Vous êtes sur la page 1sur 188

.

LA REVOLUCION EN ESPAÑA

.
,· '

¡
.
1
Copyright, by
lntena.tional Publishers C9, lne.

~.

DEPOSITADOS LOS EJEMPLARES


QUE MARCA LA LEY

PRINTED IN CUBA • IMPRESO EN CUBA

Tn'OCRAFIA FLECHA - LUYANO 13, LA HABANA, CUBA - TELF. X-3476


COLECCION : MARX· ENGELS · LENIN . STALIN

C. MARX y F. ENGELS

LA REVOLUCION
EN ESPANA

ED I TORIA L PAG I NAS


L A H AeANA - l Q42
1 •
CONTENIDO

Prefacio de los Editores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

PRIMERA PARTE
La España Revolucionaria. - Cari o~ Marx. . . . . . . . . . . . . . lS

SEGUNDA PARTE
Artículos y Notas en el New York Dltily Tribun e (1854) .
.} - Marx y Engels . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

TERCERA PARTE
La Revolución en España (]856). - Cario"" lV1arx........ 103

CUARTA PARTE
Artículos en el Putnam's ilfagazine y la New American Cyclo·
pedw. - Federico Engels..... ... .. . ................ 117

QUINTA PARTE
La Guerra de Marruecos ( 1859-1860).- F. F..ngels. ...... 129

SEXTA PARTE
Los Bakuninista.s en Acción. - F. Engels... . . . . . . . . . . . . 145
Indice Biográfico.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
I

PREFACIO DE LOS EDITORES


STE volumen contiene los escritos de Marx y Engt?l.~ sobre la.s luchas
E revolucionarias de España. m el siglo .'<IX.
En el verano de 1854 est.alló una rebt•liñn. en el (~jército español.
Pronto' se _e xtendió a todo el país. Este conflicto tenía lugar durante un
pt•ríodo de intensa reacciñn eiL Europa, y por prifftera ve.: desde la derrota
de las revoluciones de 1848, el continente presenciaba demostraciones
populares y lucha de barricadas, a/..:u,das ahora r.n las calles de Madrid.
Marx)" Engels vigilaron atentamente el desarrollo de /.a. situación espa-
ñola. Dándose cuent,a de su importctncia, Mar:r no se limitñ a obsenl(lr
el cu.rso de los suceso.~. 1nició un análisis completo de los anlf•redentes
históricos de la Península desde el siglo Y.VI. Estudiñ c1údadosa.mente
la historia de las revueltas hispana.~ de la primera mitad del siglo XI/(.
En una carta a Engels, fechai:ia, en 2 de septiPmbre d(• 18.54, informrtba a
t;su~ de sus adelantos:

" España es ahora. mi prinripal. estudio. Ya he t.raf.ajadn


intensamente sobre la época de 1814 a 7818 y de 1820 al 23,
utilizando, fundamentalmente, fuentes españolas. Ahora co-
mienzo el período df: 1834 al 43. Es una historia bastantt•
enmarañada )' más dijicil aun re.wltrt precisar las causas de
los hechos."

Como resultado de cstn int·e.stigacwn Marx Pscribió rw.ew arf.icu/.os.


Ocho de ellos fuuon in.>ertados en el " New York D1úly Tribune". entre
septiembre y diciembn' de 1854, bajo el título común de " LA F.SPAÑA
REVOLUCIONARIA" y constituyen un penetrante análisis de las per:ulia-
ridades de la historia m.odcrnn de España.
Con esos artícnlos iniciamos el presente volumen. En su primera parf,e,
Marx describe la forma especial de decadencia. del feudalismo en los paí.~es
de la Península. Ibérica. Marx se pregunta cómo es po.~ible que en el
mismo país en que la monarquía ahsoluta se desarrollñ triunfalment.c. antes
Prefacio
. -- --- ------ - - - -------
que en ningún otro d e Europa, la centrali:aci6n no ha podido lograrse.
Y la explicación que ofrece arroja claridad sobre todo un período de
siglos en la historia española. Estudiando la invasión napoleónica Marx
muestra cómo esa faiUt d e centmlización - uno de los síntomas y bases
dl' la debilidad de España- operó contra los invasores franceses, porque
··e[ ct•ntro de La resislt'ncia española estaba a la ¡·e: en todas partes y en
ninguna'·. :r si PI Estado español se encontraba mLterto. ln sociedad espa-
ñola. r•u cam&iu, permanecía colmadcL de vitalidad.
:Uurx dPstribe en esas páginas. por modo insupPrable. el carácter
popular de la rebeldía nacional española contra Na pol.eón. Si las clase$
tlominanres desertaron cobardemente y los im•asFJres pudieron. incluso,
rontar con el u poyo d e capas importantísimas, Ná.polrón, después de
d errocar la dinastía reinfmte tuvo que hacer frente a un pueblo heroico
t· indomeñablr , . su..~ ejércitos afamados se estrellaron contra las masas

campt>.sinas de España.
El procr·~o d e la derrota npañola, a pesar de la admirable resistencia
popular. upan•ce claramente en los artículos d el " Tribune". Las masas,
sin dirrcción pro pia. fw•ron víctimas de la traición d e militares y clérigos,
!ot•ñores y !Jurgut>st's, más temerosos de su propio pueblo qu.e del extranjero
tnt·asor.
De t•Sft• mudo. en 1814 el pueblo español tuco que soportar, dl' nue1•0,
los antigu o.~ g rilletes. Esta ve: fortalecidos por la reacción euro pea, que
con su .. Sanra Alian:a·· se esfor:aba por aplastar en el continente los
últimos rPstigios dl' rebeldía populnr. Y. sin embargo. el pneblo e.spañol
.H' rf'sisrió a permanl'cer escla 11i:ado.
La chis pa surgió en esta ocasión en Pl Ejército. Sin embargo, como
Jlurx tlltOilt, PI al:amiento de Riego hubiera fracasado en seguida si no
lt· hubiera rnpaUado la ener~ía del pueblo. Nuevamente, por desgracia,
t:spuña tuvo ql1l' hacer frente (t la reacción europea. Los farnosos "cien
mil hijos de San Lrtis", Pjército francés zttilizado en complicidad con el
zar de Rusia, devoll'ieron Id mando a. la monarquía odiada por los españoles.
Pero la energía rf'voltu:ionaria del pueblo sólo estaba contenida.
En 1R34 la ef en :escc>ncia resurge. Esta. nu,eva etapa en la lucha por l.a
libt>rtnd del pueblo español t'S pintada por Marx con trazos geniales en
su brt' l't' artículo sobrr " Espartero" . en el que explica cnmo éste, al capi..
talar untt' los reaccionario.~ . trajo pum España ztna dP.cada de ret,.occ.!O
~- suf ri mil'nto.~.
ae los Editores 9
-----------------------------------------------------------
II
Cuando el estallido ret1olucio1UJ.rio de 1854 Marx reportaba los aconte-
cimientos europeos para el " Tribune". y su.s notas y artículos sobre la
.•itzwción española aparccinon en ese dinrio. Marx y Engels atrilm!un
una gran importancia a los sucesos de España. Partt decirlo con frase.~
el(~ Engels:

Cu.alguiero que fuae el JJf'rdadero carticter )' el fin d et


alzamiento en Espaiía. pnede ya decirse. al menos, quA:.· t.it.'n•·
la misma relación con ww futura rcvoludñn qtte la que tur·íe-
ron los movimientos de Sui::a e Italia en 1847 con la rero!u-
ción de 1848... t/rm.ns [(•nido r l rspectáculo de una luclw
de barncadas rict.oriosa. Dondequit>ra qw.! .w• levantaron barrÍ·
cadas. desde junio de 1[;48, habían dP.mostrado St' r, lwsta ahora ,
ineficaces. Ese prejui.cio ha caída. Hemos ·pisto de nnet'O
barricadas 'llÍc/.oriosas, inasaltables. La q1tietud cesó. :/!tora
$(' hace posi tn e una nw•ra era revolucionaria . .. "

Los dos artículos qw~ sobre el período pnb!.icó Marx en agosto de 1856,
y que insertamos en este uolwnen , constituyen un análisis admirable del
papel del proletariado en las rct:ola.ciones democrático-burguesas . Tam-
bién Marx reafirmó, cnn este ejemplo españ.ol. su apreciación sobre la
conducta cobarde de la bu.rgttesíu en esLe tipo de revoluciones desde 1880
rn adelante. apreciación que ya en 1850 había dibujado con mano moes/.ra
en su ·· Alocnción'' de la Liga Cnmuni.st.a.

I 1I
1
La. presente colección tambiP.u incht')'C artículos d" F.ngels sobre la
historia militar de España. Su.; notas sobre "El EjP.rcito españ.ol" (parte
de su estudio sobre "Lo.s Ejércitos de Enropa", publicado en el «PutTUJ.m's
M aga::.ine" durante 7855) , dan un cuadro preciso del ejército es pa1iol en
f'Sa época. En sns episodios "Raclajoz" y " Ridasoa" - extraídos de la
·'New Am.erzcan Cyclope!lia" ( JBSB)--, Engels, recordando epi$odios
vi¡:idos de la guerra española de 1817 al 13, e:r·Jttbe szt profundo conoci-
miento del arte y la historia militar. La misma comprensión sagaz se
ma.nifesta en sus tre.$ carlas sobre la guerra en el Marruecos español,
f'SCritas para el "Tribune" en 1860.
El último artículo de estP. volumen, " Los IHtkztninislfls en acción", d e
10 Prefaci o

l:'ngels resume la lucha de él y !Jilarx contra r.l cuwrquismo bakuninist.a


c·11 esos días . Este ari.Ícu.lo c•s una de las pie:as má.s tli vul godas de los
forjadores del marxismo sobre los problemas de F..sprúía. Y su conclusión
magistral, queda en pie al través de los años: l.o.s tmurquistas ojrl'cen
1111 ejrmplo insuprrablc de c;Ómo "no" hacer una re¡:uluciñn.

IV
¡.;¡ ancí.lisü de Marx y Engd~ sobre la situaciñn rspañola.. escrito hace
casi un siglo. rw puP.dr ser apllcr:.do mecánicamen.tc• a La R.spaña moderna.
Sin embargo, estos escritos, est11diados a. la /u.;; de la. p:tp('riencia inl.rma·
cinnal y dl• la lPOrÍit marxista·lf'ninislu, ofrecen u.na ~·rientación preciosa
para comprender lo.~ .sttcesos actuales. J.;n una situación intenwcional
distinta y trw {!.randes cambim en d intt·rior del país, el pueblo es pa1íol
lucha h.oy de nuevo -como en Ln época de Marx y Enf!els- por alcan;ar
sus derechos democráticos r su plena, lil•eraáón na.cional. por liquidar la
rlirtadura sangrient.a de Franco y Falange.
En c~sta lucha. no se plantea in'ILPdia.tame.nle PI proh!l!ma de la i:1stau·
rariñn dP ·un régimen socinlista. En su artículo sobre los bakuninistas. a
quf' nos hemos referida, F.ll gds plantPaba. en 1873:

''t'spa1ia t>S un paí.~ muy atrasado ittdustrialmente, y por


tanto no puP.d P hal¡frtrse aún de una r.mw!CÍ(Jflción " inm· ~Jiata"
y completa de la clase obrera.. Antes d<• eso, España tiene
qur pasar por ttaria.s etapas previ~s de desarrollo y quitar rie
en mPdio toda una seriP. dr• obstáculos. [,a R epública brindaba
ocusión para acort.ar '-'n lo posible rstas e:.a pas y para barra
rápidamentr• c·.~tos r>bslrio.:ulos. PerCI esta oraúón sólo podía
aproperfurrst' meu.um!P la intr r t~e nción '"política" aclim dr la
clase a/¡rna cspañ<Jia."

f:sta apreciaciñn di'. .'l larx y Ent;r•ls mantuvo su val ide:; en etapas suf.si-
::;uirntes . Tres décad(Ts después, escribirmdo sohre In revoluciótt rusa
dt• 1905. Lenin podía hablar dt? estas opiniones fl p 't'ngels como un modelo
dt• lo que. debía sn P./ punto dP vüta acertado de todo líder pro!etario
1'11 un instan((• pareádv y <'11 <·ircunsta.nria.~ análoga.;. Después de citar
r·sas palabras dr• En.f!.els. l.e11in. rzñadiñ:

" .. . Sulnt·todo Dtf!,c•ls pon<' énfasis t•n s~>ñu lur que la lucha
por Ufl(l. Repúblir.a en España no r,> ra y no podía ser, r•n modo
de los Editores 11

alguno, una lu.c!t.a por la ret>olnción socialista. . . Sin .:mbar·


go, Engels tenía una opinión muy alta de! papel activí.simo
que los lrai.Jojadorrs jugaban en la lucha por la ReplÍblica .
Engels demantlai.Ja dP Lo.~ dirigentes,¡,¡ proletariado que .<ubor-
dínaran. toda su. actividad a la necesidad d1• La victoria en la
lucha que habían comrnzado ; más aún. Engel.s mismo. como
uno de los dirip,er!te.s de la clase obrna. puntualizaba los
detalles dt> la organi:ación militar... Engels sitúa antFs que
nada La importancia dr un estilo agresivo de acctón y de la
centralizació1: revoLJU.:i,nario" . . .

Estas palabras de Lenin, confirmatorias de las geniales apreciaáones


de Marx y Engels .~on ho·y váLidas no sólo para la clase obrera española,
~ino para vastos sectores del proletariado en todo el mundo.
En España, José Día:;, inolvidable y malogrado dirigente marxista-
leninista del pueblo español, supo aplicar sabiamente las directrices de
Marx y Engels a la presente lucha de España contra la traición fra.rzqw:sta
J' el régimen de ·v irtual ocupación alemana. A la lucha por La reconquista
de la libertad nucional, el proletariado español ha de subordinarlo todo,
.<egú n la lección de 1osé Vía:;, que supo ca.racteri:;ar maravil.los¡¡mente
la presente etapa de la lu.cha. Como él mi.~mo dijera en su histórica carta
al periódico " Mundo Obrero", el pueblo español combate ahora no por
la ÍnslauracÍÓIL del COfi/UnTJm (), SÍ/lO "por .W inde pPndencia nacional r
por la defensa de la Repúb!ir.a democrtiJ.ica . .. ; combate por la libertad,
en defensa del régimen d emocrático y repuhlícarw, que es el régimen
legal de nuestro país y que permile los progresos sociales más amplios . .. "
Esta circunstancia y el lter!to de qtw a trat·é.~ de !os últimos w;venta
uñas se han mantenido en E.fpaña condiciones sociales semejante.s a las
que prevalecían en los instrmtes en qu.e Marx y Engels escribían los artícu-
los que recogemos en el presente volumen, dan a la obra su. plena ar:tuali-
dad en lo qu.f' a España u refiNt'.
Para los países de Amérira Latina. el análi.sis mar:rista de las Ptapo.~
de la revolución qu,e contiene este Libro, resulta también de inapreciable
actualidad. Si la España del siglo .>.:t X tenía frente a si La tarea de rt?alizar
plenamente su revolución dt>morrát.ico·burguesa. dt>slruir los remanen~es
del feudalismo , la mayor parlt• de nuestros países atmviesan hoy. como
.~e sabe, una etapa semcjafltt•. 4daptcíndolns con criterio marxista creador
a las presentes circunstancias, las enseñanzas de Marx ~· Engels .~ obre la
revolución española, quedarán incorporadas, con eslt> libro, al arsenal
d e los movimientos popnlares de nuestras tierras latino-americanas.

r ,
12 Prefacio

Por otra parte, la pelea universal conlra el nazismo, la pérdida de la,(


libertades nacionales de pueblos como Francia, Checoeslovaquia, Yugos·
lavia, Grecia, ele., hacen renacer en la casi totalidad de Europa corulicio-
nes políticas en que el proletariado se enfrenta con tareas de unidad
nacional y lucha democrática a las cuales resultan aplicables muchas de
las inestimables enseñanzas de este volnmen. Por ello la Editori-al
PAGINAS ha creído prestar un. servicio al movimiento antinazi, de f.'.~paña
y del mundo, al publicar este libro, al que consideramos a la vez urt mate-
rial histórico y actual.
La obra que ofrecenws cnnstituye la prímem L'ersión, completa, que
se publica en español con las aportaciones de Marx y Engels sobre España.
Hace algunos años circuló una traducción, mutilada hasta la caricatura,
de algunos artículos de ,11arx. En la presenl.e edición se h..a utilizado la
corrrspondiente inglesa del " lnternatioTwl Publishers" de 1939. Todo.~
los artículos del vol~Lm en, con excepción de "Los bakuninistas en accicin" .
fueron originalmente escrito$ en inglés y han sido traducidos directamentt!
de ese idioma.
La traducción del inglés lw estado u cargo del profesor Ramón
Medina Tur.
PRIMERA PARTE

La España Revolucionaria
POR

C ARLO S MARX
¡ .. :.
• . l~·
· :· '
1

La revolución en España ha tomad<' tal apar iencia de estado pcrmCJ·


nente que, según nuestro corresponsal en Londn:s nos informa, las c:lases
opulentas y conservadoras han empezado a emigrar a Francia en busca
de seguridad. Ello no es sorprendente; España nunca ha adoptado la
moderna costumbre francesa, generalmente en liSO en 1848, de empezar
y completar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este sentido
son complejos y más p rolongados. El límite más corto al cual se re;:.-
tringe; parece ser e l de tres años. mientras su ciclo revolucionario alcanza
los nueve algunas veces. Así, su primera revolucit)n en la presente cenlu·
ria se extendió de 1808 a 1814 ; la segunda de 1820 a 1823; y la tercer a
de 1834, a 184.3. Cuál será la duración de la preser:te etapa y qué re!'ul-
tará de ella, no puede predecirlo el más perspica1 ele los poHticos; pero
sí puede afirmarse que ninguna otra parte de F.:uropa, ni tan siquiera
T urquía y la guerra rusa, ofrecen al observador concienzudo el profundo
interés que entraña en este instante la c;ituación española.
Los levantamientos insurreccionale;:. son tan viejos en España como
el predominio de los favoritos de la Corte, contra quienes iban dirigidos
comúnmente. Así, a l final del siglo catorce la ari;:.tocracia se subleva
contra Don J uan Il y su favorito, Don Alvaro de Luna. En el siglo
quince tuvo lugar una conmoción más seria contra el rey Enr ique IV
y el más influyente de su camarilla, Don J uan de Pacheco, Marq!lés de
Villena. En el siglo XYII, e l pueblo de Lisboa descuartizó a YCJscon-
celos, Sartorius del virrey español de Portugal, como hicieron en Zaragoza
con Santa Coloma, favorito de Felipe IV. Al final del mismo si¡?;lo, bajo
el reinado de Carlos TI, el pueblo de Madrid se levantó contra la cama-
rilla de la reina, compuesta por la Condesa de Barlepsch y los condt'~
de Oropesa y Melgar, quienes habían impuesto sobre rodas las pmvisio-
nes que entraban en la capital , un crecido impuesto de consumo. que se
r epartían entre el los. E1 pueblo se dirigió al palacio real, obligó al rey
a salir al balcón y a denunciar él mi;:.mo la camarilla cie la reina. De~-
Ji) Marx y Engels

pués ma rchó hacia los palacios de los condes de Oropesa y Melga r, q ue


fueron saqueado¡; e incendiados, e intentó detener a sus dueños. quienes,
sin embargo, tuvie ron la ~uerte de escapa r con vida, a l precio de un per-
petuo exilio. El motivo que ocasionó la insurrección del s iglo XV, fué
el pé rfido tratado q ue el fa vor ito de Emique I V, e l Marqués de Villena,
había firmado con e l Rey de Fr:mcia y por el cual se cedía Cataluíía a
Luis X I. Tres siglos después, el tra tado de Fontaineblea u, concluído
el 27 dt: octub re de 1807. entre Don Manuel l.odoy, Príncipe de la Paz,
favori to de Carl os IV y a mante de la 1eina, y Ronnparte, según el cual
se permitía el paso por España a l Ejército francés y el reparto de Portu-
gal. fué causa de una insurrección popular en Ma drid contra Godoy, la
abdjcac-ión de Carlos IV y la ascensión a l trono de s u hijo Fernando VII,
seguida de la entrada en España del Ejército fran cés y de la consiguiente
guerra de independencia. Así pues. la g uerra P..'"pañola de independencia
empezó por una insurrección popular contra la camarilla real, personi-
ficada entonces en Don Manuel Godoy, como la guerra civil del siglo
quince había empezado con un levantamiento contra la camarilla real,
personi fi cada en aquel tjempo. en el Ma rqués de \"i llena. Y así ta mbién,
la revolución de 1854 ha empezado con una sublevación co11tra la cama-
ri 11 a. personificada en el Conde de San Luis.
A pesa r de estas insurreccioue!' recurrentes no ha habido en España,
hasta el siglo actua l, una revolución ser ia, excepto la g uerra de lo<> comu-
neros en tiempos de Carlos 1, o Carlos V. como le llaman los alemanes.
El prelexto fué, co mo siempre, suministrado po r la camari ll a que, bajo
lo;; auspicios del Ca rdenal Adriano, el vi rrey flamenco, exasperó a los
castellanos por su insolente rapacidad, la \'enta de los cargos públicos
al mejor postor }' e l come rcio con los tribunales de justicia. La o posi-
ción co ntra la camarilla fl a menca fu é sólo la apa riencia del movimiento.
en el fondo se agitaba la defensa de las libertades españo las medievales
amenazadas con la intrusión del moderno ahsolut ismo.
Las bases materiales de la monarquía española habían sido asentadas
por la unión de Aragón, Castilla y Granada, bajo los Reyes Católicos,
Don Fernando y Doña Isabel; Carlos I intentó transfo rmar la hasta
entonces monarquía feuda l, en absoluta. Atacó simultáneamente los dos
pilares de la libertad española, las Cortes y los Ayuntamientos (sic.)-las
pr imeras e ran una modificación de las antiguas "concilia" godas, y los
últimos. tra nsmitidos casi sin interrupción desde la época romana, con-
tenían la mezc la de carácter hereditario y electivo propio a las munici-
La Revolución en España 17

palidades romanas. Los Ayuntamientos de aquellas ciudades es pañolas


ofrecían una exacta similitud con los auto-gobiernos municipales de las
ciudades de Italia, Provenza, Galia del Norte, Gran Bretaña y parte de
Alemania; pero ni los Estados Generales de Francia, ni el Parlamento
Británico de la Edad Media, deben ser comparados con las Cortes Espa·
ñolas. En la formación del reino de España, había circunstancias pecu-
liarmente favorables para la limitación del poder real. Por Ut} lado,
pequeñas porciones de la Península fueron reconquistadas al mismo tiem·
po, y formaron reinos separados. durante las largas luchas con los árabes.
Durante estas luchas se engendraron leyes y costumbres populares. Las
sucesivas conquistas, efectuadas principalmente por los nobles, ~ie ron a
éstos un poder excesivo, mientras disminuían el poder real. Por otra
parte, las ciudades y pueblos del interior crecían grandemente a causa
de la necesidad sentida por el pueblo de hacerse fuertes en el sitio donde
residían, como medida de seguridad contra las continuas irrupciones de
los moros; mientras que la constitución peninsular del país y el constante
intercambio con la Provenza e Italia, creaban en las costas ciudades marí-
timas y comerciales de primer rango.
Ya en el siglo catorce las ciudades constituían la fuerza más poderosa
de las Cortes, que se hallaban compuestas por sus representantes y los
de la nobleza y el clero. Es digno de señalarse también que la lenta
reconquista de la dominación árabe, después de casi ocho siglos de obsti·
nada lucha, dió a la península, cuando se emancipó completamente, un
carácter totalmente distinto al de los países europeos de aquella l:poca,
encontrándose España, en el momento de la resurrección europea, con
las in fluencias de Jos godos y los vándalos en el norte y de los árabes
en el sur.
Habiendo regresado de Alemania Carlos 1, en donde le había sido
conferida la dignidad imperial, las Cortes se reunieron en Valladolid
para recibir su juramento a las antiguas leyes e i nvestirle la corona.
Carlos 1 declinó presentarse, y mandó comisionados con la pretensión
de que recibiesen el juramento de fideli dad por parte de las Cortes. Las
Cortes se negaron a admitir estos comisionados en su presencia, y noti·
ficaron al monarca que si no se presentaba y no juraba las leyes del país,
nunca sería reconocido como rey de España. El emperador, en conse·
cuencia, cedió; presentóse ante las Cortes y prestó juramento - de muy
mala gana, según dicen los historiadores. Las Cortes en es~a ocasión le
dij eron: "Sepa Vd., Señor, que el rey sólo es el sirviente retribuido de
18 Marx y Engel3

la nación". Tal fué el principio de las hostilidades entre Carlos I y las


ciudades. A consecuencia de sus intrigas estallaron numerosas insurrec-
ciones en Castilla; en Avi la se constituyó la Santa Junta, y las ciudades
unidas convocaron la asamblea de las Cortes· en Tordesillas, desde donde,
el 20 de octubre de 1520, fué dirigida. una "protesta al Rey contra los
abusos", y éste replicó privando de todos sus derechos a los Diputados
reunidos en Tordesillas. La guerra civil se hizo así inevitable; los comu-
neros apelaron a las armas; sus soldados, bajo el mando de Padilla, con-
quistaron la fortaleza de Torrelobatón, pero fueron finalmente vencidos
por fuerzas superiores en Villalar, el 23 de abril de 1521. Las cabezas
de los principales "conspiradores" rodaron bajo el cadalso, y las viejas
libertades españolas desaparecieron.
Varias circunstancias ayudaron al poderío creciente del absolutismo.
La falta de unidad entre las distintas provincias pril'aba a sus esfuerzos
del vigor necesario, pero fué por encima de todo el crudo antagonismo
entre las clases de los nobles y los ciudadanos de las ciudades, que el
Rey aprovechó para debilitar a ambos. Ya hemos dicho que desde el
siglo catorce la influencia de las ciudades en las Cortes fué preeminente,
y desde los Reyes Católicos, la Santa Hermandad bahía demostrado ser
un poderoso instrumento, en manos de las ciudades, contra los nobles
castellanos, quienes las acusaban de usurparles sus antiguos privilegios
y jurisdicción. La nobleza, por esta razón, se hallaba ansiosa de ayudar
a Carlos 1 en la supresión de la Junta Santa. Habiendo roto la resis-
tencia armada, el Rey se ocupó de reducir los privilegios municipales de
las ciudades, las cuales declinaron rápidamente en población, riqu~
e importancia, perdiendo pronto su influencia en las Cortes. Carlos se
volvió entonces contra los nobles, que le habían asistido en el despojo
de las libertades a las ciudades, pero que retenían una importancia polí·
tica considerable. Los motines en el ejército por falta de paga, le obli·
garon, en 1539, a reunir las Cortes a fin de obtener una concesión de
dinero. Indignadas las Cortes por la mala aplicación de otros subsidios,
invertidos en operaciones ajenas a los intereses de España, se negaron
a todo nuevo aporte. Carlos 1 las disolvió en un arrebato de cólera ; y,
habiendo insistido los nobles en la petición de exención de tributos, él
les dijo.que aquellos que pedían tal derecho no podrían reclamar asiento
en las Cortes; y consecuentemente el Rey les excluyó de aquella asam-
blea. Esto fué la sentencia de muerte de las Cortes, y sus reuniones se
redujeron en lo venidero, al cumplimiento de una simple ceremonia cor-
La Revolución en Espaiii& 19

tesana. El tercer elemento en la antigua Constitución de las Cortes; el


clero, alistad~ desde los Reyes Católicos bajo el pabellón de la Inquisi-
ción, hacía tiempo que había cesado de identificar sus intereses con los
de la España feudal. Muy al contrario, la Iglesia se había tranformado,
por la Inquisición, en el más formidable instrumento del absolutismo.
Después del reinado de Carlos I, el declive de España en su aspecto
social y político, exhibía todos los síntomas de una vergonzosa y postrada
putrefacción, tan repulsiva como la de los peores tiempos del Imperio
turco. Por lo menos, bajo el Emperador, las viejas libertades habían sido
sepultadas en una suntuosa tumba. Eran los días en que Vasco Núñez de
Balboa plantaba el pabellón de Castilla en las playas de Darién, Cortés
en México y Pizarro en el Perú; cuando la influencia española seño-
reaba, suprema, en Europa y la imaginación meridional de los iberos
se extraviaba con visiones de El Dorado, caballerescas aventuras y planes
de monarquía universal. La libertad de España desapareció entonces
bajo el chocar de armas, ·la lluvia de oro, y las iluminaciones terribles
de los autos de fe.
Y, ¿cómo explicar el singular fenómeno que hace que después de tres
siglos de monarquía-de Hapsbnrgo, reemplazada luego por la de Borbón
-cualquiera de las dos asaz suficiente para aplastar a un pueblo-, las
libertades municipales sobrevivan, más o menos, en España? ¿ Y, cómo
en el propio país que entre todos los Estados feudales ha dado paso, el
primero, a una monarquh absoluta, en su forma más despiadada, nunca
la centralización ha podido arraigarse? La contestación no es difícil.
Fué en el siglo dieciséis, cuando se establecieron las grandes monar·
·quías, que se constituyeron, en todas partes, sobre la decadencia de las
clases feudales en continuos conflictos -la aristocracia contra las ciuda-
des. Pero en los otros grandes Estados europeos ]a monarquía absoluta
se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad
social. Fué el laboratorio, donde los elementos varios <fe la sociedad
quedaron mezclados y unidos, hasta permitir a las ciudades el cambio de
la soberanía e independencia local de la Edad Media por el gobierno
general de las clases medias y el dominio común de la sociedad civil.
En España, por el contrario, mientras la aristocracia se sumergía en la
degradación sin perder ninguno de sus peores privilegios, las ciudades
perdían su poder medieval sin ganar importancia moderna.
Desde el establecimiento de la monarquía absoluta han vegetado en un
estado de continua· decadencia. No debemos aquí enjuiciar las circuns-
20 Marx y Engels

tancias, políticas y económicas, que destr uyeron el comercio, la industria,


la navegación y la ag ricultura de España. Para nuestro propósito basta
simplemente recalcar el hecho. A medida que la vida comercia l e industrial
declinó, las relaciones internas se hicieron raras, el cruce entre habitantes
de distintas provincias menos frecuente, los medios de comunicación que-
daron desatendidos, y los g randes caminos se despoblaron gradualmente.
Así pues, la vida local de España, la independencia de sus provincias
y municipios, el estado de diversificación de su sociedad basada originai-
Jnente en la config uración física del país, y desarrolladá históricamente
por la forma aislada en que las distintas provincias se emanciparon del
dominio árabe, formando pequeños reinos independientes, fu é finalmente
fortalecida y confirmada por la revolución económica, que secó las fuen-
tes de la actividad nacional. Y mientras la monarquía absoluta encon-
traba en la misma naturaleza de Es paña una defensa material contra la
<'entralización, hacía cuanto podía para evitar el crecimiento de los inte-
reses comunes, o r iginados por una división nacional del trabajo y por
la multiplicidad de los intercambios interiores -las únicas bases sobre
las cuales puede crearse un sistema uniforme de administración y de
leyes generales. Por tanto, la monarquía absoluta en España, sólo super-
ficialmente parecida a las monarquías absolutas de Europa, debe más
bien ser incluida entre las formas de gobierno asiáticas. España, como
Turquía, siguió s iendo una aglomeración de mal dirigidas repúblicas, con
un soberano nominal a la cabe.za. El despotismo cambió de carácter en
las distintas provincias, a causa de la arbitra;ia interpretación de las
leyes generales, por virreyes y gobernadores; pero por despótico que
fuese el gobierno, no impidió que en las provincias subsistiesen distintas
leyes y costumbres, distintas monedas, pabellones militares de distintos
colores, y distintos sistemas de tributación. Este despotismo oriental
atacó el gobierno propio de los municipios sólo cuando se oponía a sus
intereses directos, pero permitía aleg remente a estas instituciones perdu-
rar, siempre que tomaran sobre sí la carga de hacer algo y le ahorrasen
la complicación de la administración popular.
De este modo Napoleón, quien. lo mismo que todos sus contemporá-
neos, consideraba a España como un cuerpo inanimado, se llevó una
fatal sor presa al descubrir que, mientras el Estado español estaba muerto,
la sociedad española estaba llena de vida, y rebosante de poder de resis-
tencia cada una de sus partes. Mediante el tratado de Fontainebleau sus
tropas pudieron llegar a Madrid; mediante halagos a la Familia Real en
La Revolución en España 2l

la entrevista de Bayona, obligó a retractarse de s u abdicación a Carlos IV,


y poner bajo su dominio a todas las colonias; también intimó a Fernan-
do VII para que firmase una declaración similar. Carlos IV, la Reina
y el Príncipe de la Paz fueron conducidos a Compiegne, Fernando VII
y sus hermanos encarcelados en el castillo de Valencay ~ luego Bonaparte
confirió el trono de España a su hermano José, reuni,J a una J unta espa-
ñola en Bayona y le suministró una Constitución ya lista. :o viendo
nada vivo en la monarquía espaiiola, excepción hecha de la miserable
dinastía a la cual acababa de poner a recaudo aprisionándola, le pareció
completamente asegurada su dominación de España. Pero, sólo unos
días después de su coup de main. recibió la noticia de una insurrección
en Madrid. Murat, es verdad, dominó el levantamiento matando cerca
de mil personas; mas, cuando esta matanza fué conocida, una insurrección
estalló en Asturias, y poco tiempo dt-spués abarcaha el reino entero. Es
preciso señalar que esta primera y t>spontánea rebeJi,)n se originó en el
pueblo, mientras las clases " altas" se habían sometido tranquilamente
al yugo extranjero.
Así es como España estaba preparada para- su más reciente ciclo revo-
lucionario, y se lanzó a la lucha que ha marcado ~ u desarrollo en el
siglo actual. Los hechos e influencias, que hemos detallado muy sucin-
tamente, todavía actúan en su destino así como en la dirección e
impulsos de s u pueblo. Los hemos pre~entado, por ser necesarios, no
solamente para una apreciacióu de su crisis prest'nte. sino de todo cuanto
España ha hecho y sufrido desde la usurpación napoleónica - un período
de cerca de cincuenta años- no sin trágicos episodios y heroicos esfuer-
zos, y en verdad, uno ele los más conmo\'edores e instructivos capítulos
de toda la historia moderna.' 1 J
New York Daily TribunP. 9 !<eptiembre 1854.

11
Ya hemos expuesto ante nuestros lectores una perspectiva de la primi-
tiva historia re\"olucionaria de España. con el fin de qne puedan com-

( 1) Cuando este articulo apareció en la Tribunn, los editores aiiadieron


el siguiente párrafo -<IUC Marx no escribió-: ''Esperemos que. la adición
hecha por el pueblo español a sus anales ahora, represente algo digno y bueno
para ellos mismos y para el mundo". (Ver Carta de Marx a Engels, 10 de
noviembre de 185.{.)
22 Marx r Engels

prender y apreciar el desarrollo de los hechos que esta nación está ahora
ofreciendo a la observación mundial.
Todavía más interesante, y quizás igualmente precioso, como fuente "
de ilustración actual, es el gran movimiento nacional que logró la expul-
sión de los Bonaparte, y restauró en la Corona de España a la familia
que todavía continúa poseyéndola. Pero para estimar justamente ese
movimiento, con sus heroicos episodios y la memorable exposición de
vitalidad en un pueblo que se s uponía moribundo, hemos de retroceder
al principio del asalto napoleónico a la nación. La causa eficiente fué
quizás consignada por vez primera en el tratado de TÜsit, firmado el
7 de julio de 1807, y que se dice fué completado con un convenio secreto,
acordado entre el Príncipe Kurakin y Talleyrand. El tratado se publicó
en la Gaceta de Madrid, el 25 de agosto de 1Rl2, y contenía, entre otras
cosas, las siguientes estipulaciones:
"ARTICULO !.-Rusia podrá tomar poses10n de la Turquía
europea, y extender sus posesiones en Asia hasta donde consi·
dere conveniente.
ARTICULO 11.- La monarquía borbónica en España y la Casa
de Braganza en Portugal deben cesar de reinar. Príncipes de
la familia Bonaparte les sucederán en estas coronas."
Suponiendo auténtico este tratado, y su autenticidad es apenas discu-
tida incluso en las memorias del Rey José Bonaparte, publicadas recien-
temente, constituye la ra,zón verdadera de la invasión francesa de .España
en 1808, y la conmoción española de aquel tiempo podria estar unida
por secretos lazos con los destinos de Turquía.
Cuando a causa de la matanza de Madrid y de las transacciones de
Bayona, estallaban simultáneas insurrecciones en Asturias, Galicia, Anda-
lucía y Valencia, el ejército francés tomaba Madrid, y las cuatro forta-
lezas del norte, Pamplona, San Sebastián, Figueras y Barcelona, habían
sido ocupadas por Bonaparte en virtud de falsos pretextos, parte del ·
ejército español había sido mandado a la isla de Funen, destinado a un
ataque sobre Suecia; y por último, todas las autoridades constituídas,
militares, eclesiásticas, judiciales· y administrativas, así como la aristo-
cracia, exhortaron al pueblo para que se sometiese al intruso extranjero.
Pero, había una circunstancia que compensaba todas las demás dificul-
tades de la situación. Gracias a Bonaparte, el país se había librado del
Rey, de la familia real, y del Gobierno. Con ello quedaban rotas las
cadenas que siempre habían impedido al pueblo español el despliegue
de sus energías nativas. Cuán poco habían sido capaces de resistir a los
La Revolución en España 23

franceses bajo la dirección de sus reyes, o en circunstancias ordinarias,


lo habían demostrado las desgraciadas campañas de 1794 y 1795.
Napoleón bahía convocado a las personas más destacadas de España
para reunirse con él en Bayona, y recibir de su mano un Rey y una Cons-
titución. Con muy pocas excepciones se personaron allí, y el 7 de junio
de 1808 el Rey José recibió en 13ayona a nna diputación de los Grandes
de España, cuyo representante, el Duque del Infantado, el amigo más
íntimo de Fernando VII, le dirigió las palabras !'iguientes:
"Majestad, los Grandes de España siempre han sido alabados
por su fidelidad a su soberano, podéis pues contar, Majestad,
con esta misma fidelidad y adhesión."

El real consejo de Castilla aseguró al humilde José que "él era la


rama principal de una familia destinada, por el Altísimo, a reinar" . No
meno!' abyecta fué la congratulación del Duque del Parque, a la cabeza
de una diputación representando al ejército. Al día siguiente, las mismas
person:.tS publicaban un manifiesto en el que proclamaban su sumisión
a la diuastís de los Bonaparte. El 7 de julio de 1808, la nueva Consti-
tución fué fi rmada por 91 españoles de las más altas distinciones ; entre
ellos Dt;ques, Condes y Marqueses, así como varios jefes de órdenes reli-
giosas. Durante las discusiones sobre la Constitución, lo único cantra
lo ~ua l t'ncontrarón causa para protestar fué la abolición de sus viejos
privilegios y exenciones. El primer Ministro y el primer Mayordomo
d~ José llonapart ~, fueron lás mismas personas que habían formado el
Ministerio y la Mayordomía de Palacio de Fernando VII. Parte de las
clases superiores consideraban a Napoleón como el regenerador provi-
dencial de España; otras como el único baluarte anti-revolucionario ¡
ninguno pensó en las posibilidades de una resistencia nacional.
Por eslas razones, desde el principio de la guerra de independencia
de España, la alta nobleza y la vieja Administración perdieron todo el
sostén de la clase media y del pueblo, por haber desertado, abandonán-
doles, desde el principio de la lucha. A un lado se situaron los "afran-
cesado$" (sic}, y en el otro la nación. ER Valladolid, Cartagena, Gra-
nada, Jaén, San Lúcar, Carolina, Ciudad Rodrigo, los más prominentes
miembros de la antigua Administración - gobernadores, generales y otros
conspicuos personajes acusados de ser agentes de los franceses y de poner
obstáculos al movimiento nacional- cayeron víctimas del pueblo enfu-
recido. En todas partes las autoridades existentes fueron reemplazadas.
Algunos meses antes del levantamiento, el 19 de marzo de 1808, las
24 Marx y Engels

populares conmociones ocurridas en Madrid, intentaron lograr la caída


de "El Choricero'' tsic) - apodo dado a Godoy- y de sus culpables
~atél ites. La pretensión se consiguió ahora en escala nacional, y con
ella la re,·olución interna se realizó hasta donde deseaban las masas, y en
lo que no concernía a la resistencia a l intruso extranjero. En su conjunto
el movimiento pareció dirigido más bien ronlra la revolución que por
ella. Naciona l por defender la independencia de España, fué al propio
tiempo dinástico por oponer el " deseado" Fernando VI 1 a José Bona·
parte; reaccionario por preferi r las viejas instituciones, costumbres y
leyes a las innovacione!'l racionales de Napoleón ; ~upersti c ioso y faná-
tico por oponer la "santa religwn" a lo que fué llamado el ateísmo
francés-, o sea la destrucción ele los privilegios especiales de la Iglesia
Romana. Los sacerdotes, horrorizados por el destino de sus hermanos
en Francia, alimentaron las pasiones populares en interés de su conserva-
cJOn. El "fuego patriótico", dice Southey. "flameó tan alto gracias a
los santos óleos de la superstición" .
Todas las guerras de independencia que estallaron contra Francia
tenían en común el sello de la mezcla de la regeneración y la reaeción;
pero en ninguna parte en tan alto grado como en España. En la imagi-
naci0n popular el Rey apareció nimbado de luz como un príncipe román-
tico, forzado y aprisionado por un gigante ladrón. Las más fascinadoras
y populares épocas de su pasado fueron adornadas por las santas y mila·
grosas tradiciones de la guerra de la cruz ~ontra la media luna; y gran
parte de las clases bajas se acostumbraron a llevar la librea de los men-
dicantes y a vivir del patrimonio santificado de la Iglesia. Un autor
español, Don ]osé Clemente Carnicero, publicó en los años 1814-16, la
5iguiente serie de libros: Napoleón, El verdadero Don Quijote de Euro·
pa; Principales Acotúecimientos de la Gloriosa Revolución Española; La
1nquisición Justamente Restablecida; basta conocer los títulos de estas
obras para comprender e~te aspecto de la revolución espariola que hemos
ha ll ado en varios manifie!'ltos de las Juntas provinciales: todas ellas pro·
clamaron a l Rey. y su santa religión, pero alguna~ también dijeron al
pueblo que "sus esperanzas de un mundo mejor estaban en r iesgo y en
peligro inminente".
Sin embargo, el campes inado. lo~ habitantes de pequeñas ciudades
del inferior y el numeroso ejército de mendicantes, con hábito o sin él,
todos- ellos profundamente imbuidos- de prejuicios religiosos y políticos,
formaban la gran mayoría del partido nacional; había en el otro lado
La Revolución en · España 25

una minoría activa e influyente que consideraba el levantamiento popular


contra lrl ·invasión francesa como la señal dada para l~ regenera~ión poli-
tica y social de España. Esta minoría estaba constituída pc:tr los habitante~
de los puertos de mar, ciudades comerciales, y parte de las capital es de
provincia, en donde, bajo el reinado de Carlos V se hahía.A dado las con-
diciones materiales para el desarrollo, hasta cierto grado, de la moderna
sociedad. Ellos se vieron reforzados por la porción más cultivada de
las clases medias y superiores, autores, médicos, abogados, y también
sacerdotes, para los cuales los Pirineos no habían formado una barrera
suficientemente elevada contra la invasión de la filosofía del siglo dieci-
ocho. Como un verdadero manifiesto de esta minoría se puede considerar
el famoso memorandum de Jovellanos sobre las reformas de la agricul-
tura y de la ley agraria, publicado en 1795, y redactado po-r orden del
real Consejo de Castilla. · Estaba, finalmente. la juventud de las clases
medias, tales comu lo!' estudiantes de la Universidad, quienes habían
adoptado ardientemente las aspiraciones y principios de la Revolución
Francesa, y los· cuales, por un momento, también habían esperado la
regeneración de s u país con la ayuda de Francia.
Mientras se trató solamente de la defensa en cotníu1 de la nación, Jos
dos grandes grupos que componían el partido nacional se conser varon
en estrecha unión. Sus antagonismos no aparecieron hasta que se encon-
traron reunidos en las Cortes, en la batalla para redactar una !1Ueva
Constitución. La minoría revolucionaria, a fin de fomentar el espíritu
patriótico del pueblo, no dudó en apelar a los prejuicios nacionales de
la vieja fe popular. Esta táctica podía parecer fa..,o rable al objeto
inmediato de la resistencia nacional, pero no pudo dejar de manifestarse
como fatal para la misma minoría cuando llegó la hora en que los inte-
reses conservadores de la vieja sociedad se atrincheraron detrás de estos
prejuicios y pasiones populares, con el propósito de defenderse contra
los inmediatos y posteriores planes de los revolucionarios.
Cuando Fernando VII dejó Madrid, requer.ido por Bonaparte, había
establecido una Junta Suprema de Gobierno hajo la Presidencia del
I nfante Don Antonio. Pero esta Junta había ya desaparecido en el mes
de mayo. No existía entonces t...obierno Central , y las ciudades insur·
gentes formaron sus propias juntas, presididas por las de las capitales
provinciales. Estas juntas provinciales constituían como otros tantos
Gobiernos independientes, cada uno de los cuales levantó sus ejércitos
propios. La Junta de Representantes de Oviedo expresó que toda la
26 Marx y Engels

soberanía estaba en sus manos, declaró la guerra a Bonaparte, y man-


dó diput~dos a Inglaterra para concertar un armisticio. Lo mismo hizo
después la Junta de Sevilla. Es un hecho curioso el que estos exal-
tados católicos, impelidos por la fuerza de las circunstancias, solicitaran
una alianza con I nglaterra, nación a la cual los españoles estaban acos-
tumbrados a mirar como la encarnación de la más condenable herejía,
y c;:asi como al mismísimo Gran Turco. Atacados por el ateísmo
f ranet!s, se echaron en brazos del protestantismo inglés. No hay que
maravillarse, pues, si Fernando VII a su vuelta a España, declarase en
un decreto, restableciendo la Santa Inquisición. que una de las causas
" que habían alterado la pureza de la religión en España, fué la residencia
en el país de tropas extranjeras de distintas sectas, todas ellas igualmente
infectadas por el odio a la Santa Iglesia Romana".
Las juntas provinciales que tan repentinamente habían brotado a la
vida, independientes .todas unas de otras. concedieron a la Suprema Junta
de Sevilla cierta ascendencia, aunque muy débil e indefinida, y esta ciudad
fué considerada la capital de España mientras Madrid estuvo en manos
extranjeras. Así se estableció una especie de anárquico Gobierno federal ,
al cual el choque de intereses f!ncon trados, celos locales e influencias
rivales, hicieron un pésimo instrumento de unidad para los comandos
militares y las operaciones combinadas de la campaña.
Los llamamientos al pueblo, emitidos por las distintas Juntas, si bien
desplegaban todo el heroico vigor de un pueblo súbitamente despertado
de un largo letargo y lanzado por el choque eléctrico a un fervoroso estado
de actividad, no estaban libres de la pomposa exageración, y tenían esta
amalgama de hinchazón y bufonería, este estilo de grandilocuentes redun-
dancias que hizo dar a Sismoudi el epíteto de oriental a la literatura espa-
ñola. Ellos exhibían también la infantil vanidad del carácter español,
los miembros. de las Juntas se conft-rían el título de Alteza y se adornaban
con fastuosos uniformes.
Hay dos circunstancias relacionadas con estas Juntas - la una muestra
el bajo nivel del pueblo en el momento del levantamiento, mientras la
otra fue perjudicial al progreso de la revolución. Las Juntas eran elegi-
das por s ufragio universal. pero el " mismo celo de las clases humildes se
desplegaba en la obediencia·•; generalmente eligieron siempre a sus supe-
riores natural es, la nobleza provincial y los ciudadanos distinguidos,
apoyados por el clero. y muy pocas notabilidades de la clase media. Tan
convencido se hallaba el pueblo de su propia debilidad que limitó s u
La Revolución en España

iniciativa al empeño de obligar a las clases altas a luchar contra el inva-


sor, sin pretender participar en la dirección de tal resistencia. En Sevilla,
por ejemplo, "el primer pensamiento del pueblo fué que el clero parro-
quial y los superiores de los conventos se reuniesen para elegir a los miem-
bros de la Junta". Así resultó que las Juntas se formaron con personas
seleccionadas a causa de su situación social, y que estaban muy lejos de
ser adalides revolucionarios. Por otra parte, cuando el pueblo nombró
a estas autoridades, no pensó en limitar su poder o en fijar término a su
mandato. Las Juntas, por moto, sólo pensaron en extender el primero o
en perpetuar el segundo. Y resultó que estas primeras creaciones del
impulso popular al principio de la revolución, continuaron rigiendo
durante todo el transcurso del movimiento, hasta convertirse en diques
en contra de la corriente revolucionaria cuando la marea trataba de
desbordarse.
El 20 de julio de 1808, cuando José Bonaparte entró en Madrid,
14.000 franceses, bajo las órdenes de los Generales Dupont y Vidal, fueron
obligados por Castaños a deponer las armas en Bailén, y José Bonaparte,
pocos dias después tuvo que abandonar Madrid hacia Burgos. Se produ-
jeron, además, dos hechos que animaron grandemente a los españoles:
uno fué la expulsión de Lefevre de Zaragoza por el General Palafox, y el _
otro la llegada a La Coruña del ejército de 7.000 hombres del Marqués
de la Romana, que había embarcado en la isla de Funen, a pesar de la
orden en contra de los franceses, y que llegaba para prestar ayuda al país.
Fué después de la batalla de Bailén cuando la revolución alcanzó su
punto máximo, y aquel1a parte de la nobleza que había aceptado la dinas-
tía de Bonaparte o se había apartado prudentemente de toda actividad,
vino entonces a unirse a la causa popular - una ventaja de muy dudoso
carácter para aquélla.

New York Daily Tribune, 25 de septiembre de 1854.

III
1

La división de poderes entre las distintas Juntas había salvado a España


del primer choque de la invasión francesa de Napoleén, no sólo al multi-
plicar los recursos del país, sino por haber puesto al invasor ante un enemi-
go difícil de golpear; los franceses quedaron enteramente sorprendidos
al descubrir que el centro de la resistencia española estaba en todas partes
28 Marx y Engels

y en ninguna. Sin embargo, poco después de la capitulación de Bailén


y de la evacuación de Madrid por el rey José, se hizo sentir la necesidad
de establecer alguna especie de Gobierno central. Después de los prime-
ros éxitos, las divergencias entre las Juntas provinciales se hicieron tan
violentas que por ejemplo, el General Castaños pudo impedir a duras penas
que Sevilla marchase sobre Granada. El ejército francés, con la excep-
ción de las fuerzas mandadas por el Mariscal Bessieres, habíase refugiado
en la línea del Ebro, en medio de la mayor confusión, y si hubiera sido
vigorosamente hostigado, se le hubiera podido dispersar fácilmente, o bien
obligarle a repasar la frontera, pero se le permitió recobrarse y tomar
muy fuertes posiciones. Pero fué, sobre todo, la sangrienta represión
de la insurrección de Bilbao por el General Merlín lo que levantó un clamor
nacional contra las rivalidades de las Juntas y el fácil " laissez-faire" de
los jefes. La urgencia de combinar los movimientos militares ; la segu-
ridad de que Napoleón pronto reaparecería a la cabeza de un ejército victo-
rioso, reclutado en las orillas del Niemen, del Oder y en las playas del
Báltico; la necesidad de una autoridad central para concertar el tratado
de aHanza con Gran Bretaña u otras potencias extranjeras, y mantener el
contacto con la América española, así como recibir el tributo de ésta;
la existencia en Burgos de un Gobierno Central francés, y la necesidad
de establecer un poder contra otro poder - todas estas circunstancias
impelieron a la Junta de Sevi lla a renunciar, no sin protestar, a su mal
definida y escasa supremacía nominal, y proponer a las distintas Juntas
provinciales el seleccionar de cada una de ellas a dos Diputados de sus
Asambleas para integrar la )unLa Central, mientras que las Juntas provin-
ciales seguirían conservando la dirección de los asuntos interiores de sus
respectivos distritos, "aunque bajo la debida subordinación al Gobierno
General". Y así la Junta Central , compuesta de 35 di putados de las Jun·
tas provinciales (34 de las Juntas peninsulares y uno de las Islas Cana-
rias), se reunió en Aranjuez, el 26 de diciembre de 1808, precisamente un
dia antes de que los representantes de Rusia y Alemania se prosternasen
en Erf urt ante Napoleón.
Durante la revolución, más aún que en circunstancias ordinarias, los
destinos del ejército reflejan la verdadera naturaleza del Gobierno civil.
La Junta Central, encargada de la expulsión de los invasores del suelo
español, fu é empujada por los éxitos de los ejércitos enemigos, desde
Madrid a Sevilla. y desde Sevilla a Cádiz, donde expiré ignominiosamente.
Su reino estuvo señalado por una desgraciada sucesión de derrotas, por
La Revolución en España 29

el aniquilamiento del ejército español, y por último por la disolución de


las tropas regulares en guerrillas. Urquijo, noble español, decía a Cuesta,
Capitán General de Castilla, el 3 de abril de 1808:

"Nuestra España es un edificio gótico, compuesto de elemen-


tos heterogéneos, con tantas fuerzas, privilegios, legislaciones
y costumbres como provincias. Nada e:-ciste en ella de 10 que
llaman espíritu público en Europa. Estas razones impedirán el
establecimiento de un Poder central tan !!Ólido en estructura
como para unir nuestras fuerzas nacionales.''

