Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
posible. No quiero decir con esto que el Quijote no sea “serio”, Dios me libre, (creo, incluso que
a veces se le trata con demasiada “seriedad”), sino que intentaré profundizar en lo que pasaba
margen de los comentarios que hacían de él sus vecinos, su escudero y aquellos que encontraba
Bien es cierto que la ironía es el fundamento del texto cervantino1. Sin ella, el Quijote no
podría ser entendido y quizás hubiera muerto hace siglos sin que llegara a nosotros noticia de
su escritura. La ironía es el eje, la base, pero si intentamos bucear en la mente de Alonso Quijano
el Bueno, descubriremos que en ella no aparece nunca. Es el único ámbito del texto inasequible
a lo irónico, incluso a lo gracioso. Don Quijote jamás se ríe de sí mismo y no soporta que se rían
de él. Así ocurre, por ejemplo, en el capítulo XX de la Primera Parte, en el episodio de los
batanes. Don Quijote y Sancho llegan de noche a un paraje boscoso en el que oyen unos
“Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro,
para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquél para quien están
guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien
ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha
de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con
toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en éste en que
me hallo tales grandezas, extrañezas y fechos de armas, que escurezcan las más claras que ellos
ficieron”.
1
E.C. Riley escribe: “la ironía cómica que da coherencia al Quijote”, en la teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus,
1971, p. 247.
1
Naturalmente, Sancho no quiere despegarse de su amo pues tiembla de miedo, así que
ata las patas delanteras de Rocinante y hace creer a su amo que el caballo no puede moverse por
arte de encantamiento. El diálogo que sucede entre ellos a lo largo de esa noche es de los
Cuando llega la mañana, la mediocre verdad es revelada por la luz del día: las palas de
unos batanes moviéndose en el agua eran toda la aventura que se preparaba como horrorosa.
Entonces:
“Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. Miróle
Sancho, y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido. Miró
también don Quijote a Sancho, y viole que tenía los carrillos hinchados, y la boca llena de risa,
con evidentes señales de querer reventar con ella, y no pudo su melanconía tanto con él, que a la
vista de Sancho pudiese dejar de reírse; y como vio Sancho que su amo había comenzado, soltó la
presa de manera, que tuvo necesidad de apretarse las ijadas con los puños, por no reventar
riendo. Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió a su risa, con el mismo ímpetu que primero; de
lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga: -
«Has de saber ¡oh Sancho amigo! que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro
para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquél para quien están guardados los peligros,
las hazañas grandes, los valerosos fechos...» Y por aquí fue repitiendo todas o las más razones
que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.
Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el
lanzón y le asentó dos palos, tales, que si como los recibió en las espaldas los recibiera en la cabeza, quedara
libre de pagarle el salario, si no fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de
sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:
-Sosiéguese vuestra merced; que por Dios que me burlo.
-Pues porque os burláis, no me burlo yo -respondió don Quijote-. Venid acá, señor alegre:
¿paréceos a vos que si como éstos fueron mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no había
yo mostrado el {nimo que convenía para emprendella y acaballa?”
Así pues, ni siquiera con Sancho, ni a solas con él, es capaz don Quijote de separarse de
su personaje y de permitir reírse de sí mismo. Su valor no puede ponerse en duda. Sea cual
generosidad y valentía para enfrentarla. Pero el lector no puede atender fácilmente a esa
seriedad con la que Alonso Quijano se percibe a sí mismo. Dirigidos por Cervantes, sabemos
que estamos leyendo, en primer lugar, una parodia de los libros caballerescos. En esa parodia,
2
pueblo manchego, no oriundo de familia real en país extraño, tiene armadura mohosa
mundo en el que los ideales son muy difíciles de vivir, en el que las cosas tienen siempre doble
sentido, doble interpretación, doble lectura, en el que el viejo caballero camina a tientas
topándose siempre con una realidad esquiva, cuando no cruel y enemiga de la ingenua bondad
de su corazón en el que todo es blanco o negro, pero nunca gris; en el que nada se hace a
Así pues, el humor es el primer rasgo que se impone al lector del Quijote. Es la
característica primera del libro. Para nosotros, los habitantes de este tiempo, que conocemos a
los personajes antes incluso de acercarnos al texto, el humor, la risa, es, podríamos decir, una
predisposición de nuestro ánimo. La pintura del caballero enjuto, que rebasa el umbral de la
madurez, vestido con armas anacrónicas y tocado con la bacía de barbero, cuando menos, nos
hace sonreír. Lo mismo que el tosco escudero montado en un asno a falta de mejor cabalgadura.
La más famosa pareja de todos los tiempos aparece en la literatura, ante todo, para provocar la
risa.
Eso, al menos, nos dice Cervantes en el Prólogo a la Primera Parte: que “el melancólico se
Cervantes pretende suscitar en el lector para que se prepare a recibir su obra, nace precisamente
de lo que se presenta como objetivo fundamental del libro: atacar los libros de caballerías. Su
escritura “no mira m{s que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo
tienen los libros de caballerías”, y por ello, el Quijote se nos muestra, según hemos dicho, como
una parodia de tales libros. La intención de parodiar esos relatos, de reírse de ellos, se muestra
la literatura caballeresca que cree a pies juntillas que lo que cuentan sus libros son verdaderas
crónicas de las hazañas de aquellos caballeros. Alonso Quijano no puede dejar de leer, vive
metido en sus historias y obsesionado por sus relatos. No come y no duerme, y su vida entera la
3
ocupan ya las invasoras lecturas que se apoderan de su mente. Y, así, pasando las noches de
claro en claro y los días de turbio en turbio, "vino a dar en el más extraño pensamiento que
jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de
su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el
mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras (...) deshaciendo todo género de agravio”
(I, 1).
Pero la parodia cervantina desarrolla, como sabemos, a lo largo del libro, toda una visión
del mundo. Esta visión, personal y característica, toma no obstante mucho de Erasmo, aunque
en la actualidad esté superada la tesis de Américo Castro, según la cual cervantino quiere decir
prácticamente erasmista. Aún así, es imposible no tener en cuenta el Elogio de la Locura del
holandés, ni tampoco su Manual del caballero cristiano. Para Erasmo, humanista, la ironía es un
El profesor Antonio Vilanova, por desgracia fallecido hace unos meses, resumió su
Según él, La Moriae Encomium de Erasmo nos ha dado la sátira más hiriente y demoledora de
Quijote de Cervantes.
como un elemento indispensable para hacer posible la vida humana, porque ella es
responsable, por un lado de esconder a la conciencia el lado peligroso de lo real, y por otro, de
inyectar la dosis de entusiasmo y pasión suficientes para que se realicen grandes empresas sin
mirar el coste de las mismas. Erasmo proyecta toda la agudeza de su ingenio mordaz y toda
4
su implacable ironía, contra la necedad y la locura de los hombres. Y para que sea más
hiriente el sarcasmo, este retablo de la locura humana se nos presenta como un discurso de la
comedia humana.
de la universal locura. Pero no cabe olvidar que la Locura entona su propio panegírico y que
Erasmo ha puesto en sus labios la más persuasiva elocuencia y la mayor sutileza dialéctica. Por
eso, el Elogio de la Locura constituye, al propio tiempo, la más apasionada apología del
entusiasmo y de la pasión.
pasión que inspira la locura humana es el motor y la fuente de la vida, el incontenible impulso
vital que mueve el progreso del mundo. El hombre de pura razón, exento de pasiones, carente
del menor sentimiento humano, es una estatua de piedra incapaz de amor y compasión. Nada
se le escapa, en nada yerra, todo lo adivina, todo lo sabe; pero este arquetipo de sabio es
incapaz de la menor acción generosa, del menor impulso heroico y de acometer una empresa
grande.
pues el cuerdo, por vergüenza o por miedo, no emprende nada en circunstancias en que los
locos animosamente se ponen a obrar. La conciencia del fracaso es el freno que traba la acción,
es la gran inercia que retarda el progreso del mundo, y sólo el loco está exento de esta
felicidad estriba en la locura, pues el loco vive inmerso en el engaño y en la ficción, de donde procede su
ventura2.
