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M. BATJIN
1. Los festejos del carnaval, entendidos como formas de resistencia culturales y como
rituales del espectáculo que parodiaban los actos del ceremonial serio ejecutados por la
Iglesia y el Estado Feudal (a quienes convertían en objetos de burla y blasfemia), se
desarrollaban en la plaza pública. Contrariamente a lo que se piensa, estas festividades no
coincidían con ningún hecho de la vida sacra, sino que estaban ligadas al modo de
producción agrícola. Aunque se desarrollaban durante los días que precedían a la
cuaresma, estaban constitutivamente desprovistas de todo carácter mágico proveniente
de la religión. Por el contrario, pertenecían a la esfera particular de la vida cotidiana y
guardaban una relación profunda con el tiempo natural, biológico e histórico,
concretamente con el período de espera de la cosecha. En el carnaval hay un poderoso
elemento de juego que no pertenece estrictamente al dominio del arte (tiene que ver con
“el no tener algo que hacer”. Es en realidad la vida misma, es decir, una actividad que
ignora toda distinción entre actores y espectadores (las personas no asisten a él, sino que
lo viven). El carnaval es para todo el pueblo y no tiene distinción de fronteras espaciales, es
el triunfo de una esperanza de liberación transitoria, la abolición provisional de todas las
relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes. La fiesta oficial, en cambio, reforzaba el
pasado, consagraba y fortificaba el régimen vigente al mismo tiempo que consagraba la
desigualdad sancionando todo lo que no servía para mantener el orden social. En Rabelais,
Bajtín encuentra numerosas muestras del lenguaje carnavalesco típico. Estas formas se
caracterizan por la lógica de las cosas “al revés”, por la abolición provisional de las
jerarquías, por las contradicciones, permutaciones, degradaciones y profanaciones.
2. Las obras verbales en lengua vulgar, entre las cuales se destacan principalmente los
dobles paródicos de los elementos de culto –o parodia sacra-, estaban incluso consagrados
por la tradición y tolerados relativamente por la Iglesia. Sin embargo, eran las imitaciones
que escarnecían las epopeyas del régimen feudal las que predominaban.
La estética carnavalesca
Desde el punto de vista de la cultura moderna, en la cultura popular del medioevo, las
imágenes del cuerpo, de la satisfacción de necesidades naturales y de la vida sexual son
calificadas como exageradas e hipertrofiadas. Sin embargo, para Bajtín, éstas son constitutivas
de una concepción estética de la vida práctica que caracteriza a la cultura medieval. Distinguirá
como realismo grotesco, a ese sistema de imágenes de la comicidad popular, a esos elementos
espontáneos y materiales -tales como la fertilidad, el crecimiento y la abundancia- que no
aparecen separados de los demás aspectos vitales. El principio material y corporal no es
percibido como algo individual, sino como una vivencia universal que se opone a todo
confinamiento en sí mismo, a todo carácter ideal o abstracto. El portador de estos principios
no es el ser biológico aislado, ni el individuo económico privado, sino el pueblo en tanto
colectivo genérico.
Es en este sentido en el que los cuerpos y las cosas son sustraídos de la tierra
engendradora y apartados del cuerpo universal en el que estaban unidos en la cultura popular;
pero todavía en la conciencia artística del Renacimiento se resisten a ser dispersados y
aislados, a ser idénticos a sí mismos y a dejar de formar parte del conjunto corporal del
mundo.
- La percepción del tiempo, el cual ya no aparece como una simple yuxtaposición de dos fases
de desarrollo: principio- fin, invierno- primavera, muerte- nacimiento. Estas imágenes se
referían en verdad y originalmente al círculo vital de la naturaleza y el hombre, a la sucesión de
las estaciones, la siembra, la concepción, la muerte; es decir, a una noción de tiempo cíclica de
la vida natural y biológica. En el Renacimiento, la percepción del tiempo se profundiza para
abarcar también los fenómenos sociales, se supera su carácter cíclico para pasar a una
concepción histórica.
