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CULTURA URBANA Y SITIOS PÚBLICOS: LA LAGUNA ARTIFICIAL DEL

SUR DE GUAYAQUIL Y SUS ADAPTACIONES FRENTE AL


COMPORTAMIENTO LOCAL.
Autor: Lcdo. César Santana Moncayo, Mgs., csantana@ecotec.edu.ec.
Universidad ECOTEC, Ecuador.

Resumen
Los espacios públicos de las ciudades están ordenados por reglas de
comportamiento ciudadano, las mismas que pueden originarse en ordenanzas
municipales, mientras que ciertas normas de conducta son aprendidas desde la
infancia, y continúan aplicándose por costumbre y sentido común. Sin
embargo, existen casos en que, el sentido común, la lógica y un mínimo
comportamiento adecuado no son suficientes, y el espacio público se convierte
en un sitio sin control, tal como sucedió en Guayaquil, Ecuador, donde una
facilidad de uso público, tanto para turistas como habitantes locales, se
inauguró con muy pocas restricciones en su uso, pero con poco tiempo de
apertura, tuvo que cerrarse y reestructurar sus reglas, para evitar daños
futuros, aún a costa de percibir el sitio como espacio público donde se reserva
el derecho de admisión; y donde se notó la poca cultura y educación de un
sector de los habitantes de la ciudad.

Palabras claves: Guayaquil, laguna, artificial, cultura, educación, espacio,


público.

Introducción

Los proyectos de regeneración urbana que se han realizado en la ciudad de


Guayaquil, Ecuador han dado, según expertos, resultados variados. Para unos,
ha sido un modelo exitoso de desarrollo, que buscaba salir de un estado de
“desastre” en el que la ciudad se había sumido desde los años 70, donde la
ciudadanía no tenía confianza en sus autoridades locales, debido a continuas y
reiteradas muestras de cierto abandono relacionado con el desarrollo
sustentable de la ciudad, lo que motivó al cambio sustancial de Guayaquil
desde su Municipalidad hacia la ciudadanía, buscando recuperar la autoestima
del habitante local (Wong Chauvet, 2005).

Para otras personas, por el contrario, esta regeneración urbana ha traído


ciertos efectos sociológicos, donde lo que ha importado es la creación de una
ciudad para el turismo, a costa de “aniquilar, gradualmente, el espacio público,
a través de políticas de control y vigilancia” (Andrade, 2005).

El presente escrito tratará de precisar el caso particular de una facilidad de uso


público y turístico ubicada al sur de la ciudad de Guayaquil, construida dentro
del marco de la regeneración urbana antes mencionada, describir la forma en
como fue utilizada en sus primeros días de existencia por el público objetivo al
que fue dirigido y las reglas que tuvieron que ser impuestas hacia ese mismo
público; tratando de responder si existió poca cultura –o interés- del uso de
bienes públicos de la ciudad.
Antecedentes: un poco de historia sobre la regeneración urbana de
Guayaquil

Todas las ciudades del mundo han experimentado –y experimentan- cambios


estructurales, normales y lógicos, de acuerdo a los sucesos que obligan a la
aparición de nuevas ideas y visiones con respecto al uso, conservación o
eliminación de su arquitectura tradicional. El centro histórico de la ciudad, por
ejemplo, se convierte en eje articulador de grandes proyectos urbanos, ya sea
para reestructurarlos completamente o para crear planes para nuevos usos de
esos espacios. De esta forma, el centro histórico se convierte en “objeto de
deseo” de la ciudad posible y deseable, observándolo como un proyecto y no
solo como memoria (Carrión, 2005).

La ciudad de Guayaquil, Ecuador, también ha observado cambios en su centro


histórico: revisando su historia, se puede anotar que un primer momento de
reestructuración de su centro tradicional ocurrió en 1896, debido a que, entre el
5 y el 8 de octubre de aquel año, en lo que actualmente se conoce como
“centro”, se produjo un incendio de proporciones catastróficas. Históricamente
se lo conoce como “El Gran Incendio”, y acabó con “…aproximadamente 1300
casas, que representaban 92 manzanas de las 458 que existían en ese tiempo
en la ciudad, dejando sin hogar a 33.000 personas de los 59.000 habitantes de
Guayaquil en ese año”. (Santana, 2015). Este incendio, para los cronistas y
periodistas de la época, fue el momento adecuado para poder realizar una
reconstrucción de la ciudad, ya que para esos años, Guayaquil presentaba una
serie de callejones y zaguanes, considerando oportuno una transformación de
la ciudad, creando calles más anchas, para evitar que otros incendios, en el
futuro, se propaguen. (Compte, 2011).

