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Los forajidos de la fuerza: desocialización del poder y la violencia

I’ve been at the mercy of men “just following orders”. Never again.
Magneto
Para el brujo, el más allá se encuentra aquí mismo.
Tiqqun

Para las buenas mentes de Occidente, donde la fábula de la democracia y la propiedad privada
han triunfado, todo lo que atente contra el orden del mundo, por más terrible que pueda
resultarnos, debe ser evitado a toda costa. Se dice y redice “esta no es la manera correcta”, pues Commented [1]:
Pronombre personal. Acento
la autoridad reinante ha sabido implementar reglas para que la masa demuestre su
inconformidad siempre por la vía de la razón, la moral y la ley, caminos que no hacen más que
legitimar su poder. Por ejemplo, no es gratuito que después de haber orquestado la matanza de
Tlatelolco, Gustavo Díaz Ordaz haya sido el presidente que cambió la minoría de edad para
votar y adquirir la ciudadanía de los 21 a los 18. Bajen las armas y acudan a las urnas, esa es
la forma adecuada de alcanzar la libertad. La radicalidad fue condenada, y su etimología
olvidada: relativo de raíz, radical es quien exige o genera cambios totales. Hubo que renunciar Commented [2]:
¿No será “derivado de”?
al derecho de la fuerza, la venganza y la violencia, dado que quisimos habitar sueños ajenos,
un simulacro de vida. ¿Es el desorden tan funesto?

Hoy piedras y gas lacrimógeno vuelan, el vaivén de las armas cruza el cielo, la multitud
conforma una marea caótica. París arde y no es novedad para la historia. Quedan claras las
intenciones de los denominados chalecos amarillos frente a un contexto en el que no han dejado
espacio para la izquierda o la derecha —sea lo que estas posturas ahora signifiquen—: ser una Commented [3]:

oposición radical al neoliberalismo. La prensa busca escandalizar y reprobar los actos como
irracionales y peligrosos, argumentando que son orquestados por sujetos con intereses ocultos
que se mantienen fuera de la escena. Se trata de criminalizar la protesta social. Mientras la
violencia no resida en manos del Estado, estos, los rebeldes, se configuran y aparecen como
criminales, vándalos. No obstante, puesto que los medios digitales permiten la generación de
espacios donde la información circula entre ordenadores a través del mundo sin la necesidad
de un tercero, la figura de los manifestantes cuyos métodos radicales han dado la vuelta al
mundo pudo ser resignificada y pasaron de criminales a referentes de la resistencia. La
violencia en este aparecer deja de ser terrible al ser ejercida por los explotados.

El indignado portavoz del gobierno francés, Benjamin Griveaux, señaló a modo de


condena en una reciente entrevista para el periódico Le Parisien: “es obvio que elementos
radicales politizados intentan transformar este movimiento en un instrumento para derrocar el
poder". Para mala suerte de las autoridades, la opinión pública he reivindicado su manera de
entender estas palabras al desautorizar el Estado y descriminalizar a los protestantes: los buenos Commented [4]:

de ayer son los malos de hoy. Quien lanza la piedra es héroe, el policía que la recibe un
empleado del enemigo. Decía Max Stirner, a propósito del poder del Estado, que éste se
legitima mediante la fuerza, extrayéndola del uso libre bajo el argumento de que “en manos del
Estado la fuerza se llama derecho, en manos del individuo recibirá el nombre de crimen.
Crimen significa el empleo de la fuerza por el individuo”1. Asimismo, “sólo por el crimen
puede el individuo destruir el poder del Estado, cuando considera que está por encima del
Estado y no el Estado por encima de él” ¿Es una cita? Falta referencia . La máquina estatal ha
de penalizar, por ende, toda violencia que llegue a aparecer fuera de sus manos, pues el acto
desestabiliza su autoridad. Fue este “hacer uso de” lo que llevó al poder, entre otras muchas
cosas, a criminalizar el ejercicio de la fuerza.