5
entre la razón y la locura. Cuando la Locura termina su propio panegírico, al lector le queda
humana. Pero al mismo tiempo la trascendencia de los ideales que encarna, la elevación de los
principios morales que de ella proceden, nos lleva a la más absoluta persuasión de la
necesidad de la Locura para que pueda subsistir la vida humana. Aun cuando Erasmo señala
ridículo, lo cierto es que cifra en la locura los más altos ideales de la vida humana (el hombre
más loco fue Jesús de Nazaret). Y su elogio de la Locura es tanto una incitación amarga al
idealismo.
Cervantes, perfecto conocedor de la obra erasmista, extrajo sin duda de sus páginas una
las locuras humanas. A ello se añadió su propia experiencia vital, su experiencia de soldado, su
odiado menester de comisario de víveres para la Armada, todo ello le proporcionó causa
Así pues, en la genial concepción del Quijote, cuya intención aparente y manifiesta es la
locura. Y relegando a un plano secundario su propósito inicial de trazar una invectiva contra
locura de su héroe. Por ello, el idealismo, la noble elevación moral, el generoso impulso de
abnegación y de heroísmo que encarna la figura de Don Quijote, constituye la misma entraña
ridiculizar la locura ideal de don Quijote, subraya con amargo desaliento el fracaso de la noble
6
empresa que acomete. Cervantes logra transmitir esa ambigüedad con un recurso
mordacidad, ni mucho menos en la crueldad con su caballero. Los choques con la realidad
pueden dejar a éste magullado, humillarlo, vencerlo incluso, pero su espíritu permanece
intacto. Es esa doble cara de Don Quijote (y de la novela), la que la convierte en paradójica. Por
una parte, la mirada irónica hacia ese heroísmo loco del hidalgo manchego; por otra la
bondad del caballero, cuyo ánimo no desfallece nunca y cuyo espíritu se muestra generoso y
servicial.
Dicho todo esto, hemos de tomarnos “en serio” a don Quijote, a Alonso Quijano, para
entender bien a Cervantes. Para ello, debemos recordar ese primer capítulo del Quijote, citado
más arriba: don Quijote, decide hacerse caballero andante, como efecto seguido de su extravío.
Bien es verdad que, en este punto, nada más comenzar el libro, se levanta para los lectores
si son jóvenes. El lector contemporáneo tiene una mentalidad naturalista y entiende que la
demencia es ante todo una enfermedad terrible, objeto de estudio y de investigación, y que el
sujeto que la padece es, fundamentalmente, digno de compasión. Hacer burla del loco le parece
repugnante; una costumbre retrógrada que pertenece a un pasado oscurantista. Por eso, el
lector actual, desprevenido ante el Quijote, no suele entender la “locura” del hidalgo y suele
interpretar que el hidalgo manchego “cree ser” un caballero andante, como el tópico chiflado
que se cree Napoleón. Pero no es así, Cervantes deja bien claro que la locura de Alonso Quijano
consiste en hacerse caballero andante para cambiar el mundo repleto de injusticias y desafueros en
7
Hemos de imaginar, por tanto, a Alonso Quijano, solo en su biblioteca, noche tras noche,
no sólo devorado por su adicción, que le provocaba sin duda el placer de desplegar la
maldades a los que era posible vencer; hemos de imaginarlo también comparando esos mundos
con el suyo, raquítico y pobre, con el de su patria, con los muros de su patria, “si un tiempo
fuertes, ya desmoronados / por quien caduca ya su valentía” (Quevedo, Salmo XVII). Alonso
Quijano, llamado el bueno, vería su “b{culo, m{s corvo y menos fuerte”, sentiría su espada
vencida por la edad. Sería fácil (y triste) para él, comparar el mundo de sus libros, en el que
todas partes, en los grandes y en los pequeños, pero sobre todo en los poderosos; en el que el
sueño del imperio pacífico de Carlos, había sido sustituido por un estado burocrático de
prebendas y favores.
Y un día no pudo más. Convencido como estaba de la veracidad de los libros que leía,
tomó ejemplo de ellos y se decidió. Se sintió llamado, “vocacionado” a una misión que le
empeñaba la vida: cambiar el mundo. Tomó nombre de sí mismo, pues él era suficiente para
autoproclamarse; tomó armas de su endeble pasado familiar como si fuesen de acero bruñido;
dio nombre a su caballo, “el primero de todos los rocines del mundo”; tomó una dama del
pueblo de al lado, pero la revistió de tal belleza y la hizo tan inalcanzable, que todas las
princesas y reinas de sus libros quedarían olvidadas para siempre. Y se fue, loco y magnífico,
con sus 50 años, a dejarse la vida en los caminos y cobrar así la fama de los héroes. “Sin dar
parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que
era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante,
puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un
corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había
8
“Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las
doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con
sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la
rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones
del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don
Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo
Rocinante; y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel». Y era la
verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo: «Dichosa edad, y siglo dichoso aquél
adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces,
esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio
encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina
historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos
mis caminos y carreras» (I, 2).
De manera que Alonso Quijano no puede tomar por locura o necedad lo que para él es
simplemente coherencia. Tan fuertemente está arraigada esta convicción en su espíritu que no le
hacen mella las burlas y golpes que recibe en su primera salida y, aún en la segunda se propone
hacer la descabellada penitencia en Sierra Morena, por los pecados contra Dulcinea que nunca
cometió. Así, pensaba él, tiene m{s mérito. “Ahí est{ el punto, respondió don Quijote, y esa es la
fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el
toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, qué
experimenta en esta nueva vida que ha decidido emprender. Se siente mejor persona. Y a pesar
“De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal,
biencriado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones,
de encantos; y aunque ha tan poco que me vi encerrado en una jaula como loco, pienso,
por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo, y no me siendo contraria la fortuna, en
pocos días verme rey de algún reino, adonde pueda mostrar el agradecimiento y
liberalidad que mi pecho encierra”. (I, 50).