- Con el paso de los siglos, la risa se va transformando progresivamente en una risa seria y
sentenciosa, satírica, o bien en una risa recreativa, tranquilizadora y trivial. En ambos casos
pierde su carácter regenerador, liberador y creador. En la Edad Media, el tono de humor
popular carnavalesco era festivo, universal (inclusivo) y ambivalente pero, por sobre todo,
positivo. Es este punto el que distingue principalmente a la risa festiva medieval de la risa
satírica de la época moderna. Esta última sólo distingue el aspecto negativo: se opone al
objeto aludido y lo destruye desde el exterior. La risa carnavalesca popular, en cambio, concibe
un mundo en plena conexión y evolución en el que están incluidos los que ríen.
Eran fórmulas dinámicas que expresaban la verdad con franqueza (durante el carnaval,
los campesinos literalmente se tiraban con excrementos). Las groserías contemporáneas
humillan al destinatario de acuerdo con el registro grotesco (“andate a la mierda”) pero en
estos sistemas significantes no queda nada del sentido ambivalente y regenerador -mucho
menos de la referencia erótica carnavalesca-, sino que se producen desde la negación pura y
llana, el mero insulto o, en todo caso, el cinismo. Ya en el siglo XVIII comienzan a aparecer los
manuales de cortesía (para los cortesanos) por los cuales se enseña a esta casta a ejercer el
autocontrol sobre sus propias prácticas. En la Edad Media, la distancia cultural residía sobre
todo en la dimensión del poder antes que en las prácticas.
El vocablo “grotesco”
El término grotesco tuvo en sus orígenes una acepción restringida. Se utilizó para
denominar un tipo de pintura ornamental, desconocida hasta entonces, encontrada a raíz de
excavaciones subterráneas realizadas en las Termas de Tito en Roma. Se la denominó
“grottesca” como un derivado del sustantivo “grotta” (gruta).
En los comienzos del Romanticismo (sXVIII) se produce una resurrección del grotesco
que adquiere un nuevo sentido en función de la expresión del mundo subjetiva e individual,
muy alejada de la visión popular y carnavalesca de los siglos precedentes. Esta nueva forma de
grotesco se desarrolló principalmente en Alemania y representó sobre todo una reacción
contra las tendencias del racionalismo (al que consideraban sentencioso y estrecho), contra el
autoritarismo estatal y contra la lógica formal, la aspiración a lo perfecto, completo y unívoco,
la filosofía iluminista. Se apoyó sobre todo en la tradición del Renacimiento, en el
redescubrimiento de Shakespeare y Cervantes. Con el predominio de la tradición literaria, la
influencia directa de las formas populares carnavalescas se debilita para subsistir apenas en
algunas formas del teatro popular, sobre todo en el de marionetas y en ciertas formas de los
artistas cómicos de feria. El grotesco romántico es un grotesco “de cámara”, una especie de
carnaval que individuo representa en soledad. Su lenguaje es transpuesto al pensamiento
filosófico idealista y deja de ser una experiencia corporalmente vivida. La risa grotesca
extravagante es atenuada y toma la forma de humor, ironía, sarcasmo, va perdiendo de este
modo su aspecto regenerador y positivo. Este fenómeno puede rastrearse principalmente en
la crueldad de la sátira. Las imágenes del grotesco romántico son generalmente la expresión
del temor que inspira el mundo.
Con las marionetas, el grotesco romántico coloca en primer plano la idea de fuerza
sobrehumana y desconocida que gobierna a los hombres, idea totalmente ajena a la cultura
cómica popular. En los misterios medievales, el diablo es un despreocupado ambivalente,
portavoz de opiniones no oficiales, no tiene ningún rasgo terrorífico ni extraño -incluso existían
diablos torpes y burlados-; pero en el grotesco romántico el diablo encarna el espanto, la
melancolía: la risa infernal, anteriormente jocosa, se vuelve macabra.
El grotesco romántico introdujo la predilección por la noche, mientras que en el grotesco
popular la luz era un elemento imprescindible.
