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Jaime

Serra. jaimeserrapalou@gmail.com 628564744 http://www.jaimeserra-archivos/ Antic Recinte Industrial de la Colonia


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Enero del 2018, Barcelona

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Con la única distorsión que mi perspectiva
Concepto ampliado de la infografía
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Primera parte
Si analizo mi trabajo desde el inicio, desde mi etapa más claramente periodística –incluso antes- hasta la actualidad, puedo
establecer, pese a las evidentes diferencias formales y conceptuales, un lógico hilo conductor que me ha traído hasta donde hoy
me encuentro trabajando:

El año 1982 salió al mercado el diario USA Today. El primero y hasta hoy único diario de difusión nacional en EE.UU. Señalaba
nuevas direcciones para el periodismo en papel: ‘full’ color, fotografías más grandes, textos más cortos, cuerpos tipográficos de
mayor tamaño y el uso habitual de gráficos estadísticos ilustrados; una forma que podríamos considerar hoy como
‘protoinfográfica’. Dos años después, Apple lanzó su primer ordenador Macintosh: una herramienta que facilitaba el trabajo
vinculado al diseño y permitía una producción veloz, acorde a las necesidades de un medio de circulación diaria. El fenómeno
tecnológico permitió que el fenómeno cultural marcado por USA Today se expandiese.

En aquella época, todos los diarios de España estaban construyendo sus departamentos de infografía. Fue un fenómeno que no se
produjo en otros países hasta muchos años después y que nos puede ayudar a comprender por qué existe hoy una poderosa
escuela de infografía española que trabaja y dirige los departamentos de algunos de los más importantes medios del mundo.

España en los años ochenta se encontraba inmersa en un proceso de transición política, de una dictadura a un régimen
democrático, que obligaba a todos los actores sociales a una profunda transformación. El periodismo era un actor fundamental
para liderar el cambio, pero antes debía cambiarse a sí mismo. No era posible construir un régimen democrático explicado desde
medios de comunicación fascistas o sencillamente con reminiscencias de una concepción socio-política que quería dejarse
urgentemente atrás. Por esta causa, los medios españoles actuales que nacieron a fines de los setenta y principios de los ochenta
(El País, El Mundo, El Periódico de Catalunya) o se sometieron a un cambio de tal envergadura que de hecho devinieron en otros,
en unos nuevos (ABC, La Vanguardia). En lógica, incorporaron la tecnología y los conceptos contemporáneos de los años en que
nacieron y en aquellos años la infografía destacaba como una herramienta de comunicación nueva y prometedora.

En ese contexto y procedente de la ilustración, llegué a la infografía periodística.

En los diarios no existía una idea clara de lo que debíamos hacer. Nadie la tenía; ni los que seríamos infografistas –en aquel
momento no se puede decir que lo fuésemos- ni los redactores ni la dirección de los medios. Estábamos experimentando,
buscando la manera. Nos copiábamos unos a otros. El método era ensayo error.

Precedentes que ahora parecen obvios, como el ‘Mapa del cólera’ de John Snow, los gráficos estadísticos de William Playfair o las
representaciones visuales de Charles Joseph Minard o Florence Nightingale nos eran desconocidos a la mayoría de los
profesionales que llegamos a la infografía en aquellos años. Estos profesionales, entre muchos otros, eran célebres en sus
respectivos campos de trabajo, pero no como comunicadores. Desde la infografía se les otorgó, también, valor como
visualizadores de datos, toda vez que alumbraban el camino que debíamos tomar en un medio de comunicación.

Infografía es un término alrededor del cual se aglutinaron diversas formas de comunicar, procedentes de distintas profesiones:
medicina (John Snow), ingeniería (Playfair y Minard), economia (Minard), incluso enfermería (Nightingale). Profesionales de muy
diversas áreas entendieron que las tesis de investigación en sus respectivos campos se comprenderían mejor de forma visual y
desarrollaron formatos con ese fin. Pero no eran especialistas en comunicación. Los actuales infografistas recogimos su legado, lo
ampliamos, combinamos y actualizamos, hasta dotar el resultado de unos parámetros, de un código ético, que transformó el
significado del vocablo inglés original “infographic”, acrónimo de “grafismo realizado por ordenador”, por el actual de
“información gráfica”. Habíamos construido algo nuevo: la infografía moderna.

Debido en parte al escaso número de profesionales cualificados, mi carrera dentro del periodismo fue veloz: en cuatro años pasé
de redactor a Director de Infografía en El Periódico de Catalunya. Y con la misma velocidad, sometido a los parámetros que nos
habíamos autoimpuesto: del entusiasmo de crear una profesión a un profundo aburrimiento.