¿Por qué, sin embargo, Cervantes dice que esto es una locura? Porque el verdadero
sentido del extravío de don Quijote es que el hidalgo ha elegido como ejemplo de conducta un
modelo literario. No escoge un modelo histórico. Amadís de Gaula, a su entender, supera al Cid
9
Campeador en hazañas y poderío y, efectivamente lo supera si nos atenemos a lo escrito, que es
a lo que se atiene don Quijote. Por eso, desde el momento en que el protagonista quiere hacer de
literatura. Don Quijote es un personaje literario que quiere parecerse a otros personajes
literarios. Esa vida de ficción (dentro de su propia ficción) le parece mucho más verdadera, y
de los caballeros andantes. Para explicarnos el gusto por este tipo de lecturas que manifiestan tantos
lectores normalmente “cultivados”, hemos de tener presente que los libros de caballerías reflejan los
valores de la cultura española, aunque se sitúen en reinos lejanos y épocas remotas: el elemento
afirmados en el caballero español quien, a pesar de la recién llegada modernidad, conservaba hondamente
arraigados los valores que lo había sostenido durante la Edad Media española. En ella, la reconquista
había fomentado una suerte de ideales caballerescos que no habían terminado de extinguirse en el siglo
XVI.
Podría decirse que la aristocracia española (alta y baja) vivía en el Quinientos albergando en sí
géneros literarios que procuraba. Su mente empezaba a abrirse al nuevo siglo, al nuevo Estado, a la
nueva Europa, mientras sus raíces profundas aún no se habían desprendido de siete combativos siglos
Por otra parte, tampoco el XVI se presentaba despojado por completo de carga medieval; la
conquista americana hacía resurgir (¿o continuar?) el espíritu de cruzada y de expansión de la fe tan
propio del medievo español. De hecho, Irving A. Leonard demuestra en su obra Los libros del conquistador
que la mentalidad del conquistador español estaba conformada a esta escala de valores y estos patrones
de comportamiento.
No obstante, a pesar de que ésta fue una de las raíces de su éxito, tal vez no sea la más profunda.
Existe otra: la nostalgia de un mundo pleno de libres aventuras que cada día iba siendo más inconcebible
en un tiempo en que la nobleza caminaba inexorablemente hacia una existencia cortesana, aunque
neg{ndose todavía íntimamente a aceptar el nuevo orden social. Al leer los libros de caballerías “los
10
caballeros encontraban en unas aventuras soñadas una compensación a una existencia ahora regulada y
Sin embargo, los lectores de caballerías no pudieron gozar su entretenimiento con tranquilidad.
Su misma demanda de obras y la devoción que mostraban por ellas alertó a los intelectuales y moralistas
de la época, empeñados, ellos sí, unos en abrirse a nuevos valores, otros en conservar la pureza de
costumbres, y todos en desterrar como nocivas para la sociedad, las imágenes de los caballeros andantes.
Ellos deploraban y despreciaban las lecturas de los libros de caballerías como afición propia de hombres
incultos en general, sin hacer ninguna discriminación de clase; es más, nunca aluden en sus escritos a la
influencia de estos libros en las clases bajas. “Vulgo”, para ellos, son “los incultos” sin designar con este
vocablo a una determinada clase social. El mismo don Quijote lo explica en su comentario al caballero
del Verde Gab{n: “Todo aquél que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en el
número de “vulgo” (II, 16). De esta manera podemos entender que la intelectualidad no leía los libros de
caballerías, al contrario, este grupo social era el responsable de las críticas y ataques contra esos libros,
por tanto podía considerar “vulgares” a sus lectores que sí los aplaudían, demostrando, con esta afición,
su escaso saber.
Los ataques de los autores graves, como los denomina Martín de Riquer, contra los libros de
caballerías se centran básicamente en dos aspectos: uno es la propia estructura compositiva de las obras,
es decir, la crítica se produce desde una perspectiva estética, y otro el pernicioso efecto que, a su juicio,
dichas lecturas ejercían sobre el ánimo del público que las leía, especialmente de los jóvenes y doncellas.
Sin embargo, hemos de tener en cuenta que las críticas de los libros de caballerías degeneraron en
una serie de tópicos que frecuentemente eran repetidos por diversos moralistas quienes no tenían
conocimiento directo de las obras que criticaban y, además, la avalancha de ataques provocó que los autores
dedicatorias de sus obras, sobre el beneficio moral que proporcionaba la lectura de esos libros pues
ofrecían buenos ejemplos de conducta cuando mostraban modelos de caballeros virtuosos o de justos
gobernantes.
3
M. Chevalier: Lectura y lectores en la España de los siglos XVI y XVII, Madrid, Turner, 1976, p. 100.
11
Las detracciones eran promovidas, en su mayoría, por moralistas, eclesiásticos y pensadores
humanistas, según hemos dicho, pero ellos no eran los únicos en lanzarse a la contra; la opinión de otros
escritores también era significativa. El ataque de Juan Luis Vives, por ejemplo, es frontal, global y
virulento. Los libros caballerescos debían estar prohibidos. Habría que acabar con todos ellos, sin que se
salve Amadís o Tirant. La Celestina debe unirse a la hoguera por ser ejemplo de deshonestidad. A su
juicio, el mundo de la caballería es una fuente de fantasías vanas que sólo consigue alterar el “delicado”
espíritu femenino. A ninguna mujer le conviene dirigir su imaginación a esas historias que nada tienen
que ver con la realidad y que van contra su naturaleza porque “¿qué tienen que ver las armas con las
doncellas?”.
Los autores graves se mostraban muy preocupados también por el crédito que la gente inculta
otorgaba a las historias narradas en los libros de caballerías. Sabemos que apenas había división entre
las obras historiográficas propiamente consideradas, y los libros de caballerías; ambos presentados como
narraciones antiguas rescatadas del olvido. A esto se añade la predisposición de los lectores a la
aceptación de hechos maravillosos relacionados con la religión y las vidas de santos, así como a la
admiración de la poesía y el mito medievales, y de las fabulosas hazañas de sus antepasados en su lucha
contra los sarracenos. Irving A. Leonard considera que, debido a ese caldo de cultivo, los españoles
absorbieron las producciones impresas de tema caballeresco, literarias o no, con una credulidad y una
convicción tan intensa que hoy día no puede menos que asombrarnos.
Muchos de los libros de caballerías se presentaban por fuera como obras de carácter histórico; de
hecho incluían en sus títulos las palabras “historia” o “crónica”, como por ejemplo la Crónica de don
Florisel de Niquea, que implicaban un registro del pasado; de ahí que sus detractores emplearan contra
esas obras el apelativo de “historias mentirosas”. A este recurso se añadía la patraña de que estos libros
hubiesen sido escritos en lenguas raras de las cuales eran traducidos por sus autores, por eso los libros
eran llamados “enemigos de la verdad”. Adem{s, los sentidos temporal y geogr{fico eran, como hemos
dichos, sumamente vagos en los libros de caballerías, así que toda esta amalgama de factores hacía que
los lectores nunca acabaran de saber lo que estaban leyendo; “en consecuencia -dice Leonard-, mientras
Por otra parte, como ya hemos apuntado, los pensadores y moralistas encontraban especialmente
alarmante el efecto que esas obras ejercían sobre la juventud masculina y femenina. La clave de dicho
4
Los libros del conquistador, México FCE, 2007, p. 63.
12
efecto podía advertirse, sin duda, en el estímulo de la fantasía que esas lecturas proporcionaban a
La afición que existía especialmente entre determinados círculos femeninos por los libros de
caballerías, era mucha; por otra parte, la ociosidad y el matrimonio sin amor eran dos constantes en la
vida de las mujeres de cierta posición en el siglo XVI. Las ensoñaciones y fantasías que alimentaban esas
lecturas las hacían despegarse de la realidad más que afrontarla, por eso los autores graves blandían sus
mejores armas contra los libros de caballerías en defensa de la honestidad de las mujeres.
