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(bibliotecadel e s c o r ia l )
I3 f i "

EL

QUE SE CONSERVA EN EL ESCORIAL,

POR

DON JOSÉ FERNANDEZ MONTANA,


P r e s b i t e r o , I n d i v i d u o o o r r e s p o n d ie n t e d e la A c a d e m ia d e la H i s t o r i a , y B ib lio te c a r io q u e h a s i d o d e a q u e l M o n a s te r io .

I.

dos leguas de Logroño, diócesis de Calahorra, la famosa G alagurri de


los romanos; sobre las derechas márgenes del Ireg u a , cuyas fresquísi­
m as aguas derram a en el caudaloso Ebro, levántase famoso promontorio
que de blanda piedra y blanca como el yeso formó la naturaleza; lu g a r
de grandes recuerdos en los antiguos tiempos y en la calamitosa época
de los árabes, y testigo perm anente de las hazañas de esforzados reyes
de N avarra y de León. Sobre su cu m b re, no m u y elevada, y en forma
de m eseta, estaba robustam ente cimentado el antiguo castillo de A lb e l­
d a , fortísimo baluarte y refugio de moros, que de él salían para oprimir
y recorrer el país conquistado. Allí tuvo su asiento la an tig u a Alba,
A lbaida, Albalda ó A lbelda, de ta n ta estimación para el agareno y de
tan ta im portancia para el astur. Y allí mismo, cristianísimos reyes del
noble territorio de N avarra, echaron los fundamentos del célebre m onas­
terio de San M artin, ta n alabado por nuestros historiadores, y cuya fama corrió gloriosa de generación en gene­
ración hasta nuestros mismos dias.
Perteneció en lo antiguo aquella noble tierra de la Rioja á los Verones; los cuales, si h a de ser verdadero el pare­
cer de Estrabon, eran de raza y descendencia puram ente celta. Acercábanse los pueblos de los indómitos verones
por el Norte hasta las proximidades de V itoria, y hasta m uy cerca de Torrecilla de Cameros por el Sur. Confinando
estaba Varea en las partes orientales con los vascones; y la an tig u a Leiva y H erram élluri, en las occidentales, con
los autrigones. Fueron poblaciones por demás famosas de esta g e n te , en épocas rem otas, L ib ia , A tiliana, T ritio-
Varia y la memorable Alisanco. E ra ésta, en los dias de su apogeo, silla episcopal de los Verones y la an tig u a capi­
tal de aquellas tierras (2). Y si en los geógrafos romanos no resulta esto completamente así, el g ra n desarrollo de las
ciencias histórico-críticas en nuestros dias, se h a encargado y a de poner en evidencia que no todo con exactitud

(1 ) C opiada d e u n còdice d e l sig lo x i, q u e p e rte n ec ió d S a n Isid o ro d e L eon.


(2 ) L ib ro d e S a n to fla , p o r D . A urelian o F e rn a n d e z G u e rra.
TOMO III.
puntualizaron aquellos sabios. La caudalosa corriente del Ebro cruza y baña las partes superiores de aquellos anti­
guos pueblos, y les reserva fielmente el condado de Treviño. Otrosrios menores, que la historia recuerda, dan bené­
ficos sus aguas al verónico territorio: y entre ellos son dignos de singular mención el Oja, el N ajerilla y el Iregua;
y bien sabido de todos es que del primero de éstos recibió su nombre nuestra provincia de la Rioja. Fueron además
las ágrias y valerosas m árgenes del Oja u n verdadero antem ural y defensa de los caristos de Bilbao y de los famo­
sos bardulos de Oñate y de San Sebastian.
Debemos también tener en cuenta que el pueblo de Albelda se encuentra situado en u n camino famosísimo en la
an tig ü ed ad , y que venia nada ménos que desde el puerto del M uradal, el Lapides a tr i de aquellos tiem pos, en el
confin de A ndalucía: pasaba por Contrebia, en los celtíberos; por la invicta Numancia, entre los pelendones hasta
Varea, por donde cruzaba la tan celebrada vía de León á Zaragoza. E n el preciosísimo fragm ento de Tito Livio,
descubierto y publicado con general aplauso por el sabio Giovenazzi, llámase aquel célebre camino del Tajo á las
llanuras de Vitoria, transitus ex Beronibus. Puédese de aquí fácilmente colegir la im portancia sum a y lo mucho que
necesariamente tuvo que figurar el pueblo de Albelda en la porfiada lucha y prolongada g u erra entre la cruz y la
media luna.
Y ántes de época tan célebre en la historia de aquel país, y más allá de los dias en que Roma p ag an a imperaba
con trabajo sobre los naturales de la Rioja, pasearon sus llanuras aquellas feroces y nómadas naciones, que bajando
de la Tartaria ó Escitia, domaron implacables la G ália, el Pirineo hasta las fuentes del Ebro, encastillándose des-
pues en los inaccesibles montes de asturianos y gallegos. En los tiempos del rey Don Ordoño I , teatro fueron los
campos riojanos y sus contornos de la rebelión sañuda de los vascones, al fin sujetos y humillados al soberbio acero
de aquel re y ; y despues de esta jo rn ad a, vieron tam bién aquellas comarcas el arrojo y poderío de Don Ordoño des­
cender de las astúricas montañas y entrar en cruda g u erra con los eternos enemigos del nombre de Jesucristo y de
E spaña, y hacer hu ir á muchos de sus reinos y dejar tendidos á los más en las campiñas de los verones. Y vieron,
finalm ente, á los dos ejércitos de moros y cristianos peleando con furor indescriptible en la san g rien ta y reñidísima
batalla de Clavijo; y presenciaron, en fin , asombradas, los trabajos, penitencias y oracion de los monjes del albel-
dense monasterio. Mas ántes de dar la historia de ta n insigne santuario, debemos dejar aquí apuntados algunos
datos antiguos y curiosos del pueblo en que se hallaba:
Escasos andan de noticias los antiguos cronicones relativam ente al origen de la ciudad de A lbelda, como anti­
guam ente la llam aban. N i tampoco abundan en históricos apuntam ientos Vázquez del M árm ol, Ambrosio de Mora­
les , G aribay, M ariana, Moret, Yepes, el P. Florez y otros historiadores y cronistas, que de aquel pueblo y monaste­
rio hubieron de tratar.
E l g ra n caudillo de moros llamado M uza, de estirpe goda, según parece, y convertido al mahometismo, á quien
antiquísimos documentos apellidan A ben-K aci, se rebelaba en Aragón mediado el siglo ix contra Abderraman II de
Córdoba: y parte por el engaño y la astucia, parte por la fuerza de las arm as, cayeron en su poder m uchas ciudades,
entre las que se cuentan Zaragoza, Huesca, Tudela y áu n Toledo, donde puso de gobernador, con el título de rey,
á su sobrino Lope ó L ot, como otros quieren. Tomó á viva fuerza muchos pueblos de C ataluña y N av arra, y alcanzó
de los franceses m u y insignes victorias. Venció tam bién con g ra n valor dos grandes ejércitos de moros, é hizo pri­
sionero á sus dos generales Aben-Amiza y Alporcí. Y siguen refiriendo antiguos cronistas q u e, intitulándose sober­
biamente rey de E spaña, edificó, y según otros, al parecer más en razón, fortificó con soberbios castillos u n a ciudad
llam ada por los árabes A l b a id a . Este nom bre, que significa «cosa blanca» (con alusión á la yesosa blanquecina roca
sobre que se fundó el castillo), corrompióse, tiempo andando, en A lbaida, y m ás tarde en Albelda, como hoy la
llamamos. Pudiera m u y bien decirse, que con la vida y hechos del moro Muza empieza la verdadera historia del
pueblo que nos ocupa.
Parece y a cosa clara que en el año del Señor 850 sucedió á su padre Don Ramiro en el trono de Astúrias Don
Ordoño I , que y a conocemos. E n los grandes hechos y prosperidades del célebre caudillo M uza, habíase estado Don
Ordoño como en acecho, y complaciéndose en g ra n m anera en la división y consiguiente debilidad del reino enemigo.
Mas luego sospechó que nada bueno podia esperar de la vecindad de Muza, y que la fortaleza de Albelda era como
punto de apoyo, y de partida quizá, para la pérdida de sus Estados; por lo que resolvió animoso no dar punto de tran ­
quilidad á su enem igo, buscándolo y batiéndolo hasta en sus mismas trincheras. Y así, aprestando grande y ag u er­
rido ejército, puso cerco con decisión resuelta y enconados brios á la albeldense ciudad y fortaleza. Acudió precipi-
MUSEO ESPAÑOL DE ANTIGÜEDADES
ARTE C R IS T IA N O .

F. A z n ar dib°y cromolit?
Lit. Donón. Madrid.

. DE LA RM3HA 480 '¡¡EL CÒDICE ÄLBELHHSE Ù VIGILANO.


(Biblioteca del E scorial).
tartamente y m uy confiado Muza á su socorro, y estableció sus tiendas en el m onte Laturcio, en las mismas cerca­
nías de Albaida. E l asturiano príncipe dejó buena parte de sus tropas en el sitio de la ciudad, y salió con las demás
al encuentro del arrogante caudillo de los moros; trabóse encarnizado combate, y favoreció Dios el empuje de los
cristianos, porque con g ran m atanza fué desbaratado el ejército agareno; muerto u n yerno de M uza, llamado Gar­
cía, y m uy m al parado aquél; pues que recibiendo tres heridas, la fu g a solamente y el proceder cristiano de un jefe
del ejército vencedor, pudieron salvar su vida: la concluyó poco despues en Zaragoza. Con la victoria y el rico
botin del enemigo volvióse el Príncipe cristiano a l cerco de A lbelda, que áun con obstinación resistía, pero con los
nuevos refuerzos y empuje de la g en te victoriosa estrechó el sitio, y a l cabo de u na lucha de siete dias penetró con
ferocidad en Albelda; m andó m atar á sus defensores; derribó por los suelos la ciu d ad , y volvióse triunfante á sus
estados. Apoyan esta relación los antiquísimos cronicones de Sebastian de Salam anca y el albeldense, y de ellos
la toman los autores todos que en m ás cercanas épocas escribieron y que abajo se citarán.
Desde estos tiempos y reinado de Don Ordoño I de Asturias hasta el segundo Don Ordoño el de León y Don Sancho
Abarca el de N avarra, guardan los historiadores el más profundo silencio sobre A lbelda, contentándose con presen­
tarla hum ilde arrabal de la a n tig u a Vecaria, que llamamos en el dia Viguera.
Guerreaban á porfía por los años 920 contra el extranjero islam ita los soberanos leonés y navarro, y aparece claro
que más adelante combinaron las operaciones, estrecharon los lazos de am istad, patria y religión, y pelearon ambos
de común acuerdo. A ntiguos cronicones y escritores contemporáneos hacen de Abarca merecidos elogios; nos le
representan combatiendo sin tregua n i descanso á la m orisma; ganándole m ucha tierra por toda la ribera de Ebro
arriba hasta cerca de su nacim iento, y ribera abajo hasta Zaragoza y áu n m ás, ensanchando largam ente los térm i­
nos y fronteras de sus reinos hasta N ájera en los confines de Castilla.
De todas estas conquistas y proezas tan relacionadas con la fundación del monasterio famoso de A lbelda, se dá
razón en el privilegio primitivo de Abarca para la erección del memorable convento. Cópialo a l pié de la letra el
P. Risco, continuador del clarísimo Florez: contentarémonos nosotros con apuntar aq u í, para nuestro objeto, lo más
ú til y sustancial de ta n precioso documento. E stá, como es claro, en latín y comienza ponderando los pecados de
España por los que fué arrancada de manos cristianas y entregada á los moros. Prosigue diciendo que la poseyeron
hasta que Dios quiso apiadarse de ella y quebrantar de paso el orgullo de los infieles. «Y ag o ra, dice (1), en nuestros
tiempos h a sido servido darme á m i, aunque in d ig n o , victoria de sus enem igos, dándoles el pago conforme á las
obras de sus manos. Y aqui en estas nuestras partes donde el rio Ebro corre por España, ayudándonos la divina cle­
mencia desde el cielo, en la u na y en la otra ribera, les hemos tomado muchos lugares, ciudades y castillos, y
echando delloslos infieles, por la providencia de Dios los destruimos, no en u n a , sino en diversas batallas, y los
forzamos á meterse á morar en lugares no conocidos conforme al testimonio de la Sagrada E scritura, donde habla
Dios por el profeta: esparcidos por todos los reinos del mundo que no saben, y la tierra quedó despoblada dellos.
Todo esto sucedió no por nuestros m erecim ientos, sino por don de la piedad del Altísimo. Por tan to en honrra y
agradecimiento de nuestro Criador Jesu-C risto, y en alabanza de su Santísimo nom bre, y por el triunfo poco h a
alcanzado en V iguera, fuerte castillo, el cual plugo á nuestro Señor Jesu-Cristo dárnoslo en nuestras manos (mas
por que todo universalm ente es de Dios y de lo mucho que con liberalidad recibimos de su m ano le volvemos poco):
queremos fundar un Monesterio, lu g a r diputado para alabar á Dios, y digno para los que en él m oraren, para que
desde agora en adelante para siempre á gloria del nombre de Dios perm anezca, y sea congregación de monges que
sin cesar alaben á Dios, rogándole por el perdón de mis pecados.» Continúa además diciendo el privilegio, como dá
aquel lu g a r y m ucha tierra al abad Pedro y á sus m onges, nombrándola y demarcándola m uy despacio. «Hecha la
escritura de testam ento á los cinco de E nero, era novecientos y sesenta y dos, en el dichoso año 20 de nuestro rei­
nado. Sancho rey serenísimo, de su propia mano robra y confirma esta escritura. La reina Toda confirma. García
hijo del rey confirma. Ocneta h ija del dicho rey conf. Blasquita h ija del dicho rey conf. Iñigo G nú confirma. Galindo
Obispo robro. Sesuldo Obispo robro. Sunna abad testigo. Anserico abad testigo. Blasco presbítero testigo. Iñigo Sán­
chez testigo. A bolatten test. Gudumer test. Garcia Iñiguez test. E ndura test.»
Debemos observar aquí que el privilegio que traemos entre manos llam a ciudad tam bién á V iguera (Vecaria),

(1 ) T ra d u c c ió n d e A . d e M orales.
pueblo de escasa importancia en nuestros dias, que perteneció al condado de A guilar, pero que indudablem ente era
entónces populoso, pues que mucho estimó el rey Don Sancho el haberla tomado. Ni tampoco h a de pasar sin p arti­
cular atención el nombre E iroca, que así se llam aba en el dicho documento el rio Iruega ó Iregua, que pasa por
ju n to á Albelda. Y por lo que hace a l rey y sus victorias y por la memoria y nombres de la rein a, de los infantes,
abades y demás testigos, es monumento digno de singular aprecio.
El sitio que sirvió de asiento al monasterio y áun al pueblo, es u na m ontaña no m uy a lta , según queda indicado,
toda formada de yeso y u n a clase de piedra blanca y fofa que constituye como los cimientos de todo el terreno, y á
lo que los naturales del país llam an salagona. Es m uy á propósito por su poca dureza para labrar en ella, no sola­
m ente cuevas, sino casas formales y aposentos, principalm ente cuando aciertan á tener u n lado derecho y libre en
la peña tajada para rom perla y formar así entradas para la luz. Por eso todos convienen en que las prim itivas vivien­
das de aquella g en te estaban fabricadas de esta suerte, y áun las celdas del famoso monasterio de San M artin estu­
vieron así abiertas en la viva p eñ a, con los tragaluces sobre el rio y sobre la an tig u a y famosa vía rom ana de que
arriba dimos cuenta (1). De aquí proviene que historiadores pasados, y entre ellos el P. Yepes con Ambrosio de Mora­
les, llam aran palomar á aquel convento y nidos de palomas á sus celdas.
¿Pero quién fué el verdadero fundador del célebre monasterio albeldense? El famoso documento ó privilegio de fu n ­
dación, cuyas copias se conservan en nuestros archivos (2), no deja lu g ar á dudas, n i tampoco á preguntar si se
debe su erección á alg ú n rey moro, lo cual no tendría nada de particular, si se tiene en cuenta que los diplomas de
Denia nos presentan á los príncipes árabes entrometiéndose en m aterias de religión que no era la suya y practicando
una especie de regalismo m usulm án.
F undó, pues, el monasterio de Albelda Don Sancho Abarca de Navarra, sin ningún género de duda, teniendo varios
móviles para tan piadosa fundación (3): él mismo los manifiesta en la escritura ó privilegio que y a conocemos: pro­
fundo agradecimiento al Señor de todo lo criado por las m uchas y grandes victorias que de los moros alcanzó; que
dia y noche resonaran las divinas alabanzas en aquella soledad, y finalm ente, que fuese aquel monasterio verdadera
fortaleza moral y física, desde la cual saliesen los soldados del Rey del cielo y los del rey de la tierra con sus respectivas
arm as á pelear sin treg u a y arrojar del suelo patrio al m usulm án, y que al mismo tiempo les sirviera de robusto
asilo en el caso apurado de u na retirada: tales fueron las causas que tuvo el piadoso Abarca para levantar en Albelda
el célebre monasterio de benedictinos.
No falta quien opina, y quizá con m uchísim a razón, que fué dedicado á San M artin por haber caido en poder de
Don Sancho el Fuerte de Yecaria en el dia de la festividad de tan glorioso santo. Otros quieren que la consagra­
ción particular á San M artin proviniese de la g ra n devocion que le profesaban el rey navarro y su esposa la reina
Doña Toda (4).
Sobre el año en que fué dada la escritura de fundación no andan m uy acordes los autores; quiénes la fijan en
el 924, E ra 962; quiénes más adelante, quiénes más atrás; pero cronología mejor informada le dá su origen en el
año 920, y esto porque el fundador, el navarro A barca, que fué quien hizo y dió la escritura al abad Pedro y á sus
monjes, sucedió á Don Fortun, que en 901 tomó el hábito monacal en el convento de San Salvadorde Levra; y como
el mismo Don Sancho llama en el privilegio el año 20 de m i reinado a l de 920, seria de todo punto falso, supuesta
la concesion de la escritura en el año de veinticuatro.
E l monasterio albeldense fué indudablem ente m uy célebre y de sum a im portancia en los tiempos medios. Los his­
toriadores todos de aquella época que nos dejaron escrita la vida cenobítica de tan religiosa casa no cesan de cele­
brarla con m il elogios, y recuerdan con placer y respeto su profundo silencio, oracion continua, soledad, retiro y
consagración completa al estudio de todos los ramos del hum ano saber (5). Hacen subir el número de monjes hasta
doscientos, cuyas celdas, harto angostas, estaban abiertas en derredor de la blanca peña que las sostenía. Las m er­
cedes del fundador; las donaciones no pequeñas de la piedad y de la fé de aquellos dias; las m andas continuas que la