Tengo en gran valor el aburrimiento. El aburrimiento se me produce frente a la ausencia de estímulos emitidos por algo
desconocido: algo que aprender. Grandes cosas se han logrado gracias a la necesidad de llenar el hastío.

La oportunidad llegó desde la otra punta del planeta: Argentina. El diario Clarín, con su más de un millón doscientos mil
ejemplares vendidos diarios, tenía la mayor circulación en habla hispana del mundo. Se encontraba sumergido en un profundo
proceso de reingeniería y rediseño que era seguido con enorme interés por los medios de referencia de habla hispana y Brasil. Se
me ofrecía la oportunidad de construir desde cero un departamento de infografía periodística en una cultura donde no existían
precedentes.

Los inicios en Clarín resultaron una dura prueba: la absoluta ausencia de interlocutores hacía que la solitud profesional fuera
total. Pero esa misma circunstancia resultó ser una excelente oportunidad: repensar los parámetros que habíamos establecido
recientemente para la profesión y por los que, de algún modo, me sentía constreñido.

Es cierto que no habían infografistas en Argentina, pero no es menos cierto que el país tenía una tradición en diseño similar a la
española y más rica en periodismo e ilustración. Me encontraba en la pampa: una tierra fértil, con dos cosechas anuales y sin
ninguna delimitación a la vista. Si el problema era estar frente a un vértigo horizontal -como lo definiera Borges- sin coordenadas,
sin señalética, sin los límites imprescindibles para poder construir, bien podía ser yo quien los marcase.

La construcción de parámetros autoimpuestos, que delimiten un campo de acción en el que poder trabajar con libertad: algo que
se me hace imprescindible en cualquier actividad, llamémosle artística, se inicia en aquella época lejana. Del mismo modo que
burlar el aburrimiento como primer paso hacia la construcción de algo personal. No es posible escapar del aburrimiento, hay que
llenarlo. En mi caso, aprender llena el hastío, pero ¿de quién? En Clarín comprendí que, llegados a cierto punto, aprender
significa innovar.

Transité la deconstrucción de los parámetros de la infografía moderna en poco más de un año. Profundizando en los criterios
consensuados de claridad, síntesis y rigor informativo, establecí un amplio y rígido Manual de Estilo para la producción de
gráficas cotidianas. La construcción del Manual era en sí mismo un hecho innovador: los medios de la época –también hoy-
carecían de un libro de estilo. Tener en mis manos, negro sobre blanco, los conceptos en los que se sostenía la infografía moderna,
me permitía romperlos. De las numerosas rupturas surgieron diversas conclusiones. La que tuvo más impacto dentro de la
profesión, se conoció como ‘estilo Clarín’; algo que yo prefiero denominar ‘la estética como ética’.

Siendo la infografía esencialmente comunicación visual, se me hacía un desperdicio presentar todas las imágenes contenidas en
una infografía, figurativas o abstractas, en el mismo estilo, indistintamente del tema que tratasen. Todos los medios entonces —y
ahora—, presentaban sus infografías mediante dibujos con vectores. Una estética aséptica, de colores fríos, culturalmente
‘científica’. Según mi reflexión, eso suponía desperdiciar la estética, ya que no comunicaba más que en un sentido: ‘si tiene esta
estética es cierto’ (algo que, por otra parte, no es cierto).

Nuestra forma de comunicación más concreta es la palabra. Pensamos en palabra; más aún: palabra escrita. Sin embargo, la
imagen es la comunicación más veloz. Por tanto, cuando un lector abre un periódico o mira una página web, lo primero que ve son
las imágenes: fotos, ilustraciones, publicidad e infografías. El ojo del lector divaga por la página o pantalla y se detiene en la
infografía ¿Por qué? Porque al contener palabras, información precisa, exige de su cooperación. Disponíamos del punto de
impacto visual del lector, del principal inductor a la lectura y no le sacábamos partido mandándole información visual sobre el
tema tratado.

La propuesta de Clarín consistió en buscar la estética apropiada a cada tema sin renunciar a los principios fundamentales de la
infografía moderna.

Con mayor o peor fortuna, bajo lo que hoy parece un concepto sencillo, en Clarín produjimos una multitud de trabajos que
revolucionaron la forma de hacer infografía y que todavía hoy se republican. Trabajos como ‘Houdini’, ‘Lo hicieron de goma’, ‘La
Barcelona de Antoni Gaudí’, ‘El fileteado argentino’ o ‘Un mundo de sensaciones’, cada uno con su singularidad gráfica acorde al
tema. Casi siempre hechos de forma manual por exigencias de la estética, siendo la presencia del ordenador imperceptible al
reducirlo a su faceta más práctica: la edición.