Tenemos dos ejemplos valiosísimos de lectores de la época que fueron también (después de
aficionados) críticos de los libros de caballerías. Los dos son conocidos. Uno es el de Ignacio de Loyola
que, herido por una bombarda en el sitio de Pamplona por los franceses, durante su convalecencia, se
dedicó a la lectura:
“Y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías,
sintiéndose bueno pidió que le diesen algunos de ellos para pasar el tiempo; mas en aquella casa
no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christi, y un libro de la vida de
los santos en romance”5
Así lo relata él mismo, y el calificativo “falsos” nos da a entender que Ignacio escribe esto cuando
ya hace mucho que ha abandonado esas lecturas y, como don Quijote, ha vuelto a ser “cuerdo”. No
obstante, poco después de este episodio, cuando ya ha decidido cambiar de vida, Ignacio sigue
contando:
“Y fuese su camino de Montserrate, pensando, como siempre solía, en las hazañas que había de
hacer por amor de Dios. Y como tenía todo el entendimiento lleno de aquellas cosas, Amadís de Gaula y
de semejantes libros, veníanle algunas cosas al pensamiento semejantes a aquellas; y así se
determinó de velar sus armas toda una noche, sin sentarse ni acostarse, mas a ratos en pie y a
ratos de rodillas, delante del altar de Nuestra Señora de Montserrate, adonde tenía determinado
dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo” 6
¿Cabe algo más caballeresco? La experiencia de Ignacio de Loyola nos da la medida de la fuerza
El otro caso también proviene de la vida de otra santa española: Teresa de Jesús. En su Libro de la
Vida los primeros años de la Santa están narrados con brevedad, pero al hablar de su madre, doña
5
Autobiografía, 5.
6
Ibidem.
13
Beatriz de Ahumada, nos cuenta de la moderada afición que esta señora tuvo por la lectura de los libros
de caballerías, y continúa:
“Era aficionada *doña Beatriz a libros de cavallerías, y no tan mal tomava este pasatiempo como
yo le tomé para mí, porque no perdía su labor, sino desenvolviémonos para leer en ellos. Y por
ventura lo hacía para no pensar en grandes travajos que tenía, y ocupar sus hijos que no
anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesava tanto a mi padre que se havía de tener
aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta
que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo demás. Y parecíame no
era malo, con gastar muchas horas del día de la noche en tan vano ejercicio, aunque ascondida de mi
padre. Era tan estremo lo que esto me embevía que si no tenía libro nuevo, no me parecía tenía
contento” (Vida, II, 1).
Resulta conmovedor el esfuerzo de Teresa por disculpar a su madre en aquella “pequeña falta” y
echarse ella la mayor parte de la responsabilidad porque al fin y al cabo su madre no faltaba a su trabajo,
pero ella en cambio faltaba “en lo dem{s”. En cualquier caso, a Teresa también le había dado por
escaparse de casa siendo una niña y marcharse a “tierras de moros” donde poder dar la vida por la fe
Así, aunque las autoridades civiles tomaron alguna medida y prohibieron que estos libros fueran
a América, los comerciantes, deseosos de dar gusto a sus lectores, cargaban cajas de libros caballerescos
que disimulaban poniendo encima de ellos unas capas de biblias o vidas de santos que los censores
libros. Para él, imbuido de espíritu humanista, estas obras chocaban con casi todos sus
principios. Él considera que la novela debe enseñar deleitando y hace decir al canónigo
“Este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las f{bulas que
llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente á deleitar,
y no a enseñar; al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y
enseñan juntamente”. (I, 50).
En el capítulo 50 el canónigo reitera a don Quijote todos estos defectos que posee el
género y le dice que si “todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de
hazañas y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces”, pues es verosímil. En este
14
punto queda bien claro el parecer de Cervantes: si sabiendo alguien todo lo dicho en el libro
hasta entonces acerca de las novelas caballerescas, quisiera aún satisfacer su curiosidad u ocio
con aventuras, debería recurrir a la historia: a los héroes reales. En estos textos, podemos
advertir que Cervantes estaba comprometido con la verdad y por eso critica la artificiosidad y
Pero, a pesar de todo lo dicho, ¿podemos considerar que esos libros caballerescos eran capaces de
transmitir valores si la casi totalidad de los intelectuales del momento (conservadores y progresistas) los
Ahora, en el siglo XXI, podemos responder que sí; aunque esta respuesta es posible porque
hemos recobrado el valor de la imaginación y de la fantasía en el ser humano, así como lo valioso de las
creaciones míticas de las distintas culturas. Los humanistas del XVI pensaban que cualquier creación
literaria debía ceñirse a los cánones clásicos, lo cual era imposible para estas pre-novelas en gran medida
Alonso Quijano sí captaba aquellos valores y los creía posibles a pie juntillas. Más aún, había
trazado un plan “a medio plazo”. Don Quijote sería el primer caballero que resucitara en su época la
orden de caballería, pero sin duda habría otros que lo seguirían, según se desprende de muchos de sus
razonamientos.
El primer texto que ilumina este designio de don Quijote es el que aparece en el capítulo 11 de la
Primera Parte, titulado: “De lo que sucedió a don Quijote con unos cabreros”. En este capítulo, nuestro
caballero despliega el que ser{ primero de sus así llamados “discursos”; y lo hace para exponer el
“¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y
no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en
aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas
dos palabras de tuyo y mío! Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era
15
necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano, y alcanzarle
de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto.
Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les
ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las
solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano sin interés alguno la fértil cosecha de su
dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su
cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rústicas
estacas, sustentadas no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz
entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a
abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada, ofrecía
por todas partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos
que entonces la poseían (<) No había fraude, el engaño ni la malicia mezcl{dose *sic+ con la
verdad y la llaneza. (<) La justicia estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni
ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora menoscaban, turban y persiguen. La ley
del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que
juzgar, ni quien fuese juzgado. (<) Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho,
por dondequiera, solas y señeras, (<) y su perdición nacía de su gusto y su propia voluntad” (I,
11).
Don Quijote expone estas razones agradecido a los cabreros por haberles acogido a él y a
su escudero por haber compartido con ellos hoguera y comida. Cree encontrar en ellos un
auditorio apropiado para explicar porqué va así por el mundo. Sin embargo, ellos lo miran
empezado por citar el mito clásico de la Edad de Oro. Son los griegos los que transfieren al
mundo occidental el mito de la Edad de Oro, un estado perfecto del ser humano existente en un
pasado remoto. El mito de la raza de oro alcanza su cima literaria con Los trabajos y los días
(hacia 700 a.C.) de Hesíodo, en el que expone las cinco edades del hombre. El autor se sitúa a sí
busca de consuelo. Según detalla Hesíodo, la raza de oro vivía en una tranquila
bienaventuranza; moraba en un lugar tranquilo, sereno, donde abundaban los frutos sin
necesidad de cultivarlos y el hombre no sabía lo que era sudar en el trabajo. Los hombres áureos
16
“En los primeros tiempos, los Inmortales que habitan las mansiones olímpicas,
crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquéllos en época de
Cronos, cuando reinaba en el cielo. Vivían como dioses, con el corazón libre de
preocupaciones, sin fatigas ni miseria; no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino
que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas, ajenos a
cualquier clase de males. Morían como sumidos en un sueño; poseían todo tipo de
alegrías; el campo fértil producía espontáneamente hermosos frutos y en abundancia.