(1 ) V éase Crón. general d e E sp a ñ a , p o r A m b . d e M orales, lib . x v .— H isto ria d e la R io ja , po r D . D om ingo H id a lg o d e T o rre s. M a d rid , 1701.
(2 ) ¿ E s tá e l o rig in a l e n e l a rc h iv o d e S im a n c a s? L o a isa a firm a q u e allí lo vió.
(3 ) E l P . B e rg a n z a , A n tigüedades d e E s p a ñ a .— E l P . M o re t, H isto ria de N a v a r r a .— S a n d o v a l, H isto ria d e P a m p lo n a .— Y e p e s , F lo re z y otros.
(4 ) Diccionario de la A c a d . d e la H is t., p o r G ovantes.
(5 ) A m b . d e M orales, Crónica general de E s p a ñ a , t. v m , lib . x v .— F lo re t., H isto ria sagrada. — Crónica de los B enedictinos, p o r el P . Yepes.
caridad inspiraba á los particulares; la no interrum pida laboriosidad de sus penitentes habitantes en la conservación
y copias de la an tig u a literatu ra, de la ciencia canónica y de la histórica, y m ás que todo la justificada opinion y
olor de santidad de que gozaban, hicieron del monasterio albeldense uno de los más reputados y famosos de la Órden
de San Benito. Y en verdad que m u y grande ha de haber sido la gloria y la fama de su nom bre, cuando vemos que
mereció ser elevado á la altu ra en que se hallaban los primeros y principales monasterios contemporáneos : sábese,
en efecto, que sus abades fueron ascendidos á la categoría de obispos; honor y dignidad singularísim a, que los sobe­
ranos pontífices, muchas veces á petición de los monarcas, concedían á los monasterios de primer órden. E l desarrollo
de los estudios de antiguos monumentos y el vuelo que tomaron en nuestros dias las investigaciones diplomáticas
nos han proporcionado documentos preciosos, rubricados por el abad de Albelda con el título ó sobrenombre de Obispo
albeldense. No se nos oculta que varios críticos, que probablemente leerán estas líneas, niegan que el abad albel­
dense fuera m itrado en alg ú n tiempo, presentándonos al epxscopus alvalde?isis como obispo de Álava y no de Albelda;
pero si con m ayor cuidado y atención recorren nuevam ente las diversas colecciones de documentos que andan hoy
en manos de todos publicadas, encontrarán que en algunas escrituras de la Era m il ciento y dos, sacadas del archivo
de San Prudencio, del cual hablaremos m ás abajo, firma en prim er lu g a r el obispo de Álava y en segundo término
el abad de Albelda como episcopios alvaidiensis.
Estos mismos documentos que acabamos de citar son tam bién el mejor y más claro testimonio de la im portancia
colosal que tuvo nuestro albeldense monasterio: existe, en efecto, u na escritura expedida en 956, por los tiempos en
que reinaba Sancho el Gordo, en la cual se lee que el abad del monasterio de San Prudencio, llamado Adica, con
sus monjes Cristóforo, F o rtu n , Sarraceno, Dato, Rapirato... se entregan en cuerpo y alm a al monasterio de Albelda;
item , donan además todas sus posesiones: item donan m ás la iglesia de San Vicente y San Prudencio, enclavada
en el mismo territorio, en la falda del m onte Laturcio (1). Esta entrega ta n completa del monasterio de San P ru ­
dencio, celebrado en nuestras crónicas, con todas sus rentas y posesiones á San M artin de Albelda, y del prior y sus
monjes al abad, esto es, á su dirección santísim a, prueba lo mucho que entónces significaba y valia la benedictina
y albaidense casa (2).
No está demasiado claro cuándo n i cómo term inó el famoso monasterio. Pero parece que el primero que sin el
debido respeto y poco m iram iento comenzó á empequeñecerlo y á m erm ar su g ra n reputación fué el rey Don García
de Nájera. Todos saben la predilección extrem ada que este príncipe tenía por Santa M aría la Real de aquella pobla­
ción: pues bien; el amor que le mostraba movíale y obligábale á u n ir todas las fundaciones que podia á Santa María
la Real, y entre ellas cùpole la suerte á la casa de San Benito en Albelda. Sabemos, sin embargo, y debe consig­
narse ántes de pasar más adelante, que la escritura de donacion y entrega de los monjes «en cuerpo y alm a» con sus
posesiones y riquezas del convento de San Prudencio al abad y monasterio de Albelda tiene la fecha de la E ra de 988
en tiempo de Don García, hijo de la reina Doña Toda y de Don Sancho Abarca; y además, que en los funerales de éste
en la ciudad de Logroño se hallaron ju n to s los testigos de dicha escritura, que por ser m uy ilustres no deben pasar
en silencio: lo eran Tudomiro, obispo de N ájera; Dulquitio, abad albeldense; Diego, abad Siliense; Munio, abad de
Santa Columba; Estéfano, abad de San Millan de la Cogolla, y Velasco, abad de Ciruena (3). Sábese tam bién, para
la historia de Albelda y su convento, que el infante Don Ramiro, señor de V iguera, hijo de Don García de Nájera,
confirmó las mercedes y donaciones que su padre habia hecho á Santa María la Real de esta ciudad, en cuyo docu­
m ento y a se echa de ver que cam inaba hácia su fin el monasterio de Albelda. Asimismo nos dice la crónica de la
Órden de San Benito, que el monasterio de San Prudencio, al que de paso nos referimos, estuvo unido al de San
M artin de Albelda por un espacio m ayor de cien años.
E n el de 1057 deseaban unos caballeros hermanos ser patronos de la religiosa casa de San Prudencio, agregada á
á la de San M artin de Albelda. Llamáronse los devotos caballeros D. Jimeno Fortun Ochoa el u n o , y D. Sancho
Fortun el otro. Estaba el primero unido en m atrimonio con Doña M encia, por cuyas venas corría la noble sangre de
los soberanos de N avarra; y la apasionada devocion que tenían al glorioso San Prudencio fué el origen de aquella
advocación y patronato. Vióse á la postre satisfecho su deseo, pues que tratando sèriamente el negocio con el m uy

(1 ) Crónica general de la Órden d e S a n B e n ito , p o r el P . Y epes.


(2 ) V éase a l m ism o P . Y e p es, t . v i d e su Crónica.
(3 ) E l P . Y e p es, t. v i d e sus C enturias.— S a n d o v a l, H is t, de P am plona. — L a s A n tig ., d e l P . B erganza.
tomo ni. 429
ilustre abad y obispo de Albelda, convinieron en dar á este prelado otro monasterio y quedarse ellos con el patronato
del de San Prudencio (1).
¿Qué se hicieron en posteriores tiempos la comunidad benem érita, las grandes riquezas, las posesiones y la biblio­
teca de inmenso valor d é la casa de benedictinos de Albelda? Pasaron como pasa cuanto cae bajo el dominio de la
pobre criatura. Nacer y m orir... ¡lié ahí la herencia del mísero linaje hum ano! Aprovecháronse de aquella santa casa
y sacras posesiones Don García el de N ájera y el infante Don Ramiro, señor de V iguera; pero buena parte de sus
haciendas y la famosa librería vinieron al poder de la iglesia de Santa M aría la Redonda de Logroño. Ordenólo así la
régia voluntad de los monarcas.
U na colegiata de no escasa fam a se creó despues en Albelda, que en menor escala desempeñó el papel de la fene­
cida casa monacal: tuvo vida hasta los dias del ilustre obispo de Calahorra D. Diego López deZ úñiga (reinando en
Castilla el rey Don Ju an II). Este prelado, en virtud de bula especial expedida por el Papa Eugenio IV, de feliz
memoria, trasladó dicha colegiata y sus rentas anejas á la célebre iglesia de Santa María la Redonda de Logroño.
Quedaron, no obstante, en Albelda algunos canónigos en representación de la extinguida colegiata. P arte de este
antiguo edificio se enseña hoy en dia con el nombre de la Claustra en aquella poblacion. En sus eras y alrededores
se encuentran además vestigios de su an tig u a fortaleza, fosos, hoyos y no pocos esqueletos dispuestos y colocados
en m u y buen órden.
Fué Albelda en pasados tiempos dada por la reina viuda Doña Estefanía á su hijo el rey Don Sancho que la his­
toria conoce con el apellido el de Peñalen. A doce de Junio de m il trescientos sesenta y nueve, Don E nrique II dió
el señorío de Albelda á su fiel servidor D. Ju an Ramírez A rellanó, señor de los Cameros. E n el siglo xvi per­
tenecía dicho señorío á la ilustre casa de los condes de A guilar. Hoy es villa con ayuntam iento, partido judicial,
Administración de rentas de Logroño, doscientas casas próxim am ente, con clima propenso á calenturas, y los pro­
ductos propios de todas aquellas poblaciones. Dan razón de cuanto dejamos consignado los autores que abajo se
indican (2).
No queremos term inar en las noticias históricas de Albailda, de su castillo y monasterio, sin añadir algunas pala­
bras sobre la significación histórico-geográfica de la provincia en que se halla. Basta y sobra considerar su situa­
ción topográfica para ver desde luego la im portancia inm ensa del territorio que tantas hazañas y grandezas recuerda.
Está defendido a l Mediodía por cordillera valentísim a, que es al propio tiempo robusta divisoria del Ebro y Duero, y
de los afluentes fresquísimos del primero y de los del Pisuerga; todo lo cual constituye el firme valladar que la Pro­
videncia proporcionóá las gentes de la Rioja contraías invasiones de enemigos apoderados del corazon de España. E l
ram al que partiéndose de esta cordillera toca con sus valles y riberas las cercanías de M iranda , es u n m uro de de­
fensa para elriojano contra el territorio de Burgos (3). E rig ió , pues, la naturaleza, sin género de duda, á la tierra
verónica como puesto avanzado de las gentes del Norte de España para seguridad y apoyo de los que gloriosamente
y sin descanso pelearon por la independencia de la p a tria , por la religión de nuestros padres y por la conservación
de las últim as reliquias que sobrevivieron á la m iserable ru in a del Guadalete (4).
Los valientes, que abrasados en el amor á la religión de Cristo y á la independencia de España, descendían desde
las cuevas de San Ju an de la Peña á las espaciosas m árgenes del Ebro; ó desde los enmarañados bosques de la Bardu-
lia corrían á unirse con las huestes indomables de Astúrias para g u errear sin treg u a n i momento de reposo contra el
invasor sarraceno, encontraban en los inaccesibles desfiladeros de E zcaray, ó en las empinadas cumbres del Urbion,
donde el Ebro nace y el Ireg u a, para morir en el Océano el u no, y venir el otro al Duero y a l M editerráneo; encon­
tra b a n , digo, u n a barrera soberbia, desde la cual podían burlar al enfurecido africano, reponer sus debilitadas fuer­
zas y rehacerse, en fin, para volver á la pelea. Esta e s , p u es, la significación é importancia suma que en la histo­
ria tiene la riojana tierra; y en no pocas ocasiones fué palenque donde se riñeron grandes y m u y sangrientas bata­
llas; ahora contra el com ún enemigo invasor apoderado de España; ahora entre los príncipes y reyes de Castilla

(1 ) E n el fó lio 5.° y G.° do l a Coleccion d e documentos d e l archivo d e Sim ancas p u e d en v e rse m á s datos.
(2 ) V éanse D iccionario geog. histúr. de E s p a ñ a , po r la R eal A c ad e m ia d e la H is to ria ; p o r D . A . C asim iro d e G o v a n te s .— S a la z a r, C asa d e L a r a , a rtícu lo
A re lla n o . — A n a le s , d e M o re t, l ib . x i\ \ — Diccionario geográfico, d e M ad o z, p a l. A lb e id a , Coleccion d e documentos d e l archivo d e Sim ancas. — H id a lg o d e
T o rre s , H isto ria d e la R io ja .— C ard. A g u irre e n e l t . i i i d e s u Colee. M á x im a d e Conc.
(3 ) Compendio h istorial de l a R io ja , p o r H id a lg o d e T o rres.
(4 ) L ib ro d e S a n to ñ a , p o r D . A u re lia n o F e rn a n d e z G u e rra .— M a p a itinerario d e la E sp a ñ a rom ana con sus divisiones territoriales, p o r el m ism o a u to r.
y de N avarra, m ás atentos en ocasiones á sus caprichos y particulares intereses, que á la noble empresa de arrojar
á los desiertos de África las muslímicas huestes que con su invasora planta hollaban la tierra del hijo del trueno y
de los siete varones apostólicos.

II.

