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Facultad de Teología
Programa Magíster en Teología.
Un ensayo de Soteriología
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1.- ¿A qué nos referimos cuando hablamos de “salvación”?
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inviolabilidad, es decir, conservando su esencial valor ontológico de tal forma
que la salvación verdaderamente comporte e integre una salvación en el ser en
el sentido de una llamada a su propia consumación y planificación entitativa.
Junto a esta dimensión metafísica de la comprensión de salvación también se
hace necesario integrar aquella otra dimensión humana por esencia y que dice
relación con la historia, pues cualquier tipo de salvación, sea en el plano
metafísico o religioso no puede sustraerse a esa dimensión histórica de la cual
toda la realidad material y espiritual está perneada. En efecto, no hay
salvación que no sea de carácter histórico, pues cualquiera que ella sea, debe
acontecer primeramente en el hodie del hombre sabiendo que muchas de las
causas que originan la no salvación del hombre se hunden en la
responsabilidad humana y, por tanto, en la libertad aun cuando reconozcamos
que algunos de estos males provengan de la limitación e imperfección de la
naturaleza. La salvación así comprendida remite y toca ante todo la historia,
aquella misma que el hombre construye por su propia libertad tanto en el
plano individual como en el ámbito colectivo o social.
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bueno (Gén. 1, 1-31). La creación es el don de Dios al hombre en donde Dios
se autocomunica en su bondad pero que la pone a disposición del hombre para
que la trabaje y la acoja como una tarea a realizar para poder perfeccionarla y
perfeccionarse a sí mismo. Como tal, la creación, es decir, el mundo, también
está llamado a la perfección o a la consumación última (Col. 1, 15-17); desde
ya ha sido creado por Dios para ser consumado y por esta acción soberana de
creación de Dios se inicia la relación creador-creatura en un diálogo incesante
entre ellos, interpelación al hombre de parte de Dios que acontece y se verifica
en un diálogo de historia salvífica a partir de un proceso de autodonación
divina a sus criaturas. Es muy interesante, en este sentido, que la palabra
técnica para denotar la acción creadora sea el verbo bara. Junto con ser un
verbo de carácter estrictamente teológico, que es siempre usado en relación a
Yahvé como creador éste remite a esa acción absolutamente inédita de Dios al
crear y ya en el Déutero-Isaías dicha acción va ligada a acontecimientos
histórico-salvificos. Por eso la teología de la creación afirmará que así como
Dios crea el mundo, así también salva lo creado, uniéndose así el próton y el
éschaton 3 La convergencia de la acción creadora de Dios (próton) con la
escatología pone de manifiesto, a su vez, que la experiencia de salvación
histórica que el hombre experimenta siempre es parcial, siempre se trata de
liberaciones parciales en contraste con la salvación que remite a una
experiencia de totalidad y plenitud y que, por tanto, sobrepuja todo lo
humano. La salvación que remite, finalmente, a lo escatológico, nos recuerda
que esta plenitud de salvación todavía no ha llegado y que, por tanto, no
alcanza a ser total pues el último enemigo es la muerte, experiencia que
introduce en la vida la angustia y el sobresalto de la aniquilación, pero que
está para el cristiano traspasada de esperanza pues remite siempre a un
futuro. La salvación en perspectiva escatológica nos coloca de cara a la
experiencia de la muerte como finitud humana y como radicalización extrema
de esa salvación, pues de ella no nos podemos salvar por nuestra propia
cuenta sino que ella acontece como un don de Aquel que es dueño de la vida.
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al hombre, sino que el hombre, desde la creación, ha sido hecho para recibir
por gracia la cualidad de ser hijo de Dios. La salvación así, desde el principio
de la encarnación, alcanza a toda la realidad humana e histórica. Si Cristo se
ha encarnado por nuestra salvación entonces esto significa que la salvación se
ha hecho histórica y que por tanto el hombre no puede buscar una salvación
trascendente al margen de lo histórico reduciéndola a una “salvación del
alma”, ni tampoco se puede reducir ésta sólo a una salvación de los estrechos
límites intrahistóricos y terrenos, pues ella, la salvación la supera
sobreabundantemente. Como afirma un teólogo: “La salvación ha de
comprenderse de manera total. Por eso se ha de ampliar necesariamente a la
realidad carnal, corporal: es salvación de la carne (resurrección), es vida
eterna (inmortalidad). Es conocimiento y plenitud. Pero hay que extenderla
también a la realidad social e histórica. No es una salvación que se dé en otro
mundo; se da ya aquí, en nuestra historia, si bien de modo incipiente, no
todavía plenamente manifestada” 4 En este mismo sentido, la salvación por el
mismo principio de la encarnación no puede dejar de ser cristológica, ya que
en Cristo no se separa lo divino de lo humano pero tampoco se confunde 5 El
hombre está llamado, en suma, a ser salvado y esto significa ser cristificado.