Si entonces, el estado de E!!paña en la época de la invasión f rancesa,


oponía las mayores dificultades posibles a la creación de un Poder central
revolucionario, la composición dada a la J unta Central la incapacitaba
para intentar vencer la crisis terrible en que el país se hallaba sumido.
Siendo sus componentes demasiado numerosos y seleccionados en forma
ex·cesivamente fortuita para constituir un Gobierno ejecutivo, eran dema-
siado pocos para pretender la autoridad de una Convención Nacional. El
simple hecho de que su poder fuese delegado por las Juntas provinciales
les bacía incapaces de sobreponerse a las ambiciosas pretensiones, malque-
rencias y caprichosos egoísmos de aquellas instituciones. Esas Juntas
-cuyos miembros, como hemos visto en el artículo anterior, eran elegidos
en su totalidad teniendo más en consideración la situación que ocupaban
en la antigt1a sociedad que en la capacidad necesaria para transformarla,
mandaron a su vez a la Junta Central Grandes de España, prelados, títulos
de Castilla, ex Ministros, altos cargos civiles y militares, en lugar de revo-
lucionarios. Desde un principio la. revolución española se malogró por
su esfuerzo en permanecer legítima y respetable.
Los dos miembros más destacados de la Junta Central, bajo cuyas ban-
deras se encuadraron los dos grandes partidos, fueron Florídablanca y
Jovellanos, mártires ambos de la persecución de Godoy, ex-Ministros, vale·
tüdinarios, y educados en los hábitos pedantes y lentos del cansino régimen
español, la solemne y ceremoniosa lentitud que se ha convertido en pro-
verbial desde los tiempos de Bacon, quien exclamó una vez: "¡ Üjdlá la
muerte me venga desde Espaiia, llegará tarde!"
Floridablanca y Jovellanos representaban un antagonismo, pero un
antagonismo que pertenecía a aquella porción del siglo XVIII que prece-
dió a la era de la Revolución Francesa ; el primero era un burócrata ple·
beyo; el segundo un aristócrata fil ántropo; Floridablanca era partidario
y practicante del despotismo ilustrado, representado por Pombal , Fede-
30 Marx y En ge ls

rico 11 y José II; Jovellanos era "amigo del pueblo'', que esperaba oondu·
cirio a la libertad por una rápida y juiciosa sucesión de las leyes económi·
r..as, y por la propaganda literaria de generosas doctrinas; opuestos los dos
a las tradiciones del feudali smo; el uno intentando modernizar la Monar-
quía ; el otro pretendiendo librar a la sociedad civil de sus cadenas. La
actuación de cada uno en la historia de su país corresponde a la diver·
sidad de sus opiniones. Floridablanca gobernó omnímodamente como
Primer Ministro de Carlos III, y su Gobierno se hacía más despótico en
la medida en que encontraba resistencia. Jovellanos, cuya carrera Minis-
terial bajo Carlos IV fué de escasa duración, conquistó su influencia
sobre el pueblo español no como Ministro, sino como estudioso; no por
decretos, sino por ensayos. Cuando la tormenta de aquellos días llevó
a Floridablanca, a la cabeza de un Gobierno revolucionario, era ya octo-
genario, firme únicamente en su fe en el despotismo, y en su descon·
fianza en la espontaneidad popular. Al dejar la Municipalidad de Mur-
cia para ir de delegado a Madrid, redactó una protesta secreta declarando
que sólo había aceptado a la fuerza y ante el temor de los asesinatos
populares, y que firmaba este protocolo con la intención expresa de preve-
nir al rey José contra cualquier crítica que pudiese dirigirle por haber
aceptado el mandato popular. No satisfecho con volver a las tradiciones
de su juventud, corrigió todos los actos de su anterior etapa Minis-
terial, juzgándolos ahora excesivamente temerarios. Y así, él, que había
expulsado a los Jesuitas de España, apenas se encontró sólidamente ins·
talado en la Junta Central les concedió el permiso de volver "como
individuos privados". Si reconocía que había ocurrido algún cambio
desde su época anterior, era simplamente esto : que Godoy, que le había
perseguido y había destituido de su gubernamental omnipotencia al gran
Conde de Floridablanca, se viese ahora suplantado por el mismo Conde
de Floridablanca, y expulsado a su vez. Ese era el hombre a quien
la Junta Central nombró su Presidente, y en quien reconocía la mayoría
al adalid infalible.
Jovellanos, quien tenía la influencia minoritaria en la Junta Central,
era también de edad avanzada y había perdido gran parte de su energía
en un largo y penoso encarcelamiento que le infligió Godoy. Pero inclu.iO
en sus mejores tiempos no fué nunca un !evolucionarlo de acción, sino
sólo un bien intencionado reformador, quien, por exceso de delicadeza en
sus métodos, nunca se atrevió a completar sus proyectos. En Francia,
quizás hubiese alcanzado la nombradía de un Mounier o de un Lally·
La Revolución en España ~l

Tollendal, pero nada más. En Inglaterra hubiera podido ser un miembro


popular en la Cámara de los Lores. En España, insurreccionadn, fué
ca paz de suplir con ideas las aspiraciones de la juventud, pero no era
capaz siquiera de competir con la servil tenacidad de un Floridablanca.
No libre totalmente de los prejuicios aristocráticos, y consecuentemente
con una fuerte inclinación hacia la anglomanía de Montesquieu, este
carácter justo parecía probar que si España era capaz de crear excepcio-
nalmente una mente con sentido universal, era sólo al precio de su energía
individual, que sólo poseía para asuntos locales.
Es verdad que la Junta Central incluía unos pocos hombres --enea·
bezados por don Lorenzo Calvo de Rosas, delegado por Zaragoza- que
al mismo tiempo que adoptaban las reformas expuestas por Jovellanos,
estimulaban toda acción revolucionaria. Pero su número era excesiva-
mente reducido y sus nombres demasiado poco conocidos para permitirles
empujar el lento carricoche gubernamental de la Junta y hacerle aban·
donar el trillado ceremonial español.
Este poder, tan chapuceramente compuesto, tan débilmente consti·
tuído, con tales supervivientes reminiscencias en su dirección, fué encar-
gado de llevar a cabo una revolución y batir a Napoleón. Si sus procla-
mas fueron tan vigorosas como débiles sus acciones, se debió a don Manuel
Quintana, poeta español, a quien la Junta tuvo el gusto de nombrarle
secretario y confiarle la redacción de sus manifiestos.
Lo mismo que Jos pomposos héroes de Calderón, que confundiendo
la distinción convencional con Ja genuina dignidad, gustaban anunciarse
con una pesada enumeración de todos sus títulos, la Junta también se ocupó
en primer Jugar en decretar Jos honores y condecoraciones debidos a su
elevada posición.
El Presidente recibió el tratamiento de Alteza,. lÓs demás miembros •
de Excelencia, mientras que la Junta in corpore se reservaba el de :\Iajes-
tad. Adoptaron una especie de vistosos uniformes parecidos al de General,
adornado el pecho con bandas representando los do!' hemisferios, y se
votaron un sueldo anual de 120.000 reales. Fué, verdaderamente, idea
de la vieja escuela española esta de arroparse los jefes de la España insur-
gente, en disfraces teatrales, para hacer una entrada digna en el escenario
histórico de Europa.
Deberíamos trasponer los límites de estos apuntes si quisiéramos dar
cuenta de la historia interna de la Junta y los detalles de su administración.
Para nuestra final idad será suficiente contestar a dos preguntas.
Marx y Enge l s

¿, Cuál fué su infl uencia en el desarrollo dei mo\'imiento revolucionario


español? ¿ Guál en la defensa del país? La contestación a estas dos
preguntas nos aclarará, en gran parte, todo cuanto han tenido hasta ahora
de misterioso ·Y de inexpl icable las revoluciones españolas del siglo XIX.
Desde el principio la mayoría de la J unta Central creyó su principal
deber el suprirnjr los primeros arrebatos revolucionarios. En consecuen·
cia. amordazó nuevamente la prensa. nombrando a un nuevo Gran lnqui·
s idor, a quien ·por fortuna los franceses impidieron asumir sus funciones.
Aunque la mayor parte de la propiedad rústica nacional estaba, entonces,
incluída como mano muerta en los mayorazgos de .la nobleza y en los
bienes inalienables de la Iglesia, la Junta ordenó sus pender la venta de
aquellos bienes. que ya había comenzado. amenazando con multar los
contratos p rivados que afectabnn a los bienes eclesiásticos que hubiesen
s ido vendidos.: Reconocieron la deuda nacional, pero no tomaron medi·
das financieras para liberar la lista civil de una mult itud de parásitos,
n la que una s ucesión secular de Gobiernos corrompidos habían encum·
brado ; ni s upieron reformar el s istema fisca l, pro\·erhialmente injusto,
absurdo y vejam.inoso, ni hallar nuevos recursos productivos para romper
definitivamente las cadenas del feudalismo.

New York Daily Tríbune, 20 de octubre de 1854.

IV
Ya en tiempo de Felipe V, Francisco Benito la Soledad había dich.o:
''Todos los males de España provienen de los abogados" . (Sic.) A la
cabeza de la daño!'a y magistral jerarquía de España estaba s ituado el
Consejo Real ·de Castilla. Constituido en los turbulentos tiempos de los
J uanes y los Enriques, fortalecido por Felipe II, quien descubrió en él
un valioso complemento del Santo Oficio, fué mejorando con las calami·
clades pasadas· y la debilidad de l o~ últimos reyes, hasta usurpar y acumu·
lar en s us manos los más heterogéneos atributos y sumar a sus funciones
de Tribunal Supremo las de legis lador y superintendente administrativo
de todos los reinos de España. Solamente le excedía en atribuciones el
Parlamento francés, al cual se parecía en muchos aspectos, menos en que
nunca se colocó del lado del pueblo. Habiendo sido la más poderosa
autoridad en la España antigua. el Consejo Real fué, naturalmente, el
más implacable adversario de la nueva España, y de todas las recientes
La Revolución en España 33

autoridades populares, que amenazaban su suprema influencia. Siendo


el gran dignatario de la orden de los abogados y la garantía formal de
todos sus abusos y privilegios, el Consejo disponía naturalmente de todos
los numerosos e influyentes intereses investidos en la jurisprudencia espa-
ñola. Era, por consiguiente, un poder con el cual no solamente la revolu-
ción no podía admitir compromisos, sino que debía ser barrido si no se
quería que él barriese a su vez la revolución. Como hemos visto en un
artículo ~'sterior, el Consejo se había prostituido ante Napoleón, y por
este acto de traición había perdido todo el soporte del pueblo. A pesar
de ello, la Junta, el día de su creación oficial, fué lo bastante tonta para
comunicar al Consejo su constitución, y pedirle el juramento de fidelidad,
recibido el cual, declararon que sería remitida la fórmula del juramento a
todas las demás autoridades del reino. Por este primer pa!>o, criticado
grandemente por todo el partido revolucionario, el Consejo vino a con-
vencerse de que la Junta Central necesitaba su apoyo; y renaciendo así
de su relegación, y después de una afectada duda de varios días, ofreció
su malévola sumisión a la Junta, y acompañando su j uramento, como una
expresión de sus propios escrúpulos reaccionarios, dió a la Junta el consejo
de disolverse y reducir su número a tres o cinco miembros, según la Ley 3\
Partida 2•, Título 15 ; y ordenar la extinción forzosa de las Juntas provin-
ciales. Después de entrar los franceses nuevamente en Madrid, y haber
dispersado el Consejo Real, la Jnnta Central no satisfecha con su primer
desatino, tuvo la simpleza de resucitar el Consejo con la creación del Con-
sejo Reunido -una unión del Consejo Real y de todos los demás restos
de los viejos consejos reales. La Junta, pues, creaba espontáneamente un
poder central contrarrevolucionario, el cual, riválizando con el propio po·
der de la Junta, no cesó nunca de hostigarla y contrariada con sus intrigas
y conspiraciones, intentando lanzarla a los actos más impopulares, para
denunciarla después, fingiendo virtuosa indignación, al desprecio apasio·
nado del pueblo. Es apenas necesario mencionar que la Junta que había
primero reconocido al Real Consejo, y luego lo había restituído, fué por
esta causa incapaz de reformar nada, ni tan siquiera la organización de
los tribunales españoles o su más viciosa legislación civil y criminal.
Que, a pesar del predominio en el movimiento español de los elemen·
tos religiosos nacionales, existió, en los dos primeros años, una muy
fuerte tendencia hacia las reformas sociales y políticas, lo atestiguan las
manifestaciones de las Juntas provinciales de aquel tiempo, las cuales,
a pesar de hallarse compuestas de las clases más privilegiadas. nunca
34 Marx y Engel$

rehusaron denunciar al viejo régimen y adherirse a las promesas de refor-


mas radicales. El hecho está probado, posteriormente, por las manifes-
taciones de la Junta Central, que en su primera comunicación a la nación,
fechada el 8 de noviembre de 1808, dice:

"Una tiranía de veinte años, ejercida por la mano más inca-


paz, nos ha llevado al borde de la perdición; la nación ha sido
alejada de sus Gobiernos por el odio y repulsión. Poco tiempo
ha transcurrido desde que, oprimido y degradado, Ignorando su
propia fuerza y no encontrando protección contra los males del
Gobierno, ni en las instituciones ni en las leyes, ha considerado
la soberanía extranjera como menos odiosa que la destructora
tiranía que la estaba consumiendo. El dominio de una voluntad
siempre caprichosa, a menudo injusta, ha durado demasiado;
se ha abusado por demasiado tiempo de la paciencia del p-aeblo,
de su amor al orden, su genet·osa lealtad; ya es hora de que la
ley fundada en la utilidad general empiece a reinar. Una refor-
ma que todo lo abarcara se hacia necesaria. La J unta ~onsti­
tuiria distintas Comisiones, cada una relacionada con uu depar-
tame-nto especial, al cual se remitirían la.s comunicaciones refe-
rentes a los asuntos de gobierno y administración."
En su alocución, fechada en Sevilla el 28 de octubre de 1809, dice:

"Un imbécil y decrépito despotismo preparó el camino a la


tiranía francesa. Dejar al Estado sumergido en los viejos abu-
sos hubiera sido un crimen tan horrible como abandonarle en
manos de Bonaparte.".
Parece que existió en la Junta Central una división del trabajo muy
original -al Partido de Jovellanos se le permitía pr omulgar y ordenar
las aspiraciones revolucionarias, y el de Floridahlanca se reservaba el
placer de inutilizarlas, oponiendo a la ficción revolucionaria el hecho
contrarrevolucionario. Para nosotros, sin embargo, el punto importante
consiste en probar mediante las confesiones de las Juntas provinciales
enviadas a la Central el hecho, a menudo negado, de la existencia de las
aspiraciones revolucionarias en España en la época de su levantamiento.
La forma en que la Junta Central hizo uso de las oportunidades para
implantar las reformas otorgadas por lo más selecto de la nación, la pre-
sión de los acontecimientos y la presencia de peligro inmediato, pueden
ser inferidos por la influencia ejercida por sus Delegados en las distintas
pr ovincias donde fuer on mandados. Un autor español nos dice cándida-
mente que la Junta Central, que nunca tuvo superabundancia de capaci-
dades, ponía buen cuidado en retener en su centro a los miembros eminen-
tes y mandar a la periferia a aquellos que no servían.para nada. Estos
Delegados estaban investidos del poder de presidir las J untas provincia-
La Revolución en España 35

les y de representar a la Central en la plenitud de sus atribuciones. Tome-


mos solamente constancia de algunos de sus hechos: el General de la
Romana, a quien los soldados españoles acostumbraban llamar el Marqués
de las Romerías, a causa de sus perpetuas marchas y contramarchas - los
combates sólo tenían lugar en su ausencia- ; este General de la Romana,
cuando Soult le derrotó en Galicia, entró en Asturias como Delegado de la
Junta Central. Su primera ocupación fué querellarse con la Junta pro-
vincial de Oviedo, cuyas medídas enérgicas y revolucionarias le habían
atraído el odio de las clases privilegiadas. A la larga consiguió disolverla
y reemplazarla por personas de su propia gente. Así que el General Ney
informado de estas dísensiones, en una provincia donde la resistencia a
los franceses había sido siempre general, marchó inmediatamente con sus
fuerzas contra Asturias, expulsó al Marqués de las Romerías, entró en
Oviedo y lo saqueó durante tres días. Habiendo los franceses evacuado
a Galicia a finales de 1809, nuestro Marqués y Delegado de la Junta
Central entró en La Coruña, uniendo en su persona todas las autoridades,
suprimió las Juntas de distrito, que se habían multiplicado con la insu-
rrección, y puso en su lugar gobernadores militares, amenazó a los miem-
bros de díchas Juntas con los mayores castigos, persigtúó a los patriotas,
trató con benevolencia extremada a todos los que habían ayudado a la
causa del invasor y demostró en todos los demás asuntos una necia, impo·
tente, caprichosa idiotez. ¿Y cuáles habían sido los pecados de las Juntas
de distrito y de la provincial de Galicia? Habían ordenado una movili-
zación general , sin excepciones de clases ni personas; habían impuesto
tributos a los capitalistas y propietarios ; habían rebajado los salarios a
los funcionarios públicos; habían ordenado a las corporaciones eclesiás-
ticas el poner a su disposición las rentas existentes en sus arcas. En una
palabra, habían tomado medidas revolucionarias. De!lde que el glorioso
Marqués de las Romerías pasó por Galicia y Asturias, estas dos provincias
que se habían distinguido por su resistencia general al francés, se abstu-
vieron de participar en la guerra de independencia cada vez que se alejaba
el peligro inmediato de una invasión.
En Valencia, donde aparecían nuevas perspectivas de esperanza mien-
tras se dejara en libertad al pueblo y los jefes por él seleccionados, el
espíritu revolucionario quedó quebrantado por la influencia del Gobierno
Central. No contento con haber colocado a esta provincia bajo el gene-
ralato de un tal don José Caro, la Junta Central mandó como su propio
delegado al Barón Labazora. Este Barón condenó la política de la Junta
56 Mar x y Engel s
-------------------------------------------
provincial por haberse resistido a ejecut ar algunas órdenes s uperiores,
canceló el decreto por el cual !oe suspendían con muy buen juicio los suel-
dos de las canonjías vacantes, los beneficios eclesiásticos y las encomien-
das, cuyas rentas se destinaron a proteger los hospitales militares. De
aquí la agria disputa entre la J unta Central y la de Yalencia ; de aquí, la
pasividad de Valencia, en tiempos posteriores, bajo la administración
liberal del Mariscal francés Suchet ; de aquí, su ardor en proclamar a
Fernando VII, a s u vuelta, contra el entonces Gobierno revolucionario.
En Cádiz, la plaza más revolucionaria de la España de la época, la
presencia de un Delegado de la Junta Central , el estí:pido y presuntuoso
Marqués de Vittel, fué causa de que estallara una insurrecciÓn los días
22 y 23 de febrero de 1809, la cual, sí no se hubiera desviado oportuna-
mente hacia la guerra de independencia, habría tenido las más desastrosas
c.-onsecuencias.
No existe muestra mejor de la discreción de la Junta Central en el
nombramiento de sus Delegados, que el caso del Delegado ante Wellington,
señor Lozano de Torres, quien, mientras se rebajaba humildemente ante
el General inglés, demostrando una servil adulación, secretamente infor-
maba a la Junta de que las quejas del General inglés solicitando provi-
siones eran infundadas. Habiendo descubierto Wellington el doble juego,
le expulsó vergonzosamente de su lado.
La Junta Central estaba colocada en las más afortunadas circunstan-
cias para realizar lo que bahía prometido a la nación española, en una
de sus alocuciones: "Ha sido verdaderamente providencial en esta terri-
ble crisis el que no se haya dado un paso hacia la independencia, que no
fuera acompañado de otro paso hacia la libertad". Al principio de la
invasión, los franceses no habían obtenido la posesión de una tercera
parte de España. Las antiguas autoridades establecidas se ausentaron o
~e postraron, conviviendo con el invasor, o se disol vieron bajo su mandato.

No eran las medidas de reforma social , transfiriendo la propiedad e


influencia de la Iglesia y la aristocracia a la clase media y los campesinos,
lo que hubiera impedido adoptar la defensa común de la nación. Tenían
la misma buena ventura que el Comité de Salut Public francés, por estar
respaldada la convulsión interior por las necesidades de la defensa contra
las agresiones externas; además, tenían ante ellos los ejemplos de la audaz
iniciativa con la cual ciertas provincias se habían visto obligadas a hacer
frente a la presión de las circunstancias. Pero no satisfechos con haber
pesado como lastre en la revolución española, trabajaron luego eu ~en·
La Revolución en España 37

tido contrarre\·olucionario, restableciendo las auto rid ade~ anteriores, for·


jando de nuevo las cadenas que habían sido rotas, apagando el fuego revo-
lucionario al1 í donde brotaba, no haciendo nada ellos mismos e impidien-
do que otros hicieran algo. Durante la perm:.tnencia de la J unta en Sevi-
lla, el 20 de julio de 1809, incluso el Gobierno Tory inglés creyó necesario
remitirles una nota enérgica protestando de su camino contrarrevolucio-
nario, "estimando que él equivalía a sofocar el entusiasmo popular": Se
ha señalado muchas veces que España sufrió todm; los males de la revo·
lución sin adquirir fuerza revolucionaria. Si esta observación es justa,
representa una severa condenación a la Junta CentraL
Hemos creído .necesario detallar este punto, porque su decisiva impor·
· r<lncia nunca ·ha sido bien comprendida por nit!gún historiador europeo.
Bajo el gobierno de la J unta Central exclus ivamente, era posible aunar
las exigencias e inconvenientes de la defensa nacional con la transforma-
ción de la sociedad española, y la emancipación del espíritu nativo, siu
el cual toda constitución política se esfum a ante el combate de la vida
real. como un fantasma a la luz del día. Las \.ortes estuvieron colocadas
en circunstancias comp letamente distintas, incluso se vieron obligadas
a aislarse en un rincón de la Península, separadas de la totalidad del
reino durante dos años por un ejército franc~s asediante, y representando
la España ideal, mientras la España real estaba luchando o era conquis-
tada. En tiempo de las Cortes, estaba España dividida en dos. En la
Jsla de León, ideas sin acciÓ11; en el resto de f.:spaña, acción sin ideas.
En tiempo de l a Junta Central, por el cont ra rio, bacía falta una particular
debilidad, una incapacidad y voluntad enfemliza por parte del Gobierno
para trazar una línea divisoria entre la guerra de Es paña y la revol ~cíón
española. Las Cortes, en consecuencia, no fracasaron, como afirman
autores franceses e ingleses, por ser revolucionarias, sino porque sus ante-
cesores habían sido reaccionarios y habían perdido la hora exacta de la
acción revolucionaria. Los modernos escritores españoles, ofendidos por
las críticas anglo-francesas, han demostrado ser, sin embargo, incapaces
de refutarlas, y todavía se indignan del bon mol dei Abate Pradt: " El
pueb lo español se parece a la mujer de Sganarelle, que le gustaba que
le pegasen:'

New York Daily Tribune, 27 de octubre de 1854.


Mar x y Engels

V
La Junta Central fracasó en la defensa del país, porque había fallado
en su misión revolucionaria. Consciente de su propia debilidad, de la
inestabil idad de su poder y de su extrema impopularidad, ¿cómo podía
intentar resolver las rivalidades, celos y exageradas pretensiones de sus
generales, comunes a todns las épocas revolucionarias, sino mediante viles
engaños y pequeñas intrigas? Mantenida en continuo sobresalto y temor
hacia sus propios jefes militares, podemos dar entero crédito a Wellington
cuando, escribiendo a su hermano el Marqués de Welkaley. el 1 de sep-
tiembre de 1809, le decía :
1
"Tengo muchos temores, a l ver el proceder de la J unta Cen·
tral, de que en la distribución de sus fuerzas no conceda tanta
importancia a la defensa militar y operaciones guerreras como
a la intriga política y al logro de triviales objetivos políticos."

En épocas revolucionarias, cuando todos los lazos de subordinación


se han perdido, la disciplina mi litar sólo puede ser restaurada por la disci-
plina civil , imponiéndose austeramente sobre los generales. Como que la
Junta Central, por su constitución incongruente, nunca consiguió controlar
a los generales, los generulcs tampoco s upieron disciplinar a los soldados,
y al final de la guerra el ejército español no había alcanzado un término
medio de disciplina y obediencia. La insubordinación era alimen-
tada por la carencia de provisiones, ropas y toda clase de materiales
requeridos por un ejército - pues la moral de un ejército, como decía
Napoleón, depende siempre de sus condiciones materiales. La Junta
Central fu é incapaz de regularizar las entregas de material al ej•)rcito,
porque los manifiestos del pobre poeta ().uintana de nada servían en esta
ocasión; y para dar .más fuerza a sus decretos tenían que haber recurrido
a las mismas medidas revolucionarias que habían condenado en provin·
cias. Incluso la conscripción general sin privilegios ni exenciones, y la
facultad concedida a todos los españoles para obtener cualquier graduación
en el ejército, fueron obra, primero, de las Juntas provinciales que de la
Junta Central. Si las derrotas de los ejércitos españoles fueron produci-
das por las incapacidades contrarrevolucionarias de la Junta Central,
estos desas tre~. a su vez, la humill aron todavía más y la hicieron objeto
ele la suspicacia y descontento populares, aumentando así su dependencia
a los pres untuosos, pero incapaces, jefes militares.
Si bien es verdad que el ejército español permanente fué derrotado en
La Revolución en España 39

todas partes, a todas partes, sin embargo, acudió. Más de veinte veces
disperso, siempre se halló listo de nuevo para hacer frente al enemigo,
y frecuentemente reaparecía con redoblado vigor después de una derrota.
Era inútil golpearle, porque escapaba ágilmente y sus pérdidas en hom-
bres fueron generalmente pequeñas, y en cuanto al abandono del terreno,

no le daba importancia. Se retiraba desordenadantente a las sierras,
·donde estaba seguro de reagruparse y de reaparec:er cuando menos lo
esperasen, reforzado con nuevos elemento!', y capaz, ~i no para resistir
al ejército francés, para tenerle en continuo movimiento y obligarle a
diseminar sus fuerzas. Más afortunados que l o~ rusos, no te1úan siquiera
que morir para resucitar de entre los muertos.
La desastrosa batalla de Ocaña, el 19 de noviembre de 1809, fué la
última gran batalla que los españoles riñeron ; desde entonces se limi-
taron a la guerra de guerrillas. El mero hecho de abandonar la lucha
regular prueba la desaparición del Poder Central ante las Juntas ·locales.
Cuando los desastres del ejérc~to nacional se hicieron corrientes, el auge
de las guerrillas fué general, y el alma del pueblo, pensando poco en los
desastres nacionales, se regocijó con los éxitos locales de sus héroes. En
este punto la Junta Central acabó por participar del engaño del puenlo.
".Más se habló en la "Gaceta" de cualquier operación de guerrillas que de
la batalla de O caña".
Tal como Don Quijote opuso su lanza a la pólvora, las guerrillas com-
batieron contra Napoleón, aunque con éxito distinto. "Estas guerrillas
~scribe el Austrian Military ]ournal (vol. 1, 1821)- llevaban ~us base:';
consigo, y toda operación contra ellas terminaba. con la desaparicié-n del
objetivo."
Hay tres períodos distintos en la historia ne la guerra de guerrillas.
En el primer período la po01ación de todas las provincias tomó las armas
e hizo una guerra de partidas, como en Galicia y Asturias. En el segundo
período, las bandas guerrilleras constituidas por los restos del ejército
español, por españoles desertores del ejército francés, por contrabandistas,
etcétera, realizaron la guerra como sú propia causa, independientemente
de toda influencia extraña y atento.s, sólo, a l interés inmediato. Aconte-
cimientos y circunstancias afortunados, a menudo color..aron bajo su domi·
nio distritos enteros. Mientras las guerrillas estuvieron así constituídas,
no hicieron ninguna formidable aparición como cuerpo organizado, pero
fueron , sin embargo, extremadamente peligroMS para los franceses. f.ons-
tituyeron las bases del pueblo armado. T an pronto como se ofrecía la
Marx y Engels

oportunidad de efectuar alguna presa, o se meditaba la ejecución de alguna


operación combiJ1ada, la parte más activa y emprendt:dora del pueblo se
unía a las g uerrillas. Caían con extrema rapidez sobre su botín o colocá-
banse en orden de batalla, según el objetivo de su empresa. No era raro

,·erlas todo un día acechanoo al enemigo con In finalidad de interc·eptar
un convo y o capturar refuerzos. Fué en esta forma que e l joven Mina
apresó al Virrey de Navarrn, nombrado por José BonAparle, y que Julián
hizo prisionero al Comandante de Ciudad Rodrigo. As í que la hazaña
((uedaba cumplida, cada cual volvía a s us tareas, y los hombres armados
se desparramaban en todas direcciones; y los r.ampesi uos juramentados
YO ivían prestamente a sus ocupaciones "sin que su ausencia hubier:l sido
not.ada" . En esta forma las <.:omunicaciones por los caminos fueron cerra·
das. Centenares de enemigos se hallaban en e l lugar escogido, sin que
fu ese posible descubrirles. ~ 1ingún correo podía despacharse que no
fuera apresado ; no podían salir los refuerzos sin ser interceptados; no
era posible emprender movimiento a lguno, en resumen, que no estuviera
vigilado por centenares de ojos. A la vez no había forma de golpear en
su raíz una combinación de esta naturaleza. Los franceses tuvieron que
estar continuamente armados contra un enemigo inatacable, que reapa·
recía siempre, y que estaba en todas partes sin ser visto en ninguna, sir-
viéndole las montaña~· de cortina. "No fueron - dice el abate Pradt-- -
ni las batallas ni los combates los que aniqui laron la:; fu erzas francesas,
si no las molestias incesantes de un enemigo invisible, quien, al ser perse-
r-uido se diluía entre el pueblo, reapareciendo inmediatamente después
<on redoblada energía. El león de la fábula, atormentado hasta la muerte
por un mosquito, nos da la situación exacta del ejército francés." En el
tercer período, las guerrillas imitaron la composición del ejército regu-
lar. aumentaron sus efectiYos de 3.000 a 6.000 homhres. y cayeron en
manos de unos cuantos jefes que hicieron con ella:: lo que más convenía
a sus propios intereses. Este cambio en el sistema de las guerrillas dió
a los franceses, en los encuentros con ellas, una ventaja considerable.
Imposibilitados de esconderse a causa de su volumrn, e incapaces de des-
aparecer súbitamente sin ,·erse obligados a presentar combate, como hacían
:mtt>.!'. los g uerrilleros fueron ahora frecuentemente sorprendidos, derro-
tado!<. di~ pe rsos e incapacitados por mucho tiempo de ofrecer una moles-
tia efrrti,·a.
Comparando los tres prríodos de la guerra dr ~uerri llas con la histo-
ria política de España, ,·emos que ellos representaban los grados re.<>pec-
La Revolución en España 41

ti vos por los q ue el espíritu contrarrevoluciouario del Gobierno había


logrado enfriar el espíritu del pueblo. Habiendo empezado por el levan-
tamiento de poblaciones enteras, la g uerra de partida!' se convirtió luego
en g uerra de guerrillas, de las cuales forma ban todos los distritos la
reserva, y terminaron en corps francs hasta estar a punto de degenerar
en partidas de salteadores, o hundirse en las levas de los regimientos
regulares.
El distanciamiento del Gobiemo Central, la discipli na relajad:1, los
contirJtos desastres, la consta nte f ormación, descomposición y recompo-
sición de los cadres durante seis años, todo ello dió necesariamente a la
colect.ividad del ejércitu español su car ácter pretoriano, haciéndole
igualmente apto para ser los servidores de sus jefes como para convertirse
en su azote. Los generales reñían entre ellos, o cons piraban contra el
Gobierno Central, echando siempre el peso de su espada en la bal anza
política. El General Cuesta, que pareció más tarde ganar la confianza
de la ]unta Central a compás de per der las batallas por su país, había
t'mpezado a conspirar con e l Consejo Real para arrestar a los Diputa dos
leoneses en la ] unta Central. El mismo Genera! Morla, miembro de la
·J unta Central , se pasó al campo bonapartista, despué-s de haber entregado
Madrid a los franceses. El ridículo Ma rq ué de las Romerías, miembro
también de la J unta, conspiraba con el vanaglorioso· Fra ncisco Palafox,
y el miserable Montijo y la turbulenta ]unta de Sevi lla, contra aq1.1élla .
Los Generales Castaños, Rla ke, La Bishal ( un O'Donnell), en tiempo de
las Corte!' figu raban como Regentes o conspiraban. sucesivamente, y e l
Capitán Genera l de Valencia, don Ja vier Elío, entregó fin almente España
a merced de Fe rnando VJ l. t:l elemento pretor iano estuvo, ciertamente,
más desarrollado entre los genf!ra les q ue entre sus soldados.
Por otra parle, el ejército y los guer rilleros -- los cua les recibieron
durante la guerra parte de !"US je fes de las fil as de los distinguidos ofil!ia-
les de línea , como Po rlier, Lacy, Ero les y Villacampa, mientras que e l
ejército regular recibía a su vez jefes guerrill eros. tales como Mina, Em-
pecinado, etc.- fué la parte más revolucionaria de España, reclutada
como estaba en todas las clases socjales, incluyendo la totalidad de la
fogosa, animosa y patriótica juventud, impermeable a la influencia sopo·
r ífica del Gobierno Central ; emancipada de los grillo~ del viejo régimen;
parte de e llos, como Riego. habiendo regresnrlo rle Francia después de
unos años de cautiverio. No podernos, pues, sorprendernos de la iníluen.'
cia ejercida por e l ejérci to españo l en las conmociones !!ub~;i gui e ntes; ni
42 Marx y En ge l s

cuando tomaba la iniciativa revolucionaria, ni cuando malgastaba la revo-


1ución con el pretorianismo.
Es evidente que los guerrilleros que, durante vario!' años, habían sido
actores principales en sanguinarias luchas, que se habían acosturr.brado
a la vida libre, dando expansión a sus odios, venganzas y ansias de pillaje,
debían formar en tiempo de paz una horda peligrosísima, siempre dis·
¡>uesta a la primera señal de cualquier partido o principio, para echarse
adelante con quien fuese capaz de darles buena soldada u ofrecerles el
r·retexto de expediciones de pillaje.

NP-W York Daily Tribune. 30 de octubre de 1?.5·t

VI
El 24 de septiembre de 1810, las Cortes Extraordinarias se reunieron
en la Isla de León; el 20 de febrero de 1811 cambiaron su asiento de allí
a Cádh; el 19 de marzo de 1812 promulgaron la nueva Constitución, -y
el 20 de septiembre de 181 3 finaliza ron sus sesiones. tres años después
de su apertura.
Las circunstancias bajo las cuales estas Cortes se reunieron no encuen·
tran paralelo en la historia. Nunca antes ningún Cuerpo legislativo
había reunido a sus miembros de tan distintas partes del mundo, ni preten-
dido organizar tan inmensos territorios en Europa, América y As ia, con
tal diversidad de razas y tal complejidad de intereses - mientras la tota-
lidad de España era ocupada por los franceses, y el Congreso mismo,
aislado _del resto de la N:lción por un ejército enemigo y relegado a una
pequeña lengua de tierr:1, tenía que legislar a la vista de un ejército
circundante y sitiador. Desde el remoto ángulo de la Isla Gaditana
emprendieron la fundación de una nueva España. como habínn hecho sus
antepasados desde las montañas de Covadonga y Sourarbe.
¿Cómo podremos explicar el curioso fenómeno de que la Constitu-
ción de 1812, acusada después por las testas coronadas de Europa, reuoi-
dás en Verona. como la más incendiaria creación del jacobinismo, brotara
del cuer po de la vieja España monástica y absolutista. en el mismo
momento en que pa recía totalmente entregada 3 la lucha de una guerra
santa contra la revolución? ¿ Cómo, por otra partt", podríamos com-
prender la súbita desaparición de esta misma Constitución, desvanecida
como una sombra -como "el su-eño de som.bm" (sic), dicen historiadores
La Revolución en España 43

españoles-- al entrar en contacto con un Borbón? Si el alumbramiento


de esta Constitución es un enigma, su muerte no lo es menos. Para resol-
\'er el enigma, nos proponemos empezar por una nueva revisión de la
misma Constitución de 1812, la cual intentaron los españoles viabilizar
en dos épocas subsiguientes: durante el período de 1820-23, y después
en 1836.
La Constitución de 1812 consta de 334 artículos, y comprende las
lO siguientes divisiones: l. Sobre la nación española y los españoles.
2. Sobre el territorio de España; su religión, gobierno y sobre los ciuda·
danos españoles. 3. Sobre las Cortes. 4. Sobre el Rey. 5. Sobre los
Tribunales y la Administración de Justicia en asuntos civiles y criminales.
6. Sobre el gobierno interior de las Provincias y Municipios. 7. Sobre
los impuestos. 8. Sobre las fuerzas militares nacionales. 9. Sobre la
educación pública. 10. Sobre la observancia de la Constitución, y proce-
dimiento para efectuar alguna alteración en el texto.
Partiendo del principio que " la soberanía reside esencialmente en la
nación, a la cual, en ·consecuencia, pertenece exclusivamente el derecho
de establecer leyes fundnnaentales", la Constitución, sin embargo, proclama
la división de poderes, según la ~ual "el Poder legislativo reside en las
Cortes juntamente con el Rey"; " la ejecución de las leyes compete al
Rey", " la aplicación de las leyes en los asuntos civiles y criminales perte·
nece exclusivamente a los Tribunales; ni las Cortes ni el Rey estarán
t~ utorizados en ningún caso para ejercer la autoridad judicial, fallar
c.ausas pendientes ni ordenar la revisión de sentencias conclusas''.
La hase de la representación nacional es la población misma, un
Di putado para cada 70,000 al mas. Las Cortes consisten en una C>lmara,
la baja, y Jos Diputados son elegidos por sufragio universal. El derecho
al voto es otorgado a todos los españoles, con la sola excepción de los
sirvientes domésticos, los insolventes y criminales. Después de 1830,
ningún ciudadano disfrutaba de este derecho si no sabía leer y escribir.
La elección es, sin embargo, indirecta, pasando por los tres grados de
parroquial , de distrito y provincial . No se señalan condiciones especiales
para ser elegible Diputado, aunque en el artículo 92 se indica que " es
necesario para ser elegible Diputado a Cortes poseer una renta anual pro-
porcionada, procedente de bienes inmuebles de su propiedad personal";
pero el articulo 93 suspende el artículo precedente, hasta que las Cortes
señalen, en sus futuras sesiones, cuándo podrá entrar en vigencia. El Rey
no tiene nunca el derecho de disolver o prorrogar l a~ Cortes, la'> cuales se
44 Marx y Ensels

reururan anualmente en la Capital el primero de marzo, sin necesidad


de ser convocadas, y actuarán por lo menos tres meses consecutivos.
Nuevas Cortes serán elegidas cada dos años, y ningún Diputado podrá
obtener el mandato en dos Cortes consecutivas; es decir, se podrá sola-
mente ser reelegido después de una interrupción de dos años en el cargo
de Diputado. Ningún Diputado puede pedir ni aceptar recompensas, pen-
siones u honores del Rey. Los Secretarios de Estado, los Consejeros de
Estado y todos aquellos que desempeñen oficios o cargos en Palacio o en
la Mayordomía no podrán ser elegibles Diputados a las Cortes. .Ningún
empleado público del Gobierno puede presentarse candidato por la p rovin-
cia en la que desarrolla sus funciones. Para indemnizar a los Diputados
de sus gastos, las respectivas provincias contribuyen lo mismo que las
Cortes, abonándoles una dieta, cuya cuantía será fijada . por .las Cortes,
en cada segundo año de su funcionamiento , para quienes les sucedan en las
Cortes siguientes. Las Cortes no pueden deliberar en presencia del Rey.
Cuando los Ministros tengan que dar cuenta a las Cortes de una comuni-
cación del Monarca, pueden estar presentes en los debates, y si las Cortes lo
consideran oportuno tomar parte en los mismos, pero tendrán que ausen-
tarse en el momento de la votación. El Rey, el Príncipe de Asturias y los
Regentes deben jurar la Constitución ante las Cortes, las cuales decidirán
también cualquier cuestión de hecho o de derecho que pueda surgir, rela-
c.ionada por la sucesión a la Corona, y nombrar una Regencia, si fuese
necesario. Las Cortes aprobarán, previa ratificación, toda clase de trata-
dos de alianza, o de subsidio o comercio, permitirán o negarán la admisión
de tropas extranjeras en el territorio nacional, decretarán la creación o
supresión de oficios en los Tribunales establecidos por la Constitución,
y también la creación o abolición de servicios públicos; determinarán
cada año, con la recomendación del Rey, el número de fuerzas de mar
y tierra en paz y en guerra, pro,·eerán de ordenanzas al ejército, la fl ota
y la milicia nacional, en todas sus ramas; fija rán los gastos de la Admi-
nistración pública, establecerán los impuestos anuales, concertarán err.prés-
titos, en casos de necesidad, sobre el crédito de los fondos públicos; deci-
dirán en todos los casos concernientes a la moneda, pesos y medidas ;
establecerán un plan de instrucción pública, protegerán la libertad de la
prensa, lograrán que sea real y efectiva la responsahilidad de los Minis-
tros. etc. El Rey solamente dispondrá del derecho del veto, que podrá
usar en do!; sesiones consecutivas; pero si el proyecto de ley fuera presen-
tado por tercera Yez. y apronado por las Cortes el año siguiente, se <>nten-
La Revolución en España 45

derá que el Rey ha de dar su conformidad, y tiene que darla. Antes de


clausurarse, las Cortes nombraban una Comisión permanente, compuesta
de siete Diputados, residentes en la Capital, hasta la próxima asamblea
de las Cortes, honrados con poderes para vigi lar el cumplimiento P.stricto
de la Constitución y la administración de las leyes: dando cuenta a las
Cortes siguientes de cualquier mfracción que hubiesen observado, y auto-
rizada para convocar Cortes extraordinarias si alguna !lituación crítica
lo requería. El Rey no puede abandonar el reino sin el consentimiento
de las Cortes. También lo necesita para contraer matrimonio. Las Cortes
fijan el presupuesto anual de .a Casa Real.
El único Consejo Privado del Rey es el Consejo de Estado, en el cual
los Ministros no tienen asiento, y que consta de cuarenta personas : cuatro
eclesiásticos, cuatro Grandes de España y el resto formado por distmgui-
dos administradores, todos ellos seleccionados por el Rey de una lista de
ciento veinte personas nomo radas por las Cortes; pero ningún Di putado
puede ser Consejero, y ningún Consejero aceptar servicios, honores o
empleos del Rey. Los Consejeros de Estado no pueden ser removidos
sin razones justificadas, probadas delante de la Suprema Corte de Justi-
cia. Las Cortes fijan el suelllo a estos Consejeros, cuya opinión debía
escuchar el Rey en todos los asuntos importantes y los cuales nombran los
candidatos a los cargos eclesiásticos y judiciales. En los asuntos refe-
rentes a la Judicatura se suprimen todos los vi~jos Consejos, se crea una
nueva organización de los Tribunales, estableciéndose una ....orte Su],rema
de J usticia para juzgar a los Ministros acusados, tomar conocimiento de
las dimisiones y suspensiones de los Consejeros de Estado y de los Oficia-
les de las Cortes de Justicia, etc. Sin probar que se ha intentado la recon-
ciliación, ningún pleito puede tramitarse. Se suprime la tortura, el apre-
mio y la confiscación de la propiedad. Todos los Tribunales espe::iales
quedan abolidos, salvo los eclesiásticos y militares, contra cuyas decisio-
nes se puede apelar ante la Suprema Corte.
Para el gobierno interior de las ciudades y municipios, cuando no
existiera, debían formarse Ayuntamientos en los distritos cuya pobla-
ción tuviera más de mil habitantes, constituidos por uno o más magis-
trados, regidores y consejeros públicos, presididos por el corregidor
y elegidos mediante elecciones. Ningún empleado público en ejercicio,
nombrado por el Rey, puede ser elegido magistrado, regidor o conse-
jero público. Los car gos municipales serán deberes públicos, de los cuales
nadie podrá ser eximido, salvo por razones legales. Las Corporaciones
46 Marx y Engels

municipales cumplirán todas sus obligaciones bajo la inspección de la


Diputación provincial.
El gobierno local de las provincias estará regido por el Goberna-
dor nombrado por el Rey. Este Gobernador está vinculado con una
Diputación, a la que preside, y que es elegida por los distritos cuando se
les convoca a elecciones para nombrar nuevas Cortes. Estas Diputaciones
provinciales constan de siete miembros, asistidos por un secretario, pagado
por las Cortes. Las Diputaciones celebrarán a lo sumo noventa sesiones
por año. A causa de los poderes y deberes que se les asignaron, pueden
ser consideradas Comisiones permanentes de las Cortes. Todos los miem-
bros de los Ayuntamientos y Diputaciones, al empezar s u mandato, jura-
rán fidelidad a la Constitución. Con relación a los impuestos, todos los
españoles están obligados, sin distinción ninguna, a contribuir, en pro-
porción a sus medios, a los gastos del Estado. Todas las aduanas inte-
riores serán suprimidas, a excepción de las de puertos y _fronteras. Todos
los españoles están obligados a prestar servicio militar, y además del
ejército regular se formarán cuerpos de milicias nacionales en cada pro-
vincia, constituídos por los habitantes de la misma, en proporción a la
población y circunstancias. Y finalmente, la Constitución de 1812 no
!JUede ser alterada, aumentada ni corregida en ninguno de sus extremos,
hasta ocho años después de Jlevarse a la práctica.
Cuando las Cortes trazaron este nuevo plan del Estado español, esta-
han naturalmente convencidas que una Constitución tan moderna seria,
en muchos aspectos, incompatible con el viejo sistema social, y en conse-
cuencia promulgaron una serie de decretos tendentes a lograr un cambio
orgánico en la sociedad civil. Abolieron así la Inquisición. Suprimieron
las jurisdicciones señoriales, con sus exclusivos, prohibitivos y privativos
privilegios feudales, como los de caza, pesca, bosques, molinos, etc., excep·
to aquellos adquiridos mediante compra y que debían ser reembolsados.
Abolieron los diezmos en todo el país, suspendieron las designaciones
para toda clase de prebendas eclesiásticas innecesarias al cumplimiento
de los servicios divinos, y tomaron medidas para suprimir los monasterios
y secuestrarles la propiedad.
Intentaron transformar los inmensos yermos, los cotos reales y domi-
nios comunales, en propiedad privada, por la venta de la mitad de ellos
para dedicarla a la extinción de la deuda pública, distribuyendo otra
parte, por sorteo, a los soldados desmovilizados de la guerra de la inde-
pendencia y reservando una tercera parte para repartir lotes, gratuita-
La Revolución en España 47

mente también y mediante el azar, al campesinado pobre, ansioso de poseer,


pero sin medios para ello. Revocaron las leyes absurdas que impedían
convertir las tierras de pastos en tierras laborables o transformar éstas.
en terrenos de pastoreo y, en general, liberaron la agricultura de toda
clase de viejas, arbitrarias y ridículas regulaciones. Derrocaron todas las
leyes feudales sobre arrendamientos agrícolas y la ley mediante la cual
el sucesor de un propietario no estaba obligado a extender nuevo con-
trato, expirando los arriendos desde entonces. Abolieron el Voto de .San-
tiago, bajo cuyo nombre se denotaba un viejo tributo que obligaba a la
entrega, por los campesinos de algunas provincias, de cierta cantidad del
mejor pan y del mejor vino para el mantenimiento del Arzobispo y Cabil-
do de Santiago. Decretaron la implantación de un alto impuesto pro-
gresivo, etc.
Siendo una de las principales preocupaciones retener la posesión de
las colonias de América, que habían empezado a sublevarse, reconocie-
ron la igualdad política de los españoles de América y de Europa, procla-
mando una amnistía general, sin excepción alguna, expediendo decretos
contra la opresión que pesaba sobre los nativos originarios de An.érica
y Asia, cancelando las mitas ( *), los repartimientos (u ), etc., aboliendo
el monopolio del mercurio, y dando un ejemplo a Europa suprimiendo la
trata de esclavos.
La Constitución de 1812 ha sido acusada por una parte -por ejemplo,
e) mismo Fernando VII (véase su decreto del 4. de mayo de 1814.)- de
ser una mera imitación de la Constitución francesa de 1791, transplan-
tada a suelo español por visionarios, olvidándose de las tradiciones histó-
ricas de España. Por otra pórte se ha dicho --por ejemplo, por el Abate
Pradt (De la Revolution actuelle de l'Espagne)-, que unas Cortes necias,
apegadas a fórmulas anticuadas, se inspiraron ~e los antiguos fueros (***),
pertenecientes a la época feudal, cuando la autoridad real estaba contro-
lada por los exorbitantes privilegios de la grandeza. .
La verdad es que la Constitución de 1812 es una reproducción de los
viejos Fueros, pero redactada a la luz de la Revolución francesa, y !ldap·

(*) Mita - la asignación, mediante sorteo, de indios para dedicarlos


a "obras públicas".
(*"') Repartimiento -derecho de un blanco a emplear en sus tierras
a tantos indígenas como pudiese mantener.
( ***) Fueros -4Ierecbos y privilegios gozados por algunos distritos en
la época del feudalismo.
Marx y Engels

tada a las neces idades de la sociedad moderna. El derecho a la ins ur rec-


ción, por ejemplo, es mirado como una de las más temerarias innovaciones
de 1a Consttución jacobina de 1793; pero el mismo derecho se encuentra
en los viejos Fueros de Sobrar be, donde se le llama Privilegio de La Unión.
También se halla en la antigua Constitución de Castilla. Según los Fue-
ros de Sobrarbe el Rey no podía concertar la paz ni declarar la g•Jei ra,
ni firmar tratados sin el previo consentimiento de las Cortes. La Comi-
s ión Permanente, constituida de s iete miembros de las Cortes, para obser·
'ar el cumplimiento estricto de 1a Constitución durante el receso del Cuer-
po legislativo, estaba establecida en Aragón de mucho antes, y fué intro-
ducida en Castilla cuando las Cortes Generales de la Monarquía se unieron
en un solo Cuer po. Una institución simi lar existía todavía en el reino
ele Navarra cuando la invasión f rancesa. En cuanto a la formación del
Consejo de Estado, constituido por una lista de 120 personas preseutadas
por las Cortes al Rey y pagadas por el las -esta singular creación de la
Constitución de 1812- , fué s ugerida por el recuerdo de la influencia fatal
ejercida por las camarillas, de todas las época!;, sobre la Monarquía espa·
ñola. El Consejo de Estado intentaba s uplantar la camarilla. Además,
otras instituciones análogas existieron en el pasado. En tiempo de Fer-
nando vr, por ejemplo, el Rey estuvo siempre rodeado de doce comisio·
nados, nombrados por las ciudades de Castilla, pa.ra servirle de consejeros
privados; y en 1419, los Delegados de las ciudades se quejaron de que sus
comis ionados no fueran ya admitidos en el Consejo Real. La exdusión
de las Cortes de los altos funcionarios y de los servidores de la Casa Real,
así como la prohibición a los Diputados de aceptar honores y cargos de
parte del Rey. parece. a primera vista. inspirada por la Constitución
de 1791, y emanada, naturalmente, de la moderna dh·isión de poderes,
sancionada por la ConstituGión de 1812. Pero, en realidad, no solamente
encontramos precedentes en la vieja Constitución de Castilla, sino que
sabemos, además, que el pueblo. en ocasiones distintas se insur reccionó
y mató a los Diputados que habían aceptado honores y empleos de la
Corona. Y en cuanto al derecho de las Cortes de nombrar Regencias en
caso de minorías de edad, había s ido continuamente ejercido por las viejas
Cortes de Castilla. durante las largas regencias del siglo XIV.
Es verdad que las Cortes de Cádiz despojaron al Rey del poder que
siempre habia ejercido de convocar, disol ver o prorrogar las Cortes; pero
como éstas habían caído en desuso, debido al abuso que el Rey hacía de
~us privi legios, era más que evidente la necesidad de cancelárselos. Los
/,a Revolución en España 49

hechos presentados bastarán para probar que la limitación de los poderes


reales - el más sor prendente hecho de la Constitución de 1812- , plena·
mente expl icable, además, por el reciente recuerdo del escandaloso y vil
despotismo de Godoy, tenía sus orígenes en los antiguos Fueros de España.
Las Cortes de Cádiz sólo transfirieron el control de los estates privi legia·
dos a la representación nacional. El miedo de los reyes españoles a los
viejos Fueros puede verse en el hecho de que cuando hubo necesidad,
en 1805, de redactar una nueva colección de leyes para Es paña, una Real
Orden mandó suprimir todas las reminiscencias del feuda lismo contf!·
~oídas en la última recopilación de leyes, y pertene<~ientes a ~na época en
que la Monarquía. a causa de su debilidad, se veía obligada a contraer
con sus vasallos compromisos atentatorios a su poder soherano.
Si la elección de los Diputados por s ufragio universal constituyo una
innovación, no debe oh•idarse que las Cortes de 1812 fueron ellas mismas
e legidas en esa forma, y que todas las J untas habían s ido el egida~ así;
por tanto, una limitación en esa dirección hubiera parecido una infrac·
ción a un derecho conqui tado por el pueblo; y, finalmente, que pnvar
de este derecho a los insolventes, en una época en que la mayor parte de
la propiedad rura l estaba incluida como mano muerta, hubiera excluido
u. la mayor parte de la población.
La reunión de los Representantes en un solo local no fué, de ningún
mod-o, copiada de la Constitución francesa de l 791, como sostienen los
torpes tories ingleses. Nuestros lectores ya saben que bajo Carlos 1
· (el Emperador Carlos V) la aristocracia y el clero habían perdido s us
escaños en las Cortes de Castilla. Pero incluso en la época en que las
Cortes estaban divididas en bra:;os, que representaban los distintos esta·
dos, se r eunían en asamblea en un solo local, separados simplemente por
los asientos, y votaban en común. En las provincias, en las cuales sólo
las Cortes poseían un pode r efectivo, a r aíz de la invasión francesa. Nava·
rra continuaba la vieja costumbre de convocar las Cortes por estados;
pero en las Vascongadas las asambleas, que eran ya completamente demo·
cráticas, no admitían ni s iquiera a l clero. Además, si el clero y la noble-
za habían conservado sus irritantes privilegios, bacía tiempo que habían
cesado de constituir cuerpos políticos independientes, cuya existencia cons·
tituía las bases de la composición de las antig uas Cortes.
La separación del Poder judicial del ejecutivo, decretada por las
Cortes de Cádiz, era solicita da en Espaiía por los más perspicace::. hom·
bres de Estado desde el s iglo XVTII ; y el odio general que el Consejo
so Mar x y En&els
------------------~
Real atrajo sobre sí desde el principio de la revolución, hi:Go sentir a todos
la necesidad de limitar los Tribunales a su propia esfera de acción.
La !lección de la Constitución que hace referencia al Gobierno muni-
cipal de los Ayuntamientos, es de puro linaje espaiiol, como hemos seña-
lado en el artícu lo anter ior. Las Cortes sólo re.c;tahlecieron el viejo siste-
ma municipal. pero le despojaron de su carácter medieval. Al conceder
a las Di putaciones pro,·inciales los mismos derechos para el Gobierno
in:~rno de la prov;ncia que tenían los Ayuntamientos para la administra-
CIÓn munir.ipal, las Cortes los modelaron, imitando instituciones simila-
l es todavía en uso eu Navarra, Vizcaya y Asturias en tiempo de la inva-
sión. Aboliendo las exenciones para el servicio militar, las Corte~ sancio-
naban lo que ya se había convertido en práctica general durante la gue-
rra de independencia. La abolición de la Inquisición no fué tampoco
otra cosa que la sanción de los her.hos, pues el Santo Oficio, a unque resta-
blecido por la J unta Central, no se había atrevido a reemprender sus
fun ciont>.s, y sus santos miembros estuvieron satisfechísimos de embolsar
sus salarios y esperar prudentemente mejores tiempos. En cuanto a la
supresión de los abusos feudales, las Cortes no fueron tan lejos como la
Jeforma solicitada en el famoso memorial de Jovellanos, presentado
~n 1795 al Consejo Real, en nombre de la Sociedad Económica de Madrid.

