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I’ve been at the mercy of men “just following orders”. Never again.
Magneto
Para el brujo, el más allá se encuentra aquí mismo.
Tiqqun
Para las buenas mentes de Occidente, donde la fábula de la democracia y la propiedad privada
han triunfado, todo lo que atente contra el orden del mundo, por más terrible que pueda
resultarnos, debe ser evitado a toda costa. Se dice y redice “esta no es la manera correcta”, pues Commented [1]:
Pronombre personal. Acento
la autoridad reinante ha sabido implementar reglas para que la masa demuestre su
inconformidad siempre por la vía de la razón, la moral y la ley, caminos que no hacen más que
legitimar su poder. Por ejemplo, no es gratuito que después de haber orquestado la matanza de
Tlatelolco, Gustavo Díaz Ordaz haya sido el presidente que cambió la minoría de edad para
votar y adquirir la ciudadanía de los 21 a los 18. Bajen las armas y acudan a las urnas, esa es
la forma adecuada de alcanzar la libertad. La radicalidad fue condenada, y su etimología
olvidada: relativo de raíz, radical es quien exige o genera cambios totales. Hubo que renunciar Commented [2]:
¿No será “derivado de”?
al derecho de la fuerza, la venganza y la violencia, dado que quisimos habitar sueños ajenos,
un simulacro de vida. ¿Es el desorden tan funesto?
Hoy piedras y gas lacrimógeno vuelan, el vaivén de las armas cruza el cielo, la multitud
conforma una marea caótica. París arde y no es novedad para la historia. Quedan claras las
intenciones de los denominados chalecos amarillos frente a un contexto en el que no han dejado
espacio para la izquierda o la derecha —sea lo que estas posturas ahora signifiquen—: ser una Commented [3]:
oposición radical al neoliberalismo. La prensa busca escandalizar y reprobar los actos como
irracionales y peligrosos, argumentando que son orquestados por sujetos con intereses ocultos
que se mantienen fuera de la escena. Se trata de criminalizar la protesta social. Mientras la
violencia no resida en manos del Estado, estos, los rebeldes, se configuran y aparecen como
criminales, vándalos. No obstante, puesto que los medios digitales permiten la generación de
espacios donde la información circula entre ordenadores a través del mundo sin la necesidad
de un tercero, la figura de los manifestantes cuyos métodos radicales han dado la vuelta al
mundo pudo ser resignificada y pasaron de criminales a referentes de la resistencia. La
violencia en este aparecer deja de ser terrible al ser ejercida por los explotados.
de ayer son los malos de hoy. Quien lanza la piedra es héroe, el policía que la recibe un
empleado del enemigo. Decía Max Stirner, a propósito del poder del Estado, que éste se
legitima mediante la fuerza, extrayéndola del uso libre bajo el argumento de que “en manos del
Estado la fuerza se llama derecho, en manos del individuo recibirá el nombre de crimen.
Crimen significa el empleo de la fuerza por el individuo”1. Asimismo, “sólo por el crimen
puede el individuo destruir el poder del Estado, cuando considera que está por encima del
Estado y no el Estado por encima de él” ¿Es una cita? Falta referencia . La máquina estatal ha
de penalizar, por ende, toda violencia que llegue a aparecer fuera de sus manos, pues el acto
desestabiliza su autoridad. Fue este “hacer uso de” lo que llevó al poder, entre otras muchas
cosas, a criminalizar el ejercicio de la fuerza.
persuadido a desaprobarla? ¿Nos hemos autoimpuesto una única forma? Según Lipovetsky, las
prácticas de la violencia han sido resignificadas a través de la historia, habrá que darnos
momento para pensar esto. Las funciones se transforman, van y vienen; son estos saberes y
discursos producto de determinadas condiciones establecidas mediante las relaciones de poder.