El concepto era sencillo pero arriesgado: si intercambiamos la estética de cualquiera de estas infografías por otra, el resultado es
un desastre informativo.

La apuesta, muy bien acogida por nuestros lectores, fue un claro caso de éxito que despertó el interés de profesionales de todo el
mundo.

Sin embargo, el primer ejemplo de este concepto que eclosionó en Clarín, lo había realizado años antes, durante los JJ.OO. de
Barcelona 1992, para El Periódico de Catalunya. Se trata de una infografía histórica sobre los juegos en la antigua Grecia. En gran
medida, había entrado a trabajar en el diario para poder disponer de unos ordenadores que entonces eran impensables para un
particular, pero poco tiempo después, me parecía que se hacia de ellos un uso inadecuado por excesivo. Por este motivo, realicé
los dibujos de Olimpia de forma manual en la técnica del ‘scratchboard’, con colores que dotaban al infográfico de un aire de
ornamentación griega. El trabajo recibió diversas distinciones, incluyendo un Oro Malofiej. Peter Sullivan, uno de los padres de la
infografía moderna, advirtió del uso estético con fines informativos que el gráfico contenía, tal como recoge en el libro
Information Graphics in Color editado por IFRA. Sin embargo, aunque pueda parecer sorprendente, no me di cuenta de que estaba
abriéndome un camino propio.

Desde la perspectiva que ofrece el paso del tiempo, aprecio aquí otra clave que ha trazado el sendero hasta hoy: la humanización
(‘emocionalización’ sería más exacto) de un modo de narrar que cultural e históricamente se ha mantenido vinculado a la ciencia
y su divulgación, es decir a la búsqueda de la panacea de la objetividad. La presencia del sujeto, tanto la del comunicador como la
del receptor, se magnificaba en los trabajos del Clarín de aquellos años. La subjetividad de ambos se introducía en la narración de
hechos objetivables.

Tras llevar la estética al terreno de la ética –o viceversa- y expandir el criterio a todas las páginas del diario con trabajos hechos
por las personas que formaban el equipo de Clarín que no dejaba de crecer, me formulé otra pregunta sin necesidad de pasar por
el aburrimiento: la posibilidad de crear infografías de autor sin renunciar a los criterios éticos de la profesión. Incluso
manteniendo el concepto estético recientemente incorporado.

Podía reconocer al autor de algunos textos sin necesidad de leer su firma; lo mismo me sucedía con algunos colegas
fotoperiodistas ¿Era la infografía un caso aparte? La respuesta a esta pregunta se encuentra en un pequeño grupo de trabajos
realizados personalmente, desde la elección del tema hasta la puesta en página: ‘La ballena franca’ (reconocido, extrañamente
desde mi punto de vista, por la Society for News Design, como el más influyente del periodo 1992/2012-) ‘El mapa del genocidio
de Ruanda’, ‘Oro Verde’, ‘Antes de convertirse en humo’ y ‘Radiografía de un cigarrillo’, ‘El huracán que vino de Ásia’, ‘Viagra, la
píldora de fin de siglo’, ‘Hello Dolly’, ‘Eureka’ y poco más (a excepción de los coleccionables ‘Historia de la Argentina’ y ‘Mi país
Uruguay’ realizados en equipo).

Había dotado a las infografías de un estilo gráfico propio. Cómo fuera ese estilo me parecía irrelevante, lo importante era qué se
podía hacer. La subjetividad en mi propuesta infográfica se convertía en pieza principal, sin salir de la infografía ¿Por qué el
gráfico de la ballena está hecho en colores ocre? Porque tenía en mente los viejos carteles escolares de mi infancia más que el mar
¿Por qué la ilustración central está construida mediante pequeñas imágenes alegóricas al mar? Por un placer gráfico personal
(probablemente un lector que descubra el juego lo valore, pero no es informativamente relevante) ¿Por qué ‘Oro verde’ está
coloreado con el propio té de yerba mate sobre papel hecho, expresamente, con la misma yerba? Incide en la información, sin
duda, pero el motivo hay que buscarlo en el deseo.

El sencillo gráfico ‘Salarios que no alcanzan’, , conocido en la profesión como ‘el gráfico del pan’, pareciera formar parte de este
pequeño grupo, sin embargo, es un caso aislado con el que materialicé, sin darme cuenta, la opinión en un gráfico informativo. Un
‘accidente’ inspirado en los trabajos de Nigel Holmes, que me resultó muy útil posteriormente.