Al ocuparnos de uno de los más notables y antiguos monasterios de España y de su más célebre m anuscrito, no
creemos fuera de propósito añadir alg u n as consideraciones acerca de lo que fueron aquellos religiosos retiros en la
Edad-m edia, y cuál su benéfica influencia sobre las sociedades europeas; no hacerlo así, ocasionaría censura para
quien tiene por objeto pintar la vida histórica de u n a casa religiosa de aquella m ism a edad.
Todos los filósofos y hombres pensadores que con escudriñadora m irada siguen y analizan las trasformaciones y
movimientos religiosos y sociales de las generaciones y de los pueblos, dan como cosa corriente la soberana influen­
cia que los solitarios y monasterios del Oriente y Occidente ejercieron sobre las sociedades bajo el aspecto moral y reli­
gioso. Podrá ser que los monasterios no hayan hecho sentir de u n a m anera ruidosa á la hum anidad el poder de la vir­
tud y de la ciencia que albergaban; pero no olvidemos que la moralidad y el ejemplo obran casi siempre callada y
suavemente, como el sol que sin estrépito hace cubrirse de flor y fruto los árboles, como la Providencia que vivifica y
conserva silenciosa y benéfica el universo m undo. Y si queremos ver clarísimamente la verdad de lo que vamos afir­
m ando, nos bastará recordar que en los monasterios y en sus penitentes moradores se inspiraron los grandes ingenios
del Ásia y de Europa; que el atractivo de su silencio y austeridad encerró á u n San Jerónim o en la g ru ta de Belén;
que la conversión de San A gu stín , del talento g ig a n te deH ipona, v a acompañada de u n sentim iento m onacal, exci­
tado por la lectura de la vida de San Antonio Abad; que de los solitarios claustros del Monasterio salieron los Basilios,
los Gregorios, los Crisóstomos, los Eugenios y casi todos los hombres insignes que fueron lum breras de la hum ani­
dad y columnas del catolicismo.
Si la ambición y el orgullo, como adm irablem ente observa Balmes, no hubieran preparado la ru ptura cism ática
que habia de privar al Oriente de la vivificadora influencia de la Silla de Roma, los antiguos monasterios de aquella
parte del m undo, hubieran servido como los de Occidente á la regeneración social que fundiera en u n solo pueblo á
vencedores y vencidos; ó á lo ménos hubieran cooperado á arrojar de nuevo en sus salvajes guaridas á los enemigos de
la civilización. E ra n , pues, los monasterios en los tiempos medios, como en todas las épocas, el sagrario en donde busca­
ban acogida el derecho contra la fuerza; la civilización y la cultura contra la barbarie; la caridad contra la crueldad, y
la virtud contra el vicio desapoderado y triunfante, ü n dia que la España, la Francia, la Italia y el norte de África con
todas las islas adyacentes á estos territorios eran horrorosamente devastados por la bárbara pujanza del Septentrión, los
hombres y el caudal de la ciencia y de las artes huyeron espantados á buscar albergue en los monasterios de Oriente:
y otro dia que las artes y la ciencia se vieron acosadas y perseguidas por la m edia luna de los turcos, levantada sobre
los muros de Constantino^la, volaron al Occidente y encontraron socorro y acogida en las cenobíticas mansiones,
donde se aprende la resignación en los grandes infortunios y el profundo desengaño de la nada de este mundo.
Y si hay que estim ar los monasterios como asilos bienhechores donde se acogía el débil y el desgraciado, eran no
ménos divinos arsenales en que se conservaban la poca luz y vida que en el m undo quedáran, despues que de él pudie­
ron señorearse suevos y silingos, hunnos, vándalos y godos. Recuérdese el estado de la Europa entera cuando apare­
ció en Occidente el monje ilustre de Nursia. Fluctuando estaban y cayéndose á pedazos la m oral, la religión, los
poderes, las artes, las ciencias, las leyes, las costumbres, las sociedades; en fin , todo se encontraba amenazado de
m uerte. San Benito con sus hijos, sin más armas que la v irtu d , la elocuencia del ejemplo y sus penitencias, la aus­
teridad de su vida y un celo abrasador por la redención de los pueblos, cubiertos y abrumados por la barbarie del Norte,
logra la trasformacion general de Europa y la fusión completa del habitante de las selvas y del h ab itan te del templo
cristiano, quedando así providencialmente vencidos los mismos vencedores; logra recoger de entre las ruinas los des­
pojos del saber antiguo y esconderlos en las moradas de Casino; lo g ra, en fin , sem brar en el agostado campo de las
inteligencias el sagrado depósito de la virtud y de la ciencia, que no bastándole para contenerlas n i la celda n i los
desiertos, las desparramó bondadoso en medio de los poblados.
No quisiéramos pasar de aquí sin decir á la actual generación, tan in g ra ta para con los institutos monacales, que
ellos fueron quienes tantos terrenos incultos desm ontaron, los que limpiaron la tierra de pantanos y malezas, los que
encerraron los ríos en su cauce, los que tantos puentes construyeron, los que echaron fundamentos á la ag ricultura,
y en u n a palabra, los centros de actividad que resucitaron la Europa, destrozada por aquel otro universal dilu­
vio del siglo v. Añádase á esto que los monasterios erigidos en toda parte, en los campos y lugares desiertos, dieron
principio á esa nación inm ensa desparram ada por aldeas y cam piñas, y formada en tiempos posteriores, para pro­
veer de p a n , aceite, vino y exquisito fruto á las ciudades, cuya vida solamente conocieron los antiguos.
Insignes publicistas se encargaron de probar con grande erudición en nuestros mismos dias, que la mayor parte
de nuestros pueblos y m ás célebres ciudades nacieron, ó á lo ménos se reconstruyeron, á la sombra de las antiguas
abadías. A los monasterios deben la Alem ania, la Francia, la In g la te rra , la Italia y la España la creación de un número
considerable de sus poblaciones, el florecimiento de su agricultura y el rápido vuelo de su civilización. A través de
la confusion y oscuridad de los siglos medios, se ensancha el corazon contemplando aquellas mansiones solitarias,
verdaderos centros de la virtud y de la ciencia con que supieron adornarse el santo abad Columbano, el apóstol de
Inglaterra San A gustín , el misionero de Alemania San Bonifacio, San Bruno, San Iv o n , San Pedro D am ian, u n Lan-
franco, un Hinemaro de Reims, un Paulo de Casino, u n Beda, u n Auperto, u n A donde V iena, u n Aimon de A qui-
ta n ia , un Gerberto y cien otros notabilísimos varones, teólogos, filósofos, jurisconsultos, poetas, historiadores y cro­
nistas (1). Nuestros archivos y bibliotecas atestadas de m anuscritos, códices antiguos y numerosísimas obras sobre
los ramos todos del saber hum ano, nacidas en el santuario silencioso del convento, son el mejor y más contundente
testimonio de cuanto vamos aseverando. E n fin , seria nunca acabar si quisiéramos recordar lo que á los monasterios
deben la arquitectura, la p in tu ra, la ag ricu ltu ra, la poesía, la música y la escultura: apenas podemos dar u n .paso
en la historia de las artes y de las letras sin tener que penetrar en el monacal recinto de los Santos Benito, Agustino,
Bernardo, Francisco de Asís y Domingo de Guzman.
No fué solamente el monasterio u n centro fecundísimo de actividad m aterial, de influencia saludable en la moral
de las sociedades y de maravilloso desarrollo para las letras y el saber: u n monasterio, lo mismo que u na catedral,
era un baluarte robustísimo, u n alcázar: sus gruesos muros resistían á todos los ingenios de la g u erra, y sus puertas
de hierro se burlaban del incendio preparado por la tea del enemigo. Desde sus altísimos terrados y botareles defen­
dían los guerrero? á un tiempo mismo el altar del verdadero Dios, los tesoros de la religión, de la ciencia, del arte,
el honor, la libertad y la independencia de la Patria. Un monasterio es un pueblo. Dentro de sus m urallas alberga
sacerdotes que orando sin cesar delante del Santísimo Sacramento con los brazos levantados, cual otro Moisés, alcancen
la victoria en la batalla que se está librando en el inmediato valle: tiene guerreros que á u n mismo tiempo se hum i­
llan y oran prosternados, y se arm an en seguida para salir á, la pelea abrasados en fuego santo: tiene sabios que
custodian y conservan las sagradas reliquias de toda hum ana sabiduría, y a divina, y a gentílica: tiene maestros que
explican y com entan los poetas y los historiadores, y los jurisconsultos, y los hum anistas y los filósofos griegos y
romanos; que señalan los rasgos del ingenio de Homero y de V irgilio, al par que los morales de San Gregorio y las
obras admirables del Á guila de H ipona: tiene ancianos encanecidos en la ciencia, que no desprecian n i aún siquiera
los escritos de la incredulidad, y a que la verdad no tiene porque avergonzarse de la m entira, y y a que las tinieblas se
disipan en cuanto brilla la luz: tien e, en fin , u n socorro, u n auxilio, u na satisfacción á cada necesidad. Al esmero-
ya casi exagerado, del monacato y á la consideración con que m ira las obras todas del entendim iento hum ano, deben
el poder ser conocidos en todos los siglos el tan ingenioso como ateísta Lucrecio, el sazonadísimo cuanto incrédulo y
desvergonzado Luciano. Destruidos aquellos santos asilos de la piedad y del saber; aquellos planteles de donde salian
las columnas de la Iglesia, los hombres de estado y los faros que alum braban al hum ano linaje en su lenta peregris
nación; destruidos, digo, por la refinada avaricia, envidia y tiran ía de la impiedad m oderna, aguarda á los siglo,
por venir u n a total ignorancia de todo lo que ántes que ellos vino á pasar sobre la tierra. ¡ Iniquidad abominable del
impío! Toma en sus labios el hermoso nombre de libertad para fundar la tiran ía de los Silas y de los Mários; de los

(1 ) P u e d e n c o n su lta rse so b re e sta m a te ria lo s d isc u rso s d e D . S a tu rn in o F e rn a n d e z d e C a stro a l re c ib ir la in v e s tid u ra d e d o c to r, M a d rid , 1852; d e don
F e lip e C a n g a -A rg u e lle s a l to m a r posesion d e a cadém ico-de nú m ero e n la R eal A cad em ia d e la H is to ria , M a d rid , 1 8 5 2 ; d e D. A n to n io C a v a n ille s en co n ­
te s ta c ió n a l a n te rio r. Y d e lo q u e fu e ro n los m o n a s te rio s, d a n razó n m u y c u m p lid a M o n ta le m b e rt, B alines e n e l P rotestantism o; C h a te a u b ria n d , tom o n
d e l Genio d e l C ristianism o, y o tro s m il q u e d e e llo tra ta ro n .
Tiberios y Nerones: proclama el progreso, la civilización y la ciencia para acabar con todos los frutos del saber, aco­
piados por m il brazos generosos.
Penetremos por las puertas de u n monasterio de los siglos medios: ofrécense á la vista ancianos ejemplarísimos que
m ueven el corazon al arrepentim iento y á la penitencia: el P. Maestro lleno de sabiduría y de prudencia: una m uche­
dumbre de jóvenes novicios que aprenden la hum ildad y la mortificación, muchos de los cuales se dedican con afan
á buscar materiales á los maestros que en sus celdas m editan dia y noche, estampando despues en las vitelas el fruto
de sus desvelos: los copistas haciendo nuevos y más completos los viejos cronicones: el escribiente que pasando á las
generaciones por venir monumentos de incalculable valor, deja á u n tiempo mismo modelos preciosísimos de escri­
tu ra , que h a n de constituir u n a riqueza inm ensa para la Paleografía: el dibujante que adorna con finísimas orlas y
m uy delicadas m iniaturas el devocionario, el Psalterio, la E neida, la Iliada, los A rgonautas, el Libro de Oficiis, la
ciudad de Dios, las cartas de San Jerónimo, las Partidas y las C antigas del sabio Alfonso, y otras m il producciones
de la hum ana in telig en cia: el industrial que con g ran d e aplicación proporciona colores maravillosos que han de ser
la meditación y estudio de los artistas y pintores de los siglos futuros: el hermano lego que con modestia y habilidad
prepara el fino y elegante dorado para las letras capitales, cuyo secreto se h a perdido: el cronista inventariando sucesos
sin juzgarlos n i disertar sobre ellos, dejando tal cuidado á los críticos m ás escrupulosos que le h an de suceder: y en
fin, para concluir de u na v ez, la escuela y las cátedras en que no se vende n i monopoliza la ciencia, sino que se dá de
balde, así al rico como al pobre; la librería pública y llena de riqueza in telectu al; la fuente de la fé, de la caridad y de
la enseñanza. Esto y mucho más era u n convento de los tiempos medios. ¡Gloria y prez á la religión que supo inspirar
á los fundadores de las órdenes monásticas, y cobijar bajo su m anto protector esas instituciones tres veces santas!
Con verdadero dolor y pena abandonamos esta inagotable m ateria, dejando á u n lado consideraciones m il que se
agolpan á la m ente en órden á la influencia que en todos terrenos ejercieron los monasterios sobre la sociedad europea
y la vida fecundísima que en todos los siglos supieron comunicar a l m undo: pero, entre otros, deben de tenerse pre­
sentes para m ayor abundamiento los autores antes citados; y además de Balmes, Montalembert y Chateaubriand han
de consultarse: Casiano, De cccnobiorum ins ti tu lis: Teodoreto, H istoria religiosa: Holsten, Codex regularicm monas-
ticarum: H elyot, H istoire des ordres religieux: Dom. Mege, Vie de Saint-Benoit: M abillon, Anales de la órden de
San Benito, tomo i: las crónicas repectivas de las órdenes religiosas, y los discursos y trabajos académicos del
Sr. Fernandez G uerra, donde con poca tin ta sabe escribir m ucha historia.

iii .

Muchos fueron los varones excelentes en virtud y santidad que florecieron en el monasterio famoso que nos
ocupa, y cuyo exám en nos h a sugerido las anteriores líneas, pero de entre ellos solamente haremos mención de
los principales que sirvan á nuestro objeto. Pertenece aquí el prim er lu g a r al celebérrimo autor del n u n ca
bastante ponderado códice albeldense de la biblioteca del Escorial. Llamóse V igila, y de ah í procede que al
m anuscrito albeldense se le haya dado tam bién el nombre de Vigilano. E l m u y ilustre Ju an Vázquez del
Mármol, corrector de libros de Felipe I I , dice hablando de V igila: «Creo que este m onge perteneció á la estirpe
y fam ilia de los Vela ó Velez, cuyos dos apellidos existían entonces, en su tiempo, y hoy mucho m ás, como
Ñuño V ela, Vela Nuñez: D. Pero V ela, I). Pero Velez que son hoy de la fam ilia de los Guevara (1).» Con perdón del
buen Vázquez del Mármol, el nombre de nuestro monje es de fisonomía visigótica, y nada tiene que ver con el de
Vela n i con el de Velez. Vela es u n antiquísimo nombre ibérico ó siquier eúskaro, que significa tanto como Cuervo
y que llevó aquel malvado conde asesino del infortunado D. García, cuñado del rey Don Sancho el Mayor de Navarra.
Hácia el prim er siglo de nuestra E ra vemos en Lisboa el nombre de Vicillio, que tam bién pudo ser Vigillio. E n el
año 540 florece en Roma el Papa V igilio, y no mucho despues registran nuestras historias de España u n V intila
lamoso. E l apellido Velez es puram ente árabe, y sin parentesco ninguno con los nombres anteriores. De donde

(1 ) A notac. d e V ázquez del M árm ol al Códice vigilano d e l E scorial.


TOMO III.
viene á resultar que el de V igila, á no ser visigóticó, debe estimarse como u na forma del clásico latino vigi'l, el vigi­
lan te, construida e n la baja latinidad al gusto de aquel tiempo. E l famoso y gótico m anuscrito de A lbelda, nacido
de la plum a y del organizador talento de V ig ila, habla más elocuentemente de este benemérito m onge que cuantos
elogios le pudieran trib u tar todos los historiadores que hablaron de aquella poblacion. Su piedad, su religión y su fé
están manifiestas en todo el discurso del famoso códice, y especialmente en los árboles laberínticos del principio y
fin del m ism o; donde con g ra n respeto y tern u ra implora para sí y para la comunidad á que pertenece el auxilio y
favor del cielo (1). Su celo y amor al trabajo resaltan en aquella inapreciable coleccion de Concilios, Decretales y
documentos; orlas, iniciales y lám inas preciosas con que supo enriquecer su admirable obra, y finalm ente, su talento
nada común es indisputable, cuando se le ve colocar con tanto método los conocimientos del tiempo pasado en su
manuscrito y tener ta n buen acierto para elegir lo m ejor: su nombre corre en alas de la fam a ju n tam en te con
la asombrosa obra en el mundo de la ciencia; y su alm a debe gozar en la patria de la inm ortalidad los premios de
su fé y de su trabajo.
E n las veinte prim eras hojas del antiguo códice albeldense, que contienen los elegantes versos acrósticos de los
que dejamos hecho m érito, h a y tam bién dos ingeniosos laberintos, y e n uno de ellos se lee de varios modos y en
distintas direcciones: Maurellx dblatis librum , lo cual debe m anifestar que el maravilloso volúmen de Albelda
fué escrito y coleccionado bajo las órdenes y m andato de aquel abad. M erece, por consiguiente, quedar estampado
aquí su nombre; pues que como m u y acertadam ente dice el entendido E g u re n , habrán existido en Europa pocas
personas que hay an creado un monumento literario de ta n ta im portancia, y que excede en exactitud y mérito á los
más célebres de otras naciones (2). La v irtu d , la sabiduría, el talento, el amor al trabajo y su celo por la conserva­
ción de los documentos de la ciencia canónica é histórica están de manifiesto en la empresa é iniciativa del códice
vigilano llevada á cabo por ta n ilustre monje (3).
No dejaremos tampoco de hacer honrosa mención aquí de los famosos compañeros de V igila, auxiliares suyos en
el colosal trabajo de coleccionar y escribir el celebrado códice de los concilios. Fué el prim ero Sarracino, m onje tam ­
bién de aquella ilustre comunidad y varias veces citado e n la m ism a obra: el segundo es llamado allí con el nom­
bre de Garcea ó G arcía; era éste discípulo de V igila, al propio tiempo que au x iliar en la copia de ta n ta riqueza lite­
raria como en tam año volúm en nos legaron. La elección que de estos dos ilustres religiosos hizo en capítulo la comu­
nidad albeldense p ara que cooperaran á la grandiosa empresa de copiar con fidelidad y lim pieza, é ilum inar con
m u y variados ornatos y brillante colorido el m anuscrito, es el mejor elogio que de ellos se puede hacer. La presencia
sola de ta n prodigioso monumento habla con sum a elocuencia de la virtud, del saber y de los conocimientos artísticos de
los hum ildes monges V igila, Garcea y Sarracino (4), así como de la bizarra solicitud y ciencia del abad Maurelio.
Cítase con g ra n veneración y respeto e n antiguos cronicones é historias la virtud y santidad de Salvo, abad escla­
recidísimo de Albelda y maestro principal de nuestro Vigila. Autores que lo entienden nos aseguran que era ju rista
latino, helenista, erudito, profundo y elegantísimo en sus discursos. Consérvase de este insigne varón u n libro
escrito para las vírgenes consagradas a l Señor, así como tam bién varias composiciones sobre la m isa, algunos him ­
nos y oraciones; de todas y cada u n a de cuyas obras hablan entusiasmados eruditos escritores, hasta el punto de afir­
m ar que eran dulces como la miel y que movían á compunción (5). Fueron sus restos mortales sepultados en el mo­
nasterio mismo que presidia. Los historiadores de aquellas edades que tanto honor y gloria trib u tan á la memoria
del abad Salvo, dicen, que á sus piés descansa sepultado su discípulo Velasco, obispo. Quién fuese este ilustre pre­
lado no lo pudimos averig u ar, y á fuerza de hojear autores solamente logramos observar, que por aquellos tiempos,
E ra de 1000 poco m ás ó m énos, existia u n Velasco obispo de Pam plona; otro del mismo nombre obispo de León, y el
conocido Velasco autor veneradísimo del códice famoso el Emilianense ó de San Millan de la Cogulla, que tam bién
posee nuestra biblioteca escurialense.
E n el cenobio de Albelda floreció tam bién por aquellos tiempos otro benemérito superior, cuya fam a, veneración
y santidad era grande entre sus contemporáneos, y mereció su nombre pasar á la posteridad. Llamóse Dulquicio; y

(1 ) P rim e ro s y ú ltim o s fó lio s del Códice albeldense ó vigilano d e l E scorial.


(2 ) M em oria descriptiva de los códices notables conservados en los archivos eclesiásticos d e E sp a ñ a , p o r D. Jo sé M a ría d e E g u re n . M a d rid , 1859.
(3 ) Códice albeldense del E scorial.
(4 ) Id e m id . id.
(5 ) A g u irre , fó l. 3 d e su Col. M á x . d e Concilios.— L o a isa e n su Col. prologas.
según el testimonio de Gomesano, abad Hildense, presidia á la vez varios monasterios que entre todos componían
un total de doscientos m onjes, á todos los cuales servia de norm a y ejemplar. Ya dejamos indicado en otro lu g ar
el testimonio que más realza el m érito, virtud y santidad del abad Dulquicio: esto es, que Adica, prior de San Vi­
cente y San Prudencio, con todos sus monjes se entregan y abandonan totalm ente al régim en, oracion y virtudes
de tan santo prelado. Es indudable que el sucesor de este abad insigne fué Salvo, á quien y a conocemos.

