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Del Seminario X.

Introducción a la estructura de la angustia.

Cap. 1 - La angustia en la red de los significantes.


La estructura de la angustia es la misma que la del fantasma.
Hay una relación entre la angustia y el deseo del A; la pregunta ¿que me quieres? se
mantiene en suspenso entre los dos pisos del grafo, en el juego de la dialéctica que anuda
estas dos etapas es donde se introduce la función de la angustia.
Cuadro de la angustia: dificultad en la línea horizantal y movimiento en la vertical.
Inhibición Impedimento Embarazo
Emoción Síntoma Pasaje al acto
Turbación Acting out Angustia
Inhibición, síntoma y angustia, son tres términos que no están al mismo nivel.
La inhibición está en la dimensión del movimiento en el sentido más amplio del término;
Freud, no puede hablar de otra cosa más que de la locomoción; el movimiento existe en
toda función, aunque no sea locomotriz. El nivel siguiente es el de impedimento, estar
impedido es un síntoma, estar inhibido es un síntoma metido en el museo. Impedicare
quiere decir caer en la trampa, implica la relación de una dimensión con algo que viene a
interferirla, y no es el movimiento sino al S.
La trampa en cuestión en la captura narcisista, es el límite muy preciso que introduce
esta captura en cuanto a lo que puede investirse en el O, en la medida en que el falo, por
su parte, permanece investido autoeróticamente. La fractura que de ello resulta en la
imagen especular será propiamente lo que le da su soporte y su material a esta
articulación significante que, en el otro plano, simbólico, se llama castración . El
impedimento que sobreviene está vinculado a este círculo por el cual, con el mismo
movimiento con el que el S avanza hacia el goce, se encuentra con esa fractura íntima al
haberse dejado atrapar por el camino en su propia imagen, la imagen especular.
El embarazo es el S revestido con la barra, $, porque imbaricare alude en la forma más
directa a la barra, bara, en cuanto tal. El embarazo es una forma ligera de angustia.
En la otra dimensión, la del movimiento, emoción es el movimiento que se desagrega, es
la reacción que se llama catastrófica, nótese que estamos a una distancia prudencial de la
angustia. El paso siguiente será la turbación, esta es el trastorno, el trastornarse en cuanto
tal, lo más profundo en la dimensión del movimiento así como el embarazo es el máximo
alcanzado en la dimensión de la dificultad. Hay algo de más en el embarazo y lo hay de
menos en la turbación, y es la relación con el significante.
La angustia es un afecto, y por lo tanto no está reprimido, está desarrumado, va a la
deriva, lo que está reprimido son los significantes que lo amarran.

Cap. 2 – La angustia, signo del deseo.


En el principio es el rasgo unario y la presencia del A. El deseo del hombre es el deseo
del A. En Hegel, el A es aquel que me ve y esto da inicio a la lucha por puro prestigio, y
este es el plano en donde mi deseo está concernido. Para Lacan, el A esta allí como
inconsciencia en cuanto tal, el A concierne a mi deseo en la medida de lo que le falta.
Para mí no hay otra vía que esta para encontrar lo que me falta en cuanto O de mi deseo,
por eso para mí no hay acceso a mi deseo ni sustentación de este que tenga referencia a
un O, salvo al tanto lo con $, que expresa la dependencia del S con el A. (VAN
FORMULAS, VER RABINOVICH Y COIRINI) (Pag. 33.).
Tanto en Hegel como en Lacan es un a el que desea. Debido a la existencia del Icc,
nosotros podemos ser ese O afectado por el deseo.
A|S
$ | Abarrado
a |
Al principio está el A originario como lugar del significante, y el S todavía no existente,
que debe situarse como determinado por el significante.
Con respecto al A, el $ que depende de él está marcado por el rasgo unario del
significante en el campo del A. No por eso deja al A hecho rodajas, hay en el sentido de la
división, un resto, un residuo. La única garantía de la alteridad del A es el resto, a.
Por eso los 2 términos, $ y a, objeto residuo de la puesta en condición del A están del
mismo lado, del lado objetivo de la barra. Están ambos del lado del A, puesto que el
fantasma, apoyo de mi deseo, está en su totalidad del lado del A; inversamente, lo que
está de mi lado es lo que me constituye como Icc: A barrado en la medida que no lo
alcanzo jamás.
(De Miller: El $ se inscribe en el campo del A como lugar del significante, pero también
es una división del A por el S, división porque Lacan da un valor a la función del resto, se
trata de una división cuyo primer resultado es el cifrado mismo del $, su captura en la
repetición del Uno y, suplementariamente, se inscribe el resto en a. Distinguir este resto
es la condición para que el A no sea simplemente el Uno, el A es A porque hay un resto.
Toda la existencia del A queda suspendida de una garantía que falta, de ahi el A barrado.
Lacan escribe el A barrado como lo que me constituye como Icc, el A en la medida en que
no lo alcanzo, esto es, el A como deseo).

Cap. 3 – Del cosmos al unheimlichkeit.


El primer tiempo es: hay el mundo. La dimensión de la escena (segundo tiempo) está
para ilustrar la distinción entre el mundo y el lugar donde las cosas acuden a decirse.
Todas las cosas del mundo entran en escena de acuerdo con las leyes del significante,
leyes que no son homogéneas a las del mundo. La escena es la dimensión de la historia y
una vez que esta prevalece, el mundo se sube a ella. El mundo deja residuos superpuestos
que se acumulan sin preocuparse por la contradicción.
Respecto de la función de la escena dentro de la escena (tercer tiempo); Hamlet hace
surgir, en la escena con los comediantes, la ratonera con la que atrapará la conciencia del
rey. Hamlet sufre un desbordamiento, agitación maníaca que se apodera de él cuando
aparece Luciano y lleva a cabo su crimen contra el personaje que representa al rey.
Hamlet hace representar en la escena a él mismo llevando a cabo el crimen, intenta dar
cuerpo a algo que pasa por su imagen especular. Esto es insuficiente, luego de esto no
mata al rey porque éste está rezando.
En la identificación con Ofelia, Hamlet es arrebatado por el alma furiosa de ella; en ese
punto interviene aquella identificación con el O que Freud refiere como mecanismo
fundamental del duelo. (Pag. 46). A la identificación con el O el duelo, Freud la designó
en sus formas negativas, pero también tiene su fase positiva: la entrada en Hamlet del
furor del alma femenina es lo que le da la fuerza, incluso hasta para aceptar jugar la
partida de su enemigo en el combate contra su imagen especular, Laertes.
Aquí podemos medir la distancia que hay entre dos clases de identificaciones
imaginarias. Está la identificación con i(a), la imagen especular. tal como la encontramos
en la escena dentro de la escena; y esta otra más misteriosa con el O de deseo de cuanto
tal, a. Pues es en tanto O del deseo como Ofelia ha sido ignorada hasta un momento y es
reintegrada a la escena por la vía de la identificación. Hay reconocimiento retroactivo del
O que se encontraba ahí.
La escena dentro de la escena nos muestra que conviene dirigir nuestra interrogación al
estatuto del O en tanto que O del deseo. Es por la vía del abordaje de la angustia que se
intenta establecer este estatuto.
Es necesario recordar como se anudan la relación con el campo especular y la relación
con el A. Este aparato recuerda que la función del investimiento especular está situada en
la dialéctica del narcisismo.
El investimiento de la imagen especular es un tiempo fundamental de la relación
imaginaria: aunque no todo investimiento libídinal pasa por la imagen especular sino que
hay un resto que es el eje en toda esta dialéctica.
En todo lo que es localización imaginaria, el falo aparece bajo la forma de una falta; en
i(a), la imagen real (imagen del cuerpo, imaginaría y libídinizada), el falo aparece en
menos. A partir de que el falo es una reserva operatoria, no sólo no está representado en
el plano imaginario sino que está cortado de la imagen especular.
El cross-cap ilustra como un corte puede instituir dos piezas diferentes, una que puede
tener imagen especular y otra que no; se trata del -fi y del a.
Cuando Freud habla del O a propósito de la angustia, se trata siempre del a, objeto no
especularizable y soporte del deseo en la fórmula del fantasma.
i(a) está dada en la experiencia especular pero autentificada por el A. i´(a) es la imágen
virtual de la imágen real y alli se sitúa -fi (que no ha entrado en el campo imaginario);
i(a) y a son el soporte de la función del deseo.
$<>a es accesible mediante algún rodeo en que ciertos artificios nos dan acceso a la
relación imaginaria que constituye el fantasma. Lo que el hombre tiene frente a si no es
más que la imágen virtual, i´(a). El a, soporte del deseo en el fantasma, no es visible para
el hombre en lo que constituye, para él, la imágen de su deseo.
A la izquierda está a, el inicio del deseo; de ahi i´(a) extráe su prestigio; pero cuando el
hombre cree que más cerca está del O de su deseo, es cuando más alejado se encuentra.
La angustia surge cuando un mecanismo hace aparecer algo en el lugar del –fi que
corresponde en el lado derecho, al lugar que ocupa en el lado izquierdo el a, objeto del
(causa del) deseo. Algo es cualquier cosa.
Lo unheimlich es lo que surge en el lugar donde debería estar el -fi. Todo parte de la
castración imaginaria, porque no hay imagen de la falta. Cuando algo surge ahí, lo que
ocurre es que la falta viene a faltar. Si de pronto falta toda norma, si de pronto eso no
falta, es en ese momento cuando empieza la angustia. (Dice en el próximo capítulo: lo
que de pronto pude hacerse notar en el lugar del -fi es la angustia de castración en su
relación con el A).

Cap. 4 – Más allá de la angustia de castración.


