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Universidad de Guadalajara.

Centro Universitario de Ciencias sociales y Humanidades


Metodología Del Análisis Textual
Mitzel Marilú Macías Sánchez

Si el corazón pensara, dejaría de latir

Los girasoles ciegos, obra de Alberto Méndez publicada en el año 2004, es una novela
compuesta de cuatro historias dolorosas, emocionantes, duras, ambientadas en la época de la
posguerra española. Cada historia es un relato que supone una derrota.
La estructura de la obra es bastante peculiar, pues los relatos se enlazan entre sí ya
que en cada una de las historias hay un detalle que hace que se conecte con otro de un relato
distinto. Las historias pueden leerse independientemente y ser entendidas con facilidad, por
lo que la relación entre ellas pasa a un segundo plano. De esta manera, el texto nos orienta al
mismo tiempo en lo general y lo particular.
Los personajes protagonistas de cada una de las historias aparecen, en cierto modo,
desorientados, perdidos, ciegos… pues todos son girasoles ciegos. Ellos son vencidos dos
veces, no sólo durante la guerra, sino después de ella. Hay persecución y represión. El miedo,
el silencio, la soledad y el encierro son constantes en todos los relatos, y logran manifestarse
en la estructura de la obra a través de espacios cerrados, haciéndonos sentir parte de esa
historia, de esa opresión de los personajes.
A pesar de tener el factor común de la guerra, los relatos hablan del dolor y sobre los
efectos de la guerra de una manera más personal y no en un campo de batalla, presentando
los desastres individuales, derrotas y derrotas en la derrota misma.
En este ensayo, me enfocaré por completo en el segundo relato llamado Segunda
derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido que para mí, es el mejor logrado y
sobrecogedor de los cuatro. Cuenta con un narrador en primera persona (el personaje que
escribe la historia) y un narratario, quien es el que lo encuentra. El relato cuenta de manera
dramática la historia de Eulalio, un joven poeta republicano, que tras la guerra, huye hacia
las montañas en compañía de Elena, su mujer embarazada. En un escenario solitario y frío,

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en medio de una naturaleza hostil, cruenta e invernal, la muchacha da a luz a un niño y muere
tras el parto.
La técnica con la que fue escrito nos permite adentrarnos en los entresijos de la
psicología y los sentimientos íntimos del protagonista que es, a la vez, el narrador. Según
Natasha Michelle, uno de los componentes más importantes de una novela es el que habla,
pues es quien domina la tensión del estilo y la primacía de la lengua. Esta primacía exige la
regularización de diferentes problemas: el de la distancia entre autor y lector; el de la relación
entre el elemento de mixtura y la lengua; la cual a su vez pertenece y no pertenece a esta
mixtura de distancia pues entre la lengua constituyente y la lengua constituida. .
En el caso de este relato, se logra exitosamente la cercanía del lector con el
autor/narrador. La trasmisión de sensaciones y pensamientos plasmados en el texto que juega
con el amor como móvil de la supervivencia:
“Elena ha muerto durante el parto. Sorprendentemente el niño está vivo. Ahí está,
desmadejado y convulsivo sobre un lienzo limpio al lado de su madre muerta. Y yo no sé qué hacer.
No me atrevo a tocarlo. Seguramente le dejaré morir junto a su madre, que sabrá cuidar de un alma
niña y le enseñará a reír, si es que hay un sitio para que las almas rían. Ya no huiremos a Francia.
Sin Elena no quiero llegar hasta el fin del camino. Sin Elena no hay camino. ¿Cómo se corrige el
error de estar vivo? ¡He visto muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno!” (Méndez,
2004: 24).

Con el paso del tiempo, encuentra un segundo móvil en la criatura recién nacida,
supone una justificación para su propia supervivencia, a ella se aferra el protagonista de
forma casi autómata, pero carga en la conciencia con sus decisiones mal tomadas, el permitir
que su amada lo acompañara a un viaje sin rumbo, a un escapar de la muerte segura para
encontrar una muerte incierta. La derrota ya es por sí misma gracias a las circunstancias, el
frío y la inanición; pero la criatura, su hijo, lo impulsa a continuar más allá de la frustración
y el horror vivido.
“El niño está enfermo. Casi no se mueve. He matado la vaca y le estoy dando su sangre.
Pero apenas logra tragar algo. He hervido trozos de carne y huesos hasta hacer un caldo espeso y
oscuro. Se lo estoy dando disuelto en agua de nieve. Todo huele, otra vez, a muerte. Está muy
caliente. Ahora escribo con él en mi regazo y duerme. ¡Cuánto le quiero! Ya no recuerdo los
poemas que recitaba a los soldados. Con el hambre lo primero que se muere es la memoria. No

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logro escribir un solo verso y, sin embargo, en mi cabeza resuenan mil nanas para mi hijo. Todas
tienen la misma letra: ¡Elena!” (Méndez, 2004:34).