Los Ministros del despotismo ilustrado de finales del siglo XVIII, Flo-
ridablanca y Campomanes, ya habían empezado a tomar medidas en esta
dirección. No debemos tampoco olvidar que, simultáneamente con 1a
existencia de las Cortes, estaba instalado en Maflrid un Gobierno francés,
f"l cual había barrido en todas las provincias sometidas a las a rmas tle
apoleón. con todas las instituciones monásticas y feuda les, y había intro..
ducido el moderno sistema de administración. La prensa bonapartista
denunciaba a la insurrección . como producida enteramente por a rtificios
y engaños de Inglaterra, asistida por los monjes y la Inquisición. .En qué
intensidad la rivalidad con el Gobierno intruso puede haber ejercido una
sa ludable influencia sobre las decisiones !le las Cortes, puede inferirse
por el hecho que la misma Junta Central en su decreto fechado en septiem-
bre de 1809, en el que se anuncia la convocatoria de Cortes, se dirjge a
todos los españoles, en los siguientes términos: "1\'uestros detractores
dicen que nos estamos batiendo para defender los viejos abusos y los
vicios inveterados de nuestro corrompido Gobierno. Que sepan que nues-
tra lucha es para conseguir la felicidad , así como la independencia de
1 a Revolución en España 51

nuest ro país; que no queremos en lo venidero depender de una vol untad


incierta o de los distintos temperamentos de un sólo homore'', etc.
Por otra parte, hemos hallado en la Constitución de 1812 síntomas
inequívocos de un compromiso concertado entre las ideas liberales del
!'iglo XVIII y las oscuras tradiciones del clero. Basta citar el artículo 19,
según el cual " la religión de la nación española es. y será perpetuaMente.
Católica, Apostólica y Romana, la única religión verdadera. La nación
la protegerá con sabias y justas leyes, y prohihirá el ejercicio de otra
cualq-uiera"; o el artículo 173, que ordenaba al Rey, cuando su ascensión
al trono, prestar el siguiente juramento ante las Cortes: "Yo, rey de
España por la gracia de Dios y de la Constitución de la Monarquía F..spa·
ñola, juro ante el Todopoderoso y los Santos Evangelios, conservar y
defender la religión Católica, Apostól ica, Romana, y no tolerar a niuguna
otra en el Reino."
Después de un análisis más atento, pues, de la Constitución de 1812,
llegamos a la conclusión que, en lugar de ser una copia servi l de la Cons·
titución francesa de 1791, era el genuino y original florecimiento de la
vida intelectual española, regenerando las antiguas instituciones naciona·
les, introduciendo las medidas reformistas tesoneramente solicitadas po~
10s mas renombrados autores y hombres públicos del siglo XVIII, hucien·
do las inevitables concesione.s a los prejuicios populares.

New York Daíly Tribune, 24 de noviembre de 1854.

V 11
Hubo algunas circunstancias favorables para que se reunieran en
Cádiz Jos hombres más progresistas de España. Cuando se celebraron
las elecciones, el movimientó no estaba extinguido, y el mismo di3gusto
producido por la Junta Central favorecía a sus antagonistas, quienes, en
gran parte, pertenecían a la minoría revolucionaria de la nación. En la
primera reunión de las Cortes, las provincias más democráticas, Cataluña
y Calicia, estuvieron casi exclusivamente representadas, pue.c¡ los Diputa·
dos por León, Valencia, Murcia y las Islas Baleares no llegaron hasta tres
meses después. Las provincias más reaccionarias, las del interior, no
pudieron, excepto en unas pocas localidades, C'elebrar elecciones. Por
los diferentes reinos, ciudades y pueblos de la vieja España, donde los
ejércitos franceses impidieron la elección de Diputados, así como por las
52 Marx y Engels

provincias ultramarinas de Nueva España, cuyas delegaciones no pudieron


llegar a su debido tiempo, se nombraron representantes suplementarios
entre la gran cantidad de individuos lanzados de las provincias a Cádiz
por las dificultades ·producidas por la guerra, y entre los numerosos
sudamericanos, comerciantes, nativos y demás, cuya curiosidad por el
estado de los asuntos había igualmente reunido én la citada plaza. Y así
sucedió que aquellas provincias estuvieron representadas por hombres más
innovaclore-. más impregnados de las ideas del 'ligio XVTII, que lo hubie-
ran estado de haber sido elegidos en ellas mismas. Finalmente, la cir-
cunstancia de reuni rse en Cádiz las Cortes fué de decisiva influencia,
pues to que esta ciudad era entonces la más radical del reino, más parecida
a una ciudad americana que a una espaiiola. Su población llenaba las
galerías del Salón de Cortes y presionaba a Jos reaccionarios cuando su
oposición crecía excesivamente, mediante un sistema de intimidación y
·presión exterior.
Sería, de todas maneras, una grave equivocación el suponer que la
mayoría de las Cortes se componía de innovadores. Las Cortes estaban
divididas en tres partidos - los Seruiles, los LibP.rales (esta denominación
de los partidos se extendió de España a toda Europa) y los Americanos,
estos últimos votando alternativamente con el uno o con el otro partido,
según sus particulares intereses. Los Serviles, muy superiores en número,
eran superados por la actividad, celo y entusiasmo de la minoría liberal.
Los Di putados eclesiásticos, que formaban la mayoría del partido de los
Serviles, siempre estuvieron prestos a sacrificar las prerrogativas reales,
en parte a causa del antagonismo de la Iglesia y del Estado, en parte para
conquistar popularidad en las Cortes con la intención de salvar así los
privilegios y abusos de su casta. Durante los debates referentes al suf ra-
gio uni versal, el sistema unicameral, la calificación de la propiedad y el
veto, el partido eclesiástico se adhüió siempre a la sección más democrá-
tica del partido Liberal contra los partidarios de la Constitución inglesa.
Uno de ellos, el canónigo Cañedo. después Arzobispo de Burgos e impla-
cable perseguidor de los liberales, se dirigía al señor Mufioz T orrero,
canónigo también, pero perteneciente al partido Liberal, en estos térmi-
nos: " Usted tolera que el Rey conserve un poder excesivo, pero como
sacerdote usted debe defender la causa de la Iglesia antes que la del Rey."
r".Stos compromisos con los eclesiásticos obligaron al partido Liberal a
nceptar los artículos de la Constitución, a los cuales nos hemos ya referi do.
Cuando se puso a discusión la libertad de la prensa, los párrocos la denun-
La R~volución en España 53
- - - ------
ciaron corno "contraria a la religión··. Después de los dehates más encres-
pados, y después de haber declarado que todas las personas disfrutaban
rle libertad para publicar sus sentimientos sin ningún permiso especial ,
las Cortes por unanimidad admitieron una enmienda, que consistió en aña-
dir la palabra política, mutilando esta libertad de la mitad de su exten-
sión, y dejando todos los escritos tocantes a re ligión sujetos a la censura
de las autoridades eclesiásticas. según los decretos d~l Concilio de Trcnto.
El 18 de agosto, después de aproba r un decreto contra quienes conspirasen
para derrocar la Constitución. se aprobó otro declaranclo que todo aquel
que conspirase para que Espafra dejase de profesar la religión Católica,
Romana, sería perseguido como tra idor y condenado a la última pena.
Cuando fu é abolido el Voto de Santiago, pasó una resolución conrpensa-
toria declarando a Santa Teresa de J esús patrona de España. Los liberales
tuvieron buen cuidado en no proponer y presentar los decretos referen-
tes a la abolición de la Inquisición, diezmos. monasterios, etc.. hasta des·
pués de estar proclamada la Constitución. Pero desde este mismo momen·
to, la oposición de los serviles en las Cortes, y con e llo;;; los representan-
tes eclesiásticos, se convirtió en inexorable.
Habiendo expuesto lac; circunstancias que hacen comprensible el ori-
gen y características de la Constitución de 181~ , nos queda aún por acla-
rar el problema de su desaparición repentina a la vuelta de Fernando VIl.
Rara vez e l mundo ha s ido testigo de un espect2culo más humillante. El
16 de abril de 18H-, cuando el rey Fernando VII entró en Valencia, " el
pueblo gozoso se unció a su carruaje, y testimonió en todas las expresiones
posibles, de palabra y de acción, su deseo de sufrir el viejo yugo, gritando:
¡Viva el Rey absol uto! ¡Abajo la Constitución! " .b:n todas las grandes
ciudades la Plaza Mayor había s ido llamada Plaza de la Constitución, y
se había colocado en ella una pl3ca grabada con e!"tas palahras. En Valen-
cia dicha placa fué arrancada y se colocó una provisiona l, de madera,
con la inscri pción siguiente: Real Plaza de Fernando V I/ (sic). F.l vopu·
lacho de Sevilla depuso a todas las autoridad<>s existentes, e ligiendo a
otras en su lugar para todas las plazas que habían existido en el viejo
régimen, y requirió entonces de estas autor idadPs que restableciesen la
Inquisición. Desde Aranjuez a Madrid el ca rruaje de l Rey fué ;i rado
por el pueblo. Cuando el Rey ~e apeó. la turba lo t•>mó en brazos, pre·
sentándolo triunfalmente a la multitud reunida frente a Palacio, y en
brazos lo acompañó hasta sus habitaciones. La palabra Libertad aparecía
en grandes letras Cle bronce !"obre la puerta del Sa lón de las Cortes en
Marx y Engels

Madrid ; la gentuza se apres uró a quitarla de allí; trajeron escaleras y


arrancaron letra a letra, y cuando las hubieron echado todas a la calle,
los espectadores renovaron s u~ exclamaciones entusiastas. Reunieron
todos cuantos Diarios de Seúones y manifiestos libera les pudieron, for-
mando luego una procesión, en la cual las cofradías religiosas y el clero,
regu lar y seglar, tomó la dirección, amontonaron estos papeles en una
plaza pública y los quemaron allí, como ejecutando un auto de fe político,
después de lo cual se celebró una misa solemne para entonar un " TeDéum"
en acción de gracias por su triunfo. Más importante quizá que esta~ des·
vergonzadas demostraciones de las turbas pueblerinas, pagadas en parte
para hacerlas y en parte, como los Lazzaroni de Nápoles, prefiriendo
el Gobierno licencioso de los reyes y monj es al austero de la clase rnedia,
fu é el hecho de que las segundas elecciones generales representara!'\ una
decisiva victoria para los Serviles; las Cortes Constituyentes fueron reem·
plazadas por las Cortes Ordinarias el 20 de septiembre de 1813, y trasla-
dada su sede de Cádiz a Madrid el 15 de enero de 1814..
Ya hemos señalado en anteriores artículos cómo, incluso, el p!lrtido
revolucionario había ayudado a levantar y fortalecer los viejos prejuicios
J.IOpulares, con la intención de convertirlos en arma contra Napoleón.
Vimos entonces cómo la Junta Central en el período en que los cambios
~ociales debían ir unidos a las medidas de defensa, hizo cuanto pudo para
evitarlos y para suprimir lac; aspiraciones revolucionarias de las provin-
cias. Las Cortes de Cádiz, muy al contrario, separadas de España y sin
conexión con ella durante gran parte de su existencia, no tuvieron siquiera
oportunidad de dar a conocer su Constitución y sus decretos orgánicos
hasta que los ejércitos franceses se retiraron. Lac; Cortes llegaron, pues,
post factum. Encontraron al pueblo fati gado, exhausto, sufriente ; pro·
dueto natural de una guerra tan prol ongada, sostenida toda ella en suelo
español; uria guerra en la cual estando los ejércjtos !>iempre en movi-
miento, el Gobierno de hoy era, rara vez. el mismo de mañana, mientras
la matanza no cesó un so lo día durante seis años, a través de to~a la super-
ficie de España, desde Cádiz a Pamplona. y desde Granada a Salamanca.
No era de espera r que una tal sociedad pudiera ser muy sensible a la
belleza abstracta de una Constitución política. fuera la que fuese. Sin
embargo, cuando la Constitución fué proclamada prin;eramente en Madrid,
y en las provincias evacuadas por los fran ceses, fué recibida con " desbor-
dante alegría". esperando generalmente las masas una slibita desapari-
ción de sus s ufrimientos sociales con un s.imple cambio de Gobierno.
J.a Revolución en España 55

Cuando descubrieron que la Censtitución no poseía e~te poder rn.travl-


Jioso, la excesiva expectación ·con que había sido recibida se convirtió
en desengai1o, y para los pueblos apas ionados del Snr el dt:sengaño está
a un paso del odio.
Hubo algunas circunstancias particulares que contrihuyeron prim.: ipal-
mente a apartar las simpatías populares del régimen constiLucional. La'5
Cortes habían publicado los más severos decretos contri\ los Ajrance-
sados. A! publicar esto'5 decretos las Cortes estaban parcialmente pre-
sionadas por el clamor vindicativo del pueblo y de los reaccionarios.
quienes se volvieron contra las Cortes tan pronto como los decretos
que ellos habían impuesto se pusieron en ejecución. Por esta causa.
más de 10.000 familias quedaron exiladas. Unos cuantos t iranuelos suel-
tos por las provincias evacuadas por los franceses establecie10n su auto-
ridad proconsular y empezaron las requisas, persecuciones, detenciones.
procedimientos inquisitoriales contra los comprometidos por su adhesión
a los franceses, por haber aceptado empleos del invasor. por haher com-
prado bienes nacionales, etc. La Regencia, en lugar de intentar efectuar
una transmisión conci liadora y discreta entre el régimen implantado por
los franceses y el nacional, hizo cuanto estaba en su poder para agravar
los males y exas perar las pasione:S. inseparables de todos estos cambio:;
de dominación. Pero, ¿.por qué hicieron esto? Para tener motivos de
pedir a las Cortes la suspens ión de la Constitución que, según decían,
causaba muchos agravios. Debemos señalar. en passant, que toclas l a~
Regencias, estas supremas autoridades nombradas por las Co1 tes, estaban
compuestas regularmente por los más decididos enemigos de las Cort~
y de la Constitución. Este hecho curioso es simplemente explicable pl)rque
los Americanos siempre se combinaron con los Serviles en el nombra-
miento del Poder ejecutivo, cuya debilidad ellos consideraban necesaria
para el logro de la independencia americana d~ la madre patria, ya que
entendían que un Poder ejecutivo en des~cuerdo con las Cortes se mostra-
ría incapaz. La introducción por las Cortes de un impuesto directo sobre
la renta territorial, así como !~obre Jos beneficios del comercio e indus-
tria, creó un gran descontento entre el pueblo, y éste cr(>ció con el ahsurdo
decreto prohibiendo en toda España la circulación de monedas acuñadas
por José Bonaparte, y ordenando a s us poseedores cambiarlas por moneda
nacional; al mismo tiempo que impedía la circulación de moneda fra n-
cesa, publicaba una tarifa, de acuerdo con la cual se haría el cambio en la
Casa de la Moneda. Como ~ta tarifa difería grandemente de la ofrecida
56 Jllar .x y Engel.s

por Jo¡: fran ceses en 1808, debido al valor relativo de las monedas f ran-
cesa::: y espaiiolas, muchos indi,·iduos experimentaron g randes pérdidas.
F.sta medida absurda también contribuyó al alza en los p recios de las
cosas más necesarias, ya muy por encima del precio ordinario.
Las clases más interesaclas en el derr ocamiento de la Constitución
de 1812. y la restauración de l Vt'jo r égimen -la g randeza, el c lero, los
frai les y los abogados-, no perdían OcasiÓn de t'XCitar hasta eJ paroxismo
e l descontento popular creado por las circunstancias infortunadas que
habían señalado la introducción del régimen constitucional en el s uelo
español. De ahí la victoria ele ICis Serviles en las e lecciones generales
de 1813.
Sola me nte de parte dt'l ejército podía temer el Rey una resistencia
seria, pero e l General Elío y sus oficiales, ron•piendo el juramento q ue
había n prestado a la Constitución, proclamaron a Fernando VII en Valen-
cia, sin mencionar la Constitución. Elío fué pronto seg uido por los otr os
jefes militares. En e l decreto de 4 de mayo de l Sl-1, mediante el cual
Fe rnando VII disolda las Cortes de Madrid y cancelat>a la Constitución
de 18 12, proclamaba a la vez su odio al despotismo. prometía convocar
unas Cortes ba jo las anti guas formas legales, estahle,:cr libertad raciona l
de prensa, etc., y él cu mplió esta promesa de la única forma que lo merecía
la rece!Jción que había tenido por par le de los españolt>s - rescindiendo
todos los a ctos emanados de las Cortes, restaurando todas las cosas en
s us antiguas bases, restableciendo la Santa Inquisición, ll amando a los
jesuitas <'xpulsados por s u abuelo, confinando a los miembros más promi-
n.entes de las J untas. las Cortes y dependencias a ~a J eras. en las cárceles
africanas o en e l exilio; y finalmente mandando fu silar a los más ilustres
jefes ele guerrillas como Po rl ier y Lacy.

New r orJ: Dailv Tribune. 1 de diciembre de 1R54.

VIII
En 18 19 se reumo un ejército expedicionario en los alrededores de
Cádiz. con el propósito de reconquista r las colonia!: americanas subleva-
das. e concedió el mando de l mismo a José Enrique O' Donnell, Conde
de la rli;:ba l. tío de Leopolrlo O' Oonnell. e l actual Ministro español.- Las
anlf'riorc·~ expediciones contra la América española. que habían consumi-
do oe;:cle 1814 unos 14.000 hombre!'. que habían sido realizadas de la
¡,a Revolución en España 57

tnanera más desfavorable y descuidada, acrecentaron el disgusto en el


ejército, que consideraba estas expediciones como un medio perverso,
empleado en contra suya, para desembarazarse de los regimientos desafee-
los. A;lgunos oficiales, entre ellos Quiroga, López Baños, San Miguel
(el actual Lafayette es pañol) , O'Daily y Arco Agiiero, determinaron apro-
vechar el descontento de los soldados para librarse d(; la opresión y pro-
clamar la Constitución de 1812. Cuando se dió cuenta a La Bishal de
la conspiración. prometió ponerse a la cabeza del movimiento. Los jefes
del complot, conjuntamente con él, fijaron el 9 de julio de 1819 como
el día señalado para sublevar la tropa, a caul'a de tener que celebrar una
gran revista la fuerza expedicionaria en esta fecha. A la hora señalada
La Bisbal apareció, pero en vez de mantener su pa labra, ordenó desarmar
a Jos regimientos comprometidos, mandando a la cárcel a Quiroga y otros
jefes, y despachó un correo a Madrid jactándose de haher evitado la mayor
de las catástrofes. Fué premiado con ascensos y condecoraciones; pero
al obtener la Corte una más exacta información le privó del mandv y le
ordenó regresar a la capitaL Este es el mismo La Bí~bal que en 1314,
cuando la vuelta a España del Rey, mandó a un oficial de su Estado
Mayor con dos cartas para Fernando VIL Siéndole imposible a la dis-
tancia en que estaba observar los movimientos del Rey, y atemperar su
conducta a la del Monarca, en una carta, La Bisbal hacía un pompMo
d ogio de la Constitución rle 1812, suponiendo que el Rey prestaría el JUra-
mento a la misma; en la otra, por el contra r io, presentaba al sistema cons-
titucional como un cuadro de anarquía y confusión, felicitando a Fer-
nando Vli por haberlo desgarrado, y ofreciéndosele con su ej ército paru
oponerse a los rebeldes, demagogos y demás enemigos del trono y del altar.
El oficial entregó este ~egun do despacho. que fué cordialmente recibido
por el Borbón.
A pesar de los ~íntomas de rebelión demostrados por el ejército expe-
dicionario, el Gobierno de Madrid, a la cabeza del cual se hallaba el
!Juque de San Fernando, entonces Mini¡¡tro de F.stado y Presidente del
<-onsejo. persistió en un estado de inexplicable apatía e inactividad, y no
hizo nada para acelerar la expedición o diseminar al ejército en distintos
puerto~ de mar. Mientras tanto, se convino un movimiP.nlo simultáneo
entre don Rafael de Riego, comandante del se~undo hatallón de Astu-
r ias, estacionado entonces en Cabezas de San Juan, y Quiroga, San :\figuel
y otros jefes militares en la l sla de León, que e¡¡tnban !Ju¡¡cando la fúrrnu la
de evadirse de la cárcel. La posición de Ri e~o t>ra. con mucho. la más
~8 Marx y Engels

difícil. El Municipio de las Cabezas estaba en medio de tres cuarteles


generales del ejército expedicionario --el de cahallería de Utrera, la
segunda división de infantería, en Lebrija, y un batallón de cazadores,
en Arcos, donde estaba establecido el Comandante en jefe y su Estado
Mayor. No obstante, el l de enero de 1820 consiguió sorprender y captu-
rar al Comandante con su Estado Mayor, a pesar de que e l batallón
acuarte lado en Arcos tenía dobles efectivos que el de Asturia:<. El mÍ!'·
mo día proclamaba la· Constitución de 1812 en ese pueblo, nombrando
a un Al calde provisional, y no contento con haber cump lido la tarea que
se había impuesto. convirtió a los cazadores a su c~tusa. so r prendió al
hatallón de Aragón, de guarnición en Bornos. marche) de Bornos a J erez,
)' de Jerez a Puerto de Santa María, proclamando en todas partes la Cons-
titución. hasta que al canzó la .Is la de León el 7 de enero, entregando en
el fuerte de San Pedro a los militares que había hecho prisioneros. Al
contrario de lo prometido previamente por Qu.iroga y sus compañeros, no
!'e habían adueñado. por un go l re de mano. d!"l puente de 5uazo y luego
de la I sla de León. es perando pasivamente basta el 2 de enero en que
Oltra, correo de Riego. les llevó la noticia oficial de la victoria dt" Arcos
y la captura del Estado Mayor.
La totalidad de las fuerzas del ejército revoluc:ionario. cuya jefatura
se había entregado a Quiroga. no excedía de 5.000 hombres, y habiendo
s ido rechazados sus ataques a las puertas de Cádiz. se vieron obligados a
encerrarse en la Isla de León. " Nuestra situación - dice San Miguel--
era extraordinaria; la revolución, estacionaria veinticinco días, sin ganar
ni perder una pulgada de terreno, presentaba el más singular fenómeno
político". Las provincias pa recían en sueño letárgico. Todo el mes de
enero transcurrió así; pero a l fin a l del mismo, dándo!"e cuenta Riego que
la llama re"·olucionaria se extinguía en la Isla de León, a pesar de los
<"Onsejos con tra r ios de Quiroga y de otros jefes, formó una columna móvil,
rompuesta de 1.500 hombres, y marchó sobre una g ran parte de Andalu·
da. frente a fuerzas diez veces superiores y perseguido por ellas, procla·
mando la Constituciún en Algeciras, Ronda, !\15laga, Córdoba, etc., reci-
hido en todas partes amigablemer.te por la población, pero no· provocando
C'n ning ún SJh O pronunciamiento serio. Mientras tanto, sus perseguido-
re!; cons umían todo un mes en marchas y contl'amarchas infructuosas,
J•areciendo sólo dcsC'ar obliga rle a volver a s us cuarteles con su pequeño
e¡erc1to. La conducta d~ las tropas gubernamentales fué inexplicable a
toda!' luces . La expedición de Riego, que empezó el 27 de enero de 1820,
La Revolución en España 59

termino el 11 de marzo por verse obligado a despedir a los pocos hom-


hres que todavía le seguían. Su pequeña agrupación no fué dispersada
a raíz de ninguna batalla, sino que fué desapareciendo por la fatiga, por
los pequeños y continuos encuentros con el enemigo, por enfermedades y
deserciones.
Entretanto, la situación de los sublevados en la lc;la no era promete-
dora en ningún sentido. Continuaban bloqueados por mar y tierra, y la
guarnición de Cádiz había sofocado todos los movimientos favo~ahles en
el interior de la ciudad. ¿Cómo explicar entonces el que, habiendo Riego
licenciado a sus tropas constitucionales el 11 de marzo en Sierra Morena,
Fernando VII se viese obligado a jurar la Constitución en Madrid et 9 de
marzo, de forma que Riego diese por terminada su misión dos días des-
pués de desaparecer las causas que lo habían impulsado?
La marcha de la columna de Riego había despertado nuevamente 'la
atención general; las provincias se hallaban a la expectativa y observaban
ardientemente el movimiento. El sentimiento popular se exaltó con la
Lemeraria salida de Riego, la rapidez de s u marcha, el vigoroso rechazó
del enemigo, los triunfos imaginarios nunca alcanzados, la agregación de
otras unidades y refuerzos nunca obtenidos. Cuando las noticias de las
hazañas de Riego llegaban a las más distantes provincias, eran abultadas
en grado extraordinario, y aquellas más alejadas del lugar de los hechos
fueron las primeras en declararse por la Constitución de 1812. Tan poco
madura como estaba España pará la revolución y, no obstante, bastaban
unas cuantas noticias fa lsas para producirla. También fueron noticias
fa lsas las que provocaron el huracán de 1848.
En Galicia, Valencia, Zara~oza, Uarcelona y Pamplona estallaron
l'Ucesivas insurrecciones. José Enrique O'Donnell, Conde de La Bisbal,
requerido por el Rey para combatir la expedición de Riego, no solamente
se ofreció a tomar las armas contra él. sino también a aniquiliar su peque-
ño ejército y hacerle prisionero. Solamente pidió el mando de las tropas
acuarteladas en la Mancha y dinero para sus necesidades personales. El
mismo Rey le entregó una bolsa llena de oro y las órdenes requeridas
para las tropas de 1~ Mancha. Pero así que llegó a Ocaña, La Bisbal se
puso a la cabeza de las tropas y proclamó la Constitución de 1812. Las
noticias de su defección levantaron el espíritu público en Madrid, donde
la revolución estalló inmediatamente que se supieron estos acontecimien-
tos. El Gobierno empezó entonces a negociar con la revolución. .E:n un
decreto fechado el 6 de marzo, el Rey ofrecía convocar a las antiguas
óO Marx y Engels

Cortes constituídas en Esur.menlos; decreto que no satisfizo a ningún par-


tido, ni el de la vieja Monarquía, ni el de la revolución. Cuando regresó
de Francia ya había hecho la misma promesa, que luego abandonó al
rescatar el trono. Durante la noche del 7, habiendo tenido lugar demos-
traciones revolucionarias en Madrid, la Gaceta del 8 publicó un decreto,
en virtud del cual Fernando VII prometía jurar la Constitución de 1812.
" Ma rchemos todos francamente -decía este decreto--, y yo el primero,
por la senda constitucional." Habiendo tomado posesión del Palacio e l
pueblo el • ía 9, el Rey se salvó restableciendo el Ayuntamiento de Madrid
de 1814, ante el cual juró la Constitución. El Rey, por su parte, no se
cuidaba de jurar en vano, teniendo siempre a mano un confesor dispuesto
. a concederle el perdón de toda clase de pecados posibles. Simultanea-
mente se nombró una J unta Consultiva, cuyo primer decreto concedió la
libertad a los presos políticos y llamó a los refugiados. De las cár celes.
abiertas por fin, salieron los Ministros constitucionales para el Palacio
Real. Castro, Herreros y A. Argüelles -quienes constituyeron el primer
Ministerio-- eran mártires de 1814., y Diputados en 1312. La verdadera
fuente del entusiasmo que había estallado con la ascensión al trono de
Fernando VII, era el alborozo causado por la deposición de Carlos IV,
su padre. Y ahora, la fuente del general contento por la proclamación
de la Constitución de 1812, fué la alegría causada por la desposición de
Fernando VII. Para la mayoría del pueblo español el culto a la Consti-
tución era lo mismo que la adoración de los atenienses al Dios desconocido,
puesto que ya hemos visto que cuando ella estuvo aprobada no había
territorio donde proclamarla.
En estos días se ha afirmado por a lgunos escritores ingleses, a ludiendo
a la actual revolución española, que el movimiento de 1820 se debió por
una parte a una conspiración militar, y por otra no fué sino una intriga
rusa. Ambas afirmaciones !>on igualmente ridículas. Ya hemos visto
cómo salió triunfante la revolución, a pesar del fraeüso de la insurrección
militar ; y además, el enigma a resolver no sería la conspiración de 5.000
hombres, sino la aceptación de la cons piración por un eje r cito de 35.000
hombres y por una nación lealísima de doce millones. El por qué la
revolución brotó primeramente en las filas del ejército, es fáci lmente
explicable por e l hecho de que, de todo el cuerpo social de la Monarquía
española, el ejército fué el único enteramente transformado y revolucio-
nado durante la g uerra de independencia. En cuanto a la intriga rusa,
no se puede negar que e~;ta nación intervino en los asuntos de la revolu-
La Revolución en España 61

ción española; de todas las potencias europeas, Rusia fué la pr-imera en_
reconocer la Constitución de 1812, por el tratado concertado en Veliki-
Luki el 20 de julio de 1812; la primera que apadrinó la revolució!li
de 1820, y primero la denunció a Fernando VII, la primera que enc.endió-
la antorcha contrarrevolucionaria en varios puntos de la Península, y la
primera que protestó contra ello ante Europa, y obligó finalmente a Fran-
cia a intervenir militarmente en contra. Monsieur de Tatischeff, Embaja-
dor de Rusia en Madrid, fué ciertamente el personaje más prominente
de la Corte de Madrid, fué la cabeza invisible de la camarilla. Consiguio
introducir a Antonio Ugarte, un irtfeliz de baja condición, en la Corte y
convertirle en jefe de frailes y lacayos, quienes, en sus conciliábulos sos-
tenidos tras cortinas, empuñaban el cetro en lugar de Fernando Vll.
Por Tatischeff, Ugarte fué nombrado Director General de la expedición
a Sudamérica, y por Ugarte, el Duque de San Fernando fué nombrado
Ministro de Estado y Presidente del Consejo. Ugarte efectuó la compra
a Rusia de barcos inservibles, destinados a la expedición a Sudamérica,
por lo cual le fué otorgada la Orden de Santa Ana. Ugarte impidi.> que
Fernando y su hermano don Carlos se presentasen al ejército en el primer
momento de la crisis. El fué el misterioso autor de la inexplicable apatía
del Duque de San Fernando y de las medidas que permitieron decir a un
liberal español en París, en 1836: " Uno difícilmente puede alejar la
convicción de que el Gobierno estaba ofreciendo los medios de derroca'"
el orden de cosas existentes". Si nosotros añadimos el hecho curioso de
que el Presidente de Estados Unidos alabó a l{usia, en un mensaje, por
haberle prometido que no consentiría In intromisión de España en los
pleitos con sus colonjas de América del Sur, ya no queda la más pP-queña
duda sobre la participación activa de Rusia en la Revolución española.
Pero, ¿qué prueba todo ello? ¿Que Rusia fué la causante de la revolu-
ción de 1820? De ninguna manera, sino simplemente que impidió resistir
al Gobierno español. Que la revolución hubiera derribado, más temprano
o más tarde la Monarquía absoluta y monástica de ·Fernando YII, lo
prueban los hechos siguientes: J9, la serie de conspiraciones que desde
18~4 se seguían una a otra; 29, el testimonio de M. de Martignac, el Comi-
sario francés que acompaiíó al Duque de Angulema cuando la invasión
legitimista de España; 3 9 , el testimonio, que no puede ser rechazado,
del mismo Fernando VII.
En 1814 Mina intentó el levantamiento de Navarra, dió la primera
62 Marx y Engels

señal para la resistencia con un llamamiento a las armas, entr ó en la


fortaleza de Pamplona, pero desconfiando de sus propios partidarios,
huyó a Francia. En 1815, e l General Porlier, uno de los más renombra-
dos guerrilleros de la gueru de Independencia, proclamó la Constitución
en La Coruña. Fué fusilado. En 1816, Richard intentó capturar a l Rey
en Ma drid. Fué ahorcado. En 1817. Navarro, un abogado. con cuatro
de sus cómplices, murió en el cadalso de Valencia por haber proclamado
la Constitución de 1812. En el mismo año el intrépido General Lacy fué
fusilado en Mallorca por haber cometido el mismo crimen. En 1818,
e l Coronel Vida], el Capitán Solá y otros, que habían proclarr•9do la Cons-
titución en Valencia, fueron derrotados y muertos. La conspiración de
la Is la de León fué, pues, e l último anillo de una cadena formada con los
cuer pos ensangrenta dos de aquellos valientes del 1808 al 1814.
M. de Martignac, quien en J832, poco antes de morir, publicó su obra
l 'Espagne et ses Revolutions, hace el siguiente relato:
"Dos años habían transcurrido desde que FemandCJ VII
había restablecido el poder absoluto y todavía continuaban las
proscripciones, pl'oviniE'ndo de una camarilla reclutada entre- la
hez del género humano. Toda la maquinaria d'el Estado español
fué removida de arriba abajo; sólo reinaban el desorden. la desi-
dia y confusión -estando los impuestos distribuídos en la forma
más injusta, el estado de las finanzas e-ra abominable-; SE' efec-
tuaban los empréstitos sin crédito, era imposible hacer frente
a las más urgentes necesidades del Estado, no se pagaba al
Ejército, los magistrados d'ebían indemnizarse mediante. el sobor-
no, la Administración estaba corrompida o !;e mostraba incapaz,
no sabía mejorar nada ni preservar algo. De ahi el descontento
general del pueblo. El sistema constitucional fué recibido con
entusiasmo por las grandes ciudades, las clases comerciales e
industriales, profesiones liberales, ejército y proletariado; los
monjes se le oponian, el campesinado lo veía con estupor."
Tales son las confesiones de un hombre moribundo, que fut> instru-
mento principal de la subversión del nuevo sistema. Fernando \'JI, en
sus decretos del l de junio de 1817, 1 de marzo de 1817, 11 de abril de 1817,
24 de noviembre de 1818, etc., confirma literalmente las aseveraciones de
M. de Martignac, y res ume sus propias lamentaciones en estas palabras:
"Las quejas que resonaban en los oídos de nuestra Majestad. lanzadas por
el desgraciado pueb lo, se superaban unas a otras." Todo esto prueba
que no se necesitaba ningún Tatischeff para provocar la revolución
española.
SEGUNDA PARTE

Artículos y Notas en el "New York


Daily Tribune" (1854)
Pf)R

MARX v ENGELS
I

LA I NSURRECCION EN MADRID
LondrP-s. 4 df• julio de 1854.

La tan esperada insurrección militar en Madrid :;e ha. por fin, efec-
tuado, bajo la dirección de los Genera les O'Donnell y Dulce. Los perió-
dicos del Gobierno fra ncés se han a presura d('\ a iuformarnos que, de
acuerdo con sus corresponsale , el Gobierno español había domin:.tdo el
pelig ro y q ue la insurrección estaba vencida. P ero e l corresponsal en
Madrid de Tite Morning C!tronicle, quien da cuenta detallada de la suble-
vación y comunica la proclama de los insurgentes. dice que hau aban-
donado solamente la capital para unirse a la g uarnición de Alca lá, y
que si Madrid no respondía al movimiento. no encontra r ían dificultades
para alcanzar Zaragoza.
De tener más éxito este movimiento que la última rebelión en e..o;a
ciudad. sus consecuencias serían causa de una divers;ión de la acción
rnNitar francesa. provocarían rozamientos entre Francia e Inglaterra y
ta mbién afectarían probablemente a la complicación pendiente entre
España y el Gobierno de los Estados Unidos .

New York Daily Tribune. l9 de julio de 1854.

II

iNOTICIAS DE LA INSURRECCI ON DE MADRID


f-ondres, 7 de julio de 1854.

Las noticias que recibimos rle In insurrección militar de Madrid conti-


núan teniendo un carácter muy contradictorio y fra gmentar io. Todos los
despachos telegráficos que llega n de Madr id son. na tura lmente. infor-
maciones del Gobierno. y de la misma dudosa sinceridad que los boleti-
66 Marx y Engels

nes publicados en la Gaceta. En consecuencia, sólo podemos ofrecerles


una exposición de los escasos materiales que te.nemos a mano.
Debe recordarse que O' Donnell era uno de los generales desterrados
por la Reina en febrero; que se negó a obedecer, escondiéndose en Madrid,
y desde su encondrijo se relacionó secretamente con la guarnición de
Madrid, y particularmente con el General Dulce. Inspector General de
Caballería. El Gobierno le suponía en Madrid, y el 27 de junio, por la
noche, el General Blaser, Ministro de la Guerra, y el General Lara, Capitán
Genera l de Castilla la Nueva, recibieron avisos de un intento de rehelión,
bajo la dirección del General Dulce. Nada. sin embargo, se hizo para
prevenir o sofocar la insurrección en germen. El 2~, por consiguiente,
el General Dulce no hall ó dificultades en reunir unos 2.000 soldados de
caballería, con el p retexto de una revista, y salió con ellos de la ciudad,
acompañado por O'Do:mell, con la intención de secuestrar a la Reina,
que se hallaba en El Escorial. El designio fall ó, sin embargo, y la Reina
l legó a Madrid el 29, siendo recibida por el Conde de San Luis, Presidente
del Consejo, y celebró una revista, mientras los insurgentes se acuartelahan
en los alrededores de la capital, donde se les unió el Coronel Echagüe,
con 400 hombres del Regimiento del Príncipe, quien trajo con él la caja
del regimiento, conteniendo un millón de fran cos. l lna columna, com-
puesta de siete batallones de infantería, un regimiento de caballería, un
destacamento de Guardia Civil a caballo y dos baterías de artillería, salie-
ron de Madrid la tarde del 29, mandados por el General Lara, a fin de
enfrentarse con los rebeldes, que ocupaban Las Venias del Espíritu Sanlo
y el pueblo de Vicálvaro. Una batalla tuvo lugar el 30 entre los dos
ejércitos, de la cual hemos recibido tres relatos: uno, oficial, remitido por
el General Lara a l Ministro de la Guerra, y publicado en la Gaceta; el
segundo, publicado por el Messager de Bayonne, y el tercero, por el
corresponsal en Madrid de la lndépendence Beige, testigo ocular del
<.vmbate. El primero, que puede hallarse en todos los diarios de Lon-
dres, no puede ser creído, puesto que el General Lara, a la vez que atacaba
a los insurgentes era atacado por ellos, hacía prisioneros en un lugar y
los perdía en otro, y se volvía a Madrid, proclamándose vencedor ; en fin,
dejando a los insurgentes dueños del campo, pero cubierto de cadáveres
"enemigos'', mientras que asegura que él sólo tenía 30 heridos.
La versión siguiente es del Messager de Ba.yonne:
La Revolución en España 67

"El 30 de junio, a las cuatro a. m., el General Quesada salió


de Madrid, a la cabeza <le dos brigadas, con el propósito de atacar
a las tropas rebeldes. La acción fué corta, siendo el General
Quesada vigorosamente rechazado. El General Blaser, Minis-
tro de la Guerra, habiendo reunido a toda la guarnición de
Madrid -{)Ue a r•ropósito, está compuesta por sit>te u ocho mil
hombres-, hizo, a su vez, una salida a las siete de la tarde.
E l combate empezó inmediatamente y duró casi sin interrupción
h asta la noche. La infantería, atacada por la numerosa caba·
Hería insurgente, se formó en cuadros. El Coronel Garrigo, a
la cabeza de algunos escuadrones, cargó tan vigorofJ'mente sobre
uno de los cuadros, que lo atravesó, pero fué. recibido por el
f uego de una batería de cinco cañones, disimulada, y cuyo fuego
graneado dispersó a sus escuadrones. El Coronel Garrigo cayó
en manos de las tropas de la Reina, pero el General O'Donnell
no perdió un momento en reagrupar sus escuadrones, y se lanzó
tan impetuosamente contra la infantería, que la dispersó, liber·
tando al Coronel Garrigo y tomando las cinco piezas de artillería.
Las tropas de la Reina, después de esta derrota, se retiraron a
Madrid, donde et.traron a las ocho de la noche. Uno de sus
Generales, Mesina, estaba ligeramente herido. Hubo -gran canti·
dad de muertos y heridos por ambas partes en este sangriento
encuentro."

Veamos ahora el relato de la 1ndépendence, fechado en Madrid el }9 de


julio, y que parece el más ceñido a la verdad :

"Las Ventas del Espíritu Santo y Vicálvaro fueron teatro


d'e una sangrienta lucha, en la cual las tropas de la Reina fueron
rechazados hasta la Fonda de la Alegría. Tres cuadros sucesi-
sivos, formados en distintos puntos, fueron espontáneamente
disueltos por orden del Ministro de la Guerra. Un cuarto íué
formado más allá del Retiro. Diez escuadrones insurgentes,
mandados por los Gene.rales O'Donnell y Dulce en persona, lo
atacaron por el centro ( ?) , mientras que las guerrillas lo hacían
por el flanco ( ?) . (Es difícil comprender lo que el corresponsal
quiere expresar por ataques al centro y flnnco, tratándose d'e
cuadros.) Dos veces los insurgentes entablaron combate con
la artillería, pero fueron rechazados por el fuego graneado de
ésta. Los sublevados intentaban evidentemente apoderarse de
algunas de estas piezas, colocadas en las esquinas del cuadro.
Habiendo llegado la noche entretanto, las fuerzas gubernamen-
tales se retiuron escalonadamente hacia la Puerta de Alcalá,
dond'e un escuadrón de caballería que había permanecido fiel,
fué súbitamente atacado por un destacamento rle lanceros insur-
gentes que se habían ocultado detrás de la Plaza de Toros. En
medio de la confusión producida por el inesperado ataque, los
sublevados se apoderaron de cuatro piezas de artillería, que
quedaron re2agadas. Las pérdidas fueron aproximad'amente
iguales por ambas partes. La caballería insurgente sufrió
mucho a causa del fuego de la artilleria, pero sus lancem;; han
casi exterminado el regimiento de la Reina Gobernadora y la
Guardia Civil montada. Las últimas noticias informan oue Jo~
sublevados recibieron t·efuerzos de Toledo y .Valladolid. · Tam
bién corre el rumor que el General Narváez es esperado hoy
ú8 Marx y Engels
----------------------
en Vallecas, donde será recibido pot· los generales Dulce, O'Don·
nell, Ros de Ulano y Armero. Se están construyend'o triucheras
en la Puerta de Atocha. Multitud de curiosos están apretuján-
dose en la estación de tnmes, desde donde pue.den ser observados
los puestos avanzados del General O'Donnell. Todas las puertas
de Madrid están, sin embargo, rigurosame.nte vigiladas."
Lns tres de la tarde del mismo día.-Los insurgentes ocupan
la plaza de Vallecas, a tres millas inglesas de Madrid, con fuer-
zas considerables. El Gobiemo esperaba hoy tropas de. provin·
cias, especialmente lll batallón del Rey. Si hemos de creer la
información más reciente, dicha fuerza se habría unido a los
sublevados.
Lns clt.atl·o de 1~ tnrcle.-E n este momento casi toda la guar-
nició.n sale de Madl'id. en dirección a Vallecas, en busca de los
rebeldes, que dan pruebas de una confianza ilimitada.. Las tien·
das están cerradas. La guardia del Retiro y especialmente la
de todas las oficinas del Gobierno han sido r*!forzadas apresu-
rad'amente. Me entero en este momento quf' varias compañías
de la guarnición se unieron ayer a J(IS sublevados. La guarni-
ción de Madrid está mandada por el General Campuzano, de
quien se dijo faisamente que se había pasado a los insur~enks,
el General Vista Hermosa y Blaser, Ministro de la Guerra.
Hasta aho1·a no han llegado nuevos refuerzos en apoyo del
Gobierno; pero dícese que el 4Q regimiento de línea y el l o de
Caballería ha11 salido de Valladolid y se encaminan a toda prisa
hacia Madrid. Lo mismo se asegura respecto a la guarnición
de Burgos, bajo el mando del General Turón. Finalmente, el
General Rivero ha salido de Zaragoza con fuerzas imponentes.
Por todas estas razones es que se esperan encuentros más san-
g dentos."

Hasta el día 6 no habían llegado periódicos ni carlas de Madrid. Sólo


el Monileur publica el s iguiente y lacónico d espacho. fechado en Madrid
t' l 4 de julio:

"Continúa reinando tranquilidad en Madrid y provincias."

Una noticia privada afirma que los insurgentes están en Aranjuez. Si


la batalla pronosticada para e l día 11) por el corre;;po nsal de la l ndP-
péndencc, hubiese resu ltado victorio!'a para el Gobier no, no estaría mos
aguardando cartas. ni diarios, ni holctine3. A pesar de que el estado de
s itio ha s ido proclamado en Madrid, el Clamor Piiblicn, la Naci6n, El
Diario. F.spaña y La Epoca han n•aparecido, sin p revio permiso del
Gobierno, cuyo fi scal les informc'1 de su punible acto. F.ntre las personas
a rrestadas en Madrid se citan :• los !<eñore." Antonio Guillermo Moreno y
J osé Manuel Collado, banqueros. Un decreto de detención fué publicado
!.a Revolución t>n España 69

ront ra el noble Seahor Sen·i llano. Marqués de FuentE':: de Duero. nmigo


¡•articular del Maril"cal :\arváe7 . Lo¡; ::eñores Pidal y \!Ion están co locados
l•ajo vigilancia.
ería prematuro rl formar una opiniÍin del carút:ln p-eneral de esta
insnrrecc1on. P odemos decir. sin embargo. que no parece provenir l'lnl
¡.artido Prog refiil"la, puet' el CP.ncra l San Miguel. ~ u jefe militar, conlin{w
yuieto en Madrid. De todas la-. informacione.-> ::e de:<prende, por ,,1 con·
Lrario, que arvúez es el propnl,.;or. enlrt: bas tidorc::.. dd movimiento, y
fJUe la Reina Cristina, cuya in fluencia había últimamente menguado mucho,
s uplantada por el Conde de an Lui:>. favorito ele la Reina, no es comple·
lamente extraña al mis mo.
Posjblementt' no hay ningún país, excepto Turquía, tan poco cono·
e·iclo y tan cquivocadame••te juzgado por Europa como E::paña. Lo,.; innu·
merahles pronunciamientos locale,: y rebeliones militare.' habían a co,.:.
tumbrado a Europa a considerarla como al Imperio Homano en la ¡.pocll
ne los pretoriano¡;. Es to el': un t>rror tan :;uprrfi rinl ro mo f ué ya cometido
t n el caso de Turquía, por aquellos q11r ,;e irna~inaron a esta nación mori·

l.unda porque S il hil::toria o fi rial del último ,.;il!.ln 1:onsi~tía sólo e u revolu·
ciones palatinas y <lis turbios de genizaro~. F.l :wrr~'t o de estas burdas
falacias estriba :'implemente Pll que los hi:-:toria clor<':o. rn lugar de fijar:-:e
en los recurso:-: y fortaleza ele t>stos purbloi". rt• :-:11 organización local y
provi ncial, han acudido a la fu ente de los almanaque:> de Corte. l.o,:
movimientos dr lo r¡ue habitualmente llamamo:o d Estarlo. han afectado
tan poco a l pueb lo espaÍIO) , quf' éste ha Ct'clido :-:atisfecho aquel restrin·
~ido dominio a la:: pasione~ a lternn,; y pequeña;;: intrif!U:< de los favoritos
ne la Corte, soldudos. aventurero>: y a unoi" cuantos de lo5 llamados hom·
hres de Estado, y ha tenido poco,: motivos de arrt-penti rse de s u indife·
rencia. El carácter de la moderna historia de .E.-.paña merece recihir una
muy disti nta apreciación dr la rpu.' ha merecido hasta ahora. y en una rJ..
mis próximas cartas tendr~ oportuninad de de!"arrollar e>=te asprcto.
Lo que sí ya p11edo seña lar en <':<le lu~ar r s que deh«>mos experirnent·ar
poca so rpre..,a s i una simple rebelió n militar J>llf'cil· producir un lf'vanta·
miento general e u la Península. ya que debi do u lo:-: últimos decrt:to:-
f inancieros del Cobiemo el rf'c-au rlodor de impue:-to:-: "t' ha <·onvertido t'll

rl más eficiente propagandi,:ta revolucionario.

Nerc }'tJfk /)uily Tribulll', 21 efe ju lio de 1:{:')·1.


70 Marx. r Engell

I II
PROCLAMAS DE DULCE Y O'DONNELL
EXITOS DE LOS INSURGENTES
Londres. 18 dt> julio de 1834.

La sublevación española parece asumir un nue\"0 aspecto, seg1"m evi-


dencian las proclamas ·de Dulce y O'Do nnell. el primero de los cua les es
nn partidario de Espa rtero. y el ¡:egundo era un fuerte partidario de
Narvilez y quizá secretamente de la Reina Cristina. Habiéndose conven-
cido O' Donnell que las ciudades españolas. actualmente. no estaban pres-
ta~ a poner:;e en movimiento por una simple revolución palatina, repen-
tinamente ha proclamado principios liberalel'. Su proclama está fechada
en Manzanares. una aldea de la Mancha, no muy lejos de Ciudad Real.
El dice que aspi ra a preservar el trono, pero a expulsar a la camaril la ;
el respeto rig uroso a las leyes f undamentale.s; el adecentamiento de las
eiecciones y mejoramiento de la ley de prensa; la rebaja en los impuestos;
los ascensos en las funciones civil es. según el mérilo ; la descentralización
y e l establecim iento de una mi licia naciona l sobre bases rnuy amplias.
Propone que Juntas provinciales y una asamblea genera l de las Cortes
en Madrid se encarguen de la revisión de las leyes. La proclama de l
Cenera! Dulce e:: aún más ent;rgica. Dice:

"Ya no hay Progresistas y Moderados; todos nosotros somos


españoles e imitadores de los hombres de! 7 de julio de 1822.
Vuelta a la Constitución de 1837; apoyo a I sabel II; destierro
perpetuo de la Reina Madre; destitución del actual Ministerio ;
restablecimiento de la paz en el país; tal es el final que perse-
guimos a cualquier precio, como demostraremos en el campo del
honor a los traio~>res a quienes castigaremos l)Or su culpable
locura.''
Segú n el ]ournal des Débats. el Gobierno se apoderó en Mad r id de
diarios y correspondencia. que prueban, sin lugar a dudas. que el secreto
designio que mue,·e a los rebe ld t>~ es e l de declarar el trono vacante,
reuni r a toda la Penín ~u l a Ibérica en un l'O io Estado y ofrecer la corona
a Don Pedro V. Príncipe de Sajonia-Coburgo-Gotha. El cuidadoso inte·
rél' tomado por Tht> Times en la sublevación española. y la presencia
simultiinea de l llamado Don Pedro en Inglaterra. parece indicar en verdad
que alguna nue,·a combinación Coburgo f'!:ltá en marcha. La Corte está
La Revolución en España 71
-------------------------------
francamente desasosegada, habiéndose intentado toda combinación mtms-
terial posible, y llamado en vano a Tstúriz y Martínez de la Ro::;a. El
Messager de Bayonne asegura que el Conde de Montemolín abandonó
Nápoles tan pronto como recibió noticias de la insurrección.
O'Donnell ha entrado en Andalucía, habiendo cruzado la Sierra More-
na en tres columnas, una pasando por Carolina. otra por Pozoblanco y la
tercera por Despeñaperros. La Gaceta confie;:a que el Coronel l3uceta
consiguió sorprender y tomar a Cuenca, con cuya posesión los sublevados
han asegurado sus comunicaciones con Valencia. F.n esta provincia el
levantamiento comprende ahora a cuatro o r.inco ciudades. además de
Alora, donde las tropas gubernamentales sufrieron un severo rev€-;;.
También se asegura que ha estallado un movimiento en Reus, Cata-
luña, y el Messager de Bayonn.e añade que en Aragóu se han producido
disturbios.
New York Daily Tribunt>. 3 de agosto de 1854.