En i´(a), en el lugar del A, se perfila una imágen de nosotros mismos, autentificada por
el A, pero falaz. Esta imágen se caracteriza por una falta , lo que ella evoca no puede
aparecer ahi; esta imágen orienta el deseo, pero alli éste está velado y puesto en relación
con una ausencia. Esta ausencia es la posibilidad de una aparición regida por una
presencia que está en otra parte: a.
En el lugar de la falta donde algo puede aparecer puse –fi, aquí se perfila una relación
con la reserva libídinal, o sea, con algo que no se inviste en el plano de la imagen
especular (es irreductible a ella por permanecer investido en el propio cuerpo del
narcisismo primario). Es un alimento que permanece ahí para animar, dado el caso, lo que
intervenga en la relación con el otro.
Lo que de pronto pude hacerse notar en el lugar del -fi es la angustia de castración en su
relación con el A.
Al contrario de Freud, la angustia de castración no es lo que constituye el callejón sin
salida final del neurótico. Aquello ante lo que éste recula no es la castración, sino hacer
de su castración lo que le falta al A. ¿Que puede asegurar una relación del S con el
universo de las significaciones, sino que en algún lugar haya goce? Esto sólo puede
asegurarlo por medio de un significante, y por fuerza este significante falta. En este lugar
faltante, el S es llamado a hacer su aportación mediante un signo, el de su propia
castración. El neurótico hace de su castración algo positivo, a saber, la garantía de la
función del A, ante esto se detiene y hacia alli es guiado por el analista; la castración no
es más que el momento de la interpretación de la misma.
La castración imaginaria (-fi) está dada en el nivel de la fractura que se produce ante la
proximidad de la imagen libidinal del semejante, de ahi la importancia de los accidentes
de la escena que por esta razón se llama traumática. La castración imaginaria funciona
para constituir lo que se llama el complejo de castración y es en el cuestionamiento al
mismo donde la exploración de la angustia permite estudiar el paso siguiente.
El fenómeno de lo unheimlich asegura que la angustia está ligada a todo lo que puede
surgir en lugar del -fi. En el texto de Freud, lo unheimlich es heimlich; al lugar del -fi lo
llamaremos heim.
Suponiendo que ese lugar de ausencia se revele como lo que es, o sea, revele la presencia
que constituye a este lugar como ausencia, entonces ella manda en el juego y se apodera
de la imágen que la soporta, la imágen especular se convierte en la imágen del doble.
En el punto heim deseo en el A. El S accede a su deseo sustituyéndose a uno de sus
propios dobles.
El fantasma es un anhelo; y su fórmula puede traducirse desde esta perspectiva, que el A
se desvanezca, se quede pasmado ante ese O que soy, con la salvedad de que yo me veo.
A A
a I $ S I a$
El fantasma en el perverso. El fantasma en el neurótico. (VER PAG. 59).
En el perverso, las cosas están en su sitio, el a se encuentra donde el S no puede verlo y
el $ está en su lugar. Por eso el perverso, aunque inconsciente del modo en que funciona,
se ofrece lealmente al goce del A. Sólo que esto lo sabemos por el neurótico en quien el
fantasma no funciona de la misma manera. Lo que se ha creído percibir como perverso
debajo de la neurosis es que el fantasma del neurótico está situado todo en el lugar del A.
A partir de la función del fantasma hay que decir que algo del orden del a aparece en el
lugar de i´(a), lugar del heim, que es el lugar donde aparece la angustia. Es llamativo que
el fantasma del que se sirve el neurótico, para lo que más le sirve es para defenderse de la
angustia, para recubrirla.
A este a que el neurótico se hace ser en su fantasma no le pega ni con la cola; por eso el
neurótico con su fantasma no hace gran cosa, eso consigue defenderlo de la angustia en la
medida en que es un a postizo.
Lo único que quiere la bella carnicera en que su marido tenga ganas de la pequeña nada
que ella mantiene en reserva. Esta fórmula, clara en la histeria, se aplica a todos los
neuróticos. El a que funciona en su fantasma y que le sirve de defensa contra su angustia,
es también el cebo con el que retienen al A.
¿Qué realidad hay tras el uso falaz del a en el fantasma neurótico? Esto se explica por el
hecho de que ha podido trasladar la función del a al A a través de la demanda. El
verdadero O que busca el neurótico es una demanda que quiere que se le demande, lo
único que no quiere es pagar el precio.
Si hay algo que se debería enseñar al neurótico es a dar nada, a dar su angustia. El
neurótico no dará su angustia, en análisis da algo equivalente, empieza dando un poco de
su síntoma; entramos en el juego donde el apela a la demanda, quiere que le pidan algo,
como no lo hacemos, empieza a modular sus propias demandas que van al lugar del heim.
La castración se encuentra inscrita como relación en el límite del círculo regresivo de la
demanda, aparece ahi cuando el registro de la demanda está agotado.
En “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud dice que la angustia es una señal, la reacción
ante la pérdida de un O, y enumera: pérdida del medio uterino en el nacimiento; pérdida
posible de la madre -considerada como O-; pérdida del pene; pérdida del amor del O y
pérdiad del amor del superyó. La angustia no es la señal de una falta, sino de algo que es
preciso concebir como la carencia del apoyo que aporta la falta. No es la nostalgia del
seno materno lo que provoca angustia sino su inminencia. Lo más angustiante que hay
para el niño se produce cuando la relación en la que él se instituye, la de la falta que
produce deseo, es perturbada; y esta es perturbada al máximo cuando no hay falta.
La angustia debe situarse entre el goce del A, la demanda del A y aquella clase de deseo
(del A) que se manifiesta en la interpretación, cuya forma más ejemplar es la incidencia
del analista en la cura.

Cap. 5 – Lo que engaña.


Una dimensión de la angustia es la falta de ciertos puntos de referencia.
La angustia de la pesadilla es experimentada como la angustia del goce del A.
El significante es una huella borrada; el signo es lo que representa algo para alguien, el
significante es lo que representa a un S para un ser significante.
De lo que se trata es de nuestra relación angustiada con cierto O perdido. La angustia no
aparece en la histeria, y ello en la medida de que las faltas son desconocidas. El obsesivo
intenta volver a encontrar el signo borrando el significante.
Dejar huellas falsamente falsas es el comportamiento significante, ahí se presentifica el
S. El significante revela al S, pero borrando su huella.
Hay de entrada, un a, el O de la caza, y un A; en el intervalo de los cuales el S surge con
el nacimiento del significante, pero como tachado, como no sabido. Toda la orientación
ulterior del S se basa en la necesidad de reconquistar ese no sabido original.
a A
$ Esquema de la huella borrada.
La existencia de la angustia está vinculada al hecho de que toda demanda siempre tiene
algo de engañoso respecto a lo que preserva el lugar del deseo. Esto explica también el
lado angustiante de lo que, a esta falsa demanda, le da una respuesta que la colma. Es del
colmamiento total de la demanda de donde surge la perturbación en la que se manifiesta
la angustia. La demanda acude indebidamente al lugar de lo que es escamoteado, a.
La fórmula de la pulsión es escrita $<>D por presentarse el fantasma de esta manera en
el neurótico. El fantasma $<>a, adquiere valor signiificante por la entrada del S en la
dimensión que lo devuelve a la cadena indefinida de la significaciones que se llama
destino. Puede uno escapar indefinidamente, pero lo que se tratara de reencontrar es el
punto de partida.
Lo que nos muestra, tanto el seno como el O anal, es la función del corte; lo importante
es el lugar de un vacío. Allí se sitúan otros O, hoy hay que reservar el lugar de este vacío.

Cap. 6 - Lo que no engaña.


Hay un lugar vacío en el punto funcional del deseo.
Hay una estructura de la angustia; la angustia está enmarcada (recordar que el fantasma
también está enmarcado); este marco se sitúa en la relación de la escena con el mundo. Es
en la dimensión de la escena en donde surje algo que en el mundo no puede decirse.
Es falso decir que la angustia carece de O; sucede que tiene un O distinto al O cuya
aprehensión está estructurada por la rejilla del corte, del rasgo unario, del corte de los
significantes.
La angustia es un corte (corte sin el cual el funcionamiento del significante, su surco en
lo real es imposible) que se abre y deja aparecer lo inesperado, la visita, la noticia, mejor
aún el presentimiento. A partir de la angustia se puede tomar cualquier dirección, lo
importante es que la angustia es lo que no engaña, lo fuera de duda.
La angustia es la causa de la duda en el obsesivo, la duda es para combatirla, y mediante
engaños, es que se trata de evitar lo que, en la angustia, es certeza horrible.
Actuar es arrancarle a la angustia su certeza.
El significante es la huella del S por el mundo, sólo que, sí creemos poder continuar este
juego con la angustia, saldremos perdiendo, porque la angustia escapa a este juego.
Dios habla y dice: goza. Gozar a la orden es algo que, si la angustia tiene un origen, debe
de estar de algún modo allí. Dios también emite demandas y deslinda el O.
La circuncisión se ajusta a lo que hay que considerar en la demanda, a saber, la
circunscripción del O y la función del corte; lo que Dios pide como ofrenda aísla el O tras
haberlo circunscripto.
El deseo y la ley son la misma cosa, son la misma barrera que nos cierra el acceso a la
Cosa; deseando, me adentro en el camino de la ley. Mientras desee no sé nada de lo que
deseo; y luego, de vez en cuando, aparece un O y no sé por qué se encuentra ahí

Revisión del estatuto de objeto.

Cap. 7 – No sin tenerlo.