Para la reconstrucción de Guayaquil, luego del incendio de 1896, el Municipio


de la ciudad convocó a concurso a ingenieros civiles, arquitectos y
agrimensores (personas especializadas en medir la superficie de los terrenos y
levantar los planos correspondientes) para que presentaran sus ofertas. El
ganador de este concurso fue el ingeniero francés Gastón Thoret, presentado
al público el 10 de noviembre de 1896. El proyecto del ingeniero Thoret buscó
que las reubicaciones de las familias afectadas sean mínimas, y que las
nuevas edificaciones se asentaran en terrenos, quizás no de la misma forma y
tamaño, pero sin pérdidas significativas en su conjunto. (Thoret, 1896)

Sin embargo, esta primera regeneración urbana tuvo sus opiniones contrarias:
existieron escritos como los del periódico “El Telégrafo” que indicaban que “las
expropiaciones no son muchas ni son exajeradas (sic), afectan, sin embargo, a
un crecido número de personas, cuyos terrenos han sido cortados por la nueva
delineación y colocan a nuestro Ayuntamiento en la situación más
embarazosa…” (El Telégrafo, 1897). De similares comentarios se hacía eco
otros sectores de la ciudad y diarios como “El grito del Pueblo”

A partir de finales del siglo XIX y principios del XX, la ciudad de Guayaquil
experimentó un crecimiento acelerado, pasando de una pequeña ciudad de
pocas hectáreas en 1900, a una urbe que multiplicó su extensión en al menos
60 veces, y su población, unas 40 (Rojas Mosquera, 2000). Esta expansión y
aumento de la población no planificada, trajo como consecuencia la aparición
de barrios marginales, donde las necesidades urbanísticas básicas no eran
satisfechas. Así mismo, aparecieron varias soluciones habitacionales de parte
del Gobierno Nacional –en diferentes épocas-.

En la actualidad, de acuerdo a datos del Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y


Censos (INEC, 2010), el 92,75% de las viviendas de la ciudad cuentan con
servicios de energía eléctrica, el 85,43% reciben agua potable, y 60,65% de las
casas acceden al servicio de alcantarillado. (El Universo, 2011); aunque, hacia
el norte de la ciudad, en los relativamente nuevos barrios marginales de la
ciudad, existen unas 19,000 familias que viven en condiciones inadecuadas.
(Pérez, 2012).

En la siguiente tabla, se muestra la línea temporal de los cambios urbanísticos


que experimentó la ciudad de Guayaquil durante los siglos XX y XXI:
Años Acciones Hitos
Primer momento de la
Ejecución de los trabajos de saneamiento
1900 - 1925 evolución de la estructura
realizados por la empresa J. G. White
urbana a lo largo del siglo
Cuatro ejes viales y decisivos en el
desarrollo de la trama urbana guayaquileña:
La Sabana Municipal fue
acceso al puente Rafael Mendoza Avilés,
1930 - 1960 ocupada aceleradamente
avenida al aeropuerto, carretera hacia Quito
hasta saturarla
– con un desvío inicial hacia la península -, y
carretera hacia el puerto marítimo
Primeras tomas masivas de terrenos,
Crecimiento de sectores
desalojos violentos; finalmente,
1969 - 1975 populares (Suburbio oeste y
asentamientos populares reconocidos pero
Guasmos) hasta la saturación
no legalizados
Primeras urbanizaciones de la
Junta Nacional de la Vivienda:
hacia el sur Acacias y Pradera;
hacia el norte, Sauces y “Boom petrolero”. El estado completaba
Atarazana. La empresa circuitos viales y ampliaba el puerto
1976 - 1979
privada ubica industrias en la marítimo. Creación del primer centro
zona de Mapasingue y la comercial de Guayaquil (Policentro)
Prosperina y desarrollo
privado de nuevas zonas
residenciales (Alborada)
El paisaje urbano sufrió cambios
irreversibles: los cerros del Estero Salado
desaparecieron por completo; brazos del
Consolidación del tejido
1980 - 1989 estero fueron rellenados, aparición del
urbano de la ciudad.
“relleno sanitario”: basura tapada con tierra
o cascajo. Durán se convierte en cantón (10
de enero de 1989)
Se aceleró la ocupación ilegal de tierras en
Construcción de la vía el sector de La Prosperina y Pascuales.
Perimetral, se llega a sectores Decrecimiento del ritmo de implantación
1990 – 1999 nuevos y antiguos: Isla industrial, decrecimiento de ofertas de
Trinitaria (suroeste) es programas de vivienda estatal.
deforestada y ocupada Aparecimiento de Mall del Sol, que inaugura
una nueva moda de centros comerciales.
Inicio del proyecto de Regeneración Urbana
(Proyecto Malecón 2000, Malecón del
Salado y del centro de la ciudad).
El tejido urbano se extiende a Mejoramiento de sistemas de agua potable y
otras áreas, abarcando nuevas alcantarillado (aún falta una solución
2000 – 2009
jurisdicciones (Samborondón, integral). Sistema integrado de Transporte
Durán, Daule) (Metrovía – Troncal 1: Metroquil). Inicio de
nuevos asentamientos ilegales (Monte
Sinaí). Creación de Planes habitacionales
del Municipio de GYE (Mucho Lote)
Implementación de algunas obras
ambientales: recuperación del Estero
Consolidación de expansión
Salado, nuevas troncales de Metrovía
de tejido urbano en otros
(Metrobastión al sur oeste y Metroexpress al
2010 – 2013 espacios jurisdiccionales (La
sur). Nuevos espacios de áreas verdes
Puntilla, Vía a Samborondón,
(Parque Los Samanes). Creación de Plan
Vía a Daule, Vía a la Costa)
habitacional del Gobierno Nacional (Ciudad
Victoria)
Tabla 1: Evolución histórica del crecimiento urbano de la ciudad de Guayaquil en los siglos XX y
XXI Fuente: (Rojas Mosquera, 2000). Elaboración: (Santana Moncayo, 2015)