Poder
La violencia coercitiva es herramienta del Estado. ¿Existen otros tipos que se nos
escapan a primera vista? El poder ejercido fuera de la comunidad siempre se inclinará por
oprimirla, hecho que se fundamenta en una separación incluso visible a través de la historia:
“amos-esclavos, señores-súbditos, dirigentes-ciudadanos"4. Los opresores imponen una
alienación mediante el uso de la fuerza y se autolegitiman como los únicos con el derecho de
usarla, pues el poder ha salido del grupo para pasar a ser ejercido por una figura externa. Estado,
violencia coercitiva y división actúan en una red de interdependencia. Frente a esto y como
defensa, la sociedad primitiva desarrolló una serie de dispositivos que conforman un
mecanismo de resistencia que rechaza su separación del poder. ¿Pero, la ausencia de una
máquina estatal quiere decir carente de violencia? Lo será en la del tipo coercitivo, pero habría
que traer a la mesa su posible cambio de sentido y la manera en la que esta se articula desde su Commented [8]:
diferencia.
sobre los dominados. En efecto, “las sociedades primitivas son sociedades sin Estado porque
el Estado es imposible allí”5, sin embargo, ¿carecen necesariamente de violencia? Será que,
más bien, la del tipo coercitivo es la que rechazan. ¿Podemos pensar una colectiva que en lugar
de separar nos una y tenga una función social? ¿Es factible que los vínculos y la identidad
colectiva se fortalezcan mediante el uso de la fuerza? ¿De qué manera la violencia individual
puede salvaguardar al grupo?
Violencias salvajes
4 Íbid. 136.
5 Íbid. 179.
Existió, quizá, una manifestación distinta de la violencia en las sociedades sin Estado,
una no coercitiva pero sí igualadora de todas las partes que constituyen el entramado social.
Una fuerza cuyo fin fuese la subordinación del individuo frente a los intereses colectivos y,
además, tuviera la facultad de restablecer el equilibrio y orden de las cosas. Lipovetsky
problematizó y repensó la violencia, teniendo como herramienta la obra de Clastres y otros
autores, en el último ensayo de La era del vacío. Se trata de Violencias salvajes, violencias
modernas, texto en cuyo título llaman la atención los tipos de conceptos que presenta y la
pluralidad de ambos. Ahí intenta rehabilitar la significación política de la violencia al traer a la
luz sus distintos despliegues. Su primer paso es concluir que violencia y sociedades salvajes
actúan esencialmente como conjunto imbricado. En lo posterior se propone pensar lo primero
—la violencia— no de una manera en la que la visceralidad egoísta de una figura particular
ejerza una suerte de superioridad, pero sí, en cambio, “como un comportamiento dotado de un
sentido articulado en el todo social”6. Es en las violencias salvajes donde encuentra dicha
característica, dado que la base sobre la que actúan está regulada por dos códigos
imprescindibles para su existencia: honor y venganza.
importancia de ser públicamente apreciado por el linaje o el clan puede llegar a exigir tomar la
vida de otro e incluso sacrificar la propia al corresponderle a la muerte. El respeto se gana en
fuerza y lucha; el reconocimiento trae como consecuencia la participación adecuada en el
entramado de relaciones dentro del grupo. Es el código de honor lo que hace de la belicosidad
una lógica social, una forma de socialización, y no mera irracionalidad u hostilidad reprimida:
“Venganza primitiva y sistemas de crueldad son inseparables como medios de reproducción de
un orden social inmutable”7: Cuando la sangre enemiga es derramada, el honor y el prestigio
se protegen por medio del imperativo de la venganza. Ante lo inadmisible que resulta dejar
impune una ofensa, es tan bien asumido el advenimiento del ajuste de cuentas al haber ofendido
a alguien que incluso el miedo a aquellos sacrificados, los muertos, amerita la práctica de
rituales para purificar a los verdugos.
Es por medio de las ceremonias de iniciación y haciendo uso del dolor ritual como se
ejecuta la subordinación del individuo al colectivo. Se trata de una ley suprema que uniformiza
al grupo cuando inscribe sobre la piel de los involucrados preceptos inolvidables e
inmodificables. Así como argumentó Clastres, “la sociedad dicta su ley a sus miembros,
inscribe el texto de la ley en la superficie del cuerpo. Porque la ley que funda la vida social de
la tribu, nadie puede olvidarla”11. Las marcas realizadas representan la pertenencia y,
asimismo, desarticulan la posibilidad de desear sumisión o poder. No hay uno sin lo múltiple;
el poder no puede desplazarse del libre uso de los hombres, por ende, queda prohibida la
división política, el individualismo y la máquina estatal. Portadores de la marca, la crueldad
que puedan llevar a cabo no se trata de una lógica del deseo, sino del orden social. Su inmanente
8 Íbid. 177.