La manifestación más llamativa de la intervención de a es la angustia, a sólo funciona en
correlación con la angustia. La angustia es señal, señal en relación de lo que ocurre en la
relación del $ con el a.
a es un O externo a toda definición posible de objetalidad, su notación algebraica tiene
por finalidad darnos una localización pura de su identidad. La angustia no es sin O.
La castración del complejo no es una castración, este fantasma. ¿dónde situarlo entre
imaginario y simbólico? Está la mutilación del pene evocada por las amenazas
fantasmáticas de los padres: si haces esto te lo van a cortar. Este acento del corte debe
tener toda la importancia. Sí se admite que se cumple esta amenaza, ¿adónde irá a parar?,
a las manos de la madre; estará en el campo del O común, intercambiable.
Cuando el falo, el escíbalo o el pezón entran en un campo en donde nada tienen que
hacer (el de aquello que se comparte), cuando entran allí y se vuelven reconocibles, la
angustia nos señala su estatuto. Son O anteriores a la constitución del O común,
comunicable. He aquí de lo que se trata el a; los 5 corresponden a las 5 formas de la
pérdida que Freud designa como los momentos principales de la aparición de la señal.
Freud designa en la angustia de castración el límite del análisis porque él seguía siendo
para su analizado el lugar del O parcial.
En relación a la distinción entre a y el O común, ¿que hace que una imágen especular sea
distinta de aquello que representa?, que la derecha se convierte en izquierda y a la
inversa. La banda de Moebius es una superficie de una sola cara, no se la puede dar
vuelta y se da vuelta es idéntica a si misma; eso es no tener imágen especular,
En el cross-cap, cuando se aisla una parte mediante un corte y el punto se cierra sobre si
mismo, ese punto es el a. Queda tras el corte, algo comparable a la banda de Moebius,
que no tiene imágen especular.
Retomando el florero: en el primer tiempo el florero tiene su imágen especular, el yo
ideal, constitutivo del O común. Si se añade a como cross cap al borde superior del
florero, queda adjuntada a i(a) una superficie que se une como la banda de Moebius. La
imágen especular se convierte en la imágen extraña del doble. He aquí de que se trata en
la entrada de a en lo real, al que no hace otra cosa más que volver. (Págs. 108 a 111).

Cap. 8 – La causa del deseo.


La angustia es la única traducción subjetiva del a.
El a es la causa del deseo, el O que está detrás del deseo. En el fetiche se devela la
dimensión del O como causa, el fetiche causa el deseo.
El yo (je) es donde, en el plano Icc, se sitúa a. En este plano, yo soy el O y esto es lo más
intolerable. Reconocerse como O de deseo es siempre masoquista.
El sádico no busca el sufrimiento del otro sino su angustia; lo que el agente del deseo
sádico no sabe es lo que busca, él busca hacerse aparecer a si mismo, se dirige a una
realización. Distinta es la posición del masoquista, para quien esta encarnación de sí
mismo como O es el fin declarado; lo que busca es su identificación con el O común,
intercambiable. Sigue siéndole imposible captarse como aquello que es, como todos, un
a. Como en el sádico, esta identificación sólo aparece en una escena; pero incluso en esta
escena, el sádico no se ve, sólo ve el resto.
El deseo y la ley son la misma cosa porque su O le es común, sólo la función de la ley
traza el camino del deseo, se desea a la orden; el mito de Edipo significa que el deseo del
padre es lo que hace la ley. Cuando el deseo y la ley se encuentran juntos, lo que el
masoquista pretende, es hacer manifiesto en su pequeña escena que el deseo del A hace la
ley. El masoquista aparece en función del deyecto, a deyectado al O común.
El efecto central de la identidad que conjuga el deseo del padre con la ley es el complejo
de castración, por eso aparece -fi en el mismo lugar en que a falta en el esquema.
La reserva última e irreductible de la libido, aquella roca de la que habla Freud, es el a.
Cuando no estamos en la escena y tratamos de leer en el A de que va, no encontramos
allí más que la falta. El O está vinculado a su falta necesaria alli donde el S se constituye
en el lugar del A.
Ese lugar vacío como tal, esa hiancia donde la constitución de la imagen especular
muestra su límite, es el lugar predilecto de la angustia.
Ese lugar de borde se encuentra en las ocasiones privilegiadas en que la ventana se abre
marcando el límite del mundo ilusorio del reconocimiento, de la escena. Esta hiancia se
ilustra en el borde del espejo y en <>, este es el lugar de la angustia.
El amor es dar lo que no se tiene, es incluso el principio del complejo de castración, para
tener y usar el falo es preciso no serlo. El agalma es lo que le falta y es esta falta con lo
que el S ama.
Llevamos luto en la medida en que el O por el que hacemos el duelo era, sin nosotros
saberlo, el que se había convertido en soporte de nuestra castración. Cuando ésta nos
retorna, nos vemos cómo lo que somos, nos vemos devueltos a esa posición de
castración. (Pag. 125)

Cap. 9 – Pasaje al acto y acting out.


AIS
$ I A barrado Segundo esquema de la división.
aI0
El aislamiento de a se produce a partir del A, y es en la relación del S con el A que se
constituye como resto. Arriba de todo a la derecha, el S tiene su punto de partida en la
función del significante, S hipotético del origen. El $, el único que encontramos en
nuestra experiencia, se constituye en el lugar del A como marca del significante.
Inversamente, toda la existencia del A queda suspendida de una garantía que falta, de ahí
el A barrado. Pero de esta operación hay un resto, es el a.
Hay dos condiciones esenciales para reconocer un pasaje al acto: la primera es la
identificación absoluta del S con el a, que es lo que le sucede a la joven homosexual en el
encuentro con el padre en el puente; y la segunda es la confrontación del deseo y la ley
(luego Lacan dirá que son la misma cosa). En el mismo caso, se trata de la confrontación
con la ley del padre, ley en base a la cual se basa toda su conducta y que se presentifica
en la mirada de desaprobación por parte de este. Esto es lo que la hace sentirse
identificada con el a, y al mismo tiempo, rechazada, fuera de la escena. Y esto sólo puede
realizarlo al dejarse caer. En la joven homosexual se trata de cierta promoción del falo al
lugar de a.
El "dejar caer" es el correlato esencial del pasaje al acto (coordenada de la dificultad); en
referencia a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del S, en tanto que este
aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el momento del
mayor embarazo con el añadido comportamental de la emoción como desorden del
movimiento. Es entonces que ahi donde se encuentra, desde el lugar de la escena en la
que como S historizado, se precipita y bascula fuera de la escena. Ejemplos de esto son la
bofetada de Dora y el arrojarse del puente de la joven homosexual.
El S se mueve en dirección a evadirse de la escena. Es lo que permite reconocer el pasaje
al acto en su valor propio y distinguirlo del acting out. Distinción esencial para comenzar,
entre dos registros, el mundo, el lugar donde lo real se precipita y, por otra parte, la
escena del A donde el hombre como S tiene que constituirse.
El último pensamiento de Freud nos indica que la angustia es señal y que está en el yo.
Debe estar en algún lugar del yo ideal; esta señal es un fenómeno de borde en el campo
imaginario del yo. Digamos que es un color, este se produce en el borde de la superficie
especular, i´(a), inversión ella misma en tanto que especular, de la superficie real i(a). El
yo ideal es la función mediante la cual el yo es constituído por la serie de identificaciones
con ciertos O.
En "El yo y el ello", Freud se queda perplejo por la ambigüedad entre la identificación y
el amor; esta ambigüedad trata de lo que designa la relación entre el ser y el tener ¿Cómo
a, O de la identificación, es también a, O de amor?, a se llama a porque es lo que ya no se
tiene, por eso a este a que en el amor no se tiene se lo puede reencontrar por vía regresiva
en la identificación, en forma de identificación con el ser. Por eso Freud califica como
regresión el paso del amor a la identificación; pero en esta regresión, a permanece como
lo que es: instrumento. Es con lo que se puede tener o no (es con la falta en ser que se
puede tener o no; esta es la diferencia falo/a).
Es con la imagen real, constituida, cuando emerge como i(a), con lo que se atrapa o no la
multiplicidad de los a. Antes del estadio del espejo, lo que será i(a) se encuentra en el
desorden de los a, en donde todavía no es cuestión de tenerlos o no. Ese es el
autoerotismo, en donde no es el mundo exterior lo que le falta a uno, sino que le falta a
uno el sí mismo.
En este estado anterior al surgimiento de la imagen i(a), antes de la distinción entre todos
los a y esta imagen real, con respecto a la cual ellos serán el resto que se tiene o no se
tiene. Sí la angustia es una señal que se produce en el límite del yo cuando éste se ve
amenazado por algo que no debe aparecer, esto es el a, el resto aborrecido del A.
En la psicosis no es que los O sean invasores, es la estructura misma de esos O lo que los
hace inadecuados para la yoización. Si lo que se ve en el espejo es angustiante, es por no
ser algo que pueda proponerse al reconocimiento del A.
En la relacion de la angustia con el yo, si luego pude servirle de señal al yo es sólo por
intermedio de la relación de i(a) con el a, y precisamente con lo que tenemos que
encontrar en él como estructural, a saber, el corte.
El corte del que se trata no es el del niño con la madre, sino el corte con las envolturas
embrionarias del propio niño.
El acting out es algo que se muestra, está orientado hacia el A. En el acting out, el deseo,
para afirmarse como verdad se adentra en una vía en la que sólo lo consigue de un modo
singular, si no supiéramos ya por nuestro trabajo que la verdad no es de la naturaleza del
deseo. La joven homosexual quería un niño en tanto que falo; se exige en aquello que ella
no tiene, el falo, y para mostrar que lo tiene, lo da. Se trata de un deseo que se muestra
como otro. El deseo no es articulable, pero está articulado con a, O causa del deseo.
El acting out es una mostración, lo esencial de lo que es mostrado es aquel resto, lo que
cae en este asunto. Entre el $, aqui Otrificado en su estructura de ficción, y el A barrado,
no autentificable, lo que surge es este resto, a. Es la libra de carne.
El acting out es un síntoma; este también se muestra como distinto de lo que es. El
síntoma no puede ser interpretado directamente, se necesita la transferencia, al A. El
acting llama a la interpretación, ésta es posible, pero plantea dudas. El síntoma no es
llamada al A, no es lo que muestra al A; el síntoma, en su naturaleza, es goce revestido,
no los necesita a ustedes como el acting, se vasta así mismo.
El acting es la transferencia salvaje, la transferencia sin análisis es el acting out, el acting
out sin análisis es la transferencia.
Ejemplos de este son todo el comportamiento paradójico de Dora con la pareja K y toda
la aventura con la dama elevada a la función de O supremo en la joven homosexual.

Cap 10 - De una falta irreductible al significante.


