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CAPÍTULO TERCERO.

- LA PERSONA HUMANA Y SUS DERECHOS

I.- DOCTRINA SOCIAL Y PRINCIPIO PERSONALISTA

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La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo;
imagen que encuentra, y está llamada a encontrar cada vez con mayor
profundidad, su plena razón en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios,
Revelador de Dios al hombre y del hombre a sí mismo.

A este hombre, que ha recibido de Dios una incomparable e inalienable dignidad,


es a quien se dirige la Iglesia y le presta el servicio más alto y singular,
recordándole constantemente su altísima vocación, para que sea cada vez más
consciente y digno de ella.

e invita a reconocer en todos, próximos o lejanos, conocidos o


desconocidos, y sobre todo en el pobre y en el que sufre, un
hermano «por quien murió Cristo» (I Corintios 8, 11; Romanos 14,
15).

106.- Toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. De esta
conciencia, la Iglesia ha sabido hacerse intérprete autorizada, en múltiples ocasiones y de diversas
maneras, reconociendo y afirmando la centralidad de la persona humana en todos los ámbitos y
manifestaciones de la sociabilidad: «La sociedad humana es objeto de la enseñanza social de la
Iglesia desde el momento que ella no se encuentra ni fuera ni sobre los hombres socialmente
unidos, sino que existe exclusivamente por ellos, y, por consiguiente, para ellos»

«lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social», el hombre, «es, por el
contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin».

107.- El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de


la enseñanza social católica.202 Toda la doctrina social se desarrolla a partir del principio que
afirma la inviolable dignidad de la persona humana
II. LA PERSONA HUMANA«IMAGEN DE DIOS»

a) Criatura a imagen de Dios

108.- El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura
de Dios (cfr. Salmo 139, 14 –18) y señala el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser
como imagen de Dios: «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer
los creó» (Génesis 1, 27). Dios coloca a la criatura humana en el centro y en la cumbre de la
creación: al hombre (en hebreo «adam»), plasmado con la tierra («adamah»), Dios insufla en las
narices el aliento de la vida (cfr. Génesis 2,7). De ahí que, «por haber sido hecho a imagen de Dios,
el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo,

111.- El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor,211 no sólo porque
ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino más profundamente porque es imagen de Dios
el dinamismo de reciprocidad que anima el nosotros de la pareja humana.

112.- El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus
vidas:215 «a todos y a cada uno reclamaré el alma humana» (Génesis 9, 5), le dice Dios a Noé
después del diluvio. Desde esta perspectiva, la relación con Dios exige que se considere la vida del
hombre sagrada e inviolable.

El quinto mandamiento: «¡No matarás!» (Éxodo 20, 13; Deuteronomio 5, 17) tiene valor porque
solo Dios es Señor de la vida y de la muerte.217 El respeto debido a la inviolabilidad y a la
integridad de la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: «Amarás a tu prójimo
como a ti mismo» (Levítico 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse cargo del prójimo (cfr.
Mateo 22, 37–40; Marcos 12, 29–31; Lucas 10, 27–28).

113.- Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a
todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su
dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de
explotación arbitraria y egoísta.

117.- El misterio del pecado comporta una doble herida, la que el pecador abre en su propio
costado y en su relación con el prójimo. Por eso se puede hablar de pecado personal y de pecado
social: todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social.
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.
Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo los eleme
ntos del mundo material «

129
.
-
El hombre, en consecuencia, tiene dos características diversas
:
es un ser material, vinculado a
este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la
trascendencia
y al descubrimiento de
«una verdad más pr
ofunda», a causa de su inteligencia, con la que participa «de la
luz de la mente
divina»

d) La igual dignidad de todas las personas

144.- «Dios no hace acepción de personas» (Hch 4, 10 – 34; Rm


2, 11; Gl 2,6; Ef 6,9), porque todos los hombres poseen la misma
dignidad de criaturas a Su imagen y semejanza

III. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES

a) Origen y significado

171.- Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere


relieve inmediato el principio del destino universal de los bienes:
«Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de
todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes
creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de
la justicia y con la compañía de la caridad».360 Este principio se
basa en el hecho que «el origen primigenio de todo lo que es un
bien es el acto mismo de Dios, que ha creado al mundo y al
hombre y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su
trabajo y goce de sus frutos (cfr. Gn 1,28 –29). Dios ha dado la
tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí,
pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la
tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer
las necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el
sustento de la vida humana».361 La persona necesita de los
bienes materiales que le permitan alimentarse y crecer,
comunicarse, asociarse y conseguir, de este modo, las más altas
finalidades a las que está llamada.

174.- El principio del destino universal de los bienes invita a


cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales
que permitan no olvidar nunca el origen y finalidad de los bienes
económicos, para así realizar un mundo justo y solidario, en el
que la riqueza cumpla una función positiva.

175.- El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada
persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral, de manera
que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano ―donde cada uno pueda
dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea obstáculo para el desarrollo de otros ni un
pretexto para su servidumbre‖

177.- La tradición cristiana nunca ha reconocido el derecho a la propiedad privada como derecho
absoluto e intocable: «Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del
derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada
como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes».

c) Destino universal de los bienes y opción preferencial por los pobres

182.- El principio del destino universal de los bienes exige que se atienda con particular solicitud a
los pobres, a aquellos que se encuentran en situación de marginación y, en cualquier caso, a las
personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito debe
reafirmarse la opción preferencial por los pobres.384 «Ésta es una opción o una forma especial de
primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la
Iglesia.

183,- La miseria humana es el signo evidente de las condiciones de debilidad del hombre y de
necesidad de salvación.386 De ella se compadeció Cristo, que se ha identificado con sus
«hermanos más pequeños» (Mt 25, 40.45): «Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan
hecho por los pobres (cfr. Mt 25, 31 36). La buena nueva ‗anunciada a los pobres‘ (Mt 11,5; Lc 4,
18) es el signo de la presencia de Cristo».387

IV. EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD

Según este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en actitud de ayuda
(«subsidium»), por tanto de ayuda, promoción y desarrollo, respecto de las sociedades menores A
la subsidiariedad entendida en sentido positivo, como ayuda económica, institucional y legislativa
ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde una serie de implicaciones en
negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las
células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad no deben ser
suplantadas.

V. LA PARTICIPACIÓN

a) Significado y alcance

189.- Una consecuencia característica de la subsidiariedad es la participación,402 que se expresa


en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, individual o asociadamente,
directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica,
social y política de la comunidad civil a la que pertenece.403 La participación es un deber que
todos deben cumplir, de modo responsable y con vistas al bien común.

VI. EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD

La solidaridad debe ser entendida como principio social ordenador de las instituciones, según el
cual «las estructuras de pecado»,417 que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos,
deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación o la
oportuna modificación de leyes, reglas del mercado, ordenamientos.
195.- El principio de solidaridad hace que los hombres de nuestro tiempo cultiven la conciencia de
la deuda que tienen con la sociedad a la que pertenecen: son deudores de aquellas condiciones
que facilitan la existencia humana, así como del patrimonio, indivisible e indispensable, constituido
por la cultura, el conocimiento científico y tecnológico, los bienes materiales e inmateriales, y todo
aquellos que la actividad humana ha producido.

VIII. EL CAMINO DE LA CARIDAD

204.- Entre las virtudes, los valores sociales y la caridad existe un vínculo profundo que debe ser
cada vez más cuidadosamente reconocido.

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