo entre ellos y hacia él? Es conveniente explicar al niño, si no se ha hecho
antes, que no es el mismo tipo de amor, el amor materno y paterno resiste el paso del tiempo
porque está hecho de “Otra materia”: es inoxidable. ¡¡¡Nosotros te amaremos siempre igual!!!
También se le debe serenar en lo que respecta a la relación entre los padres, explicándole que
estarán siempre en contacto para todo lo relacionado con él, aunque sepamos que esto no
siempre resulta fácil. A pesar de que los padres vivan separados, el niño debe sentirse sostenido
por una red parental.
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