Pero la revisión de los parámetros infográficos que trazamos desde Clarín no se acotó a la estética. Ampliamos las temáticas
tratadas mediante la infografía más allá de lo que era habitual.

Mi argumento para la elección de un tema frente a otro, era, de nuevo, el sujeto ¿Cuál? yo mismo: si a mí, que era un lector, me
parecía interesante, ¿por qué no a otros lectores? A fin de cuentas, soy el lector que mejor conozco. Temáticas populares,
próximas, cotidianas. En las que, de algún modo, nuestros lectores pudieran verse reflejados. He aquí otro rasgo –solo un rasgo-
común con mi forma de proceder actual. Si antes el tema era el consumo de yerba mate, ahora es el café que consume un
individuo concreto; si antes era todo lo que se puede saber sobre nuestra sexualidad según el modo en que escribimos, ahora es la
vida sexual de una pareja en concreto.

Pintado al óleo sobre chapa de metal e ilustrado con una composición de objetos de desecho, ‘Eureka’, profundamente radical en
fondo y forma, fue el último de ese pequeño grupo de trabajos. A pesar de contar con fuentes fiables y contrastadas,
temáticamente se encontraba fuera de toda agenda periodística y su contenido humorístico bien podría parecer inventado. Me
llevó a un límite que no sabía como traspasar. Estaba a paso y medio del trabajo que años después desarrollé como columnista de
opinión en ‘La Vanguardia’, pero no supe encontrar el sendero por donde cruzar el arroyo sin dinamitar el puente tras mi paso.
Nuevamente: conseguido un objetivo, la repetición y el aburrimiento. Lo cual abre otra posibilidad.

Sin saber cómo avanzar, abandoné Clarín y durante unos años me dediqué plenamente a la consultoría, algo que no llenaba mi
afán de aprender y que, por tanto, da una idea de lo que lamento repetirme.

Obviamente, si un medio me contrataba como consultor de infografía era por que su conocimiento era escaso. Así que debido a la
confusión que todavía reinaba en muchos medios europeos, que estaban recorriendo el camino que años antes recorrimos en
España, me veía obligado a repetir hasta la saciedad: “la infografía es periodismo, no es arte”.

Hasta que un día terminé la frase que sentía incompleta: “La infografía no es arte… pero el arte puede ser infografía”. Se trata
de un retruco de estilo duchampiano –a fin de cuentas, fue Duchamp quien abrió la posibilidad a que ‘cualquier cosa’ fuera arte-
que, de hecho, establece que la infografía sí puede ser arte. Pero no en un medio de comunicación (o al menos eso creía entonces).

La infografía, en tanto que herramienta de comunicación, no es arte; de hecho, en sí misma no es nada. La infografía es ‘solo’ la
herramienta. Con ella se pueden narrar hechos o verdades, realidad o ficción. Existe un mal entendido cultural e histórico que ha
vinculado la infografía como herramienta al servicio de lo objetivable, pero en ninguna parte está escrito que esa sea su única
posibilidad. Decir tal cosa, equivaldría a decir que con la palabra solo se puede escribir ensayos o poemas. Lo realmente
importante es el adjetivo que necesariamente debe acompañar a la palabra infografía: periodística, científica, estadística, al
servicio del marketing o, aunque poco habitual, de las prácticas artísticas.

La infografía como herramienta de reflexión abstracta no es nada nuevo: de Copérnico a Einstein, los científicos la han usado para
concretar complejísimas reflexiones (no en la línea cuantificable de Snow, Playfair y compañía). Reflexiones con vocación de
verdad empírica, pero que en tanto no se demostraba quedaba en teoría. Una forma de opinión gráfica. Por supuesto, muchas de
estas teorías quedaron sin demostrarse o resultaron equivocadas ¿Frente a qué tipo de infografía nos hallamos entonces?
Probablemente el caso más significativo de este caso sea el ‘Manuscrito de Voynich’.