Ellos, contentos y tranquilos, alternaban sus faenas con numerosos deleites. Eran ricos
en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados”.
a la Europa renacentista. De esta manera, Cervantes coloca en boca de Don Quijote este
trataba de un tema “de moda” o trillado. Y adem{s, de acuerdo con Américo Castro 9, lo
condición de caballero, se refiera a este mito clásico y que luego intercale la caballería andante
“andando m{s los tiempos y creciendo m{s la malicia, se instituyó la orden de los
caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los
huérfanos y los menesterosos”. La orden de caballería apareció, según estas palabras para
detener el avance del mal. Más adelante, en el capítulo 20, ya citado más arriba, se expresa
con m{s claridad en la misma línea: “Sancho, amigo, has de saber que yo nací, por querer
7
El mito de la Edad de Oro sobrevive a la literatura clásica, pues supone una evasión hacia un tiempo ideal, una huída de
la realidad para la que el hombre siempre está dispuesto. El mito se va adaptando a los tiempos, cargándose de adornos
para aparecer en textos como la Crítica del programa de Ghota de Karl Marx (1875. Madrid: Fundación de estudios
socialistas Federico Engels, 2003), donde el filósofo alemán rescata la idea de justicia natural, o en varias novelas de
Fiodor Dostoievski: Los demonios (Madrid: Alianza, 1984) y El sueño del hombre ridículo (Barcelona: Altera, 1996), en
las que el autor ruso recurre a las formas del mito para expresar el anhelo de retorno al pasado producido por la vejez.
Vid. también el artículo de J.C. Martínez García: “Historia de la Utopía. Del Renacimiento a la Antigüedad”. Revista
electrónica Espéculo, UCM, núm. 30.
8 Abordaron el tema autores italianos y españoles: Petrarca, Boccaccio, Ariosto, Castiglione, Juan del Encina, Luis Vives,
Antonio de Guevara, fray Luis de León, entre otros. Para el contenido de todo este epígrafe, vid. Heinz-Peter ENDRESS: los
ideales de don Quijote en el cambio desde la Edad Media hasta el Barroco, EUNSA, Navarra, 200.
9
AMÉRICO CASTRO, (2002) El pensamiento de Cervantes, Madrid, Trotta.
17
del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro<” Su misión se
presenta, por tanto, según una gradación: desea resucitar la caballería andante para así,
siendo miembro de ella, poder resucitar la Edad de Oro. Maravall10 afirmaba que de estas
ideas se desprende que el caballero manchego habría tomado sobre sí una misión social y
política.
Resulta extraño, por extravagante, que don Quijote pretenda instaurar en el presente
el ideal de un tiempo pasado (el ideal caballeresco) a fin de hacer surgir una era mítica.
de los valores implicados. Además, la épica caballeresca medieval había tenido su propio
edén: el perdido reino de ensueño del rey Arturo y su Tabla Redonda, sin un marco
temporal ni local fijo. A Arturo puede aplicarse todo aquello que se espera del último rey:
Arturo es el lugar al que se otorga la concordia, característica del reino de la paz. El reino de
Arturo es, por lo tanto, como la Edad de Oro, una concepción social, política y moral ideal.
Tal vez, por ello, don Quijote los nombrara en el mismo discurso: “Yo soy, digo otra vez,
quien ha de resucitar a los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la
Fama” (I, 20). M{s adelante, en el primer capítulo de la segunda Parte, equiparará la Edad
de Oro y la época de la caballería andante, lo cual se explica por el hecho de que para don
Quijote la época de la andante caballería era asimismo un tiempo ideal. Como dicha época,
según el caballero, tuvo su realización sobre todo en los días del rey Arturo, éste juega aquí
también un papel, aunque en segundo plano. En otro lugar lo ensalza explícitamente como
fundador de la caballería andante: “Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella
Don Quijote hace pues coincidir a veces la Edad de Oro y el reino de Arturo.
Naturalmente, hemos de entender que el complejo sentido del discurso de la Edad de Oro
no corresponde en verdad exactamente a los ideales a los que aspira la épica caballeresca
medieval. Para empezar, la Edad de Oro es un mito pagano que implica un estado de
10
J. A MARAVALL (1948), El humanismo de las armas en don Quijote, Madrid.
18
felicidad vigente para todos los seres humanos sin diferencia alguna; para todos es posible
vivir en una dichosa anomía. En cambio, el reino de Arturo es un lugar para elegidos, de
carácter elitista y exclusivo y tiene rasgos claramente cristianos. Por otra parte, tampoco los
ideales concretos de los dos conceptos se corresponden entre sí. Los valores medievales han
humanista se manifiesta ya sólo por el hecho de que con el tema de la Edad de Oro se vale
de un asunto renacentista por excelencia. La procedencia clásica del tema le es bien conocida
encuentran también las principales novelas pastoriles del Renacimiento. Por otra parte, él
mismo menciona también, a lo largo de toda la obra a autores italianos de su siglo; hace
César, Catón, Cicerón, Horacio y Virgilio. Y en presencia del hidalgo don Diego de
Tampoco se trata de una afligida y absorta mirada retrospectiva hacia una felicidad
perdida, aunque haya algo de eso. La idea más clara es que toda esa exposición se hace
como acusación contra el presente. Se mira hacia el pasado para dar forma al futuro
siguiendo su modelo. Ya Virgilio había tomado el mito de la Edad Dorada con esa misma
da esperanza al hombre culto pues, de este modo, entiende que es posible trabajar para que
el futuro mejore.
Don Quijote es evidentemente un hombre así, aunque sólo sea ficticio. Y eleva la
Edad de Oro al rango de ideal, y alcanzarlo es su más alta misión, para lo cual está
dispuesto a movilizar toda su energía y arriesgar el todo por el todo. “El mito de la Edad de
19
Oro, con su nostalgia de la inocencia perdida, es para don Quijote un programa que ha de
llevarse a cabo en el futuro”11. Con razón puede hablarse de un proyecto de utopía. J.M.
Martín Mor{n afirma en un interesante artículo que don Quijote “no podría existir sin la
fantasía utópica y sin verse a sí mismo en el futuro como resultado de las acciones del
presente”12.