En esta tabla hay que destacar que no se menciona la llamada “Regeneración


Urbana de Guayaquil”, ya que se destacará en las siguientes líneas de esta
ponencia.

Regeneración urbana y Malecón 2000: el inicio del cambio para Guayaquil

Para entender el porqué de la creación de un proyecto de regeneración urbana


para la ciudad de Guayaquil, es necesario remontarse hacia el año 1992. En
este año asume la alcaldía de la ciudad el Ing. León Febres-Cordero
Rivadeneira, ex presidente del Ecuador, quien, según noticias de aquella
época, decide cerrar la Municipalidad por sesenta días para, acorde a sus
palabras, poner orden casa adentro.

En efecto, en un vídeo colgado en la página “You Tube”, de la misma Alcaldía


de Guayaquil, puede observarse un vídeo de cuarenta y dos minutos, donde el
recién electo alcalde explica a los ciudadanos el estado en que encontró la
municipalidad y sus departamentos. En una de las partes del mencionado
vídeo, el alcalde Febres Cordero muestra, en un reportaje ubicado dentro de su
intervención, como encontró el Museo Municipal: piezas robadas, obras
dañadas y hasta con ciertos espacios del mismo, alquilados a personas
particulares. (Alcaldía de Guayaquil, 1992).

Entendiendo que se necesitaba de diversas ideas para fortalecer el sentimiento


de pertenencia de los ciudadanos locales, la alcaldía empieza un ambicioso
plan de rescate de la ciudad, dotándola de la infraestructura necesaria para
competir con otras ciudades de Latinoamérica, no solo desde el punto de vista
turístico, sino también de negocios.

Algo novedoso del modelo implementado por el alcalde de esa época es que
las obras no se realizan solo con fondos públicos y por iniciativa de ese sector,
sino que toma en consideración al sector privado. En la primera etapa del
gobierno municipal del alcalde Febres Cordero, por ejemplo, se creó el
Departamento de Áreas Verdes, el mismo que se encargó de rediseñar y
reconstruir los parques de la ciudad, para luego entregarlos a la empresa
privada para su mantenimiento (Wong Chauvet, 2005)

En esa misma línea, la regeneración urbana se iniciaría en el segundo período


del alcalde Febres Cordero –el primero va de 1992 a 1996 y el segundo de
1996 al 2000-, debido, principalmente, a la idea del Banco La Previsora, que
buscaba revitalizar el sector central de la ciudad, que había perdido a muchos
de sus habitantes comerciales tradicionales, quienes se habían trasladado al
norte de la ciudad, a través de la oferta de superficies para locales y oficinas.
(Navas Perrone, 2012).