IV
LA REVOLUCION RSPAÑOLA.-LUCHAS DE LOS
PARTIDOS.-PRONUNCIAMIENTOS DE SAN SE-
BASTIAN, BARCELONA, ZARAGOZA Y MADRID.
Londres. 21 de julio de 18.54.

"Respetad a la Reina" es una vieja máxima castellana; pero la atre-


vida Señora Muñoz y su hija Isabel han ido mucho más allá de los dere-
chos de las reinas de Castilla para merecer los leales prejuicios del pueblo
español.
Los pronunciamientos de 184:3 duraron tres meses; los de 1854 han
durado escasamente el mismo número de semanas. El Ministerio está
disuelto, el Conde de San Luis ha huído, la Reina Cristina intenta alcanzar
la frontera de F rancia, y en Madrid tanto las tropas como los ciudadanos
se han declarado contra el Gobierno.
Los movimientos revolucionarios en España desde el principio de
siglo ofrecen un señalado aspecto uniforme, con la excepción de los movi-
mientos en favor de los privilegios locales y provincialel' que agitan per ió-
dicamente las provincias norteñas: cada conspiración de Palacio es seguida
por insurrecciones militares, y éstas a su vez originan pronunciamientos
municipales. Dos causas producen este fenómeno. En la primera encon-
72 Marx y Engels

tramo~ que aquello que llamamo:" [~tado. t>n el !'entido moderno dE' la
palabra. no tiene. a causa rle la ,·ida t>xclu:"ivamente provincial riel pueblo,
t"ncarnación nacional. en oposición a la Corte, excepto en e l ejército.
En segundo término. la posi-:ión peculiar de E.<;paña y la guerra penin-
sular crea ron condi cione;; en las cuale;; únicamente en el ejército pudo
t·onc('ntrar:-t• torio cuanto era vital a la nacionalidad española. Y asi
~n cedi,., que las únicas demostraciones nacionales ( aq u<'lla"' ele HH2 y
ele H:22) procedieron del ejército; y por ello la parle m5;; emocionable
de la nación =-t> había OI'O-"lumhrado a considerar al ejército como 1'1
jnstrumenlo natura l de cua lquier levantam iento nacional. Durante ll\
turbulenta e poca rle u::~O a 1HS4. ,:in embargo. las ciudade::: t',.;pañolas :-~t·
clier'm cuenta de lfU C e l ejército. en luga r de continuar t>narbolando la
causa de In nación, ,;e hahia conve rtipo en el in::;t n u nent.o de las rivali -
dades de lo:< urnbicioso~ prf'tenllientes a la jefatura militar de la Corte.
En con:-:ecuencia, notamos una g ran diferenc ia entre el movi mi ento de lS54
y e l de Ull :~ . La énu•utr> (sic) del General O' Donnf'll fu~ considerada por
lo~ pueblos ;;t", lo como llllil conspiración contra la influenc·ia directora oe
la Corte. e,.:p<'cia lmcnt e cuando fue; sostenida por el ex favorito Serrano.
1.a~ ciudadt·s ) ,.1 ram po, dP com:iguiente. demoraron e l dar su conte,.:ta·
(:ión a la llamada hecha por la ca ha llería en Madrid. Y f ué entonces r¡ue
t:>l Cent>ral ()' Donnell ::e vió obl igaoo a alterar completamen te el carácter
de su:. opt·ral'iorw:::. a fin df' no queda rse aislado y expue,;to a un fraca!'n.
Se vió forzado a insertar en su proclama tres puntos igualmente opue,.tos
a la l'llfJI'Cmacía del ejército: convocatoria de la;; Corte~. un l,obierno
t'conúmiro ) la formaciórr de la milicia nacional - la última demanda
n ri p;inada por t>l de~eo di' la~ ciudade~ de recobrar s u independencia del
ejl'rcito. Es un hecho. put>s, r¡ue la insurrección militar ha obtenido el
upoyo cll' la in,.:urrecciórr popular solamente al :-ometerse a la;; condicione::
impuestas por la última. Fultn ,.:aber ;;i ilf' verá forzad a n apoyarse en ell a
) ;r t'jec:n tar t'sta;; promesa".
f-l t>t"ha exceprión de lo;: Carlistn,.;. todos los partido$ han lr\'antado Sil:'
peticione,- -- Prop:re:-i;:ta,;. partidario;< de la Constitución dt> 1837, partÍ·
tlari o~ ele la Cous titucicín dt> 11312, Unionista~ t;;olicitando la anexión rle
l'ortugal) y Ht•puhli cano:-. La~ noticias fllle conciernen a ~sle último
particlo ch•ht•n :<t'r tomad a~ con prer.aución. rlacln que pa~an por la cenr;ura
dP In Pnli cía de Parí,;. Adrmús. las luchas de los partidos y las prctt'n·
,.:Ít)llt';: ri1al<',.: tlt> lo;; diri ~t>ntr:> militart>s t>~tán en pleno de:>arrollo. Apt>·
1:a;; 1-;,.;part rro 1t11 o f'lllll•r·intil•nto tlel éxito cft· O' Donnel l. abandonó s u
:.a Rer:olnción en España 73

n•tiro de Legané~ y se declaró jefe del movrm 1ento. Pero tun pronto como
César Narváez se enteró de la aparición de su viejo Pompeyo eu la lid.
corri ó a ofrecer sus servicios a la Heina. los cualec; f u<'ron aceptado~.
d:"mdosele el encargo de formar n uevo Ministerio.
De los detalle;; que tenemos para ofrecerles parece desprenderse quE·
los militares no habían tomado de ningún modo la ini ciativa en toda
part~. sino que en mucho>: sitio$ hahían cedido a la ¡J rl'sión poderosa
.le la población. Adem;Í~ ele los pronunciamiento::; en Granada, Sevill:.~
y J aén: en Castilla la Vieja se han producidó en Burgos; en León, Valla·
do lid: t>n Vizcaya, San chastián y Vitoria; en Navarra. Tolosa y P am·
!'lona; en Cui púzcoa: C!l Aragó11. Zaragoza ; en Catalníia, Barcelona.
Ta rragona. Lérida y Cerona; taml~ién se afirma (]ue :<e> han p roducido en
las I s l a~ 13alea re!". l::n :\·1urcia se e,:;pera que van a tener lugar los pro·
nunciamientos. según una carta rerihifla de Cartagena, f<'cha da el 12 de
julio, que dice:

"A consecuencia de un bando publicado por el Gobernado 1'


Milita1· de la plaza, todos los habitantes de Gartagena que posean
mosquetones y otras armas, están oh!igados a entregarlos a lal'
autoridades CÍ"iles en el témlino rle veinticuatro horas. En
virtud de una petición del Cónsul de Francia, el Gobierno ha
acced ido a que los residente!; franceses depos iten sus armas,
como en l 84S, en el Consulado."

De todos estos pronunr iamieuto::;, cuatro solamentt> merecen una men·


ció n especial: lo:; de San ebastián, en Vizcaya; de Barcelona, la capital
de Cataluña: de ZaYagozo, la ca pital de Aragún, y e l de Madrid.
En Vizcaya. los pronunciamiento,; los ori::;inaron lo;: Municipio , y
t'n Aragón fneron los rnilitarPs. El Muni cipio de San Sebastián se pronun·
ció a favor ele la insurrección cuando el pueblo pidió que se le diesen
armas. La ci tulad se vió inmediatamente cubierta de armas. Hasta e l
dia 17 los dos batallones que guarnect>n la ciudad no se decidie ron a unirse
al p ueblo. Una vez completada la unión entre los ciudadanos y los mili·
lares, mil ciudadanos a rmados, acompaíiados por alguna tropa, marcha·
ron sobre Pamplona y organizaron la insur rección en Navarra. Bastó
sólo la presencia de los ci udadanos armados de San Sebastián para facili·
tar e l levantamiento fle la capital navarra. El Gene>ral Zahala se adhi ri ú
des pués a l movimiento y ~e fué a Bayona, para invitar u los so ldado!~ v
('lficiales del regi mienlo ele Córdoba que se hahían refugiado allí despur:-;
ele su .última derrota t!n Zaragoza, a qut> reg resa ra n inmediatamente a In
patria y se le unieran en San Sehaslián. Se~Íill cie1·1as informacionc::
74 Marx y Engels

sa lió luego para Madrid, a ponerse a la." ó rdenes de Espartt>ro, mientras


o tras noticias lo hacen camino de Zaragoza. para unirse con los insurgen-
IC!' aragoneses. El General !\11azaredo, ComandantE:' de las pro,·inci:-1" Yas-
<·as. habiéndose negado a tomar parte en el pronunciamiento de Vitoria,
tuvo que di rigirse a Francia. Las tropas, bajo las órdenes del r.eneral
7.abala, están formadas por dos batallones del regi miPnlo de Borbón. un
J,atallón de Carabineros y un destacamento de l.abaiiP.ría. Antes de aban-
clonar el tema de las provincia.'> vascas. debo añadir a lgo caracterÍ'>tico:
que el Brigadier Aarcáiztegui. que ha sido nombra do Gobernador de
Cuipúzcoa. es uno de los anterio re~ ayudantes ele Espa rtero.
En Uarcelona, aparentemente los militares LOwaron la iniciatiYa ; pero
la espontaneidad de su actuación continúa muy dudosa si nos atenemos
a la información adicional que hemos recibido. El 1:-1 de julio, a la!"
siete de la tarde, los soldados que ocupaban los cuarteles de San Pablo
y del Buen S uceso. ct>dieron ante las demostraciones de la población y St'
pronunciaron a los g ritos de ¡Viva la Reina! ¡Viva la Constitución!
¡Muerte a los Ministros! ¡Fuera Cristina! Despul:-:,c; de haber frater-
nizado con las masas y desfilado con ellas por las Hamblas, se pararon
en la Plaza de la Constitución. La caballería. acuartelada en la Raree·
loneta bacía seis días. a causa de la desconfianza que ins piraba a l Capitán
General, se sublevó a su \·ez. Desde este momento toda la guarnición se
fué con el pueblo, y toda la resistencia por parte de las autoridades se
hizo imposible. A las diez. el General Marchesi. Gobernador Militar,
cedió ante la presión general. 'y a medianoche e l Capitán Gene ral de Cata-
luña anunciaba s u resolución de ponerse ul lado del pueblo. Fué a la
Plaza del Ayuntamiento, dondt: a rengó la multitud. que llenaba la plaza.
El 18 se constituía una Junta, formada por el Capit¿n General y otras
eminentes personas. y adoptaban el lema de Constitución, Reina y Mora-
lidad. Noticias posteriores de Barcelona exponen que a lgunos obreros
han sido fus ilados por orden de las nuevas autoridades. porque habían
destruido a lgunas máquinas y violado la propiedad ; y que un Comité
Hepublicano. reunido en una ciudad cercana, había s ido detenido; pero
es preciso seiialar que esta.c; noticias pasan a través de la censura del Dos
de Diciembre ( *). cuya vocación especial es la dt> ca lumniar a los repu·
hlicanos y trabajadores.

( •) Dos de diciemhrt' de 1852; f écha del golpe de Estado mediante el


cual Luis Napoleón, Presidente de la Rep ública Francesa, se convirtió en
Napoleón III.
La Revolución en España 75

Se dice que en Zaragoza la iniciativa partió de los militares: infor -


mación que queda, sin embargo, desvalorizada por la observación adicio-
nal de que inmediatamente se constituyó un cuerpo de milicias. También
es cierto y se ha confirmado por la misma Gaceta de Madrid, que antes
del pronunciamiento de Zaragoza, 150 soldados del regimiento de Caba-
llería de Montesa, cuando ma rchaban hacia Madrid, estando acuartelados
en Torrejón (a cinco leguas de Madrid ), se s ublevaron y abandona ron a
~;u s jefes, quienes llegaron a la capital la noche del día 13, con la caja
del regimiento. Los soldados, bajo el mando del Capitán Baraibán, mon-
taron a caballo y tomaron el camino de Huete, suponiéndoseles la inten-
ción de unirse a las fuerzas del Coronel Buceta, en Cuenca. En cuanto a
Madrid, contra el cual se dice está marchando Espartero con e l ejército
del Centro, y el General Zabala, con el ejército del Norte, es natural que
s iendo una ciudad que vive de la Corte, sea la última en s umarse a l movi-
miento insurrecciona!. La Gacela del día 15 todavía publica un boletín
del Ministerio de la Guerra, afirmando que los facciosos han sido puestos
en fuga , y que el leal entusiasmo de las tropas aumenta. El Conde de
San Luis, que parece haber ju1.gado muy correctamente la s ituación de
Madrid, anunció a los trabaj adores que el General O' Donnell y los anar-
quistas les privarían de todo trabajo, mientras que si el Gobierno se soste·
nía, emple~ría a todos los obreros en obras públicas, por un jornal de
seis reales. Con esta estratagema, el Conde de San Luis esperaba enro lar
bajo su bandera a la porción más excitada de los madrileños.
Su éxito fué, sin embargo. el mismo que el del partido de l Nalional
en París en 1848. Los a liados que asi conquistó. rápidamente se han
convertido en sus más peligro~;os enemigo~; : habiéndose agotado a los seis
días los fondos para su soste nimiento. Después de la orden del General
Lara (Gobernador) pro11101endo toda clase de noticias re fE>rente.s a los
prog resos de la insurrección, es evidente que el Gobierno está temiendo
un pronunciamiento en la capita l. Parece, además, que la táctica del
General Blaser está limitada a l intento de evitar el contacto con los suble-
vados, a fin de impedir el que sus tropas se contagien. Se afirma que el
plan primitivo del General O' Donnell consistía en enfrentarse con las
tropas gubernamentales en los llanos de la Mancha, tan favorables a las
operaciones de la caballería. Este plan fué, no obstante, abandonado a
consecuencia de la llegada del ex favorito Serrano, quien estaba en cone-
xión con algunas de las principales ciudades de Andalucía. Como resul-
76 Mar x y Eng e ls
------------------------ ----------------
tado de esto, el ejército constitucional determinó dirigirse a Jaén y Sevilla,
en vez de permanecer en la Mancha.
Debe ser observado, de paso, que los boletines del General Blase1
poseen una poderosa semejanza con las órdenes del día de los genera les
espa ñoles de l siglo XVI, las cuales daban ocasión de des pertar la hila-
ridad de Francisco 1, y de los de l siglo XVIII, quP. permitían a Federico
e l Grande burlarse de ell os.
Es evidente que esta insurrección española puede convertirse en causa
de rozamientos entre los Gobiernos de Francia y de I nglaterra, y la infor-
mación publicada por un periódico francés de que e l General O'Donnell
l'stuvo escondido antes de la s ublevación en e l pa lacio de la Embaj ada
inglesa, no es probable que disminuya los recel os de Ronaparte. Existe
ya e l principio de cierta irritación entre Bonaparte y Vi doria; Bonaparte
<·speraba hall ar a la Reina en e l embarque de sus tro pas en Calais, pero su
Majes tad contestó a este deseo con una visita a la ex Heina Amelia el
mismo día. Otra \·ez, interpela (fos los Mini stro~ ingleses sobre el bloqueo
de l Mar Blanco, del Mar Negro y del Mar de Azov, contestaron que no se
efectuaba debido a la alianza con Francia. Bonaparte replicó con el
anuncio en e l Moniteur de todos esto!'i bloqueos, sin esperar el consenti-
miento de Inglaterra. Y, para finalizar, habiendo causado pésimo efecto
en Francia el que sólo se empleasen buques ingleses en el transporte de
Lropas fra ncesas, Bonapartc publicó una relación de buques fran ceses
destinados a esto;; ~mbarques y a plicado;; a los mismos.

Nt~ w York Dail.y Tribun e, ·'l. de a gosto de 1854·.

ESPARTERO (EDITORIAL )
Una de las peculiaridades de las revolu c ione~ es quc> así que e l puehlt,
parece a punto de tomar un g ran ímpetu y a brir una nueva era, p"ermitl'
que lo dominen las ilusiones del pasado y cede todo el poder e influencia.
<¡ue tan caros ha bía pagado, a los hombres que re pre~e ntan , o se supone
(jll e representan, t' l mo\'imienl o pop_
n lar de una época anterio r. Espartero
t:s lliH) de estos hombres tradicionales a quien el pueblo g usta de llevar
en hombros en lo~ momentos de crisi;; sociales, y q ue a l i ~ ua l que el viej o
c·amara<la eontra hrcho r¡ue ohslinaJame nte cruzaba sus piernas sobre e l
La Revolución en España 77

cuello de Simbad el marino, encuentran luego dificultad en apearse. lnte·


rrogad a un español de la llamada Escuela Progresista sobre cuál es el
valor político de Espartero; rápidamente replicará que " Es partero repre·
senta la unidad del gran partido Liberal; Espartero es popular porque
ha salido del pueblo ; su popularidad está exclusivamente dedicada a la
causa de los Progresistas". Es verdad que él es hijo de un a rtesano, que
ha escalado la Regencia de Espa ña, y que habiendo entrado en el ejt:rcito
de s imple soldado, lo ha dejado de Mariscal de Campo. Pero si él es el
símbolo de la unidad del gran partido liberal, sólo puede ser ese punto
indiferente de l a unidad en que todos los extremos se hallan peutrali·
zados. Y en cuanto a la popularidad de los Progresistas, no exageramos
al decir que se esfumó al ser transferida de las masas del partido a este
simple individuo.
No necesitamos otra prueba del carácter ambiguo y excepcional de
la grandeza de Es partero, fu era del simple hecho que hasta ahora nadie
ha sido capaz de explicarla. Mientras sus amigos se refugia n en genera·
lidades alegóricas, sus enemigos, aludiendo a s u extraña vida privada,
le tildan de ser un jugador feliz. Ambos, pues, amigos y enemigos, están
igualmente desorientados en cuanto a descubrir ia conexión lógica entre
el hombre mismo y la fama y la reputación del hombre.
Los méritos milita res de Es partero son tan discutidos como incontes·
ta bles s us limitaciones políticas. En una biografía voluminosa, publicada
por el Sr. Flórez. se levanta mucho alboroto a propósito de su generalato
y proezas militares demostradas en las provincias de Charcas, Paz, Are·
quipa, Potosí y Cochabamba, donde se batió a las órdenes del General
Morillo, encargado entonces de reducir los Estados de Sudamérica a la
autoridad de la corona española. Pero la impresión general producida
por sus hechos de a rmas .en Sudamérica, sobre la mente excitable de sus
compatriotas, está suficientemente caracterizada por el mote de jefe del
Ayacuchismo, y a sus partidarios Ayacuchos, aludiendo a la desgra-
ciada batalla de Ayacucho, en la cual el Perú y Sudamérica se perdie-
ron definitivamente para España. El es en todos los acontecimientos un
héroe extraordina rio, cuyo histórico bautismo empieza por una derrota,
en lugar de un triunfo. En los siete años de guerra contra los ca rlista~.
nunca se distinguió por uno de estos gol pes de audacia, mediante los cuales
Narváez, su rival , se dió pronto a conocer como un militar de nervios de
acero. El tuvo efectivamentt el don de conseguir el mejor de los pe·
queños éxitos , al tener la fortuna de que Maroto le entregase las últimas
78 Marx y Engels

fuerzas del Pretendiente, puesto que el levantamiento de Cabrera en 1840


fué el intento póstumo de galvanizar el esqueleto del Carlismo. El señor
Marliani, uno de los admiradores de Espartero e historiador de la moder·
na España, se ve obligado a confesar que la guerra carlista de los siete
años puede compararse a las riñas de los feudos del sigloX entre los peque-
ños señores de la Galia, cuando el éxito no dependia del logro de la victo·
na. Resulta, para colmo de desventuras, que de todas las hazañas de
Espartero en la Península, la que ha dejado un recuerdo más imborrable
en la memoria popular fué, sino una derrota exactamente, al menos una
extraña y singular acción para ejecutarla un héroe de la libertad. Ha
conquistado celebridad como ametrallador de ciudades -de Barcelona
y Sevilla. "Si los españoles- dice un escritor- tuviesen que pintarle
como un dios Marte, veríamos a dios derribando paredes."
Cuando Cristina se vió obligada, en 1840, a resignar .la Regencia y
abandonar España, Espartero asumió, en contra de los deseos de gran
parte de los Progresistas, la suprema autoridad dentro de los límites del
Gobierno Parlamentario. Se rodeó de una especie de camarilla y afectó
los aires de un dictador militar, sin elevarse realmente sobre la medio-
cridad de un Rey Constitucional. . Su popularidad se extendió entre los
Moderados más bien que entre los viejos Progresistas, quienes, con escasas
excepciones eran excluídos de todos los cargos. Sin reconciliarse con sus
enemigos, gradualmente se separó de sus amigos. Sin el valor de romper
las trabas del régimen parlamentario, no supo cómo aceptarlo, cómo mane·
jarlo, cómo transformarlo en un instrumento de acción. Durante los tres
años de dictadura, el espíritu revolucionario quebróse paso a paso, a
través de compromisos perpetuos y se permitió que las disensiones en el
seno del partido Progresista alcanzaran tal grado que puso a los Mode-
rados en estado de recuperar el poder exclusi~o por un coup de main.
Espartero se halló así tan desposeído de autoridad que su propio Emba·
jador en París conspiraba contra él con Cristina y Narváez; y tan pobre
de recursos que no encontró el medio de defenderse de las miserables
intrigas y pequeños engaños de Luis Felipe. Co~prendía tan poco su
posición, que trató desconsideradamente a la opinión pítblica, la . cual
sólo esperaba un pretexto para hacerlo pedazos.
En mayo de 1843, hacía tiempo que su popularidad se había marchi-
tado, y él retuvo a Seoane, Zurbano y a otros miembros de su camarilla
militar, cuya dimisión se reclamaba a gritos; destituyó al Ministro López,
que dirigía a una gran mayoría en la Cámara de Diputados, y rehusó obsti·
La Rel'olución en España 79
----
nadamente conceder una amnistía a los ex~ilados moderados, pedida enton-
ces de todas partes, por el Parlamento, por el pueblo y por el ejército
mismo. Esta petición expresaba simplemente el disgusto público hacia
su administración. Entoncest y a la vez, un huracán de pronunciamien-
tos contra el "tirano Espartero" conmovió la Península de cabo a cabo;
un movimiento sólo comparable, por la rapidez de su expansión, al pre-
sente. Moderados y Progresistas se combinaron con el sólo objeto de
conseguir desembarazarse del Regente. La crisis le pill ó euteramente de
improviso - la hora fatal le halló desprevenido.,
Narváez, acompañado por O'Donnell, Concha y Pezuela, desembarcó
con un puñado de hombres en Valencia. Por su parte, todo fué rapidez
y acción, prudente audacia, enérgica decisión. Por parte de Espartero
todo fué irremediable indecisión, mortal espera, apática duda, indolente
debilidad. Mientras Narváez levantaba el sitio de Teruel y penetraba en
Aragón, Espartero, apartado de Madrid, consumía las semanas en una
inexplicable inactividad en Albacete. Cuando Narváez había derrotado
a las columnas de Seoane y Zurbano en T orrejón, y marchaba sobre
Madrid, Espartero, al fin , efectuaba la unión con Van Halen para llevar
a cabo el inútil y odioso cañoneo de Sevilla. Entonces huyó· de un sitio
n otro, a cada paso desertándole las tropas, hasta que a lo último pudo
alcanzar un puerto. Cuando embarcó en Cadiz, la última ciudad en
donde se conservaba su partido. despidió a su héroe pronunciándose en
contra suya. Un inglés que residía en España durante la catástrofe. dió
una descripción gráfica del descenso de la grandeza de Es partero: "No
fué la quiebra tremenda y de un instante después de un combate, sino una
lenta caída, pedacito a pedacito, después de no combatir en ningún sitio,
desde Madrid a Ciudad Real, desde Ciudad Real a Albacete, desde Alba-
cele a Córdoba, desde Córdoba a Sevilla, desde Sevilla a Puerto de Santa
María, y luego hacia el anch<• océano. C:ayó desde la idolatría al entu-
siasmo, del entusiasmo al afecto, del afecto al respeto, del respeto· a la
indiferencia, de la indiferencia al desprecio, del desprecio al odio y del
odio al mar."
¿ Cómo pudo Espartero llegar a ser de nuevo el redentor de la nación
y la "espada de la Revolución", como 'se le llama? Este acontecimiento
sería completamente incomprensihle si no fuera por los diez años de reac-
ción, s ufridos por España. bajo la brutal dictadura de Na rváez, y el yugo
faldero de los favoritos de la Reina, que le suplantaban. Dilatadas y
violentas épocas de reacción son necesarias para elevar de nuevo a los
80 Mar x y E nge l s

hombres destrozado:; por sus abortos revolucionarios. Los mayores pode-


res imaginativos de un pueblo - ;.y dónde es mayo r la imaginación que
rn los pueblos del Sur de Europa?-- . e l más irresistible de sus impulsos
c•pone a la encarnación individual del despotismo las encarnaciones indi-
\·icluales de la revolución. Como el ¡>Ueblo no p_ued e improvisarlos, desen-
tie rra los cadáveres de los jefes de sus movimientos anteriores. ¿. No estuvo
a punto Nar váez de llegar a ser popular a expensas de Sartorius? El
Es pa rtero que el 29 de julio celebraba su entrada triunfal en Madrid, no
t'ru un hombre rea l ; era un espectro, un nombre, una reminiscencia.
I::s j usto recorda r que Espartero nunca declaró ser otra cosa que un
moná rquico c-onstitucional ; y si a lg una vez ha existido duda a este res-
¡.ecto, debe ha ber desaparecido ante Ja recepción entusiasta que él hallú
eu Windsor Castle. y de parte de las clases goberna ntes ing lesas, dura nte
:-u cle,;tierro. Cuando ll egó a Londres toda la aristocracia ing lesa se con-
gregó en s u casa. e l Duque de Welling ton y Pulmerston a la cabeza.
Aberdeen, e n calidad de Ministro de Estado. le en vió una invitación para
~e r presentado a la Reina; el Al calde y los Regidores de la ciudad le agasa-
ja ro n r:o n ho menajes gastronómicos en la Mansio n House ; y cuando !'e
!>Upo que el Cincinato españo l dedi caba sus horas de ocio a la jardinería,
no hubo sociedad botán ica, hortíco la o agrícola que no deseara contarle
eutre sus miembro;;. Era <l igo a;;í como el " león" de la metrópoli .
A l fi na l de 1847 una amnistía llamó a Jo;; espa ño les exilados. y el
decr<•to de la Heina Isabel le no mhrab a Sena dor. Sin emba rgo, no se le
dejó abandona r [ng laterra sin ser ante;; invitado. con la Duquesa , a la
mesa de la Reina Victo ria, añadiendo el extraordina rio honor de ofrecerles
a lojam iento una nochE' en Wi ndsor Cast le. Es necesario que recordemos
que este hal o que envo lvía su p ersona estaba al go relacionado con la
~upo;;ición de q ue Espa rtero ha bía sido y seguía s iendo el representa~te
ele los intere!'es ing le;;e;; E'll E;;paiia. y no e ra mt>no::; cierto q ue las demos·
!raciones hacia F:s parte ro tenían a lgo de demostraciones contra Luis Felipe.
A su \'ueh a a Es paña recibió d iputación tras diputación, cong ratula-
ción t ras cong ra tulació n. y la ciudad de Barcelona mandó a un mensa jero
e xpresamente para hacer la apología de su pésima conducta en 184 3.
(. Pero ha oído a lg uien mencionar s u nombre dura nte el período fa ta l de
t·tu·ro dt' ]g4(, hasta los últimos acontecimientQs? ¿ Ha levantado s u voz
a l¡.:rtllta vez durante el morta l silencio de la deg radada España ? ¿, Se
rec uerda un solo acto de resistencia patriótica de su parte ? Se retiró
La Revoluci6n en España 81

tTanquilamente a sus propiedades de Logroño, a cultivar sus coles y flores,


esperando su hora.
El no fué a la revolución hasta que la revolución vino a buscarle.
Hizo más que Mahoma. Esperó que la montaña fuera a buscarle, y la
montaña vino. Hay todavía una excepción que señalar: cuando estalló
la revolución de febrero, provocada por el terremoto que alcanzó a toda
Europa, hizo, para ser publicado por el señor De Príncipe y algunos
otros amigos, un pequeño folleto, titulado Espartero; su pasado, su presen-
te, su futuro, para recordarle a España que todavía albergaba al hombre
del pasado, del presente y del futuro. Pronto el movimiento revolucio-
nario desapareció en Francia, y el hombre del pasado, del presente y del
futuro, una vez más, se sumergió en el olvido.
Espartero había nacido en Granátula, en La Mancha, y lo mismo que
su famoso paisano. también tenía una idea fija, la Constitución; y su
Dulcinea del Toboso, la Reina Isabel. El 8 de enero de 1848, cuando
regresó del destierro de Inglaterra a Madrid, fu é recibido por la Reina
y se despidió de ell a con las siguientes palabras : " Ruego a su Majestad
de llamarme siempre que necesite un arma para defenderla, o un corazón
para adorarla."
Su Majestad lo ha llamado ahora, y parece un caballero andante suavi-
zando el oleaje revolucionario, debilitando las masas con una calma enga-
ñosa, permitiendo a Cristina, San Luis y comparsa quedar escondidos
en l 'alacio, mientras él profesa públicamente su fe inquebrantable en
las palabras de la inocente Isabel.
Ya se sabe que esta Reina, digna de toda confianza, cuyas caracterís-
ticas de año en año van tomando, dicen, un sorprendente parecido con las
de Fernando VII, de infame memoria, vió proclamada su mayoría el
15 de noviembre de 1843. El 21 de noviembre del mismo año cumplía
tTece años. Olózaga, a quien López había nombrado tutor por tres meses,
formó un Ministerio, sujeto a la camarilla y a las Cortes nuevamente
elegidas bajo la impresión del primer éxito de Narúez. El deseaba
disolver las Cortes, y obtuvo un Real Decreto, firm ado por la Reina, otor-
gándole poderes pa ra hacerlo, pero dejando la fecha de la promulgación
en blanco. La noche del día 28. Olózaga había recibido el decreto de
manos de la Reina. ·
La noche del día 29 tuvo otra entrevista con ella; pero apen t.~s la había
dejado cuando llegó a su casa un Subsecretario de Estado para informarle
de que estaba destituído, y le pidió el decreto que había obligado a firmar
62

n la Rei na. Olózaga, abogado de profesión, era demasiado astuto para


ser engañado en esta forma . No devolvió el decreto hasta el día siguiente,
110 si n tllltes haberlo enseñado a un centenar de Diputados, por lo menos,
ra.a probarles que la fi rma de la Reina era correcta y estaba hecha por
!-u propia mano. El 13 de diciembre, González Brabo, nombrado Presi-
clen le del Consejo, citó a los Presidentes de las Cámaras, los principales
nuiables de Madrid, _ an·áez. el Marqués de Santa Cruz y otros, pues la
Ht:i.w de.seaba hacerles una declaración referente a lo que había pasado
.-ntre ella y Olózaga la noche del 28 de noviembre. La inocente reinecita
les introdujo en el mismo salón donde había recibido a Olózaga y les
representó muy ,·ivamente, pero en forma algo destemplada, u~1 pequeño
drama para su conocimiento: que Ol ózaga había cerrado la puerta, la
había cogido por el vestido, obligado a sentarse, di rigido su mano forzán-
dola a firmar el decreto; · en una palabra, que había violado s u real
dignidad. Durante la escena, Conzález Brabo tomó nota de estas decla-
raciones, mientras las personas allí presentes examinaban el decreto de
referencia, que aparecía manchndo y firmado por una mano temblorosa.
Fundándose en la solemne declaración de la Reina, Olózaga debía ser
condenado por el crimen de lesa majestad a ser descuartizado por cuatro
t·aballos, o en el mejor de los casos, desterrado a perpetuidad en las Fili-
pinas. Pero, como hemos visto, Olózaga había tomado sus medidas de
precaución. Entonces se siguieron sesenta días· de debates en las Cortes,
creando una sensación toda vía mayor que la producida por la famosa
causa de la Reina Carol ina de Inglaterra. La defensa de Olózaga en las
Cortes contiene, ent re otros, este pasaje: "Si nos dicen que la palabra
de la Reina debe ser aceptada sin discusión, yo contesto: ¡no! Esta
palabra es un cargo o no lo es. Si lo es, esta palabra es un testimonio
como otro. y a ese testimonio yo opongo el mio." En la balanza de las
Cortes la palabra de Olózaga resultó pesar más que la de la Reina.
Después tuvo que huir a Portuga l para escapar a los asesinos que iban
tras él. Este fué el primer acto de Isabel en el escenario político de Espa-
rla, y la primera prueba de su honestidad. Y esta es la misma Reinecita
en la cual la espada de Espartero exhorta al pueblo a confiar, y a la cual
se ofrece. des pués de once añol' de escandalosa escuela, el " brazo defensor"
y el ··corazón apasionado" de la "Es pada de la Revolución".

NPw York Daily Tribune. 19 de ago. to de 1854.


La Revolución en España 83

VI

LA CONTRARREVOLUCION A LA OBRA
Londres. 8 de agosto de 1854.

Apenas se habían empezado a derruir las barricadas en Madrid, a


propuesta de Espartero. la contrarrevolución empezaba s u trabajo. El
primer paso contrarrevoluciouario fué la impunidad en que se dejó. a
la Reina Cristina, Sartorius y demás socios. Luego vi no la constitución
del Ministerio, con el moderado O'Donnell de Ministro de la Guerra. y
todo el ejército colocado a disposición de este antiguo amigo de Narváez.
Hay en la lista los nomb res de Pacheco, Luján, don Francisco Santa Cruz,
todos ell os partidari os not?rios de Nar váez, y el primero. miembro del
infame Ministerio de 1847. Otro, alazar, ha sido nombrado sin otros
méritos que el haber sido compañero de Espartero. F.n recompensa a los
sangrientos sacrificios del pueblo, en las barricadas y en la plaza pública,
numerosas condecoraciones han s ido entregadas a los Generales de Espar-
tero, por una parte, y a los amigos moderados de O' Donnell, de la otr a.
A fin de allanar el camino para silenciar definitivamente a la prensa,
ha sido restab lecida la Ley de I mprenta de 1837. F:n vez de convocar a
Cortes Constituyentes generales, dícese que Espartero intenta convocar
simplemente a las Cortes, según la Constitución de 1837 y, se a~egura,
a plicando la modificación que le hiciera Narváez. Para asegurar el éxito
de todas estas medidas y de otras que están en marcha. hasta donde fuera
posible, grandes masas de tropas están siendo concentradas cerca de
Madrid. Si alguna consideración ll ama especialmente nuestra atención
en este asunto, es simplemente la rapidez con que la reacción se ha
impuesto.
En el primer moJ71ento los jefes de las barricadas llamaron a Espar·
tero para hacerle al guna observación referente a la formación del Minis·
terio. En una larga intervención él les expuso las dificultades con la_s
cuales tropezaba, y se esforzó en defender los nombramientos efectuados.
Parece que los representantes del pueblo han quedado muy poco satis-
fechos de sus explicaciones. Llegan al mismo tiempo noticias "muy
alarmantes" sobre los movimientos de los republicanos en Valencia,
Cataluña y Andalucía. Es visible la indecisión de Espartero desde la
promulgación de su decreto sancionando la continuada actividad de las
Marx y Engel3

J untas provinciales. Hasta a1tora no se ha atrevido a disolver la Junta


de Madrid, a pesar de que el MiniHerio está completo y en funciones.

New York Daily Tribune, 21 de agosto de 1854.

VII

D-EMANDAS DEL PUEBLO ESPAÑOL


Londres, 11 de ago.~to de 1854.

Hace algunos días el CharitJari publicó una caricatura representando


al pueblo español envuelto en una batalla, mientras las dos "espadas"
- Espartero y O'Donnell-- se abrazaban sobre su cabeza. El Chariva.ri
confundió el final de la revolución con lo que es sólo su principio. La
lucha ya ha empe.zado entre O' Donnell y Espartero, y no solamente entre
ellos, sino también entre los jefes militares y el pueblo. Ha sido poco
~entajoso para el Gobierno el nombramiento de Superintendente de los
Mataderos del torero Pucheta. ni el haber nombrado un Comité para recom-
pensa r a los combatientes de las hanicadas, ni finalmente el haber nom-
brado a dos franceses, Pujo! y Delmas, historiadores de la revolución.
O'Donnell desea que las Cortes sean elegidas de acuerdo co.n la Ley Elec-
toral de 1845; Espartero, según la Constitución de 1837. y el pueblo, por
sufragio universal.
El pueblo se resiste a deponer las armas antes de la publicación del
programa de Gobierno. no satisfaciendo ya sus puntos de vista el progra-
ma de Manzanares. El pueblo pide la anulación del Concordato de 1852,
la confiscación de los bienes a los contrarrevolucionarios, una exposición
de la Hacienda, cancelación de todos los contratos de caminos férreos y
otros contratos onerosos de obras públicas, y finalmente que la Heina
Cristina sea juzgada por un tribunal especial. Dos intentos de fuga, por
parte de ella, han sido fru strados por la resistencia armada del pueblo.
El Tribu.no hace la siguiente recopilación de las restituciones que debe
hacer la Reina Cristina al Tesoro nacional: veintiocho millones recihi-
do~ ilegalmente como Regente desde 1834 a 1840; doce millones recibi -
dos cuando su vuelta de Francia. después de una ausencia de t res aí:os,
y treinta y cinco millones recibidos de la Tesorería de Cuba. Esta .cuenta
La R evolución en España 85
- - -- - -- - - - - - ----
es excesivamente generosa; cuando Cristina abandonó España en l 8 W,
se lJevó grandes sumas y casi todas las joyas de la Corona de España.

New York Daily 1 noune , 25 de ago!'>to de 1?.54.

VIII
LA REVOLUCION ESPAÑOLA EN RUSIA.-EL
ASUNTO DE LAS COLONIAS.-CORRUPCION DE
LOS HOMBRES PUBLICOS.-ANARQUIA EN LAS
PROVINCIAS.-LA PRENSA DE MADRID.
Londres, l 5 de agosto de 1854.

Algunos meses antes del estallido de la actual revolución española,


decía a los lectores que influencias rusas estaban trahajando para conse-
guir una conmoción en la Península. Para ello Rusia no necesitaba agen-
tes directos. Era The Times, el abogado y amigo del Rey Bomba, de la
" joven esperanza" de Austria, de Nicolás, de Jorge lV, que súbitamente
hervía de indignación ante las grandes inmoralidades de la Reina Isabel
y de la Corte española. Eran. además, lo!' agentes diplomáticos del
Ministerio inglés, a quiene..-; el Embaj ador ruso Palmerston no tenía
dificultad en engañar presentándoles la visión de la subida al trono
peninsular de un Coburgo. Se sabe ahora con toda seguridad que fué
el Embajador inglés quien escondió a O' Donnell en su palacio e indujo
al banquero Collado, el actual Minjstro de Hacienda, a adelantar el dinero
requerido por O'Donnell y Dulce para iniciar su pronunciamiento. Si
alguien pudiese poner en duda que efectivamente Rusia había iJJterve-
nido en los asuntos españoles, le recordamos lo ocurrido en la Isla de
León. En 1820, varios cuerpos de ejército se hallaban reunidos en Cádiz,
destinados a las colonias de Sudamérica. Todas las tropas estacionadas
en la Isla se pronunciaron por la Constitución, y su ejemplo fué seguido
por las tropas en todas- partes. Ahora sabemos, por Cbateaubriand,
Embajador francés en el Congreso de Verona, que Rusia animaba a España
para emprender la expedición a Sudarnérica, y obligaba a Francia a
emprender la expedición contra España. Sabernos, por otra parte, a
causa del mensaje del Presidente de los Estados l'nidos, que Rusia le
había· prometido impedir la expedición contra Sudamérica. Se requiere,
pues, muy poca iAtuici'ón para inferir quién era el promotor de lt~ insu-
Mar x y Engels

rrección de l;:,la de León. Pero que remos dar otro ejemplo del interés
tomado por Rusi.1 en las conmociones de la Penínsu la española. En su
" Historia política de la España moder na·• (flaréelona. 1849), el señor
de Marliaui, a fin de probar que Rusia no teuía razón al oponerse a l movi·
miento con::>titucional de España. hace la siguiente relación:

"En el Neva fueron vistos soldados españoles jurando la


Constitución de 1812 y recibiendo los estandartes de las manos
imperiales. En su extraordinaria expedición contt:a Rusia, Napo·
león formó con los soldados españoles prisioneros en Francia un
cuerpo especial, el cual, después de la derrota de las tropas fran -
cesas, desertó hacia el campo ruso. El emperador Alejandro les
recibió con marcada condescendencia y les acuat·teló en t>eter-
hoff, donde la Emperatriz les visitaba con frecuencia. Un buen
día el emperador Alejandro les ordenó formar en el Neva helado
y les hizo jurar la Constitución española, presentándoles a l
mismo tiempo la;; banderas bordadas por la misma emperatriz.
Estas unidades, nombradas desde entonces del "Emperador Ale·
jandro'', embarcaron en Kronstadt y desembarcaron en Cádiz.
Esto prueba plet•amente que el juramento tomado en el Neva
era para el levantamiento de 1821, en Ocaña, para restablecer
la Constitución.''

Mientras Husia está nuevamente intrigando en la Península, a través


de los ingleses. al mismo tiempo en frenta Ing laterra a Francia. As í pode·
mos leer en la N urm Caceta. Prusiana que Inglaterra ha p rovocado la
revolución en España. a espaldas de Francia.
;. Qué interés tiene Ru::ia en fomenta r conmociones en España ? Crear
una diversión en el Oeste, provocar disensiones entre Francia e Jngla-
terra. y finalmente inducir a F rancia a u na intervención. Los periódicos
ingle:-:es y rusos ya nO!< han enterado de que los insur rectos franceses de
junio construyeron las barricadas de Madr id. Lo mismo había dicho
Carlos X en e l Congre;:,o de Verona:

"El precedente establecido por t-1 ejército español ha sido


seguido en Port•Jgal, contagiado a Nápoles, extendido al Pía-
monte y expuesto en todas partes el peligroso ejemplo del ejér·
cito inmiscuyéndosf: en las medidas de reforma, y dictando por
la fue rza de las armas leyes a su país. Inmediatamente después
de haber tenido lugar la insurrección en e! PiamontE', han ocurrí·
do ntOvimjent..>s en l•'rancia, en Lyon y otros lugares, dirigidos
al mismo fin. Tuvimos la conspiración de Berton, en la Rochela,
donde 2!) soldados del regimi(>nto 45 tomaron parte. La España
revolucionaria transmite sus odiosos elementos de disr.ordia a
Francia, y ambas reúnen sus far.ciones democráticas contra el
sistema monárquico."

¿. Di remo,; por esto qut? la revolución española se debe a r n~late rra ya


La Revolución en España 87
- -- - - - -------- ----
Rusia ? De ningún modo. Rusia so lamente a poya Jo¡;; movimientos faccio ·
sos a veces, cuando cree que las cr isis revolucionarias' est3n 31 estallar.
El verd~dero movimiento popular, sin embargo, <'Uando estalla está siempre
fundad o tanto en oposicióu a las intrigas de Ru~ ia como por la opresión
de su propio Gobierno. As í ocu rrió en Valaquia en 1f!48 - tnl ocurre en
F'..spaña en 1854.
La pérfida conducta de Inglaterra está fin almente expue' ta a mplia-
mente por la conducta de su Embajador en Madrid. Lord Howdrn. Ante!~
de salir de I nglaterra paru regresar a su ca rgo. reunió a los tenedores de
Lonos españoles. exhortándoles a que presionaran el Gobierno Gon la
reclamación del pago de sus derechos. y en caso negath·o. der.larar que se
negarían a dar crt>dito alg un•J a los comerciante$ españoles. As í prepa·
raba dificultades al nuevo Gobierno. Tan pronto como ll egó a Madrid.
!>uscribió una cantidad para las víctimas de las barricadas. En esta form J
se ganaba las aclamaciones del pueblo español
Tite Times acusa a Mr. Soulé de habe r provocado la insurrección de
Madrid para favorecer los intereses de la actual administración americana.
Pero en cuanto a todos estos acontecim ientos, Mr. Soulé no ha escrito los
artículos apar ecidos en The Times contra Isabel 11 , ni el grupo partidario
de la anexión de Cuba ha sacado beneficio alguno de la revo lución. Refe·
rente a este último asunto. es caracter ístico que se haya nombrado a l
General Concha Capitán General de la Isla de Cuba. habiendo sido uno
de los padrinos de l Duque de Alba cuando su duelo con el hijo de míster
Soulé. Sería un error el s uponer que los españoles liberale!' comparten
los puntos de vista del liberal inglés Mr. Cobden, referente a l abandono
de las colonias. Una de las g randes preocupaciones de la Constitución
de 1812 fué r etener el imperio colonial mediante la introducción de un
sistema unificado de representación en el nuevo Código. En 1811 los
españoles habían incluso equipado a un g ran ejército, co n s i ~tente en
varios regimientos de Galicia, las únicas provincias de España no ocupa-
das por los fran ceses. a fin de combinar la coacción con su política sobre
sus posesiones de S udamérica. Fué casi el objeto principal de esa Cons·
titución no abandonar ning una de las col~ni as prrtenecien tf'~ a España,
y los revolucionarios de hoy son de la misma opinión.
Nunca la revolución ha exhibido un espectácu lo más escandaloso l':n
la conducta de sus hombres públicos como ésta emprendida en interés de
la " moralida d". La coalición de los viejos partidos que constituyen el
Cobie rno actual de Es paña ( los partidarios de Espartero y los partidarios
~"{
CH. Marx y Enge l s

de Narváez) ha estado sola mente ocupada con el reparto del botín de ofj .
cios. de plazas. de sa larios, de títu los y de condecoraciones.
Dt;lce y Echagüe han llegado a Madrid, y Serrano ha solicitado permiso
para ir a fin de asegurar su parte en el saqueo. Hay una gran querella
entre Moderados y Progresistas~ los primeros se han encargado de nom-
hrar a todos los generale!'. los segundos ele designar. a todos los jefes
políti co~ .

Pa ra calma r los celos de la "gentu:ta·'. el torero Puchrta ha sido promo-


vido de director de Mataderos a director de la Pol icía. Por todo ello,
hasta r l Clamor Público, wario muy moderado, da sa lida a sentimientos
de desaprobación. " La cor.ducta de los generales y jefes habría sido más
Jigna s i hubiesen renunciado al ascenso. dando un nohle ejemp lo de desin-
terés y conformándose con los principios de moralidad prodamados por
la revolución.'· La desvergüenza de la distribución de los despojos está
señalada JJOr el reparto de las plazas de Embajadores. No hablo del nom-
bramiento del señor Ol ózaga para Pa rís, aunque iendo el Embajador
de Espartero en la misma Corte en 1843. conspiró con Luis Felipe, Cris-
t ina y Narváez; ni del nombramiento para Viena de Alejandro Mon,
Ministro de Hacienda de Narváez en 1844 ; ni efe! de Ríos Rosas para
Lisboa, y Pastor Díaz para Turin. ambos moderados de muy dudosa
capaciclad. Pero hablo del nombramiento de Conzález Brabo para la
Embajada de Constantinopla .
El es la encarnación de la corrupc10n española. En 1840 publ icó
El Guirigay, una especie de Punch madrileño, en el cual lanzó los más
furio!!OS ataques contra Cristina. Tres años des¡mé!! su ambición de cargo
le tran ~formó en un violento moderado. Narváez, que deseaba un instru-
mento manejable, le empleó como Primer Ministro de España, y luego
lt> echó tan pronto como pudo dispensarse de él. Brabo, en el intervalo,
nombró Ministro de Hacienda a un ta l Carrasco, quien saqueó directa-
mente la Tesorería española. Nombró a su padre S ubsecretario de la Teso·
rería, un hombre que había sido expulsado de su plaza de subalterno en
el Fisco a causa de malversación ; y trans fo rmó a sn cuñado, un empleado
del Teatro del Príncipe, en palafrenero de la Heina. Cuando se le repro-
chaba su apostasía y corrupr!ón, contestaba: "(.No es ridículo ser siem-
J.Ire lo mismo?" Este hombre es el Embajador seleccionado por \a rt:volu-
ción de la moralidad.
En contraste con el ludibrio oficial infamando el movimiento español,
J.a Revolución en Españá 89

hay que señalar el caso espera nzador de que el pueblo ha obligado a estos
socios, por fin, a entregar L.ristina a la dis posición de las Cortes y consen-
tir a la convocación de la Asamblea Nacional Constituyente, s in Senado,
'!consecuentemente sin la Ley Electoral de 18:~7 ni la de 1845. El Gohierno
todavía no se ha atrevido a prescribir una Ley Electoral propiamente suya,
mientras que el pueblo unán imemente está en favor del s ufragio universal.
En Madrid, la~ elecciones para la Guardia Nacional han restituido sólo
a exaltados.
En las provincias prevalece una saludable a11arquía; se han constituido
J untas que actúan en todas partes, y cada ]unta emite decretos en interés
de su localidad; una suprime el monopolio del tabaco, la otra el impuesto
de la sa l. Los contrabandistas están operando eu una enorme escala, y
con la mayor eficiencia , como que son la única foerza nunca desorgani-
zada en España. En Barcelona los soldados entran ahora en colisión unas
veces entre sí y otras contra los obreros. Este estado de anarquía en las
provincias es una gran ventaja para la causa de la revolución, puesto que
impide que se la ahogue en la capital.
La prensa de Madrid está compuesta en este mCimento de los siguientes
periódicos : España, Novedades, Nnrión, Epoca. r:Jamor Público, Diario
E$pañol, Tribuno, Esperanw., Iberia, Católico, Miliciano, Independencia,
Guardia Nacional. Esparterist.a., Unión, Europa, EspPctador, Liberal, Eco
de la Ret1olución. El Heraldo. BolPtín del PURblo y el Meusajero han
cesado de existir.
New Yorlt Daily Tribune, 1 de septiembre de 185•k

IX
CONVOCATORIA DE LAS CORTES CONSTITU-
YENTES.-LA LEY ELECTORAL.-DESORDENES
EN TO RTOSA.-SOCIEDADES SECRETAS.-EL
MINISTERIO COMPRA CAÑONES.-LA HACIEN-
DA ESPAÑOLA
LonJires, 2 1 dt' agost? de 1854.
Los líderes de la Asamblea Naciona l, The Times y el l oumal des
Débats, demuestran que oj el grupo puro ruso, ni el partido Ruso-Coburgo,
ni el partido Constitucional están satisfechos con el curso de la Revolu-
90 Marx y Engels
- ------ -------- --
ción es pañola. Y e llo demostraría que hay alguna pos ibiliclad fttvorable
para España. no obstante la contradicción de las apariencia!'.
El 8 de los corrientes, una re presentación del Unión Cluh vis itó a
Es partero para entregarle una petición solici tanclo la adopción dt>l s ufragio
universal. 1umerosas peticiones idénti cas le han sido dirigidas. Como
co nsecuencia. tuvo lugar en el Com:ejo de Ministros un largo y animado
deba te.
Pero los partidarios del sufragio universal. a$Í Cl)ltlO lo~ clcfensores
de la Ley Electoral de 1846, han s ido vencidos. !.a Can' la de Madrid
publica nn decreto para la convoca toria de las Cortes t'l 8 dt> no' icmbre,
precedido de una exposición dirigida a la Reina. Para las elecciones se
adoptará la Ley Electora l de 1837, con ligeras modificaciones. Y habién·
dose s uprimido las fun ciones legislativas del Senado. l a~ Cortes serán una
Asamblea Constituyente. Se han coMerva do dos pá rrafos de la Ley
de 1846: la forma de cons tituir las Mesas electorales y el número de los
Dipu tados; un Diputado e lecto por cada g rupo de 5.000 a lmas. La Asa m·
blea estará, pues. compuesta por 420 ó 430 miembros. egún una circular
ele Santa Cruz, Ministro de la Gobernación. los electores deben e::: t~r regi;;-
trados para el 6 de septiembre.
Después de la verificación de las listas por bs Diputaciones provin·
r.iales, las listas electora les ·quedarán cer radas el 12 de septiembre. Las
t·lecciones se celebrará n el 3 de octub re en las cabecera;; rnunici paJes de
los Distritos Electorales. r se procederá al e¡;crutinio el 16 de octubre en
las capitales de cada Provincia. En cáso de conflictos electora les, los
nuevos procedimientos que sean necesarios para resolverlos estará n listos
pura el 30 de octubre. La exposición del decreto estahlece P.Xpresamente
que las " Cortes de 1854. lo mismo que las de 1837. salvarán la Monarquía;
serán un nuevo vínculo entre el trono y la nación. objetivos que no pueden
~e r puestos en duda ni discutidos''. En otras palabras. el Gobierno impide
la discus ión ele la cue::;tión dinástica; de a hí que The Tim es saqut: la con·
clus ión contraria, s uponienao que el dil ema será ahora entre la dinastía
actua l o ninguna -una eventua lidad que, no sería cnsi necesario seña-
la rl o, disgusta infinitamente y fr usta los cálculos de Tite Times.
La Ley Electoral de 1837 limita los derechos a l sufragio a las condi-
cioues de ser pad re de familia, ser mayor contribuyente y tener veint icinco
aiíos. Tienen a demás derecho a otro voto los miembros de la Academia
F.spañola de la Historia y de Bellas Artes. Doctores. Licenciadoo: en las
Fácultade!: ele Religión. Derecho y Medicina ; los miembros de capilla;;
/,a Revolución en España 91

eclesiásticas, curas párrocos y sus sacerdotes asistentes, magistrados y


abogados con dos años de ejercicio; ofi ciales del Ejército de cierta gra-
duación, en servicio o retirados; médicos, cirujanos, farmacéuticos c-on
dos años de servicios; arquitectos, pintores y escultores honrados con el
nombramiento de miembros de alguna Academia; profesores y ma.es trol'
de establecimientos educacionales, sostenidos por los fond os públicos.
La misma Ley niega el derecho de emitir el voto a los cobradores de
impuestos locales, a los insolventes. a las personas suj etas a Tribunales
de J usticia, a los incapacitados moral o civilmf'nte, y fin almente a todas
las personas sujetas a condena.
Es verdad que este decreto no proclama el s ufragio universal y niega
el derecho de enj uiciar la cuestión dinástica a la Asamblea de las Cortes.
Pero es todavía dudoso que esta Asamblea lo acepte. Si las Cortes espa-
ñolas de 1812 evitaron el chocar con la Corona, fu é porque la Corona
estaba representada norn\nalmente tan sólo - ha biendo estado el Rey
ausente durante años del suelo español. Si lo evitaron en 1837 fué porque
tenían que restablecerse de la Monarquía absoluta antes que pudiesen pen·
sar en juzgar la Mona rquía constitucional. Enfocando la situación gene·
ral , The Times tiene sobradas razones de deplorar la ausencia, en España,
del centralismo francés. y consecuentemente que la derrota de la revolu ·
ción en la capital nada dec1da con respecto a las provincias, mientras dure
este estado de "anarquía", sin el cual ninguna revolución triunfaría. Hay,
naturalmente, una serie de hechos en la revolución española que le son
peculiares. Por ejemplo, la combinación del pill aje con la,; operaciones
revolucionarias - una combinación que surgió de la guerra de guerrill as
contra la invas ión francesa, y la cual fué continuada por los " realistas·•
en 1823 y los carlistas hasta 18~5. . 1o debemos, por lo tanto, sorprender-
nos con la información de haber ocurrido grandes desórdenes en Tortosa,
en la baja Cataluña. La J unta Popular de esta ciudad dice en su pro·
clama del 31 de ju lio: " Una banda de miserables asesinos, tomando por
pretexto la abolición de los impuestos directos, se apoderaron de la ciudad
y se burlaron de todas las leyes de la sociedad. El pillaje, el asesinato
y los tocendios han marcado sws pasos." El orden, sin embargo, fué
pronto restablecido por la Junta - los ciudadanos se armaron y acudjeron
en ayuda de la débil guarnición de la plaza. Una comisión militar se ha
encargado de la persecución y castigo de los autores de la catástrofe del
30 de julio. Esta circunstancia ha dado, naturalmente, una ocasión a los
diarios reaccionarios para publ icar virtuosas declaraciones. ¡Cuán poca
92 Marx y Engels
- - -·- - -
justificación tienen al emplear estos procedimientos! puede inferirse
por la información del Messager de Bayonne, según la cual los carlistas
han levantado su bandera en las provincias de Cataluña, Valencia y
Aragón, y precisamente en las mismas contiguas montañas donde tenían
su nido principal en las pasadas guerras carlistas. Fueron los carlistas
quienes dieron origen a los ladrones facciosos, esa combinación de pillaje
y pretendida lealtad a un partido oprimido por el Estado. F.J guerrillero
español de todos los tiempos había tenido algo de ladrón desde el tiempo
de Viriato ; pero es una novedad de invención carlista el que un puro ladrón
se confiera el nombre de guerrillero. Los hombres de los sucec;os de
Tortosa pertenecían seguramente a esta clase.
En Lérida, Zaragoza y Barcelona la situación es seria. Las dos
primeras ciudades se han negado a combinarse ron Barcelona, porque los
militares tenían la supremacía alli. Parece hasta ahora que Concha es
incapaz de dominar la tormenta, y que el General Dulce va a susti-
tuirle. considerándose la reciente popularidad de ese General como ofre-
ciendo más gar antías para una conciliación de las dificultades. Las
sociedades secretas han resumido su actividad en Madrid, y dirigen el
partido democrático tal como hicieron en 1823. La primera demanda
que han urgido hacer al pueblo es que todos los Ministros desde 1843
deben presentar sus cuentas.
El Ministerio está comprando las armas de las cuales el pueblo se
apoderó el día de las barricadas. En ese camino ha logrado posesionarse
de 2.500 mosquetones, que antes estaban en manos de los insurgentes.
Don Manuel Zagasti, el Ayacucho, jefe político de Madrid en 1843, ha
sido reinstalado en sus funciones. Ha di rigido a los habitantes y Milicia
Nacional dos proclamas, en las cuales anuncia su intención de reprimir
enérgicamente todo desorden. Las cesantías de los amigos de Sartorius
de los distintos car gos tienen lugar con rapidez. Es, quizás, la única cosa
hecha rápidamente en España. Todos los partidos muéstranse igualmente
rápidos en este sentido.
Salamanca no está encarcelado, como se afirmó. Había sido arrestado
en Aranj uez, pero pronto fué libertado, y nuevamente está en Málaga.
El control del Ministerio por la presión popular está probado por el
hecho que los Ministros de la Guerra, de Gobernación y de Obras Públi-
cas han efectuado grandes desplazamientos de personal y simplificaciones
m sus varios departamentos, un acontecimiento jamás conocido en la
anterior historia de España.
La Revolución en EspGñ4 93

El partido Unionista o Coburgo-Braganza es lastimosamente débil.