Pero existe un precedente del uso de la infografía con fines conscientemente al servicio de la construcción de una pieza de arte. El
caso, además de por su singularidad, es importante por la importancia de la obra y de su autor: ‘La mariée mise à un par ses
célibataires, même’ que Marcel Duchamp –nuevamente, siempre- inició en 1915 y dejó “definitivamente inacabado” en 1923. La
principal obra del artista más influyente de siglo pasado cumple todos los requisitos contemporáneos para ser considerada una
infografía:
- Es esencialmente visual.
- No tiene voluntad estética. Construida con hilo de cobre y coloreada con barniz y polvo, el trazo busca, según el propio
Duchamp, la estética del manual de instrucciones. Otro modo de ‘protoinfografía’ contemporánea al artista. La imagen
huye de ‘el gusto’, un concepto que el artista detestaba.
- Todos los elementos incluidos responden a la finalidad de explicar algo. En El gran cristal, como también es conocida
popularmente la obra, no hay ninguna imagen cuyo fin consista en decorar. En ‘La caja verde’, receptáculo del cual
Duchamp editó una serie limitada de 320 ejemplares, se encuentran todas las explicaciones detalladas de cada imagen
trazada sobre el cristal.
- Aunque esencialmente visual, la obra fue concebida para ser acompañada por unos textos “disasociados” –según
Duchamp- es decir complementarios a lo visual. Unos textos que llegarían donde la imagen no podía y viceversa. Aunque
la obra quedó inacabada, los textos que debían acompañar la imagen se encuentran en ‘La caja verde’.

La diferencia de concepto es evidente entre El gran cristal y las infografías ilustradas que un siglo después haríamos en prensa: la
primera nos explica el funcionamiento de una “maquina hilarante”, fruto de la imaginación del autor y, por tanto, nace y se
desarrolla buceando en la más radical subjetividad. Las que publican los medios buscan la narración objetivable. La herramienta
de comunicación es la misma: la infografía. Lo que cambia es el adjetivo que la acompaña, el contenido y su finalidad. La infografía
con fines artísticos es subjetiva y la periodística objetiva –si tal cosa existiera.

Comprendo a quienes dicen que los trabajos que hice para Clarín son “simplemente arte” (Nigel Holmes, Malofiej 20, 2013.
Explanation Graphics, New York). Sé que pretende ser un halago, pero en cierta época no me caía demasiado bien. A decir verdad:
me sentaba fatal. En primer lugar por que esa no era mi intención: eran trabajos concebidos como periodismo. Si habían
resultado arte –algo que en mi concepción era antítesis de comunicación objetiva- había fracasado. En segundo lugar, porque, de
querer hacer arte, esperaba ser capaz de algo más inteligente.

Aún y sin concretarse en nada tangible (siempre deseé ser artista sin obra, algo para lo evidentemente no estoy capacitado), por
primera vez sabía que me estaba acercando a las prácticas artísticas mediante el uso de la infografía. La posibilidad me pareció un
descubrimiento excelente: disponía de suficientes límites para poder trabajar libremente y pocos antecedentes como para poder
construir una singularidad, algo importante para mí y, además, ¡ya dominaba la técnica!

Se podía hacer arte con infografía, ¿pero, ¿cómo y sobre qué? Las temáticas fantasiosas concretadas como algo real, caso de El
gran cristal, me parecían ridículas, una mascarada. Me recordaban el chistoso Eureka que había realizado años atrás, siendo la
información contenida, además de absurda, inventada. Doblemente absurda.

Seguía sin considerar ético introducir conscientemente lo que yo entiendo como arte en los medios (que hayan terminado siendo
consideradas arte las imágenes de fotógrafos como Cappa, Weegee o Henri Cartier-Bresson, entre otros, no las hacia menos
periodística en el momento de apretar el obturador).

Aunque me encontraba desdibujando, todavía más, la línea entre arte y periodismo, no la había desbordado. Podía seguir
transitándola si encontraba el modo adecuado. El modo resultó ‘la opinión’: único género periodístico donde el autor puede
libremente elegir el tema, incluso crearlo, jugando con la ficción, y manifestar su punto de vista sin limitaciones previamente
impuestas.

Debo decir que me resultó sorprendentemente fácil conseguir un espacio privilegiado en La Vanguardia. La dirección apostó
decididamente por la propuesta, publicando mi columna el domingo, día de mayor difusión. A pedido mío, la columna tendría el
mismo aspecto que cualquier otra columna de opinión en las que se utilizaba únicamente la palabra. No quería ninguna
‘advertencia al lector’ que le preparase para una mirada diferente, por lo que se publicaría en la sección de ‘Sociedad’ en lugar de
una más previsible ‘Cultura’. Por supuesto el desconcierto todavía dura a día de hoy, cuando hace ya más de dos años que dejé de
publicarla, toda vez que encontré lo que quería.

Se trataba de un proceso de búsqueda que resultó sumamente difícil para mí, pues los límites pueden no ser demasiado
importantes para otros colegas o para nuestros lectores, pero, como ya he dicho, si lo son para mí: ¿estaba haciendo periodismo o
arte o ninguna de las dos cosas o ambas a la vez?