IV.

Pero y a nos apremia la descripción del Códice albeldense ó vigilano.


Antes de comenzar tam aña empresa hoja por hoja, queremos apuntar algunas ideas histórico-descriptivas y gene­
rales del famoso manuscrito del Escorial. Queda indicado que lo mandó escribir el abad Maurelio de Albelda; y que
lo escribió de hecho el celebérrimo V igila, monje de aquella casa, con la cooperacion y ayuda de su compañero Sar­
racino, presbítero y monje igualm ente, y su discípulo García, individuo tam bién de laalbaidense comunidad. N atural
parece que ta n grande monumento haya corrido la suerte de los bienes y biblioteca de aquel m onasterio: es decir,
que pasara á ser del dominio de Santa María la Rotonda de Logroño. E n el siglo xvi aparece en poder del conde
de Buendia, el cual lo regaló a l grande y poderoso monarca Felipe II, que lo estimó como u n a de las m ás preciosas
joyas de su corona y lo depositó en la real biblioteca de San Lorenzo.
Los primeros que hojearon é hicieron estudio detenido de ta n celebrado manuscrito en aquel tiem po, fueron Ju an
Vázquez del Mármol y el insigne cronista Ambrosio de Morales. Aquél como corrector de libros que era de Felipe II,
y éste como uno de los hombres más eruditos y entendidos del siglo x v i, ambos dejaron su parecer y noticia de las
m aterias que en él se contienen. Tuviéronlo m uy en cuenta y hablaron de él en tiempos ménos lejanos el cardenal
A guirre, tomo m de su Máximo, colectio, Loaisa, el P. Florez en el tomo xm de la E spaña Sagrada y en el
tomo x x x iii de la misma obra, continuada por el P. Risco, y otros muchos públicos escritores de los que se hizo ya
mención en las noticias históricas del monasterio de Albelda. E n nuestros mismos dias se ocupó de él con su acos­
tum brada lucidez D. José María E g u re n , en su preciosa laureada obra Códices notables de los archivos eclesiásticos
de España.
Antes de dar comienzo y lu g a r en estas páginas a l trabajo descriptivo que del códice tenem os hecho folio por fólio,
parécenos regular trasladar aquí el autorizado dictámen y opinion que de él nos dejó escrito de su propia mano
Ambrosio de Morales: lo tomamos del original castellano, que no creemos hasta hoy impreso; pues el que corre así,
está en latin en el tomo n i de sus Opiisculos.
Dice así el citado autor: «Haviendo visto con diligencia este libro g rande de los Sanctos Concilios, que este real
monesterio de S. Lorenzo tiene en su librería me parece del lo siguiente: El libro merece ser estimado sin duda en
mucho por m uchas causas y digno de ser guardado como un g ra n thesoro. Por sola su antigüedad que en todas las
cosas merece m ucha veneración, deve ser tenido en g rande estim a. Por que se escrevia el año del nascimiento de
nuestro Redemptor novecientos y setenta y seis y se acabó aquel año á los veinte y cinco del mes de mayo. Esto
declara asi el que lo escrivió al fin del libro en diversos lugares y de diversas maneras. Escrivelo en las postreras
letras llam adas acrósticas de unos versos asclepiadeos que están al cabo: y en los mismos versos se dice y despues se
repite en los otros versos yámbicos y se confirma por el tiempo en que reynaron los reyes D. Sancho el Gordo y Don
Ramiro el tercero y la reyna Doña Urraca que están y se nom bran al cabo en la pintura. Y llam an los Griegos acrós­
ticas á la s letras que comencando ó acabando los versos tienen ademas deste officio, otro de escrevir y significar
alguna cosa ellas de por si. Conforme á esto este año, que agora corre, de m ili y quinientos y setenta y uno a los
veinticuatro de Mayo se cumplen quinientos noventa y cinco años despues que el libro se acabo de escrevir.
»Escrivió este libro V igila presbitero del monesterio de S. M artin de Albelda donde avia dos cientos m onges. Asi
lo dice él todo en aquellos versos asclepiadeos. Tuvo por ayuda y compañero para escrevir y p in tar el libro á un
sacerdote llamado Sarracino y á García un su discípulo; esto se dice en las acrósticas con que comienzan aquellos
versos asclepiadeos y tam bién lo m uestra la p in tu ra que está quasi al cabo del libro.
»Sin esta su grande an tig ü ed ad , las cosas que el libro contiene, lo hazen de g rande estima. Por que en general
no ay duda sino que todo lo que en el a y está escrito m u y emendado, verdadero y acrecentado y de singular prove­
cho para corregir los libros impresos si alguno quisiese tom ar ese trabajo, que escritura de tan ta authoridad y pro­
vecho en la yglesia de Dios seria m u y necesario.
»Demas desto la m as principal cosa que tiene este libro y que no se puede estim ar tanto como merece es tener
algunas cosas en los concilios que no andan impresas y que por ventura no se hallaran en otro original. Estas son
el concilio de tiempo del rey Gundemaro de los Godos sucesor de Uviterico, y otro concilio de Taragoza en tiempo
del rey E gica: y otros concilios que en el Índice de abajo se dicen. También está en este libro el Fuero Juzgo que
assi llam an com unm ente á la recopilación de las leyes de los Godos.
»Y aunque se hallan por España algunos originales antiguos de estas leyes Gothicas, m as este por su m ucha anti­
güedad haze conocida ventaja á todos los demas que yo he visto.
»Tam bién aunque la ilum inación del libro es tan tosca y desconforme: todavía puede enseñar a lg o , para que se
entienda en alguna lla n e ra que traje era el de u n rey , de u n obispo y de u n sacerdote y de u n m onge en el tiempo
que el libro se escrivió: y el orden tam bién de sentarse en el concilio y otras cosas desta m anera.
»Lo que todo el libro principalm ente contiene es esto. En la segunda plana de la prim era hoja esta pintado V igila
como está escriviendo, y en lo alto tiene escrita la dificultad que sintió a l comenzar á escrevir y el animo cón que
se esforzó á hazerlo.
»Siguen luego unos versos trocaycos en que V igila pide á Dios ayuda para escrevir. Las dos hojas siguientes tie­
nen u n a larg a escritura que se lee por diversas partes de alto abaxo y al través, y por los lados y de otras m aneras,
como las que están en Oviedo en la sepultura del rey Silo. E ra cosa que se usaba en aquel tiempo y se tenia por
g ra n sutileza y agudeza de ingenio. E n lo escrito no a y mas que pedir Vigila el ayuda á Dios.
»A y luego una breve coronica desde el principio del m undo con algunas pinturas. Sigue luego el computo ordi­
nario de la yglesia puesto m u y á la larg a, con la razón del siclo solar y diferencias de la lu n a con tablas particu­
lares que sirvieron para muchos años.
»Trata luego de los vientos y ponelos pintados. Y assi pone arboles de consanguinidad y affinidad con su decla­
ración. Está tras esto u n a tabla de todos los concilios y algunas pinturas diversas y es la postrera u na cruz sacada
quasi al propio de la que los Angeles labraron en Oviedo. = U n a sum a de todos los concilios en verso repartida en
diez libros, señalando por capítulos las doctrinas generales que se hallan en los concilios para la institución de clé­
rigos y legos. Todo esto hasta aqui es como preámbulo. Sigue luego lo principal que son los concilios repartidos por
sus provincias poniendo ju n to s los que en cada u n a se celebraron. Los postreros son los de España. También están
m uchas de las epístolas decretales de los Sumos Pontífices antiguos que andan impresas con los concilios.— El libro
de S. Isidoro contra los judíos. Una breve coronica hasta el rey D. Ramiro el tercero.— Lo que escrivieron S. Geró­
nim o, G ennadio, S. Isidoro de los Varones ilustres. Mas no esta entero sino por sumario. Un tratado pequeño de la
orden que en España se tenia en celebrar los concilios; m as no e stá a lli atribuido á S. Isidoro como comunmente se
lo in titu lan en los libros impresos de concilios. Lo postrero despues de todo esto está el Fuero Juzgo que es la recopi­
lación de todas las leyes de los Godos. Y con esto se acaba el libro. Lo que ay mas adelante es u na pintura grande
donde están pintados V igila y los que le ayudaron á escrevir el libro, y los reyes que en su tiempo reynaron y otros
reyes. Unos versos asclepiadeos con que V igila pide la gracia áD ios y ayuda á los Santos, para si y para su mones-
terio de Alvelda, y en los acrósticos del principio y del fin se escrive lo que y a a l principio dixo, quien escrivió el
libro y quando se acabó. E l libro todo se acaba con otros versos Iambos, donde trata quasi lo mismo, y lo mismo
tam bién quasi se escrive con sus acrósticos.»
Hasta aquí el famoso cronista y eruditísimo Morales, de cuyo testimonio se infiere cuán grande valor y estima se
merece el m anuscrito v ig ilan o , cu án ta su antigüedad y cuán interesantes son las m aterias varias que en él se con­
tienen. Y dejando para despues, al describirlo, hablar de los Concilios, Decretales pontificias, Fuero Juzgo y además
otros trataditos que encierra, hemos de apuntar aquí siquiera dos palabras sobre el famosísimo Cronicon de Albelda,
que corregido y aum entado copió V igila en su famosa obra. Nos detenemos á llam ar la atención sobre tam año tesoro
escondido en el m anuscrito v ig ilan o ; porque la m ayor parte de las ediciones que andan impresas están tomadas de
los códices de San M illan de la Cogolla, que no tienen ta n ta autoridad como el nuestro, n i quizá ta n ta antigüedad.
El texto que acepta el P. Florez en su España S a g ra d a , apéndices al tomo x m , aunque al parecer hecho á vista del
vigilano, cotejado con detenim iento ofrece algunas variantes, que denotan la prisa que se daba en sus inmensos
trabajos el sabio religioso: es, sin em bargo, de los más correctos que se conocen. Las ediciones que de ta n famoso
documento hicieron Pellicer, el P. Berganza, Ferreras y otros, dejan muclio que desear, y no están ta n completas
como el m anuscrito.
El primero que lo publicó fué Pellicer, en Barcelona, 1663, en 4.° papel: es edición m uy rara. E n 1721 le dió
cabida en el tomo ii, en fólio, de sus Antigüedades de E spaña ¡ el m uy sabio M. Berganza. La edición tercera que
se conoce es la del P. M. Fr. Ju an del Saz: M adrid, 1724, en 8.° Y en 1727 lo estampó en la parte xiv de su H is-
torio, D. Ju an de Ferreras: añade que se halla al fin del códice de los concilios que sacó Morales del monasterio de
San Millan para la librería del Escorial, lo cual no es exacto, pues que el m anuscrito de que habla es el E m ilia -
nense, y éste no contiene el Cronicon albeldense que trae el vigilano, y no a l fin sino en el m edio, fólio 135: esto
nos viene á probar, por consiguiente, que el sabio Ferreras tampoco tuvo á la vista el famoso Cronicon de Albelda
para su edición, como sucedió á casi todos los que le precedieron, que hicieron las suyas con los manuscritos de San
Millan (1).

v.

¿Quién es el autor de tan antiguo monumento? A estas horas no pueden los críticos responder satisfactoriamente
á nuestra pregunta. Por más vueltas que se le d á , se queda siempre entre los anónimos. Lo creyó Pellicer debido á
la mano del célebre Dulcidio, presbítero de Toledo; pero el sabio Nicolás Antonio se encargó de im pugnar semejante
id ea; advirtiendo á su autor que dicho clérigo se hallaba en Córdoba como embajador de Don Alfonso III cuando el
famoso Cronicon se escribía en los Estados de aquel monarca. Así lo infiere el celebrado autor de las Bibliotecas Vetus
y A’ova, consignando en ellas unas palabras sacadas del mismo Cronicon, que hablando del embajador Dulcidio, dicen
a s í: «mide (de Córdoba) adtccusque '/ion est rever sus, de donde no h a vuelto aún. Así tam bién en sus citados escri­
tos hace ver el mismo Nicolás A ntonio, que no pudieron ser autores del Cronicon, n i el Dulcidio, obispo de Sala­
m anca, que se hallaba en la consagración de la iglesia de Santiago, n i el otro presbítero del mismo nom bre, de
quienes hablan los historiadores en aquellos tiempos.
Sin alegar prueba a lg u n a , creyó el P. Saz á D. Rom án, prior del monasterio de San M illan, autor del viejo Cro­
nicon que traemos entre manos. E n definitiva, tan sólo puede asegurarse en órden al origen del antiguo m anus­
crito, que fué compuesto en los dominios del rey Alfonso III, á quien suele llam ar nuestro re y , nuestro príncipe (2).
Cuanto dejamos dicho del Cronicon de A lbelda, como es claro, se refiere al autor de las noticias históricas que allí
se tra ta n hasta el reinado de Don Alfonso III de este nom bre; que de las adiciones en él escritas hasta la E ra 1014,
ó año 976, está reconocido como verdadero autor nuestro monje V ig ila, el albeldense. E n el mismo año concluyó el
sabio monje su continuación, casi u n siglo despues del principal autor, que se reduce á insertar los nombres de los
príncipes sucesores del tercer Don Ram iro, y los del reino de N avarra, y lo demás hasta el dia 25 de Mayo. El valor
incalculable del Cronicon, se deja comprender con sólo recordar, como m uy bien dijo y a el P. M ariana, que habla
de épocas y m aterias harto oscuras en nuestra historia.
Y para que comprenderse pueda fácilmente la veneración y el respeto que se merece tan antiguo docum ento,
hemos de poner aquí los testimonios originales que de él nos dejaron varones tan ilustres como D. Ju an Bautista
Perez, canónigo de Toledo y obispo de Segorbe y nuestro esclarecidísimo Mariana: el del primero, que Ju an Vázquez del
Mármol proporcionó al prelado segobrigense, dice así: Chronicon Albaildense, editum ab incerto auctore era dccccxxi

additum á Vigila monaclio Albaildense era m x iiii. E x ta t in códice conciliorum Golhico qui fu tí monasteri S. M artini
Albaildensis, nunc transíalo in Bibliothecam S . Laurentii R eg ii. Chronicon lioc scriptum est anno décimo octavo
Adefonsi M agni Regis ovetensium era dcccxx ( i. e. anno Christi 883) anno 32 Mdhomat Cordubenses Sarraceni. ..
Vigila vero rnonachus Albaildensis monasterii (nunc Albelda prope Logronium isti chronico quod desinebat era 921

(1 ) D el E m ilianerise fu é a rra n c a d o el C ronicon d e A lb e ld a , á n te s d e F e r re r a s , en el sig lo x v i f a lta b a y a .


(2 ) V éanse N ico l. A n t.° en sus B ibliotecas N o v a y V etu s; y a l P . F lo re z , to m o x m d e s u E sp a ñ a Sagrada.
TOMO III. 431
522 EDAD M ED IA . — A R T E CRISTIA NO — PA L E O G R A FÍA .

anno 18 Ade forisi M agni et 32 Maliomat Cordubensis, addidit usque a d eram 1014 p ra sertim ea, qua tyerlinent ad
Reges Pampilonenses e t catalogum regum ovetensium usque a d Ranimirum tertium. Itaque additio V igila desinit
era 1014 (i. e. anno Chrìsti 976j anno 6 Sancionis Regís Pampilonensis f illi Garsece et anno decimo R anim iri tertii
ovetensium regís. ItaqvA 4.° folio istius libri (Albeldensis), dicitur lune esse eram 1014 et Incarnatione 976 et sexlum
annum Sancionis regis: et idem hic fin is transcriUtur ex codice Albeldensi in libro S . E m iliani conciliorum im prim o
folio libri. E tiara in codice Emiliano folio 394 e ra t hoc chronicon; sed inde discerpturn est, relieto tantum uno folio
extremo.
Traducido librem ente viene á decir: «Cronicon Albeldense compuesto por u n autor desconocido en la era 921 y
añadido por V igila, monje de Albelda en la era 1014. Se h alla en el códice gótico de Concilios; fué del monasterio
de San M artin de A lbelda, ahora nuevam ente trasladado á la Biblioteca de San Lorenzo el Real. Escribióse en el
año xviii de Alfonso el Magno Rey de los ovetenses, era 921 (esto es, año de Jesucristo 883) en el 32 de Mahomet Sar­
raceno de Córdoba... Vigila el monje de Albelda cerca de Logroño, á este Cronicon, que concluía en la era y año
dichos, añadió hasta la era 1014, en particular lo perteneciente á los Reyes de Pamplona y el catálogo de los m onar­
cas de Asturias hasta el tercer Ramiro. A caba, pues, la continuación v ig ila n a en la dicha era 1014, año de Cristo 976,
en el sexto año del rey Sancho de Pam plona, hijo de G arcía, y en el décimo de Ramiro el tercero de Oviedo. Por
eso en el fòlio 4.° del Albeldense se dice que entónces corría la era 1014, el año 976 de la Encarnación, el sexto del
rey D. Sancho: cuyo fin se copia igualm ente en el códice de San M illan, fòlio primero. Empezaba este cronicon al
fòlio 394 del Em ilianense; pero de él sólo resta la ú ltim a hoja (1).»
E l P. M ariana, despues de dar algunas noticias históricas del pueblo y monasterio de Albelda, noticias que arriba
quedan y a dichas, se expresa de esta m anera: E x ea Bibliotlieca (de la Redonda de Logroño) vastas conciliorum
codex in D. Laurentii monasterium adductus superioribus annis junes me liaud paucis mensibus f u i t , descriptus à
Vigila monacho Albeldensi ante sexcentos ferme anuos, r/wgnaque auctoritatis et fidei inter Híspamete vetustatis monte-
menta... Incerti quidem auctoris, era 921, hoc est, amen Chrìsti 883 confectimi, ru d i stilo ac pene barbaro: mimirum
inter et captivitatis m ala, studia literarum silebant: m agni autem momenti ad cognoscèndam historiam ejus et
prioris cetatis. A ddidit quidam alius usque a d eram 1014 quem Vigila/m ipsum codicis librarium fu isse sus-
jricamur.
Trasladado al romance d iria poco más ó ménos así: «Llevado el enorme códice de los Concilios de la Biblioteca de
la Redonda de Logroño á la del Escorial en posteriores tiem pos, estuvo en m i poder algunos meses; fué escrita por el
monje albeldense V igila a l pié de 600 años hace, y es de grande autoridad y fé entre los monumentos de la antigüe­
dad española... Fué compuesto (el cronicon) por u n autor anónimo en la E ra 921, que es el año de Jesucristo 883, en
rudo y casi bárbaro estilo: porque en medio de las armas y males de la cautividad yacían silenciosos los estudios de
las letras: es empero de sum a utilidad y mérito para el conocimiento de su historia y de la prim era edad. Otro escri­
tor, que sospechamos h ay a sido Vigila el mismo autor del códice, lo continuó hasta la E ra 1014.» E l mismo sabio
jesuíta dice además, que le dió m ucha luz ta n viejo Cronicon para la historia de E spaña, que á la sazón escribia, y
m u y principalm ente para el órden y sucesión de los príncipes vascones y navarros.
Mil otros testimonios de la ciencia más competentes pudiéramos traer aquí para que mejor se viera la veneración
y el respeto que a l Cronicon se debe; pero preferimos dar principio á la general y minuciosa descripción del V igilano.

vi.