Criminal es el que reconstituye para sí el uso de cierto tipo de violencia y es el campo


de la protesta un espacio para revelarse, para desplazar la fuerza de su lado. Llaman la atención
la serie de discursos que desde hace siglos han buscado condenarla como algo que atenta contra
los buenos principios y la sociedad misma. Es todo aquello que puede considerar negativo: lo
salvaje, lo irracional, lo inhumano. El poder habló y nosotros le creímos. ¿Es la violencia tan
terrible? ¿Hemos olvidado la posible existencia de otros tipos? ¿Será, quizá, que la hemos
comprendido desde nosotros mismos ignorando el estar a travesados por saberes que nos han Commented [5]:

persuadido a desaprobarla? ¿Nos hemos autoimpuesto una única forma? Según Lipovetsky, las
prácticas de la violencia han sido resignificadas a través de la historia, habrá que darnos
momento para pensar esto. Las funciones se transforman, van y vienen; son estos saberes y
discursos producto de determinadas condiciones establecidas mediante las relaciones de poder.

Es necesario el que pensemos las violencias y el poder en su diversidad. Si la primero


se nos ha articulado como mala e indeseable, el desear conocerla en sus múltiples formas y
desenmascararla para apreciarla en su diferencia, es ya una manera de resistencia al variar las
relaciones de poder. Si la productividad está sostenida por los sujetos disciplinados, resistir a Commented [6]:
Estas dos oraciones, me parece, no tienen conexión lógica.
lo dicho, su cómo y dónde, al modo de ser tan interiorizado, es una forma de lucha al romper La primera de ellas es, creo, la conclusión que se sostiene en
las premisas que le siguen. La segunda es un condicional a la
con el continuum de las cosas. La sociedad disciplinaria se ha autoimpuesto la separación que le falta una parte.

individuo-violencia, la extrajo de sí en un acto taxidérmico; normalizó un concepto y le dio un Commented [7]:


Se ha autoimpuesto a la separación

1 Stirner, Max. El único y su propiedad. Argentina: Libros de Anarres, 1976. p. 200.


rostro monstruoso. Despojados de la fuerza, de la posibilidad de restituir el orden de las cosas
por nosotros mismos, nos enajenamos para pasar a ser agentes serviles.

Considerando lo anteriormente expuesto, propongo darme a la tarea de pensar estos dos


agentes sociales. Problematizar puede ser parte de la estrategia para restituirles a la esfera
humana, al libre uso, lejos de su monstruosa divinización. Si el todopoderoso pasó de ser Dios
al Estado, desdivinizar la violencia y el poder, ese brazo con el que articula su fuerza,
conllevaría a hacerlos nuestros, sea por un instante o el tiempo que fuese. Respecto a lo
segundo, la revolución copernicana emprendida por Pierre Clastres en La sociedad contra el
Estado sobre la manera en la que analizamos el poder, permite no pensarlo sólo desde la lógica
occidental sino a partir de su particularidad de acuerdo a las prácticas y cosmovisión de cierto
grupo. Esto es algo que explicaré más adelante. Sin embargo, la violencia fue algo que se le
escapó de las manos en este texto y hasta 1977, año de su muerte, la problematizó en un artículo
publicado por una revista, Arqueología de la violencia: la guerra en sociedades primitivas,
mismo del que me abstendré de citar. Fue Gilles Lipovetsky en Violencias salvajes, violencias
modernas quien trabajó con ambas obras para darle un lugar en el entramado social.

Poder

Clastres identifica como problemática la etnocéntrica simbiosis occidental del poder y


la violencia, pues pareciera que una no puede pensarse sin la otra. Se pregunta por un poder no
coercitivo-violento y es en las sociedades denominadas salvajes donde encuentra otras
posibilidades. Dentro de ellas identifica depositarios comunes del poder carentes de éste, un
poder político no jerárquico, violento y coercitivo, sin una relación orden-obediencia. Concluye
que donde hay sociedad, existe necesariamente lo político aun si “adquiere múltiples sentidos,
incluso si este sentido no es inmediatamente descifrable”2. La separación que hace entre
política y violencia, deviene en su pertinente “no hay sociedad sin poder”3. Con lo segundo
estaremos de acuerdo, sobre lo primero habría que problematizar qué es la violencia y cuáles
son los sentidos hacia los que puede llegar a desplegarse. Tememos que su despolitización
puede llevar a desactivar la posibilidad de uso en las sociedades. Así como existen aquellas sin

2 Clastres, Pierre. La sociedad contra el Estado. Monte Ávila Editores. p. 21.


3 Íbid. 21.
Estado pero sí con poder, ¿puede la violencia habitarlas pero no de la manera en la que
generalmente concebimos su significado?