Utilizaba la columna como una suerte de cuaderno de bocetos donde experimentaba con total libertad formal y temática:
semanalmente me sentía en el abismo. Tampoco fue comprendida por todo el mundo —como no podía ser de otro modo— y
crítica y halagos se repartían a partes iguales. Pero, como una vez me preguntaron, el balance no podía ser negativo: aunque yo
me estuviera equivocando, el error serviría para la profesión -¿cuál?-.

Tras 107 columnas publicadas durante siete años establecí tres modelos esenciales:
a) La infografía ilustrada o diagramática, que desarrolla una idea invitando a la reflexión. Un juego de alguna manera
similar a los diagramas de teorías científicas ‘perdidas’ a las que antes me refería. Algunos significativos serían
‘Excentricos’ o ‘Maldita personalidad’.
b) Las infografías que desarrollan un tema candente de la agenda periodística con información verificada y que
mediante la forma en que es presentada manifiesta una opinión. Podía ser mediante infografía ilustrada (científica) o
mediante la representación de datos (colectivos). Los casos más logrados a mi entender son ‘Pinta y colorea’, como
infografía ilustrada y ‘La ciudad de los turistas’ en cuanto a visualización de datos.
Este grupo minoritario era el que menos interés me despertó, afortunadamente, ya que resulta el más difícil, debido
al equilibrio necesario entre rigor informativo (objetividad) y opinión (subjetividad).
Sin embargo, se trataba del modelo que había dado origen a la columna y sobre el que ya había reflexionado
anteriormente al cruzarme con él de forma inesperada en ‘Salarios que no alcanzan’ (‘el gráfico del pan’).
c) El tercer grupo lo forman visualizaciones de datos de uno o unos pocos sujetos (habitualmente yo mismo o mi
entorno). Este fue el modelo que, poco a poco, empecé a desarrollar en otros formatos. Profundizando, ampliándolo,
construyendo una ética en torno a él. Buceando hasta el fondo, más que siguiendo en la superficie buscando otra isla.
Ni se me ocurría cómo, nadar entre varias corrientes, me había dejado exhausto.

El año 2016 publiqué mi última columna de opinión: ‘¿La fidelidad importa?’, una visualización de los valores que en una relación
de pareja tienen para mí mismo y mi pareja y ex parejas, que dio pie a mi actual trabajo ‘Floraciones superpuestas’.

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Segunda parte.
Tres de diciembre del 2015. Es un día de frío limpio en Londres. Los espacios del Somerset House donde se celebra la
inauguración de la exposición ‘Big Bang Data’ están llenos de gente. He acudido invitado ya que participo con la pieza ‘Vida Sexual
de Una Pareja Estable. Jaime y Francisca. 2010’.

Me paseo entre los trabajos de Stefanie Posavec & Giorgia Luppi, Nicolas Felton y Moritz Stefaner, con quienes comparto sala. Me
gusta la obra de estos artistas pero no encuentro el nexo de unión que supuestamente compartimos.

En realidad, estoy pendiente de la reacción de los lectoespectadores hacia mi trabajo. Es un ejercicio que me resulta sumamente
divertido y enriquecedor.

Dos mujeres muy jóvenes se detienen frente a la representación visual de la vida sexual que compartimos mi mujer y yo durante
el año 2010. Una de ellas comenta que le parece muy bonita la composición abstracta de líneas horizontales de colores. La otra se
fija en la cartela que la acompaña. Mira y lee: gris: sexo sin penetración, rojo: sexo con penetración, azul: sexo con terceros,
amarillo: orgasmo de él, violeta: orgasmo de ella, magenta: orgasmo de ambos, verde: sexo anal, turquesa: otras prácticas, negro:
sin actividad sexual.

Acude a explicárselo a su amiga que estira el cuello hacia atrás abriendo los ojos primero y la boca después (sexo es siempre un
titular de éxito). Ambas diseccionan a corta distancia las 3.285 líneas que forman la visualización: pareciera que haya pasado de
la abstracción al hiperrealismo que merece la pena ver en detalle.

(Encuentro cierta vinculación entre el hiperrealismo y la visualización de datos: ninguno existiría sin una realidad que retratar
fielmente. Ambos representan con la máxima precisión escenarios donde vivimos sirviéndose de toda la técnica necesaria. Pero,
mientras el primero retrata fidedignamente lo visible, quedándose eminentemente en lo visual, el segundo representa
fidedignamente lo invisible y lo lleva al terreno de la reflexión analítica).

Una de las mujeres señala con el índice una franja ancha de color negro (sin actividad sexual) asegurándole una sola palabra a la
otra mujer, sin mirarla: “cistitis”. Tras unos instantes más de observación pasiva, se marcha satisfecha, como si hubiese
descubierto algo importante.