Tiene 421 fojas completas, en fólio m ayor, en pasta y pergam ino oscuro del siglo x y perfectamente con­
servado.
E n la página 2 .a del prim ero de los fólios se ve pintado á V igila que se sienta en hum ilde banqueta, de la que

(1 ) F a lta , e n e f e c to , v ién d o se h o y c o rta d o s b á rb a ra m e n te lo s fó lio s : m u y a n tig u o s so n y a los lite ra to s d e tije ra . M urió el obispo d e S e g o rb e e n 1597
y nació e n 1535.
penden dos tinteros en forma de astas no grandes, y con u n a plum a de madera m u y tosca, y no pequeña, en
su m ano diestra: se presenta en aptitud de escribir. E n la parte superior de la p in tu ra se halla indicada la repug­
nancia que el célebre monje tuvo que vencer para principiar la copia de tan colosal volúm en: y con objeto de
que se vea cómo escribió entóncés la palabra latin a m ihi pondremos en este lu g a r los 'primeros renglones que
allí nos dejó Vigila: In exfyrdio ig itu r hujus libri oriebatur escribendi votum mici (m ihi) vigilam seriptori. Y
más abajo: Tamen quid mici (m ihi) olim convcnerü agerre... Idcirco grates ipsi Domino qui raid (mihi) dignalus
est auxilium.
E n las páginas de los folios que siguen se ven algunos versos trocáicos y acrósticos, con los cuales formó V igila
m u y complicados laberintos, al uso de aquellos tiempos; pueden leerse de arriba abajo y vice-versa, y al través y
de otras m il m aneras, como dicho queda en la relación de Morales. E n la m ayor parte de ellos no se lee otra cosa
más que la súplica que el autor hace á Dios para que á él y á los monjes de su monasterio conceda el auxilio y el
favor que necesitan. La variedad de colores con que las letras están pintadas hace que los laberintos se presenten
hermosos y elegantes.
Tiene el Vigilano en la foja 6.a u n calendario digno de singular mención por los santos que en él se contienen, y
de los cuales podrán sacar partido los críticos historiadores. Vuelto el fòlio trata satisfactoriamente del año bisiesto;
pero no así de las fases de la luna. E n el fòlio 7.° se dá razón, no m uy acertada, de los dias y de las noches; pero
se determ inan con puntualidad y se definen los solsticios y equinoccios. Así tam bién se trata allí mismo, del modo de
fijar la Pascua. Las razones y procedimientos que á este propósito se aducen, son las mismas que los Padres del con­
cilio de Nicea acordaron.
T rata nuevam ente del ciclo pascual á vuelta del fòlio 8.°; y bien m irado, lo que allí se escribe aparece ser copia
de lo que de esta m ateria dijo Hipólito Obispo, que despues perfeccionó el m u y erudito Eusebio de Cesareo y que con­
tinuaron Teófilo de A lejandría, Próspero de A quitania y otros ilustres varones.
De otros círculos ó ciclos solares, con m u y variadas y curiosas divisiones del añ o , se dá razón en el fòlio 9.°; y
en el 10.° se pueden estudiar determinaciones varias de los ciclos solar y lu n ar de los hebreos y latinos, y de la
Pascua de unos y otros, que pudieran interesar á los amigos de la antigüedad judáica.
Tablas de estas materias, con abundancia de ejemplos para muchos años es lo que se lee en el mismo fòlio vuelto.
En el 11.° recomienda V igila la observancia de las reglas y argum entos formulados para que el lector evite cual­
quiera error y equivocación en estas materias.
Y á fin de que los siglos por venir conocieran que no estaban relegadas al olvido las ciencias exactas, en el 10.°
escribió el sabio monje de Albelda en la foja 12 de su obra, un tratadito de A ritm ética, que comienza así: Incipit
ars proficua Arithmeticce......Con bastante claridad dá la definición de esta ciencia y del número. Intercala despues
el origen etimológico de los números, sum am ente curioso; y por él se comprende bien el conocimiento no pequeño
que de la lengua de Homero y Cicerón tenian los monjes de aquella época. Con m ucha agudeza represéntase allí el valor
de este ramo del saber por la significación piadosa que los números tienen en las Sagradas Escrituras.
Despues de una tabla de m ultiplicar bastante extensa y exacta, vuelve á tratar del mérito y dignidad de las mate­
m áticas, diciendo m u y filosóficamente que por ellas se distingue el hombre del b ru to , incapaz éste de cálculos ni
cuentas, y pone así de manifiesto la inm ortalidad del alm a hum ana. Pondera con respeto el grande ingenio de los
indios, á quienes atribuye el descubrimiento de las nueve cifras con que explicarse pueden todos los cálculos posi­
bles, y las pinta allí con las figuras usadas en su tiempo.
Dícese al fin cómo h a de ser la definición, y se declara la etimología de Crónica, d ia, h o ra, m es, sem ana, edad,
año; de las cuatro estaciones, calendas, nonas é idus, con los nombres y origen de los meses, todo con precisión y curio­
sidad ta l, que no sobrarían semejantes conocimientos en nuestras públicas escuelas. E n m u y buen órden y en u na
tabla formada con precisión, hállanse colocadas las horas, m inutos y segundos del d ia; así como tam bién de la semana,
del mes y del año, dando idea de cada uno de estos puntos, y de otros cálculos á este tenor, y viniendo á resultar de
todo el conjunto una aritm ética práctica y de utilidad.
Vuélvese á tratar en el fòlio 13 del año bisiesto, de su razón y del procedimiento que se h a de usar para deter­
m inarlo.
Qué son los vientos, cómo se nom bran y de dónde corren lo m uestra la foja 14, en la que pueden leerse de este
modo: Subsolanus, Vulturnus, E u ru s, A uster, A ustrus, Africus, Fabonius, E orus, Seplenlrio, C irtiu s, Aquilo.
Es digna de consideración la virtud que á los mismos se atribuye ; y por no hablar de todos consignaremos tan sola­
m ente las siguientes palabras: Sed sicut AusterpestilentÁan g ig n it sic Aquilo reppellit (1).
Por medio de unas figuras hum anas toscamente dibujadas, aparecen representados los vientos á la vuelta del mismo
fólio: visten largas y blancas túnicas, adornadas con cintas m u y varias: sus piés desnudos, apóyanse en la atmós­
fera que circunda los mares (ímaria) y óstos la tierra (àrida). Sobre la cabeza, desnuda tam bién, con larg a cabellera,
dividida á estilo oriental, llevan escritos sus nombres respectivos. Unos trompetones, cuya boquilla se ve apoyada
debajo de la barba de cada fig u ra, á diferencia de las pinturas modernas que la sostienen en la boca, representan la
salida ó comunicación al exterior de los mismos vientos.
No estaría dem ás, que los moralistas y varones consagrados á la ciencia canònico-teològica consultáran el árbol
ingenioso de los diversos grados de parentesco de consanguinidad y afinidad que en el fólio 15 se pone á la vista. Es
una figura hum ana harto desproporcionada: asoma la cabeza en la cima de la copa; a l principiar las ram as salen del
tronco los brazos, y vienen á formar su raíz los piés metidos en botines puntiagudos, de piel blanca y caña bastante
alta y elegantem ente concluida.
Estas figuras sin proporciones, rarísimas y caprichosas, eran m u y usadas en los tiempos en que predominaba el
estilo bizantino, y servían de adorno en los remates de las columnas y cornisas, formando u na parte m uy principal
de la belleza en la escultura, arquitectura y pintura.

v il

Ya desde aquí al fólio 15 vuelto, comienza la ciencia canónica. Dentro de u na figura cuadrangular bien ador­
nada, según el uso de aquellos tiempos, h ay unas letras mayúsculas y de variados colores, que dicen (2): Capitula libri
ca7ionis u t valeas quod rcquiris cito hoc o/rgumento invenir e hcc tibí lector ¡fagina, rectius indicat. qualiter in singulis
sinodis d sacerdotibus ortodoxisque sanctissimis obtime constitutum est narnque observari inconmlsum decretum (3).
Contiene el fólio 16 u n catálogo hecho con perfección, que indica las materias que cada uno de los títulos
y libros abarca; y para que los amigos de la antigüedad conozcan mejor el órden que en aquellos siglos se seguía,
hemos de copiar aquí y poner en castellano ta n hermoso índice, que por otra parte proporciona u na idea general del
tratado completo: principia así: «Título i, libro i; de las instituciones y ordenación de los clérigos.— Título ii,
libro n ; de las instituciones de los monasterios y de los m onges, y del órden de los penitentes.— Título iii, libro m ;
de las instituciones de los juicios y gobierno de las cosas. — Título iv , libro iv ; de las instituciones de los oficios y
órden de bautizar.— Título v , libro v ; de la diversidad de nupcias y de la perversidad de los crímenes.— Título vi,
libro v i; de las reglas generales de los clérigos y demás cristianos y del régim en del príncipe.— Título v n , libro v il;
de la honestidad y negocios de los príncipes.— Título v m , libro v m ; de Dios y de lo que de Él hemos de creer.—
Título íx, libro ix ; de la abdicación de los herejes y de sus costumbres.— Título x , libro x ; de la idolatría y de sus
adoradores, de los escritos de paz y dones ofrecidos.— Título x i, libro x i; de la exortacion á los rey es, sacerdotes y
laicos.— Título x ii, libro x n ; Fuero Juzgo y de su derecho y observancia.»
A la vuelta del mismo fólio se ve sentado en majestuoso trono á m anera de globo al Salvador, siguiendo la m anera
bizantina, m uy m al dibujado, pero con expresión que inspira respeto: viste alba blanca y larg a hasta los piés, y va
del hombro izquierdo a l derecho u n a especie de estolon encarnado, que por delante cubre g ra n parte del cuerpo: sobre
todo lleva riquísim a capa pluvial, que no se diferencia mucho de las que hoy usa la Iglesia. Su barba está hendida,
y su cabellera la rg a en dosm itades 'se descuelga con gracia á lo largo de la espalda. Un elegante nimbo, estilo
bizantino, con seis estrellas m uy brillantes, tres á cada lado, es el adorno de su cabeza: en la parte alta del nimbo

(1 ) A sí com o el A u stro e n g e n d ra p e stile n c ia , a sí el A q u iló n la h a c e de sa p are ce r.