Si la angustia carece de O, es a condición de no poder decirlo. La angustia nos introduce
a la función de la falta. No hay falta en lo real, la falta sólo puede captarse por medio de
lo simbólico. La falta es radical en la constitución de la subjetividad, en cuanto a algo
accede al saber, hay algo perdido y la forma de abordar eso perdido es concebirlo como
un pedazo de cuerpo.
La relación con el A, donde se sitúa toda posibilidad de simbolización, va a dar con un
vicio de estructura. El punto de dónde surge que haya significante es el que no puede ser
significado, es el punto falta de significante. Ese punto decisivo es una privación, y ésta
es algo real, mientras que la falta es simbólica.
La castración es simbólica, se relaciona con cierto fenómeno de falta. Una de las formas
posibles de la aparición de la falta es el -fi, el soporte imaginario de la castración; pero
ésta no es más que una de las traducciones posibles de la falta original. El a es una falta
que el símbolo no suple.
Hay dos modalidades con la que puede aparecer el a en la relación con el A. Sí podemos
reunirlas es por la función de la angustia, pues la angustia es la señal de esto. En el
discurso analítico, por una parte, refieren la angustia a lo real y como defensa; por otra
parte, sostienen que luego es retomada por el yo como señal de peligros más leves.
De lo que se trata en realidad, no es de defensa contra la angustia, es de cierta falta, con
la salvedad de que en esta falta hay estructuras diferentes. La falta de borde simple, la de
la relación con la imagen narcisista; no es la misma que la del borde redoblado,
relacionado con el corte del cross cap y que concierne al a. Con esta última nos vemos en
el manejo de la transferencia.
Si se trata del perverso o del psicótico, la relación del fantasma se instituye de manera tal
que a esta situado en i(a), en este caso tenemos que incluir el a en nosotros en el manejo
de la transferencia, ya que el O causa de su falta le es ajeno al S que nos habla. En la
neurosis, la posición es diferente en la medida en que algo de su fantasma aparece en la
imagen i´(a); en x surge algo que parece un a, sólo un sustituto , a no está en escena pero
no hace otra cosa más que pedir a cada instante subir a ella.
La definición de duelo de Freud, identificación con el O perdido es insuficiente. Sólo
estamos de duelo por alguien de quien podemos decirnos -yo era su falta-. Estamos de
duelo respecto a quienes no sabíamos que cumplíamos la función de estar en el lugar de
su falta. Lo que damos en el amor es lo que no tenemos, y cuando lo que no tenemos nos
vuelve hay regresión, y revelación de aquello en lo que faltamos a la persona para
representar dicha falta. Pero aquí, debido al carácter irreductible del desconocimiento
acerca de la falta, tal desconocimiento se invierte, o sea que la función que
desempeñábamos de ser su falta ahora creemos poder traducirla como que hemos estado
en falta con esa persona, cuando precisamente por eso le eramos indispensables. (P. 155).

Cap. 11 – Puntuaciones sobre el deseo.


Sí evoco el tema de la contratransferencia es para remitir a a la angustia. El obstáculo en
la contratransferencia es el problema del deseo del analista.
El deseo, en términos generales, se presenta como voluntad de goce. En la perversión, el
deseo es soporte de una ley; lo que aparece como satisfacción sin freno es defensa y
puesta en ejercicio de una ley en tanto que suspende al S en su camino al goce. La
voluntad de goce fracasa como en cualquier otro, ya que encuentra su propio límite en el
ejercicio del deseo. El perverso no sabe al servicio de que goce ejerce su actividad, en
ningún caso es al suyo.
El neurótico muestra que tiene que pasar por la ley para sostener su deseo, sólo puede
desear según la ley. No puede dar otro estatuto a su deseo más que como insatisfecho o
imposible.
El significante es lo que salta con la intervención de lo real. Lo real remite al S a la
huella y, al mismo tiempo, produce la abolición del S, porque no hay S sino por el paso
del significante.
El masoquista cree que busca el goce del A cuando, en realidad, busca la angustia del A.
Es en el deseo del A en donde la angustia como señal adquiere todo su valor. Aunque el
yo sea el lugar de la señal, no es para él para quien se da la misma. Sí se enciende en el
yo, es para que el S sea advertido de un deseo, de una demanda que no concierne a
ninguna necesidad, sino que concierne a mi ser, que me pone en cuestión, me anula. Se
dirige a mí como esperado y como perdido, solicita mi pérdida para que el A se encuentre
en ella. Es esto la angustia.
El deseo está en el plano del amor; en la medida en que el deseo interviene en el amor, el
deseo no concierne al O amado.
Para plantear lo que puede ser el deseo del analista es preciso partir de la experiencia del
amor, para situar la topología donde la transferencia puede inscribirse.

La angustia entre goce y deseo.

Cap. 12 - La angustia, señal de lo real.


Sólo la noción de real, función opuesta a la del significante, nos permite orientarnos. La
angustia opera como señal del orden de lo irreductible de lo real; de todas las señales, es
la que no engaña. El lugar de lo real puede escribirse con ayuda del signo de la barra en la
división
A I S
a I A barrado Tercer esquema de la división.
$ I
El $ es equivalente a a sobre S. En tanto que es la caída de la operación subjetiva, en este
resto reconocemos estructuralmente el O perdido. Con esto nos enfrentamos por una
parte en el deseo y, por otra, en la angustia; nos enfrentamos con ello en la angustia antes
de lo que lo hacemos en el deseo.
Al principio hay una x que podemos nombrar retroactivamente y es el acceso al A. En el
segundo nivel, constitutivo de la aparición del a, está la angustia. El $, S de deseo, está en
el tercer tiempo.
Lo irreductible del a es del orden de la imagen.
En el masoquista, la posición de O enmascara la equiparación de él mismo con un pobre
desecho de cuerpo. El goce del A al que apunta es fantasmático, lo que busca en el A es la
respuesta a esa caída del S y esa respuesta es la angustia. Esta angustia a la que apunta
ciegamente, su fantasma se la oculta.
En el sádico, la angustia está en primer plano en el fantasma ya que hace de la angustia
de la víctima una condición exigida y de eso se debe desconfiar. He aquí el juego de
ocultación mediante el cual (en ambos), angustia y O ocupan el primer plano, un término
a expensas del otro. En estas estructuras se denuncia el vínculo radical de la angustia con
el O en tanto que cae. Su función esencial es ser el resto del S, resto como real.
La angustia aparece en la separación de los O, estos O son separables porque ya tienen,
anatómicamente, esa característica de estar ahí enganchados, elementos amboceptores.
Amboceptor destaca que es necesario articular, tanto la relación de la madre con el seno,
como la relación del lactante con el mismo; el corte no pasa en los dos casos por el
mismo lugar. Hay dos cortes que dejan desechos diferentes, ahí está la caducidad del a
desempeñando su función.
La cuestión de la caída nos conduce a la castración, la angustia debe situarse en un lugar
distinto que la amenaza de castración, de lo que he dado en llamar el gesto posible.
El hecho de que en el hombre, el goce del orgasmo coincida con la puesta fuera de
combate del instrumento por la detumescencia, merece que lo consideremos como algo
distinto a la esencialidad del órgano. La angustia es provocada por la puesta fuera de
juego del instrumento en el goce; la subjetividad se focaliza en la caída del falo.
Esta caída se realiza normalmente en el organismo, la detumescencia en la copulación
merece atención porque pone de relieve una de las dimensiones de la castración, el falo es
más significativo por su posibilidad de ser O caído que por su presencia. He aquí lo que
designa la posibilidad del lugar de la castración en la historia del deseo , función que debe
distinguirse del goce.
La castración está íntimamente ligada a los rasgos del O caduco, sólo a partir de este
podemos ver lo que significa el O parcial. El O parcial es una invención del neurótico, es
un fantasma, es el neurótico quien hace de él un O parcial.

Cap. 13 - Aforismos sobre el amor.


A que apunta la angustia en lo real es lo que traté de mostrar con el cuadro de la división
significante del S. Los tres pisos a los que corresponden los tres tiempos de esta
operación son el goce, la angustia y el deseo. Hay que reconocer no la función
mediadora, sino media, de la angustia entre el goce y el deseo.
Sí a fuera asimilable a un significante, podría adoptar la función de metáfora del S del
goce. Como se trata de lo que resiste toda significantización, a simboliza lo que en esta
esfera se pierde con la misma; pero esta caída es lo que acaba constituyendo el
fundamento del S deseante, no ya el S del goce. En la medida en que quiere hacer entrar
el goce en el lugar del A como lugar de significante, el S se anticipa como deseante.
La angustia es término intermedio entre goce y deseo en la medida en que es una vez
franqueada, y fundado en su tiempo, como el deseo se constituye. El O cae del S en su
relación con el deseo; esta caída encarna el a del fantasma, soporte del deseo.
Sí el falo se presenta en la función de a con el signo menos es porque funciona en la
copulación, no sólo como instrumento del deseo, sino también como su negativo.
Es esencial diferenciar la angustia de castración respecto de lo que se mantiene en el S al
final de su análisis, y que Freud designa como la amenaza de castración; este es un punto
que se puede superar.
Luego avancé con el sadismo y el masoquismo; el sádico busca el goce del A y el
masoquista se dirige a la angustia del A, lo que en ambos está velado es lo que aparece en
el otro como meta. Lo que se oculta tras la búsqueda de la angustia del A en el sadismo en
la búsqueda del a.
El deseo está condenado a reencontrar el O en la función que se localiza en las caducas;
este término servirá para explorar los momentos de corte en donde emerge la angustia.
A propósito de la contratransferencia, parece que las mujeres entienden bien que es el
deseo del analista. En este punto se trata de abordar la relación del deseo con el goce y la
angustia como medium.
Sólo el amor permite al goce condescender al deseo. El a es el acceso, no al goce, sino al
A. Es todo lo que queda de él a partir del momento en que el S quiere hacer su entrada en
ese A. Cuando S vuelve a salir de ese acceso al A, este es el Icc, el A barrado. Desear al A
nunca es más que desear a.
Proponerme como deseante es proponerme como falta de a, y por esta vía abro la puerta
al goce de mi ser. Si estoy en este lugar, está claro que la declinación probable de esta
empresa es que yo sea apreciado como amable, aquí algo anda errado.
Toda la exigencia de a en el encuentro con la mujer desencadena la angustia del A,
precisamente porque no hago de él más que a, mi deseo lo aiza. Es por eso por lo que el
amor sublimación permite al goce condescender al deseo.
En la vía que condesciende a mi deseo, lo que el A quiere aunque no lo sepa, es mi
angustia (angustia ligada al camino del amor). Si la mujer suscita mi angustia, es en la
medida en que quiere gozar de mi. Esto por la razón de que no hay deseo realizable que
no implique la castración; en la medida en que se trata de goce, o sea, que ella va a por mí
ser, la mujer sólo puede alcanzarlo castrándome.
En relación a la función del O del deseo, salta a la vista que a la mujer no le falta nada,
por eso es un error considerar al penisneid como su último término. La función del a
desempeña en ellas todo su papel, les simplifica la cuestión del deseo, interesarse en el O
como O de nuestro deseo les plantea muchas menos complicaciones.