¿ Por qué otra razón harían ta l ruido referente a una comunicación enviada
desde Portugal a la Guardia Nacional de Madrid? Si lo miramos de cerca,
se advierte que la petición (originada por el ]ourn.al de Progres, de
Lisboa} no es de natura leza dinástica en absoluto, sino simplemente de la
c lase fraternal, tan bien conocida en los movimientos de 1848.
La causa principal de la revolución esp añola fu é el estado de la
Hacienda, y particularmente el decreto de Sartorius, or denando el pago
de seis meses de impuestos por adelantado sobre el año. Todas las a rcas
J..•Úblicas estaban vacías cuando estalló la revol ución, no obstante la circuns·
tancia de que ninguna rama de los servicios públicos había sido pagada ;
ni las sumas destinadas a a lgún servicio particul ar le fue ron aplicadas
durante la totalidad de varios meses. Así, por ejemplo, los ' recibos de
barrera nunca fueron adaptados a l uso de la conservación de car reteras.
El dinero separado para trabajos públicos siguió e l mismo destino. Cuan·
do la caja de Obras Públicas fué sometida a revisión, en vez de recibos
de obras ejecutadas fu eron descubiertos recibos de los favo r itos de la
Corte. Es sabido que Hacienda ha sido, hace tiempo, e l negocio más
provechoso de Madrid.
El presupuesto español para 1853 era como sigue:

List~ Oi.~il e Infantazgos ........ . ..... . 47.350.000 r eales


LegJslacJOn ..................... . . . .. . 1.331.685 ,
Intereses de la De ud'a Pública ......... . 213.271.423 "
P residencia del Consejo ........... . .. . l .G87 .860 "
Asuntos Extranjer os . .... ........... . . 3.919.088 11

Justicia ............................. . 39.001.233 "


Guerra . . ....... ........ ............. . 273.646.284 "
Marina .... ........... .. ...... ....... . 8fi. 165.000 ,
Gober nación . . . . . . . . . . . . . . .......... . 43.957.940
Policía .............. . ............ . . . 72.000.000
Hacienda .... ..... .................. . 142.279.000 "
Pensiones .... . . .. . ...... . . ........... . 143.400.586 1"
Cultos ... ...................... .... .. . ] 19.050.508 "
Imprevistos ........ ..... . . ........... . 18.387.788
T OTAL ....... . ... . 1.204.448.390 reales

Jo obstante este pres upuesto, España es e l pais menos g ravad o de


Europa, y la cuestión económica en ningt1n s itio es tan simple como a llí.
La reducción y simplificación de la maquinaria burocrática de España es
la menos difícil, pues los Municipios administran tradicionalmente sus
propios asuntos; lo mismo sucede con la reforma de la tarifa y la a pli-
cación concienzuda de los bienes nacionales que no han sido todavía
94 Mqrx y Engels

enajenado~. La cuestión social en el sentido moderno de la palabra no


tiene fundamento en un país con sus recursos todavía por desarrollar,
y con tan escasa población como España - 15.000,000 solamente.
New York Daily Tribune, 4 de septiembre de 18:J4.

X
LA REACCION EN ESPA~A.- ESTADO DE LA
HACIENDA. - CONSTITUCION DE LA REPU-
BLICA FEDERAL IBERICA.
Londres, 1 de septiembre de 1854.
La entrada en Madrid del regimiento de Vicálvaro ha animado al
Gobierno para una mayor actividad contrarrevol ucionaria. La restaura-
ción de la restrictiva Ley d<! Prensa de 1837, adornada con todos los
rigores de la Ley suplementaria de 1842. ha matado toda la parte " incen-
diaria" de la prensa que era incapaz de ofrecer la prudencia requerida.
E l 24 apareció e l último número del Clamor de las Barricadas, con el
título de Ultimas Barricadas, habiendo sido arrestados los dos editores..
Su lugar fué ocupado el mismo día por un nuevo diario reaccionario,
llamado Las Cortes. "Su Excelencia, el Capitán General, don Evaristo San
Miguel" , dice el programa del diario acabado de mencionar, "quien nos
honra con s u amistad, ha of1ecido a este periódico el favor de su co labo-
ración. Sus a rtículos estarán firmados con sus iniciales. Los hombres
a la cabeza de esta empresa defenderán con energía esa revolución que
venció los abusos y excesos de un Poder corrompido; pero es en el recinto
de la Asamblea Constituyente donde plantarán su bandera. Es a llí donde
la gr an batalla debe ser reñida".
La gran batalla es por Isabel 11 y Espartero. Ustedes recordarán
que este mismo San Miguel, en el banquete de la prensa, declaró que la
prensa no tenía otra restricción que ella misma, el sentido común y la
educación pública; que era una institución a la cual ninguna espada ni
deportación, ni exilio. ni ningún poder en el mundo podía oprimir. El
mismo día en que él se ofrece como un colaborador a la prensa, no dice
una palabra contra el decreto confiscando su querida libertad de prensa.
La supresión de la li bertad de prensa ha sido inmediatamente acompa-
ñada por la s upres ión del derecho de reunión, también ror real decreto.
Los clubs han sido disue ltos en Madrid. y las J untas y Comités de Salud
La Revolución en España 95
-----·- - - - - - - - - -
Pública en provincias, con la excepc1on de aquellos reconocidos por el
Ministerio como "oiputationes". El Club de la 'Unión fué clausurado
a consecuencia de un decreto de la totalidad del Ministerio, a pesar de
que Espartero había aceptado su presidencia honoraria solamente pocos
días ante~. un hecho que The London Times se afaua vanamente en negar.
Este club había mandado una diputación a l Ministerio de Gobernación,
insistiendo en la dimisión del Sr. Zaga!:ti, el " jeft: político" de Madrid,
acusándole de haber violado la lihertacl de prensa y el derecho de reunión.
El señor Santa Cruz contestó que é l no podía cu lpar a un funcionario
público por tomar medidas aprobadas por el Con~ejo de Ministros. La
consecuencia fué que estalló un serio di5turbio; pero la Plaza de la Cons-
tüución fu é ocupada por la Guardia Nacional, y no ocurrió nada posterior.
Apenas habían sido suprimidos los pequeños diarios cuando los m ás
grandes, que habían concedido hasta ahora su protección a Zagas ti , encon-
traron ocasión de reñir con él. A fin de silenciar el Clamor Público, su
editor jefe, el S r. Corradi, fué nombrado Ministro.
P ero este paso no será s uficier1te, puesto que todos los editores no
pueden ser llevados al Ministerio.
El golpe más audaz de la contrarrevolución fué-, sin embargo, el per-
miso concedido a la Reina Cristina de salir para Lisboa, des pués que el
Consejo de Ministros se había comprometido a retenerla a disposición de
las Cortes Constituyentes - una brecha a la fe que ellos han intentado
cubrir por una confiscación anticipada de los biene!' de Cristina en
España. notoriamente la porción menor de s u considerable riqueza. Así
Cristina logró una cómoda fu ga. y abora, nos enteramos que también San
Luis ha llegado a salvo en Sayona. La parte más curiosa de la transac-
ción es la forma en que fué obtenido el aludido decreto. El 26, a lgunos
patriotas y Guardias Nacionales, reunidos para considerar la seguridad
de la causa política, criticaron al Gobierno por su vacilación y medidas
incompletas, y acordar on enviar una diputación al Ministerio urgiendo
el alejamiento de Cristina del Palacio. donde ella tramaba proyectos
liberticidas. Hubo la circunstancia muy sospechosa de la adhesión a
esta proposición de dos a yudantes de Espartero, y del mismo Zagasti.
El r esultado fué que el Ministe rio Sf' reunió en Cor•sejo, y el resultado de
su reunión fué la evasión de Cristina.
El 25 la Reina apareció por primera vez en público, en el paseo del
Prado, esperada por el que llaman su marido, y por el Príncipe de Astu-
rias. Pero parece que su rece pción ha sido extremadamente fria.
96 Marx y Enge ls
- ------- - - -
El Comité nombrado para reportar el estado de la Hacienda en la
época de la caída del Ministerio Sartorius ha publicado su informe en la
Gaceta, donde va precedido por una exposición del Sr. Collado, Ministro
de Hacienda. Según ésta la deuda flotante de España s ube ahora a
S 33.000.000, y el déficit total a $ 50.000.000. Parece que incluso los
recursos extraordinarios del Gobierno fueron anticipados por años y mal-
versados. Los ingresos de La Habana y Filipinas fueron adelantados por
dos años y medio. El p roducto de los empréstitos forzosos había desapa-
recido, sin dejar traza. Las minas de mercurio de Almadén fueron empe-
ñadas por años. El balance a la vista debido a la Caja de Depósitos no
exis tía. Lo mismo pa'!Ó con el fondo para la sustitución mil itar. Se de-
bían 7.485.692 reales de la compra del tabaco adqui rido, pero no pagado.
Además, 5.500.000 reales para cuentas originadas por obras públicas.
Según la declaración del Sr. Collado, el montante de l&s obl igaciones de
la más urgente naturaleza es de 252.980.253 reales. Las medidas propues-
tas por él para cubrir este déficit son las de un verdadero banquero : volver
a la quietud y el orden, continuar elevando todos los viejos impuestos, y
contraer nuevos empréstitos. En complacencia con este aviso Espartero
ha obtenido de los principales banqueros de Madrid $ 2.500.000, con la
prome:'a de una política puramente moderada. Cuán inclinado está él a
mantener esta promesa, queda demostrado por sus últimas medidas.
o se debe pensar que estas medidas reaccionarias hayan pasado
completamente sin resistencia del puehlo. Cuando se s upo la salida
de Cristina. el 28 de agoRto, las barricadas fu eron de nuevo levantadas;
pero s i hemos de creer un despacho telegráfico de navona, publicado
por el Moniteur francés, " lao; tropas, unidas a la Guardia Nacional,
tomaron las barricadas y aplastaron el movimiento".
Este es el cercle vicieux, en el cual los abortados Gobiernos revolucio-
narios están condenados a moverse. Reconocen las deudas contraídas por
sus predecesores contran-evolucionarios como obligaciones nacionales.
A fin de ser capaces de pagarlas deben continuar con sus viejos impuestos
y contraer nuevas deudas. Para ser capaces de contraer nuevos em prés-
titos deben dar garantías de "orden", es deci r tomar medidas contrarrevo-
luci onarias ellos mismos. Así el nuevo Gobierno popular se tran¡:forma
de go lpe en esclavo de los grandes capitalistas y en OJJresor del pueblo.
l·:xaclamentc en la misma manera el Gobierno Provisional de Francia
en l B'J:'~ fu é conducido a la notoria medida de los 45 céntimos, y a la con-
fiscación de los fondos de las cajas de ahorro, a fin de pagar su interés
La Revolución en España 97

a los banqueros. " Los Gobiernos revolucionarivs de España", dice el


autor · inglés de las R evelaciones sobre España. " no están hundidos tan
profundamente como para adoptar la infame doctrina del repudio practi-
cada en los Estados Unidos". La realidad es que si cualquier anterior
revolución española hubiese una vez practicado el repudio. el infame
Goberno de San Luis no hubiera hallado ningún banquero inclinado a
complacerlo con pagos adelantados. Pero quizás nuestro autor sostiene
el punto de vista de que es privilegio de la contrarrevolución el contraer
deudas y el de la revolución pagarlas.
Parece que Zaragoza, Valencia y Algeciras no coinciden con este punto
de vista, pues han anulado todos los impuestos onerosos para ellas.
No contento con mandar a Bravo Murillo de Embajador a Constan-
tinopla, el Gobierno ha despachado a González Brabo con el mismo cargo
a Viena.
El domingo 27 de agosto, las Juntas Electorales del distrito de Madrid
se reunieron para no~brar, por sufragio universal, los delegados encar-
fados de la supervisión de la elección en la capital. Existen dos Comisio-
ces Electorales en Madrid - la Unión Liberal y la Unión del Comercio.
Los síntomas de la reacción, arriba mencionados, parecen menos fo r-
midables a las personas informadas de la historia de las revoluciones espa-
ñolas que deben serlo para el observador superficial -ya que las revolu-
ciones españolas, generalmente, sólo se inician con la reunión de las Cortes,
que constituye actualmente la señal para la disolución del Gobierno. En
Madrid, además, hay pocas tropas, y a lo sumo 20,000 Guardias Nacio-
nales. Pero últimamente sólo alrededor de la mitad estaban armados
propiamente, mientras se sabe que el pueblo ha desobedecido el llama-
miento para entregar sus armas.
A pesar de las lágrimas de la Reina, O' Donnell ha disuelto su guardia
de Alabarderos; el ejército regular tenía celos de los privilegios de este
corps, desde cuyas filas un Godoy, conocido como buen tocador de guita-
rra y cantador de seguidillas graciosas y picantes, pudo elevarse hasta
convertirse en el marido de la sobrina del Rey, y un Muñoz, solamente
conocido por sus cualidades privadas, se convirtió en el marido de una
Reina Madre.
En Madrid, un grupo de los republicanos ha cirr.ulado la siguiente
Constitución de una R epública Federal Ibérica:
98 Mar x y Enge ls

•fitulo 1 : Organtzactón de la R epública Federal 1bérica.


Art. l . - E spaña y sus Islas y Por tugal estat·án uuidas y cons-
tituirán la República Fedeml Ibérica. Los colores de
la bandera serán una WlÍÓn de las dos actuales bande-
ras de España y Portugal. Su divisa será Libertad,
Igualdad y Fraternidad.
Art. 2. - La soberanía reside en la universalidad de los ciuda-
danos. Es inalienable e impt·escriptible. Ningún indi-
viduo, ninguna fracción del pueblo puede usurpar su
ejet·cicio.
Art. 3.- La ley es la e-xpresión de la voluntad nacional. Los
jueces son nombrados por el pueblo a través del sufra-
gio univer sal.
Art 4 - Todos lo& ciudadanos de veintiún años de edad goza-
rán de sus derechos civiles para ser electores.
Art. 5. - La pe.na de muerte es abolida; tanto para los crime-
nes políticos como comunes. El Jurado juzgat'á todoo
los casos.
Art. 6. - La p ropiedad es sagrada. Los bienes tomados a los
emigrados políticos les serán restituidos.
Art. 7. - Las contribuciones se pagarán proporcionalmente a
los ingresos. Sólo habrá un impuesto, directo y geue-
ral. Toclas las contribuciones indirectas, octr<Yi, y
sobre consumos son abolidas. I gualmente abolidos
quedan los monopolios g ubernamentales de la Hal y
el tabaco, sellos, papel sellado y la conscripción.
Art. 8. - Está garantizada la libertad de imprenta, de reunión,
de asociación, de domicilio, de educación, d'e comercio
y de conciencia. Cualquilw religi6n tendrá. que pagar
a sus propios minist1·os.
Art. 13.-La Administración de la Repúbl·ica es fecieral, pro-
vincial y municipal.

Título II : Administración f ederal.


Art . 14.- Será confiada a u.n Consejo Ejecutivo, nombrado y
revocable por el Congreso Federal Central.
Art. 15.-Las relaciones internacionales y comerciales, la uni-
formidad de las medida~. pesos y monedas, Correos y
las íu<'rzas armadas son de la incumbencia de la Admi-
nistración federal.
Art. 16.-El C!>ngreso Federal Central estará compuesto de
nueve Diputados p or cada provincia, elegidos por
sufragio universal y limitado a sus instrucciones.
Art. 17.-El Congreso Federal Central será permanente.
Art. 20. -Siempre que una ley tenga que establecerse, la Admi-
nistración juzgará necesario llevar el proyecto a cono-
cimiento d'e la Confederación seis meses antes si es
para el Congreso, y t res meses si es para la Legisla-
ción Provincial.
Art. 21.-Gualquier Diputado del pueblo que se negara a seguir
las inst-rucciones de sus electores, queda sujeto al
poder de la justicia.
Art. 30.-El Título TII se r efier e a la Administración Provin-
cial y Municipal, y confirma principios similares. El
La Revolución en España 99

último artículo de este capítulo ~ice: Ya. nu habrá


wlonias; se convertirán en provincias y se adminis·
trarán de acuerdo con Jos principios pt·ovinciales. La
esclavit11d seTá abolida..
Título IV: El Ejé'l'cito.

Art. 34.- La totalidad del pueblo será armado y organizad'o en


Guardia Nacional; una porción será móvil y la otra
sedentaria.
Art. 35.-La guardia móvil consistirá de solteros entl·e los
veintiún y los treinta y cinco años de edad; sus oficia ·
les serán seleccionados en las Escuelas Militares por
elección.
Art.36. -La milicia sedentaria consistirá de todos los ciudada-
nos entre los treinta y cinco y cincuenta y seis años;
los oficiales serán nomb rados por elección. Su servi-
cio ~s la d'efensa de las comunidades.
Art. 38.-Los Cuet·pos de Artillería e Ingenieros serán reclu-
tados por alistamiento voluntario; son permanentes
y guarnE:cerán las fortalezas de las costas y la fron-
tera. Las fortalezas en el inte1·ior no serán toleradas.
Art. 39.-Aludjendo a la Marina, contiene provisiones similares.
Art. 40.-Los Estados Mayores de las Provincias y Cap1tanías
Generales son suprimidos.
Art. 42..:_La Rer.ública Ibérica renuncia a todas las guerras de
conquista, y someterá sus querellas al arbitraje de
Gobiernos desinteresados en el asunto.
Art. 43.-No habrá ejércitos permanentes.

N ew York Daily T ribune, 16 de septiembre de 18S4.

XI
ULTIMAS MEDIDAS DEL GOBIERNO.-LA PREN-
SA REACCIONARIA SOBRE LOS ASUNTOS ESPA-
:r;'¡OLES.-SUPERABUNDANCIA DE GENERALES.
Londres, 12 de septiembre de 1854.

La preñsa reaccionaria no está todavía satisfecha con las últimas medí·


das del Gobierno español; gruñe ante el hecho de que se ha contraído
un nuevo compromiso con la revolución. Así leemos en el !oumal del
Débats :
Era sólo el 7 de agosto cuando Espartero declaró "que en
conformidad' con los deseos del pueblo de Madrid, la Duquesa de
Riansares no abandonaria la capital, ni de día ni de noche, ni de
cualquier manera furtiva. Fué sólo el 25 de agosto cuando la
Reina Cristina, después de una detención de veintiún días, pudo
lOO Marx y Engels
---
partir en pleno día, con algo de ostentación. Pero el GQbierno
ha sido bastante débil para ordenar, simultáneamente, la confis-
cación de sus bienes.

El Débats espera ahora que esta orden será cancelada. Pero las espe·
ranzas del Débats están, quizás, en esta instancia, aún más condenadas
al desengaño que cuando expresó lánguidas esperanzas de que la confis-
cación de los bienes de los Orl eáns no sería realizada por Bonaparle.
El Jefe Político de Oviedo también ha procedido a secuestrar las minas
de carbón poseídas por Cri~tina en la Provincia de Asturias. Los direc-
tores de las minas de Siero, Langreo y Piero f.orril han recibido órdenes
de hacer un inventario y colocar s u administración bajo la tutela del
Gobierno.
Referente al "claro día" en el cual el Débats sitúa la partida de
Cristina, está informado muy erróneamente. La Reina Cristina, al dejar
sus habitaciones, cruzó los corredores en silencio mortal - habiéndose
alejado todo el mundo del camino premeditadamente. La Guardia Nacio-
nal, ocupando los cuarteles en el patio de Palacio, no estaba enterada de
su marcha. Tan secretamente fué arreglado todo el plan, que incluso
Garrigo, que estaba encargado de su escolta, solamente recibió órdenes
en el momento de la salida. La escolta sólo se enteró de la misión que le
había sido confiada a la distancia de 12 millas de Madrid, donde Garrigo
tuvo toda clase de dificultades para evitar que sus hombres insultasen a
Cristina o se volviesen directamente a Madrid. Los jefes de la Guardia
Nacional no se enteraron del asunto basta dos horas después de la
marcha de Madame Muñoz. Según la relación de España, ella alcanzó
la frontera portuguesa en la mañana del 3 de septiembre. Se dice que
estaba de muy buen ánimo durante el viaje: pero su Duque estaba algo
triste. Las relaciones de Cristina y este mismo Muñoz solamente pue-
den ser comprendidas a través de la contestación dada por Don Quijote
a la pregunta de Sancho Panza de que por qué estaba enamorado de una
tan baja mozuela campesina como su Dulcinea, cuando hubiera podido
tener princesas a sus pies: "Una dama --contestó el benemérito caba-
llero- rodeada de una hueste de bien nacidos, ricos, y agudos compa-
ñeros, fué interrogada que por qué tomaba para sus amores a un simple
campesino. "Debéis saber -dijo la dama- que para lo que yo lt> uso
posee más filosofía que el mismo Aristóteles."
La perspectiva tomada por la prensa reaccionaria en general sobre
La Revolución en España lfll

los asuntos españoles puede ser juzgada por algunos extractos del Kolnis-
che Z eitung y la lndépendence Belge:

Según un bien infor mado y digno de confianza correspon·


sal, partidar io, él mismo, de O'Donnell y del partido Moder
rado (dice el primero) , la situación ·de los asuntos es grave; un
profundo conflictt• continúa existiendo entre los partidos. Las
clases trabajadoras se hallan en un estado de permanente excita-
ción, estando influenciadas por los agitadores.
El futuro de la Monarquía española (dice la Jndépendence)
está expuesto a grandes peligros. Todos los ve-rdaderos patrio
tas españoles coinciden en la necesidad de acabar con las orgías
revolucionaria s.
La rabia de los libelistas y de los constructore~:> de barricadas
se ha desatado contra Espartero y su Gobierno con la misma
vehemencia que contra San Luis y el banquero Salaro..anca.
P ero, en verdad, esta caballerosa nación no puede ser considerada
responsable de tales excesos. El pueblo de .Madr-id no puede ser
confundido con la plebe que vociferaba: " A muerte Cristina",
ni con los infarr.es libelos lanza dos sobre la población, bajo el
tit ulo de " Robos de San Luis, Cristina y sus acólitos". Las
1.800 barricadas de Madrid y las manifestaciones ultracomunis-
tas de Barcelonn claman la intervención de las democracias
extranjeras en la saturnal española. Se ha demostrado que un
gran número d"e refugiados de Francia. Alemania e Italia han
participado en los deplorables acontecimie-ntos que agitan ahora
la Península. España está al borde de una conflagración so-
cial; la más inmediata consecuencia será la pérdida de la Perla
de las Antillas, la rica Isla de Cuba, porque- coloca a España
en la imposibilidad de combatir la ambición americanu, o el
patriotismo de un Soulé o Sanders. Ya es hot·a de que españa
abra los ojos, y que todos los hombres honrados de la Europa
civilizada se unan en dar la alarma.
1
Seguramente no requiere la inter vención de las democracias extranje-
ras el pueblo de Madrid pa ra agitarse al ver que ~u Gobierno rornpe
e l 28 la p alabra dada el 7; suspende e l derecho de libre reunión y res-
taura la Ley de Prensa d e 1837, requ iriendo una fi anza de 40.000 r eales
y 300 reales de impuestos d irectos de parte dP. todo editor. Si las pro-
vincias continúan agitadas por inciertos movimientos, ;. q ué otra r azón
podemos hallar a este hecho sino la a usencia de un centro p ara la acción
revolucionaria ? Ni un simple decreto beneficiando a las p rovincias h a
aparecido desde que el llamr.do Gobierno revolucionario cayó en manos
de Espartero. Las provi nci&s le contemplan r odeado por los mismos
sicofan tes, intrigas y caza de cargos que habían s ub!'istido bajo San Luis.
E l mismo enjambre rodea a l Gobierno - la pla¡!a que ha infectado a
España desde la época de los Felipes.
Echemos una mirada a l último número de ta Gaceta de M(J.drid del
102 M a .r X r E n g e l S

6 de septiembre. Hay una información de O'Donnell anunciando una


su perabundancia de cargos militares y honores, a tal grado. que de cada
tres generales uno solamente puede estar empleado en el ser vicio activo.
Es el mismo mal que ha padecido España desde W23 -este superencum ·
bramjento de generales. Podríase imaginar que un decreto siglliera dismi·
nuyenclo el perjuicio. Nada de esto. El decreto siguiente a la informa·
C'ión convoca a una Junta Consultiva de Guerra, r,ompuesta de cierto núme-
ro de generales, nombrados por el Gobierno entre los generales que no
poseen aclua 1mente ninguna comisión en el ejército. Además, estos
hombres reciben de sueldo ordinario: cada Teniente General, 5.000 rea les,
y cada Mariscal de Campo. ú.OOO reales. El General Manuel de la Concha
ha sido nombrado Presidente de esta Junta de militares con sueldo y sin
empleo. El mismo número de la Caceta presenta otra cosecha de conde-
coraciones, nombramientos, etc., como si la primera gran distribución
no hubiere tenido el efecto deseado. San Miguel y Dulce han recibido
la gran cruz de la Orden de Carlos 111 ; todas las recompensas y honores
provisionales decretados por la Junta de Zaragoza son confirmados y
aumentados. Pero la parte más notable de este número de la Caceta es
el anuncio de que el pago a los acreedores públicos será reemprendido
el día 11. ¡Increíble locura la del pueblo español de no estar satisfecho
con estas hazañas de su Gobierno revolucionario!

New York Daily Tribune. 30 de septiembre de 1854 .


T ER C ERA PARTE

La Revolución en España (1856 )


PO R

C AR L O S MAR X
r
I

REVOLUCION EN ESPAÑA (1856)


La,:; nolicias insertas en Asia ayer, aunque atrasadas de tres días con
relación a nuestras informaciones anteriores, nada contienen que indique
un rápido desenlace de la guerra civil española. El golpe de Estado de
O'Donnell, aunque victorioso en Madrid, no puede todavía decirse que
haya triunfado. El Moniteur francés, que al principio tildó de simple
motín a la revolución de Barcelona, está obligado a confesar ahora que
el conflicto allí fué muy violento, pero que el éxüo de las tropas de la
Reina puede darse por seguro.
Según la ,-ersión dP ese diario oficial, el combate en Barcelona duró
desde las cinco de la tarde del 18 df, jul io hasta la misma hora del día 21
- exactamente tres días-, en que se dice que los "insurgentes" fueron
desalojados de sus cuarteles, y huyeron al campo, perseguidos por la
caballería. Sin embargo, se asegura que los s ublevados todavía son
dueños de varias ciudades de Catafuña, incluyendo a Gerona y La Jun-
quera, adt.más de otros lugares más pequeños.
Resulta también que Mur cia, Valencia y ~evilla han efectuado su
pronunciamiento contra el gol pe de Estado; que un batallón de la guar·
nición de Pamplona, dirigido por el Gobernador de esa ciudad hacia
Soria, en el camino se había pronunciado contra el Gobierno, y marchaba
a Zaragoza para unirse a la revolución; y finalmente que e11 Zaragoza,
1 econocida desde el principio como el centro de la resistencia, el General

Falcón había pasado revista a 16.000 soldados, reforzados por 15.000


mil icianos y campesinos de los alrededores.
De todos modos, el Gobierno francés considera que la "insurrección"
en Es paña no está sofo cada, y Bonaparte, lejos de contentarse con enviar
un puñado de batallones y alinearl o!'. en la frontera, ha ordenado a
una brigada avanzar sobre el Bidasoa, brigada que está convirtiéndose
en división con los refuerzos remitidos desde Montpellier y Toulouse.
1
También parece que se ha formado una segunda división con fuerzas 1
f
A
106 Mar x r Engels
--------·-----------------
de la g uarnición de Lyon. según órdenes recibidas directamente de Plom-
bieres e l 23 de l mes pasado. y está ahora encam i11árH-Io!'-l' hacia los Pirineos.
donde actual mente hay reunido un cuerpn de observación completo, de
25.000 hombres. Si la resistencia al Gobierno de O' Donnell fuera capaz
de sostenerse; s i demostrase ser lo suficientemente fuertt' para persuadi r
a Bonaparte de la conveniencia de una inva~ión armada a la Península,
el golpe de Estado de Ja drid. entonces. puede ser la señal de la caída
del golpe de Estado de París.
i consideramo.c; la trama general y las dramatü prrsonaP. e~u cons-
piración española de 1856 se nos aparece como el simple resurgimiento
dt'l intento simila'r de 1843. con algunas li¡?eras alteraciones. naturalmente.
Entonces. como al1ora, Isabel en Madrid y Cri<;;tina en París : Luis Felipe
en lugar de Luis Bonaparte, dirig iendo el movimiento desde las Tu llerías;
t'n un lado. Espartero ~ s us A yacu~hos: en el otro. O'Donne ll , Serrano,
Concha, con Narváez, entonces en e l proscenio y ahora entrt' bastidores.
F:n 1843. Luis Felipe mandó por tierra dos millones ?n oro. r a Narváez
y ;;us a migos por mar. arre:::lándo e el convenio de las bodas españolas
t·ntre ~1 y Madame l\1uñoz. La complicidad de Bonaparte en t i golpe
de Estado español -qu ien quizás haya conve~1i do el matriuwnio de su
primo. el Príncipe Napoleón. con una señorita Muñnz. y que. en -todo
caso. tiene la misión de imitar a su tío --esa complicidad no sólo la indican
las denunciac; lanzadas por el MortitPur en estos do;; últimos meses,
rontra las conspi raciones comunistas en Castilla y Navarra. sino que tam-
h i ·~n la proclaman la conducta del Embajador franc~" en Madrid, mon-
~ il' llr Turgot. antes. durante y después del golpe de Estado. el mismo
Mr. Tur~r. t que fuera Ministro de Estado de Bonapartt' durante su golpe
de Est:~ do: 1!1 nombramiento del Duque de Alba. cuñado de Bonaparte,
para la Alcaldía de Madrid. inmediatamente d~pués de la victoria d«'
O' Donnell: el ofrecimiento hecho. antf!s que a nadie. a Ros de Olano,
\'iejo miemhro del partido francés. de un Mini;;terio; y el envío de Narváez
a Bayona. hecho por Bonapa rte. a;;í que las primera!' noticias del movi.-
mientn llegaron a París. E.c;a complicidad era posible con anterioridad
a l ~o l pe de Estado. por el envío de gnindes cantidades de municiones
de;;de Burdeos a Bayona. quince días antes de la actual crisis en Madrid.
La su:riere también. sobre todo. el plan de operaciones seguido por O'Don-
m·ll en su raz:ia contra el pueblo de aquella ciudad. Desde un principio
dt>c:laró que no dudaría en hacer añicos a Madrid. y du rante la lucha actuó
tal como había anunciado. Pe ro. a unque es un individuo atrevido.
La Revolución en España 107

O'Donnell nunca se ha aventurado a dar un paso arri«.>.sgado, sin asegu·


rarse una retirada segura.
Al igual que su célebre tío, héroe de la traición, jamás quemó los
puentes al pasar el R ubicón. El órgano de la combatividad está perfec-
tamente sincronizado, en los O'Donnell, con Jos órganos de la cautela y
de la circunspección. Está claro que un general que amenaza con red u-
ci r la capital a cenizas, si fracasa en s u intento, pierde la cabeza. ¿ Cómo
se aventuró, pues, O' Donnell en terreno tan peligroso? El secreto lo ha
divulgado el ]ournal des DébaLs, órgano especial de la Reina Cristina.
··O' Donnell esperaba una gran batalla, o bien una victoria rudamente
disputada. I ~cluso habia previsto la posibilidad de una derrota. Si
hubiera ocurrido esta desgracia, el Mariscal hubiera abandonado Madrid
con los restos de su ejército, escoltando a la Reina, en busca de las provin-
cias del Norte, con la intención de acercarse a la frontera de Francia."
;. No parece indicar todo esto que había trazado los planes de común
acuerdo con Bonaparte? Exactamente el mismo plan se había convenido
entre Luis Felipe y Narváez. en 1843, que a su vez fué copiado del acuerdo
secreto entre Luis XVIII y Fernando VII en 1823.
Una vez admitido:; e~tos paralelos necesarios entre las conspiraciones
de 1843 y de 1856. quedan todavía rasgos suficientemer.te distintos, entrP.
los dos movimientos, para señalar los grandes progresos hechos por el
pueblo español en tan escaso tiempo. Estos rasgos son: el carácter polí-
ti co de la última lucha en Mad rid ; su importancia militar; y, finalmente,
la posición respectiva de Espartero y O' Donnell en U~56, comparada con
las de Espartero y Narváez rn 1 8·~3. En 1843 todos los partidos estaban
cansados de Espartero. P ara librarse de él se formó una poderosa r.oali -
ción entt:e Moderados y P rogresistas. Surgieron Juntas revolucionarias,
romo hongos, en todas las ciudades. allanando el camino de Narváez y
cie sus partidarios. En 1856 no sólo tenemos a la Corte y a l Ej ercito en
el mismo lado, luchando contra el pueblo en el otro, sino que entre las
propias fil as del pueblo hay las mismas divisiones que en el resto del Oeste
de Europa. El 13 de julio el Ministerio de Espartero vió~e obligado a
presentar su forzada renuncia. la noche del 1?. al 14 el Gabinete de
O' Donnell quedó constituído; en la mañana del 14 se es parrió el rumor
que O' Donnell, encargado de constituir el Gabinete. había invitado a Ríos
Rosas. el fatídico Ministro de los días sangrientos de julio de 1854, a
unírsele. A las once de la mañana la Cllceta confirmó el rumor. Enton-
C('~ la ~ Corte~ !ó\l' reunieron. e:'tando presentf's 93 Di putados. Según el
108 Mar x y Engels

Reglamento de ese Cuer po, bastan 50 miemb ros para convocar a sesión,
y 50 para formar quorum. Además, las Cortes no habían sido prorro-
gadas formalmente. El General Infante, s u Presidente, no podía sino
cumplir el universal deseo de celebrar una sesión regula r.
Se sometió una proposición a la aprobaci0n de la Cámara, según la
cual el nuevo Gabinete no gozaba de la confianza de las Cortes, y que
debía informarse a Su Majestad de esta resolución. Las Cortes, a l propio
tiempo, requirieron a la Guardia Nacional para que se aprestase a la
acción . La Comisi ón llevando la resolución de falta de confianza f ué a
ver a la Reina escoltada por un destacamento de la Milicia Nacional.
Mientras la Comisión se esforzaba para entrar en Palacio 1 fué rechazac;la
por las tropas regulares, que dispararon luego sobre ella y su escolta.
Este incidente fu~ la señal de la insurrección. La orden de empezar a
construir las barricadas se dió a las siete de la tarde por las Cortes,
cuya asamblea fué disuelta inmediatamente después por las tropas de
O'Donnell. La misma noche empezó el combate, y solamente un batallón
de la Milicia Nacional se unió a las tropas reales. DeLemos hacer notar
que ys el día 13 por la mañana, el Sr. Escosura, Ministro de Gobernación
del Gabinele de Espartero, había telegrafiado a Barcelona y Zaragoza
que iba a tener lugar un golpe de Estado y que debían prepararse a resis-
tirlo. A la cabeza de los insurgentes de Madrid estaban el Sr. Mudoz y el
General Valdés, hermano de Escosura. Resumiendo, no hay duda que la
resistencia al golpe de Estado se originó entre lt>l' t!Sparteristas, los ciuda·
danos y liberales en general.
Mientras ellos, con la Milicia, ocupaban la línea que cruza Madrid de
este a oeste, los trabajadores, bajo la dirección de Pucheta, se instalaban
en la parte sur y parte del norte de la ciudad. La mañana del día 15
O' Oonnell tomó la iniciati\a. Incluso, según el testimonio parcia] de
Débals, O'Donnell no obtuvo ventaja alguna durante la primera mitad
de la jornada. Súbitamente, hacia la una de la tarde, sin ninguna razón
perceptible, las fil as de la Milicia Nacional se quebraron ; a las dos ofre-
cían menos resistencia, y a las seis habían desaparecido completamente
de la escena. dejando todo el peso de la lucha a los obreros, que lucharon
hasta las cuatro de la tarde del día 16. En estos tres días de matanzas
hubo. de este modo, dos b:Jtallas distintas - una, la Milicia Liberal de la
clase media. a poyada por los trabajadores, contra el ejército ; otra, el
ejército contra los trabajadores abandonados por la Milicia- . c(.mO
Heine ha dicho: " Es un cuento viejo, pero siempre es nuevo." Espartero
La Revoluci~n en España 109

abandona a las Cortes; las Cortes abandonan a los dirigentes de la


Guardia Nacional ; los dirigentes abandonan a sus tropas ; y las tropas
abandonan al pueblo. El día 15, sin embargo, las Cortes se reunieron
de nuevo, cuando Espartero a pa reció por un moment'l. El Sr. Asensio
y otros miembros le recordaron sus reiteradas promesas de desenvainar
la bizarra espada de Luchana el primer día que la libertad del país estu-
viera amenazada. Espartero apeló al cielo para testimonia r s u invariable
patriotismo, y cuando salió, se esperaba p lenamente que pronto se le
vería a la cabeza de la insurrección. En vez de ello se fu~ a casa del
General Gurrea, donde se escondió en un dt>.sván a prueba de bombas,
a lo P alafox, y no volvió nadie a saber de él. Los comandantes de la Mili-
cia, que la noche anterior habían excitado por todos los medios a sus
hombres para que tomaran las a rmas, ahora mostraban igual veheme:1cia
en querer retirarse a sus casas. A las dos y media de la tarde, el General
Valdés, que había asumido el mando de los milicianos por unas horas,
convocó a los soldados bajo su mando di recto en la Plaza Mayor, y les
dijo que el hombre que naturalmente debía e.star a la cabeza de ellos, no
vendría, y que por !o tanto quedaban todos en libe rtad de retirarse. Des-
pués de esto los Guardias _,acionales se abalanzaron hacia sus casas, apre-
surándose a despojarse de sus uniformes y ocultar sus a rmas. Tal es,
en sustancia, la información suministrada por una a utoridad bien infor-
mada. Otra persona nos da la razón de este ar.to s úbito de sumisión a la
conspiración, y es que se cons ideró que el triunfo de la Guardia Nacional
entrañaba la proba ble caída del trono y la absoluta preponderancia de la
democracia republicana. La Presse de París también nos da a entender
que el Mariscal Espa1tero, viendo el giro dado a los acontecimientos por
los demócratas en el Congreso, no deseó sacrificar el trono o embarcarse
en los riesgos de la anarquía y de la guerra civil, y en consecuencia hizo
cuanto pudo para lograr la sumisión a O'Donnell.
Es cierto que los detalles sobre el tiempo, circunstancias y derrumbe
de la resistencia al golpe de Estado, son distintos, según sean los escritores;
pero todos concuerdan en el punto principal, que Espartero abandonó
a las Cortes, las Cortes a los dirigentes, los dirigentes a la clase media y
la clase media al pueblo.
Esto nos proporciona un nuevo ejemplo del carácter de gran parte de
las luchas europeas de 1848-49, y de las que tendrán lugar en el porvenir
en la parte occidental de ese continente. De una parte está la industria
y el comercio modernos, c.uyos jefes naturales, las clases medias, sienten
110 Marx y Engels

avers10n para el despotismo militar; por otra parte, cuando empiezan la


lucha contra este mismo despotismo, entran en combate los obreros, pro-
ducto de la moderna organización del trabajo, que reclaman su parte del
resultado de la victoria. Atemorizados de las consecuencias de una alianza
así impuesta en contra de sus deseos, las clases medias se repliegan nueva-
mente bajo las baterías protectoras del odiado despotismo. Este es el
secreto de los ejércitos permanentes de Europa, que de otra forma resul-
tarían incomprensibles para el historiador futuro.
A las clases medias de Europa se las hace así comprender que deben
entregarse a un poder político que detestan y renunciar a las ventajas de
la industria y comercio modernos y a las relaciones sociales basadas sobre
ellos, o ceden a los privilegios que la organización de los poderes produc-
tivos de la sociedad. en su fase primaria, ha entregado a una sola clase.
Que esa lección se enseñase también desde España, es algo igualmente
~rp rendente e inesperado.

New York Daily Tribune, 8 de agosto de 1856.

I I
El 1 de agosto, a la una y media de la tarde, Zaragoza se rindió, y así
desapareció el último centro de resistencia a la contrarrevolución española.
Desde el punto de vista militar, tenia pocas posibilidades de h-ito después
de las derrotas de Madrid y Barcelona, la debilidad de la diversión insu-
rrecciona! de Andalucía y el avance convergente de fuerzas aplastantes
desde las provincias vascas, Navarra. Cataluña, Valencia y Castilla. Cual-
quier probabilidad estaba paralizada por la circunstancia de ser el Gene-
ral Falcón, antiguo capitán ayudante de Espartero, quien dirigía las fuer-
zas de resistencia; que el lema era "Espartero y Libertad"; y que la
población de Zaragoza estaba enterada del fi~uco inconmensurablemente
ridículo de Espartero en Madrid. Además, desde el cuartel general de
Espartero se dieron órdenes directas a sus partidarios de Zaragoza para
que pusieran fin a toda resistencia, como se verá por el siguiente extracto
del /ournal de Madrid del 29 de julio:

Uno de los ex Ministros esparteristas tomó parte en las


' negociaciones entabladas entre el General Dulce y las autori-
dades de Zaragoza, y el miembro de las Cortes esparteristas,
Juan Alonso Martinez, aceptó el enca1·go de informar a los diri·
gentes insurgentes que la Reina, sus Ministros y Generales,
estaban animado~ del espíritu más concili&.dor.
La Revolución en España 111

El movimiento revolucionario se había propagado casi completamente


por toda España. Madrid y la Mancha, en CastWa; Granada, Sevilla,
Má laga, Cádi2, Jaén, etc., en Andalucía; Murcia y Cartagena, en Murcia;
Valencia, Alicante, Alcira, etc., en Valenda; Barcelona, Reus, Figueras,
Gerona, en Cataluña; Zaragoza, Teruel. Huesca, Jaca, etc., en Aragón;
Oviedo, en Asturias, y Coruña, en Galicia.
No hubo movimientos en Extremadura, Leñn y Castilla la Vieja,
donde el partido revolucionario había sido derrotado dos meses antes,
bajo los esfuerzos conjuntos de Es partero y O'Donnell - permaneciendo
quietas también las provincias vascas y Navarra. Las simpatías de las
últimas p rovincias estaban, sin embargo, con la causa revolucionaria,
aunque no pudieron manifestarse a causa del ejército francés en observa-
ción. Esl'o es lo más notable, si se considera que veinte años antes estas
mismas provincias formaron el baluarte del carlismo - res paldadas enton·
ces por el campesinado de Aragón y Cataluña; pero que, ahora, estaban
apasionadamente al lado de la revolución y hubieran demostrado ser
el más formidab le elemento de resistencia, si la imbecilidad de los diri·
gentes de Barcelona y Zaragoza no hubiesen impedido aprovechar sus
energías. Incluso The London Morning Herald. el ortodoxo campeón del
protestantismo, que rompió lanzas por Don Carlos, el Quijote de los autos
de fe, hace unos veinte años, ha topado con este hecho y es bastante franco
para reconocerlo. Este es uno de los muchos síntomas de progreso reve·
fados por la. última revolución española, un progreso cuya lentitud sola-
mente asombrará a aquellos que no conozcan las costumbres peculiares
y maneras de un país donde "a mañana" es la palabra obligada de la
vida diaria, y donde todos están acordes en deciros que "nuestro<; ante-
pasados necesitaron ocho siglos para expulsar a los moros".
No obstante la general propagación de pronunciamientos, la revolu-
ción en España se limitó sólo a Madrid y Barcelona. En el sur fué que-
b rada por el cólera morbo, y en el norte por Ja morriña de Es partero.
Desde un punto de vista militar las insurrecciones en Madrid y Barcelona
ofrecen pocos rasgos interesantes y apenas alguno nuevo. Por una parte
--el ejército-, todo preparado de antemano; por la otra todo fué impro-
visado; ni por un momento la ofensiva caml:ió (le mano. De un lado,
un ejército bien equipado, moviéndose con soltura bajo el mando de sus
generales; del otro, dirigentes empujados e la fuerza por el ímpetu del
pueblo imperfectamente armado. En Madrid, desde el comiemo. los
revolucionarios cometieron la equivocación de bloquearse ellos mismos

[.
ll2 Mar x y Engels

en las partes interiores de la ciudad, en la línea que une las extremidades


de este a oeste -extremidades dominadas por O'DOilllell y Concha, quie-
nes se comunicaban entre sí y con la caballería de Dulce a través de los
boulevares exteriores. Así, el pueblo quedó incomunicado y ex¡Juesto al
ataque concéntrico p reconcebido por O'Donnell y s us cómplices. Bastaba
que O' Donnell y Concha efectuasen su unión y las fuerzas revo lucionarias
quedab:w dispersas en los barrios norte y sur, y privadas de toda ulterior
cohesión. Fué un rasgo dist;ntivo de la insurrecr.ión de Madrid el que
las barricadas se usaron con parquedad y solamente en las esquinas de
las calles im¡>ortantes. mientras que las casas se convertían en centros de
resistencia; r - lo que nunca se había visto en un comhate en lal> culles-
a las columnas del ejército asaltante se las atacó a la bayoneta. Pero si
los insurgentes se aprovecharon de la experiencia de las insurrecciones
de París y Dresden, los soldados no habían aprendido menos de ellas.
Las paredes de las casas fueron derribadas una a una y los sublevados
se vieron atacados por el flanco y retaguardia, mientras que las salidas a
la ca lle eran barridas a cañonazos. Otro rasgo característico de esta
batalla de Madrid fué que Pucheta, después de la conj unción de Concha
y O' Donnel l, cuando fu é empujado hacia el barrio de Toledo, al sur de
la ciudad, trasplantó a las calles de Madrid la guerra de guerrillas de las·
montañas de España. La insurrección, dispersa, hizo frente bajo t>l arco
de una iglesia, en un call ejón estrecho. en la es~al era de una casa, y allí
se defendió hasta la muerte.
Todavía fué más intensa Ja lucha en Barcelona, no habiendo allí
ninguna dirección. Militarmente, esta insurrt>rción, lo mismo que todoi
los anteriores levantamientos en Barcelona, sucumbió a causa de que la
ciudadela, el fuerte de Montjuich, permaneció t'n manos del ejército.
Caracteriza la violencia de ls lucha la quema de 150 soldados en sus
cuarteles de Gracia, un s uburbio que los insurgentes disputaron :~rdiente­
menle, después de ser desalojados de Barcelona. Merece mencionarse que,
mientras en Madrid, como hemos señalado Pn un artículo anterior, Jos
p roletarios fueron traicionados y abandonados por la burguesía, los teje-
dores de Barcelona declararon desde el mismo principio que nada tendrian
que ver con un movimiento organizado por los esparteristas, e insistieron
en proclamar la República. Siéndoles esto negado, ellos, con la excepción
de unos pocos que no pudieron resistir al olor de la pólvora, permanecieron
como espectadores pasivos de la batall a, la cual se perdió por ell o - todas
las insurrecciones de Barcelona las deciden estos 20,000 tejedores.
ta Revolución en España 113

La revolución española de 1856 se dislingue de todas !'US predecesoras


por la pérdida de todo carácter dinástico. Se sabe que el movimiento
de 1804 a 1815 fué nacional y dinástico. Aunque las Cortes de 1824
proclamaron una Constitución casi republicana, lo hicieron en uombre
de Fernando VII. El movimiento de 1820-2~, tímidamente republic:lno,
fué del todo prematuro y tuvo en contra suya a las masas cuyo apoyo
requirió, estando aquellas masas completamente entregadas a la Iglesia
y la Corona. La realeza estaba tan profundamente enraizada en España,
que la lucha entre la sociedad vieja y la moderna, para convertirse en grave,
necesitó un testamento de Fernando VII, y la encarnación de los princi-
pios antagónicos en dos ramas dinásticas, la carlista y la de Cristina.
Incluso para combatir por un nuevo principio los españoles necesitaron
un emblema honrado por el tiempo. Bajo estas banderas la lucha se
entabló desde 1831 a 1843. Entonces la revolución llegó a su fin , y la
nueva dinastía fué puesta a prueba desde 1843 a 1854. En la revolución
de Julio de 1854, iba necesariamente implícito un ataque a la nueva
dinastía; pero la inocente Isabel se encontró protegida porque el odio se
concentró sobre su madre, y el pueblo se levantó no sólo para su propia
emancipación, sino además para libra r a Isabel de su madre y de la
camarilla.
En 1856 el velo se había descorrido y la misma Isabel se enfrentó
con el pueblo con el golpe de Estado que fomentó la revolución. Demos-
tró ser la digna hija, fríamente cruel y cobardemente hipócrita, de Fer-
nando VII, quien fué tan dado a mentir que no obstante su beatería
nunca se convenció, ni tan siquiera con la ayuda de la Santa lnqui~ición,
de que personajes tan enaltecidos como Jesucristo y sus Apóstoles habían
dicho la verdad. Incluso la matanza de madrileños efectuada por Murat
en 1808, se reduce a una insignificante escaramuza comparada C:on las '
carnicerías del 14 y 16 de julio, de las que se sonrió la inocente Isabel.
En aquellos días sonó el toque a difuntos de la Monarquía española.
Solamente los imbéciles legitirñistas de Europa se imaginan que habiendo
caído Isabel, puede ascender Don Carlos. Siempre están pensando que
cuando la última manifestación de un principio muere, es sólo para
ceder el turno a su manifestación primitiva.
En 1856, la revolución española ha perdido no solamente su carácter
dinástico, sino también militar. El por qué el ejército jugó un papel
tan preponderante en las revoluciones españolas, puede ser dicho en muy
poc~s palabras. La vieja institución de las capitanías generales, que
114 Marx y Engel.s

c:onvertía a los capitanes generales en pachás de sus respectivas provin-


cias; la guerra de independencia contra Francia, que hizo del ejército
no so lamente el instrumento principal de la defensa nacional, sino tamhiéo
la primera organización revolucionaria y el centro de la acción revolu-
cionaria en España ; las conspiraciones de 1815-18, emanando todas del
ejército; la guerra dinitstica de 1831-41, e n que ambos lados dependían
del ejército; el aislamiento de la burguesía liberal , que la obligaba a
C'mplear las bayonetas del ejército contra el clero y el campesinado en el
campo ; la necesidad de Cristina y la camarilla de emplear las bayonetas
contra los Li berales. como los Liberales las habían empleado contra los
campes inos; la tradición que surge de todos estos precedentes, fueron las
causas que imprimieron a la revolución en España !!U carácter militar,
y al ejército su carácter pretoriano. Hasta 1854, la revolución se origi nó
s iempre en el ejército. y sus distintas manifestaciones en ese tiempo no
ofrecieron caracteres externos distintos del ejército que las originaba. ·
Aun en 1854 el primer impulso procedió todavía del ejército, pero
existe el manifiesto de Manzanares. de O'Donnell , que atestigua cuánto se
había debilitado la base de la preponderanci!l militar en lt~ revolución
española. ¿Bajo qué cond1ciones se le permitió a O'Donnell detener
s u paseo. apenas equívoco, desde Vicálvaro a la frontera portuguesa, y
traer el ejército a Madrid? Sólo con la promesa de reducirlo inmedia-
tamente. de reemplazarlo por la Guardia ac!onal, y no permitir que los
frutos de la revolución se los repartiesP.n los generales. Si la revolución
de 1854 se limitó a la expreúón de su desconfianza, sólo dos años después
se ve atacada, abierta y directamente, por ese ejército - ejército que ha
entrado dignamente, ahora, en la lista de los croatas de Radetzky, los
afri canos de Bonaparte y los pomeranios de Wrangel. Cuán lt:jos está
de apreciar su nueva posición el ejército espa.;¡ol, lo prueba ia rebelión
de un regimiento en Madrid, el 29 de julio, el cual no e5tando satisfecho
con los si mples cigarros de I sabel, reclamó monedas de cinco francos
y sal chichas de Bonaparte, y así lo consig~ió.
Esta vez. pues, el ejército todo ha estado contra el pu~blo , o, en verdad,
~o l amentese ha batido cor.tra él y la Guardia Nacirmal. En resumen,
es el fin de la mis ión revol ucionaria del ejército español. El hombre en
quien se centró el carácte r militar, dinástico y liberal burgués de la revo-
lución españo la - Espartero- se ha hundido ahora más profundamente
-~ lo q;Je la ley común del destino hubiera permitido pronosticar a sus
•nás íntimos connuisscurs. Si, tal como se dice, y es muy probable que
La Revolución en España 115

sea, los esparteristas están a punto de agrupar:;e con O'Donnell, habrán


confirmado su suicidio por un acto oficial de su propia voluntad. Ello
no les salvará.
La próxima revolución europea encontrará a España madura para
cooperar con ella. Los años de 1854 a 1856 representaron fases de tran-
sición que tu\'o que cruzar para llegar a esa madurez.