(2 ) P ro c u ra re m o s c o n se rv a r e n to d o lo p o sib le l a o rto g ra fía d e l m a n u sc rito .
(3 ) « C a p ítu lo s del L ib ro d e lo s C á n o n e s: p a ra q u e p ro n ta m e n te p u e d a s , o h le c to r, h a lla r lo q u e e n e sta m a te ria in te n ta s , e s ta p á g in a te s e rv irá de
g u ia e n el c am in o q u e s ig u ie ro n lo s sín o d o s y lo s m uy s a n to s y orto d o x o s sa c e rd o te s e n l a fo rm ac io n del d e cre to e n te ro — y la m a n e ra d e o bservarlo.»
aparecen formados un A lfa y u n Omega grandes: á la altu ra del medio cuerpo se lee': Initium e t finís. Con tres
dedos de la m ano diestra el Salvador sostiene u n globo que no lleva cruz como los más modernos; y con toda la mano
izquierda pone á la vista el Libro de la vida. A la parte superior de la figura que acabamos de describir, á derecha
é izquierda, aparecen dos ángeles rodeados de largos estolones, y cubiertos con desproporcionadas alas cuajadas de
ojos abiertos: contemplándolos se vienen á la memoria los pintados por San Ju an e n su Apocalipsis, ó los que con
tan ta admiración describe el profeta Ezequiel. A los piés del uno se lee Terofm; y á los del otro Serafín. Otros dos
que visten túnicas largas, la m itad rojas y la m itad blancas, se ven en la parte inferior del cuadro: Micaliel se lee
sobre la cabeza del de la derecha, y Gabriel en el mismo sitio respectivo del de la izquierda. Por lo interior de la
orla que rodea toda la lám ina h ay unas letras que dicen de esta m anera: Dominus in tribus cligiiis dexterce molerá
arbce libravit ferensque codicem in leba v ita omnia enim in celo et in térra et subtus térra equanimiter p e r ipsum
dominata sunt. Viene á significar como es fácil de colegir, que el Señor sostiene con su diestra al universo entero,
y con su izquierda el Libro de la vida; y que E l dom ina todo lo que el cielo, la tierra y los abismos encierran.
Todo el fólio 17 está ocupado por dos figuras que representan á nuestros primeros padres Adán y E v a ; hállanse de
pié al lado del árbol fatal para el género hum ano, y completamente desnudos: su cabellera larga y dividida en dos m ita­
des. Enroscada a l tronco del árbol desde el pié hasta las ramas u na serpiente, ofrece de su boca á la m ujer el fruto pro­
hibido que al fin acepta. Adán lo acerca y a , aunque con recelo, á su boca. E l dibujo de estas dos figuras es malísimo,
pero notable el colorido. Sobre las ramas del árbol se ve escrito: Lignum fici: á los respectivos lados de los primeros
padres y de la serpiente se ven los nombres Adam¡ E v a y serpeas. E n derredor de la estampa se lee: U biinter ligna
p a ra d isi ad pomum E v a manum po'rrexerat sumensque id de serpentis are perniciter Ade contulerat post folia fici
co'fisuerunt sibiqueperizomata namqiLe fecerunt. E n castellano viene á decir: entre los árboles del paraíso alargando
Eva su m ano recibió el fruto de la boca de la serpiente y se lo dió á Adán: entretejieron despues unas hojas de higuera
y se cubrieron con ellas.
H ay á la otra parte del mismo fólio u n a descripción del m undo, que vale poco; la división de sus partes y la exten­
sión de cada una de ellas. Acompaña á todo esto u n M oya mundi ó mejor u n globo m uy imperfecto, en el que se
indican confusamente las diversas partes de la tierra. Donde debiera estar pintado el Norte, se marca el O riente; el Sep­
tentrión lo pone al Este; el Occidente al S ur; y donde éste se coloca hoy está el Oeste. Como es claro, solamente están
marcados los tres continentes entónces conocidos, ocupando el Asia todo el espacio comprendido entre el Norte y el
Oriente; la Europa desde el Septentrión hasta el Occidente; y abraza el continente de África toda la parte que h ay
desde el Occidente al Mediodía. También vemos allí indicados algunos mares, y entre ellos el Mare rubrum , Mare
rnagnum, rsieotidis, y algunos otros. Por más que observemos en todo este tratado no pocas inexactitudes, sin em­
bargo, siempre resulta cierto que en los dias de las tinieblas, tan decantadas, de los siglos de hierro, se cultivaban
tam bién las ciencias naturales y geográficas.
E n la parte últim a del dicho fólio está pintado de varios colores u n cuadrado casi perfecto; dentro de él se sienta
en caprichoso taburete, de corto respaldo y descanso de m anos, el patriarca Noé, que viste la rg a tú n ica, de color
blanco y cubiertos los piés con puntiagudos botines; su larg a cabellera está dividida con elegancia; preséntase en
aptitud de comunicar órdenes á sus tres hijos Sem, Kam y Jafet, que de pié y con el mismo traje del patriarca, aun­
que de diversos colores, escuchan atentos sus mandatos. Cada uno de los cuatro personajes tiene escrito al lado dere­
cho de la cabeza su propio nom bre, y por cierto que bien se necesita todo eso y mucho más para reconocer figuras
malísimamente dibujadas. Por debajo de la estampa se ven estas letras: quando Noe terram suis filiis divisit.
Muy curiosa descripción y p in tu ra del paraíso terrenal sigue á todo esto: en ella dáse razón etimológica del nom­
bre paraíso, griego; eden, hebreo, y delitice, latino; así como tam bién de los árboles y frutos del mismo y de los famo­
sos rios Gion, Tison, T ig ris y E ufrates. Se pueden ver pintados á u n lado u na semi-esfera con el s o l, luna y estre­
llas; y finalm ente, dos ángeles cubiertos con seis alas cada uno de esta m anera: las dos primeras en la cabeza, otras
dos por delante y por detrás, y las últim as ocultan los dos costados derecho é izquierdo: estos espíritus celestes son
los custodios del paraíso despues de la prevaricación de la prim era pareja hum ana. Está en medio de los dos espi­
ritas angélicos el árbol de la ciencia del bien y del m a l, y en sus manos resplandece la espada de fuego, de la que
nos hablan los libros santos.
E n blanco el fólio 18 por el prim er lado, contiene por el otro perfectamente dibujada u n a cruz que recuerda la de
los Angeles de Oviedo: aparece colocada en elegante a lta r, cuyos arcos y columnas son de estilo bizantino. Por las
TOMO III. 132
basas y capiteles de las columnas y por entre graciosísimos adornos del mismo estilo sacan la cabeza m uy caprichosos y
raros animales, que hacen el papel de las volutas en el estilo jónico, y de los follajes en el corintio. Preséntanse en la
parte más culm inante del arco, entre m uy elegantes vermiculados de distintos colores, dos cabezas más como de caba­
llo , pero que por lo m al dibujadas son difíciles de conocer. Dos riquísimos candelabros penden de los respectivos brazos
de la cruz: le sirve de peana al de la derecha, u n A lfa perfecta, y al de la izquierda u n Omega. Hacen severa y al mismo
tiempo hermosa la a n tig u a señal de nuestra redención, los colores azul-celeste, am arillo, anaranjado y rojo. A los
lados del cilindro que forma el eje de la cruz se lee: Defendensque agmina perenniter beatorum fu lget, que quiere
decir: defendiendo los ejércitos de los bienaventurados, resplandece sin cesar.
Ocupado está el fólio 19, en su prim era p ág in a, por u n cuadrilátero delicadísimamente elaborado, con verm icu­
lados m u y vistosos y otros muchos adornos que forman m il caprichosos lazos del estilo de Bizancio. E n el interior de
esta fig u ra ,y en su lo n g itu d , están formadas veintisiete casillas, y diez y siete en su la titu d ; dentro de ellas h ay
otras tantas letras, que pintadas de am arillo, rojo, verde y anaranjado forman hermoso laberinto, y dicen leídas
desde el centro en todas direcciones: Ob honorern Sancti M artini. Otra tabla idéntica á la anterior, con la dife­
rencia del número de las letras y casillas, preséntase m uy bella á los ojos, en la segunda página del mismo fólio. En
cualquier dirección que se quiera leer siempre v ien eá decir: M aureli abatís librum.
Elegantísim a es la portada del Libro de los C(fotones, que se ve en el fólio 20, y más aún la orla que la rodea, for­
m ada de hojas como de emparrado, amarillas y sobre verde fondo, con gracia colocadas: en letras de oro, que á tra­
vés de los siglos se conserva brillantísim o, sobre u n fondo azul en unas partes y rojo en otras, comienza así el título:
In nomine (nome) P a tris et F ilii et S p iritu s Sancti incipit líber Canonum ju s imperiale a totius orbis tenentibus
abtissime namque editus.
Volviendo este mismo fólio aparece bajo u n arco m uy perfecto el Lector, sentado en rico y delicado sillón, de m u­
chas molduras y labores, con almohadon y respaldo: adorna su cabeza u n nimbo verde con estrellas pintadas de color
rojo y blanco. La túnica que viste es la rg a hasta cerca de los piés, que aparecen envueltos en raro calzado, seme­
ja n te á la madreña de A stúrias, dejándose ver tam bién su media corta y verde. Sobre todo lleva u n m anto abierto
por delante, pero sujeto sobre el pecho por u na fila de botones blancos, rojos y de fondo azul. Con la m ano izquierda
sostiene u n bastón de p u n ta m etálica y puño redondo en el otro extremo. Señalando está con su diestra al códice de
los cánones, que bajo otro arco bizantino se ve abierto y colocado en u n atril, de molduras y trabajos hechos con ele­
gancia. En la parte más alta del libro asoma u n a mano m u y toscamente dibujada (m ano de Dios), que lo m antiene
abierto, y por encim a está escrito: Codex: por debajo del pequeño facistol dice: Analogium, y á los piés del profe­
sor (Lector) hay estas palabras: Incipit versificatio interrog atioque aput codicem lectoris. Lo que resta del dicho fólio
está ocupado por la inicial elegantísim a de los versos que en preguntas y respuestas siguen sobre lo contenido del
códice. E n toda esta pág in a abundan los vermiculados bizantinos, y otros m il caprichosos y raros adornos de aquel
estilo arquitectónico.
Al fólio 21 se dá principio y a al libro de los cánones aquí llamado: E xcerpta camnum\ así comienza: Incipmnt
capitula libri p'rimi de excerptis namque canonim. Todas las fojas que h a y desde la 21 h asta la 56 no contienen otra
cosa m ás que este interesantísimo tratado, en el que van indicados el concilio, título y capítulo que hablan de las
m aterias respectivas del derecho canónico. E l tratado entero se divide en diez libros; en los cinco primeros, en verso
heróico, se dá cuenta del contenido de todos; y ántes de principiar cada uno de los libros, está su correspondiente
índice, cuidadosamente formado. E l del libro primero abraza setenta capítulos, de los cuales, el primero viene á
d e c ir: De qvÁbus non sunt clerici ordinandi: esto es, «de aquellos que no h an de ser ordenados.» E l últim o de los
capítulos de este libro suena de este m odo: Quod non liceat quoquam alienum clericum sive monacum laicum vel civem
libertum aut servun in sua eclesia ordinare vel retiñere. Lo cual en castellano significa, que á nadie es lícito orde­
n a r ó detener en su iglesia á n in g ú n clérigo extraño, m onje, leg o , liberto ó siervo. La m ateria de todo el libro versa
sobre las reglas, derechos y deberes de los clérigos, diáconos, presbíteros, obispos, corepíscopos (1) y metropolitanos.
Comprende los fólios todos desde el 25 hasta el 34.

(1 ) D el g rie g o lu g a r, y obisp o . D esde e l sig lo iv s e h a c e m en c ió n d e e sta d ig n id a d e n la I g le s ia : e ra n u n a especie d e v ic a rio s d e los


o bisp o s co n m a s ó m én o s a trib u c io n e s y ju ris d ic c ió n e n lo s d iv e rso s tie m p o s, lu g a re s y c irc u n s ta n c ia s . D u ra ro n h a s ta el sig lo x , e n q u e lo s p a p a s y los
c o n cilio s los su p rim ie ro n .
El libro ii consta de veinte y dos capítulos. El primero comienza a s í: De monasteriis virorum et ordinibus eorum.
El último d ic e : De darnnatione transgressorum penitentum et profitentm m castitatem. E n la m ayor parte de estos
capítulos se habla de los monasterios de uno y otro sexo, de los monjes, religiosas, vírgenes y viudas, y de su cas­
tid a d , penitencias, castigos, obligaciones y deberes. Al principio del libro de que vamos tratando, está escrito con
letras gotico-m ayúsculas, de color am arillo, azul y rojo, lo siguiente: Incipit de institutionibus monasteriorurn et
monacorum atque ordinibuspcenitentum líber secundus (1). Comprende el mismo libro desde el fólio 35 al 37 vuelto.
E n el último fólio empieza de este modo el tercer libro: De inslitutim ibus judiciorurn eígubernaculis rerurn. La letra
de este epígrafe es gótica y grande, del mismo color que la del anteriorm ente descrito. Despues de la indicada versifi­
cación , y como en los demás libros, está pintado el Lector casi siempre de una misma m an era: aquí se ve de pié en su
cátedra, descalzo, con larg a túnica, á semejanza de sotana blanca, y por encima de todo lleva la capa ó m anto de color
oscuro, rojo y verde: se halla en aptitud de explicar lo que se contiene en el códice: éste se sostiene en u n sencillo
atrilito, aunque adornado de m uy pintorescos vermiculados de aquella época. Como en los demás, aparece por arriba,
sujetando el libro, la m ano de la Providencia y señalando al rótulo que dice: Codex. C uarenta y cuatro son los títulos
ó capítulos del libro m ; el primero de ellos se ha de leer así: De retinendo suscepto regimine et soliciteper agendo: de
este otro modo acaba el últim o: De quorumqunque líbertis eeclesim comrnendatis (2). Casi todos los demás capítulos
tra ta n de los ministros de ju sticia, delatores, testigos, jueces, celebración de concilios, de los excomulgados y de los
respectivos derechos y deberes y de otras m aterias eclesiásticas. Todo el libro está comprendido entre las fojas 38 y 43.
E n seguida se dá principio a l libro iv diciendo: De ÍTistUutionibus offitiorum et O'rdine babtizandi líber I V : la
m a g n itu d , color y estilo de los caractéres de este título son como los anteriores. Se ve despues en cuadrada habita­
ción , que representa la cátedra, el Lector vestido, como los arriba señalados, con túnica larg a y b lan ca, capa am a­
rilla con franjas rojas longitudinalm ente, borceguíes blancos y medias del mismo color; su m ano izquierda tiene con
gracia colocada sobre el pecho; en su diestra sostiene el báculo, y al propio tiempo señala con ella al C o t e que abierto
está en atril poco diferente de los que y a conocemos; pero hermoseado con adornos amarillos y caprichosamente
entrelazados unos con otros. Tiene este libro cuarenta títulos, y de ellos el primero se lee así: Quod sibi tanturn
noceant quum rnalís bonarninistrantur. Los restantes versan acerca de los libros canónicos, y apócrifos, del símbolo y
de su predicación, de la construcción y consagración de las iglesias y altares, de los m ártires, de varios oficios ecle­
siásticos, de la m isa, letanías, ayunos, catecúmenos, del bautismo y su administración y de otros puntos de grande
interés. Están estos capítulos en los fólios comprendidos entre el 44 y el 47. Los dos postreros tra ta n De rnortuis y
de energummis.
En la segunda págin a del fólio 47 puede verse de esta m anera escrito el principio del libro v : Incipit de diversita-
tibus nubtiarum et scelere jlagitiorum : y despues de la introducción, en verso como en los demás libros, aparece de
pié el Lectfrr con una clase particular de abarcas puntiagudas y media encarnada, cubierto con su m anto, ó, capa
de color anaranjado, y por debajo hábito amarillo y con adornos de color rojo en su longitud: en los hombros y
en las bocamangas del mismo resalta y le dá m ucha gracia u n a sección de botones blancos. Lleva desnuda su cabeza
y bastante largo el cabello hasta los hombros, y dejándose ver en la parte alta de la misma su tonsura blanca y bien
formada. El atril que aquí sostiene el códice, que delante del Lector está abierto, presenta m u y elegantes adornos
formados con arcos y balaustradas bizantinas, cuya diversidad de coloridos hace m uy vistosas y agradables. Es gro­
tesca la figura del Lector, pero no asi los arcos y demás adornos de aquel estilo, que tienen sus proporciones, líneas
y distribución bastante regulares y con gracia. Al pié del facistol h a y estas palabras: Scitatio lectoris erg a codicern
congrue. Son diez y ocho los capítulos del libro v , de los cuales el primero tra ta : De non execrandis nubtiis etdispo-
sitionibus nubtiarum. Otros muchos versan sobre las espinosísimas cuestiones del m atrimonio, de los cónyuges, de sus
mútuos deberes, derechos y obligaciones, y por fin el último de todos dice: De his qui ad ecclesíam confugerintetpro
eis non pignorandis clericorum servís. Las m aterias de este libro se h allarán desde el fólio 47 al 49 vuelto.
F alta al principio del libro vi la fig u ra del Lector, del códice, del atril, y hasta empieza sin los versos de costumbre;
pero sí con letra m uy eleg an te, m agna y gótica de varios colores. Dice sin más preám bulos: De generalibvA regulis

(1 ) N o n e ce sita m o s a d v e rtir q u e copiam os al pié d e la l e tr a , y q u e sólo a lg u n a s cosas in d isp e n sa b le s, co m o los p u n to s d e la s i i , añ ad im o s d e n u e stra


p a rte .
(2 ) P o r dem asiado c la ro s , d e ja m o s d e tra d u c ir estos p á rra fo s.
clericorum ceterorv/mque chrisüanorum et regimini principóle líber VI. E n este libro se indican los capítulos de los
concilios, de los papas y epístolas decretales, en los que se tra ta de las diferentes m aterias que comprenden iglesias,
clérigos y láicos de uno y otro sexo; de la m anera de asistir a l tem plo, de la conducta, del vestido y de otros pun­
tos que hacen m ucha falta á los fieles cristianos, clérigos y príncipes de nuestros dias. E l primero de estos capítulos
lo copiaremos aquí: De populis docendis: y vaya el último para los católicos de boca y no de obra: De discreptione
abstinentice carnium, et de regulis m uliem m .
Así concluye el sexto libro en el fólio 50, y en el mismo comienza el sétimo, poco más ó ménos de este modo: De
ho/iestate et negotiis jrrincipum líber V II, pero elegantem ente escrito con letras gótico-m ayúsculas y de distintos
colores. Así viene á decir el primero de los once capítulos que contiene: De reverentia p ñ n á p i m , Del sacerdotibus
exibenda, punto desconocido y m ateria carísim a en el siglo xix. Los restantes, en su m ayoría determ inan, los mútuos
derechos y obligaciones de los monarcas y de los ciudadanos, hasta el postrero de todos, que está concebido en estos
térm inos: De his qui ad líostes confv/giunt, lo cual no es difícil encontrar á cada paso en nuestras sociedades.
Con el octavo libro, principia de esta m anera el fólio 51: De Deo et de his qua sunt credenda de illo liber V III,
cuyos caractéres, aunque de distinto colorido, son como los descritos en los pasados libros. E l prim er capítulo, de los
nueve que comprende, puede leerse como sig u e : Quod unus s it Deus qui omnia fecerit et qui legem atque evangelio,
dederit. Háblase en los demás de los principales misterios de nuestra san ta religión católica apostólica rom ana, y
entre otros de la Trinidad Beatísim a, del misterio adorable de la Encarnación contra las herejías de Eutiques, Arrio,
Pelagio y Prisciliano, y de otros dogmas del catolicismo: finalm ente, el último dice a l pié de la le tra : De dam na-
tione concilio pairum non recipientium.
Las letras góticas, m agnas y bien formadas con que se dá principio al libro ix , en el fólio 5 3 , página 2 , son de
color vario, am arillo, verde y azul. La inicial del título es preciosa, y le dan m ucha g racia y hermosura adornos
de los que con profusion se ven esparcidos en todo el códice. Así empieza: De abdicatione hereticorum et usibus
eorum. Cuenta este libro nueve capítulos como el an terio r, y el primero de ellos fué expresado en estos términos:
De vitandis hereticis corumqvx usibus. La doctrina que en los restantes se enseña, indica la conducta que se h a d e
guardar con los herejes y judíos: tra ta de sus convites, mesas y m atrim onios, y otros muchos puntos á este tenor,
viniendo á decir el últim o, las palabras que siguen: De decretis defensionis sancta fid ei et non retractando.
El tam año, el color y la forma de los caractéres con que se hizo el epígrafe del libro x , es m uy semejante á los
que dejamos descritos m ás arriba; puede leerse de esta m anera en el fólio 54 vuelto: De idolatría et cultoribus ejus
ac de scriptis pacis et muneribus missis liber X . Los siete capítulos de que está compuesto este lib ro , pueden con­
sultarse en los fólios 35 y siguientes, hasta el 37 vuelto: estas son las palabras del primero de todos ellos: De ever-
sione idolatría. Si quisiéramos leer todos los dem ás, podríamos ver que hablan de los apóstatas é idólatras, así sacer­
dotes como seculares, ántes y despues del bautismo; y el últim o se expresa de esta m anera: De mtcneribus missis.
Acábase aq u í, por fin , este tratado preciosísimo, con los términos que á continuación copiamos: Incipit preceptum
Sci (Sancti) Gregorii P a p a romensis rectoribus S icilia datum ... y en seguida: E xplícita sunt cuneta sinodi atque
epsle. (epistolce) de excerptis canonum feliciter. E n la misma página sigue diciendo: Liber X lm s. De exo'rtatione
regum et sacerdotum vel omnium catliolicorum.— Liber X I I . De libro judico et ju re atque observatione ejus.
Nos ha parecido m u y conveniente y oportuno el procedimiento que hemos seguido en la descripción del Libro de
los Cánones, porque con él se presenta á la prim era m irada del lector u na idea general de ta n sin g u lar tra ta d o ; se
puede consultar instantáneam ente cualquiera de los libros y capítulos, y por últim o, para que los am antes de la
diplomática vean el órden y método que en el siglo x se guardaba en m aterias canónicas y disciplinares.

y iii.

