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[Transcripción de audio]

EN MEDIO DEL SILENCIO,


EL VERBO SE ENCARNÓ
Lc 2,1-20 La Natividad del Señor

Querido amigo: Hay una canción que se repite mucho y aunque es antigua
tiene un significado profundo. Dice así: “Sobre la noche reina la luz de tu esplendor. En
medio del silencio, el Verbo se encarnó”. Y otra muy clásica, propia de los días de
Navidad es la ya armonizada, conocida, repetida en todos los idiomas y en todos los
países y en todas las facetas musicales: “Noche de Dios, noche de paz, todo duerme
en derredor. En medio del silencio, el Verbo se encarnó”. Así es, querido amigo. Hoy,
tú y yo vamos a contemplar en este encuentro el espectáculo más grande de la
historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús. Nos valemos de la narración del
Evangelio de San Lucas, en el capítulo 2, versículo 20, que nos dice así:

Por aquellos días salió un decreto del César Augusto para que se empadronara
todo el mundo. Todos tenían que ir a empadronarse y cada uno a su ciudad. También
José, por ser descendiente de David fue de la ciudad de Nazaret de Galilea a Judea, a la
ciudad de David, que se llama Belén, para empadronarse con María, su mujer, que
estaba encinta. Mientras estaban allí se cumplió el tiempo del parto y dio a luz a su
hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre porque no
encontraron sitio en la posada. Había en la misma región unos pastores acampados al
raso guardando por turnos sus rebaños. Se les presentó el ángel del Señor y la gloria
del Señor los envolvió en su luz. Ellos se asustaron. El ángel les dijo: “No tengáis miedo,
pues yo os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo: en la ciudad de
David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”. Y en seguida se
unió al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: “Gloria a
Dios en el Cielo y paz en la tierra a los hombres que Él ama”. Cuando los ángeles los
dejaron y se fueron al Cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vamos a Belén y
veamos ese acontecimiento que el Señor nos ha anunciado”. Fueron deprisa y
encontraron a María, a José y al Niño que se les había dicho acerca del Niño. Y todos se
admiraban de lo que decían los pastores. María, por su parte, guardaba todas estas
cosas meditándolas en su corazón. Los pastores volvieron glorificando y alabando a
Dios por todo lo que habían visto y oído, tal y como se les había dicho.

Bien, ésta es la narración que nos deja Lucas. Pero tú y yo nos introducimos
más dentro del texto. Vámonos a Nazaret y allí acompañamos a María y a José que
van camino de Belén a empadronarse, como les había mandado el edicto del
Emperador Augusto que ordenaba que todo el mundo se tenía que censar. Quería
contrastar quién y cuántas personas había en todos sus dominios. Allá se desplazan
María y José, aceptando con agrado este mandato. Nosotros les acompañamos.

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[Transcripción de audio]

¡Qué silencio! ¡Qué misterio! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué tanta aceptación! Nos
sorprende todo. A ti y a mí aquí se nos dice mucho: que tenemos que saber aceptar
todo, que tenemos que estar atentos a todo lo que nos ocurra, estar atentos a todo lo
que nos pase para ver el mensaje de Dios en los acontecimientos, en esas
preocupaciones que nos inquietan, en todo lo que nos va sucediendo día tras día. Y
como María y José aceptar, aceptar y aceptar.

Así fortalecidos y con esa paz llegamos a Belén después de varios días de
camino. Se dice que serían como cuatro jornadas. Pasarían por Samaría, por todos
esos lugares, hasta que llegaron a Belén y allí José y María buscan alojamiento en las
posadas públicas pero, fíjate, todo está lleno, patios y casas, todo está ocupado. Y
María a punto de dar a luz... Y María no tiene sitio en ninguna posada.

Esto nos lleva a pensar que muchas veces nosotros hacemos lo mismo,
decimos con nuestra vida: “No hay sitio en mi posada interior para ti, Señor”. Tantas
veces nuestro corazón está siempre ocupado… Estamos tan repletos de todo que ahí
nuestra posada está rellena de todo tipo de mercancías —¡qué triste!—, de todo tipo
de personas, de mis ideas, de mis problemas, de mis líos. Y Jesús no tiene sitio en mí,
no le dejo ni un pequeñito hueco en mi interior, todo lo que hay en él es una
barahúnda. Me da pena pensarlo. Y en estos momentos que veo el desprecio de todos
los que no abren las puertas a Jesús y a María, quiero dirigirme a Él y decirle que no,
que yo quiero que mi posada esté abierta, que yo quiero, y que yo pueda acogerle,
que pueda nacer en mí, y que no quiero tener ni un segundo de egoísmos, de rencores,
ni de faltas de perdón. No. Quiero que el Señor domine mi corazón. Pienso mucho… y
siento tristeza. José y María buscan un techo un poco acogedor y pensando en las
cuevas naturales abiertas de la zona, donde se recogían las cabalgaduras, deciden que
María dé a luz allí y —¡misterio del amor!— así nació el Señor.