Pese a las numerosas diferencias entre Edad de Oro y Utopía (ya que la primera es
un mito y la segunda más bien un proyecto trazado por la razón), ambas son nociones
mundo13. Lo nuevo es cómo, en la novela, don Quijote establece la relación entre ambos,
trasponiendo la Edad de Oro, enraizada hasta entonces, sobre todo, en la literatura pastoril,
que también su ideal caballeresco en relación con el ideal de la Edad de Oro desempeña un
papel funcional. Así pues, el ideal caballeresco, de tendencia sobre todo individualista, está
global de la Edad de Oro. Maravall opina que, en su discurso sobre la Edad de Oro, don
Quijote expone su misión en este mundo; y en su segundo gran discurso, el que trata de las
armas y las letras (I, 37-38), hace una selección entre los medios que él considera elegibles, y
se decide por las armas como insignias de la caballería. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que dichos medios son, en cierto modo, inherentes a la caballería, puesto que
lucha, de prueba y de hallarse siempre en camino hacia una meta. La Edad de Oro, en
cambio, como ideal de felicidad, se asocia más a las nociones de calma, de seguridad, de
11
P. DUNN (1972): “Two classical Myths in Don Quijote, renaissance and Reformation, nº 9, 2-10. Con formato: Fuente: 10 pto
12
J.M. MARTÍN MORÁN (1997), “Cervantes: el juglar zurdo de la era Gutenberg…” en “Perspectives on Cervantes Studies Con formato: Fuente: 10 pto, Sin
in Honor os José María Casasayas”, Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, XVII, Primavera. Disponible en subrayado, Color de fuente:
www.h-net.org/~cervantes/. Automático, Inglés (Estados Unidos)
13
El tema de la Utopía es, como sabemos, muy renacentista y afecta a varios aspectos del enfoque de la Código de campo cambiado
vida humana. Lamentablemente, no puedo detenerme en ello en este trabajo.
Con formato: Fuente: 10 pto
Con formato: Inglés (Estados Unidos)
20
armonía y de paz. Por otra parte, no hemos de olvidar que El mundo caballeresco suponía
un sistema de vida social en el cual el enemigo, el hostes, era un enemigo privado personal.
Por consiguiente, nos podemos permitir el lujo de decir que la mayor batalla que don
Quijote está librando es una batalla mortal consigo mismo, contra-sí-mismo, es decir, se nos
presenta como un caballero espiritual con trazas de moralista: con su ejemplo y con sus armas
él quiere combatir a los enemigos según la moral, no según el derecho y la política. Pero el
carácter de don Quijote no solamente va madurando poco a poco, sino que va adquiriendo
renacentista.
Las ideas que integran el concepto de “Edad de Oro” representan los valores o cada
uno de los ideales de don Quijote en concreto. Según el orden en que aparecen nombradas,
libertad.
Hemos de consignar aquí que Cervantes, siguiendo la tónica general del Quijote no
hace mención de los elementos sobrenaturales o no realistas con los que el mito de la Edad
Respecto al estado natural, don Quijote expresa aquí, con toda claridad la idea del
estado natural de los hombres y de la sociedad humana en los tiempos primitivos. En todas
primordial, como no podía ser menos tratándose de un mito clásico muy utilizado en el
Renacimiento. Representa un factor “b{sico”, ya que gracias a él, tienen fundamento los
restantes valores. Posibilitados y determinados por el orden natural, todas estas ideas
21
Edad de Plata, luego a la de Bronce y finalmente a la de Hierro, que es la era actual, pues
llegada del mal al mundo. Por eso, ante este estado de cosas, es tarea de los hombres (en
nuestro caso, de don Quijote) asumir la tarea de restablecer el estado original del mundo.
Este afán de don Quijote aspira también a restaurar el estado original de la comunidad
humana, pero este estado era constitutivamente un estado natural, de, de lo cual se
desprende que unas condiciones sociales equiparables a las de aquel estado natural
En este contexto ha de integrarse también la visión de la libertad que tiene el caballero. Don
Quijote garantiza defensa y protección a la joven pastoral Marcela (I, 12-14) que ha escogido la
naturaleza para vivir en armonía consigo misma, para mantenerse virgen y sobre todo para
realizar su ideal de libertad: “para poder vivir libre escogí la soledad de los campos<” De la
libertad también trata el episodio de los galeotes (I, 22), a quienes don Quijote libera de sus
guardianes porque le “parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres”.
Y por este modo de pensar se entiende su famosa declaración: “La libertad, Sancho, es uno de
los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los
tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede
En relación a la igualdad, las frases del discurso de don Quijote expresan que en la Edad
de Oro la naturaleza garantiza el principio de la propiedad común y con ello la igualdad entre
los hombres. Este asunto estaba ya implícito en Hesiodo, pero sólo a partir de Ovidio
su propia época. Evoca con ella es estado de una sociedad que se encuentre en radical oposición
a la España de entonces, caracterizada por extremas diferencias sociales. Claro está que la idea
de igualdad concebida de esta forma nada tiene que ver con el ideal caballeresco medieval. Sin
22
embargo, como don Quijote, en su explícita idea de sí mismo como caballero, aboga por el
principio esencialmente renacentista de una igualdad general, el ideal caballeresco sufre en sus
labios, bajo este aspecto, una ampliación de su significado hasta el momento desconocida. No
obstante, hay que decir que al manifestar sus convicciones y objetivos referentes a la igualdad,
don Quijote ya nunca volverá a ir explícitamente tan lejos. Porque sería absurdo afirmar que
don Quijote es un paladín que arremete contra las diferencias estamentales. Lo decisivo es, a
pesar de todo, que las diferencias sociales, según la visión idealista de los autores renacentistas
y de don Quijote, influido por ellos, debían estar basadas exclusivamente en el mérito personal.
expresa que es deber del cortesano “amar a sus deudos de grado en grado, guardando con
todos en ciertas cosas, como en la justicia y en la libertad, una igualdad medida y llevando con
otras algunas una desigualdad puesta en razón, como en ser liberal, en remunerar los servicios,
en repartir las honras y los cargos según las diferencias y desigualdades de los méritos<”14.
propiedad privada, como es el caso de Tomás Moro en su Utopía. Pero no por ello se muestra en
El valor de la paz es, sin lugar a dudas, el de mayor alcance y trascendencia. Por lo
A primera vista puede parecer contradictorio ver la paz señalada como uno de los ideales
muchas veces que su profesión es la de las armas, además de comportarse con frecuencia de
modo irascible y descontrolado. Tampoco el lector puede evitar esta impresión, pero el lector
sabe también, ya desde el comienzo, que don Quijote, desde su punto de vista subjetivo, siempre
cree tener sólidos motivos para su conducta militante. Su imaginación y su juicio, dominado por
14
B. CASTIGLIONE: El Cortesano, IV, 33. Trad. De Juan Boscán, 1534. Madrid, Cátedra, 1994, p. 484.
23
ella, le dan a entender que la razón está de su parte y que combate en defensa del derecho
Sin embargo, por mucho que insista en el poder de las armas, don Quijote se rige en
definitiva por un ideal de paz. Ello se desprende no sólo del discurso que estamos analizando
sino también del llamado “de las armas y de las letras”. Cuando don Quijote se decanta por las
armas afirma que éstas: “tienen por objetivo y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres
pueden desear en esta vida” (I, 37); y concluye con la siguiente frase: “Esta paz es el verdadero
fin de la guerra”.
Puesto que la palabra “guerra” es sinónimo de armas, y para don Quijote las armas son
equivalentes a su ideal caballeresco, y puesto que en esta última cita, la guerra (las armas, el
ideal caballeresco) guarda relación directa con el ansiado ideal de paz, la tesis de que el ideal
caballeresco guarda una relación de medio con los valores políticos, sociales y morales que
afirmación hecha por don Quijote acerca de la paz como objetivo de la guerra, porque don
Quijote persigue mediante las armas “la depuración interior del ser humano”, porque considera
las armas como “instrumento de una virtud interiorizada, espiritualizada, en sentido moderno”;
les atribuye de este modo “un nuevo sentido moral”, pues corresponden a un “ideal moral”.