Cap 14 - La mujer, más verdadera y más real.


La mujer demuestra ser superior en el dominio del goce porque su vínculo con el deseo
es más laxo. La falta, el -fi, he aquí algo que no es para la mujer un nudo necesario.
La mujer se entrena con el deseo del A, más cuanto que el O fálico sólo interviene para
ella en segundo lugar y en la medida en que éste desempeña un papel en el deseo del A.
Esta relación simplificada con el deseo del A es lo que le permite a la mujer el manejo
particular de la contratransferencia.
A la mujer no le falta nada, la presencia del O está por añadidura; esta presencia no está
vinculada a la falta del O causa del deseo, al -fi con la que está ligada en el hombre.
La angustia del hombre está ligada al no poder. De ahí el mito de la costilla; le han
quitado una costilla y no le falta ninguna, pero está claro que este mito trata del O
perdido. La mujer, para el hombre, es un O hecho con eso. Ella se tienta tentando al A, he
aquí el mito de la manzana. Es el deseo del A lo que le interesa.
Hay que recordar lo destacado en el masoquismo (la ocultación, por el goce del A, de
una angustia que se trata de despertar) para darle el masoquismo femenino otro alcance.
El masoquismo femenino es un fantasma masculino, en este, es por procuración como el
hombre hace que su goce se sostenga mediante su propia angustia. Es lo que recubre el a.
En el hombre, el a es la condición del deseo; el goce depende de esta cuestión. El deseo,
por su parte, no hace más que cubrir la angustia. Para la mujer, el deseo del A es el medio
para que su goce tenga un O conveniente, su angustia no es sino ante el deseo del A, del
que ella no sabe bien qué es lo que cubre. En el reino del hombre siempre está presente
algo de impostura; en el de la mujer, el de la mascarada.
La mujer es mucho más real y más verdadera porque sabe lo que vale la vara para medir
aquello con lo que se enfrenta en el deseo, porque pasa por allí con la mayor tranquilidad;
lujo que el hombre no se puede permitir, no puede despreciar la equivocación del deseo,
porque su cualidad de hombre consiste en preciar.
Dejar que la mujer vea su deseo es, a veces, angustiante; el peligro procede de la
mascarada. Lo que en el caso de la mujer hay para dejar ver, es que hay, si no hay gran
cosa es angustiante. Para el hombre dejar ver su deseo es dejar ver lo que no hay.
Don Juan es un fantasma femenino, es un hombre a quien no le faltaría nada. La
compleja relación del hombre con su O está borrada para él, pero a costa de aceptar su
impostura radical. El prestigio de Don Juan está ligado a la aceptación de dicha
impostura, él está ahí siempre en el lugar de otro, es el O absoluto.
Don Juan no es un personaje angustiante para la mujer; cuando una mujer siente que es
el O en el centro de un deseo, de esto es de lo que huye.

Cap. 15 - Un asunto de macho.


Para el hombre no hay nada que encontrar, porque lo que es el O de la búsqueda, para el
deseo macho, sólo lo concierne a él. Lo que busca es -fi, lo que a ella le falta, pero esto es
una cuestión de macho. (El deseo del A implica la falta pero no recubre el a).
A ella no le falta nada, o mejor dicho, la forma en que la falta interviene en el desarrollo
femenino no está articulada en el plano en que la busca el deseo del hombre. (Falta no al
modo del -fi).
El hombre tiene que hacer el duelo de querer encontrar en su pareja su propia falta, -fi, la
castración primaria del hombre. (Pág. 217).
La mujer no tiene ninguna dificultad, ni corre riesgo alguno buscando lo que es el deseo
del hombre. Para ella también hay constitución del a; ellas hablan y también quieren el O,
uno tal como ellas no tienen. En la mujer, el a se constituye en dependencia respecto a la
demanda (siempre de amor).
En la mujer, es lo que ella no tiene lo que constituye al principio el O de su deseo;
mientras que en el hombre, es lo que él no es. El fantasma de Don Juan es un fantasma
femenino porque responde al anhelo de la mujer de que haya un hombre que lo tenga y
que no pueda perderlo; que ninguna mujer pueda arrebatárselo es lo esencial. Es lo que él
tiene en común con la mujer, a quien no puede serle arrebatado porque no lo tiene.
El niño mira su pequeño grifito y tendrá que aprender que no existe en comparación con
lo que tiene papa; tendrá que aprender a tacharlo de su narcisismo para que pueda
empezar a servir de algo. El primer nudo del deseo macho con la castración sólo puede
producirse a partir del narcisismo secundario, o sea, en el momento en que a se separa,
cae de i(a), la imagen narcisista.
Sí el a se sitúa dentro de la vasija del -fi, se vuelve -a; la vasija está medio llena y medio
vacía al mismo tiempo. Si la vasija del -fi se torna angustiante es porque el a viene a
rellenar a medias el hueco constituido, en el hombre, por la castración original.
Es necesario añadir que este a viene de otra parte y sólo se constituye por la mediación
del deseo del A. Ahí es donde volvemos a encontrar la angustia, ésta se constituye y toma
su lugar en una relación que se instituye más allá del vacío de un primer tiempo de la
castración; por eso el S sólo tiene un deseo en lo que a esta castración primera se refiere:
volver a ella.
Las 5 formas del objeto a.

Cap. 16 - Los párpados de Buda.


El a en tanto que cortado presentifica una relación esencial con la separación.
Si la función de la causa demuestra ser tan irreductible es en la medida en que es idéntica
-en su función- a aquella parte de nosotros mismos que permanece atrapada en la
máquina formal. Pedazo de carne, O perdido en los distintos niveles de la experiencia
corporal donde se produce su corte, el es el soporte de toda función de la causa . Esta
parte del cuerpo es, por su función, parcial y nosotros somos objetales. El deseo sigue
siendo en último término deseo del cuerpo del A.
La relación del S con el significante necesita la estructuración del deseo en el fantasma y
el funcionamiento de este hace que desaparezca el a en determinado momento. Esta
afanisis del a, la desaparición del O en tanto que estructura cierto nivel del fantasma, es
algo cuyo reflejo tenemos en la función de la causa.
En el cuerpo hay siempre, debido al compromiso en la dialéctica significante, algo
separado, algo sacrificado que es la libra de carne. El resto, a, es lo que sobrevive a la
división del campo del A por la presencia del S; ese resto, esa función irreductible que
sobrevive a la prueba del encuentro con el significante puro es el a.
Hay, en el estadio oral, cierta relación de la demanda con el deseo velado de la madre.
Hay, en el estadio anal, la entrada en juego -para el deseo- de la demanda de la madre.
Hay, en el estadio de la castración fálica, el -fi, la introducción de la negatividad en
cuanto al instrumento del deseo. Pero el proceso no se detiene en estas 3 etapas, ya que
en su límite se reencuentra la estructura del a como separado.
Es en el campo del A dónde debe aparecer por primera vez, si no el a, por lo menos su
lugar; en suma, el resorte radical que hace pasar del nivel de la castración al espejismo
del O del deseo.

Cap. 17 - La boca y el ojo.


El camino de la angustia revivifica la dialéctica del deseo y es el único que permite
introducir nueva claridad en cuanto a la función del O del deseo. La lista de los O
freudianos, O oral - O anal - O fálico, debe ser completada.
El deseo está vinculado a la función del corte y guarda relación con la función del resto
que lo sostiene y anima, tal como se observa en la función del O parcial. Cosa distinta es
la falta a la que está vinculada la satisfacción. La no coincidencia de esta falta con la
función del deseo, estructurado por el fantasma y por la vacilación del S con el O parcial,
ahí está lo que crea la angustia; y esta es lo único que apunta a la verdad de tal falta. Para
comprender de qué se trata en la función del deseo hay que situar el punto de angustia.
El O de la pulsión oral es el seno de la madre; el punto de angustia está en la madre; el
lugar del punto de angustia no se confunde con el lugar donde se establece la relación con
el O del deseo. Está, por un lado, el seno, que será estructurante del deseo y se convertirá
luego en el O fantasmático; por otra parte, en otro lugar está el punto de angustia, donde
el S tiene relación con su falta, este punto está deportado al A.
El a es un O separado, no del organismo de la madre, sino del niño. La relación de falta
con la madre se sitúa más allá del lugar donde se ha jugado la distinción del O parcial en
tanto que funciona en la relación del deseo. Al nivel de la pulsión oral, el punto de
angustia está en el A.
La separtición (partición en el interior) está inscrita desde el origen en aquello que será la
estructuración del deseo. En el funcionamiento del fantasma, ese a resto permanecerá
siempre oculto en toda relación del S con un O cualquiera.
La existencia del mecanismo de la detumescencia en la copulación marca el vínculo del
orgasmo con la desaparición de la función del órgano. Aquí el punto de angustia se
encuentra en una posición inversa respecto de la pulsión oral. En el orgasmo se encuentra
la certeza de la angustia.
Sí, al final del análisis freudiano, el paciente (macho o hembra) nos reclama el falo que
le debemos, ello es en función de una insuficiencia por nuestra parte a la hora de
distinguir la relación del deseo con el O y la falta constitutiva de la satisfacción.
El deseo es ilusorio porque se dirige siempre a otra parte, a un resto constituido por la
relación del S con el A y que lo sustituirá.
El hecho de que el ojo sea un espejo implica de algún modo su estructura y función
como a. La fenomenología de la visión se indica como homóloga de la función del a. El
punto de deseo y el punto de angustia aquí coinciden pero no se confunden y, sin
embargo, el deseo no es sin este otro O al que la angustia llama.