La violencia coercitiva es herramienta del Estado. ¿Existen otros tipos que se nos
escapan a primera vista? El poder ejercido fuera de la comunidad siempre se inclinará por
oprimirla, hecho que se fundamenta en una separación incluso visible a través de la historia:
“amos-esclavos, señores-súbditos, dirigentes-ciudadanos"4. Los opresores imponen una
alienación mediante el uso de la fuerza y se autolegitiman como los únicos con el derecho de
usarla, pues el poder ha salido del grupo para pasar a ser ejercido por una figura externa. Estado,
violencia coercitiva y división actúan en una red de interdependencia. Frente a esto y como
defensa, la sociedad primitiva desarrolló una serie de dispositivos que conforman un
mecanismo de resistencia que rechaza su separación del poder. ¿Pero, la ausencia de una
máquina estatal quiere decir carente de violencia? Lo será en la del tipo coercitivo, pero habría
que traer a la mesa su posible cambio de sentido y la manera en la que esta se articula desde su Commented [8]:

diferencia.

Para Clastres el antagonismo de clases y la explotación de una sobre la otra acontecen


de manera previa a la máquina estatal, postura en sumo acertada. Primero hay separación, en
lo posterior se articula la autoridad reinante. Las sociedades primitivas se oponen a toda posible
autonomía que emane de los subconjuntos que participan en ella porque es la forma en la que
resisten al poder político individual, central y separado, asegurando su voluntad, organización
y permanencia. Ellos reconocen, asegura el antropólogo francés, que existe una relación
simbiótica entre violencia y poder; así pues, han de velar por la separación de lo segundo con
la institución a fin de que resida siempre en la esfera colectiva. El riesgo del poder institucional
radica en como el Estado es un instrumento con que las clases dominantes ejercen su violencia Commented [9]:

sobre los dominados. En efecto, “las sociedades primitivas son sociedades sin Estado porque
el Estado es imposible allí”5, sin embargo, ¿carecen necesariamente de violencia? Será que,
más bien, la del tipo coercitivo es la que rechazan. ¿Podemos pensar una colectiva que en lugar
de separar nos una y tenga una función social? ¿Es factible que los vínculos y la identidad
colectiva se fortalezcan mediante el uso de la fuerza? ¿De qué manera la violencia individual
puede salvaguardar al grupo?

Violencias salvajes

4 Íbid. 136.
5 Íbid. 179.
Existió, quizá, una manifestación distinta de la violencia en las sociedades sin Estado,
una no coercitiva pero sí igualadora de todas las partes que constituyen el entramado social.
Una fuerza cuyo fin fuese la subordinación del individuo frente a los intereses colectivos y,
además, tuviera la facultad de restablecer el equilibrio y orden de las cosas. Lipovetsky
problematizó y repensó la violencia, teniendo como herramienta la obra de Clastres y otros
autores, en el último ensayo de La era del vacío. Se trata de Violencias salvajes, violencias
modernas, texto en cuyo título llaman la atención los tipos de conceptos que presenta y la
pluralidad de ambos. Ahí intenta rehabilitar la significación política de la violencia al traer a la
luz sus distintos despliegues. Su primer paso es concluir que violencia y sociedades salvajes
actúan esencialmente como conjunto imbricado. En lo posterior se propone pensar lo primero
—la violencia— no de una manera en la que la visceralidad egoísta de una figura particular
ejerza una suerte de superioridad, pero sí, en cambio, “como un comportamiento dotado de un
sentido articulado en el todo social”6. Es en las violencias salvajes donde encuentra dicha
característica, dado que la base sobre la que actúan está regulada por dos códigos
imprescindibles para su existencia: honor y venganza.