Preséntase en el mismo fólio 56 u na figura rectangular formada por m u y linda orla, toda hecha de ramos y hojas,
naturales u n as, y caprichosísimas otras, de m u y vivos colores am arillo, rojo, minio y azul; y con letras mayores de
gótico carácter y de color azu l, amarillo y rojo, están escritas las siguientes frases en su interior: In nomine Domini
Ihesv Christi incipiunt cajÁtulaUones totius ju r is in quibus continenlur omnia namque concilla canonum, lo que.
como claram ente se ve, indica q u e, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo empiezan aquí los capítulos de todo
el derecho canónico.
E n la página 2 del dicho fólio comienza u n catálogo excelente, escrito con g ra n limpieza y cuidado, de los capí­
tulos que dan cuenta de los concilios todos que están contenidos en el V igilano. Llega hasta el fólio 7 0 , pero sirven
de m uy elegante adorno á cada u n a de estas páginas tres columnas paralelas, que sostienen dos hermosísimos arcos
puram ente bizantinos: las basas, fustes, cornisas y capiteles preséntanse engalanados con delicadeza y profusion
por m il redes caprichosas, líneas ondulantes y otra m uchedum bre de combinaciones, y todas ellas pintadas con m uy
vivos y variados colores. E n el fólio 57 hacen de columnas espantosas serpientes de la m itología, con su cola enros­
cada, con sus azuladas y ásperas escamas y robusto cuello, doblándose para coger entre sus dientes de sierra un
jabalí que corre perseguido por u n m astín.
Adornan el fólio 58 vuelto tres peces m u y largos y m uy raros, difíciles de conocer, vestidos de escamas azules y
aletas m uy duras, con puntos blancos, amarillos y rojos á lo largo de sus bastante bien proporcionados cuerpos. Dos
horribles dragones, semejantes á los que pintó luégo el autor de La Divina Comedia, forman los adornos del fólio 59.
Un áspid que enseña enfurecido su lengua de fuego, forma la cola de aquellos dragones. Tienen terriblem ente enros­
cada la parte superior del cuerpo, y u n a especie de aletas cortas que salen de sus feísimos hombros, y sus manos
provistas de garras m uy fuertes y al mismo tiempo agudas los hacen espantosos. E l de enmedio es tan raro y
caprichoso como los otros, con la diferencia que se halla todo su cuerpo, de color am arillo, recubierto de unas líneas
verdes que lo rodean de m il m aneras. Por debajo de la cola se lee esta palabra: corcodrillum. Sobre las cabezas de
las tres fieras, se ve pintado otro mónstruo m itológico, más extraordinario que los demás. Fórmanlo dos cuerpos de
bestia, á los cuales sirven de cabeza dos figuras hum anas: con las manos coge las colas de sus dos cuerpos, siendo
la extremidad de aquellas, de las colas, dos cabezas de á g u ila , y adornan la suya dos cuernos como de carnero: los
diferentes colores que para pintar estos mónstruos se em plearon, los hacen bellos y horribles al propio tiempo.
La página siguiente del mismo fólio presenta tam bién m uy extraña ornamentación. Está compuesta en prim er
lu g a r de dos basiliscos sum am ente espantosos y colosales, de color verde, con sus alas no m u y grandes, manos y
garras m u y afiladas. Es su cabeza de ave con u n penacho encarnado en la parte a lta , que los hace m uy raros. En
medio de ellos h a y un pez mónstruo que allí se llam a S u ra , vestido de escamas de color de naranja y sus correspon­
dientes aletas pintadas de amarillo. La m itad superior del cuerpo es u n a figura hu m an a, viniendo á recordar el todo
las sirenas de los antiguos. Dos áspides con sus cuerpos enroscados de colorido azul y am arillo con pintas blancas
por encim a, sus manos provistas de fuertes y agudas u ñ as, su cabeza de fiera con finísimos cuernos y su boca con
dientes como de sierra, aparecen dibujados en el fólio 70. Contemplar se puede allí además otra bestia m uy extraña,
llam ada H agan serena, figura de u n perro g alg o con astas y pezuñas, len g u a larg a y encarnada que parece de
fuego, ju n tam en te con u n a Lenda que viene á representar u n ciervo extraordinario de cola prolongada, y los dedos
de las extremidades van unidos por u na m em brana particular. Hay que añadir á tan caprichosos anim ales, otro no
ménos raro que allí mismo lleva el nombre de Geride: es u na figura sumam ente horrible, compuesta de dos cabezas
de caballo, y en cada u na de ellas u n asta m al formada; su cola es bastante la rg a , y los dedos de los piés están
igualm ente unidos entre sí por otra piel membranosa. El color de esta bestia es blanco, con líneas rojas y oscuras.
Tampoco debemos olvidar las pinturas que hermosean el fólio 60 vuelto. Aquí sirve de columna el débil tronco de
un árbol, cuyas ramas se inclinan proporcionalmente y forman á los respectivos lados dos arcos bizantinos, m uy
agradables á la vista. A las ram as, de esta m anera encorvadas, acuden varios anim ales á cual más caprichosos, como
jabalíes, corzos, ciervos y algunos otros pintados de azul y encarnado y salpicados de puntos rojos, todo lo cual
revela g ra n fuerza de im aginación en quien los concibió. Aparecen sobre las ram as, adem ás, dos gallos m uy arro­
gantes, de pico azul, cresta encarnada y colas prolongadas, vestidos de m u y resplandeciente y fino plumaje y de
colores m u y vivos y brillantes.
Los fólios restantes hasta concluirse el índice, cuyas pinturas vamos bosquejando, están ornamentados por bellí­
simas columnas del mismo estilo arquitectónico, en cuyas basas y capiteles resaltan figuras m uy variadas, como
personajes de medio cuerpo arrib a, cabezas de anim ales desconocidos, follajes, almenillas, y otras m il rarezas que con
profusion están sembrados y se estudian hoy mismo en muchos de nuestros templos bizantinos de A sturias, León,
C ataluña, Galicia y otras provincias de España. Algunas veces sirven de capiteles de estas columnas el busto m uy
tomo ni. 433
m alam ente dibujado de u n Lector, obispo, sacerdote, m onje, religiosa ó cualquiera otra figura hu m an a, asomando
sus largos piés por el centro de las basas.
Tales son los adornos que hermosean los dichos fólios, en los cuales pueden estudiarse los más pequeños detalles y
minuciosidades del estilo bizantino, así como tam bién la vida, los usos y costumbres de aquellas generaciones. El
códice vigilano que traemos entre manos encierra la historia más verídica y real del siglo que lo vió nacer.
Y porque es en g ra n m anera interesante, en especial para los que se consagran y dedican á reconocer antiguos
documentos, saber el órden que se observaba en los siglos medios para la colocacion de los concilios y epístolas
decretales, hemos de copiar en este lu g ar todos los contenidos en este predicho catálogo, guardando escrupulosa­
m ente el método que allí se sigue. Tienen el prim er lu g ar los griegos y los de Á frica, despues los de la G ália, luégo
los de E spaña, y finalm ente, algunos otros que dejaron olvidados los copistas. Pueden leerse en el Vigilano por este
órden: Nicenum.— Anciritanum .— Neocesarense.— Gangrense.— Sardicense.— Anciocenum.— Laudicense. — Cons-
tantinopolitanum.—Efesinura.— Calcedonense.— Cartaginense I .—Cartagin. I I .— Cartagin. I I I .— Cartagin. I V .—
Cartagin. V.— Cartagin. V I.— C artagin. V IL — Africanum.— Arelatense I . — Arelatense I I . — Arelatense I I I .—
Valentinum. — Tauritanum. — A rausicam m . — Vasense. — A g átense. — Aurianense. — Iliberitanv/m. — Tarraco­
nense.— Gerv/adiense.— Cesar augvManum.— Ilerdense. — Valetanum.— Toletanum I . — Tolet. I I . — Tolet. I I I . —
Tolet. I V .— Tolet. V.— Tolet. V I.— Tolet. V II.— Tolet. V III.— Tolet. I X . — Tolet. X .— Tolet. X I — Tolet. X I I —
Bracarease I . — Bracarease I I , seu in excerptis M a rtin i.— Spálense I . — Spalense I I . — Epaunense. — Vasense.—
Avernense.— Aurelianense.— Cesaraugi>Manura. — Toletanum. Sobre cada uno de estos sínodos, así generales como
provinciales, procuraremos dar ahora algunas aclaraciones tomadas del mismo códice m anuscrito, sin alterar en lo
más mínimo el órden que e n él se observa.
Antes de dar principio á este trabajo im portantísim o, hemos de apuntar lo que en el fólio 70 se escribe con letra
grande, gótica y regularm ente formada: Cánones generaliura conciliorum a temporibus Constantini ceperunt, que
en romance quiere significar, que en los tiempos del emperador Constantino empezaron los cánones de los concilios
generales. Una orla m uy delicadamente trabajada en forma de columna hermosea este epígrafe: en su base y capitel
se ven cabezas raras como de caballo, y g ra n profusion de enlaces, vermiculados y follaje bizantinos embellecen
todo lo demás. A esto sigue u n a relación en compendio de los concilios, de los obispos que los componían, del tiempo
y de los emperadores que reinaban cuando tenia lu g a r su celebración y qué herejías se condenaron en cada uno de
ellos, por el órden que arriba se dijo: Greca, Africce, Gallice, Spanue, Toletana.
Al final del mismo fólio, está con majestad sentado en m uy rico sillón de m adera con respaldo y descanso para
los brazos, el emperador Constantino, en aptitud de recibir, en la habitación cuadrada en que se h alla, á los cónsules
Paulino y Juliano, que de pié se ven enfrente. Cubre la cabeza del grande Constantino la corona im perial, tiara (1)
ó m itra trian g u la r que suelen poner en las testas coronadas los pintores de la edad de nuestro manuscrito. Su larg a
túnica es de color rojo, y por encim a de todo lleva u n rico m anto sujeto en el hombro izquierdo, y que le pasa con
gracia por debajo del derecho: los botines son blancos y puntiagudos, y las medias amarillas. El cetro, no m uy
largo, de p unta m etálica y em puñadura redonda en el otro extrem o, se le ve en su m ano izquierda: con su diestra
acciona hablando á los cónsules, que visten m u y ricas tú n icas, encarnada el uno y am arilla el otro, y sobre ellas
los mantos que con m ucha gallardía llevan terciados como el Emperador. E n la m ano izquierda de Juliano se nota
un códice enrollado que debe contener las instrucciones imperiales.

IX.

A quí, en el fólio 72, principian y a los concilios griegos de esta m anera, y con letra m ayor y alternativam ente

(1 ) L a tia r a es d e la m á s r e m o ta a n tig ü e d a d , p ero d is tin ta e n lo s d iv e rso s tie m p o s y p a ís e s : v ie n e á se r u n b o n e te re d o n d o , a lto , y á s u alre d ed o r


tr e s co ro n as. E n e l añ o 5 1 4 , e l p a p a H o rm isd a s t e n ia e n su tia r a la c o ro n a q u e el e m p e ra d o r d e C o n sta n tin o p la en v ió á C lodoveo, re y d e F r a n c ia , y éste
á S a n J u a n d e L e tra n . E l p a p a B o n ifa c io I I I , e le g id o e n 1293, añ ad ió la s e g u n d a , y J u a n X X I I , m u e rto e n 1334, p u so el añ o 1328 la te rc e ra corona
so b re la tia r a d e lo s pon tífices d e R om a.
pintada de color azul y rojo: Item cánones Sancti etm agn i niceni concilii qv/)cl abitum est temporibus Constantini
imperatoris ab episcopis C C C X V III in civitate Nicea metropoli Bitiniœ PavMno et Juliano consulibus X I I I
(K alendas) ju lio s E r a CCCLXII. Esta E ra del V igilano, es la m isma que trae el famosísimo códice Lucense, según
las anotaciones del erudito Vázquez del M ármol, que tenemos á la vista (1). E l Hispalense no la tiene. Suelen variar
tam bién en la E ra, así como en el núm ero de los Padres, las diferentes ediciones de este concilio. Reunióse en Nicea
de Bitinia con el favor y anuencia de Constantino el Magno, pero presidido por la autoridad del papa San Silvestre,
que representaban sus legados, nuestro insigne Osio, obispo de Córdoba, y los presbíteros Vito y Vicente. Condenóse
en él la herejía de Arrio, padre de los racionalistas é incrédulos modernos, que negaba la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo. E n veinte capítulos encierra el Vigilano los cánones del prim er concilio general de la Iglesia católica,
pero faltan las firmas de los Padres que se ven en las ediciones de nuestros dias. Hemos confrontado estos cánones
uno por uno con los que traen las ediciones de Genciano, Dionisio el E xiguo, Severino Bino y otros, y encontramos
muchas variantes, de donde inferimos que nuestro manuscrito puede servir en g ran m anera para las nuevas impre­
siones canónicas y para corregir las pasadas. Al term inar los cánones, está copiado el símbolo niceno y el de San
Gregorio Magno.
Al principio de los mismos capítulos, se ve pintada u na habitación, que viene á ser u n cuadrado perfecto: está en
su interior el Metropolitano sentado en u n sillon elegante de m adera, viste sotana azul y la rg a con u n borde rojo
que la hace m u y herm osa, y sobre ella el m anto ó capa am arilla con broches en el cuello, y de la cual sale u na
especie de capucha que le sirve de m itra y cubre su cabeza. El calzado de sus piés es blanco: en la m ano izquierda
tiene un códice, y delante de sí varios obispos de p ié, descalzos algunos de ellos, y tres con la m itra puesta; los
restantes, con los libros sagrados en la m ano, están descubiertos. Todos ellos se adornan con ricas túnicas y m antos
talares m uy bien pintados de color azu l, amarillo y encarnado. El dibujo de las figuras en general es m alísim o, el
de las orlas y demás ornamentaciones y á un el de los trajes no es tan imperfecto n i falto de proporcion y gracia.
Los cánones del concilio de A ncira, que sigue al anterior, pueden consultarse en el fólio 74, en donde se leen
estas palabras: Incipit synodus anciritana a X l l e p i s (episcopis) abita. Los caractères del precedente epígrafe son
gótico-mayúsculos y de varios coleres, y formados con mucho gusto. E n los impresos que corren se llam a synodus
Ancirana, y suscriben comunmente diez y ocho obispos, que reunidos en A ncira, metrópoli de Galacia, bajo la pre­
sidencia de Vital de A ntioquía, año 314, dieron á luz veinticuatro cánones, en los que por vez prim era se hace
mención de los Corepíscopos de que en otro lu g a r hablamos. E n nuestro códice de Albelda, los cánones son veinti­
cinco y convienen con el Lucense, según Vázquez; pero no así con las ediciones arriba dichas, en las que hemos
notado no pocas variantes: concluyen así los capítulos de este concilio: E xplicit concilium anciritanum.
Despues del dicho epígrafe, están pintados dentro de u n a sala cuadrada, algunos prelados con los nombres de
Marcelo, Agricolao, Lupo, V ital, Basilio, Filadelfo y otros. El primero está sentado, y en la cabeza tiene u na m itra
verde, no m uy a lta , y con dos cintas que bajan por los respectivos lados del cuello: su túnica es roja y su m anto
largo y amarillo. Los cuatro primeros que están delante del anterior llevan tam bién sus m itras puestas, y su traje es
de distintos colores : los demás enseñan su cabello bastante largo, recogido por atrás y en dos mitades ; en la parte
superior de la cabeza se ve la tonsura blanca y regularm ente formada. Casi todos ellos sostienen códices y rollos en
su m ano izquierda, y en aptitud de hablar accionan con la diestra.
Al fólio 76 con grandes y bien pintados caractères de la misma forma que los anteriorm ente indicados, comienza el
título de los cánones de Neocesárea de este modo: Incipit conciliorum neocesariense ab X V I I I I epcpisabitum. Aquí,
como al principio de los demás concilios, pone el Vigilano la historia brevísima del que ahora hablamos ; aunque
algunas veces no m uy exacta. Los Padres de este concilio, son casi los mismos de Ancira. Congregados en Neocesárea
de Capadocia, poco despues, redactaron catorce cánones que atañen á clérigos y seglares. E n nuestro m anuscrito es
igual el número de unos y otros, así como en el Lucense; pero el Hispalense carece de ellos : cotejados con las edicio­
nes impresas de Genciano, Dionisio y Severino Bino, presentan muchas variantes; con la segunda de Bino h ay más
conformidad. Termina así: E xplicit synodusneocesariensis.
Antes de empezar la relación y copia de este concilio, vemos á V ital sentado en u n modesto sillon de respaldo con

