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Aunque el arco era fácilmente sostenible, los consejeros lo cogían y simulaban que pesaba tanto
que sólo los «fornidos» brazos del príncipe podían sostenerlo y tensarlo. Cada vez que el príncipe
disparaba con el arco, le decían: — ¡Fabuloso! ¡Qué destreza, qué potencia! Y nosotros ni siquiera
podemos sostener tan pesado arco. El príncipe no cabía en sí de satisfacción. Estaba convencido
de que sólo él podía sostener el arco, y que mediante su fortaleza y habilidad lograba proyectar la
flecha a considerable distancia. Y en ese engaño vivió durante años... Pero un día recibió una
invitación para participar en un torneo de tiro con arco que llevarían a cabo los príncipes de varios
reinos. Los consejeros hicieron todo lo posible para conseguir que el príncipe desistiera de acudir a
la competición. Pero el arrogante príncipe aseguró que iría y asombraría a todos con su inigualable
destreza.
Llegó el día de la competición. El príncipe estaba realmente exultante. La diana había sido situada
a una buena distancia. Todos los príncipes, con mejor o peor puntería, lograron que sus flechas
llegaran hasta el área de la diana. Llegó el momento crucial para el príncipe bobo. Se pavoneaba
descaradamente manejando con soltura su m uy «pesado» arco. Tensó el arco, disparó y la flecha
no alcanzó más que medio recorrido. Avergonzado y a la vez irritado, lo intentó de nuevo y
nuevamente la flecha sólo alcanzó medio recorrido, ante las risas y burlas de los presentes.