1. Código de honor y venganza: restitución del orden

Las sociedades salvajes se regulaban a sí mismas mediante la subordinación individual


en aras del conjunto colectivo; es este el que se prioriza, sacrificando el interés personal. La Commented [10]:

importancia de ser públicamente apreciado por el linaje o el clan puede llegar a exigir tomar la
vida de otro e incluso sacrificar la propia al corresponderle a la muerte. El respeto se gana en
fuerza y lucha; el reconocimiento trae como consecuencia la participación adecuada en el
entramado de relaciones dentro del grupo. Es el código de honor lo que hace de la belicosidad
una lógica social, una forma de socialización, y no mera irracionalidad u hostilidad reprimida:
“Venganza primitiva y sistemas de crueldad son inseparables como medios de reproducción de
un orden social inmutable”7: Cuando la sangre enemiga es derramada, el honor y el prestigio
se protegen por medio del imperativo de la venganza. Ante lo inadmisible que resulta dejar
impune una ofensa, es tan bien asumido el advenimiento del ajuste de cuentas al haber ofendido
a alguien que incluso el miedo a aquellos sacrificados, los muertos, amerita la práctica de
rituales para purificar a los verdugos.

6 Lipovetsky, Gilles. La era del vacío. Barcelona: Anagrama. 2002. p. 174.


7 Íbid. 180.
La violencia vengativa no puede evitarse, es una perentoria demanda social y
requerimiento para todos los hombres: el equilibrio es restablecido en un mundo donde el
exceso y la carencia son inadmisibles. Contrario a lo que se piensa, de ninguna manera se trata
de algo terrible a lo que debe de temérsele. Hablamos, pues, de un instrumento de socialización
irrefrenable que “no es un proceso apocalíptico sino una violencia limitada que mira a
equilibrar el mundo, de instituir una simetría entre vivos y muertos”8. Normalización y
producción de la fuerza son agentes que arman a los individuos, los acostumbra a la ferocidad
de no temer a dar muerte y sacrificar la vida a fin de restituir la organización de lo existente.
“La venganza es un dispositivo que socializa por la violencia; nadie tiene el monopolio de la
fuerza física, nadie puede renunciar al imperativo de verter la sangre enemiga, nadie se remite
a otro para afianzar su seguridad”9. La venganza primitiva es un dispositivo por el cual la
sociedad se resiste al nacimiento del Estado a través de la igualación de todos los individuos.
Dado que no existe autoridad especializada cuyo paternalismo los proteja, tampoco es factible
centralizar la fuerza ni separarse de ella: la búsqueda de protección y sumisión se contrarresta
debido al código de honor y la venganza. El sujeto se responsabiliza de sí al ejercer su derecho
a dar muerte, evitando que otra instancia ajena a él se apropie del poder. Es de esta manera en
la que la conformación de un individuo independiente queda descartada de la comunidad, pues
“aquí se lleva a cabo la prioridad del todo social sobre las voluntades individuales”10.

2. Ley y marca: crueldad como lógica del orden social

Es por medio de las ceremonias de iniciación y haciendo uso del dolor ritual como se
ejecuta la subordinación del individuo al colectivo. Se trata de una ley suprema que uniformiza
al grupo cuando inscribe sobre la piel de los involucrados preceptos inolvidables e
inmodificables. Así como argumentó Clastres, “la sociedad dicta su ley a sus miembros,
inscribe el texto de la ley en la superficie del cuerpo. Porque la ley que funda la vida social de
la tribu, nadie puede olvidarla”11. Las marcas realizadas representan la pertenencia y,
asimismo, desarticulan la posibilidad de desear sumisión o poder. No hay uno sin lo múltiple;
el poder no puede desplazarse del libre uso de los hombres, por ende, queda prohibida la
división política, el individualismo y la máquina estatal. Portadores de la marca, la crueldad
que puedan llevar a cabo no se trata de una lógica del deseo, sino del orden social. Su inmanente

8 Íbid. 177.
9 Íbid. 175.
10 Íbid., p. 200.
11 Clastres, La sociedad contra el Estado. p. 162.
reciprocidad instaura un campo apto para la violencia al propiciar constantemente un
enfrentamiento.