Cap. 18 - La voz de Yahvé.


Se trata de situar en cada uno de los 5 niveles cuál es la función del deseo.
El shofar es un objeto que servirá para ejemplificar la función del a en este piso. Este es
un cuerno en el que se sopla y se escucha un sonido, cuya función es renovar la alianza
con Dios; este instrumento es la voz de él. Lo interesante de este objeto es que nos
presenta la voz como potencialmente separable. Este último piso del a es la voz.
La base de la función del deseo es a, en la medida en que no sólo está separado, sino
siempre elidido, en otro lugar que allí donde soporta al deseo. Este carácter elusivo se
vuelve manifiesto en el nivel de la función del ojo; por eso el fantasma está siempre
marcado por un parentesco con los modelos visuales.
Por la forma i(a), mi imagen, mi presencia en el A, carece de resto. No puedo ver lo que
allí pierdo, he aquí el sentido del estadio del espejo, la imagen en su forma i(a), imagen
especular, es el O del estadio del espejo.
El a es lo que falta, es no especular, no se puede aprehender en la imagen. La relación
recíproca entre el deseo y la angustia se presenta en este nivel bajo una forma
radicalmente enmascarada, ligada a las funciones más engañosas de la estructura del
deseo. (VER PAGS. 274 Y 275).
Es el hecho original inscrito en el mito del asesinato del padre el que constituye el punto
de partida de aquello que debemos captar en la economía del deseo: se prohíbe como
imposible de transgredir lo que constituye el deseo original. Sin embargo, esto es
secundario respecto a la relación con la función de la voz como a.

Cap. 19 - El falo evanescente.


Al no poder ser presentíficada la angustia de castración (-fi) en cuanto tal, hubo que dar
un rodeo y oscilar entre el estadio oral y la voz.
La función del falo como imaginario funciona en todos los niveles de la relación del S
con el a; el falo actúa con una función mediadora, salvo allí donde se lo espera, en
particular en la fase fálica. Este desvanecimiento es el principio de la angustia de
castración; de ahí -fi, que denota una carencia, por así decir, positiva.
Ya que vimos la estructura propia del campo visual, la sustentación y la ocultación al
mismo tiempo del a en dicho campo; tenemos que volver allí pues es donde se produce el
primer encuentro con el falo; encuentro traumático que se llama escena primaria.
Aunque en ella el falo está presente, a veces lo esencial del efecto traumático se debe a
las formas en que desaparece. En la escena del hombre de los lobos, el falo está por todas
partes, está en la propia reflexión de la imagen. Se trata del goce, el S no es más que
erección en esta captura que lo hace falo, lo coagula todo entero. La respuesta del S al
escena traumática es una defecación.
El complejo de castración sólo se convierte en un drama en la medida en que el
cuestionamiento del deseo es planteado en la dirección de la consumación genital. Si
abandonamos este ideal de culminación genital percantándonos de lo que tiene de
engañoso, no hay ninguna razón para que la angustia ligada a la castración no se
manifieste en una correlación más flexible con los O de otro nivel.
El deseo de la mujer está gobernado, también para ella, por su goce. En la medida en que
el deseo de hombre fracasa, ésta se ve llevada a la idea de tener el órgano del hombre
como si fuera un amboceptor y esto es falo. Al no realizar el falo, salvo en su
evanescencia, el encuentro de los deseos, se convierte en el lugar común de la angustia.
Lo que la mujer le demanda a Freud al final de un análisis es un pene, pero para hacerlo
mejor que el hombre, ¿de qué modo puede la mujer superar su penisneid si está siempre
implícito? En la forma ordinaria de seducción, ofrecer al deseo del hombre el O de la
revindicación fálica, O no detumescente para sostener su deseo, o sea, hacer de sus
atributos femeninos los signos de la omnipotencia del hombre.
En la mascarada, la mujer tiene poco goce, si la dejamos en este camino decretamos el
relanzamiento de la reivindicación fálica. Tales son las vías de la realización genital, en la
medida en que esta pondría término a los callejones sin salida del deseo, si no estuviera la
abertura de la angustia.
En la medida en que es convocado como O de propiciación de una conjunción y que se
confirma que falta, el falo constituye la castración misma como un punto imposible de
eludir de la relación del S con el A.

Cap 20 - Lo que entra por la oreja.


El falo es lo que, para hombre y mujer, cuando es alcanzado, lo aliena del otro; hay falta
de mediación y falta de intersección entre ambos campos.
La mujer puede ser el símbolo del deseo de omnipotencia fálica del hombre, y ello en la
medida en que ya no es la mujer. La mujer puede tomar el falo por lo que éste no es, ya
sea por el a, ya sea por su pequeñísimo falo, que le proporciona apenas un goce
aproximado de lo que imagina del goce del A. Si puede gozar de fi es porque éste no se
encuentra en su lugar, en el lugar donde de su goce puede realizarse.
Que el falo no se encuentra allí donde se lo espera, en el plano de la mediación genital,
esto es lo que explica que la angustia sea la verdad de la sexualidad. No hay castración
porque en el lugar donde debe producirse no hay O que castrar, para ello sería necesario
que el falo estuviera ahí, sólo lo está para que no haya angustia. El falo, allí donde es
esperado como sexual, aparece como falta y éste es su vínculo con la angustia. Todo esto
significa que el falo es llamado a funcionar como instrumento de la potencia.
He aquí una ilusión engendrada por la castración, en la medida en que cubre la angustia
presentificada por toda actualización del goce; esta ilusión tiende a la confusión del goce
con los instrumentos de la potencia. La impotencia condena al hombre a no poder gozar
más que de su relación con el soporte del +phi, es decir, una potencia engañosa.
El - constituye el campo del A como falta; el soporte del deseo no está hecho para la
unión sexual, ya no especifica entre hombre o mujer, sino entre lo uno y lo otro. Para
ambos sexos la alternativa es o el A o el falo, el O significa que tanto el uno como el otro
son sustituibles. Se trata de captar como la alternativa del deseo y del goce pueden
encontrar una vía de paso; si hay una vía de paso en donde la antinomia se cierra, es
porque estaba ahí antes de la constitución de la misma.
Para que el a, en el que se encarna el obstáculo con el que tropieza el deseo en su acceso
a la Cosa le abra paso, es necesario volver a su inicio. Si no hubiera nada que preparase el
paso antes de la captura del deseo en el espacio especular, no habría salida. Sabemos que
a surge como resto de la división del S en el A y antes de esta captura que lo oculta.
Si la voz tiene importancia es porque ella resuena en el vacío del A. Para que la voz
responda, debemos incorporar la voz como alteridad de lo que se dice.
Es por esto que, separada de nosotros, nuestra voz se nos manifiesta con un sonido ajeno.
Corresponde a la estructura del A constituir cierto vacío, el de su falta de garantía. En este
vacío donde resuena la voz como distinta de las sonoridades, la voz en cuestión es
imperativa en tanto reclama obediencia; se sitúa respecto de la palabra.
Una voz no se asimila, se incorpora (identificación), esto es lo que puede darle una
función para modelar nuestro vacío.
Que el deseo sea falta es su fallo inicial, en el sentido de que algo hace falta. Cambien el
sentido de esta falta dándole un contenido y he aquí lo que explica el nacimiento de la
culpa y su relación con la angustia.
He dicho que no sabía lo que, en el shofar (el clamor de la culpabilidad), se articula del A
que cubre la angustia. Si nuestra fórmula es adecuada, algo como el deseo del A está
implicado. El sacrificio no está destinado a la ofrenda o al don, está destinado a la captura
del A en la red del deseo. Se trata de a cómo polo de nuestro deseo, pero hace falta algo
más, que ese a sea algo ya consagrado.
Con la mancha en el campo visual aparece la posibilidad de resurgimiento en el campo
del deseo de lo que hay detrás, oculto; o sea, el ojo cuya relación con este campo debe ser
necesariamente vaciada para que el deseo pueda permanecer así; con esa posibilidad
vagabunda que le permite escabullirse de la angustia.

Cap. XXI - El grifo de Piaget.


La angustia reside en la relación del S con el deseo del A. El análisis tiene como objeto
el descubrimiento de un deseo y a no es el O del deseo que tratamos de revelar, es el O
causa; a se anuncia de un modo velado en la función de la causa, mas esta función puede
situarse en el campo del síntoma.
El síntoma obsesivo muestra al a como algo que funciona . El no seguir una compulsión
(verifica que la puerta esté cerrada) despierta angustia. Este fenómeno permite vincular la
posición del a tanto con las relaciones de angustia como con las relaciones de deseo. La
angustia aparece antes que el deseo.
El análisis no parte del enunciado del síntoma sino del -eso funciona así-, el S tiene que
darse cuenta que eso funciona así, el síntoma sólo queda constituido cuando el S se
percata de el. Para que el síntoma salga del estado de enigma informulado tiene que
perfilarse en el S algo del orden de la causa. La dimensión de la causa es la única que
indica la emergencia de aquel a en cuyo derredor debe girar todo el análisis de la
transferencia para no girar en círculos.
Esta categoría de causa pretendo transferirla del dominio, que llamaré con Kant, de la
estética trascendental, a mi ética trascendental. La filosofía designa a la causa como
inaprehensible, cuanto menos aprehensible resulta la causa, más causado parece todo.
Para nosotros, la implicación de la causa forma parte legítima del advenimiento
sintomático, esto significa que ella es una pregunta, pero de la que el síntoma no es el
efecto sino su resultado; el efecto es el deseo. El efecto de esta causa, a, que se llama
deseo es un efecto que no tiene nada de efectuado ; en esta perspectiva, el deseo se sitúa
como una falta de efecto, no hay causa que no implique esta hiancia, esta falta.
En relación al campo escópico del deseo, el espacio no es una categoría a priori de la
intuición sensible, sino que forma parte de lo real. Es esencial captar la naturaleza de la
realidad del espacio en tanto tridimensional para definir la forma que adquiere en el piso
escópico la presencia del deseo, en particular como fantasma; o sea, que la función del
marco como la ventana que traté de definir no es una metáfora. Si este marco existe es
porque el espacio es real.
5 pisos de la constitución del a la relación del S y el A:
La primer operación

S a A barrado

En el plano de la relación con el O oral no hay necesidad del otro sino necesidad en el A,
dependencia respecto de la madre que produce la disyunción entre el S y el a, el seno
materno que forma parte del mundo interior del S y no del cuerpo de la madre.

a $ A barrado

En el 2.º piso, el del O anal, tienen la demanda en el A. Demanda educativa y O anal que
es el resto en la demanda en el A.