Inmediatamente después se detiene frente a la pieza otra pareja. En este caso un hombre y una mujer jóvenes también, pero no
tanto. El proceso es más o menos el mismo: a) Visualización de la abstracción, b) Lectura de la cartela/leyenda, c) Visualización de
la (ahora) representación. Frente a la franja negra de la “cistitis”, él, de nuevo, asegura: “este tío viaja mucho”.

Me pregunta Jacques Levy (J.L.): Jaime ¿Cómo se te ocurrió la idea de que tu vida personal, la exploración de un ser único
(o dos, o tres), descrita con detalles muy íntimos, pudiera interesar, ser útil a tus lectores, que tienen, probablemente,
una vida muy distinta a la tuya?

‘Ocurrencia’ se me hace sinónimo de ‘inspiración’. La ocurrencia, la inspiración, ‘el accidente’ (en el modo en que lo explicaba
Francis Bacon), forman parte de un proceso creativo, pero solo son gestos si no contribuyen al desarrollo y afianzamiento de una
idea hasta consolidarla físicamente, ya sea mediante la palabra, la imagen, la música o de cualquier otro modo.

No hay ‘un momento en que se me ocurrió la idea de que mi vida personal pueda interesar al público’ (por otra parte: ¿quién es ‘el
público’?. ‘La gente’, ‘el lector’ o ‘el público’ son conceptos, no existen como entidad y, por tanto y a partir de esta convicción, a ‘el
público’ no le puede ‘interesar’ -o cualquier otra percepción- nada. Me interesa la persona, el otro, el sujeto que conformaría los
conceptos colectivos: la chica que tiene cistitis y el tío que viaja mucho).

Mi vida, mis datos, no son interesantes para nadie. La idea es absurda. No interesan a nadie porque no soy nadie. Pero es esto,
precisamente, lo que permite que mis propuestas puedan funcionar: al tratarse de datos de ‘nadie’, el lector o el espectador puede
depositar en ellas sus propios datos, puede hacer que sean alguien. Si se tratase de los datos de un actor famoso, pongamos por
caso, el espectador vería los datos de ese actor concreto, imposibilitando el intercambio.

En tanto humanos, todos somos intercambiables: con mayor o menor facilidad yo podría encajar en tu vida y tú en la mía. Mis
datos podrían ser tú y los tuyos yo.

Presento un formato sencillo, a menudo conocido, para visualizar datos y propongo un tema inherente al ser humano. Lleno la
propuesta con mis propios datos, como un ejemplo que explica el funcionamiento, que ilustra la visualización posible. De este
modo el lectoespectador comprende de forma sencilla el funcionamiento y se encuentra construyendo mentalmente su propia
visualización con sus propios datos. Estos datos sí son valiosos… para él. Cada lectoespectador puede construir su propia
visualización particular. Su verdad. La única posible.

Me he encontrado con directores de espacios de exposición a los que les parecía obscena mi propuesta ‘Vida Sexual de Una Pareja
Estable’, de hecho, ha sido censurada. Pero, ¿qué están viendo en la representación abstracta de unas líneas de colores? ¿Su propia
intimidad, quizá?

Por otra parte, la intimidad en mi obra es una ilusión. Podría decir que cada vez más mi trabajo son des-visualizaciones. Una
deconstrucción de la visualización que hace imperceptible las conclusiones. Sin conclusiones los datos carecen de valor y la
intimidad aparece borrosa.

En cualquier caso, mi propuesta es abierta para ser terminada por el lectoespectador –quisiese o no, sería así - y aún y siendo la
intimidad un debate que no me interesa especialmente en mi trabajo, es un tema contemporáneo, interesante.
En un mundo donde “vivir es colaborar”, comprendo y me sorprende simultáneamente, que las primeras reflexiones que genere
mi trabajo giren en torno a la intimidad. La intimidad deja de ser tal cosa cuando es expuesta. Se convierte en pública: ya no es un
‘yo’, es otra cosa. Puede ser un ‘nosotros’.
Nunca sabes hacia donde va a reflexionar el lectoespectador. Algo que celebro, pues activa a la vez mi propia reflexión.

J.L. ¿Qué significado confieres a las realidades únicas?

Veintidós de julio del 2016. Lima es una de esas ciudades donde siempre pasas frío porque no hace frío. Me encuentro haciendo
una visita guiada en Fundación Telefónica donde estará expuesto varios meses mi cuatríptico ‘Un diagrama familiar’ (título que
alude simultáneamente al familiar modelo de diagrama propuesto y al tema tratado: la percepción de mis relaciones con el núcleo
duro de mi familia: mi mujer, mis dos hijos y mi madre).