3. Ser para la guerra

La inestabilidad de su superficie, el vaivén sistemático de la reciprocidad, genera


vínculos, amistades y alianzas tan fácil como las rompe. A la sociedad salvaje le es menester
la guerra, pues participa de su estructura básica. "Con el advenimiento del Estado, la guerra
cambia radicalmente de función ya que de instrumento de equilibrio o de conservadurismo
social que era en el orden primitivo, se convierte en un medio de conquista, de expansión o de
captura”12. La disimetría del Estado arranca del seno social la violencia, monopolizando su
uso, y la reciprocidad queda a un lado, logrando apropiarse de la guerra. Tenemos como
consecuencia una violencia no vengativa, sino conquistadora. Comienzan los modelos de
disciplinamiento social y la creación de ejércitos para lograr el expansionismo.
“Correlativamente, la mayoría de la población, los trabajadores rurales, se verán excluidos,
desposeídos de la actividad noble por excelencia, la guerra, dedicados al mantenimiento de los
ejércitos profesionales”13. En la Edad Media se instaura la división jerárquica entre expertos
bélicos y productores, así como el honor noble y el honor plebeyo, ambos aún manteniendo
una violencia de cierto tipo que será perdida en el paso a la modernidad.

4. Formación del Estado y monopolización de la fuerza

Dado que la venganza rechaza al Estado, éste se dio a la tarea de establecer leyes y
sistemas judiciales que pudiesen limitar el que se ejerciera por la población, deslegitimando su
derecho para usarla. Se convierte en lo bárbaro, lo irracional que atenta contra la civilidad.
Previo a la aparición del individualismo, la guerra, fundamentada por el código del honor y la
venganza, fue el estatuto supremo. Separados de la fuerza y enajenados de nuestro derecho a
la sangre, Occidente dirigió un proceso civilizatorio que logró devenir en la higienización de
las prácticas sociales. Esto es lo que Lipovetsky denomina la suavización de las costumbres.
Se criminaliza, de igual forma, a quien haga para sí la fuerza; la visceralidad horroriza, “el
placer y la violencia se separan”14. Pareciera ser que este criminal insurrecto, aquellos chalecos
amarillos que habitan el mundo y han pertenecido a la historia, representan el miedo más atroz
del Leviatán. Ponen en duda su propia existencia y legitimidad, le obligan a actuar en función

12 Lipovetsky. La era del vacío. p. 184.


13 Íbid., p. 185.
14 Íbid., p. 189.
del pueblo y no del mercado, considerando los modos de producción actuales. Poner en duda
la separación individuo-violencia es absolutamente peligroso y lo es más aún apoderarse de la
fuerza, pues ahí nada ha sido dado y todo está por verse. Al salir a las calles y convertirlas en
un campo de batalla, retoman aquello que tiempo atrás les fue arrebatado con la promesa de un
porvenir que nunca ha llegado a hacerse presente: el derecho a la sangre.

El rechazo a la agresividad sucede debido a que no cuadra con las nuevas funciones
sociales modernas, así que deja de ser necesaria o posible. Los comportamientos pasan a ser
regulados y pacificados con la finalidad de lograr el “autocontrol” del individuo: la
interiorización de la norma divisoria y jerárquica. La seguridad ofrecida por esta institución
separada no quiere decir que gracias a ésta el individuo pase a reprimir sus pulsiones, se
pacifique, porque la violencia le resulte ahora un mero instrumento útil para conservar la vida.
No se trata de esta ilustrada renuncia racional a la fuerza con el objetivo de que sea conformada
la seguridad civilizada. El holista imperativo de salvaguardar el honor por medio de la
venganza, no se rige por utilidad. Al perder el sentido social conforme a la restitución del orden,
la violencia se desubstancializa, por ende, de su valor primigenio. Deviene un nuevo
significado que se vuelve herramienta del aparato represivo del Estado moderno y el mercado,
consecuencia, también, de haber establecido una economía de relaciones interindividual
distinta, otra lógica social. Es sobre este campo que la configuración del individualismo es
factible gracias a dispositivos como el orden público, el aparato policial, los sistemas de
vigilancia y la creación de leyes. La violencia privada queda descartada como medio de
socialización y el individuo empieza a existir para sí mismo, de manera atomizada y autónoma.