“Y el Verbo se encarnó”... Y se encarnó en la pobreza del hombre, se encarnó


en mí y en ti. Así surgió en ti y en mí el Dios hecho amor, el gran misterio de amor. No
tendríamos que continuar más. Silencio. Silencio. Todos estamos atentos a una pobre
cuna, a un pesebre, a un Niño recién nacido. ¡Pero tú y yo cómo disfrutamos viendo a
María y a José, qué alegría y qué felicidad desprenden, cómo agradecen que haya
nacido para salvar la gran pobreza de la humanidad, para hacerse uno con el que no
tiene amor, con el que no tiene alegría, con el que no tiene paz, con el que no tiene fe
ni esperanza! Y ahí está Él junto a su Madre y José. No, no me quiero separar del
pesebre y te pido que conmigo estemos ahí en silencio, en la cueva de Belén, y
contemplemos todo lo que sucede, contemplemos ese gran misterio y esa escena tan
bella, tan profunda que jamás en el mundo se ha encontrado y ha sucedido.

Pero se nos cuenta que también, en otro rinconcito, a unos pobre pastores que
pasan días y días en turnos cuidando rebaños de noche, Dios les quiere hacer felices y
les comunica la gran noticia a ellos los primeros. Ni a los reyes, ni… [?] más humildes,
a los más pobres, a los más sencillos. En estos momentos pienso que tú y yo nunca
podremos oír la noticia del Señor mientras que no nos sintamos necesitados.
¡Entonces se nos comunicará la gran alegría y se nos dirá que ha nacido el Salvador! Sí,
cuando uno es humilde y es pobre, cualquier noticia es regalo de Dios, no nos
complicaremos en nada, todo será alegría, como la alegría de los pastores que van

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[Transcripción de audio]

corriendo y se encuentran lo que les ha anunciado el ángel. ¿Y qué hacen? Comunican


lo que han visto y oído. Nos dice el texto que fueron presurosos y alegres
comunicando la gran noticia del nacimiento de un Niño llamado Jesús.

Nuestra postura hoy es comunicar con gozo la experiencia del encuentro, el


nacimiento de Jesús en nuestro corazón. Y correr, sí, tener prisa para expresar nuestra
alegría. Y quedarnos ahí con María, en plena contemplación, viendo lo grande que es
el misterio de Belén. “Noche de Dios, noche de paz, todo duerme en derredor”. Son
tantas las lecciones del portal: amor, mucho amor, adoración, humildad, aceptación,
servicio, compartir la alegría con los demás como Jesús-Niño, la alegría del anuncio,
ser buena noticia, ser alegría para los demás, ser pastor bueno, ser rey que adora y
ofrece el incienso de nuestra vida, la mirra del sacrificio. Todo lo que envuelve el
portal es alegría, es paz, es bienestar, es felicidad. Pienso que cuando Dios nace y está
en cada uno de nosotros, entonces somos de otra manera, estamos alegres, somos
felices y hacemos felices a quien nos rodea.

“Sobre la noche reina la luz de tu esplendor. En medio del silencio, el Verbo se


encarnó”. Me acerco a la cuna, contemplo, escucho, sirvo, amo y digo a María que
sepa conservar todo en mi corazón como Ella, que sepa admirar la alegría del misterio
del nacimiento de Jesús en mí. Así es como Jesús se hizo uno con nosotros. Sí, “en
medio del silencio, el Verbo se encarnó”. Querido amigo, tú y yo nos quedamos así,
calladitos, en silencio, contemplando este gran misterio de amor. Que podamos
transmitir la alegría de este encuentro y manifestar también la alegría de tener muy
adentro a Jesús en nuestro corazón y allí adorarle, quererle, cantarle, sentirle y
amarle... En fin, hacerle las mil locuras de amor. Oigo en mi corazón: “¿Me dejas nacer
en ti?” y, sorprendidos, llenos de amor y emocionados le decimos a una: “Sí, Jesús,
necesito con urgencia que ahora y hoy nazcas en mí”.

“Y en medio del silencio, el Verbo se encarnó. Noche de Dios, noche de paz,


noche de amor”.

Francisca Sierra Gómez

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