Los modelos soteriológicos clásicos hoy día parece que no logran decirle
mucho al hombre moderno. Categorías como sustitución, expiación,
satisfacción, sacrificio están bajo sospecha como dice un autor moderno 6 y se
requiere, para una mayor intelección de ellos, una verdadera repristinación.
Nos parece que puede ser un aporte a la soteriología colocar las categorías de
salvación desde los esquemas de plenitud por tratarse de unas categorías que
dicen relación directa con aquellos procesos humanos que se verifican en la
existencia concreta del hombre. Sin embargo, al utilizar este esquema
debemos tener la prevención de no agotar los procesos de plenitud o de
realización de lo humano a algunas fases sino más bien abrir este mismo
llamado a la plenitud a un horizonte transhistórico y transtemporal, pues de lo
contrario la salvación a la que somos llamados y que se nos otorga en
Jesucristo redentor corre el riesgo de quedarse en lo inmanente y transitorio,
que ciertamente es válido per se pero que no agota totalmente lo que Dios nos
regala como don indisponible y gratuito. En este sentido una categoría que
puede interpretar profundamente al hombre de hoy tiene que ver con ese
llamado profundo que está en todo hombre de realizarse plena y
definitivamente a sí mismo. Se trata, en el fondo, de que el hombre está
llamado a saciar esa profunda sed de infinito y que se manifiesta a través de
sus diferentes dinamismos interiores para lograr la plena identificación consigo
mismo. No se trata tan sólo de lograr mayores niveles de plenitud psicológica
en el sentido de desarrollar un proceso de perfecta individualización ni sólo de
liberarse de la experiencia de unos proyectos de vida nefastos (Drewermann),
4
Maximino Arias R., “Visión global de una teología de la salvación”, en
Teología y Vida, Vol. XXXIV (1993), p. 96.
5
Denzinger-Hunermann 302.
6
Olegario González de Cardedal, op. cit. p. 535.
5
sino de percibir de que el ser humano es un ente precario, contingente y no
fundamentado sobre sí mismo y que, por tanto, desde sí no puede lograr, por
sus solas fuerzas, ese nivel de plenitud y de realización al que se siente
llamado. El hombre necesita de ayuda para conseguir su propia consumación.
Jesucristo se erige entonces como la respuesta definitiva a esta aspiración. Él
es el hombre plenamente divinizado y modelo de completa y absoluta
humanización para el hombre. En el Dios hombre Jesucristo el hombre
encuentra su completa humanización y hominización llegando a ser
plenamente asumido por Dios. Sin embargo, puede surgir la pregunta:
¿cuándo y cómo se logra esta plenitud? Para la fe cristiana tal estado de
plenitud sólo se logra plenamente en el éschaton, pero eso no impide que el
hombre, en su estado actual, no pueda participar desde ya en esa llamada a
una vida plena y definitiva. En efecto, el hombre comienza a participar de esa
vida plena en la medida en que se abre a la acción de la gracia de Dios,
acogiendo la invitación de Cristo a convertirse y creer (Mc. 1,15) pues, todavía
no se manifiesta plenamente lo que seremos (1 Juan 3,2) ni tampoco vemos
en el presente que todo esté sometido a Cristo (Hebreos 2,8); sin embargo,
dicha salvación se concretizará cuando “Dios sea todo en todas las cosas” (1
Cor. 15, 28).
Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi 7 plantea que toda actuación del
hombre en donde se esfuerce por mejorar el porvenir de los mismos hombres
o se comprometa por la lucha de un mundo más humano y más justo es un
acto de esperanza. En gran medida, podemos afirmar que la salvación se
sustenta en la esperanza. Claro que en una esperanza mayor, pues aquellas
otras esperanzas, aquellas que son expresión de la confianza en nuestras
propias fuerzas y posibilidades pueden terminarse y ser destruidas por la
experiencia del fracaso y la frustración. Sin embargo, estamos llamados a una
esperanza que sobrepuja toda esperanza humana. Es la “esperanza-certeza”,
como dice Benedicto XVI, de que a pesar de las frustraciones históricas del
hombre por conseguir su propia salvación, existe ese “poder indestructible del
Amor” de Dios que infunde ánimo para seguir caminando y luchando. La
certeza de esta esperanza que es Dios mismo nos ayuda a entender que la
salvación finalmente sigue siendo un don desproporcionado e indisponible
para el hombre pero que, a pesar de eso, Dios espera nuestra colaboración y
nuestro obrar porque para Dios no le es indiferente la acción del hombre ni al
hombre le debe ser indiferente su acción en el desarrollo de la historia.
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N° 35.
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