New York Daily Tribune, 18 de agosto de 1856.


CUARTA PARTE

Artículos en el "Putnam's Magazine" y la


" N ew American Cyclopedia,
POR

F. ENGELS
1•
1

1
t

EL EJERCITO ESPAÑOL
Por circunstancias especiales. el ejército españo l es, de todos lo¡; ejér·
citos europeos. el más digno de iuteré~ para los Estados Unidos. F.:u
consecuencia, como conclusión de este examen de las institucione:; mi li ·
ta res de Europa. damos un informe más deta llado de este ejército del
que su importancia parecería j u¡;tjficar, comparado con sus vecinos del
otro lado del Atlántico.
Las fuerzas militares españo las están formadas por el ejército interior
y los ejércitos coloniales.
El del interior cuenta con un reg1m1ento de g ranaderos, cua re nta y
cinco regimientos de línea, de tres batallones cada uno; dos regimientos
de dos batallone cada uno er: Ceu ta, r dieciocho batallones de cazadores
o fusileros. La totalidad de estos lúO batallones formaban , en 1852. una
fue rza efectiva de 72.670 hombres, costando al Estado 82.692.651 reales,
o $10.336.571 por año. La caballería comprendía d ieciséis regi111 ientos
de fusi leros. o dragones y lancero!<. df' cuatro escuadrone~ cada uno; con
once escuadrones de cazado res o caballería ligera. en 1851; en total,
12.000 hombres. costandfl 17.549.562 reales. o S2.193.ó95.
La artillería suma cinco regimiento-;; de artillería de!'montada. ·de J
t res bri ga da~. una por cada divis ión de la monarquía; ademá~. r·inco
brigadas de artillería pesada. tres de a rtiller ía montada y tres de a rtillería
de montaña. haciendo un total de veintiséis brigadas. o corno ahora se les
llama, batallones. E l batall ón tiene dos baterías en la artil lería montnda
y cuatro en la de montaña y en la desmontada; en total. noventa y do~
haterías desmontadas y seis ele a caballo, o SSR cañones de cam paña.
Lo!'; zapadore:- y minadores forman un regimiento nt' 1.21~) hombrf',:.
La reservn consiste de un hatallón ( núm. 1) por cada regi miento de.>
infantería. y de un escuadrón lt>rriLorial por carla rq.!imirnto de cabal !t-ría.
La fuerza total -en el papel- en !851 era de lO:tOOO ho111bre.5;
Pn 184 :~. cuando E:: partero fu~ derrocado. sum:1ha ;;;ólo SO.OOO: pt•ro n
120 Marx y Engels

su vez Narváez las ele,·ó a más de 100.000. Como promedio habrá a lo


sumo 90.000 hombres sobre las armas.
Los ejércitos colon iales son los siguientes:
1" El ejército de Cuba; djeciséis re~imientos de infantería veterana,
cuatro compañías de voluntar ios, dos regimientos de caballería, dos bata-
llones de cuatro baterías a pi~ y un batallón de cuatro baterías de artille-
ría de montaña. un batallón de a rtille ría montada, con dos baterías y
un batallón de zapadores y minadores. Además de e<>tas tropas de línea.
hay una milicia disciplinada Je cuatro batallones y <·uatro escuadrones,
y una milicia cubana de ocho escuadrones, haciendo un total de treinta
y siete batallones. veinte escuadrones y ochenta y cuatro cañones. En los
últimos años este ejército permanente de Cuba ha s ido reforzado por
numerosas tropas desde España; y si su fuerza original e ra de 16.000
ó 18.000 hombres. habrá ahora, quizás, 25.000 ó 28.000 hombres en Cuba.
Pero esto es una mera aproximación.
2<:> F:l ejército de .Puerto Rico; tres batallones de infantería veterana,
:::iete batallones de milicia disciplinada, dos bata ll ones de voluntatios
n:lli,·os. un escuadrtm de los mismos, y cuatro bater ía" de artillería a pie.
El e,.;tndo de abandono en ls mayoría de las colonias españolas no permite
una estimación de la fuerza de este cuerpo.
3'! Las Islas Fi lipinas tienen cinco regimientos de infantería, de ocho
compañías cada uno: un regimiento de cazadores de Luzón; nueve bate·
ría~ a pie. una montada, una de artillería de montaña. En 1851 fuer on
disuehor-; nut:,-e cuerpo!; de cinco batallones de iufantf'ría colonial y otros
t uerpo~ proYinciales. que existían con a nterioridad .

El ejército es recl 11tado por sorteo y se admiten su~ti t utos. Cad:.~. año
hay una leva de 25.000 hombres; pero en 1 ~48 fueron llamados tres t.:ontin-
¡!t'lllf':-:, o r-;ea 75.000 hombres.
El ejér cito español debe ~ u o rganización actual a ~arvá ez. principal-
mente. aunque las o rdenanzas de Car los 11 l. df' 1 76~. ronstituyen todavía
sus c1m1entos. ¡ i\':Jrv~ez tu1·o que quitar a los rf'¡!imientos sus viejos
f'stanclartes pro,·inc·iales. distintos en cada uno. e introducir la bander a
t>r-;pañola en el ejército! F.n la misma for ma tuvo que destruir la vieja
o r~aniza c ión provinrial. y centralizar y restaurar la unidad. Sabiendo
bien. por exper iencia, que el dinero es la pa lanca principal en un ejército
que ca~i nunca había s ido paga do y raramente eq ui pado y al imentado,
tambi~n procuró introducir una mayor regular idad en los pagos y en la
arlministracitll1 financiera del ejército. Si consi~uió éxito en la tota l
La Revolución en Españ.a 121

consecución de sus deseos, se desconoce ; pero cualquier mejora por él


introducida a este respecto, desapareció rápidamente durante la ad•ninis·
lración de Sartorius y sus sucesores. El estado normal de "ni paga ni
comida, ni ropa" fué restablecido en toda s u gloria; y mientras los oficia·
les superiores y generales se pavonean en guerreras resplandeciente!.' de
cordones dorados y plateados, o enfundan vistosos uniformes a parte de
todo reglamento, los soldados van desastrados y descalzos. Un nutor
inglés describe así lo que era este ejército hace diez o doce años:
" El aspecto de las tropas españolas es, en gran manera, poco marcial.
El centinela vaga en su guardia de acá para al1á, el chacó casi cayéndole
de la cabeza. el fusil echado sobre el hombro, cantando uua animada
seguidilla con el aire de la mayor sans faqo11 dPl mundo. Con frer.uencia
~stá desprovisto de partes de su uniforme; su guerrera de reglamento
y la continuación inferior son ha rapos tan irremediables que, incluso
en el verano sofocante, se usa el capote color pizarra para cubrirla ; los
zapatos, en un caso de cada tres, están hechos pedazos. descubriendo los
dedos desnudos del hombre - tales son en España las glorias de la vida
militar."
Una reglamentación debida a Serrano, del 9 Je septiembre de 1S43,
prescribe que:

"Todos los (¡ficiaJes y jefes del ejército deberán en el futuro


presentarse en público con el uniforme de su regimiento, y con
lu espada de reglamento, siempre qt1e no vistan de civil; y todos
los oficiales tam1J1én dcl'er!lu llevar las insi~nias exactas de su
graduación, y no (¡tras, tal c.omo esta estableciuo, sin ostentar
ninguno rle e>sos adnrnos arb1trarins y ~alones ridículos con los
cuales algunos han creído adecuad·o distinguirse."
En cuanto a los oficiales. Ahora, c>n cuanto a l o~ soldados:

"Ef Brigadi~r General Córdoba ha iuiciado una suscripción


en Cádiz; encabezándola con ~u nombre. a fin de procurar fondos
para regaJar unos pantalonPs de paño a cada uno de ;os valientes
soldados del regimie.nto de Asturias.''
Este desorden finan ciero aclara cómo ha sido posible que el ejl5rcito
español continuara, desde 1808, en un estado casi ininterrumpido de rebe-
lión. Pero las causas reales son más profundas. l~a prolongada y conti·
nuada guerra contra Napoleón, en la que los tf.istintos ejércitos y sus jefes
ganar on una verdadera influer:cia pol.ítica, les dieron un sentido pretoriano
por primera vez. Muchos hombres enérgicos de los tiempos revoluciona·
ríos permanecieron en el ejétcito; la incorporación de las guerrillas a las
1~2 Mnr x J t'ngels
- - - -- -- - - -·- -- --
fuerzas regu lares todavía incrementó esto!< elementos. Así, mientras los
jefes conservaban sus pretens iones preto rianal'. los so.ldado:: y g rados infe-
rio res seguían todos inspirados por la tradición revo lucionaria. l::n esta
dirección fué preparada naturalmente la revoluci ón de 1819-2;), y más
tarde, en 1833-43, la guerra civi l situó de nue\'O en primer p lano a l ejér·
<.:ito y a s us jefes. Habiemlo sido usado por todos los partidos como un
instrumento, no es de extrañar que e l ejército espaiio l tomase. por algí•n
tiempo, e l Gobierno en s us propia.s manos.
" Los españoles son guerreros pe ro no soldados··. dijo el abate de
Pradt. De todas la:: naciones euro peas, ell os son seguramente quienes
tie nen una mayor anti patía a la disciplina mjlitar. No obstante, es posible
que esa nación que por más de cien años ha sido elog iada por su infan-
tería, pueda tener de nuevo un ejército para enorgu ll ecerse. Pero p~ra.
conseguir este fin , no sólo el sistema milita r sino, aun más allá, la vidit
ci ~·i l. necesita ser reformad a.

Pu/.twm ·s :J1aga::.ine. diciembre de l!lSS.

II

BADAJOZ
Badajoz e!' una ciudad y fo rtaleza de España. capital de Extremadura,
s ituada a la orilla del Guadiana. y a 82 millas en e l norte noroeste de
Sevi lla. y a 49 a l sur de Alcántara ; tiene una pohl ación de unos 15.000
laabitantes. Es especia lme11te conocida por los acontecimientos de que
fué escenario durante la g uerra peninsular. El primero de ellos fué la
e~¡.an tosa matanza de mayo de 1808, a l princi pio de la insurrección gene·
ra l cont ra Francia. El Gobernador que qui~o ca lma r el tumulto fu é
arrastrado fuera de s u casa y ases inado por la turba. El 5 de feb rero
<ie 181 1. cuando Massena estaba en plena retirada. delante de Welli ngton,
desd'e las inexpu¡1;nables líneas de Torres Yedras. So ult tomó posiciones
delante de los muros de Badajoz. defendida por el veterano Menacho.
Wel lingtou hizo toda clase de esfuerzos para permitir a Menciizá bal,
t•l genera l es pañol e11 el campo, levanta r el cerco; y le mandó pa ra tal
propósito todas las di v i ~ ione;; e.~pañola s de s u propio ejército, lo cual
rolocaba a los es paño le;;. sin tomar en cons ideración la guarnición. en
('ondiciones ele . ig ualdad con las fu erzas francP.sas que rodeaban la forta-
/.a R evolución en España 123

leza. Sin embargo, . MendizáLal , el jefe español, se dejó sorprender y


destrozar, con la pérdida de 8.000 homhres y toda su artillería; escaparon
unos pocos con su general hacia Elvas, mientras que 3.000 de ellos entra-
ron en BadaJvZ, que tenía ahora a 9.000 hombres dentro de los muros y
170 <·añonf'S. Desgraciadamente. Menacho fué muerto durante una !:.alida
la noche del 2 de marzo, y brechas parciales fueron abiertas en las forti-
ficaciones. y aunque estas brechas eran impracticablts mientras lo~ fran-
l·ese~ tuvif'ran ~ó lo seis cañone!" t"n batería, uno de los cuales fué desmon-
tado. y a pesar de saberse que Heresford estaba en camino para relevar
la g uarnición, a la cabeza de 12.000 hombres, lmaz. que había tomado-
el mando de la plaza, la entregó vergonzosamente. Este desastre, que el
Duque de Wellington describió como la mayor desgracia que en s u opinión
hubieran sufrido los a liados desde e l principio de la guerra peninsular,.
ocurrió el 10 de mayo de un l ; e inmediatamente, en cuanto la reti-
rada de Massena se realizó completamentt". \Vellington determinó tomar
de nuevo la plaza fuerte de Badajoz.
De consiguiente. f ué atacada el S de mayo de 1811, y como no había
entonces en el ejér cito inglés un s imple cuerpo de zapadores y minadores.
ni un solo soldado que supiera cómo conducir el cerco bajo el fuego
enemigo, el sitio empezó con gran acritud. Pero mucho antes de haber
~ ido completado. Soult vino df:' evilla, y se dió la bata ll a de Albuera.
Des pués de esta batalla. Wellington. que había llegado personalmente,
renovó e l cerco con extremado rigor. El 6 de junio. la brecha se consideró
practicable. pero ese día y el 9 de junio. las tropas británicas fueron
rechazadas en dos sever os &taque::;, con cuantiosas pérdidas; y llegando
Marmont y Soult con furrzas excesiva mente supt>riores. Wellington fu é
obligado, a pesar suyo. a levvntar el sitio y retirarse a Portugal. En la
mañana del 8 de enero. We ll i n~on cruzó el Agueda y reempreudió la
ofensiva, mientras el enemigo estaba muy a lejado. Después de la captura
de Ciudad Rodrigo, por asalto. el 18 de enero de 1812. \Vellingto n volvió
s u atención a Badaj oz. al r:nn l resolvió tomar por un cuup de main simil·ar.
Con g ran pe ri cia y astucia se in ~e ni() para engaña r al mismo Napoleón,
a quien se referían por telégrafo todos los detall es de la guerra. tan com-
pletamente que no se tornó r.in:runa precaución para reforza r la plaza
hasta q ue la a rtillería ingle;:a dt> sitio estuvo delante de los muros. El
15 de marzo se echaron los pontones para atravesar el Guadiana. y el 17
el ata que a la fo rtaleza er a rompleto. Era una plaza muy fuerte, defen-
dida con g ran habilidad por Philippon. quien por su anterior defensa
Marx y Engels

victoriosa estaba plenamente informado de todas las partes fuertes y


débiles, y que estaba admirablemente secundado en su defensa por una
escogida guarnición de 5.000 hombres, la flor de los ejércitos franceses,
y cuya resistencia, aunque infructuosa, le corona de honor iru"'Dortal.
El 24, al enterarse que Soult estaba esforzándose enérgicamente para
acumular medios con que socorrer In plaza, el puesto avanzado llamado
Picusina, aunque sin brecha abierta, fué asaltado y tomado con la pérdida
de 350 hombres en el asalto, tardando sólo una hora, aunque Philippon
estaba seguro de que el fuerte resistiría cuatro o cinco dias, retardando
e.n ese tiempo la caída de la plaza. La mañana del 6 de abril los lllÍsmos
muros de la ciudad fueron cuarteados en tres lugares, y las brechas decla-
radas practicables, aunque la contraescarpa quedaba entera, y se habían
hecho esfuerzos prodigiosos para cerrar las brechas y fortificar la cima
de las ruinas, las cuales fnt'ron convertidas en impracticables con enormes
lanzas y erizadas de hoj as de sables, mientras la totalidad de la subida
estaba sembrada de granadas cargadas y racimos de minas prestas a
explotar bajo los pies de los asaltantes.
A las diez en punto de la noche empezó el asalto, con la totalidad de
dos divisiones, en total fuertes en 10.000 hombres, precedidas por unida-
des asaltantes de 500 hombres cada una, con escaleras y hachas, dirigidos
por sus respectivas avanzadas heroicas, contra las tres brechas, mientras
Picton, con una tercera división, estaba destinado a asaltar el casti llo en
la retaguardia, durante los progresos de los asaltos principales. En la
historia de las guerras, nada parecido se recuerda, en pérdidas y carni-
cería, como el horrible ataque de esa medianoche. Las brf:chas fueron
tomadas en medio de las explosiones de las minas, el estallido de las gra-
nadas, el tronar de la artillería y el crepitar de la fusi lería; pero cuando
la cúspide fué conquistada, lnl' trincheras no pudieron tomarse, aunque
los hombres se enfrentaban a la muerte en todas formas y combatieron
cuerpo a cuerpo con los granaderos franceses a través de los obstáculos.
Después de dos horas de lucha desesperada, en la cual habían caído 2.000
hombres en el espacio comprendido en un centenar de pies cuadrados,
Wellington dió órdenes a las tropas de retirarse y reagruparse para un
segundo ataque. P ero en este tiempo, Picton, aunque había sido rechazado
una vez, escaló el castillo, el cual no tenía brecha ninguna; Philippon no
podía pensar que hubiese sido tomado, aun después de estar en manos del
enemigo; mientras tanto Walker, que con una hrigada de portugue...~,
sólo intentaba una diversión mediante un falso ataque, escaló el bastión
/.a Revolucw n en España l 25

de Vicente, y en el mismo momento en que todo era confus ión, desastre


y retirada en las brechas, las trompas inglesas, contestándose unas a otras
desde el castillo y la Plar.a Mayor de la ciudad, anunciaron que la plaza
ha bía sido perdida y conquistada.
Las brechas fueron a bandonadas ; la guarnición se retiró a tra vés del
Guadiana, en busca de la fortaleza de San Cristóbal, donde se rindieron
a discreción en la mañana s iguiente; los asalta ntes, sin resistencia a hora,
afluyeron por las brechas, por los puestos, sohre las murallas, y euloque-
cidos por s us pérdidas y borracho-s de sangre por la furiosa hora de batalla,
cometieron actos esa noche que ha rían llora r las piedras y que oscurecería n,
puesto que no pueden oculta rla, la glor ia de su ma ravillosa hazaña. As í,
pues, contra riamente a todas las probabilidades y s uertes de la fortuna
guerrera, once días después de abrir trincheras y diecinueve días de sitio,
la plaza más fuerte de España fué tomada, con 120 ca ñones pesados y
toda la guarnición de 3.800 hombres, con su gobernador, habiendo caído
1.500 durante el sitio. Los conquistadores perdieron dura nte el sitio
5.000 hombres y oficiales, incluyendo 700 portugueses, no mrnos de
3.500 de ellos (con 800 muertos ) f ueron heridos en el último asalto.
Siendo como fué el precio espa ntoso, no f ué pagado demasiado caro,
ya que por la toma de Badajoz quedó a bie rto el paso hacia el verdadero
corazón de España y empezó la car rera de victorias, que solamente terminó
cuando los ejército.s aliados desfilaron a través de las ca lles de la metró-
polis francesa.

New American C:vclopedia, vol. 2, 1::!58.

II I

EL BIDASOA
El Bidasoa es un peqneño río de las provincias vascas de España,
célebre por las batallas reñidas en sus orillas, entre los fran ceses mandados
por Soult y los ingleses, espa ñoles y portugueses bajo las órdenes de
Wellington. Después de la derrota de Vitoría en 1813, Soult reunió a
sus tropas en una posición en que su ala derecha se a poyaba en el mar
frente a Fuenterrabía, teniendo el Bidasoa delante, mientras el centro y
ala izquierda se extendía n a tra vés de varias cúspides de colinas hacia
San Juan de Luz. Desde esta posición él intentó, una vez, socorrer la
126 Mnr.l: y Engels
-----------------
bloqueada guarnición de P amp lona, pero fué rechazado. San Sehastián,
s itiado por Wellington, estaba ahora duramente estrechado, y Soult resol-
\>iÓ levantar el sitio. Desde su pos ición en t>l bajo Bidasoa estzba sólo
a nueve millas de Oyárzun, un pueblo en el camino de San Sebastián;
s i pudiera alcanzur ese pueblo, podría levantar el sitio. Por tal motivo,
hacia finales de agosto de 18 13, conce11tró dos columnas sobre el Bidason.
La de la izquierda, mandada por el General Clausel , consistiendo en
20.000 hombres y 29 cañones, tomó posición en la altura de las cohnas
en frente de Vera (un lugar más allá del cual el curso s uperior del río
estaba en poder de los aliados). mientras que el general Rei lle, con
18.000 hombres y una reserva de 7.000, mandada por F'oy, tomó su situa-
ción más abajo. cerca del camino de Bayona a lrún. El campo francés
atrincherado, en la retaguardia, estaba ocupado por D'Erlon, con dos
divisiones. para evitar cualquier movimiento envolvente del ala derecha
al iada. Wellington había sido informado del plan de Soult y había
tomado todas las precaucioues. La t>xlrema izquierda de su posición,
defendida de frente por la marea del estuario del Bidasoa, estaLa bien
atrincherada. aunque débilmente guarnecida; el centro, formado por las
alturas extremadamente fue rtes y ásperas de San Marcial, estaba refor-
zado por obras de campaña y guarnecido por los españoles de Freire,
fijándose la pr imera división británica como reserva en su retaguardia
izquierda. cerca del camino de Irún.
El ala derecha. en las pendientes rocosas de la montaña Peña de Haya,
estaba guarnecida por los españoles de Longa y la cuarta división anglo-
portuguesa; lu brigada de I ngles de la séptima divi~ión se unía a la
división ligera de Vera, y a las tropas destacadas aún más lejos, a la dere-
cha. entre las colinas. El plan de Soult era que Heille tomase San Marcia l
( lo cual intentó formando una cabeza de puente para operaciones poste-
riores ) y empujar a los aliados hacia su derecha, a los barrancos de Peña
de Haya. despejando .1si la carretera a Foy, quien debía avanzar por e lla
directamente sobre Oyárzun, mientras Clausel, después de dejar un:1 divi-
s ión para observar Vera, pasaría el Bidasoa, un poco más abajo de ese
lugar y empujaría las tropas que se opusieran hacia Peña de Haya, secun-
dando así y flanqueando el ataque de Reille. En la mañana del 31 de
agosto,. las tropas de Reille vadearon el río en varias columnas, tomaron
la primera altura ele San M&rcial de un empujón y avanzaron hacia la
cúspide, dominando las cimas de ese grupo de colinas. Pero en este difícil
terreno, sus tropas. mandadas deficientemente, cayeron en el desorden;
La Rn ·olución en España 127

los soldados de exploración y los de cobertura se mezclaron, y en algunos


sitios se amontonaron todos juntos en grupo:; desordenados, cuando la o;;
columnas españolao;; se abalanzaron colina abajo, empujándolo otra ' 'ez
hacia el río. Un segundo ataque tuvo al principio más éxito y llevó a
los francese~ hasta las posiciones españolas: pero entonces su fuerza
estaba agotada y otro avance de los españoles los lanzó nuevamente al
Bidasoa en gran desorden. Habiéndose enterado Soult. mientras tanto.
que Clausel había tenido éxito en :;u ataque, conquistando terreno lenta-
mente en Peña de Haya, y rechazando delante de él a portugueses, españo-
les y británicos, estaba precisamente formando columnas de las tropas
de reser va de Rei lle y Foy para un tercer y último ataque, cuando llegó
la noticia de que D' Erlon había sido atacado en su campamento por
poderosas fuerzas. We1lü1glon, tan pronto como la concentración de los
franceses en el bajo Bidaso& no le dejó duda alguna sobre el real punto
de ataque, había ordenado a todas las tropas en las colinas de su t:::xtrema
derecha el atacar a quienes estuvieran delante de ellas. Este ataque,
aunque rechazado. era muy serio y podía ser renovado posiblemente. Al
mismo tiempo, una parte de la división británica li gera fu¿; lanzada a la
orilla izquierda del Bidasoa corno para flanquear el avance de Clausel.
Entonces Soult abandonó el ataque intentado y retiró las tropas de Reille
a través del Bidasoa. Las de Clausel no e desembarazaron hasta tarde,
en la noche, y después de una severa lucha para forzar el puente de Vera,
estando los vados impracticables a causa de una fuerte lluvia caída el
mismo día. Los al iados tomaron San Sebastián por a,:;alt~, pero la ciuda-
dela, no se rindió hasta el 9 de septiembre. La segunda batalla del Bidasoa
tu...o lugar el 7 de octubre, cuando Wellingtou forzó el paso de ese río.
La posición de Soult era aproximadamente la misma de antes; Foy se
sostenía en el c;~mpo atrinC'herado de San Juan de Luz ; D'Erlon, en Urdax
y campo de Ainhoa; Clausel estaba apostado en una altura. uuiendo
Urdax al bajo Bidasoa, y Reille se extendía a lo largo de ese río. desde
la derecha de Clausel hasta el mar. Todo el frente estaba atrincherado
y los franceses estaban todavía ocupados en reforzar sus obras. El ala
derecha inglesa permanecía en frente de Foy y D' F.rlon: el cen tro. com-
puesto por los españoles de Girón, y la división ligera, con los españoles
de Longa y la cuarta división de reserva ; en total, 20.000 hombres se
enfrentaban a Clausel: mientras que en el bajo Bidasoa los españoles de
Freire, la primera y quinta divis iones de anglo-portugueses y la brigada
independiente de Aylmer y Wilson, en total 24.000 hombres, estaban
128 Mar x y Engels

prestos para atacar a Heille. Well ington lo preparó todo para una sor-
presa. Sus tropas fue ron instaladas, bien ocultas de la vista del enemigo,
en la noche del 7 de octubre, y las tiendas de s u campamento no fueron
plegadas. Además. él había sido informado por contrabandistas de la
localidad de tres vados en la marea del estuario del Bidasoa, todos vadea-
bles en bajamar y desconocidos por los francr.ses, quienes se considera-
ban per fectamente seguros por ese lado. En la mañana del día 7, mientras
las reservas francesas estaban acampadas lejos a la retaguardia, y de la
división colocada en primera línea muchos hombres fueron llamados a
trabajar en los reductos, la quinta división británica y la brigada de
Aylmer vadearon el estua r io marítimo y marcharon hacia el campo atrin·
cherado llamudo el Sanscu lottes. Tan pronto como hubieron pa.~ado a
la otra orilla. los cañones de San Marcial abrieron el fu ego y cinco colum-
nas más avanzaron para vadear e l rio. Ellos se habían formado en la
orilln derecha, antes que los f ra nceses pudiesen ofrecer ninguna resisten-
cia; de hecho, la sorpresa había tenido completo éxito ; los bata llones
franceses. as í que llegaban separada e irregularmente, eran destrozados,
r toda la línea. incluyendo la llave de la posición, la colina de la Cr oix
des Uouquets. f ué tomada antes que pud±eran llegar a lgunas reservas.
El campo de Biriatu y Bildoux, uniendo Reille con Cla usel, fué rodeado
por las fuerzas de Freire a l tomar la colina Mandale, y abandonado. Las
tropas de Rei lle se retiraron en desorden, hasta que fueron contenidas en
Uroque por Soult. que llegaba apresuradamente de Espelette con las
reservas. Mientras todavía estaba allí, fué informado de un ataque
sob re Urdax; pero él no dudó un momento sobre el verdadero p unto de
ataque, y marchó hacia el bajo Bidasoa, donde llegó demasiado tarde
para restablecer la batalla. El centro británico, mientras tanto, había
atacado a Clausel y g raduaimente forz ó sus posiciones por ataques de
frente y fl ancos. Hacia la noche estaba confinado en el punto m:ís a lto
de la cumbre. la Gran Rhune, y a bandonó esa colina e l día s iguiente. Las
pér didas de los franceses fueron alrededor de 1.400 hombres ; las de los
aliados. sobre 1.600, entre muertos y heridos. La sorpresa fué tan bien
dispuesta que la defensa real de la posición francesa estuvo hecha por
10,000 hombres solamente, quienes. a l ser vigorosamente atacados por
03,000 aliados, fu eron derrotados por el_los antes de que pudieran llegar
la!'< resE>n·as en .su a uxilio.

New AmP.rican Cyclopedia, vol 3, 1858.


QUINTA PARTE

La Guerra de Marruecos ( 1859-1860)


POR

FEDERICO ENGELS
1

Hemos estado esperando largamente algún movtmtento deternúuado,


por parle del ejército español en Marruecos, que pudiese dar por acabado
el período primero o preparatorio de la guerra. Pero en vano. El Maris·
cal O' Donnell no parece tener prisa en dejar su campamento de las alturas
del Serrallo, y por esto es que nos vemos obligados a revisar sus opera-
ciones cuando éstas apenas se han iniciado.
El 13 de noviembre, la primera división del ejércüo español en activo,
bajo el mando del General Echagiie, embarcó en Al geciras, y unos pocos
días después desembarcaba en Ceuta. El 17 salió de la ciudad y ocupó
el Serrallo o Casa Blanca, un gran edificio a milla y media aproximada-
mente enfrente de las líneas de Ceuta. En esta vecindad el terreno es
muy breñoso y quebrado y muy favorable a las escaramuzas y la lucha
irregular. Los moros, después de un intento infructuoso en la primera
noche, para reconquistar el Serrallo, se retiraron, y los españoles empe-
zaron a con~truir un campo atrincherado para que sirva de base a futu ras
operaciones.
El 22, el Serrallo fué atacado por los Angeritas, la tribu mora que
ocupa la región ce.r ca de Ceuta. Este encuentro abrió una serie de luchas
estériles que llenan toda la campaña hasta el momento presente, y donde
cada una es igual a las demás. Los moros atacan las líneas españolas
con más o menos fu erzas e intentan, por sorpresa o por engaño, tomar
posesión de parte de ellas. Según los informes de los moros, generalmente
consiguen éxito en esto, pero abandonan los reductos por no tener artille-
ría. Según los españoles, ningún moro se vió nunca dentro de un reducto
español y todos sus ataques han probado ser enteramente infortunados.
En el primer ataque los Angeritas no contaban más de 1.600 hombres.
El próximo día recibieron un refuerzo de 4.000 hombres, y volvieron de
nuevo al ataque. El 22 y 23 se completaron con escaramuzas; pero el 25
los moros avanzaron con todas s us fuerzas, y tuvo lugar un combate serio,
en el cual el general Echagüe fué herido en una mano. Este ataque de
los moros fué tan severo que espoleó algo la modorra con la cual Cid
Campeador O'Donnell había couducido la guerra h a~ta entonces.
132 illarx y Eng e ls

Ordenó inmediatamente que la segu nda divis ión, bajo el mando del
General Zabala, y la división de reserva, bajo las órdenes de P ri m, embar-
cara n, y él mismo salió para Ceuta. La noche del 27 todo el ejército
español activo estaba concentrado delante de esa plaza. El 29 hubo otro
ataque de los mo ros, repetido el 30. Después de esto, los españoles
empezaron a juzgar la posición de cerco, y el primer objetivo de su movi-
miento fué Tetuá n, unas 20 millas a l sur de Centa y a cuatro millas del
ma r. Empezaron a construir un camino hacia esta población; los moros
no ofrecieron resistencia hasta el 9 de d iciembre. En la mañana de este
dia sorprendieron la gua rnición de los dos principal es reductos; pero,
según costumbre, los abandonaron más tarde. en el mismo día. El 12,
tuvo lugar otro encuentro frente al campamento español, a unas cuatro
millas de Ceuta, y el 20 O'Donnell telegrafía que los moros han atacado
de nuevo los dos reductos, pero fueron, como siempre, gloriosamente
derrotados. Así, pues, el 20 de diciembre los asuntos no habían avanzado
una jota desde e l 20 de noviembre.
Los españoles estaban todavía a la defensiva, y a pesa r de los a nun-
cios hechos una quincena o tres semanas antes, no había seña les de
avance.
Los españoles, con todos los refuerzos recibidos para el 8 de diciem-
bre, disponían de una fuerza de 35,000 ó 40,000 hombres, y 30 ,0 00 podian
ser necesarios para operaciones ofensivas. Con una tal fuerza la con-
quista de Tetuán debía ser fácil. No bay ciertamente buenos caminos, y
las provisiones del ejército deben ser to das llevadas desde Ceuta. ¿Pero,
cómo lo hizo la administración fran cesa en Argelia o la inglesa en la
India? Además, los mul os españoles y los caball os de tiro, no están
tan corrompidos por los buenos caminos de s u propio país que se resistan
a andar por el campo moro.
A pesar de l o que pueda decir O' Donne\1 como descargo, no puede
baber excusa para esta continuada inactividad. Los españoles son ahora
tan fu ertes como pueden esperar razonablemente serlo en cualquier tiempo
en esta campaña, a menos que reveses inesperados obligasen a traer refuer-
7.0S extraordinarios. Los moros, por el contrario, se están poniendo más
fuertes dia riamente. El campamento de Tetuán, a las órdenes dP. Hadji
Abd Saleem, que di ó las fuerza~ que atacaron la línea española e l 3 de
diciembre, ha sido a umenta do has ta ahora a 10,000 hombres, además de
la g uarnición de la ciudad. Ott·o campamento, majo Muley Abbas, está
en Tánger, y estaban llegando continuamente refuerzos del interior. Esta
-------------------------------------------------------------------

La Rerolución en España 133

sola consideración debía haber inducido a O'Donne ll a a\·a nzar ta n pronlo


como el Uempo lo permitió. Ha tenido buen tiempo y no ha avanzado.
No puede haber duda de que ésta es una señal de clara indecisión, y de
que ha encontrado que los mo ros no eran tan despreciables enemigos
como é l esperaba. Ya se sabe que la última vez se habían batido extra-
ordinariamente bien, y las gr andes quejas levantadns en el campo español
sobre las ventajas que el terreno frente a Ceuta da a l o~ moros. es una
prueba de el lo.
Los españoles dicen qÍ.ae en los breñales y ba r rancos los m o ros son
muy f ormjdables, y, además que conocen cada pul gada de te rreno ; pero
que, tan pronto como alcanu.:sen los llanos la solidez de la infantería
es pañola obligaría a los moros irregulares a presentar batalla y correr.
Esta es una forma algo dudosa de argüir en una época en que las tres
cuartas partes del tiempo que se empl e~ en cada batall a en terreno que-
brado está dedicado a escaramuzas. Si los españole:;, después de pararse
seis semanas delante de Ceuta, no conocen el te rreno tan bien como los
moros, tanto peor para ellos. Que e l terreno quebrado es más favorable
<! fuerzas irreg ulares que un ll ano JlÍvelado, es cosa sabida. Pero aun
en ter reno quebrado la infautería reg ular debe ser inmensamente superior
a la fuerza irreg ular. El moderno sistema de escaramuzas, con sostenes
y reservas detrás de la extendida cadena, la regularidad de los movimien-
tos, la posibilidad de conservar las tropas biP.n a mano. y el hacerlas
a poyarse unas a otras y a~tuar todas hacia un fin común -todo dio da
tal superioridad a las tro pa¡; regulares sobre bandas irregulares que en
el terreno más a daptable a escaramuzas. ninguna fuerza irregula r debe
ser capaz de sostenerse, incluso dos contra uno. Pero aquí en Ceuta
la proporción está trastocada. Los españoles tienen superioridad en
n úmero, y todavía no se atre,·en a avanzar. La sol a conclusión es que
el ejército es pañol no sabe nada de la gue rra de e:;caramuzas, y así su
inferioridad individual en esta forma de lucha nivela las ventajas que
su disciplina y entreno regular debían darl e. De her.ho, parece haber
una extraordina ria gr an cantidad de luchas cnerpu a cuerpo, gumía con-
Ira bayoneta. Los moros, cuando los español e,:-. están basta!lte cerca
paran el fuegó y se lanzan sobre ellos, con la espada en la mano, en la
misma forma que acostumbran hacerl o los turcoi-. y esto no es segura -
mente muy agradable para tro pas jóvenes como la;; e:::pañolas. Pero los
muchos encuentros que han tenido lugar debían haberles familiarizado
con las peculiaridadés de la lucha con los moro;: y h"llla r la forma ade-
Marx y EngeLs
------------------
cuada de contrarrestarla; y cuando vemos el mando todavía indeciso y
continuar en su posición defensiva. no podemo~ formar un muy alto
<·oncepto de su ejército.
El plan de campaña español, aunque oscurecido por los hechos ante·
•iores, parece partir de Ceuta como base de operaciones y tener a Tetuán
como el primer objetivo clel ataque. Esa parte de Marruecos inmediata
a la costa opuesta española forma una especie de península de unas 30
ó ~O millas de ancho por :·lO de largo. Tánger, Ceuta. Tetuán y Larache
( El Araisk) son las cuatro civdades principales de esta península. Ocu·
pando estas cuatro ciudades. de las cuales Ceuta ya está en manos de los
españoles, esta península puede ser fácilmente dominada y convertida en
base de futuras operaciones contra Fez y Mequinez. La conquista de esta
península, por tales razones, parece ser el objetivo de los españoles, y la
toma de Tetuán el primer paso hacia ella. Este plan parece bastante
juicioso: confina las operaciones a una región estrecha, limitada en tres
lados por el mar y en el cuaTto por dos ríos (Tetuán y Tucos) , y por esto
mucho más fácil de tomar que la región situada más al sur. También
evita la necesidad de penetrar en el desierto. que hubiera sido inevitable
de haber tomado Mogador o Rabat .por base de operaciones; y lleva el
campo de acción cerca de la frontera de España. separada solamente por
el estrecho de Gibraltar. Pero cualesquiera que puedan ser las ventajas
de este plan, de nada han de servir si el plan no se cumple, y si O'Donnell
s igue como hasta ahora ha hecho. se cubrirá, y cubrirá la reputación del
ejército español. con el deshonor, a pesar del lenguaje altisonante de sus
boletines.

tVI'U' rork Daily Tribwu•, 19 de enero de 1860.

I I
La campaña de Marruecos ha empezado po r fin a animarse, y con este
principio desaparecen todo'" los matices románticos con los cuales la prensa
española y el entu;;ia::;mo popular habían ataviado a O' Donnell, quien se
hunde en una general mediocridad ; en lu ~a r de la cabaJléría de Castilla
y León tenemos a los húsares de la Princesa. r en vez de las hojas de Toledo
~e er-tún empleando cañones rayados y proyectiles ci líndrico-conoidales.
Hacia el 20 de diciembre los españoles empezaron a construir un
ramino practicable para la artillería '! carruajes. é¡ue debía conducir a
La Revolución en España 135

través del terreno montañoso del sur del C<\mpamento delante de Ceuta.
Los moros nunca intentaron destruir el camino: atacaron algunas veces
al General Prim, cuya división cubría las cuadrillas de trabajo, otras
veces atacaron el campamento; pero siempre sin hito. Ninguno de estos
encuentros fué más allá de escaramuzas de vanguardia. y en el más serio
de ellos, el 27 de diciembre, las pérdidas españolas no excedieron de seis
muertos y 30 heridos. Antes de terminar el año, el camino, de no más de
dos millas de largo, estaba terminado; .pero un fresco recruaecimiento
de tempestades y lluvia impidió moverse al ejército. Mientras tanto, como
si fuera para noticiar al cámpo moro de los movimientos amenazantes del
ejército, una escuadra españo la, compuesta por un buque velero de línea,
tres fragatas a hélice, tres vapores a ruedas, en total 246 fusiles, pasaron
por la desembocadura del río Tetuán y bombardearon los fuertes de su
ribera el 29 de diciembre. Fueron silenciados y destruídos los fuertes
de tierra en unas trt>s horas; no debemos olvidar que son los mismos
fuertes que los franceses habían bombardeado un me!l antes con una
fuerza muy inferior.
Habiéndose aclarado el tiempo alrededor del 29, el ejército español
empezó por fin a moverse el l 'J de enero. El primer Cuerpo de ejército,
de dos divisiones. bajo las órdenes de Echagüe, que babia sido el primero
desembarcado en Africa, quedó en las líneas delante de Ceuta. Aunque
había sufrido mucho por enfermedades en las primeras semanas, estaba
bastante bien aclimatado, y con los refuerzos recibidos desde entonces
sumaba 10.000 hombres, considerablemente más que el segundo o el tercer
Cuerpo. Estos dos cuerpos de ejército, mandado el segundo por Zabala
y el tercero por Ros de Olano, juntos con la división de reserva de Prim,
hacían un total de 21.000 ó 22.000 hombres, que salier011 el día primero
del año nuevo.
Cada hombre llevaba raciones para seis días. mientras que un millón
de raciones, o sea un mes de provisiones para el ejército, eran embarcadas
a bordo ·de trans portes para acompañar al ejP.rcito. Con Prim a la van-
guardia, apoyado por Zabala y Ros de Olano cubríendl) la retaguardia.
el terreno alto del sur de Ceuta fué cruzado. El nuevo camino bajaba
hacia el Mediterráneo. dos millas adentro de~de el campameHto. Allí ;.;e
extendía un llano remicirr.ular de cierta extensión. estando la cuerda
formada por el mar y la per iferia por terreno quebrado, elevándose gra-
dualmente en ásperas montañas. A penas la di visión de Prim había des-
embocado confiadamente del campamento. que las escaramuzas empe·
13ó Marx y t:nge ls
- - -- ---·----- · -
zaron. La infantería ligera español a fá cilmente rechazó a los moros hacia
e l lla no y de:;;de ullí a las colinas y matorrales que flanqu eaban su linea
de marcha. Aquí fué donde por al guna incompr ensión dos débi les escua-
drone;; de Húsares de la Princesa fu eron obligados a cargar. y lo hicieron
con tal espíritu que p:tsaron a travé!l de las líneas moras hasta dentro de
;;u campamento; pero introduciéndose en todas partes en terreno quebrado,
y no ha llando en ning ún sitio terreno practicable en el cual pudiese cargar
la caba llería o la infantería, tuvieron que vo lver a trá!l, con la pérdida de
siete o aproximadamente todos sus oficiale,:;. además de lo:: soldados r asos.
Hasta cntonce;; la lucha había !lido llevada principalmente por la infan-
tería en forma de escaramuzas, r una o dos baterías df' a rtillt>ría de mon-
taña. apoyadas aquí y a llí por los efectos -·más morales que físicos-
de l fuego de unas pocas lanchas cañoneras y vapores. Parece que O'Don-
nell intentó hacer a lto en e l llano, sin ocupar permanentemente, todavía,
la cumbre. formando el límit~ de este llano por e l sur. A fin, sin embargo,
de asegurar su posición por la noche. ordenó a Prim desaloja r a los gue-
rrillems moros del declive norte de la a ltura y t>ntonces regresar con la
oscu ridad. Prim, sin embargo, que es el mejor guerrero del ejército es pa-
ñol. entabl ó un serio encuentro. que finalizó tomando posesión de la tota-
lidad de la cumbre del monte, no sin hajas severas. Su avanzadilla acampó
en la cumhre y levantó un fortín en su cúspide. Las pérdidas españolas
s umaron. e10e día. 73 muertos y 481 heridos.
La posición ganada ese d!a f ué la conocida por e l nombre de Casti-
llejos. a causa de dos edificios blancos, uno en la \ertiente interior, cerca
del llano. y el otro en la cumbre conquistada por Prim, durante la ta rde.
La designación oficial de este campo. ,:;in emhargo, parece ser la de
l:ampamento de la Condesa. El mismo día lo:: mo ros habían intent'ldo
una 1igera din•r;;ión contra el campamento delante de Ce uta, atacando
l'l extremo reducto de la derecha y el inten-alo entre los dos reductos
~'.x tr emo: de la izquierda. fueron. no obstante. fácilmente rechazados
l'or la infantería de Echagüe y el fuego de la artillería.
El ejército ele o peraciones continuó tres ellas en e l Campamento de la
Londesa. La artillería de campa ña y una batt~rí a ligera, así como los
restos de la caballería ( la hrigada total de caballería consiste de ocho
t>"('uadront>s de húsarf';;. cua;ro de cc.raceros ;;in cor aza y cuatro de lan-
1'( rM. en tota l 1.200 homhre!'). ll e~aron al campo. El tren de sitio (en
t·l ¡·u:.d había una batería rayada ele ] 2 lihras) q uedaba todavía atrás.
L: :~. O' Donnell hizo un reconocimiento hacia :vtontf' Negro. la próxima
La Revolución en España
-------- -- - ------ --
hilera de montañas del sur. El tiempo continuaba bueno, caliente at"
mediodía, con muy fuertes rocíos por la noche. El cólera todavía ere
frecuente en una o dos divisiones y a lgunoR cuerpos sufrieron severamente
por enfermedades. Los dos batall ones de ingenieros, por ejemplo, que
habían trabajado muy intensamente fueron reducidos de 135 hombres a
90 por compañía.
Hasta ahora hemos detallado acontecimientos; en cuanto a lo que
sigue, estamos reducidos a atenernos a telegramas breves y poco seguros.
El 5, el ejército avanzó. El 6, estaba acampado ·'al norte de Valle
egro, habiendo atravesado l o~ pasos sin oposición". ~o es seguro que
esto signifique que los riscos de ]\1lonte Negro hayan sido cruzados y que
el ejército esté acampado en la ladera sur. El 9, el ejército estaba. según
se dijo, a una legua de Tetuán, y un ataque de los moros había sido recha-
zado. El 13, la totalidad de las posiciones de Cabo Negro fueron tomadas,
consiguiéndose una victoria completa. y el ejército estaba delante de Tetu:ín;
tan pronto como la artillt>ría pudiese llegar, la ciudad sería atacada. El
14, la división del General ·Río~. nna fuerza de diez batallones, que habían
hido concentrados en Málaga. desembarcaron en la de~mbocadura del
'TÍO Tetuán, y ocuparon los fuertes destruidos por la flota nna quincena
untes. El 16. nos informaron que el ejército estaba a punto de pasar
el río y atacar Tetuán.
, Para exp licar esto, podemos aclarar que hay cuatro alturas distintas
de colinas que atravesar entre Ceuta y Tetuán. La prjmera, inmediata-
meute a l sur del campamento y conduciendo a l llano de Castillejos; la
segunda. c-errando ese llano por el sur. Estas dos fueron tomadas por
los españole.<; el día 19 • Todavía más al sur y corriendo perpendicular
a la ribera del Mediterráneo, está la altura de Monte Negro, y paralela
a esta línea, aunque todavía más a l s ur. sigue otra cordillera más ·alta.
acabando en la costa, en el cabo llamado Cabo Negro, al sur del cual
corre e l río Tetuán. Los moros, des pués de hostilizar los flancos del
ejército invasor durante el día primero, cambiaron de táctica, se alejaron
más al sur e intentaron inte rceptar e l camino frente a Tetuán. Se espe-
raba que la lucha decisiva por la posesión de este camino hubiera empe-
zado en los pasos del último o en las alturas del Cabo 1 egro, y tal parece
que ha sido el caso del día 13.
El orden táctico de estos combates no parece acreditar a unos ni a
otros. Por parte de l o~ moros no podemos esperar nada más que una
guerra irrc>gular, hecha con la bravura y astucia de lo!' semisalvaje5. Pero
1:38 Marx y Engels

aun en t'Sto se muestran deficientes. No parecen mo trar aquel fanatismo


con el que las cábi las de las alturas ribereñas argelinas. e incluso del
Rif. se habían opuesto a los franct'scs; la larga t' infructuosa esca·ramuza
frente a los reductos de cerca de Ceuta parece haber roto t'l primer ardor
y energía de la mayor pll ttc de las tribu~. F.n su orden táctico no han
Jlegado hasta el ejemplo de los a rgelino~. Después del primf'r dí;, aban-
donaron su justo plan. que t'ra ho:;ti ~a r el flan co r retaguardia de la
columna que avanzaba,~ interrumpir o amenazar sm; comunicaciones ron
Ceuta; en lugar de esto se afanaron en adelantarse a IM españolt>s e inter-
ceptar el camino. de frente, hacia Tetuán. pro,ocanrto así lo que debían
e,·itar -una batalla en regla. Qui7.áS ellos put>dan toda,·ía aprender 4ue
con tales hombres, y con ei país que ellos tienen. una guerra de gnt!rr illas
~o; la más indicada para gastar a un enemigo que, a pesar dt' su ;;;uperio-
ridad en disciplina y armamento, f'Stá embarazado f'n todos su:- movi-
mientos por una inmensa impedimenta. desconocida para ello~. y ron la
que no es asunto fácil el moverse en un país o;in caminos e inhóspilo.
Los españoles ha~ continuado como empezaron. Después de perma-
necer ociosos do~ mese.~ en Ceuta. han andado 21 mil l a~ en dieciséi:- días,
¡avanzando a razón de cinco millas en cuatro días!
Con todas las concc"ione · debidas a las dificultades de los caminos,
e:::to es todavía un grado de lentitud inaudito en la guerra moderna. La
costumbre de manejar grandes cuerpos de tropas. de preparar extensas
operaciones. de marchar un ejército que. después de todo es apenas igual
en fuerza a uno de los cuerpo~ de ejército franceses en la última campaña
de Italia, parece haber"t' perdido tolalmente entre los generales españoles.
De otra manera. i. cómo podrían presentarse tales dilaciones? El 2 de
enero O'Donnell tenía toda su arti ller ía en Casti llejos. con la excepción
del tren de sitio; pero aun esperó dos días más. y solamente avanzó el 5.
La marcha de la columna parece ser bien conducida; pero con marchas
tan cortas. apenas si podía ser de otro modo. Bajo el fuego, los españoles
parecen combati r con e~e t:lesprecio del enemigo quf' una discipliilU supe-
rior y una serie de combates ,· icto rioso~ no podían dejar de darles; pero
falta por ver s i e:-ta segur idad de ,;ctoria se conservará bien cu:1.ndo el
clima y las fa tigas de una carr.paiia, que es segu ro acaba fatigando. y las
mi;;:erias de la vida dt>l so ldado habrán reducido a IH vez la moral y el
fís ico del ejército. En cuan~o a la dirección. podemos, hasta a hora. decir
muy poco. pues todos los detalles. sa lvo los del primer encut!ntro en el
rampo, son todaYÍa nw~ fl,..f;cienre;;;. F.:-te pr imt'r romhatf', ;;in ernhargo.
La Revol~ión en Es paño 139

presenta dos desatinos mayúscu los - la carge. de la caball ería y el avance


del General Prim más allá dP lo ordenado; y s i estas cosas pueden con-
\'P.rtirse en actos regular~ en el ejército español. tanto peor para éi.
La defensa de Tetuán será probablemente muy corta, pero obstinada.
Las fortificaciones son ma las, :-in duda ; pero lo;:; moros son soldados supe-
riores detrás de reductos, como ha sido probado en Constantina y muchas
otras ciudades de Argel. El próximo correo puede traernos la noticia de
qt~e ha sido asaltado. Si es así, podemos es perar un aquietamiento en la
campaña, pues los españoles requirirán tiempo para mejorar el camino
entre Tetuán y Ceula, para formar en Tetuán una segunda base de opera-
ciones y esperar refuerzos. De;:;de allí. el próximo movimiPnto sed sobre
Larache o Tánger.