Una segunda línea es el grotesco realista, que retoma la cultura popular presente en las formas
medievales. Pero es la concepción modernista la que determina su interpretación definitiva,
separándolo del mundo de la cultura cómica popular y de su cosmovisión carnavalesca.
Consideraciones finales
“El mejor medio para resolver el problema planteado es trasladarse al terreno mismo
donde se formó esta cultura, donde se concentró y fue interpretada literalmente, en la etapa
superior del Renacimiento; en otras palabras, debemos ubicarnos en la obra de Rabelais. (…) En
el universo que el autor ha creado, la unidad interna de todos sus elementos heterogéneos se
revela con claridad excepcional, a tal punto que constituye una verdadera enciclopedia de la
cultura popular.”
***
Después yo me limpié con salvia, con hinojo, con anís, con mejorana, pétalos de rosa, con
hojas de trébol, con trozos de ladrillo, con lechuga, con hojas de espinaca. Y, en realidad, no
me sirvió de nada. Me limpié con los mercuriales y las ortigas, pero yo me cagué en sangre
como un Lombardo italiano, fue entonces que me sentí lastimado, y me curé limpiándome el
culo con mi bragueta.
Después me limpié con paños, colchas, cortinas, carpetas, con una almohada, un tapiz
de juego, con trapos, servilletas, un pañuelo, todo eso me procuró más placer que el que
tienen los sarnosos cuando se los rasca.
Escuchad lo que dicen los cagantes mientras escriben textos en los muros de nuestros baños:
"Asquerosos, el fuego de San Antonio los cocinará y quemará a todos si no se limpian sus
agujeros abiertos antes de partir".
¡Oh!, ¡si me habrá divertido esa chica que yo atendía mientras defecaba!
Durante ese tiempo, sus dedos, mi culo de mierda han protegido”.
Decid ahora, por la mierda (Nota del traductor: en el original “par la mer Dé”, juego de
palabras entre “par la merde” y “par la mėre de Dieu”), que no conozco de nada. No soy yo
quien ha compuesto estos versos, pero los escuché recitar a mi abuela, y los he retenido en la
bolsa de mi memoria.
-Hijo, tu estás lleno de buen sentido, pequeño buen hombre, uno de estos días te haré
nombrar doctor en la Sorbona, pues eres bastante avanzado para tu edad. Proseguid con tu
propósito limpiaculístico
-Bueno-dice Gargantúa- ¿me pagarás una barrica de vino bretón si yo te cuento cuál es la
mejor manera de limpiarse el culo? Antes que nada: no hay necesidad de limpiarse el culo si
uno no tiene suciedad, y no puede haber suciedad si uno no ha cagado antes, entonces nos
hace falta cagar, antes de limpiarnos el culo.
-Después -retoma Gargantúa-, me limpié con un sombrero, un tapa orejas, una pantufla, una
bolsa, una panera (pero, ¡qué desagradable limpia-culo!). Entre los sombreros me limpié con
algunos de fieltro, de terciopelo, de tafetán, pero los mejores sin duda alguna son los que
están hechos de pelo, absorben excelentemente la materia fecal.
Después me limpié con una gallina, un gallo, un pollito, la piel de un ternero, una liebre, un
pichón, un cormorán, con el saco de un abogado, con una cogulla, con una cofia.
Para concluir, yo digo y sostengo que el mejor limpia-culo, es un ganso plumoso, metiendo su
cabeza entre tus piernas. Créeme, sobre mi honor, que sentirás una voluptuosidad mirífica,
debido a la temperatura y la dulzura de ese plumaje que causa el calor del pajarraco, que se
comunica fácilmente de la tripa al culo y de otros intestinos, hasta la región del corazón y
aquellas del cerebro. Y no creas que la beatitud de los héroes y semidioses que están en los
Campos Elíseos es porque tienen su asfódelo, su ambrosía o su néctar, como dicen las viejas de
por aquí. ¡Ellos tienen a mi opinión que se limpian el culo con un ganso bien plumoso!”.