Por consiguiente, a la pregunta de cómo puede ser posible que las armas traigan la paz, puede
ahora responder: “Porque las armas sirven a la justicia y a la virtud”15. Durante el reinado de
irenismo erasmiano por el cual sería posible la paz en los territorios europeos si todos se aliaban
contra los enemigos comunes, especialmente los turcos. Estos enemigos, al no ser cristianos,
Como ya sabemos, esta aspiración se truncó pronto debido a la herejía luterana y sus
consecuencias políticas. En cualquier caso, Para Carlos fue una aspiración personal
fundamentada tanto en sus convicciones erasmistas como en el concepto medieval del monarca,
15
J.A. MARAVALL, El humanismo de las armas, op. cit., pp. 119, 121, 124, 125 y 237.
24
según el cual el don más preciado que un rey puede otorgar a su pueblo es un reinado pacífico.
nuevo el rey Arturo es modelo arquetípico de este gobernante y su corte el centro de la paz y la
justicia.
Lógicamente, también el ideal caballeresco se vio impregnado por este afán. Desde lejos,
el ideal de paz del caballero cristiano que persigue don Quijote viene ya aludido en todo ello,
aunque el estímulo decisivo en este sentido parte más bien del renacimiento. Si en la Edad
palabra “paz”, aunque éstas conservan su validez, tiene lugar entre los humanistas un
desplazamiento de énfasis a favor de la paz política. Hemos citado a Erasmo y habría que citar
también a Tomás Moro, aunque también hay intelectuales españoles (Alfonso de Valdés y fray
la versión que de él hace Ovidio se lamenta la pérdida de esta virtud en la Edad de Hierro. Por
supuesto, nos hallamos ante un concepto de verdad claramente moral y de ahí, indirectamente,
de relevancia social. No se trata de una verdad filosófica, sino que se trata de la verdad que se
dice o se oculta, se distorsiona o se encubre, que tiene que ver con la coincidencia entre lo que se
declara y lo que se sabe, con lo que se piensa y lo que se siente y cuyo contrario es la falsedad, la
mentira o el engaño.
De entre los restantes ideales, es la justicia la que más próxima se halla a la verdad; de
hecho, don Quijote las menciona seguidas. Por otra parte, la verdad comparte con la justicia la
propiedad especial de que se puede entender tanto en sentido moral y social generalizable,
cuanto en sentido individual como una virtud, la de la veracidad o amor a la verdad. Varios
Este concepto moral de la verdad, tal como lo defiende don Quijote, a diferencia de los
Media y el Renacimiento. En la época medieval, esta clase de verdad constituyó uno de los
25
declara leal a este principio: “Yo soy rey, y no debo mentir,/ ni consentir villanía,/ ni falsedad, ni
Ramón Llull en su Libro de la Orden de Caballería también escribe sobre esto al hablar del
El ideal de la verdad tiene también, por su parte, junto a un componente moral, también
cuando don Quijote habla con don Lorenzo acerca del caballero ideal y espera de éste, entre
otras cosas, que sea “mantenedor de la verdad” (II, 18), aunque su defensa le cueste la vida.
En cuanto a la justicia, esta es entendida también como una virtud natural que tiene
como objeto la relación ordenada de las personas entre sí. Por ello ocupa una posición central en
el conjunto de los ideales que aquí se exponen. Independientemente de que ella en sí represente
un altísimo valor y corra parejas con la verdad, opera como fundamento de la igualdad, la
Es evidente que la justicia se cuenta entre los ideales más importantes de don Quijote.
cuando declara sus propósitos o cuando define a los caballeros andantes como “ministros de
Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella la justicia” (I, 13). También en sus consejos
a Sancho para la misión de este como gobernador, y en los cuales la justicia constituye el
elemento esencial. Pero sobre todo la meta constante de sus actos es contribuir al triunfo de la
justicia. Aunque el loco caballero imagine muchas de sus aventuras, su afán de justicia
permanece intacto.
16
Madrid, Alianza, 2005, p. 48.
17
Madrid, Alianza, 1995, p. 26.
26
También encontramos esta virtud entre las indispensables del caballero, pues debe
defender y amparar a los que se ven privados de justicia. Llull la menciona en primer lugar
Lo singular de la idea de justicia que tiene don Quijote estriba, sin embargo, en el hecho
de que además se nutre de los principios de la ley natural. La antigua concepción de la justicia,
asentada en la ley natural, se expresa aquí, en su manifestación humanista, como una justicia
espontánea, sencilla, supralegal, universal, absoluta e ideal. Consecuentemente con todo ello,
don Quijote se deja guiar en sus acciones por su personal sentido del derecho, por la voz de su
los galeotes (I, 22). Considerando la libertad un derecho natural, no puede comprender ni
aceptar que se someta a las personas, aunque sea en nombre del rey, a un castigo tan duro: “Me
parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres”. De este
una vehemente crítica cervantina contra la justicia de su época, de la que el mismo autor fue
víctima en numerosas ocasiones. Sin embargo, a partir de su forzosa colisión con el derecho
legal y con la verdadera constitución de la realidad, se explica que casi sin excepción don
clásicas del mito de la Edad de Oro; sin embargo se puede interpretar como parte de su
la carencia de leyes, que evita limitaciones. En el caso del discurso quijotesco, el caballero
expresa el ideal de la libertad con arreglo a la simbiosis de Edad de Oro y mundo arcádico,
18
Cervantes y la libertad, 2 vol. Madrid, Gráficas Valera, 1959-1960, t. I, p.9.
27
Las convicciones del Quijote sobre este tema han emanado con toda seguridad de la
amarga experiencia vital de Cervantes. Don Quijote lucha verdaderamente de modo por
completo desinteresado con sus palabras y sus armas por la libertad, donde y cuando él la cree
en peligro. Pero, naturalmente, el aspecto autobiográfico dista mucho de ser el único decisivo.
Es una de las tradicionales obligaciones caballerescas correr en ayuda de personas que han sido
privadas de su libertad de manera injusta. Constituye una situación clásica en los cantares de
gesta y los libros de caballerías. En este sentido, don Quijote considera su natural obligación
liberar a la señora vizcaína, que él cree cautiva de una banda de encantadores (I,8), y durante la
casi totalidad de la segunda Parte, don Quijote no tiene otro af{n que “su deseo en la libertad y
Por otra parte, el ideario renacentista desempeña también aquí un papel importante pues
expresa la idea de la libertad individual como un derecho natural innato. Las pruebas más
elocuentes de ello son, junto a la cita inicial del discurso de don Quijote, su intercesión a favor
de la pastora Marcela y la liberación de los galeotes. Es más que comprensible que interceda por
más o menos con la suya. En la aventura de los galeotes, la actitud de don Quijote no brota de
terquedad: “¿Saltear de caminos llam{is al dar libertad a los encadenados, soltar presos,
En qué medida significa para él un ideal, lo indican finalmente sus palabras, ya citadas,
transforma a don Quijote en un elogio de la libertad en el cual se adivina con nitidez el anhelo
28
No obstante lo hermoso de las ideas expuestas anteriormente, el lector del Quijote ya
sabe que éstas van entreveradas de tanta ironía que a veces no sabe a qué carta quedarse. La
pedagógica erasmista que en Cervantes cobra aspectos magistrales. Por otra parte, el libro es
una parodia de los libros de caballerías, lo cual da paso al humor y a la risa. Además, Cervantes
escribe una novela, no un diálogo o tratado a la manera de los humanistas, sus contemporáneos.