Neu: York Daily Tribune. R de febrero 18150.

III
Como que el primero, y posiblemente a l IJlismo tiempo. último acto
de la guerra española de Marruecos se acaba ahora de cerrar, y como que
todas las informaciones uficiales detal ladas han llegado. podemos de
nuevo volver sobre el asunto.
El ¡ e;.: de enero el ejército español dejó las líneas de Ceuta. a fin de
avanzar sobre Tetuán, que está a sólo 21 millas de distancia. Aunque
nunca en ninguna ocasión fué s~riamente atacado, o contenido por el
enemigo, el Marisca l O'Donnel tomó no menos de un mes para llevar
s us tropas a la vista de esa ciudad . La a usencia de caminos y la necesaria
prudencia no son motivos suficientes para esta lentitud de marcha, s in
paralelo ; y es evidente que el dominio del mar poseído por los españoleS
no fué utilizado en toda s u extensión. El que se haya tenido que hacer
un camino para cañones pesados y provis iones no es una excusa. Ambas
cosas debieron haber s ido transportadas en buques, mientras que el ejér-
cito, equipado con provisiones para una semana y sin más cañones que
los de montaña (llevados a lomo de mulos) podía haber alcanzado las
alturas sobre Tetuán en cinr.o días a lo s umo, y unirse a la división de
Ríos, la cual entonces. lo mi ~m o que tres semanas de..-pués, no hubiera
!;ido impedida de desembarcar en la desembocadura del Wahab el Jehu.
La batalla del 4 de febero podía haber sido reñida. y posiblemente
bajo un aspecto aun más favorab le para los e;:; paño les, el 6 ó 7 de enero;
140 .l! a r x y E IL g P l s

así miles de vidas perdidas por enfermedad habrían sido ahorradas, y


hacia e l 8 de enero se podía haber conquistado Tetuán.
Esto parece una aseveración audaz. Seguramente O' Donnell estaba
tan ansioso de a lcanzar Tetuán como cualquiera de sus soldados; él ha
mostrado bravura, circunspección, serenidad y otras cualidades militares.
Si se tomó un mes para llegar freme a Tetuán, ¿ cómo podía haber
hecho lo mismo en una sema na? O'Donnell tenía dos caminos ante sí
para conducir sus tropas. Primeramente, podía confiar principalmente
en la comunicación por tierra y usar los buques sólo como auxiliares.
Esto es lo que hizo. Organizó un trans porte regular por tierra para
sus ¡•rovisiones y municionamiento, y tomó con H l ejército una nume-
rosa a rtillería de campaña de a 12 libras. Su ejército, en cstso de nece-
sidad, debía ser enter amente independiente ele los buques; 'los buques
deLían servir tan solo como de segunda línea de comunicación con
Ceuta, útil, pero de ningún modo indis pensable. Este plan, naturalmente,
significaba la organización de un inmenso tren de vehículos, y este tren
necesitaba la construcción de un camino. Así se perdi ó una semana,
hasta que se hubo construido el camino desde las líneas a la playa; y
casi a cada paso, toda la columna, ejército. tren y demás, se paraba hasta
que otro pedazo de camino había sido construido para el avance del día
siguiente. En esta forma, la duración de la man·ha estaba medida por
las millas de camjno que los ingenieros españoles pudiesen construir día
a día ; y éste pareee haber sido hecho a razón de media milla por día
;,tproximadamente. Así los mismos medios escogidqs para transportar
las provisiones necesitaron un inmenso aumento del tren, pues cuanto más
se retardaba el ejército en el camino, más debía consumi r, naturalmente.
Incluso cuando, sobre el 18 de enero, 1111 vendaba! alejó a los vapores de
la costa, el ejército estaba pasando hambre, y eso a la vista de su depóo¡ito
en Ceu ta; otro día borrascoso y una tercera parte del ejército hubiera
tenido que ir a busca r provisiones para las otras dos. Fué así como el
Maris(;al O'Donne ll dirigió el paseo de 18,000 españoles a lo largo de la
costa de Africa durante todo un mes, a razón de dos tercios de mi lla por
dia. Una vez adoptado este s istema de aprovisionar el ejército, rungún
poder en el mundo podía materialmente haber acortado la duración de
esta marcha sin pa ralel o ; ¿_pero no fué una equivocación adoptarlo en su
totaliclud ?
Si Tetuán hubiera sido una ciudad del interior. situada a 21 millas de
la C'O!'Ia , en luga r de a cuatro. no hay duda de que no hubiera habido
La Revolución en España 141

ningún dilema. Los franceses en aquellas operaciones al interior de


Argelia encontraron las mismas dificultades y las remontaron en la misma
forma , aunque con más energía y prontitud. Los ingleses en la India y
el Afganistá n salvaron esta dificultad con la comparativa facil idad de
hallar bestias de carga y forraje para ellas en estos países; su artillería
era ligera y no requería buenos caminos, por haber efectuado las campa·
ñas solamente en la estación seca, cuando los ejércitos pueden marchar
directamente a través del país. Pero iba a corresponder a los españoles
y al Mariscal O'Donnell el o rganizar la marcha de un ejército a lo la rgo
de la orilla del mar duraute todo un mP.s, y que en este tiempo alcan1.ase
la inmensa distancia de 21 millas.
Es evidente, después de esto, que tanto la aplicación como las ideas,
en el ejército español, son de un carácter muy anticuado. Con una flota
de transportes a vapor y vela siempre a la vista, esta marcha es perfecta-
mente r idícula, y los hombres desaparecidos durante e lla por e l cólera y
la disentería, fueron sacrificados a los prejuicios y la incapacidad. El
camino construido por los ingenieros no era una real comunicación con
Ceuta. pues él no pertenecía a los españoles en ninguna parte, excepto
donde solían acampar. En la retaguardia los moros podían hacerlo
impracticable cada día. Para lleva r un mensaje o escoltar un convoy a
Ceuta, se requería por lo menos una división de 5.000 hombres. Durante
tada la marcha la comunicación con esa plaza fui- efectuada únicamente
por vapores. Y con todo ello, las provisiones que acompañaban a l ejército
fuer on tan insuficientes que antes de que hubiesen transcurrido los veinte
días el ejército estuvo a punto de morir de hambre y se salvó sólo por el
abastecimiento de la flota. ¿Por qué entonces construir el camino? ¿ Para
la artillería? Los españoles debían saber seguramente que los moros no
tenían artillería de campaña, y que sus propios cañones rayados de mon-
taña eran superiores a cualesquiera que el en~m i go pudiese oponerles.
¿,Por qué, entonces, arrastrar toda esta artillería con ellos, si la totalidad
de ell a podía ser transportada por mar desde Ceuta a San Martin, en la
desembocadura del Wahab el Jehu, río Tetuán, en un par de horas? Par a
cualquier contingencia, una simple batería de cañones de campaña podia
haber acompañado al ejército; y la artillería española debe ser muy pesada
si no puede marcha r por ningún terreno en e l mundo a razón de cinco
millas por día.
Por lo menos los españoles habían embarcado, en su tiempo, una
división, como lo probó el desembarco de la división de Ríos, en San
H2 Marx y Engels

Martín. Si el ataque hubiese sido hecho por tropas inglesas o francesas,


no hay duda que esta división hubiera sido desembarcada inmediatamente
en San Martín, después de no pocas demostraciones desde Ceuta para
atraer a los moros hacia esa plaza. Una tal división de 5.000 hombres,
atrincherados en obras de campaña ligeras, como para ser realizadas en
una sola noche, podía haber esperado sin miedo el ataque de cierto núme-
ro de moros. Pero podía haberse desembarcado cada día, si el tiempo
era fa\·orable, y entonces el ejército podía haber sido concentrado a la
vista de Tetuán en seis u ocho dias. Podemos, no obstante, dudar de
1¡ue O'Donnell hubiese deseado exponer en esta forma una de su;; divi-
;:iones a un ataque aislado, posiblemente por dos o tres días -sus tropas
eran jóvenes y no acostumbradas a la guerra. No puede ser criticado
por no haber adoptado esta ruta.
Pero esto podía indudablemente haberlo hecho. Con cada hombre
llevando las provisiones para una semana, con todos sus cañones de
montaña -quizás tina batería de cañones de montaña- y con todas cuan-
tas provisiones hubiese podido cargar en el lomo de sus mulos y caballos,
él podía haber salido de Ceuta y aproximarse a Tetuán tan prestamente
como fuese posible. Tomando en con ideración todas las dificultades,
ocho millas por día es seguramente bastante poco. Pero pongamos cinco;
esto daría cuatro dias de marcha. Pongamos dos días por los combates,
aunque deben ser pobres victorias, las que no implican una ganancia de
cinco millas de terreno. Esto daría seis dias en total e incluiría todos
los retrasos causados por el tiempo, pues un ejército sin impedimenta
puede seguramente hacer cuatro o cinco millas por día en cualquier tiempo.
Así el ejército llegaría al llano de Tetuán antes de que las provisiones
llevadas estuviesen consumidas; en caso de necesidad, los vapores estaban
allí para desembarcar frescos suplementos durante la marcha, como lo
hicieron.
El terreno y el tiempc no son peores en Marruecos que en Argelia, y
los franceses han hecho mucho más allí, en pleno invierno y muy adentro
en las colinas, incluso sin vapores para apoyarles y prov,eerles. Una
vez llegados a las alturas de Montes Negros y dueños del paso a Tetuán,
la comunicación con la flota por los caminos de San Martín estaba ase-
gurada, )' el mar constituía la base de las operaciones. Así, con un poco
de osadía, el período durante el cual el ejército no tuvo base de opera-
ciones a no ser él mismo, habría sido reducido de un mes a una st>mana,
y el plan más audaz era, por esta razón, el más seguro de los dos; cuanto
La Revolución en España 143
- - -- -------------
más fo rmidables fuesen los moros, más peligrosa se volvía la lenta marcha
de O' Donnel l. Y si el ejército. hubiese sido derrotado en el camino de
Tetuán, su retirada era mucho más fáci l que si hubiera estado embarazado
con el bagaje y la artillería.
Los prog resos de O'Donnell desde los Montes Negros, los cl!ales ha cru-
zado casi sin oposición, guardan completa relación con su primer a lentitud.
H ubo de nuevo un levantar y fortalecer de reductos, como si se le opusiera
el ejército mejor organizado. Así se mal gastó una semana, aunque contra
tales oponentes hubieran bastado simples obras de campaña; no podía
esperar ser atacado por ninguna artillería igual a sus seis cañones de
montaña, y para la construcción de un campamento de tal clase, uno o dos
días dehían haber sido suficientes. Por fi n. el día 4 atacó el campo
atrincherado de sus opositores. Los españoles parecen haberse condu-
cido muy bien durante esta acción; de los méritos de orden táctico no pode-
mos juzgar, pues los pocos corresponsales en el campo español desdeñan
todos los escuetos detall es militares por una buena descr ipción y exagerado
entusiasmo. Como dice el corresponsal de The London Times, ¡qué uti li-
dad tendría el que les describiera un trozo de terreno, si para juzgar de
su naturaleza ustedes debían verlo! Los moros f ue.ron completamente
derrota·dos, y al día s igu iente! Tetuán se rindió.
Esto cierr a el prime r acto de la campaña, y si el emperador de Marrue-
cos no es muy obstinado, podrá terminar igualmente toda la guer rél. Las
d ificultades que hasta ahora han sufrido los españoles - dificultades
aumentadas por el sistema con el que han conducido la guer ra- muestran
todavía que si Marruecos resiste, España encontrará un hueso muy duro
de roer. No se trata de la actual resistencia de los moros irregulares
- que nunca derrotarán a tropas di scip linada~ mientras se mantengan
unidas y puedan ser apoyadas; es la naturaleza arisca del país, la i m po-
sibilidad de conquistar algo salvo los pueblos, y llevar además refuer-
zos para ellos; es la necesidad de dispersar el ejército en una gran canti-
dad de pequeños puestos, los cuales, después de todo, no bastan para
mantener expedita una comunicación regular entre las ciudades conquis-
tadas, y las cuales no pueden ser abastecidas a menos que la mayor parte
de la fuerza sea enviada a escoltar los convoyes de aprovisionamiento
en un ·país s in caminos y a través de nubes de guerrilleros moros
que reaparecen continuamente. Es bien sabido lo que fué para los fran-
ceses, dur ante l os cinco o seis años de su conquista en Africa, el avit ua-
llamiento sólo de Blidah y Medech, sin hablar de posiciones más alejadas
144 Marx y Fngels
- - - -- --- ---- ---- --
de la costa. Con el rápido uso y desgaste de los ejércitos eu ropeos en ese
el ima, seis o doce meses de una guerra tal no será un pasatiempo para un
país como España.
El primer objetivo de ataque, s i la guerra continúa, será naturalmente
Tánger. El camino de Tetuan a Tánger se desliza a través de un paso
montañoso y baja luego al valle de un río. E~ una operación toda ella
de tierra adentro - no hay vapores cerca para ;;uministrar provisiones ni
caminos. La distancia es de unas 26 millas. ;. Cuánto tiempo empleará
el Mariscal O"Donnell en recorrer esta distancia y cuántos hombres habrá
de dejar en Tetuán ? Se informa haberse dicho que tomará 20.000 para
sostener la plaza ; pero esto es evidentemente muy exagerado. Con 10.000
hombres en la ciudad y una brigada local en un campo atrincherado en
San Martín, la plaza estaría bastante segura ; esta fuerza siempre puede
guardar el terreno con s ufiente energía para dispersar cualquier ataque
moro. Tánger ¡,¡uede ser tomado mediante cañoneÓs desde el mar, y la
guarnición llevada a aquel lugar también por mar.
Lo mismo s ucedería con Larache, Salé, Mogador. Pero si los espa-
ñoles intentan actuar en este sentido, ¿ por qué la larga marcha hacia
Tetuán? Lo que hay de cierto es que los españoles tienen mucho que
aprender todavía en asuntos guerreros antes que puedan imponer la paz
a Marruecos. si Marrueco'> res iste un año.

New 't"ork Daily Tribune, 17 de marzo de 1860.


SEXTA PARTE

Los Bakuninistas en Acción


POR

FEDER I CO ENGELS
MEMORIA SOBRE LA I NSURRECCION
DE ESPAÑA (VERANO DE 1873) !I)
ADVERTENCIA PRELIMINAR

· Para facilitar la comprensión de la s iguiente memoria, consignaremos


aquí unos cuantos datos cronológicos.
El 9 de febrero de 1873, el rey Amadeo se hartó ya de la corona de
España; fué el primer rey huelguista y abdicó. El 12 fué proclamada la
República. Inmediatamente, esta lió en las Provincias Vascongadas un
nuevo levantamiento carlista.
E l lO de abril fué elegida una Asamblea Constituyente, que se reunió
a comienzos de junio, y el 8 de este mes fué proclamada la República fede-
ral. El l l se constituyó m• nuevo Ministerio bajo la presidencia de Pi
y Margal!. Al mismo tiempo, se eligió una Comisión encargada de redac-
tar el proyecto de la nueva Constitución, pero fueron excluídos de ella los
republicanos extremistas, los llamad~s intransigentes. Cuando, el 3 de
julio, se proclamó la nueva Constitución, ésta no iba tan lejos como los
intransigentes pretendían en cuanto a la división de España en "cantones
independientes"; así, pues, los intransigentes organjzaron al punto alza-
mientos en provincias; en los días 5 a 11 de julio, los intransigentes triun-
faron en Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, Cádiz, ,~) coy, Murci~., Carta-
gena, Valencia, etc., e instauraron en .cada una de estas ciudades un gobier-
no cantonal independiente. El 18 de julio dimitió Pi y Margall y Jué sus·
tituído por Salmerón, quien inmediatamente lanzó a las tropas contra los
insurrectos. Estos fueron vencidos a los pocos días, tras ligera resistencia;
ya el 26 de julio, con la caída de Cádiz, quedó restaurado el poder del
Gobierno en toda Andalucía y, casi al mismo tiempo, fu eron sometidas
Murcia y Valencia ; únicamente Valencia 1uchó con alguna energía.
Y sólo Cartagena resistió. Este puerto militar, el mayor de España,
l
( t) Esta serie de artículos de Engels, titulada Los lJak-tministas en
acción, fué publicada en tres números del periódico Volksstaat (El Estado
del Pueblo) a fines de octubre y comienzos de noviembre de 1873. La adver-
tencia preliminar fué escrita en 1894.-(N. de la R ed.)
i48 Marx y Engels
-------------------
que había caído en poder dr: los insurrectos junto con la marina de
guerra, estaba defendidc por tierra, además de por la muralla, por
trece fortines des tacados y no era, por ta nto, fáci l de tomar. Y, como
el Gobierno se gua rdaba muy mucho de destruir s u propia base naval,
el " Cantón independiente de Cartagena" vivió hasta el 11 de enero
de l 87'J.. día en que por fin capituló. porque en realidad no tenía en el
mundo nada mejor que hacer.
De esta ignominiosa insurrección, lo único que nos interesa son las
hazañas todavía más ignominiosas de los ana rquistas bakuninianos; únicas
que relatamos aquí con cierto detalle, pa ra preveni r con este ejemplo al
mundo contemporáneo.

I
El informe que acaba de publicar la Comisión de La Haya sobre
la Ali anza secreta de Bakunin ha puesto de manifiesto ante el mundo
obrero los manejos ocultes, las granuj adas y la huera fraseología con
que se ·pretendía poner el movimiento proletario al servicio de la pre-
suntuosa ambición y los designios egoístas de unos cuantos genios incom-
prendidos. Entretanto, estos megalómanos nos han dado ocas.ión en
España de conocer también su Hctuación revolucionaria práctica. Veamos
cómo llevan a los hechos s us frases ttltra rrevolucionari:as sobre la anar-
quía y la autonomía individual, sobre la abolición de toda autoridad,
especialmente de la del Estado, sobre l a emancipación inmediata y com-
pleta de los obreros. Por fin podemos hacerlo ya, pues ahora, c.demás
de la información de los perió~cos sobre los acontecimientos de España,
tenemos a la vista el informe enviado al Congreso de Ginebra por la
Nueva Federación Madrileña de la I nternacional.
Es sabido que, en España, al producirse la escisión de la Internacional,
sacaron ventaja los miembro.; de la Alianza secreta; la gran mayoría de
los obrero~ españoles se adhirió a ellos. Al ser proclamada la República,
en febrero de 1873, los aliancistas españoles se vieron en un trance muy
difíci l. cspaña es un país muy atrasado industrialmente y, por lo tanto,
no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la
clase obrera. Antes de esto, España tiene que pasar por varias etapas
previas de desarroll o y quitar de en medio toda una serie de obstáculos.
La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible estas etapa¡::
y para barrer rápidamente estos obstácul os. Pero esta ocasión sólo podía
La Revolución en España 149

a provecharse mediante la intervención política acti,·a dt> la clase •1bren1


española. La masa obrera lo sentía así; en todas p a rtes presionaba para
que se interviniese en los acr.ntecimientos, para que se aprovechase la
ocasión de actuar, en vez de dejar, como basta entonce$. a las clases posee-
doras el campo libre para la acción y para las intrigas. El Gobier11o con·
vocó elecciones a las Cortes Constituyentes; ¿qué posición debía adoptar
la Internacional? Los jefes bakuninistas estaban sumidos en la mayor
perplejidad. La prolongación de> la inactividad política hacíase cada día
más ridícula y más insostenible: los obr er os querían " hechos". Y por
otra parte, los a liancistas llevaban años predicando que no se debía inter-
venir en ninguna revolución que no fuese encaminada a la emancipación
inmcdjata y completa de la c lase obrera; que el emprender cualquier
acción política implicaba el reconocimiento del Estado, el gran principio
del mal; y que, por lo tanto. y muy especialmente. la participación en
cualquier clase de eleccioneE era un c rimen que merecía la muerte. El
citado informe de Madrid nos dice cómo salieron del aprieto:
·'Los mismos que habían repudtado los acuerdos de La H aya sobre
la actitud política de la clase obrera y pisoteado los Estatutos de la Aso·
ciación. llevando con éllo la escisión. la discordia y e l desorder. a la I nter-
nacional en España; los mismo:: que tenían la de~;vergüenza de presen·
tarnos a los ojos de los obreros como unos arrivistas ambiciosos, que,
bajo el pretexto de llevar al Poder a la clase obrera. querían entronizar e
t>n !"1 Poder ; lo!' mismo!' que . e llaman autónomos. anarquistas revolurio-
narios. etc., .se han lanzado en esta ocasión, con el mayor celo, n har.er
política, pero la peor de todas las polític.as: la política burguesu. No
laboraron ¡)ara conquistar el Podt'r político para la clase obrera -por el
contrario. aborrecen esta idea- . sino por agenciar el Poder a una parte
de la burguesía. formada por aventureros, ambicio::os y arrivistas que $e
llaman a sí mismos republicanos intransigentes.
·'Ya en vísperas de las elecciones gener ales a las Corte!' Con~tituyen­
tes. los obreros de Barcelona, Alcoy y otros siti o~ pidieron que se les
dijese qué política habían de seguir los trabajadore~. tanto en el terreno
de la lucha parlamentaria como en los demás. Con este motivo se cele·
braron dos g randes mítines. uno f'n DarcE'Iona y otro Pn Alcoy; los alian-
cistas lucharon en ambos con todas sus fuerzas por impedir que se defi-
niese la actitud política que había de adoptar la 1ntPrnacional (la suya,
¡entiéndase bien!) . Se acordó. en vista de esto. r¡tt~ la lntern.!tcional,
como tal asociación, no debía df'splegar rtingww ar'Íl•idad política. P"'o
150 Marx :r Engels

¡que los int¡•mucionalistas. personalmentr. podrían obrar como cn·yeran


conrenientr y adlwrirst• al partido qur mejor les pareciera, en virtud de su
fumosa autonomía individual.' ;. Cual fué el resultad!' df' la aplicación de
tan ab::urda doctrina? Qllc In ~ra n masa de los internacionalistas, incluso
lo~ anarqui ~ tas. tomó parte en lu:' t>lecciones sin programa, sin bandera,
~in cand idato~ propios. contribuyendo de este modo a que ~a tiesen triun·
fant~ casi exclusivamente lo!- candidatos republicanos bu rguese~. Sólo
~e sentaron en lo~ escaño-< dos o tre::: obreros. hombrrs sin representación
alguna. que no alzaron 11! r oz ni uns sola vez en clefen a dr los intereses
de nuestra clase y que vottiban tranquilamentf' todas las proposiciones
reaccionarias de la mayoría."
A esto conduce el '·abstencionismo político" bakuniuista. [n tiempos
pacíficos. en que el proletariado sabe de antemano que a lo sumo ~:o use·
gui rá llevar al Parl~mento l!IIOS r.uftntos diputados y que la obtencióu de
una mayoría parlamentaria le está por completo vedada, se conseguirá
acaso r.cmvencer a los ob rero~ en algún sitio que otro de que es toda una
actuaciún revolucionaria quedarse en casa cuando haya elecc·iones y, en
vez de atacar ni Estado concreto en el que vivimos y que nos oprime, at:.car
al Estad· en al:<t racto. que no existe en ninguna parte ,y por lo tanto. no
¡mede defender:::e. I::s ~~te un procedimiento magnifico de hacerse el revo·
lucionario. característico de gentes a quienes se les cae fácilmente el alma
a los pies; y ha;.ta qué punto los jefes de los aliancistas españoles se cuen·
lan entre esta casta de gentes lo demuestra con todo detalle el escrito sobre
la Alianza que citábamos al principio.
Pero. tan pronto como los mi,-mos acontecimientos empujan al prole·
tariado y lo colocan en primer plano, el abstencionismo se convierte en
una majadería palpable y la intervención activa de la clase obrera es una
necesidad que es preciso admitir. Y b:te fué el caso en Espaiia. La
abdicación de Ama deo había desplazado del Poder y de la posibi licfad
inmediata de recobrarlo a los monárquicos radicales; los al fonsino:- esta·
ban. por e l momento. mós imposibilitado!' aún; los carlistas prefer ían,
como casi siempre. la guerra civil a la lucha electoral. Todos estos partÍ·
do!' se abstn\'ieron a la manera española: en las e lecciones só lo tomaron
parte los repuhlicano. federales. divididos en dos bandos. y la masa (lhrera.
Dada la enorme fascinación que el nombre de la Internacional ejercía
aún por aquf'l entonces sobre los ohreros de España y dada la excelente
organizació11 que. al me nos para los fines prácticos. conservaba ulrn su
Sección española. c.>ra seguro que en los disu·itos fahri le:: de Cataluiia. en
La Revolución en España 151

Valencia, en las ciudades de Andalucía, etc., habrían triunfado brillante·


mente todos los candidatos presentados y mantenidos por la Internacional ,
J\evando a las Cortes una minoría lo bastante fuerte para decidir en las
votaciones entr e los dos bandos republicanos. Los ohreros sentían esto;
sentían que había llegado la hora de poner en juego su potente organi7.a-
ción, pues por aquel entonces todavía lo era. Pero los señores Jefes de
la escuela bakuninista habían predicado durante tanto tiempo el evangelio
del abstencionismo incondicional, que no podían dar marcha atrás repen·
tinamente; y así. inventaron aquella lamentable sal id a consistente en
hacer que la I nternacional se abstuviese como colectividad. pero dejando
a s us miembros en libertad para votar individualmente como se fc·s alifO·
;ase. La consecuencia de esta declaración en quiebra política. fué c1ue lo;:
obreroR, como ocurre siempre en tales casos. votaran a la gente que Re la,.;
daba de más radical : a los intransigentes. Y que. ~i nti éndose con e:<IO m~1.­
o menos responsables de los pasos dados posteriormente por sus dl'!!ido..:.
acabaran por verse envueltos en su actuación.

I I
Los a liancistas no podían pers1st1 r en la ridícula si tuación en que se
habían colocado con su astuta política electora l. a menos de querer dar
a l traste con su j~fatura sobre la TnternacionaJ en España. Tenían que
aparentar, por lo menos. que hacían algo. Y su tabla de salvación fué ...
la huelga general.
En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca que se
pone en juego para desencadenar la revolución social. Una buen.: maña-
na, los obreros de todos los gTemios de un país y hasta del mundo entero
deja n el trabajo y. en cuatro semanas a lo sumo. obligan a las clases posee·
doras a darse por vencidas o a . lanzarse contra lo~ obreros. con lo cual
dan a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la oca~ión.
toda la vieja · organización ~ocia l. La idea dista mucho de ,ser nueva:

~
)rimero los soc ialista~ franceses y luego los belgas sr han hartado. desde
1848. de montar este palufren. que es. sin embargo. por su ori~en. un
caballo de raza inglesa. Durante el rápido e intenso auge del eartismo
entre lo!" obreros británico!". que siguió a la crisis de 1837. se predicó. ya
en 1839. el "mes santo". e l paro en escala nacional U): y la idea tuvo
tanta resonancia, que los ohreros fabri les del norte de fnglaterra inten-
taron ponerla en prácticn en julio de 1842. También en el Congrt>::o de
152 Marx}' ¡:;,tge ls

· los a liancistat: celebrado en Ginebra el 1 de septiembre de 1873 desem-


peñó g ra n papel la huelga general, si bien se reconoció por todo el
mundo que para esto hacía falta una organhación perfecta de la clase
obrera r una caja bien repleta. Y a quí precisamente e l quid del asunto.
En p ~mer lugar. los Gobiernos, sobre todo si se les deja envalentonarse
con e l ab::-tencionismo político. jamás pe.-mitir án que la organ ización ni
las cajas de lo:; obreros lleguen tan lejos; y. por otr a parte, los aconteci-
mient o~ político:> y los abusos de las clases gobernanle!S fa cilitarán la
(;maucipación de los obreros mucho antes de que el proletariado lleg ue a
reur.ír esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero,
~;i tlispu:oie"e de ambas cosas. no necesitaría dar e l rodeo de la huelga
general para llegar a la meta.
Para nadie que conozca un poco el engranaje ocult.o de la Alianza
puede ser dudoso que la propuesta de aplicar este bien experimentado
procedimiento partió del centro· suizo. Pues bien: los dirigentes españo-
les encontraron de este modo una salida para hacer algo sin volverse de
una vez .. polífrcos'"; y se lanzaron encantados a ella. P~ r todas partes
Re predicaron los efectos milagrosos de la huelga general y en seguida ~
preparó todo para comenza rla en Barcelona y en Al coy.
Entretanto, la s ituación política iba a cercándose cada vez más a una
cn s ts. Lo~ viejos tragahombres de l republicanismo federal, Castelar y
compa r:'as, se echaron a wmhlar ante el movimiento, que les rebasaba;
¡ 110 tuvieron más remedio que ceder el Poder a Pi y Margall , que intentaba
Luna transacción con los intransigentes. P i e ra, de todos los ree.ublican~s
o fi ciale~. el único socialista. el único que com_erendiaJa nec@sidad de ql.!!:
ta-Repúbl ica se aeo5J!se en IQs obreros. Así pr~!'cntó en seguida un pro-
Fráma de medidas ~ociales de inmediata ejecución. que no sólo eran direc-
tamente ,-entajosas para los obreros. sino que. además, por s us efectos,
terdan necesariamente que empuj ar a m ~yore!' avances y, de este modo,
por lo menos poner en me.r<:lta la reforma social. P ero los interuaciona-
listas bakunini anos, q ue tienen la obligación de rechazar hasta las medi-
das más revoluciona rias. cuando éstas arrancan del '"Esta do", preferían
apoyar a los intransigentes más ex.tra,·agantes a ntes que a un ministro.
La~ ·tPgociaciones de Pi <on los intransigentes se dilataban; los iutransi-
~ente~ empezaron a perd•!r lu paciencia: los más fogosos de ellos comen-
za ro n a <'ncender en Anda lucía el le,·antamiento cantona l. H abía llegado

!J) !Véa se ENGELS: Layt der Arbeitender Kl{ls.~e in England (SituaciÓft


de la clase obrera en I nglaterra), 2' edición, página 234.
La Revolución en España 153
·- - - --- - - - - ---
la hora tlP- que los jefes de la Alianza actuasen tamhién, si no querían
seguir ruarchando a la zaga de los ir,transigentes burg ueses. En Yista de
esto. ordenaron la huel ga g<·neral.
En Barcelona se pegó, entre otros, este carte l: "¡ Obreros! Declara-
mos la huelga general para áemo¡;trar la profunda repugnancia que nos
causa ver cómo el Gobierno echa a la ca lle el ejército para luchar contra
nuestros herma110s trabajadores, mientras apenas se preocupa de la guerra
contnt los carlistas", etc. Es decir. que se invitaba a los ohreros de Barce-
lona -el centro fabril más importante de España. que tiene en su haher
hi!'tórico más combates de barricada!' que ninguna otra ci udad del nwndo
a enfreuta rse con d Poder públ ico nrmadó. no con las armas que ello!;
tenían tambiéu en sus munos, sino con un _puro genera l, con una medida
que sólo afecta directamente a los burg ueses individuales, pero que no \'u
contra su representación colectiva, contra el poder del F... tado. Los obre-
ros barcelonese.« habían pod.ido escucha r en la inactividad de los tiempos
de paz las frase:" violenta8 de hombres tan mansos como Alerini, farga
Pellicer y Viñas : pero cuando llegó la hora de actuar, cuando Ale rini.
Farga y Viñas lan?.aron, primero, 1111 famoso prog rama electoral, l·ut-go i\e
dedicaron con!'tantemente a calmar los áni mos. y por fin. en n~z de llamar
a las armas. declara ron la huelga general, acabaron por provocar el rlf' -
precio de los obreros. El más débil <le los intran ~igentes revelaba. con
todo. más energía que el más enérgico ele lo- alianci~tas. La Alianza ~
la 1nternacional mangoneada po r· ella perdieron toda su influenr.ia y.
cuarrtlo ef;to.« caba lleros proclamaron 1 :~ huelga general. bajo el pretexto
de paralizar con e llo la acción del Gobierno, l o~ ohreroJ=; Fe echaron Fenci-
llamente a reír. Pero la acti\'id ad de la fal~a l nterna<'ional había conse-
gu irlo. por lo menos. que Barcelona ;:e mantuviese al margen del alza-
miento cantonal. Dentro de él. la rep re~entaci ón de la clase obrera era.
en todas partes. un e lemento muy fuert e; y Barct-lona era la única ciurlacl
cuya incorporación podía res palda r de un modo firmf' a este eleme11to
obrero r darl e la perspectiva de hacerse dueño, en fin de cuentas, de todo
e l movimiento. Además, la incorporación ele Barcelona puede decirse
que habría decidido el triunío. p,.ro Barcelona no movió un dedo; los
obreros barcelonese.", qnc scbían a q11é atener~~ rt>~pect o a !os intransi-
gentes y habían s ido engañados por los a lianci:sta;:. ~e cruzaron de brazos
y dieron con ello e l triunfo final a l Gobierno de ~1adrid. Todo lo c11a l ¡•·
no imnidi ó a los a li ancistl'ls Alerini y Rro usse {acerca de cuyas personas 1•
da m~s deta lle~ e l informe ~obre la Alianza)· decla rar eo s11 periódico r1
'
15.:1. !llar x y En gc ls

Solidaridad ReL·olucionaria: " E! mo\'imiento revolucionario !<e extiende-


como un reguero de pó lvora por toda la penin~ula. . . En Barcc>lona
todavía no ha pasado nada, ¡pero en la. pla:.a p1íblica 1'.~/.IÍ la rm;o/urión
sil~rnpre en su puesto!". Pero e ra la re volución efe lo:; a lian cista~ . que
consiste en mantener torn~os o rato ri o~ y. p recisamente- por c,:;to. !-e está
··~ iempre en ~u puesto". sin sa lir de la " plaza".
La huelga genera l se había puesto a la orden del rlía al mismo tiempo
en Alcoy. Alcoy es un centro fabril efe rec-iente c re<.~c i ón que cuenta
actualmP.nte unos 30.000 habitante>!- y en el que la Internacio nal. en forma .
bakuniniana. ~ólo log ró penetrar hace un año. desa rro ll á ndo~e luego con
g ran rapidez. El sociali ~mo. bajo cualq uier otra form a, era bien recibido
por estos obre ro~. que hasta en tonce-~ habían permanecido completa meute
al margen del movimiento. hecho que se re pite en al~tlrlO!' Ju ga re~. reza·
~ados de Alemania. d onde repentinamente la Asociación General de Oh re·
ros alemanes ha encontrarlo. por e l momento. gran nÍimero de a deptos.
Alcoy fué e legido, por tanto. para sede de la Comisión federal uakuni·
nista española ; y esta Comisión f(:'dE'ra l e;:; precisumE'IIte la que vamo~ a
\ er aquí actua r.
El 7 de julio. una asamblea obrera Loma el acuerdo de huelga general;
y al día si ~uiente em·ía 111111 comisión a enlre\'ista rse con e l alcalde. requi·
r iéndole par a que reúna en e l término de veinticuatro horas a los patronos
y les presente las reiviRdicaciones de los obreros. El a lcalde, Albors, un
republicano bu rgué-s. entreliPne a los obreros, p ide tro pas a Alicante y
aconseja a lo~ patronos que no ceda!l, sino que se parapeten en s us casas.
En cuanto a rl. e:;tará en !:'ll puesto. Después de celebra r una entrevista
con los patrono:-; --e.stamos s iguiendo el informe ofi cia l de la Comisión
federal aliancisla. que lleva fecha de 14 de julio de L873-. el a lcalde,
que en un principio había prometido a los obreros mantenerse neutml,
lanza una proclama en la que " injuria y calumnia a los obreros y toma
partido por los patronos. a nulando así e l derecho y la lihertad de lo;; huel·
~ ui stas y retá ndolos a lucha r'' . Cómo los piado:::os deseo:- de un alcalde
podían anu la r e l derecho y la libertad ,de los huelg uistas. es cosa que no
se aclara en e l informe. El caso es que los obrer os, dirigidos por la Alían·
za. hicieron saber al Concejo, por medio de una comisión, que, si no
P!:'taba dis puesto a ma nte ner en la huelga la neutralidad promet ida, lo
mejor que podía hacer c r:1 dimitir para evitar un confl icto. La propuesta
l ué rechazada y. cuando la comis ión salía del Ayuntamiento. la fuerza
, .ública disparó contra el pueblo. congregado en la pla1.a en actillh l paCÍ·
La Revolución en EspatítJ 155

Cica y sin armas. Así comenzó la lucha, según el informe aliancista. El


pueblo se armó, y comenzó la batalla , que había de durar " veinte horas".
De una parte. los obreros, que Solidaridad Revolucionaria cifra en 5.000,
de otra parte 32 guardias civiles concentrados en el Ayuntamiento y algu·
nas gentes armadas parapetadas en cuatro o cinco casas junto al mercado,
casas a las que el pueblo pegó fuego a la buena manera prusiana. Por
fin , a los guardias se les agotaron las municiones y tuvieron que capitular.
"No habría habido que lamentar tantas desgracias -dice el informe de la
Comisión a liancista- si el alcalde Albors no hubiera engañado al pueblo
simulando rendirse y haciendo luego asesinar alevosamente a los que entra·
ron en el A~ntaroiento fiándose de su palabra; y el mismo alcalde no
habría perecido, como p«>reció justicieramente a manos de la población
indignada, si no hubiese dispHrado su revólver a quemarropa contra los
que iban a detenerle".
¿ C~ántas bajas causó esta batalla? " Si bien no es posible calcular
con exactitud el número de muertos y heridos (de parte del pueblo) , sí
podemos decir que no habrán bajado seguramente de ... diez. De parle
de los provocadores. no bajan de quince los muertos y los heridos.
Esta fué la primera batalla callejera de la Alianza. Al frente de 5.000
hombres, se batió durante veinte horas contra 32 guardias y algunos bur·
gueses armados; los venció, después que ellos hubieron agotado las m uni·
ciones y perdió, en total, die= hombres. Se conoce que la Alianza inculca
a sus iniciados aquella sabia sentencia de Falstaff de que " la prudencia es
la mejor parte de la va l en~ía'".
Huelga decir que todas lao; noticias terrorHicas de los periódicos bur-
~ ueses, que hablan de fábricas incendiadas sin objeto alguno, de guardias
fu si lados en masa. de personas rociadas r.on petróleo y luego quemadas,
son puras invenciones. Los obreros vencedores, aunque estén dirigidos
por aliancistas cuyo lema es: " no hay que re"parar ante nada". son siempre
demasiado generosos con el enemigo vencido para obrar así, y éste se
limita a imputarles todas las atrocidades que él no deja de cometer nunca
cuando vence.
Eran, pues. vencedores. " En Alcoy - dice llena de júbilo Solidaridad
Revolucionaria- nuestros amigos. en número de 5.000. son dueños de la
situación". Veamos qué hicieron de su "situación" los tales " dueños".
Al llegar aquí, el informe de la Alianza y el periódico aliancista nos
dejan en la estacada; tenemos que contentarnos con la información genera!
de la prensa. P or ésta, nos enteramos de que en Alcoy se constituyó inme·
1;,6 Marr. y Engels
----------------------------------
diatamente un "Comjté de Salud Pública", es decir, un Gobierno revolu·
ciona rio. Es cierto que en e l Congreso celebrado por ellos en Saint I micr
(Suiza) el 15 de septiembre de 1872, los aliancistas h:~bían acordado oue
" toda organización de un poder político con el nombre de provisional o
revolucionario sólo podía ser una nueva añagaza r tan peligrosa para el
proletariado como• todos los Gobiernos que actualmente existen". Ade-
más, los m iembros de la Comisión federa l de España residente en Al coy
habían hecho lo indecible para conseguir que el Congreso de la sección
española de la Internacional hiciese uyo este acuerdo. Pero, a pesar de
todo esto. nos encontramos q ue Sever ino Albarracín. miembro de aquella
Comisión y, según nuestro~ informes, también Franci$co T01nás. su secre·
tario, forman parle de ese gobierno provisional y re,·olucionario que era
e l Comité de Salud P ública de Alcoy.
¿. Y qué hizo este Comité de Salud Pública? ¿Cuáles fueron sus me·
rudas para lograr " la inmediata y completa emancipación de los obreros.'?
Prohibir que ningún hombre saliese de la villa, autor izando en cambio
para hacerlo a las mujeres, siempre y cuando que... ¡tuviesen pase! i Los
enemigos d~ la autor idad restableciendo el régimen de pases ! Por lo
demás, la más completa perplejidad. la rriás compl eta inactividad, el más
;ompleto desamparo.
Entretanto, e l general Velarda avanzaba con sm: tropas desde Al icante.
SI gobierno tenía sus razones para ir apaciguando silenciosamente las
insu rrecciones locales de las provincias. Y los "dueño~¡ de la situación"
de Alcoy tenían también las suyas para zafarse de un estado de cosas con
el que no sabían qué hacer. Por eso e l diputado Cervera, que actuaba
de mediador, encontró el camino llano. El Comité de Salud P ública
resignó sus podere~, las tropas entraron en la vi lla e l día 12 sin encontrar
la menor resistencia y la únita promesa que se hizo a cambio a l Comité
de Salud P ública fué ... dar una amnistía general. Los aliancistac; " d ue·
ños de la situación" habían salido realmente del aprieto una vez m!Ís.
Y con e!"tO terminó la aventura de Alcoy.
En San lúcar de Barrameda, junto a Cádiz. "el a lcalde - r ela ta el
informe a liancista- c lausura el local de la rnternacional y, con sus
amenazas y ~u!" incesantes ataques contra los derechos personales de los
ciudadanos. pro\·oca la cólera ele los obreros. Una comisión reclama
del ministro e l reconocimiento de !"U derecho y la reapertura del local,
a rbitrariamente clausurado. El seiior Pi accede a ello en principio...
pero dene¡rándolo en la práctica; los obreros ven que e l gobierno truta
La Revolución en Es pañ.a 157

de colocar a su Asociación sislemal1camente fuera de la ley; destituyen


a las autoridades locales y ponen en su lugar a otras que ordenan la
reapertura del local de la Asociación".
"¡En Sanlúcar ... el pueblo es dueño de la situación!", exclama triun-
falmente "Solidaridad Revolucionaria! ". Los aliancistas, que también
aquí, en completa contradicción con sus principios anarquistas, institu-
yeron un gobierno revolucionario, no supieron por dónde empezar a
servirse del Poder. Perdieron el tiempo en debates vacuos y acuerdos
sobre el papel, y el 5 de agosto, después de ocupar las ciudades de Sevi-
lla y Cádiz, el general Pavía destacó a unas cuantas compañías de la
brigada Soria- para tomar Sanlúcar y ... no encontró la menor resistencia.
Esas son las hazañas heroicas llevadas a cabo por la Alianza donde
nadie le hacía competencia.

111
Inmediatamente después de la batalla librada en las calles de Alcoy,
se levantaron los intransigentes en Andalucía. Pi y Margall estaba toda-
vía en el Poder y en continuas negociaciones con los jefes de este grupo
político, para sacar de ellos un nuevo ministerio. i. Por qué, pues, echarse
a la cal le, sin esperar a que fracasaran las negociaciones? La ra:.:ón de
estas prisas no ha llegado a ponerse nunca totalmeute en claro. Lo único
que puede asegur a rse es que los señores intransigentes trataban ante todo
de que se llevase a la práctica cuanto antes la República federa l para
de este modo poder escalar el Poder y los muchos cargos nuevos r¡ue
habrían de crearse en los distintos cantones. En Madrid. las Cortes tar-
daban mucho en descuartizar a España; había que tomar cartas en el
asunto y proclamar en todas partes cantones soberanos. La actitud que
había venido manteniendo hasta entonces la I nternacional ( la bakuni-
nista), envuelta de lleno, desde las elecciones, en los manejos de los
intransigentes, permitía contar Mn su colaboración; además, precisa-
mente se había apoderado de Alcoy por la violencia y estaba por lo
tanto, en lucha abierta con el gobierno. A esto se añadia el que los
bakuninistas habían predicado siempre que toda acción revolucionar ia
de arriba abajo era perniciosa y que todo debía organizarse y llevarse
a cabo de abajo a rri ba. Y be aquí que ahora se les deparaba la ocasión
de implantar de abajo arriba, al menos en unas cuantas ciudades, el
famoso principio de la autonomía. Ni que decir tiene que los obreros
bakuninistas se tragaron el anzuelo y sacaron las castañas del fuego a
i58 Marx y Engels

los intransigentes, para luego verse recompensados por sus aliado!>, como
siempre, con puntapiés y balss de fusil.
Veamos cuál fué la pQs ición de los internacionalistas bakunjnistas
en todo este movimiento. Ayudaron a imprimirle el sello de la atomi-
zación federali sta y realizaron su ideal de la anarquía en la meruda de
Jo posible. Los mismos bakunirustas que, pocos meses antes, en Córdoba,
habían anatemizado como una traición y una añagaza contra los obreros
la instauración de los gobiernos revolucionarios, formaban ahora parle
de todos los gobiernos municipales revolucionarios de Andalucía, pero
siempre en minoría, de modo que los intrans igentes podían hacer cuanto
les viniera en gana. Mjentras éstos monopolizaban la düección política
y militar del movimiento, a los obreros se les despachaba con unos cuan·
tos tópicos brillantes o con unos supuestos acuerdos sobre reformas socia-
les del carácter más tosco y absurdo y que, ndemás, sólo existían sobre
el pa pel. En cuanto los líderes bakuninistas pedían alguna concesión
!eal y positiva se les rechazaba desdeñosamente. Lo más importante que
tenían s iempre que declarar los intransigentes directores del movimiento
a los corresponsales de los periódicos ingleses, era que ellos no tenían
nada que ver con estos llamados intern acionali ~tas y que declinaban toda
res ponsabilidad por. sus actos, aclarando bien que tenían estrictamente
vigil ados por la policía 9. sus jefes y a todos los emigrados de la Comu·
na de París. Finalmente, en Sevilla, como veremos, los intransigentes,
durante el combate contra las tropas del gobierno, dispararon también
contra sus aliados bakuninistas.
Así sucedió que, en el transcurso de pocos días, toda Andalucía estuvo
en manos de los intransigentes armados. Sevilla, Málaga, Granada, Cá-
diz, etc., cayeron en su poder casi sin resistencia. Cada ciudad se declaró
cantón independiente y nombró una Junta revolucionaria de gobierno.
Lo mismo hicieron después Murcia, Cartagena, Valencia. En Salamanca
se hizo también un ensayo por el estilo, pero de carácter más pacífico.
Asi estuvieron la mayoría de las grandes ciudades de España en poder
de los insurrectos, con P.xcepción de la capital, Madrid -simple ciudad
de lujo, que casi nunca interviene decisivamente-. y de Barcelona. Si
Barcelona se hubiese lanzado, el triunfo fina l habría sido casi seguro
y además se habría asegurado un refuerzo firme al elemento obrero que
tomaba piule en el movimiento. Pero ya hemos visto que en Barcelona
los intransigentes no tenían &penas f uerza y que los internacionalistas
hakuninianos, que por aquel entonces eran aún muy fuertes allí, tomaron
La Revolución en España 159

la huelga general como pretexto para ca lmar-los ánimo:-:. Así pues, esta
vez, Barcelona no estuvo en su puesto.
o obstante. la insurrección. aunque iniciada de un modo descabe-
llado, tenía todavía g randes perspectivas rtl' éxito !>i 8t> la hubiera !OahidO'
encauzar con un poco de ir.teligencia, siquiera hubiese sido al modo de
las revueltas militares españolas, en que la guarnición de una plaza se
subl eva, va sobre la plaza más CP-rcana, arrastra consigo a la guarnición
de ésta, preparada de antemano, y, creciendo como un alud, avanza sobre
la capital, hasta que una batalla afortunada o el paso a su campo de las
tropas enviadas contra ella decide el tr iunfo. Este método era especial ·
mente aplicable en esta ocasión. Los ins urrectos se ha llaban organizados
en todas partes desde hacía mucho tiempo en batallones de voluntarios,
cuya disciplina era, a decir ver dad, deplorable, pero no más deplorable
seguramente que la de Jos restos del antiguo ejército español, que, en
su mayor parte, se había desmoronado. La única fuerza de confianza
con que contaba el gobierno era la Guardia Civi l y ésta se hallaba des-
perdigada por todo el país. Era p rimordial impedir a todo trance la
concentración de los guardias civiles y, para esto, no había más recm80
que tomar la ofensiva y aventurarse a campo abierto ; la cosa no era
muy arriesgada, pues el gobierno sólo podía oponer a los voluntarios
tropas tan indisciplinadas como las suyas. Y, s i se quería vencer, no
había otro camino.
Pero, no. El federalismo de los intransigentes y de su apéndice
bakuninista consistía precisamente en dejar que cada ciudad actuase por
su cuP.nta y declaraba esencial, no su cooperaci ón contra las otras ciuda·
des, sino su separación de ellas, con lo cual cer raba el paso a toda posi·
bilidad de una ofensiva general. Lo que en la guerra de los campes inos
alemanes y en las insurrecciones alemanas de mayo de 184,9 había sido
un mal inevitable - la atomización y e l aislamiento de ]a<; fuerzas revo·
lucionarias, que permitió a las tropas del gobierno ir aplastando un alza.
miento tras otro- se proclamó aquí como el principio de la s uprema
sabiduría revolucionaria. Bakunin pudo disfr utar de este desagr avio.
Ya en septiembre de 1870 (en sus " Leltres á un Fraru;ais") había decla-
rado que el único medio para expul sar de Francia a los pr usianos con
una lucha revolucionaria consistía en abolir toda dirección centralizada
y dej a r que cada ciudad, cada aldea, cada municipio, dirigiese la guerra
por su cuenta. Si el ejército pru ~iano, cou su dirección umca. !>e
oponía el desencadenamiento de las ra ~iones revo lucionarias, el triunfo
lúO Marx y Engefs

eul seguro. Frente a la inteligencia colt>ctiva del pueblo francés, aban-


donado por fin de nuevo a s us propio~ designios, la inteli gencia individual
de Moltke se esfumaría. t:ntonces. los franceses no quisieron concebir
esto; pero en Es paña se obsequil! a Bakunin, como hemos visto, y aun
hemos de ver. con un triunfo resonante.
Entre tanto. la puñalada trapera de este levantamiento. organizado
$in pretexto a lguuo. imposibilitó a Pi y Margall para seguir negociando
con los intrans igentes. Tuvo que dimitir: le sustituyeron en el Poder
los republicanos puro;:. del tipo de Cast.elar. burgueses si n disfraz. cuyo
primer designio era dar al traste con el movimiento obrero. del q ue antes
se habían servido. pero que ahora les estorbaba. A las órdenes del gene-
ral Pavía. se formó una división pura mandarla contra Andalucía y otra
a las órdenes del gene ral Martíuez Campos para enviarl a contra Valencia
y Cartagena. El nervio de estas divisiones eran los guardias civi les traí-
dos de todas pa rte~ de España. todo~ ellos antiguos soldados cuya dis-
ciplina se· mantenía aún inconmovible. Como había ocu rrido con los
gendarmes en la ma rcha del ejér<'ito versallés sobre París, la misión de
estos guardias civil es e ra refo rzar las tropas de línea desmoralízadas
e ir siemp re a la cabeza de las co lumnas de ataque, cometido que, en
ambos casos, cump lieron en la medida de sus fuerzas. Además de ellos
contenían las divisiones a lgunos regimientos de línea refundidos, de modo
que cada una de ellas estaba compuesta por unos 3:000 hombres. Era
todo lo que el gobierno podía mo,•ilizar contra los insurrectos.
E l general Pavía se puso en marcha hacia el 20 _de julio. El 24 fué
ocupada Córdoba por una columna de g uardias civiles y tropas de línea
a l mando de Ripoll. El 29, Pavía atacó las barricadas de Sevilla, la
cual cayó en s u;; manos el 30 ó el 31. (Muchos de los telegramas no
permiten fijar con i'eguridad las fechas.) Dejó una columna móvil para
someter los alrededores y avanzó sobre Cádiz. cuyos d!'fensores no se
baUeron más que en el arceso a la ciudad. y aun aquí con pocos bríos;
luego, el 4 de agosto se dejaron desarmar s in resistencia. En los días
siguientes desa rmó. ta mbién sin resistencia, a Sanlúcar de Barrameda,
San Roque, Tarifa. Algeciras y otra multitud de pequeñas ciudades, cada
una de las cua les se había er igido en cantón independiente. Al mismo
tiempo. enviú columnas contra Málaga y Granada, que capitularon sin
re~istencia el :~ y el 8 de agosto respecl i vamente; y así el 10 de agosto,
t•n me nos de 1S días y casi sin lucha. había quedado sometida toda
Anda lucía.
La Revolución en España 161

El 26 de julio inició Martinez Campos el ataque contra Valencia.