En 1996, directivos del Banco La Previsora, quienes habían construido un


edifico de 35 pisos y 135 metros de alto frente al Malecón Simón Bolívar de
Guayaquil, solicitaron al Municipio los planos de este espacio público, para, a
su vez, pasarlos a la Universidad de Oxford Brookes, Inglaterra, quienes ya
habían sido contactados por la mencionada entidad bancaria para que realicen
una propuesta de desarrollo del Malecón de la ciudad.

El equipo de Oxford Brookes realizó, en una primera instancia, un estudio de


los actores principales y secundarios que utilizaban o se beneficiaban este
espacio público, concluyendo que, en primer lugar, el Malecón era un lugar de
gran significado cultural; y, en segundo lugar, que el proyecto a presentar
debería ser “simbólico y poderoso, de suficientes dimensiones para iniciar un
círculo virtuoso de desarrollo urbano en las áreas circundantes” (Fernández-
Maldonado & Fernández-Dávila, 2007).

Los primeros planos fueron presentados al alcalde Febres Cordero en


noviembre de 1996, quien, al observar cómo quedaría el malecón, dio todo su
aporte y apoyo al proyecto. Además, en enero de 1997 se creó la Fundación
Malecón 2000, organismo privado que se encargaría, en lo posterior, de
planificar, desarrollar, construir, administrar, financiar y mantener al espacio
público. En ese mismo mes, el proyecto fue presentado a la prensa
(Fernández-Maldonado & Fernández-Dávila, 2007). Los trabajos de
construcción se iniciaron el 19 de junio de 1998, con la colocación de los
primeros pilotes que sostendrían las plataformas del proyecto (Avilés Pino,
2017)

Se planificó entonces dividir al Malecón en tres etapas, que se fueron


inaugurando conforme se fueron finalizando: la primera, denominada Sector
Centro, se inauguró el 9 de octubre de 1999; la segunda, llamada Sector Sur, el
25 de julio del 2000, y la tercera, sector norte, el 30 de octubre del 2000.

Nuevo espacio público, nuevas reglas para los usuarios


“Luego de una prolongada ausencia de obra pública significativa y frente al
extremado déficit de áreas recreativas para la población, el efecto en ella no
podía ser otro: la aceptación total y ciega del proyecto –Malecón 2000-”.
(Ugalde, 2017)
Este párrafo escrito por un arquitecto de la ciudad de Guayaquil, permite
adentrarse en la problemática central de este escrito. Luego de una muy breve
reseña acerca de la construcción del primer proyecto de desarrollo urbano y
arquitectónico de Guayaquil –a cual siguieron varios más, cómo los cambios en
sector céntrico de la ciudad, el rescate de las casas más antiguas, en el barrio
Las Peñas, la regeneración del Cerro Santa Ana que colinda con el Malecón, el
nuevo Malecón del Salado y otras- se notaba que, si bien es cierto la
ciudadanía estaba contenta con los cambios suscitados, cierto grupo de la
población resentía las nuevas reglas para los espacios públicos: para muchos,
la construcción de un paisaje urbano supervigilado trae como consecuencia un
espacio público genérico, que se caracteriza por la explotación comercial y el
uso restringido de tales espacios (Andrade, 2005).

En efecto, el espacio público deja de ser tal, debido a que existe un ente
regulador privado, o el mismo municipio, que prefiere prohibir ciertos usos
públicos, a fin de preservar el orden y las construcciones realizadas. En este
orden de ideas, en los espacios públicos de Guayaquil se pueden observar
cuatro características (Andrade, 2005):

a) La arquitectura responde a criterios de un turismo global genérico; es


decir, se prefiere que el turista observe marcas internacionales y no
presentar los valores propios de la ciudad.
b) El espacio renovado está rodeado de varios espacios comerciales.
c) La ecología es entendida como un mero adorno, y no está integrada al
espacio.
d) Existen reglamentaciones, normas de comportamiento y vigilancia, que
son revisados permanentemente por guardias de seguridad privados.

Se llega a ciertos extremos de no dejar fotografiar monumentos ni a las


personas que se congregan en los espacios públicos, si no existe una
autorización por parte de la Fundación Malecón 2000 (DIario El Telégrafo,
2016).

Cabe entonces preguntarse si todas las restricciones impuestas surgen de la


idea que lo público no puede dejarse a la libre voluntad e interpretación de los
ciudadanos, quienes no entienden o no conocen el cuidado que debe existir en
este tipo de espacios; o, por el contrario, las reglas y regulaciones son parte
necesaria del crecimiento de la ciudad, debido a que los espacios públicos
merecen un trato diferenciador por su propia naturaleza comunitaria, para evitar
daños posteriores y arreglos no programados.