Este género le permite jugar constantemente con los diferentes planos de la realidad que captan
Pero junto a este perspectivismo tan estudiado en el Quijote, también se aprecia, no pocas
veces en el libro un radical desengaño muy próximo al talante barroco. La tristeza de la vejez, el
inexorable paso del tiempo, la inconsistencia de lo real, la quiebra de los ideales y la ausencia de
alteza de miras minan el impulso entusiasta del hidalgo que llega a afirmar en un capítulo
crucial de la Segunda Parte: “<Que todo este mundo es m{quinas y trazas contrarias unas de
consecuencia de ser libro-frontera entre dos épocas tan marcadas. Ya no es Renacimiento del
todo, pero tampoco es Barroco formado. El Quijote constituye un pórtico clave para entender la
Como la mayoría de los autores europeos del Renacimiento, muchas mentes españolas
advenimiento inminente de una nueva Edad de Oro. Así el cronista Diego de Valera había
aplaudido en 1482 la invención del arte de la imprenta como un magnífico medio para la
reinstauración de esa época19. Diez años más tarde, con motivo del nacimiento de un hijo de los
Reyes Católicos, el poeta Juan del Encina había declarado: “En vos començaron los siglos
dorados”; y en 1529, Antonio de Guevara en su Vida del emperador Marco Aurelio había creído
19
Vid. para esta idea el texto de H. Levin: The Myth of the Golden Age in the Renaissance, Bloomington/London, Indiana
University Press, 1969.
29
vislumbrar en el horizonte de la historia la nueva monarquía, en la cual se realizaría la utopía
de la libertad natural del Humanismo. Sesenta años más tarde se perciben tonos muy distintos:
la crisis económica y las costosísimas guerras en Europa, además del nuevo talante de los reyes
Por lo que respecta a Cervantes, sabemos que la curva de sus experiencias vitales
personales coincide de manera casi prototípica con las de su tiempo. Así pues, en lugar de una
postura idealista defendida en sus años de juventud, reflejada sobre todo en La Galatea, se
Por todo ello, resulta explicable la evidente refracción irónica a la que están sometidos el
ideal de la Edad de Oro y cada uno de los ideales que conlleva. Lo decíamos al principio y
volvemos a ello al final; la ironía es un rasgo esencial y constitutivo de todo el Quijote, así pues,
Ni el auditorio del discurso (los cabreros que miran y escuchan alelados, como si se les
hablara en chino), ni el tono de don Quijote, en el que se aprecia algo de exaltación maniaca, ni
su aspecto sucio, derrengado y herido, invitan a tomar demasiado en serio sus palabras. Sobre
este doble discurso irónico se han escrito cientos de páginas y la mayoría de ellas abunda en el
terrible y constante fracaso que le supone a don Quijote poner en práctica sus convicciones. Sin
embargo, hemos de preguntarnos también por la existencia de la ironía en el texto mismo. Sin
negar la absoluta seriedad de don Quijote durante todo el discurso, y precisamente por ello,
podemos vislumbrar la mirada crítica cervantina que compara, implícitamente, su época con
explícita: “La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los
del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”. Nadie se puede reír
de eso. Se trata de algo constatable y desgraciadamente más común de lo que debiera ser. Con
razón dirá el cura de la aldea que don Quijote, quitando el tema de los libros de caballerías, en
lo demás, no solo razona magníficamente sino que se muestra inteligente, noble e incluso sabio
(I, 30).
20
Por otra parte, sólo a través de estas experiencias pudo madurar el excepcional sentido realista de Cervantes, capaz de
distinguir con absoluta precisión entre la apariencia y el ser, entre el sueño y la realidad, y entre la utopía y lo realizable.
30
Pero la realidad se impone y Cervantes es profundamente realista. Hay que añadir a esto
que el Barroco fue una época fuertemente desmitificadora y, por tanto, desde este punto de
vista, los ideales políticos, morales y sociales de don Quijote, influidos aún por el Renacimiento,
se ven sometidos a una refracción irónica. Claro está, desde mi punto de vista, que estos ideales
no fueron por ello plenamente desechados; y es que la ironía de Cervantes no es corrosiva sino
que deja espacio para la comprensión y aún para la comprensión benevolente. En la obra, la
ironía se encuentra con el humor, explicable sólo por el genio de Cervantes, y mediante ambos,
el autor se distancia de manera muy especial del altanero idealismo y del irrealismo del
protagonista, y arroja una luz irónica sobre la etérea altivez y el carácter absoluto con los cuales
Pero no quiero cerrar estas páginas (de todo punto escasas para la densidad del tema) sin
comentar uno de los capítulos m{s “serios” del Quijote. Me refiero a la seriedad con la que el
vida. En el capítulo 8 de la Segunda Parte, de nuevo hay una declaración de principios que nos
deja asombrados por la hondura y serenidad con la que está expresada. Don Quijote y Sancho
acaban de dejar su aldea y se encaminan a la vida de aventuras que han planeado. Hablando de
todo un poco, la conversación entre los dos recae en la adquisición de fama y en las obras que
deben ser merecedoras de aquella. Don Quijote pasa de alabar a los héroes de la Antigüedad a
ponderar más aún a los caballeros cristianos y hace todo un desarrollo de la caballería
espiritual:
“Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y ser{n obras de la fama,
que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos
merecen, puesto que los cristianos católicos y andantes caballeros mas habemos de
atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes,
que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama,
por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin
señalado. Así, ¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene
31
puesto la religión cristiana, que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la
envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del animo; a la
gula y al sueno, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la lujuria y
lascivia, en la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la
pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y
hagan, sobre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se
alcanzan los extremos de alabanzas que consigo trae la buena fama”.
Manual del caballero cristiano. No voy a explicitar más este aspecto que nos llevaría muy lejos pos otros
derroteros. Sólo quiero echar el último vistazo al Caballero de la Mancha y dejar que el eco de sus
“(<) No todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los
suyos al cielo: religión es la caballería; caballeros santos hay en la gloria”.
Responde don Quijote con estas palabras a la propuesta de Sancho: “démonos a ser santos”. Don
Quijote cree sincera y serenamente (al menos en este capítulo) que su orden de caballería es literalmente
como una orden religiosa. Ese es el significado de la palabra “religión” en este contexto. Así pues el ha
abrazado un modelo laico de conducta con el que muchos autores morales han jugado para dar
expresión simbólica al comportamiento evangélico. Desde este punto de vista, este diálogo resulta
conmovedor. Alonso Quijano sabe que la caballería es un horizonte de sentido para él y que Dios no
puede por menos de recibirle como siervo suyo. Al final, todo para él se está condensando, íntimamente,
en una cuestión de fe. Y entonces, por qué no aspirar a la recompensa de los caballeros santos. Su propio
autor le dio la mayor recompensa que podía: una vida inmortal, y quiso decir de él: “que la muerte no
32