En esta historia, centraría la reflexión en el amor -a la amada, al hijo- como motor de


vivencia y supervivencia ante la vida, como algo que nos ayuda a elevarnos sobre los
sinsabores y horrores de lo cotidiano o en los casos más extremos, incluso con un alma
sensible como la del protagonista que nos hace partícipes de su historia en primera persona.
Nos hace partícipes de su yo. Pero, ¿qué es ese sujeto?, ¿qué decimos cuando decimos yo?,
¿quién es yo?
Para Mijail Bajtin, en primera instancia, el otro es simplemente alguien que no soy yo, otro
inmediato y cotidiano, y yo es no ser otro. “El otro es la primera realidad dada con la que nos
encontramos en el mundo, cuyo centro, naturalmente, es el yo, y todos los demás son otros
para mí. Percibimos este mundo mediante una óptica triple generada por mis actos llevados
a cabo en presencia del otro. Yo-para-mí, yo-para-otro, otro-para-mí” (Bajtín, 2000: 16).
En el relato, se muestra perfectamente ese sistema de relaciones que según Bajtín, es
la base del mundo real. Al morir la amada, joven, en el parto de su propio hijo, la vida (no su
vida) deja de tener sentido. Él ya no se ve, así como tampoco ve a su hijo recién nacido. Él
era para Elena y al dejar de existir, deja de ser él. «No es justo que comience la muerte tan
temprano, ahora que aún no ha habido tiempo para que la vida se diera por nacida. Sólo soy
culpable de no haber evitado que ocurriera lo ocurrido. No aprendí a sortear la pena y la pena
me ha amputado a Elena con su dalle».
De alguna manera, al pasar tiempo con el bebé, al escucharlo llorar, al verlo morir
lentamente, intenta de forma desesperada salvarle la vida en memoria de Elena. Me parece
que aquí van tomados de la mano los conceptos de yo-para-otro y otro-para-mí, pues Eulalio
lo es todo para la existencia del bebé así como el bebe se convierte en la fuente de ser para
Eulalio, pues la interpolación del adverbio de adición viene a resaltar, pues, la presencia de
algo fuera del yo: el otro. Dice Bajtín: “Yo existo para otro y con la ayuda del otro. Sólo al
revelarme ante el otro, por medio del otro y con la ayuda del otro, tomo conciencia de mí
mismo, me convierto en mí mismo” (Bajtín, 2000:22) A pesar de tener un motivo por el cual
sobrevivir, él sabe que el final es irreversible pues el instinto supervivencia se une al deseo
de no sufrir una segunda derrota, al deseo de no darles una última satisfacción a los

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vencedores, por ello es entendible que no buscase ayuda. Al besar por primera vez a su bebé
le embarga la pena, pues no sabe si su ternura es fruto del amor o de la cercanía de la muerte:
“[…] hoy Hoy le he besado. Por primera vez le he besado. Se me habían olvidado mis
labios de no usarlos. ¿Qué habrá sentido él ante el primer contacto con el frío? Es terrible, pero debe
de tener ya tres o cuatro meses y nadie le había besado hasta hoy. Él y yo sabemos qué largo es el
tiempo sin un beso y ahora, probablemente, no nos quede suficiente para resarcirnos. El miedo, el
frío, el hambre, la rabia y la soledad desalojan la ternura. Sólo regresa como un cuervo cuando
olisquea el amor y la muerte. Y ahora ha regresado confundida. Olfatea ambas cosas. ¿Hay ternuras
blancas y ternuras negras? Elena, ¿de qué color era tu ternura? Ya no lo recuerdo, ni siquiera sé si lo
que siento es pena. Pero le he besado sin tratar de suplantarte. (Méndez, 2004:34).

Si hay algo que cabe destacar de la personalidad del personaje principal es la manera en la
que se aferra a las letras, a la poesía, un hombre que perdió toda esperanza desde el primer
momento y que, conforme avanza el tiempo, va perdiendo también su ancla, la escritura, su
testimonio. Se va perdiendo a sí mismo. El relato tan fuerte y melancólico, a pesar de que
no es una narración continua, logra trasmitir esa sensación de pérdida, soledad y vacío. Al
final, se le acaba su lápiz, su motor, su esperanza. Al final, se le acaba su pequeño pedazo de
vida.
Las historias narradas en esta novela nos hacen ser conscientes de todo lo que no se
habló, pues comúnmente conocemos la parte general de las consecuencias de una guerra, los
efectos a grandes rasgos que dañaron una sociedad, un país. Pero aquí, Los girasoles ciegos
es un millar de voces representadas en cada uno de los personajes que aparecen, un millar de
voces que fueron acalladas, un millar de voces de las que nunca se escuchó hablar, historias
que quedaron enterradas bajo los escombros de la guerra.
Todas estas experiencias individuales de desorientación y pérdida son un testimonio,
se convierten en historias ejemplares. Los girasoles ciegos es, en conjunto, una historia
colectiva, una memoria que logra transmitirse, una memoria que se salva.

Bibliografía

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Bajtín, Mijaíl. 2000. Yo también soy (fragmentos sobre el otro). (Trad. Intr. Y Selección de
Tatiana Buenanova). México: Taurus/la huella del otro. Pp. 15-17
Méndez, Alberto. 2004. Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido. En
Los girasoles ciegos (97). Barcelona: Anagrama. Pp. 24-36

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