Para entrar en materia, a continuación, se expondrá la razón principal del


presente escrito: la experiencia recogida en un sitio de esparcimiento público,
que tuvo que cambiar sus reglas de ingreso y uso, debido a la, probablemente,
poca cultura de las personas que utilizaron la facilidad.

Martes, 14 de abril de 2014: los diarios de la ciudad hacían eco de la noticia


que anunciaba la inauguración de una nueva laguna artificial, al sur de
Guayaquil, a un costo de 3,4 millones de dólares, y una construcción total de
23.000 metros cuadrados. Esta laguna, según palabras del actual alcalde de
Guayaquil, Jaime Nebot, beneficiaría a unas 430.000 personas de la parte sur
de la ciudad (Diario El Comercio, 2014). Cabe indicar que la obra comenzó a
ser construida en agosto de 2013 (Diario El Universo, 2014).

En sus inicios, la entrada a la laguna artificial era de martes a viernes, de


10h00 a 18h00, y los fines de semana, de 10h00 a 19h00.

Miércoles 7 de mayo de 2014: lo que antes se anunció como una nueva obra
que beneficiaría a un gran número de personas del sur de Guayaquil vuelve a
ser noticia, pero por razones muy diferentes: durante el feriado de Semana
Santa, se sobrepasó la capacidad de carga del sitio –ingresaron
aproximadamente 40.000 personas-, muchos de los asistentes irrespetaron la
fila, además de ingresar con comida y no respetar normas mínimas de higiene
para acceder al agua. Ahora, el ingreso contaría con nuevas regulaciones: el
acceso será de jueves a domingo (y feriados), entre las 10h00 a 15h00, aunque
los usuarios pueden quedarse en el lugar hasta las 17h00. La capacidad de
carga del lugar será de máximo 3.500 personas, no se podrá ingresar con
comidas o bebidas, el acceso será a pie y no se permitirán personas en patines
o bicicletas (Diario El Universo, 2014).

Además, la Municipalidad decidió cerrar con mallas el sitio, debido a que, en el


mismo feriado mencionado previamente, las personas compraron alimentos a
los vendedores ambulantes que se colocaron a las afueras de la laguna, a
través de las rejas ya existentes.

Como puede observarse, existió un mal uso del espacio público: las personas,
al parecer, no entendieron la forma de utilización de la facilidad turística,
además que irrespetaron normas básicas de higiene. Todo esto llevó a la
Municipalidad a crear normas cada vez más estrictas, con el resultado de las
quejas de la ciudadanía por sentir que el espacio público, una vez más,
presentaba restricciones de uso y acceso.

Además de estas nuevas reglas, existe otro problema: la poca calidad de


servicio que ofrecen los guardias de seguridad, que, en la actualidad,
resguardan el cumplimiento de las normas para los visitantes que acceden a la
laguna. En una rápida revisión de la página web “Guayaquil es mi destino”, de
la Municipalidad de Guayaquil, pueden observarse varios comentarios que
indican que los guardias mal tratan a los ciudadanos, gritando y haciendo
señales obscenas a los visitantes ( Empresa Pública Municipal de Turismo,
Promoción Cívica y Relaciones Internacionales de Guayaquil, EP., 2017), lo
que demuestra un poco atención a los detalles y una pésima imagen para el
turismo de la ciudad.

Casos como este son los que han obligado a la Municipalidad a tomar
decisiones drásticas con relación al uso de espacios públicos, pero puede
decirse que las reglas se han creado para todos, por el comportamiento
inadecuado de unos pocos. Y la situación de restricciones continúa: las rejas
de un sector del ya mencionado “Malecón 2000” fueron elevadas, como
respuesta a una percepción de inseguridad en esa parte del proyecto de
regeneración urbana (Diario Expreso, 2017). Aunque la percepción de varios
ciudadanos, tal como pudo leerse por redes sociales y diarios de la ciudad, es
que tales rejas se elevaron para evitar la proliferación de vendedores
ambulantes, quienes están prohibidos de ingresar a este sitio público, pero es
bien conocido que ingresan (o lo hacían), subiendo por estas rejas, en las
partes menos vigiladas del Malecón.

Sin embargo, es una mala concepción el pensar que la seguridad solo se da a


través de las barreras físicas (Diario Expreso, 2017), sino que debe ser
resultado del uso adecuado del espacio público, y esto solo puede lograrse
mediante la educación a la ciudadanía y no colocando rejas que coartan la libre
movilidad de los habitantes locales.