9 Íbid. 175.
10 Íbid., p. 200.
11 Clastres, La sociedad contra el Estado. p. 162.
reciprocidad instaura un campo apto para la violencia al propiciar constantemente un
enfrentamiento.
Dado que la venganza rechaza al Estado, éste se dio a la tarea de establecer leyes y
sistemas judiciales que pudiesen limitar el que se ejerciera por la población, deslegitimando su
derecho para usarla. Se convierte en lo bárbaro, lo irracional que atenta contra la civilidad.
Previo a la aparición del individualismo, la guerra, fundamentada por el código del honor y la
venganza, fue el estatuto supremo. Separados de la fuerza y enajenados de nuestro derecho a
la sangre, Occidente dirigió un proceso civilizatorio que logró devenir en la higienización de
las prácticas sociales. Esto es lo que Lipovetsky denomina la suavización de las costumbres.
Se criminaliza, de igual forma, a quien haga para sí la fuerza; la visceralidad horroriza, “el
placer y la violencia se separan”14. Pareciera ser que este criminal insurrecto, aquellos chalecos
amarillos que habitan el mundo y han pertenecido a la historia, representan el miedo más atroz
del Leviatán. Ponen en duda su propia existencia y legitimidad, le obligan a actuar en función
El rechazo a la agresividad sucede debido a que no cuadra con las nuevas funciones
sociales modernas, así que deja de ser necesaria o posible. Los comportamientos pasan a ser
regulados y pacificados con la finalidad de lograr el “autocontrol” del individuo: la
interiorización de la norma divisoria y jerárquica. La seguridad ofrecida por esta institución
separada no quiere decir que gracias a ésta el individuo pase a reprimir sus pulsiones, se
pacifique, porque la violencia le resulte ahora un mero instrumento útil para conservar la vida.
No se trata de esta ilustrada renuncia racional a la fuerza con el objetivo de que sea conformada
la seguridad civilizada. El holista imperativo de salvaguardar el honor por medio de la
venganza, no se rige por utilidad. Al perder el sentido social conforme a la restitución del orden,
la violencia se desubstancializa, por ende, de su valor primigenio. Deviene un nuevo
significado que se vuelve herramienta del aparato represivo del Estado moderno y el mercado,
consecuencia, también, de haber establecido una economía de relaciones interindividual
distinta, otra lógica social. Es sobre este campo que la configuración del individualismo es
factible gracias a dispositivos como el orden público, el aparato policial, los sistemas de
vigilancia y la creación de leyes. La violencia privada queda descartada como medio de
socialización y el individuo empieza a existir para sí mismo, de manera atomizada y autónoma.
15 Íbid., p. 192.
riesgo de la violencia”16. El individuo no se reconoce más en grupo mediante la violencia y se
olvida de su sentido social; la renuncia es porque prefiere procurar lo propio, por lo que el
Estado policial se hace deseable. La pacificación desvaloriza la violencia y la transforma en
algo temible, teniendo como consecuencia un incremento constante de la seguridad pública. La
tutela, el miedo a crueldad, el enaltecimiento de la vida privada y la indiferencia hacia los otros,
son vía para la humanización desocializada de la modernidad. Sin embargo, “el individualismo
produce pues dos efectos inversos y sin embargo complementarios: la indiferencia al otro y la
sensibilidad al dolor del otro”17. Dejan de haber sacrificios, pero sí compasión; el dolor de los
demás se hace importante. Otra paradoja de la modernidad: la sociedad narcisista18 que la
habita está tanto desinteresada en los demás como deseoso de comprenderlos y comunicarse.