Antes de terminar la explicación, una mujer mayor que se encuentra a mi lado reflexiona en voz alta: “entonces, si el rojo es mi
marido…”. Le ha quedado muy claro que ‘el rojo’, en mi trabajo, es mi mujer.

Probablemente sea por mis veinticinco años de profesión periodística que mi interés principal sean los hechos (o, probablemente
me haya dedicado al periodismo tantos años por este motivo). Pero mi percepción de los hechos que son importantes, de lo que
es objetivo y subjetivo, de lo que es verdad/mentira, ha ido mudando a lo largo de los años de forma radical.

Las actuales visualizaciones que contienen millones de datos recogidos con modernas tecnologías que prescinden de la
intermediación del individuo, haciendo de esto un valor, se supone que somos todos. Por tanto son nadie.
Recogemos, procesamos y representamos cantidades ingentes de datos para obtener respuestas que no sirven para nada. Aunque
las preguntas fueran valiosas -que no suelen serlo- faltarían los actores.

En los hechos (los datos son los hechos más precisos que existen) de lo que hace un individuo concreto (o dos, o tres), frente a un
tema concreto, en un momento dado concreto, otro individuo concreto puede verse reflejado en un momento dado concreto,
frente al mismo tema concreto. Por analogía o por oposición. Un individuo puede ser todos los individuos. Todos tenemos una
vida sexual o una familia. O no, que para el caso es lo mismo.
La subjetividad se me hace la única objetividad posible. “Son tantas las verdades”

J.L. En tus producciones gráficas, el espacio, la geografía de los lugares y de la movilidad tiene una importancia notable
¿Por qué?

Bueno, hay pocas certezas, una es que tenemos un cuerpo y una mente que vive en un espacio físico. Sin la cartografía existiría,
pero no lo visualizaríamos. Hay muchos mundos que no podemos visualizar porque no han sido cartografiados. Esto no significa
que no existan.

En los últimos años, de la mano de las nuevas tecnologías y plataformas de divulgación individual y del fenómeno conocido como
‘Big Data’, estamos sacando a la luz muchos de estos mundos que construimos con nuestra actividad vital. Pareciera que nos
hemos hecho conscientes de un hecho obvio: las personas construimos geografías. No debería sorprendernos: hace mucho
tiempo que vivimos en el mapa político más que en el físico.

En cualquier caso, cartografía son datos. Para mí es, esencialmente, otro modo de representarlos. A veces algún tipo de
cartografía es el modo más natural de visualizarlos.

Los datos que usemos dependerá de la realidad que queramos dibujar. Al igual que en otras visualizaciones, la única que me
interesa es la particular. La cartografía singular frente a las cartografías de verdades colectivas como nación, norte/sur,
ellos/nosotros que, además de viejas, son alienantes y peligrosas.

El territorio es el tema: sexualidad, deseo, frustración, amor, muerte… La cartografía es cómo vivimos el territorio. El territorio es
común, la cartografía única.

J.L. En tu rememoración experimental de tu vida porteña, optaste por tratar como realidades comparables
informaciones verificables y memorias subjetivas. ¿Como te representas esta posición epistemológica?
Del mismo modo que visualizar la geografía del otro puede arrojar luz sobre la nuestra, visualizar la cartografía de nuestro
pasado puede iluminar el presente. En fin, es un recurso viejo: tumbarse en el diván ya ni tan siquiera se lleva…

Cuando se habla de emociones, de sentidos y sentimientos: ¿qué es una información verificable? Registrar un martes a la noche
que a las doce del mediodía he tenido una experiencia significativa vitalmente no es menos subjetivo que la memoria.

De hecho, con esta posición epistemológica se traza la pregunta: ¿qué es más realidad, lo que vivimos o lo que recordamos que
vivimos? Desde mi punto de vista la respuesta es clara: lo que sucedió es lo que en el presente recordamos. No estoy diciendo eso
de ‘solo existe el ahora’ (¡por Dios!), porque no existiría presente sin pasado.

J.L. Tu estatuto de artista-periodista te coloca aparentemente bastante lejos de un investigador en ciencias sociales. Sin
embargo, tus trabajos aparecen muy similares a los que un académico podría (o soñaría) hacer. ¿Cómo explicas esa
proximidad?
No tengo la más remota idea de lo que pretendería un académico, un investigador en ciencias sociales. Mi experiencia académica
es nula. Si existe tal proximidad mi respuesta es sencilla y se encuentra, repetidas veces, en este texto.

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