H -fi M

En el 3 ° piso, el falo y toda la dialéctica en la función del -fi; función única respecto a
las otras en la medida en que se define por una falta, una falta de O. Aquí la llamaremos
goce en el A; la relación de este goce en el A con la introducción del instrumento faltante
-fi es una relación inversa. Esto es lo que articule en las últimas dos lecciones y lo que
constituye la base de la angustia de castración.

S x + fi

En el piso escópico, el del fantasma, nos enfrentamos a la potencia del A, que es el


espejismo del deseo humano, sólo que el S está condenado a desconocer que sólo se trata
de un espejismo de potencia.
En el 5.º piso debe emerger en forma pura el deseo en el A. Nos indica esto, en el
ejemplo del obsesivo, el predominio aparente de la angustia; es en la medida del retorno
del deseo en el A (en tanto que está reprimido) en toda la sintomatología, donde la
dimensión de la causa se deja ver cómo angustia. La solución: para cubrir el deseo del A,
el obsesivo recurre a su demanda; es preciso que el A le demande y que lo autorice.
En tanto que la evitación del obsesivo es la cobertura del deseo en el A por la demanda
en el A, a, el O de su causa, se sitúa donde la demanda domina, en el estadio anal, donde
a no sólo es el excremento, sino que es el excremento demandado. Demanda que no tiene
nada que ver con el modo de deseo determinado por esta causa.

Cap. XXII - De lo anal al ideal.


Las formas estádicas del O
fálica

anal escópica

oral a superyó
En todos los niveles de esta constitución circular, el O persiste como a. En las diversas
formas en que se manifiesta, se trata siempre de la misma función y de saber como se
vincula a la constitución del S en el lugar del A y lo representa.
En el estadio fálico la función del a está representada por una falta, por la ausencia del
falo en tanto que constituye la disyunción que une el deseo con el goce. Los estadios 4 y
5 están en una posición de retorno y de correlación con los estadios 1 y 2 (estadio oral-
superyó-voz y estadio anal-escoptofilia).
La causa necesita siempre la existencia de una hiancia entre ella y su efecto, esto tiene su
origen en el hecho de que la causa, en su forma primera, es causa del deseo; o sea, de
algo no efectuado. En el deseo anal, el excremento no desempeña el papel del efecto, es
la causa de dicho deseo.
El excremento entra en la subjetivaación a través de la demanda del A, la madre. Se le
pide al niño que retenga, haciendo de él una parte de su cuerpo; luego se le pide que lo
suelte. Esta parte por la que el S siente aprehensión de perder es reconocida y elevada a
un valor especial, porque aporta la satisfacción a la demanda del A; aparte que se
acompaña de todos los cuidados conocidos.
La mierda adquiere el valor del ágalma, y éste es sólo concebible en su relación con el
falo, con su ausencia, con la angustia fálica en cuanto tal. El a excremencial simboliza la
castración. Es necesario captar en toda la fenomenología obsesiva el vínculo del
excremento tanto con el -fi, como con las demás formas del a.
En el estadio oral, el S no puede saber que el seno, la placenta, es el límite de a respecto
del A; cree que a es el A y que cuando se ocupa de a, en realidad se enfrenta al A. Por el
contrario, en el estadio anal tiene por primera vez la oportunidad de reconocerse en un O.
Algo en este gira, son los dos tiempos de la demanda (guárdalo-dalo); éste se obtiene a
demanda y es admirado, pero en el segundo tiempo es repudiado. En esta primera
relación con la demanda del A nos encontramos con un reconocimiento ambiguo; eso de
ahi es al mismo tiempo él y no debe ser él, incluso más adelante, no es suyo.
Las satisfacciones se van perfilando y ahí puede estar el origen de la ambivalencia
obsesiva, a es la causa de esta ambivalencia, sí y no. Es mío, este síntoma, y sin embargo
no es mío. He aquí un orden de causalidad. Sólo que esta estructura basada en la demanda
deja fuera de su circuito el vínculo con el deseo.
El O podrá simbolizar aquello de lo que se tratara en el estadio fálico, el falo en tanto
que su desaparición hace en el hombre de intermedio entre los sexos; la evacuación del
resultado de la función anal, en tanto que exigida, tendrá todo su alcancen el nivel fálico
como imagen de la pérdida de este.
Cuadro -fi
5 voz a Deseo del A
4 imágen Potencia del A
3 deseo Angustia -fi Goce del A
2 huella Demanda del A
1 angustia a Deseo x el A
El hecho de que el deseo macho encuentre su propia caída antes de la entrada en el goce
de la pareja femenina, e incluso el hecho de que el goce de la mujer se aplaste en la
nostalgia fálica, implica que la mujer se ve condenada a no amar al A macho más que en
un punto situado más allá de aquello que la detiene a ella también en cuánto deseo, el
falo. A este más allá se apunta en el amor, el A macho no es el A en tanto que se trataría
de estar unido a él; el goce de la mujer está en ella misma, no se une con el A.
Esta función central es el lugar de angustia de la caducidad del órgano, en tanto que da
cuenta, de forma distinta en cada lado, de lo que se puede llamar la insaciabilidad del
deseo. El hombre sólo está en la mujer por delegación de su presencia, bajo la forma de
este órgano caduco, órgano del que es castrado en y por la relación sexual.
Hombre y mujer no dan nada, y sin embargo, el símbolo del don es esencial en la
relación con el A. La metáfora del don está tomada de la esfera anal.
Es porque todo está simbolizado, tanto el $ como la unión imposible, que resulta
sorprendente que el propio deseo no lo esté. Dada la necesidad en que se encuentra el S
de culminar su posición como deseo, lo hará mediante la categoría de la potencia, o sea,
en el piso 4. El vínculo está en la relación especular, en el soporte narcisístico del
dominio de sí en su relación con el lugar del A.
Un obsesivo constituido, con deseos del único tipo que puede llegar a constituir en el
registro de la potencia, o sea, deseos imposibles; haga lo que haga para realizarlos, él no
se encuentra allí. El obsesivo nunca está al término de la búsqueda de su satisfacción.
Se trata de una proyección del S en el campo del ideal, desdoblado entre el alter ego
especular -el yo ideal- y, por otro lado, lo que está más allá, el ideal del yo. Allí donde se
trata de recubrir la angustia, el ideal del yo adquiere la forma del todopoderoso y ahí es
donde el obsesivo encuentra el complemento de lo que necesita para constituirse como
deseo, o sea, el fantasma ubicuo.
Existe un profundo vínculo entre los estadios 2 y 4 que enmascaran la imposibilidad
fundamental, aquella que separa en el plano sexual, el deseo y el goce. El obsesivo
muestra la relación entre el S y un O perdido y repugnante, sin embargo, necesario para la
producción idealista más elevada. El próximo paso será dar cuenta de la relación del
fantasma del obsesivo con la angustia que lo determina.

Cap. XXIII - De un círculo imposible de reducir al punto.