5. Individualización y violencias vacías

Occidente hace de la fuerza un derecho del Estado, diluyendo los lazos de


interdependencia y enalteciendo la búsqueda del interés privado, reflejado en una nueva
“aspiración sin precedentes por el dinero, la intimidad, el bienestar, la propiedad, la seguridad
que indiscutiblemente invierte la organización social tradicional”15. Las leyes ancestrales que
igualaban mediante la marca y exigían el deber de la solidaridad vengativa, se desplazan y
dejan lugar para una moral de utilidad propia que no se avergüenza por ser indiferente a las
ofensas. “Si en la sociedad tradicional el otro aparece de entrada como amigo o enemigo, en la
sociedad moderna, se identifica generalmente con un extranjero anónimo que ni merece el

15 Íbid., p. 192.
riesgo de la violencia”16. El individuo no se reconoce más en grupo mediante la violencia y se
olvida de su sentido social; la renuncia es porque prefiere procurar lo propio, por lo que el
Estado policial se hace deseable. La pacificación desvaloriza la violencia y la transforma en
algo temible, teniendo como consecuencia un incremento constante de la seguridad pública. La
tutela, el miedo a crueldad, el enaltecimiento de la vida privada y la indiferencia hacia los otros,
son vía para la humanización desocializada de la modernidad. Sin embargo, “el individualismo
produce pues dos efectos inversos y sin embargo complementarios: la indiferencia al otro y la
sensibilidad al dolor del otro”17. Dejan de haber sacrificios, pero sí compasión; el dolor de los
demás se hace importante. Otra paradoja de la modernidad: la sociedad narcisista18 que la
habita está tanto desinteresada en los demás como deseoso de comprenderlos y comunicarse.

La prohibición de la violencia y su desvalorización son lo que Lipovetsky considera un


“aburguesamiento” de la sociedad.

Lo que ni la educación disciplinaria ni la autonomía personal consiguieron realizar, la lógica de


la personalización lo consigue al estimular la comunicación y el consumo, al sacralizar el
cuerpo, el equilibrio y la salud, al romper el culto al héroe, al desculpabilizar el miedo, en
resumen, al instituir un nuevo estilo de vida, nuevos valores, llevando a su punto culminante la
individualización de los seres, la retracción de la vida pública, el desinterés por el Otro19.

Estos cambios sociales higienizadores del proceso civilizatorio hicieron del enfrentamiento
físico peligroso, irracional y, derivado de esto, indeseable. El declive de la fuerza nos llevó a
soñarla, a plasmarla en el cine y todos los medios de comunicación disponibles. Pasamos de
agentes que solían producirla a fieles espectadores. La violencia nos fascina, pero,
contrariamente, el sufrimiento resulta terrible y vivirlo en carne propia es traumatizante; “la
representación de la violencia es tanto más exacerbada cuando disminuye de hecho en la
sociedad civil”20. Pasa al plano de la simulación, de lo performático y espectacular. Se trata de
la violencia hard sin proyecto alguno, perceptible en el sexo (pornografía hardcore), la moda,
los medios de comunicación, el deporte (el auge del crossfit), la escala en el consumo de las
drogas que buscan el frenesí dirigido a la nada, entre otras cuestiones.

16 Íbid., p. 193.
17 Íbid., p. 197.
18 Definción: “La expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado,
la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el
emisor convertido en el principal receptor”. (Lipovetsky, La era del vacío).
19
Íbid., p. 199.
20 Íbid., p. 205.
A pesar de lo que consume la masa —violencia hard— los delitos contra la propiedad
privada y las estafas son los que van en aumento y no los crímenes dirigidos a las personas. La
carencia de proyecto y estrategia de las prácticas hard, nuevo hogar de la violencia, poseen un
nerviosismo desocializado y frenético sin voluntad alguna. La indeterminada personalidad del
individuo sobre-individualizado flota sin el anclaje social; el anhelo por la destrucción,
conducida ahora por la angustia del desarraigo, cambia su direccionalidad de afuera hacia
adentro: autodestrucción. El narcisismo suicidógeno, cuya forma de desempeñarse en la
actualidad se inclina siempre por evitar el dolor y busca maneras más apacibles de morir, carece
de radicalidad social. Los problemas personales, la fácil traumatización, carencia de arraigo y
armas propias desestabilizan sin mucho esfuerzo al sujeto individualizado.