Aquí, la insurrección había partido de los obreros. Al escindüse en
España la Internacional, en Valencia obtuvieron la mayoría los inter·
nacionalistas auténticos y el nuevo Consejo federal español fué · trasla-
dado a esta ciudad. A poco de procl11rnarse la República, cuando ya
se vislumbraba la inminencia de combates revolucionarios, los 0breros
bakuninistas de Valencia, desconfiando de los paños calientes qut> lo.:;
líderes barceloneses disfrazaban con frases ultrarrevolucionarias, pro-
metieron a los auténticos internacionalistas que harían causa común
con ellos en todos los movimientos locales. Al estallar el movimiento
cantonal, inmediatamente ambas fracciones se lanzaron a la call e, utili-
zando a los intransigentes, y desaloj aron a las tropas. No se ha sabido
cuál era la composición de la Junta revolucionaria de Valencia; sin
embargo, de los informes de los corresponsales de la prensa inglesa se
desprende que en ella, a l igual que entre los voluntarios v~llencianos,
tenían los obreros preponderancia decisiva. Estos mismos correspon-
sales hablaban de los insurrectos de Valencia con un res peto que distaban
mucho de dispensar a los otros rebeldes, en su mayoría intransigentes;
ensalzaban su disciplina y el orden reinante en la ciudad y pronosticaban
una larga resistencia y una lucha enconada. No se equivocaron. Valen-
cia, ciudad sin artillar, se sostuvo contra los ataques de la división de
Martínez Campos desde el 26 de julio hasta el 8 de agosto, es decir,
más tiempo que toda Andalucía junta.
En la provincia de Murcia, las tropas ocuparon sin resistencia la
capital, del mismo nombre. Después de tomar Valencia, Martínez Cam-
pos marchó sobre Cartagena, una de las fortalezas mejor defendidas
de España, protegida por tierra por una muralla y una serie de fo rtines
destacados en las alturas dominantes. Los 3,000 soldados del gobierno,
privados de artillería de e.itio, eran, naturalmente, impotentes con sus
cañones ligeros, contra la artil.lería pesada de los fuertes y tuvieron que
limitarse a poner cerco a la ciudad por el lado de tierra; pero esto no
significaba gran cosa, mientras los cartageneros dominasen el mar con
los barcos de guerra apresados por ellos en el puerto. Los sublevados
[de Cartagena), que mientras se luchaba en Valencia y Andal ucía sólo
se habían ocupado de ellos mismos, empezaron a pensar en el mundo
exterior después de estar reprimidas las demás sublevaciones, cuando
empezaron a escasearles a ellos el dinero y los víveres. Entonces hicie-
ron primero una tentativa de Marcha sobre Madrid, ¡que distaba de
Hi2 il·1 arx y Engels

Cartagena por lo menos 60 millas alemanas, más del doble que, por
ejemplo, Valencia o Granada! La expedición tuvo un fin lamentable
no l ejo~ de Cartagena ; y el cerco cortó el paso a todo otro intento de
salida •por tierra. Se lanzaron, pues, a hacer salidas con la flota. ¡Y
qué sa lidas! No podía ni hablarse de volver a sublevar, con los barcos
d~ gue rra cartageneros, los puertos de mar que acababan de ser some-
tidos. Por tanto, la !Jlarina ne guerra del cantón soberano de Cartagena
se limitó a amenazar con que bombardearía a las demás ciudades del
litoral marítimo desde Valencia hasta Málaga - también soberanas, según
la teoría cartagenera-, y en caso necesario a bombardearlas real y efec·
ti vamente, si no traían a bordo de sus buques los víveres exigidos y una
contribución de guerra en moneda contante y sonante. Mientras estas
ciudades habían estado levantadas en armas contra e'l gobierno como
cantones independientes, en Cartagena regía el principio de ¡cada cual
p:Ha c:í! Ahora, que estaban derrotadas, tenia que regir el principio
de ·, 1odos para Cartagena! Así entendían los intransigentes de Carta-
gen a y sus secuaces bakuninistas el federalismo de los cantones soberanos.
Para reforzar las filas de los combatientes de la libertad, el gobierno
de Cartagena dió suelta a los 1,800 reclusos del penal de aquella ciudad,
Jos peores ladrones . y asesinos de toda España. Que esta medida revo-
lucionaria les fué sugerida por los bakuninistas es cosá que no admite
duda después de las revelaciones del informe sohre la "Alianza". En
él se demuestra cómo Bakunin se entusiasmaba desvar iando sobre el
" desencadenamiento de todas las malas pasiones" y cómo proclamaba
al bandolero ruso modt:lo de verdaderos revolucionarios.
Lo que se da a los rusos, debe darse también a los españoles. Por
lo tanto, el gobierno cartagenero se ajustaba por completo al espíritu
de Bakunin cuando desencadenó las " malas pasiones" de los 1,800 mato-
nes embotellados, llevando con ello hasta el extremo la desmoralización
entre sus tropas. Y cuando el gobierno español, en vez de deshacer a
cañonazos sus propias fortificaciones , esperaba la sumisión de Cartagena
de la descomposición interior de sus defensores, seguía una politica total-
mente acertada.

IV
Escuchemos ahora el informe de la "Nueva Federación de Madrid"
<~cerca de todo este movimiento:
" En Va lencia debía celebrarse el segundo domingo de agosto un con-
1 •
La Revolución en España 163

greso para definir, entre otras cosas, la posiCIOn que la Federación


española de la I nternacional había de adoptar ante los importantes acon·
te-cimientos políticos ocurridos en España desde el 1 l de febrero. día
de la proclamación de l a Repúb lica. P ero la descabellada insurrección
cantona] , que fracasó tan lamentablemente y en la que participaron con
entusiasmo los internacionalistas de casi todas las provincias sublevadas,
no sólo paralizó las actividades del Consejo fed eral, al diseminar a la
mayoría de sus miembros, sino que desorganizó también casi por com·
pleto las Federaciones locales y, lo que es peor, condenó a sus compo·
nentes a todo el odio y a todas las persecuciones que lleva consigo un
alzamiento popular que se inicia de un modo vergonzoso y que fracasa .. .
"Cuando estalló el le.vantamiento cantonal, cuando se constituyeron
las juntas, es decir, los gobiernos de los cantones, aquellas gentes (los
bakunjnistas) , que con tanta furia clamahan contra el poder político ·
y tanto nos acusaban de autoritarismo, se apresuraron a entrar en aque·
Jlos gobiernos. En ciudades importantes, como Sevilla, Cádiz, Sanlúc.ar
de Barrameda, Granada y Valencia, muchos de los internacionalistas que
se llamaban antiautoritarios formahan parte de las Juntas cantonales,
sin más programa que la autonomía de la provincia o del cantón. Esto
está oficialmente demostrado por las proclamas y otros documentos publi·
cados por las Juntas, al pie de los cuales figuran los nombres de desta·
eados internacionalistas de esta especie.
"Una contradicción tan escandalosa entre la teoría y la práctica, entre
la propaganda y los hechos, significaría poco, si de ello se hubiese deri·
vado alguna ventaja para nuestra Asociación o algún progreso en la
organización de nuestras fuerzas, algún acercamiento a la consecución
de nuestro objetivo fundamental: la emancipación de la clase trabaja·
dora. P ero ha ocurrido precisamente lo contrario, como por fu erza tenía
que ocurrir. Faltó la condición esencial : la actuación conjunta de todo
el proletariado español, que tan fácil hubiera sido conseguir movilizándolo
en nombre de la I nternacional. No hubo cohesión entre las Federaciones
locales; el movimiento quedó confiado a la iniciativa individual o local,
sin dirección de ninguna clase (fuera de la que podía imponerle, si acaso,
la misteriosa Alianza, que, para vergüenza nuestra, sigue teniendo el
mando de la sección española de la Internacional ) y sin ningú n progra·
ma, a no ser el de nuestros enemigos naturales, los republicanos burgue-
ses. Y así, el movimiento cantonal sucumbió del modo más ignominioso,
casi si n resistencia; pero, en su hundimiento, arrastró consigo el prestigio
164 Marx y Engels

y la organü~:1ción de la Internacional en España. No se comete exceso,


crimen o acto de violencia que los republicanos no carguen hoy sobre
las espaldas de los internacionalistas; y, en Sevilla, hasta se da el caso,
según nos aseguran, de que durante la lucha los intransigentes disparasen
contra sus aliados, los internacionalistas (bakuninj~tas). La reacción,
explotando hábilmente nueslras torpezas. azuza a los republicanos contra
nosotros para que nos persigan, y nos calumnia ante la gran masa indi-
ferente; lo que no pudo conseguir en tiempo de Sagasta, parece que va
a lograrlo ahora: desacreditar el nombre de la " Internacional" ante la
gran masa de los obreros españoles.
"En Barcelona se han separado de la Internacional multilud de sec-
ciones obreras, protestando a gritos contra la gente del periódico " La
Fede.ración" (órgano principal de los bakunitústas) y su inexplicable
pos1C1on. En Jerez, Puerto de Santa María y otros lugares, las Federa-
ciones han acordado disolverse. En Loja (provincia de Granada) , los
pocos internacionalistas que había, han sido arrojados de la ciudad por
la población. En Madrid, donde todavía se disfruta de la mayor liber-
tad, la antigua Federación (bakuninista) no da la menor señal de vida,
mientras que la nuestra se ve obligada a permanecer inactiva y en silen-
cio, si no quiere verse cargada con culpas ajenas. En las ciudades del
norte, la guerra carlista, cada día más furiosa, impide todas nuestras
actividades. Finalmente, en Valencia, donde el gobierno ha salido ven-
cedor después de quince días de lucha, los internacionalistas que no han
huído tienen que esconderse y el Consejo federal está totalmente disuelto".
Hasta aquí, el informe de Madrid. Como vemos, coincide en un todo
~on el rel ato histórico l1echo en las páginas anteriores.
Examinemos, pues, el resultado de toda nuestra investigación:
l) En cuanto se enfrentaron con una situación revolucionaria seria,
los bakurunistas se vieron obligados a echar por la borda todo el progra-
ma que hasta entonces habían mantenido. En primer lugar, sacrificaron
m dogma del abstencionismo político y, sobre todo, del abstencionismo
~lectora!. Luego le llegó el turno a la anarquía, a la abolición del Esta-
Jo; en vez de abolir el" Estado, lo que hicieron fué intentar erigir una
serie de pequeños Estados nuevos. A continuación, abandonaron su prin-
cipio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que
no persiguiese la inmediata y completa emancipación del proletariado,
y participaron en un movimjento cuyo carácter puramente burgués no
se trabata de ocultar. Finalmente, dieron un bofetón a su credo recién
La Revolución en España 165

proclamado de que la instauración de un gobierno revo lucionario no era


más que un nuevo engaño y una nueva traición contra la cl~se obrera,
instalá ndose cómodamente en las Juntas gubernamenta les de los clistintos
ca ntones, y además casi siempre como una minoría impotente, neutrali-
zada y políticamente explotada por los burgueses.
2) Al renegar de los principios que habían venido pr('dicando siem·
pre. lo hicieron de la manera más cobarde y má<; embustera y bajo la
JHesión de una conciencia culpable. sin que ni los propios bakuninistas
ni las masas acaudil1adas por ellos se lanzasen al movimiento con ningún
programa ni supiesen ni remota mente lo que querían. ¿ Cuál fué la con-
secuencia natural de esto? Que los bakuninistas entorpeciesen todo mo·
vimiento, como en Ba rcelona, o se viesen a rrastrados a le\antamientos
aisl,!tdos, irreflexivos y estúpidos, como en Al coy y San ltJCar de narra-
meda, o bien que la dirección de la insurrección cayera en manos de los
Lurgueses intransigentes, como ocurrió en la mayoría de los casos. Así,
pues. al pasar a Jos hechos, los ~ritos ultra rre\'olncionarios de los haku-
ninistas, se tradujeron en medidas pa ra calmar los ánimos, en levanta·
mientos condenados de antema no al fracaso o en el encadenamiento a un
partido burgués, que, ademá ~ de explotar ignon•iniosamentt' a los .lbreros
para s us fines políticos, los trataba a patada".
3) Lo único que ha qúcdado en pie de los ll amados principio:> de
la anarquía, de la federación 1ibre de grupos independientes, etc., ha s ido
la dispersión sin tasa y sin sentido de los medios revoluciouario:. de lucha,
que permitió al gobierno domi nar una ciudad tra:; otra con un puñado
ele tropas y sin encontra r apenas resistencia.
4 ) Fin de fiesta: o sólo la sec~ión española de la Internacional
- lo mismo la fal sa que la auténtica- se ha vi!;lO envuelta en el derrum·
bamiento de los intransigente;:. y hoy esta sección - numerosa y bien
organiza.da- está de becho disuelta. sino que, ademá;:, ;:e le atribuye
todo el cúmulo de excesos imaginarios ~in el cual los filisteos de todos
los países no pueden concebi r un levantamiento ob rero ; con lo que se
ha hecho imposible, acaso por muchos años. la reorga nización interna-
cional del proletariado español.
5) En una palabra. los bakuninistas e.->pa ñol e~ nol' han dado nn
ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una n·volución.
..
IN DI CE B IOGR AF I CO
A
A 11gouleme, Duque de, Lui.~ A nw-
A herdeen, Conde de, J orge Ham.il· nio de Borbón ( 1775 · 1844). -
ton Gorilon ( 1784-1800) . -Tory Príneipe francés, hermar;o del
inglés, del partido conservador Rey de Francia Carlos X; du-
liberal; ·Ministr o de Estado
rante la Restauración uno de los
(1828-1830, 1841-1846); Primer
Ministro (1852-1855). principales jefes de la reacción ;
director de la invasipn directa
A driano • Flo~·cnte. ( 1459 - 1523) ,
Cardenal Español. Papa Adria- contra la revolución española
llo VI (1522). (1823).

All>a, D1tque . de, ver Fitz- James A ~~tonio P ascual, ver Borbón.
Stuart. A ,·co Agiiero, F elipe.-Oficial es-
Albarracín, Serei'Ít!o.--Aiiancista; pañol; participó en la conspira-
jefe del levantamiento de 1873. ción de Riego.
A/erini.- Alíancista; miembro de A •·giielle:;, Agttstín (1775-1844) .-
la primera Inter nacional de Mar- Liberal español, protector de Es·
sella, ues pués de la Comuna de partero; participó en la redac-
París emigró a Barcelona; dele· ción de la Constitución de 1812
gado por la primera I nternacio- y 1831; Minish·o d"e Estado
nal al Congreso de La Haya (1820-1821) ; tutor d"o la P rin-
(1872) y al Congreso bakuninis- cesa Isabel (después Reina) y
ta de S t. Imier (Ü372). de Matia Luisa (1841-1843).
Alejandro 1 (1777·1825).-Empe·
A '1'11te1·o y Pe iia1·a1Ulif, F't·a n e 'Í!8 co
rador de Rusia ( 1801-1825).
t1804-1807).- Genet·al español;
Allende Salaznr, José (1802·1893). tomó parte en la primera guerra
- General español, Ministro de carlista.
Marina en el Gobierno de Espar·
tero ( 1854). A ;;ensiQ.- 1\Ifiembro de las Cortes;
A madeo 1 de Sabatja ( 184!}·1890 ) . par ticipó en la revolución espa·
- Rey de España (1870-1873) ñola de 1854.
por elección d"e las Cortes.
Amelia María (1782-1866) .-Rei- A 1tlllter.-General inglés; partici ·
na de Francia, esposa de Luis ró en la gueraa contra Ft·ancia
Felipe. e-n España (VH3) .
1ó8 Marx y Engel$

B Brmapm·te, J osé (1768-1844) . -


Hermano de Napoleón I ; rey de
Bctcou, Fmncisco (1561-1626).- E spaña (1808-1813).
Filósofo inglés y hombre de Es- Bo1·bón, Anton·io Pasctwl de (1755-
tado; m iembro del Parlamento, 1817) .- Príncipe ~spa ñol ; Infan-
L01·d Canciller. te; tío de Fernando VII.
Bci.l:un'in, Mignel (1814 - 1•876).- Br.rúim, Francisco de A sís María
Anarquista ru~o; o1·ganizó la or- Fernando (1822- 19 O2).- Re y
ganización secreta dentro d(:! la Consorte de Isabel II ; expulsado
Primera I nternacional, con Jo de España j unto con la Reina por
c:ual esperaba conseguir el con- la 1·evolución del 29 de septiem-
trol de la Internacional y obli- bre de 1868.
garla a acept~ ¡· el p~·ngrama B ot·bones.- Dinastía francesa, una
anarquista; fué expulsado en el de cuyas ramas estuvo en el trono
Congreso de La Haya. de España desde 1700 a 1931.
Bcdboa, Vasco Núñez de (1475- Emganza, Casa de.-Dinastía por-
1517).-Uno de los primeros con- tuguesa ( 1640-1910) .
quistadores españoles de Améri- Emvo M tt?'ill.o, .Juan (1803-1873).
ca; descubrió el Océano P acífico. Abogado e-spañol'; del Partido
Bm·aibán, Capitán. - O f i e i a l e~­ Moderado. Ministro de Justicia
paiiol. ( 1847), de Hacienda y Educa-
E orcáiztegvi. - Ve-r Sánchez Rar· ción (1847-1851), Primer Minis-
cáiztegui. tro (1850-1852).
Bo.rlepsch, Condesc~ dt, Ge?·trudís B rousse, Pablo (1854-1912) . - So-
d~ Gutenhe1·g. - Dama al servi- cialista, pequeño burgués fr an-
c.io de la Reina de España; espo- cés; después d'e la caída de la
sa de Carlos II. Comuna de París emigró a Suiza,
Beresj'ord, William Ca?"r' (1768· donde se unió a los anarquistas;
1854) .-General inglés, participó organizó el Comité anarquista
en gran número de expediciones de la propaganda Revolucionaria
milital'es; sirvió en. el ejército Socialista de Barcelona ( 1873) ;
portugués (1807-1820). editor de Solid.a1-idad Re·.:olttcio-
lhrton, .lucm Bautistct (1769-1822). ncwia.
General francés; participó en las Bucela.- Coronel español.
guel't'as de Napoleón ; ejecutado
después del fracasado 11.'\vanta- e
miento contra los Borbones. Ct•b?·e¡·rt y G1ingo, Ramón, Conde
Bc.ssie1·es, Juan Bautista, ]Juque de More/la (1806-1877) .- Gene-
de A11sf¡·ia (1768-1813). - Uno ral español , comandante en jefe
de los Mariscales de Napoleón. tie las txopas carlistas durante
Elake, .Joaquín (1772·1827) .-Ge- las gue-rras d'e los partida xios de
n eral espaiiol. Don Carlos contra el Gobierno de
Bl11.~er y San Ma1·tín, ,iq,~;elm~ Maria Cristina.
(1813-1872).- General co.pañol. Cnlderón de la Barca, Ped1·o (1600-
Ministro de la Guerra en víspe- 1681) .- Poeta y dra maturgo es-
ras de la re-volución de J R5 4. pañol.
La Revolución en España 169

Cnlvo de Rosas, Lorenzo.-Miem- pante en la guena de Indepen-


bro de la Junta Central. dencia española; miembro de la
Ctt.mpomanes, Conde Pedro Rodrí· Junta Central.
{JUez (1723·1802). - - Diplomático Carolina A melict A unusta. ( 1768-
y economista español. Mini~tro 1821) .-Reina inglesa, esposa de
ue Hacienda (1763-1788). Jorge VI.
C,mpos.-Ver Martinez Campos. Cm·1·asco, Agustín.- E conomista
Co mpuzano, Francisco. - General español, miembro del Partido Mo-
t'Spañol; comandante de la guar· derado; Ministro de llacienda en
nición de Madrid (1854,. el Gabinete de Narváez (1844).
C (~ 1i e do . - Sacerdote español y Casta1ios y A.1·uuoni, Cond~ F?·an-
miembro de las Cortes (1810- cisco JavieT, Dttque de Bailén
1813) ; de.spués Arzobispo de Bur· ( 1758-1852). - General español;
gos; 1·eaccionario extremieta. pa rticipó en' la g uet-ra de Inde-
Ctu·los 1 ( 1500-1558) .-Pr imer Rey pendencia española; derrotó a
de España de la dinastía de los los franC('Ses en Bailén ( 1H08).
Hapsburgo (1516-1556); Empe· Castela1· y R ipoll, Emilio (1832-
rador de Alemania ( 1520·15ó6), 1899) .-Escritor y estadista es-
con el nombre de Carlos V. pañol; republicano fedet·ai eleet0
Cw·l~s 11 (1661-1700). - Ultimo en las Cortes de 1868. Presidente
Rey de España de la Casa de de las Cort('.s y Primer Ministro
Hapsburgo (1665-1700). Plenipotenciario (1873 -18>7 4);
Curios lll ( 1716-1788).-Rey d'e P r esid'ente de la primera Repú-
E spaña (]759-1788). blica española ( 6 de septiembre
CtLrlos 111 (147-1819).- Rcy de Es- de 1873); después, durante el
paña (1788·1808). t·einado de Alfonso XII, estuvo
Co,rlos 11.-Ver Carlos l. en las filas de los republicanos
Cc·.rlos X l1757-1836). - Rey de moderadns.
Francia (1824-1830) . Cantro.- V('r Pér('z de Castro, Eva-
Cm·los, María Isidro de Bo1·bón risto.
{1788·1855). - Príncipe español, Cct-vcm, Rafael (1828·1908) .-Fí-
hermano menor de Fernando VII ; ~ico, miembt·o de la redacción del
jefe de los reaccionarios extre· periódico español La Rt:páblica
mos (Carlistas), que se lanzaron F edeml ( 1870) ; miembro de las
a la lucha contra el Gobierne• li- Cortes.
beral de María Crist ina ( 1833· C lwtea.ub?'ÍCtnd, !<'?'ltncisco Rl3nato,
1840). Vizconde de (1768-1848).- Di-
Ctrrnice,·o , .José Clementc.-Autor plomático y escritor fran cés; re-
español del s;glo XIX; c~cribió pr esentante de Francia en el
varias obras de historia de Es- Congreso de Verona (1822); Mi-
paña. nistro de Estado (1821·1S24).
Ca1·o, José Ventum (1742-1809).- Cid Campeador, Rodrigo Diaz
General español. (aproximadamente 1040-l O!l9) . -
Ctwo y Sureda, P edro, Marqué8 de Caudillo español en las guerras
la Ronuma, ''R ome1·ia" ( 17161 - contra los moros; héroe en mu-
1811) .-General español, partici- chos cantares y leyendas.
170 Jllarx y Engels

Cmcinalo, Lucio Quinto (f.>20-43!l cutado por orde11 de Fernan·


antes de Cristo) .- Dictador ro- do VII, por intentar p rodamar
mano. ia Constitución de 1812.
Clrwscl, Crmclr Bcnwrdo (11772- Don Cm·los.- Ver Carlos María
1842).- General f1·ancé.> ; tomó Isidor<' dP Borbón.
parte en las guenns napoleóni· l•nlce y GanL, Dominuu (1808-
cas; emig1·ado en 1815; Coman- 1869) .-General español, parti-
uante d'e ejércitos en la campaña dario de Espartero; partidpó en
de A r¡rel bajo los Orleáns. Jos levantamientos militares de
Cobden, Richcwd (1804 -1865).- 1841, 18511 y 1~68.
J.'abricante de Manchester, diri- Dwpont (176!í-1840). -- UnJ de los
gente del movimiento de Ebt·e in· g~neral es de Napoleón I.
tercambio, miemb1·o liberal en el
Parlamento. E
Coll((do, Jo.~t1 .'1-Ju.nuel.- Banquero
('Spañol, liberal; Ministro de Ha- Ec.ha[Jt'ie, Rafael, Ma1·qués del Se-
cienda ( 1854-1856). 1'rallo (lRHí-1887) .- Coronel es-
c,nchct.-Vet· Gutiérrez de la Con- pañol; general después; pett~ne ·
cha y Gutiérrez de la Concha, ció al P artido Moderado.
José. Elío, Francisco Jcwír¡· (1767·1822).
Corradi, Fcl'nando.- Periodi!'.ta es· Gt>neral español.
pañol, fu ndador y editor del pe· Iúnpecinudo.- Ver Martín Díaz.
!'iódic0 liberal Clamo1· Pú.blico Juan.
(1844). Miembro del Gobierno Em-ique !V (1·125·1474 ) . - Rey de
Espartero ( 1854). Castilla (1454-1474).
Co1·tés, He1-nán (1485-1547) .-Con- E1·o/es, Barón Jo a q 1L í 11 1bú1ie~
quistador español; conquistó Mé· (1785-1825).- General español.
xico.
E':<cosm·a.- Ministro de Gobcrna·
Oristi11a.- Ver Mal'ia Cristina.
C~testct --Ver García de la Cuesta.
ción ( 1836) ; esparterista.
l:..':~pa,·te,·o,
Balc!ome1·o, Uuqu.r d.e la
D Viclo?-ia (1792·1879) .-Mariscal
español, jefe del Partido Progre-
0Plnw.~ .-Publiclstn francés e his· sista, Regente de España (1840-
to riador. JS43), Primer Ministt·o (1854-
[)' E1·lon, Juan Bcntlista, ( 1716 5- J 856) .
1844) .-General frt111cés, r.artici- E11?>0z y Mi na, Fmncisco (1781-
J1ó en las guenas napoleónicas; 1836) .--Jefe de guenili<ll'Os es-
anestHdo como orleanista en el p<tñoles; huyó a Fra'1cia tiespués
ai1o 1815; Cobernado1· de Arge- de fraca!'ar el movimiento de
lia ( l S34). J814 contra Fe.rnando VII.
Dí(l::;, Nirflllledes P a .~ t o 1·,- Ver
Pastor Díaz. F
/)in:; P()r!irr, J unn, Marqués dr
.l/atu¡·osa (1783-l815) .-General F alr.rín, Jtwn C1·isóstonto \ 1820·
español, jefe de guerrilleros; eje- 1870) .-General venezolano; Ji.
La Revolución en. España 171

beral; participó en las revolucio- de Alcoy; participó en el levan-


nes de l8:l4 y 1858; Pl'esidente de tamiento de 1873.
Venc7.uela ( 186lH867). F ed-erico Il, El Gnm.cle ( 1 7 1 2-
J··m·na·P(illicM·, R ajaf!l.-Comp,.,si· 1786).-Rey de Prusia (1740-
to¡·; miembro de. la P rimera In- 1786).
tet·nacional; aliancista; delega· lr'cde1-ico G:,illermo 111 ( 1770· 1840).
do a los Congresos I nternaciona· Rey de P•·usia (1797-1840).
les de Basilea (1869) y La H aya Fdi¡Je JI (1327-1598\.-Res óe Es-
( 1872). paña (1556-l5Y8) ; católico faná-
Fernando 11 (1810-1859).- Rcy de t ico; suprimió con extrema cruel-
Nápoles (1830-1859); apodado el dad en sus dominios el mtwimien-
"Rey Bomba" por el bombani'eo to protestante. particularmente
de la ciudad l'evolucionaria de en los Paises Bajos.
Messina en 1849. Felipe I V (1605·1665).-Rey de
F,nwnclo IV (1285-1312). - Rey España (1621 ·1655).
de Castilla (1295-1312). Felipe V (1683 ·17~6).-Rey de Es-
Fenumdo V, El Católico (1452· ¡1aña.
1516). - Rey de Arag6n desde Freire, !11rmuel ( 1765-1834) .-Ge·
1479 y M Castilla desde 1475. neral español.
F~: rnando l'Il (1784-1833).- Rey
de España (1808, 1814-1833). G
Filz-Jamcs Stun-rt, Duqtte de Be,·-
G~o·c-ítt de la Cuesta, Gt·egorio
wiclc Alba (1821-1881).- Aristó·
( 1741·1811). - General español;
<'rata espa iiol.
Capitán G en era 1 de Castilla
F/6?-ez, José Segundo.-Intelectnal
(1808).
<>spañol, autor de una biografia
Gan·igo.-Coronel español.
d'e Esparte1·o (1843). J o·rge [[1 (17(l2-l830).- Regente
F'loridttblanca, Conde F1·ancie¡;o An- británico (1811-1820); Rey de
tonio M 01íino ( 1723-1808) .-Go- Inglatena ( 1820-1830).
bernante español; Primer Minis- Girón.-General español; participó
tro ( 1777-1792) ; Presidente de en la batalla del Bidasoa (1813).
Ja Junta Central (18ll8). Gr.doy, Mnnuel (1767-1851) .-Fa-
Foy, Maximiliano Sebastián (1775- vorito de la esposa de Carlos IV;
11'25) .- General francés y gober· después de una guena desg1·a-
nante; participó e.n las campa· ciada con Francia y de concer-
ñas napoleónicas; desdt:) 1819 tar la paz ( 1795). recibió el títu-
miembro ole la Cáma1·a ti., Dipu lo de Príncipe oc la Pat .
tados y proeminente 1·epresentan- Gl'nzález Bmbo. Luis (1811-1871).
te de la oposición liberal. Periodista español; liberal; P l·i-
F•·ancisco 1 (1494-1547).- Rey de mer Ministro (1843); Embajador
Francia (1515·1547). en Lisboa (1847-1856); Ministro
Francisco de A sís María Fc?·nan- de Gobernación ( 1865·1868) ; Pri-
do.-Ver Borbón. mer Ministro ( 1868).
F ;·ancisco Tomás.-Aiiancista; se- Gutien·ez de la Concha, Jo.~é, Mar-
cretario de la Comisión federal r¡uis de La Habana (1809·1895).
172 Marx y Engels

Genet·al español; Capitán Gene- guen·as de Flandes contra los


ral de Cuba (1850·1852) (1854- franceses (1794-1795), en la cam-
1359). paña de Italia (1796) y la de Es-
Gutié>·rez de la Concha, .<\:anu.el, paña (1810·1813), participando
Ma1·qués del Duero (1808·1874). en el sitio rle Badajoz.
General español; partici P•) en la /s(lbel 1 (1451-1504) . - Reina de
conspiración contra Espartero Castilla (1474-1504); esposa de
(1843) ; Presidente de !.L Junta Fernando V, rey d'e Aragón.
Mili tal' (185~). l~<ctbel 11 (1830-1904).- Reina de
España (1833-1868).
H l .stu?-iz, Francisco Javier ele (1790-
J 871) .-Liber al español; r·artici-
Ha dji Aúb Saleem.-General ma· pó en la rebelión de Riego (1820·
rroqui, Comandante de las t ro- 1823); P rimer Ministro 0836);
pas contendientes contra los es- Presidente de las Cortes en dl s·
pañoles, en Tetuán (1860). tintas ocasiones.
Hapsburgo (dinastfn de) .- Una de
cuyas ramas ocupó el trono de J
España 1'1516-1700).
H áne, En>-ique (1797·1856).-Poe- Ja vier (1789·1817) .-Jefe de gue-
ta alemán. rrilleros españoles.
H en·eros, Mrmu.el Ga1'cía.- Espa- José 1l (1741·1790) . - Emperadot· .
ñol liberal; miembro del Ministe- de Austria ( 1765·17!>0).
r io Constitucional ( 18l4-1822). Jl•vellanos, G a s p rt r M 1'lchor de
Hmuden, Ba1·ó,t .hum H oburt Ca- (1744-1811).-Gobernante- espa-
mcloc (1799-1873).- Oiplomáti- ñol; se-guidor de los encirlopedls·
cv inglés y Encargado en Madrid. tas franceses; Ministro de Justi-
cia (1797·1798); Miembro de la
1 Junta Central.
Juan JI (1405-1454) .-Rey de Cas-
1,ua::-.-Bl'igadier español; Coman· tilla y León.
d11.nte de la fortaleza de Bada · J,i./iáu.-Ver Sánchez, Julián.
joz. la cual rindió a los france·
ses ( 1811). K
fn/ant.r~dn . Dnqu e drl (1773-1841).
Aristócrata español; favorito de /(ou.?·aT.:·in. Alejand1·o Bo1·j o v ich,
F e-mando VI 1; Presidente d'e l Príncipe (1752-1818) .-Diplomá-
ConseJo de Reg-encia ( 1823); Pri· tico ruso: enviad'o especial en
mer Ministro ( 1824). Yiena (1806-1808) y en Paris
Infante, Fnctmdo (1786· L873). - (1808-1812) .
General español; Ministro de la
r.uerra y de Marina 1837, 1860- L
1Rll3· 1R6fi-1868) ; F?residente de Labazom, Bm·6n..-Pat'ticipó en la
las Cortes. guerra de Independencia españo-
/u{Jlis, Gnillen/l.Q (1764-1835). - la; miembro de la J twta Cen·
General inglés; pa rticipó en las t ral (1809).
La Revolución en España 173

La Bisbal.- Ver O'Donnf:'ll, Josf junta Central (1808-1809); Mi-


Enrique. nistro de Justicia (1818-1819).
Lacy, Luis de (1775-1817) .- Revo- Luján, Francisco (1798-1867).-
lucionario español; jefe de gue- General español y autot·; parti-
rrilleros; ejecutado por el Go- dario de Nat·váez; Ministro de
bierno t·eaccionario. Instrucción y •Bellas Artes (1847-
L(tfayete, María J{)sé, Ma?·qtuis de 1854).
(1757-1834).- General francés; Luna, Alvaro de (1388-1453) . -
padicipó en las revoluciones de Favorito de ,Juan JI de Castilla.
1789 y 1830; liberal moderado.
Lolly-Tollendal, Trofimo G6?·ardo, M
Marqué.;¡ de (1751-1830). - Go-
bernante durante la Gran Revo- Madoz Pascual (1806-1870) .-Li-
lución francesa; liberal mode- beral español; Presidente de las
rado. Cortes ( 1855) .
Lara. - General español; Capitán Mm·chesi y Oleaga, Jos.J María
General en Castilla la Nueva (1801-1819). - General español.
(1854). María Ana Neyburg (1667-1740) .
Lefebvre, Fraucisco José, Duque Reina española, esposa de Car·
de Danzig (1755-1820).- :Maris- los II.
cal de Napoleón I ; participó en María Cristina (1806-1878).-Rei-
la campaña de España. na española, esposa de Fernan-
I.onga, Francisco.-Uno de los je- do VII; Reina Regente ( 1833-
fes españoles en la guerra pire- 1840).
r.aica C{)ntra F r a n e i a (1807- María Luisa (1751-1819).- Reina
1813)- española, esposa de Carlos IV.
L6pez Baii.ns, Miguel.- General Marliani, Manuel de (1837).-His-
español; conspiró con H i ego toriador de Italia y E spaña; li-
(1819); Ministro de la Guena beral; partidario de Espartero.
( 1822)- .Uurmnnt, Augusto Federico Luis
López, Joaquín María (1798-1855). Viesse de, Dt1.c¡u e de Ragt,sa
Abogado español; miembro del (1774-1852) .- Mariscal de Na-
Partido Progresista; Primer Mi- poleón I ; autor del libro Ef:piritu
nistro (1843). de la lnstitució1L Militar ( 1845).
Luis Felipe ( 1773-1850) .- Rey de Mctroto, Rafael (1783-1847) .-Ge-
Francia (1830-1848). neral carlista español.
L uu X 1 (1423-1483).- Hey de M?rtignac, Vizconde de, Jucm Bau-
Francia (1461-1483). tista ( 1778-1832) .-Re a 1 i s t a
L·11is XVIII (1755-1824).- Rey de francés; Primer Ministro (1828-
Francia (1814-1824) ; hermano 1829); participó e.n la supresión
del ejecutado Luis XVI ; emigra- de la Revolución española de
do hasta 1814; colocado en el tro- 1820-1823; publicó el libro "Essai
no por la contrarrevoluciim triun- historique sur fe s revolutions
fante. D'Espagne et l'intervention f:-an-
Lozano de Torres, Juan Estcbcut.- caise" (1832).
Liberal español; miembro de la Martín Diaz, Jtum, El Em.7Jecinado
174 Mar x y Engels

( 1775·1825) .- General español; cal de campo prt~siano; jef(, de


jefe de guerrilleros; participó Estado Mayor ( 1859-1888 ).
t•n el levantamiento de R iego; j)lfon, ALejandll·o (1b01-1882 ) .- Go-
Hj ecutado después de la victoria bernante español del Partido Mo-
del absolutismo. derado; Ministro de Hacienda
llhrtinez, Alonso Juan.- Miembro (1844-1846); Primer Ministro
de las Cortes, campeón ele! espar· 11864·1865) ; Encargado especial
terismo. en Viena (J.,54).
Ma1·tínez Campos, ATsenio (1831 Monroe, Jaime (1758-1831) .-Pre·
1900) .- General español. sidente de los Estados Un idos
M cu·tíne: de la Rosa, B erdcjo Gó· 11817·1825); autor de la doctrina
mez y Arroyo, Francisco de Pau· de Monroe.
la (1789-1862). -Escri tor espa- Mo u femolín, Conde Carl os L11is Ma·
ñol; uno de los jefes del Partido ?"ÍI~ Fernandn d.e Bo1·bón (1818·
Moderado; Primer Ministro 1861).- Príncipe fran cés de la
(1834-1835) ; Ministro de Gober· dinastía Borbón ¡ pretenditm te al
nación en el Gabinete de Nar- trono de España.
váez (1845-1846). Montesquieu, Carlos de Lecondat,
M r1.ssena. A ndrés, Príncipe de Es- Barón (1689-1755 ) . - Escritor
slÍitfl (1758-1817).- Mariscal de francés y teórico de la monar·
Francia; participó en las campa- quía constitucional.
ñas napoleónicas. .11-iontijo, Conde. - Aristócrata es-
MC1zaredo, Man'Uel (1807-1857).- pañol; candid'ato a la Regencia
General español; Ministr,, de la del reino (180!l).
Guerra (1844-1847). MO'I'eno, A ntonio Guillermo-- Ban-
Mt'lgar, Juan Tomás E n1·iqt'e Ca,- quer.o de Madrid .
b?'em, Conde ( 1662-1705) .- Cor· Morillo, Pablo (1778-18:.!7) .- Gene-
tesano y Ministro de Carlos IT, ral español; participó en las gue-
Rey ele España. n·as contra Francia (1807-1813).
M enacho, Rafael. - General espa·
tlfo¡·la, Tomás de (1752-1820, . -Ge-
ñol; comandante de la furtaleza
neral español; entregó Madrid
de Badajoz; muet·to por los fran·
a Napoleón 1 (1808) ; Ministro
ceses durante el sitio (1811' .
de la Guerra y de Marina bajo
:ltendizábal, Gabriel (1764·1833) .
J osé Bonaparte.
General español; comandante de
las tropas adictas españolas du· Mnunier, Juan José (1758-1806).-
rante las luchas contra la inva· Gobernante en tiempo de la gran
!'ión francesa (1809-1813) . Revolución francesa; miembro de
i\11 erlin, Conde C1'i.stóbal A ntoma la Convención NacionaL
(1771-1839).-Uno de los Gene· Muley A bba.s.-General mar roquí;
rafes de Napoleón l. participó en la guerra de Ma-
Mr::rina.-General español. nuecos (185!>·1860) .
Miua.- V er E s poz y Mina, Fran- Mmi.oz, A gustín Fernando, Duque
cisco. de Riansares, Pdncipe de Astu-
:lloltke, H elnmth Ca.rlos Benw1·do, rias (1808-1875). - Esp oso de
Conde de ( 1800-1891). - Maris- María Cr istina, Reina reinante.
La Revolución en España 175

Mtt1íoz Benavente, José, "Pucheta" ral español; participó en la gue-


(1820·1856). - Torero español; rra de I ndependencia española
participó en la revolución de 0807-1813) ; miembro del Con-
1854 y en el levantamiento de sejo de Regencia (1812); reac-
julio de 1856. óonario luego-que sofocó la cons-
Mwiioz, Madama.-Ver María Cris- piración militar de 1818 y el le-
tina. vantamiento de Riego en 1823.
Muñoz Torrero, Diego (1761-1829). O'Donnell y Jorris, Conde de Luce-
Clérigo español, liberal; miem- na y Duque de Tetuán "(1809-
bro en las Cortes (1810-1813). 1867) .-General español; perte·
Murat, Joaquín (1771·1815) .- Cu- neció primleramente al Partid'o
i'iado y compañero de armas de Progresista, después al Modera·
Napoleón I; Rey de Nápoles; rlo; dirigió las conspiraciones mi-
Comandante en jefe de las tro- litares de 1841 y 1854; Ministro
pas francesas en España ( 1808). de la Guerra ( 1854, 1858-59,
1863·64); Primer Ministro (1856-
N 57' 1858-63, 1865-66).
Olózaga, Salustiano de ( 1 8 O5-
Nl!poleón Bonaparte (1796-1821 ) . 1873) .-Liberal español; parti-
Emperador francés (1804-1815). dario de Espartero; Primer Mi-
Napoleón 111, Luis Bonaparte nistro y tutor de la Reina Isa-
(1808-1873). - Emperador fran- bel II (1843); Enviado especial
cés ( 1852-1870). en París (1843-1854) .
N o,rváez, ~ amó n Mrwía Duque Oltm.- Oficial del ejército espa·
(1800-1868).- General español, ñol; participante en la conspira-
jefe del Partido Moderado; Pri- ción de Riego (1819-20).
mer Ministro (1844-48, 1856·57, 01·opesa, Conde.-Primer :Ministro
1864-65, 1866-68). español (1685·1689, 1698·1699) .
Nav arro--Abogado español, ejeeu·
tado en Valencia (1817) por in- p
tentar proclamar la Constitu-
ción de 1R12. Pacheco, Juan, Marqués de Villena
Ney, Miguel (1796-1815).-Maris- (1419-1474) .-Ministro del Rey
cal d'e Napoleón I; comandante Enrique I V de Castilla.
de los cuerpos de ejército fran - Pacheco 11 Gutiérrez Calderón, Joa·
ceses en España ( 1808) . quín Francisco ( 1808-1865). -
N icolás 1 (1796-1855). - Empera- Jurista español; d'el Partido Mo-
dor de Rusia (1825-1855). derado; miembro del Gabinete
(1847·1854).
o Padilla, Juan (1490-1521).- J~fe
de las ciudades castellanas en su
O'Daly, Demetrio.- Oficial del lucha contra Carlos V; ejecuta-
ejército español, compañero de do después de la derrota de Villa-
conspiración con Riego. lar (23 de abril de 1521).
O' D-onnell, José Enll'ique, Conde de Palafox y Melsi, F'l"ancisco de (na-
La Bisbal ( 1796-1834) . - Gene- ció en 1774) .-Aristócrata espa-
176 Marx y En gels

ñol y miembro de la Junta Cen- Pi y Ma?·gall, Prancisco ( 18124 -


tral (1808-1809). 1901 ), J ef e del ala izquierda de
Palmerston, En'1'ique Juan T emple, los federales e-spañoles ; miembro
Vizconde (1784-1865).- Gober- de las Cortes (1868) ; P residen-
nante inglés; del partido de los te (1873).
whigs; Ministro de Estado (1830· Picton T omas (1758-1815) . -Gene-
41, 1846-52) ; Ministro de Asun- ral inglés¡ participó en la guerra
tos I nteriores (1852·1855); Pri· contra Francia en la P eninsula
mer Ministro ( 1865·58, 1859·66). Ibérica (1807-1813); así como en
las campañas de 18-14-1816; mu-
Parqu.e Castrillo, Duque, Diego de
r ió en la batalla de Waterloo.
Cañas y Portocarrero ( 1 7 55·
Pidcl, Pedro J osé (1800-1865) . -
1832) . -General español¡ liberal¡
Gobernante español del Partido
Presidente de las Cortes (1820).
Moderad'o ¡ P r esidente de las Cor-
Pastor Díaz, Nicomedes ( 1 8 11- tes (1843).
1863). - Escritor español; del Pizarra, Franc·isco (1475-11'\41) .-
Partido Moderado; Embajador en Conquistador español¡ conquistó
Turín (1854) ¡ Mini stro de Jus- el Perú.
ticia (1862). l'ombal, Sebastián J.osé, Marqués
Pavía y R odrfgttez de Alburquer- de (1699-1782) .-Ministro portu-
que, Manuel (1 827-1895).-Gene- gués, de !acto Gobernador de
ral español; autor militar y hom- ~rtugal (1750-1777).
bre público; ejecutor del golpe. de Potnpeyo Gneo (106-48, A. C.) . -
E stado en f avor de Cas tle 1a r J efe del ejército romano, rival
(1873) ; Senador vitalicio desde de César; dirigía el partido de
1880. los aristócratas latifundistas.
Pedro V (1837-1861).- Rey de Pr-rlier.-Ver Díaz P or lier.
Por tugal ( 1853-1861). PTadt, Dominico Dufour, Abate de
Pcllicer.-Ver Fraga-Pcllicer. (1759-1837) . -Abate francés ; di-
Pérez de Castro, Eva?-isto (murió plomático y autor.
en 1848).-Libera l español; Prim, Juan, Conde de R eus (1814-
miembro de las Cortes (1812) ; 1870) .-General español¡ parti-
perteneció al Ministerio Consti- cipó en la guerra d'e Marruecos
tucional de 181 4 y 1822. (1859·1860).
Pezuela 11 Z eballos, Juan de la, Con- Príncipe de la Paz.-~ er Godoy,
de de Cherte (1809·1906).- Ge- Manuel.
neral español; partidario de Nar- Príncipe y Vidaud, Miguel Agustín
váez. (1811-1866).- Hombre de letras
Philippon , Arnwnclo (1761· L836).- e historiador español; partidario
General francés; participó en de Espartero.
las campaña!' de Suiza e Italia Pucheta. - Ver Muñoz Benavente,
(1798) ¡ desde 1810 fué Gober· José.
nador Milital' de Badajoz, hacién· Pu.jol, Alejandro Dionisio Abel de
dose fam oso por la defensa de ( 1785-1861). - Pinto r e historia·
dicha plaza (18 12) . dor francés.
La. Revolución en España 177
------------------------------------
Q Ripoll.- Oficial del ejército es-
pañol. .
Quesada y Matcis, Gena?·o de Ri11ero.-General español.
(1818-1889) .-General español; Romana (Ronte?-ias)-- Ver Caro y
Gobernador Militar de Madrid Sureda, Pedro.
(1854). Ros de Olano, A n ton i o (1808-
Quintana, Manuel José ( 1772- 1886) .-General español; perte-
1857) ~Poeta español; participó neció al Partido Moderado; es
en la guerra de la Ind-e penden- uno de los jefes del levantamien-
cia; Secretario de la Junt.a ~n­ to militar de 1854.
tral.
Quiroga, Antonio (1784-1841). - S
0ficial naval español; participó
en el levantamiento de Riego. Salamanca Mayol, José de (1811-
1883).- Banquero español; del
R Partido moderado; ::\iinistro de
Radetzky, José W en z el, Conde Hacienda (1847).
( 1766-1858) .-Mariscal d€ cam- SalazaT.-Ver Allend·e Sala2ar.
po austríaco; Comandante en Salm~wón y Alonso, Don. Nicolás
jefe de las tropas austríacas en (1838-1908) .-Español; republi·
Italia (1834). cano burgués; miembro del Co-
Reille, Honorato Carlos Mi!/~l,~ l mité Republicano de M a d r id
José (1755-1860) .-General fran- (1865); electo a las COrte S
cés; participó en la guerra de (.1¡8 71); Ministro de J usticia
España (1811-1813); Mariscal (1873); Presidente de las Cortes
de Francia y miembro del Sena- después; desde 1881 profesor en
do bajo Luis Felipe. Mad1·id.
Riansares, Du.qu.esa de. - Ver Ma- Sánchez Barcaiztegu.i.-General es-
ría Cristina. paiiol, ayudante de Espartero.
Richard, Vicente. - Revolucionario Sánchez, Julián.-Jefe de los gue-
español; ejecutado en 1816, des- rrilleros españoles.
pués de una conspiración fraca · Sanders, R. Mitchel (1791 -1867).
sada contra Fernand·o VII. -Diplomático, enviado especial
Ri~go y Nú.ñez, Rafael de (1785- ele los Estad'os- Unidos en Espa-
1823) .-(limeral español; parti- ña ( 1845·1850).
cipó en la gue-rra de I ndependen- )wt Fernando, Duque de.-Aristó-
cia española; organizó la cons- crata español reaccionario; jefe
piración militar de 1819-1820 ; del Gabinete en la víspera de la
ejecutado en Madl·id después del revolución de 1820.
triunfo de la reacción (1823). Sa.n wis, Conde Luis José Sarto-
Ríos--General español. ?'Íu.s (1820-1871). - Gobernante
Ríos Rosas, A n ton i o de (1812- español, reaccionario, jefe del
1873) .-Político español ; miem- Gabinete en la víspera de la re-
bro de las Cortes en di$tintas volución de 1854.
ocasiones; perteneció al Partido Snn Miguel y Vallecwr, Evaristo
Moderado. (1785-1862). - General español,
178 Marx y Engels

liberal; presidente de·l Gabinete venta de la Isla de Cuba.. a los


constitucional . de 1822; después Estados Unidos.
Ministro de la Guerra (184.0- S r;ult, Nicolás Juan de Dioa ( 1769-
3843). 1815). - Mariscal francés, co-
Santa Coloma, Cond.e Dal'I'Mtrt de mandante en jefe de las tropas
Queralt.-Favorito d'el l'ey espa- francesas en la guerra de Espa-
ñol Felipe IV; Capitán General ña (180!H813); Ministro de la
tie Cataluña; muerto en Hi40 du- Guerra (1814, 1830·1834.) ; Mi-
rante una sublevación. nistro de Estado y Primer Mi-
Swn.ta C1·1t z , M(u·qués Fnmcisco nistro (1839·1846), sofot·ó el le·
(1802-1833). - Político español, vantamiento de Lyón (1831).
partidario de Narváez; Ministro Smtthe'!J Robe?·t (1774-184-3).-P-oe-
de Gobernación (1854·1855); Mi- ta inglés.
nistro de Hacienda (1856). S 1whet, Luis Gab?'iel, Duque de la
Sartorius, ver San Luis Conde de. Albufera (1779-1826).-Mariscal
Scoune, Juan Antonio.-General es· de Na poleón I.
pañol, partidari-o de Esparte.ro
basta 1843; después se ad hirió T
a Narváez.
Se?'!'ano y Do·mínguez, Fl'nncisco, Talleymnd-Perigord, Carlos Mau-
Conde de San Antonio, Duque ricio de (1754-1838) .-Diplomá-
de lct Tor1·e (1810·1885) .-Gene- tico francés; Ministro de Estado
ral español; durante algún tiem· (1797-1799, 1799-1809, 1815), re·
po se unió a la r evolución de presentante de Francia en el Con·
1854, poniéndose después activa· greso de Viena (1814·1815).
mente al lado de la reacción; Tatischeff, Dimit?-i Pavlovieh (1767·
Regente del Reino (1869·1871). 1845) .-Diplomático ruso, encar-
Se1·villano, S e ah O?', Marqués de gado en. Madrid' (1815-1821) y
Fuentes del Duero.-Aristócrata en Viena (1826·1841); plenipo-
español, amigo intimo de Nar- tenciario en el Congreso de Ve-
váez. rona (1822).
SiMnondo, J1¡cm Ca1·los Leona1·do Turgot, L?¿is, Marqués de (1796-
(1773·1842) . -Economista peque· 1866), diplomático francés, b-o-
ño burgués, suizo. napartista; Ministro de Estado
Sola, Juan Ma.ría.- Capitán espa- (1852) enviado especial en Es-
iiol revolucionario; ejecutado en paña (1853) y en Suiza (1854).
<·nero de 1819 por proclamar la Turón.-General español.
Constit-ución de 1812.
Soledad, Francisco Benitu La.- u
Monje español del siglo dieci-
ocho. U,qa?'fe y Larri:zábal, Antonio ( 1780-
Soria Santacruz, Fede1·ico de ( 1815- 1833), favorito de Fernando :V•II.
1891) .-General español. Ut·quijo, M a?'iano [Mis (1768·
Soule, Pedro (1801-1870) .- Diplo- 1817) .- Gobernante español; Mi-
mático americano, negoci0 con el . nistro de Estado bajo José Bo-
Gobierno español (1853-1854) la naparte (1809).
La Ret•olución en España 179

V w
Valdés-- General español, participó Walker, Jor,q e ( 1764-1842).- Ge-
4!'n la revolución española d<' 1856. neral inglés, participó en la gue·
V an Alen, Antonio (murió en 1858). r ra colonial de la Indja ( 1784-
- General español, ayudante de 1785); y en la guet·ra en España
Espartero. y Portugal (1 811·1813); Gober-
Vasconcelos, Migu el (murió en nador de Granada (1815).
1640).- Embajador español ~ WeUirtgton, Duque, Arturo W elles-
Portugal; muerto durante el le· l ey (1769 · 1852).- Mariscal de
vantamiento d'e Lisboa. campo inglés, comandante de !os
Velard e y González, Clemente ejércitos en la época d'e las gue-
0 827-1886) .-General español. rras napoleónicas; Primer Minis·
l 'ictorút ( 1819-1901). - Reina de tro (1828-1829, 1834) .
Inglaterra (1837·1901). Wilson.-General inglés, participó
Vidal.-General francés. en la guerra contra los france·
Vidnl, Joaquín .....:....Coronel ~spañol; ses en España (1811-1813) .
ejecutado en enero de 1819 por ·wrangel, Fede1-ico Enrique Enus-
proclamar la Constitución de to, Conde de ( 1784-1877) .-Ma-
1812. r iscal de campo prusiano, parti-
V illacampa, Pedro (1776-1845).- cipó en las guerras de 1807 y
General español, jefe de guerri- J813, mandó el ej ército del Rey
lleros. ~n Berlín (1849).
Villena, Marqués de, ver Pacheco.
V iñas García.- Estudiante de Medi- z
cina, miembro de la Alianza ba-
kuninista d'a Barcelona; pertene· Z nbala y de la Puente, Conde Pa-
ció a la Primera Internacional 1·edes de N avas (1804-1879) . -
(1872). General espaiiol, partidario de
Viriato (dos siglos A. C.) .- Héroe Espartero ( 1854) ; después se
nacional d'e Lusitania (Portu- v:olvió reaccionario y sofocó la
gal); den·otó a los romanos (146 revolución de 1873-1874.
y 154 A. C.); logró el r econo- Z&.gasti, Manttel.- Gobernador de
cimiento de la independencia de Madrid (1843-1854).
Lusitania por Roma. z grbano, ll1a?·tín (1788 - 1844).-
V·il'ta H errnosa..-General español. General español, jefe de guerri·
Vittel, Marqu-és de.- Aristócrata lle.ros; fu silado en 1844 por in-
español; comisionado de la Jun- tentar proclamu la Constitución
ta Central en Cádiz (1809). de 1837.
ACABÓSE DE IMP RIMIR
ESTE L I B R O EN LOS
TALLERES DE LA TIPO·
CRAFÍ.... FLECHA, PE
LA HABANA, EL DÍA 14
OF. AGOSTO DE 1943.

Vous aimerez peut-être aussi