La turbación es el a, al menos en las correlaciones entre el deseo y la angustia. La
angustia es sin causa, pero no sin O; designa el O último, la Cosa, en este sentido la
angustia es lo que no engaña. Aun estando ligada a la turbación, la angustia no depende
de ella, sino que la determina; la causa que primitivamente la angustia ha producido, la
turbación no puede retenerla.
La turbación anal es la primera forma en la que interviene en el obsesivo la emergencia
del a; la turbación está coordinada con el momento de la aparición del a, momento
traumático en el que la angustia se revela como lo que no engaña. En esta confrontación
radical, el S cede a la situación, este carácter de O cesible es un carácter importante del a.
Los puntos de fijación de la libido siempre se sitúan en torno a uno de esos momentos
que la naturaleza ofrece a la estructura eventual de cesión subjetiva. Ejemplo de esto es la
confrontación del hombre de los lobos con su sueño repetitivo como mostración de su
realidad última.
La angustia del destete no tiene que ver con que alguna vez el seno le falte al S, sino más
bien que el niño cede el seno que forma parte de él. La cesión de O se traduce en la
aparición de O cesibles que pueden ser equivalentes a los O naturales, en este marco
encaja el O transicional.
Aquí no hay investimiento del a sino investidura; el a es aquí el suplente y precedente del
S. La función del O cesible como pedazo separable vehículiza algo de la identidad del
cuerpo, antecediendo en el cuerpo mismo en lo que respecta a la constitución del S. El a
inaugura el campo de la realización del S y en adelante conserva su privilegio, de modo
que el S en cuanto tal sólo se realiza en O que son de la misma serie que el a, que son
siempre O cesibles.
Es en la cesión de O cesible como el O anal interviene en la función del deseo; a es causa
del deseo y constituido en la función de la falta; el deseo anal es el deseo de retener.
En su relación con la angustia, el deseo está en el nivel de la inhibición; por eso el deseo
puede adquirir una función de defensa. Hay que agregar a inhibición y deseo un tercer
término que es el de acto, que también se sitúa en el lugar de la inhibición. Hablamos de
acto cuando una acción tiene el carácter de una manifestación significante en la que se
inscribe el estado del deseo; un acto es una acción en la medida en que en el se manifiesta
el deseo mismo que habría estado destinado a inhibirlo.
En el obsesivo los deseos se manifiestan siempre en una dimensión defensiva, defensa
ejercida sobre otro deseo. El deseo de retener sólo tiene sentido para nosotros en la
economía libidinal, o sea, en su vínculo con el deseo sexual.
Este movimiento de recurrencia en el deseo obsesivo es engendrado por el esfuerzo
implícito de subjetivación. Reformulación del cuadro de la angustia:
deseo no poder causa
no saber
a angustia
El deseo está en el lugar de la inhibición; en el lugar del impedimento, hay no poder,
aquí el S está impedido de atenerse a su deseo de retener, y es lo que se manifiesta como
compulsión. No puede retenerse.
En el lugar del emoción está el no saber, ante la confrontación con la tarea, el S no sabe
donde responder; el "no sabía que era esto" y por esta razón, en el punto donde no puede
impedirse, deja que las cosas pasen. Estos movimientos intentan reencontrar la huella
primitiva, lo que el obsesivo busca en su recurrencia es reencontrar la causa auténtica de
todo el proceso; y como ésta no es más que un O, él sigue buscando el O con sus tiempos
de suspensión y falsos caminos, así esta búsqueda da vueltas indefinidamente. Todo esto
que se manifiesta en el acting out también sucede en el síntoma.
Aquí, no poder, es no poder impedirse y la compulsión aquí es la de la duda, duda que
concierne a los O que permiten aplazar el acceso al O último. La pérdida del S en el
camino en donde está siempre dispuesto a entrar es el del embarazo, este introduce como
tal la cuestión de la causa y así es como entra en la transferencia.
En el plano del deseo genital, la función del a se simboliza con el -fi que aparece como
residuo subjetivo en el nivel de la copulación; ésta está por todas partes, pero falta allí
donde sería cópulatoria. Este agujero central da su valor privilegiado a la angustia de
castración, único nivel donde la angustia se produce en el lugar mismo de la falta del O.
El obsesivo ha accedido al estadio fálico, pero dada la imposibilidad de satisfacer en este
nivel, llega su O, el suyo, el a excremencial, el a causa del deseo de retener.
En el nivel escópico ocurre la entrada en función de algo que tomará su sentido del
hecho de ser lo que rodea la hiancia del deseo fálico. Todo lo que acabamos de ver sobre
el a como O destinado a retener al S al borde del agujero castrativo, podemos trasponerlo
a la imagen, la imagen especular entra en función análoga, porque está en posición
correlativa respecto al estadio fálico. Y aquí es donde interviene la ambigüedad, en el
obsesivo, de la función del amor, amor idealizado, estigma de la función atribuida al A,
en este caso la mujer, que la convierte en O exaltado.
El amor adquiere la forma de un vínculo exaltado; aquello que él considera que aman es
una determinada imagen suya y esta imagen se la da al otro. El mantenimiento de esta
imagen es lo que hace que el obsesivo persista en mantener una distancia respecto de sí
mismo; distancia debido a la cual todo lo que hace nunca es para el.
Nunca le está permitido a su deseo manifestarse en acto, su deseo se sostiene recorriendo
en círculo todas las posibilidades que determinan lo imposible en el nivel fálico y genital;
el deseo como imposible refiere a las imposibilidades del deseo. Es un círculo que no
puede reducirse a un punto.

Cap XXIV - Del a a los nombres del padre.


El peligro, al que Freud remite en el angustia como señal, está ligado al carácter de
cesión del momento constitutivo del a. La angustia se da en el momento anterior a la
cesión del O.
La función angustiante del deseo del A está vinculada al no saber qué O soy yo para
dicho deseo. Únicamente en el cuarto nivel se articula plenamente la forma específica
mediante la cual el deseo humano es función del deseo del A. No sé qué a soy para el
deseo del A se manifiesta en el nivel escópico, aqui el A es la mantis religiosa. Con el A
algo me vincula, mi cualidad de semejante; y de ello resulta que el resto a (el de no se que
O soy para el A) es desconocido. Hay desconocimiento de lo que es el a en la economía
del deseo humano, y por eso en el deseo escópico, paradójicamente, el a se encuentra más
enmascarado y por esto el S está más protegido en cuanto a la angustia.
En el primer nivel, la realidad del A queda presentificada por la necesidad, allí la
angustia ya aparece y su manifestación es el grito; con el grito que se le escapa al recién
nacido, el nada puede hacer, ha cedido algo y ya nada lo vincula ha ello. En el segundo
nivel el O anal resulta ser el primer soporte de la subjetivación en la relación con el A,
allí el S es requerido por el A como sujeto de pleno derecho; aquí el S tiene que dar lo que
ya es el. Del O depende la primera forma del deseo, deseo de separación; en el segundo
nivel, el O causa el deseo de retener; la segunda forma del deseo se manifiesta en que se
vuelve contra la función anterior que introduce el a.
Las posiciones respectivas de la angustia y de lo que es a son intercambiables.
El a como resto irreductible a la simbolización en el lugar del A, sin embargo, depende
de este A. Resto precario y expuesto pues yo soy para siempre el O cesible, de
intercambio, y este O es el principio que me hace desear, que me hace deseante de una
falta, falta que no es una falta de S, sino una falta hecha al goce que se sitúa en el A (goce
supuesto que como a le daría al A; lo que cuenta es ir más allá de ser O del A o de los
nombres del padre).
Toda función del a no hace más que referirse a la hiancia central que separa, en el plano
sexual, el deseo del lugar del goce, y nos condena a que el goce no esté, por su
naturaleza, destinado al deseo. El deseo no puede más que ir a su encuentro y, para
encontrarlo, debe franquear el fantasma mismo que lo sostiene.
El deseo, en tanto que es deseo de deseo, o sea, tentación; remite a la angustia. La
angustia, en el plano de la castración, representa al A.
Cuadro del cuarto nivel:
Deseo de no ver Impotencia Concepto de angustia
Desconocimiento Omnipotencia Suicidio
Ideal Duelo Angustia
En el lugar de la inhibición está el deseo de no ver. El desconocimiento, como estructural
en el nivel del no saber. En la tercera, como turbación, el ideal del yo, aquello del A que
es más cómodo introyectar. En el lugar central del síntoma, tal como se encarna en el
obsesivo, el fantasma de la omnipotencia -este fantasma es correlativo de la impotencia
para sostener el deseo de no ver-. En el lugar del acting out está la función del duelo -hay
que reconocer en el una estructura fundamental de la constitución del deseo-. En el lugar
del pasaje al acto, el fantasma de suicidio. Abajo a la derecha sigue estando la angustia,
en tanto que enmascarada. En el lugar del embarazo, el concepto de angustia -concepto
que sólo surge en el límite-.
Retomando la función del duelo. En Hamlet, la ausencia de duelo en su madre hizo
desvanecerse en él todo impulso de un deseo; Hamlet no puede hacer el acto que está
destinado a llevar a cabo porque el deseo falta. El deseo falta porque se ha hundido el
ideal, basta recordar la reverencia que hace a su padre; el poder del deseo será restaurado
a partir de la visión del verdadero duelo de Laertes por Ofelia , con el cual Hamlet entra
en competencia.
Freud dice que el S del duelo tiene que consumar por segunda vez la pérdida del O
amado provocada por un accidente del destino. El trabajo del duelo se nos revela como
uno destinado a mantener todos los vínculos con el fin de restaurar este vínculo con el
verdadero O de la relación, el O enmascarado, el a al que a continuación se le podrá dar
un sustituto.
El problema del duelo es el del mantenimiento, en el nivel escópico, de los vínculos por
los que el deseo está suspendido, no del a, sino de i(a) , por el que todo amor está
narcisísticamente estructurado, en la medida en que este término implica la dimensión
idealizada. Esto constituye la diferencia que ocurre entre un duelo y lo que pasa en la
melancolía y la manía.
A menos que se distinga el a de i(a) no podemos concebir la diferencia entre melancolía
y duelo. Tras defender la noción de reversión de la libido objetal al propio yo, Freud
confiesa que este proceso en la melancolía no culmina, porque el O triunfa. El hecho de
que se trate de un a y de que este, en el cuarto nivel, este enmascarado tras el i(a) del
narcisismo, exige para el melancólico pasar a través de su propia imagen y atacarla en
primer lugar, para poder alcanzar dentro de ella el a que la trasciende y cuya caída lo
arrastrará en la precipitación-suicidio. Si este ocurre habitualmente en el marco de una
ventana no es por azar, es el recurso a la estructura del fantasma.
Aquello que distingue al ciclo manía-melancolía de la referencia al duelo y al deseo se
puede captar en la relación de a con i(a) el duelo, y por otra parte, la referencia radical al
a alienada en la relación narcisista. En la manía es la no función de a lo que está en juego;
el S, al no tener el lastre de ningún a, queda en la pura metonimia infinita y lúdica de la
cadena significante.
El deseo en su carácter más alienado y fantasmático es lo característico del cuarto nivel,
aquí, el a se recorta alienado como soporte del deseo del A. En el quinto nivel se trata de
la introyección y esto remite a la dimensión auditiva e implica a la función paterna.
En la manifestación de su deseo, el padre, sabe a que a se refiere dicho deseo. El padre es
un S que ha ido lo suficientemente lejos en la realización de su deseo como para
reintegrarlo a su causa, a lo que hay de irreductible en la función del a.
Situar el a en el campo del A no sólo abre la vía del deseo, sino también la posibilidad de
la transferencia. No hay superación de la angustia sino cuando el A se ha nombrado; no
hay amor sino de un nombre. Lo que hace de un análisis una aventura única es la
búsqueda del ágalma en el campo del A; conviene que el analista, por poco que sea, haya
hecho volver a entrar su deseo en este a irreductible, lo suficiente como para ofrecer a la
cuestión del concepto de la angustia una garantía real.

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