Poder y violencia: herramientas del Estado

Así, los forajidos de la violencia y el poder, presos por la nostalgia hacia aquellas
relaciones interpersonales que fueron despolitizadas, cayeron en el olvido autoinducido que no
les dejó identificar al enemigo: la máquina estatal. Sin embargo, nos enfrentamos a un
problema: la violencia en manos de las masas puede ser abono para la institución cuando la
división no ha sido puesta en duda, tal fue el caso de la revolución francesa —como sublevación
caótica en su primer instante— y el triunfo de la burguesía. El motor embravecido que en
manos de las multitudes no tenía estrategia, fue aprovechada por esta clase social. Es esta la
razón por la que la violencia hard, sin programa y desencantada, es su mayor aliada y una
posible traición para las sociedades. También lo es la suavización del conflicto social a través
de la revolución individualista, la cual busca no derrocar al poder violento y coercitivo, sino
aminorar sus prácticas. Desea enmascararlo y le demanda sutileza para que no pueda percibir
su fuerza aplastante. Le exige benevolencia a fin de poder llevar el modelo de disciplinamiento
tan adentro como sea posible, donde no sea tan evidente y el sometimiento le resulte
vergonzoso. Revolución sometida y sin identidad, legitimadora del Estado, que ni piensa en
restituir el todo colectivo; insurrección laxa y desabrida. Nos referimos a los manifestantes
políticamente correctos que reproducen la ley del Estado en su civilizada protesta, cumpliendo
con trayectos, horarios e incluso escoltados por la policía. Se evita todo tipo de conflicto social,
carecen de acción directa, y esto hace regocijar a la autoridad reinante. Se pitan flores y cantan
canciones para luchar contra el aparato atroz que reprime para salvaguardar su beneficio
particular.

El regreso
La revolución higiénica y las violencias sociales de corte narcisista, apático, que acatan
a meras pulsiones, ambas son referentes de nuestro tiempo y consecuencia del individualismo.
La res publica y el poder fueron desplazados, la violencia desencantada. ¿Podemos restituirlos
al uso? ¿Pero, es el hecho de planificar y pensar en el futuro la reproducción de la teleología?
¿No es, tal vez, la misma dinámica progresista de la que se hizo el modo de producción
imperante? Desposeídos de poder y violencia, sin facultad para defendernos, posiblemente el
sacrificio sea desempeñar los mecanismos de quienes han centralizado para sí el poder,
apelando a una violencia desestabilizadora del orden actual que vea hacia el mañana. El regreso
socializado del poder y la violencia: abolición del Estado. No puede suceder una cosa sin la
otra. ¿De qué manera llegamos a esto?

Como hijos colonizados de la Ilustración, aceptamos el proceso civilizatorio y


condenamos las antiguas prácticas que daban cohesión al mundo. Siguiendo a Clastres, una
enorme parte del funcionamiento de las sociedades salvajes consistía en el número poblacional.
El índice de densidad demográfica permitía el funcionamiento correcto del entramado social.
Es un agente obligatorio para evitar que el poder pase a pertenecer a una esfera ajena al grupo
y el individuo autónomo se constituya: “para que una sociedad sea primitiva, es necesario que
sea pequeña en número”21. Por lo tanto, es insensato proponer un regreso cuando las
condiciones históricas, económicas y demográficas no lo hacen posible. Nuevas violencias y
prácticas del poder irán apareciendo, incluso acontecen hoy mismo. Comprender que los
conceptos no están dados, sino que son espacios para otras posibles cosas, permite pensar
condiciones distintas. En nuestras manos está resistir a los procesos de subjetivación y modelos
de disciplinamiento, a fin de que los posibles despliegues del poder y la violencia beneficien a
la sociedad y no, por el contrario, al Estado. Derrocar su aura sagrada y liberarnos de la moral
condenatoria de la violencia son un paso importante, así como desenmascarar la cosmovisión
y prácticas del pasado, haciendo una comparativa con la actualidad. ¿Para qué? No sabría
decirlo, pero sí imaginarlo.

21 Clastres. La sociedad contra el Estado. p. 186.

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