Conclusiones
Luego de la revisión bibliográfica de las transformaciones que ha
experimentado Guayaquil, que dieron como resultado sus procesos de
regeneración urbana, se puede concluir que, en un primer momento, la
reconstrucción de la ciudad se hizo pensando en las actividades y
razonamientos de la época (siglo XIX), mientras que la regeneración de finales
del siglo XX, respondían a una necesidad identificada de poca o nula utilización
del espacio público de la ciudad.

Se menciona que el Banco La Previsora, como ente privado, fue el que sugirió
al alcalde de esa época (1997) a que regresaran los ojos al río, que debía
volver a ser utilizado como espacio de contemplación y esparcimiento. Sin
embargo, no deja de ser menos cierto que el Banco –sus directivos- tenían
intereses creados, ya que observaron con preocupación, que su obra (un
nuevo edificio) no sería suficiente para atraer a los vecinos del centro de la
ciudad, que para ese momento ya empezaban su migración hacia el norte de la
ciudad.

Contratar a expertos de la Universidad de Oxford fue un gran acierto, en la


medida que tenían experiencia suficiente al realizar proyectos similares en
otras partes del mundo. Se puede asegurar, incluso, que sus primeras
acciones, buscando e identificando a los actores locales, fue una medida
acertada, ya que se necesitaba de la opinión de los habitantes de la ciudad,
sobre todo porque el proyecto de regeneración del Malecón debía ser algo
integrador, novedoso y suficientemente imponente para reactivar el orgullo y
sentido de pertenencia de los habitantes locales.

Sin embargo, la labor de estos expertos queda un poco disminuida al observar


el resultado: se pudo cambiar la visión del Malecón Simón Bolívar, de un
espacio olvidado, peligroso, que era el hogar de varias personas indigentes,
hacia un equipamiento que responde a las exigencias mínimas del turismo
internacional, pero sacrificando la oportunidad de presentar un espacio con
identidad propia que se integre a la ciudad y a su posición en el centro
histórico.

Por supuesto, para defender la inversión y la obra creada, el Municipio de


Guayaquil tomó la decisión de colocar rejas y horarios de atención al Malecón
Simón Bolívar, dejando la sensación de contar con un espacio público digno,
pero con restricciones de uso y permanencia en el mismo. Con el tiempo, se ha
podido comprobar que las rejas fueron más fáciles de colocar, que crear una
campaña de sensibilización de los habitantes locales sobre un correcto
comportamiento, uso y gestión de su espacio público.

La Laguna Artificial del Sur de Guayaquil es un claro ejemplo de la poca


educación y cultura que aún existe en la ciudad. Si bien es cierto se creó como
un sitio de esparcimiento de libre ingreso, apenas en su segundo fin de semana
de apertura tuvo que ser cerrado por la poca conciencia de utilización y
valoración del espacio público. Con casos como este, se entiende que la
ciudadanía aceptó la colocación de rejas y la restricción del uso del espacio
público, pero no aprendió la lección, ya que siguió con el mismo
comportamiento destructivo y despreocupado de sitios de uso comunitario.

Por otro lado, la Alcaldía de Guayaquil también queda debiendo en materia de


educación y vinculación con la comunidad, ya que ha creado muchas obras en
beneficio de la ciudadanía, pero no ha creado actividades complementarias de
sensibilización del espacio público, y prefirió seguir el camino de no consultar ni
socializar sus proyectos de regeneración urbana. Podría pensarse que el
gobierno cantonal prefiere tomar las decisiones por parte de la ciudadanía,
esperando que esta acepte cualquier idea proveniente de la Alcaldía
simplemente porque esta considera que es buena para la ciudad.

Se hace necesario, finalmente, que la Municipalidad, de forma urgente, cree


campañas que acerquen el espacio público a la ciudadanía, ya que la única
forma que las personas defiendan lo suyo, es que lo sientan como propio.
Hasta ahora, el Malecón Simón Bolívar, que se ha mantenido con el tiempo, da
muestras de cierta intolerancia hacia grupos que quieren utilizar el espacio para
actividades no adecuadas, según el criterio de las autoridades locales, de tal
forma que no se observa a grupos de teatros u otros artistas de la ciudad,
exhibiendo sus obras y compartiendo con la ciudadanía sus habilidades. Claro,
todo eso bajo la concepción que el espacio público es de todos, y que su mal
uso demuestra la restringida libertad que llega como consecuencia de la
limitada educación de sus habitantes locales.

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