Estos cambios sociales higienizadores del proceso civilizatorio hicieron del enfrentamiento
físico peligroso, irracional y, derivado de esto, indeseable. El declive de la fuerza nos llevó a
soñarla, a plasmarla en el cine y todos los medios de comunicación disponibles. Pasamos de
agentes que solían producirla a fieles espectadores. La violencia nos fascina, pero,
contrariamente, el sufrimiento resulta terrible y vivirlo en carne propia es traumatizante; “la
representación de la violencia es tanto más exacerbada cuando disminuye de hecho en la
sociedad civil”20. Pasa al plano de la simulación, de lo performático y espectacular. Se trata de
la violencia hard sin proyecto alguno, perceptible en el sexo (pornografía hardcore), la moda,
los medios de comunicación, el deporte (el auge del crossfit), la escala en el consumo de las
drogas que buscan el frenesí dirigido a la nada, entre otras cuestiones.
16 Íbid., p. 193.
17 Íbid., p. 197.
18 Definción: “La expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado,
la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el
emisor convertido en el principal receptor”. (Lipovetsky, La era del vacío).
19
Íbid., p. 199.
20 Íbid., p. 205.
A pesar de lo que consume la masa —violencia hard— los delitos contra la propiedad
privada y las estafas son los que van en aumento y no los crímenes dirigidos a las personas. La
carencia de proyecto y estrategia de las prácticas hard, nuevo hogar de la violencia, poseen un
nerviosismo desocializado y frenético sin voluntad alguna. La indeterminada personalidad del
individuo sobre-individualizado flota sin el anclaje social; el anhelo por la destrucción,
conducida ahora por la angustia del desarraigo, cambia su direccionalidad de afuera hacia
adentro: autodestrucción. El narcisismo suicidógeno, cuya forma de desempeñarse en la
actualidad se inclina siempre por evitar el dolor y busca maneras más apacibles de morir, carece
de radicalidad social. Los problemas personales, la fácil traumatización, carencia de arraigo y
armas propias desestabilizan sin mucho esfuerzo al sujeto individualizado.
Así, los forajidos de la violencia y el poder, presos por la nostalgia hacia aquellas
relaciones interpersonales que fueron despolitizadas, cayeron en el olvido autoinducido que no
les dejó identificar al enemigo: la máquina estatal. Sin embargo, nos enfrentamos a un
problema: la violencia en manos de las masas puede ser abono para la institución cuando la
división no ha sido puesta en duda, tal fue el caso de la revolución francesa —como sublevación
caótica en su primer instante— y el triunfo de la burguesía. El motor embravecido que en
manos de las multitudes no tenía estrategia, fue aprovechada por esta clase social. Es esta la
razón por la que la violencia hard, sin programa y desencantada, es su mayor aliada y una
posible traición para las sociedades. También lo es la suavización del conflicto social a través
de la revolución individualista, la cual busca no derrocar al poder violento y coercitivo, sino
aminorar sus prácticas. Desea enmascararlo y le demanda sutileza para que no pueda percibir
su fuerza aplastante. Le exige benevolencia a fin de poder llevar el modelo de disciplinamiento
tan adentro como sea posible, donde no sea tan evidente y el sometimiento le resulte
vergonzoso. Revolución sometida y sin identidad, legitimadora del Estado, que ni piensa en
restituir el todo colectivo; insurrección laxa y desabrida. Nos referimos a los manifestantes
políticamente correctos que reproducen la ley del Estado en su civilizada protesta, cumpliendo
con trayectos, horarios e incluso escoltados por la policía. Se evita todo tipo de conflicto social,
carecen de acción directa, y esto hace regocijar a la autoridad reinante. Se pitan flores y cantan
canciones para luchar contra el aparato atroz que reprime para salvaguardar su beneficio
particular.
El regreso
La revolución higiénica y las violencias sociales de corte narcisista, apático, que acatan
a meras pulsiones, ambas son referentes de nuestro tiempo y consecuencia del individualismo.
La res publica y el poder fueron desplazados, la violencia desencantada. ¿Podemos restituirlos
al uso? ¿Pero, es el hecho de planificar y pensar en el futuro la reproducción de la teleología?
¿No es, tal vez, la misma dinámica progresista de la que se hizo el modo de producción
imperante? Desposeídos de poder y violencia, sin facultad para defendernos, posiblemente el
sacrificio sea desempeñar los mecanismos de quienes han centralizado para sí el poder,
apelando a una violencia desestabilizadora del orden actual que vea hacia el mañana. El regreso
socializado del poder y la violencia: abolición del Estado. No puede suceder una cosa sin la
otra. ¿De qué manera llegamos a esto?