(1 ) F a lta d e la B ib lio tec a del E sc o ria l e ste precioso m o n u m e n to , v íc tim a del fu e g o se g ú n u n o s, y d e lo s lad ro n e s a v a ro s se g ú n otros. Véase E g u ren .
túnica larg a y roja, y sobre ella el m anto de varios colores: tiene delante los demás Padres en pié con los mismos
trajes que V ital, pero de distinto colorido: los tres primeros obispos cubren con la m itra sus cabezas, pero los demás
la tienen desnuda y con las tonsuras monacales mayores que las descritas más arriba. Todos ellos sostienen en sus
manos el tradicional códice ó rollo de la le y , diferenciándose en el color unos de otros.
Luego despues en el fólio 77 está escrito el epígrafe del concilio gangrense con letras grandes é ilum inadas con mucho
gusto: Incipit gangrense concilium p ost nicenum synodum editum al) epcpis. qúimdecim. Asistieron al concilio g a n ­
grense en la Patagonia en año desconocido, varios prelados, para contrarestar los puntos heréticos de Eustacio,
ó Eustato como quiere Baronio (a d annum 319J con las doctrinas puras de la Iglesia que expusieron en veinte cáno­
nes dogmáticos y disciplinares. Las ediciones que andan en m ano de todos publican tam bién como el V igilano los
nombres de quince obispos: en el códice Lucense se desean y el Hispalense los trae al principio, pero en número ma­
yor. Las que tenemos delante difieren en muchas palabras con el nuestro.
Como en los demás concilios, dejó pintada aquí el monje de Albelda u na sala en forma de cuadro y con
fondo am arillo, y dentro puso los Padres y obispos Eusebio, E ulalio, Olímpico, F iteto, Basilio y algunos otros. El
primero ocupa sencillo asiento, cubierta la cabeza con la m itra, que tam bién Eulalio tiene puesta: los demás enseñan
en la parte superior de sus cabezas la tonsura clerical y en sus manos el libro de la Sagrada E scritura, cuadrado,
con la cubierta verde y azul. Las figuras hum anas, como siempre, toscamente dibujadas, lucen ricos mantos y sota­
nas de varios colores.
Los cánones del concilio de Sárdica principian en el fólio 79 con elegante inscripción de letra gótica y grande de
varios colores, como sigue: Incipit concilium sardicense CCC~epcpor. (episcoporum) et in eo cánones instituti. La E ra
de este concilio es para algunos la de 381, en el año vi del emperador Constancio, siendo cónsules Leoncio y
Salustio. El V igilano pone E ra 371. El Lucense quiere que haya sido en tiempo del emperador Constantino. Parece
lo más cierto, que congregados en Sárdica de la Iliria al pié de trescientos Padres y obispos, por los años de 347, pre­
sididos por la autoridad del Papa Julio, que representaron Osio de Córdoba y dos presbíteros de la Iglesia de Roma,
depusieron muchos obispos arríanos, que perturbaban la Iglesia, y formaron veinte cánones disciplinares m uy impor­
tantes, volviendo por la paz y la justicia hollada por las facciones de Arrio. Nuestro manuscrito d á v eintiún cánones
conforme con algunas de las ediciones que corren, y se notan pocas variantes al confrontarlos.
Aparece al principio, como en los dem ás, u na habitación aquí de fondo verde, y en su interior los obispos, entre
los cuales es bien conocido el de Córdoba, que con la Santa Escritura en la m ano, m itra triangular, sotana ó túnica
de color rojo y su m anto am arillo yace sentado y en adem an de hablar con algunos otros que le acompañan. Por sus
letreros son conocidos Gaudencio, Alipio, Yanuario y Ecio. Todos permanecen de pié delante de Osio, y con g ran
variedad de colorido ostentan trajes iguales á los que ya conocemos. Algunos tienen puestas las m itras, otros ense­
ñan su blanca corona y casi todos g astan borceguíes m u y elegantes.
Pasando al fólio 81 del códice, podemos ver escrito con letra m agna y bien ilum inada el siguiente epígrafe: Incipit
concilium anciocenum (xxxi) episcoporum. Sus cánones, en el códice vigilano son veinticinco, que no convie­
nen en muchas palabras con las ediciones arriba dichas; si se exceptúa la segunda de Severino Bino. Las suscricio-
nes de los obispos están al fin: en los impresos se altera el órden de sus nombres: el Lucense copia solamente treinta
y el Hispalense los omite todos.
Vése en el lu g a r de siem pre, ántes de empezar los cánones, a l obispo Eusebio sentado en sillón de respaldo;
adorna su cabeza u n a m itra baja, de color de violeta, y su cuerpo el m anto largo y tú n ica, ambos del mismo color.
Con la m ano izquierda sostiene el Libro de la Ley, y con la diestra señala á los otros prelados que están enfrente,
como N icetas, Antioco y Arquelao. Sus trajes compónense de m antos y sotanas largas de varios colores; pero sus
m itras llevan en la parte más a lta u na borlita que las distingue de las que hasta aquí hemos visto en el códice. El
último gasta gorra n e g ra oriental con dos cintas blancas por delante. Todos tienen cabello largo hasta los hombros,
pero recogido por atrás, según el uso hebreo, y en sus manos aparece siempre el códice sagrado, y a en forma de
cuadro y ya de rollo.
Los cánones que hicieron los Padres asistentes a l concilio de Laodicea, pueden leerse en el fólio 8 4 , donde está su
principio, así: In cipit synodus a Laodoci# sacerdotibus edita. Es m u y célebre este concilio en la historia de la Iglesia
por el catálogo de los libros sagrados que en él se formó: están todos los del cánon de los Judíos del Antiguo Tes­
tam ento y del Nuevo, los mismos del concilio de T ren to , á excepción del Apocalipsis, que no estaba recibido aún
como canónico en algunas iglesias. Celebróse liácia el año de 366, y de él salieron los cincuenta y nueve cánones
que copia nuestro códice. Genciano y otros ponen sesenta, porque hacen del último dos. E n muchos manuscritos
antiguos los cánones 22 y 23 forman uno sólo.
E n el lugar correspondiente aparecen de pié, y descalzos, tres sacerdotes que ostentan ricos trajes talares de túnica
y mantos rojos y am arillos, cabello largo y dividido al estilo nazareno, con su tonsura, que enseñan por la parte
anterior de la cabeza y sus correspondientes libros de la Escritura en la mano. Hállanse conversando con u n vene­
rable prelado que ocupa sencillo asiento de colores varios ; es su m itra poco a lta , su sotana am arilla y su m anto
encarnado. E n el sillon que le sirve de descanso se echa de ver y a u n almoliadon con borlas que cuelgan de
ambos lados.
Abriendo el manuscrito de Albelda por el fólio 86, encontramos este epígrafe formado con caractéres mayores y
pintados : Incipit synodus quæ facta est Constantinopolm adversus herexem macedonianam ab epis. número c l sub. Teo-
dosio mayorc. Siagrio et Encerio consulibus E ra C CCCXVIII. E n esta Asambla fueron condenadas las herejías todas
de aquel tiempo á más de los macedonianos, contra los cuales se habia congregado. E n el santo sacrificio de la misa
contamos hoy el mismo símbolo que allí se hizo, á excepción de la palabra Filioque, que para m ayor claridad del
dogm a fué necesario añadir despues. Los cánones que trae el Vigilano son siete, de los cuales el últim o es el dicho
símbolo de fé. El tercero de ellos dá el segundo grado de honor al obispo de Constantinopla despues del Papa. Al fin
de los capítulos están los nombres de veinte Padres del concilio, lo mismo que en el Lucense: el Hispalense pone la
E ra 318 equivocada; los impresos la fijan generalm ente en 419.
En una silla de m adera, y pintada con g ra c ia, se sienta el venerable prelado por nombre Nectario: la m itra que
ostenta y el m anto con que se adorna son de color aplomado y blanco y bastante larg a la túnica. E l emperador
Teodosio y los cónsules Siagrio y Euquerio se m antienen en pié ante el católico Pontífice : están apoyados en sendos
cetros, ta n altos como ellos mismos, [con p u n ta de m etal y puño en forma de cruz: nimbos, de diferente color, les
sirven de diademas ; sus mantos y túnicas son de color verde pero los borceguíes ó botines blancos.
Despues de todo esto viene el célebre concilio de Efeso, cuya inscripción, de grandes y góticos caractéres, está
concebida en estos términos : Incipit synodus cfesena p rim a ducentorum epicporvm. abita adversus nestorium cons-
tantinopolitanum epm. (episcopum) q u iprim um hominem ex sea. (sancta) virgini M aría natum [adseruit u t aliam
personam carnis aliam facere deitatis nec unum xpni. (Christum) in verbo Dei alterum hominis predicar et. Por con­
sentimiento del Papa Celestino, y bajo la presidencia de sus legados Arcadio y Proyeto, obispos, de San Cirilo de Ale­
jan d ría, y del presbítero Filipo, reunióse este concilio para condenar á Nestorio, que afirmaba en Jesucristo dos per­
sonas, negando así la m aternidad divina de la Virgen M aría, y dando por el pié a l edificio total del dogma católico.
Condenóse tam bién en él á Ju an de Antioquía, á los pelagianos y á los cismáticos separados de la Iglesia. Empieza
nuestro códice por una epístola de San Cirilo á Nestorio, en la que expone profundísimamente la doctrina de las dos
naturalezas y una sola persona divina de Nuestro Señor Jesucristo; concluye con otra del santo y dirigida al hereje:
a it ig itu r sea. et magna sinodus. La E ra del concilio es la de CCCCLXIII. Los códices Lucense é Hispalense convie­
nen con el Vigilano. E n los impresos, la últim a epístola se considera como compuesta en Alejandría y leida en Efeso.
E n un salon cuadrado, cuyo fondo es verde, preséntase de pié San Cirilo, que usa túnica encarnada y capa ama­
rilla, de la cual, á m anera de capucha, arranca la m itra que lleva puesta: en su izquierda lleva el ejemplar de la
Ley, apaisado, y con su diestra señala á Nestorio, que tiene de fren te, vestido con sotana, m anto y m itra de color
rojo, y el rollo legal en sus manos. Están presentes á la conversación de los prelados Teodosio y V alentiniano; éste
descalzo y aquél con borceguíes blancos; ambos con trajes idénticos á los de los Padres, excepto la m itra, y de colo­
res diversos, prefiriendo el violado, verde y am arillo.
A la página 2.1 del fólio 90, en letra mayor leemos a sí: Incipit calcedonensis sinodus seuentorum X X X
epeporm. abita contra omnes lier exes et maxime adversus evticem (Eutichem ) et dioscorum Valentiniano septies et
abieno consulibus E ra C C C C L X X X V III. Como todos saben, presidieron en este concilio los legados del papa San
León, que lo fuerou los dos obispos Pascasio y Lucencio, y los dos presbíteros Basilio y Bonifacio: fué condenada en
él la herejía de Eutiques, que confundía las naturalezas de Jesucristo, y confirmada la sana doctrina diciendo que
Cristo Nuestro Señor es el mismo en las dos naturalezas, pero inconfuse, imm utabiliter, indivise etinseparabiliter.
Copia el Vigilano aquí las epístolas del concilio, el símbolo de N icea, veintisiete cánones y las suscriciones de los
obispos con sus respectivas diócesis; lo cual es de importancia capital p a ra la geografía é historia an tig u a. Está des-
tomo in . 434
pues el edicto de V alentiniano y Marciano á todos los pueblos, confirmando y apoyando los decretos conciliares; otro
contra los herejes, dirigido á Paladio, prefecto de los pretores; y por fin, el que escribió Marciano al mismo prefecto
condenando las herejías, y además la famosa epístola de Atico de Constantinopla. Con estos documentos, estudiados á
fondo, podría quizá brillar mejor la historia de aquellos tiempos. E n varias ediciones impresas y en el códice Hispa­
lense la Era es 488. E n muchos manuscritos se desean los edictos del emperador y la exposición del concilio, resul­
tando así el nuestro uno de los más completos.
Arriba están pintados y vestidos con trajes talares, compuestos de túnicas violáceas, mantos amarillos y mitras
del mismo color, los obispos Celestino y C irilo, que á pesar de sus mitras enseñan por delante parte de la tonsura
clerical: enfrente y conversando con estos prelados, se ven los cónsules Valentiniano y Abieno envueltos en mantos
riquísimos, rojos y amarillos, con nimbos parecidos á diademas en la cabeza, y el cabello largo, bien peinado y divi­
dido á la moda de Oriente.

x.

Pasando luégo al fólio 98, h a y las palabras siguientes, escritas con letras gordas y variedad de colores: huncusque
grecorum concilia dehinc latinorum secuntur; y á continuación: concilium cartaginis a/rice prim um L epcporum.
Todos saben que á mediados del tercer siglo de nuestra era se agitaban en África las ruidosas cuestiones del Sacra­
m ento del Bautismo y de los rebautizantes: pues bien; para dilucidar y definir estos puntos del dogm a, se reunieron
en Cartago y Roma algunos concilios, en los cuales desempeñaba el.prim er papel San Cipriano: otros discutieron y
fijaron la doctrina de la penitencia en órden á los Lapsos. Aparecen los cánones de este concilio como redactados par­
ticular y sucesivamente por los Padres; porque cada uno de ellos empieza por el nombre de su autor, así, Gratus,
F élix... etc.y dix it. También pueden leerse aquí para bien de la historia y de la geografía, los nombres de los obis­
pos y de las diócesis que á la sazón gobernaban. E l Lucense no los copia n i muchos otros códices antiguos.
Vénse aquí tam bién en habitación a z u l, m alísimam ente dibujados, varios obispos, entre los cuales llevan su nom­
bre al frente Grato, Félix, Rómulo y Gaudencio. Gasta el primero sandalias que dejan ver la parte superior del pié
desnudo. Ocupa rico sillón con adornos rojos y verdes m uy vivos; m anto y túnica de varios colores y m itra más alta
que las de O riente: se nota tam bién la forma trian g u lar y en el vértice u na borlita que las distingue de las demás.
Los compañeros de Grato ostentan el libro ó rollo de la Ley en las m anos, y las mismas vestiduras, aunque de varios
coloridos, botines blancos, largo el cabello, abultado y dividido á lo nazareno, y abierta la tonsura que la Iglesia
impone á sus ministros.
Al volver el fólio 100, lo primero que se echa de ver es el epígrafe que á continuación copiamos: Incipit gesta con-
cilis cartaginensis secm di abiti L X I epcporum. era C C C C X X Y III. Los cánones ó disposiciones conciliares son
aquí en número de trece y sirven para la m ayor inteligencia de la disciplina eclesiástica y doctrina católica. En
el final de este capítulo suscriben los Padres de u n modo análogo á este: Félix eps. (episcopus) selemsilitanus: a n ti-
gonus eps. m aginensis; Félix balensis, casianus usulensis eps.; cannensis eps.; Nicasius culusitanus, y así sucesiva­
m ente otros varios. E l Lucense hace mención, además del emperador Valentiniano, cónsul la cuarta vez con Neoterio:
en todo lo restante hay conformidad entre éste, el Hislapense y Vigilano.
R egala por demás nuestros ojos el azul celeste con que está hermoseada la habitación donde se ve el emperador
Valentiniano Augusto, que luce en su cabeza la tiara ó corona del imperio; su larg a túnica es de color verde; el rico
m anto que lleva con gallardía, amarillo, y los botines de los piés, blancos y bastantes subidos. Conversando están con
él dos prelado con el acostumbrado pergamino en sus manos; y los colores que más resaltan en los m antos, túnicas
y mitras son el verde, rojo y amarillo; están de pié y calzan borceguíes blancos como el monarca.
Los caractéres con que empieza el fólio 102 del manuscrito que vamos estudiando son grandes y de la forma que
los demás ya indicados: con ellos está compuesta esta inscripción: Incipit concilium cartaginensis tertium abitum ab
epcpis. número X V I I E ra C G C C X X X V I cesario et atliico viris clarisimis consulibus V. kls. stbrs. (quinto kalen-
das septembris). Vienen copiados en este lu g a r cincuenta cánones comprendidos en el capítulo xv: el que tiene el
número 47 es notabilísimo por ser el cánon de los libros divinos y por estar en el mismo consignados los que no
quieren adm itir los novadores hijos de Lutero. Las variantes aquí con las ediciones impresas son de poca m onta. Al
fin como en estos pone cuarenta y cuatro obispos. La era del Lucense é Hispalense es 435.
Los dichos cónsules aparecen arriba descansando en u n salón de fondo amarillo m uy vivo: las túnicas ó casacas
de entrambos son blancas; los mantos de color verde en el uno y violáceo en el otro: su cabello bastante largo y divi­
dido en dos mitades va adornado con m uy vistosos nimbos. Permanecen de pié en su presencia el obispo Aurelio con
sandalias abiertas, sotana encarnada, capa verde y m itra de color rojo: sostiene con su mano izquierda el pergamino
blanco enrollado.
E l concilio que ahora sigue es el 4.° de Cartago, que con letra g ran d e y bien pintada dice así al principiar en el
fólio 106: Incipit conciliuni cartaginense africe quartum habitum ab eps. C C X IIII E ra C C C C X X X V I Honorio
Augusto et Euticiano consulibus V lid s . nbrs. (sexto idusnovem bris). Los cánones que se cuentan en este lu g a r son
ciento y cuatro, y todos ellos fueron formulados para m ayor claridad del dogma y de la disciplina de la Iglesia.
Interesan sobre toda ponderación á obispos, clérigos y láicos. Hemos hecho la confrontacion, como en los demás,
con las ediciones conocidas y apenas hemos notado diferencia alg u n a de importancia. La Era que copia el Hispa­
lense es la de 435.
Los dos cónsules que en el epígrafe se m encionan se h allan aquí m alam ente dibujados en u n a habitación de pavi­
mento amarillo: viste el uno casaca blanca, capa roja y nimbo azulado en la cabeza: estas mismas vestiduras en el
otro son de color amoratado. Están en actitud de discutir con dos prelados que aparecen de frente adornados con los
mismos trajes que vamos repitiendo; pero con m uy variados colores y cubiertos sus piés con zapatillas blancas y m uy
finas: los pergaminos enrollados y los libros santos apenas faltan nunca de la mano de estos personajes.
Abierto el códice por el fólio 109 puede leerse esta introducción escrita con grandes y hermosos caractéres: Incipit
contiliuki cartaginense africe quintum abitum ab epcs. L X X 1 IÍ E ra C CC C X X X V III. Los cánones del presente
capítulo son dogmático-disciplinares hasta el número de diez y siete y están casi conformes con los publicados en
las ediciones que tenemos á la vista, principalm ente con la segunda de Severino Bino. Tampoco notó Vázquez gran
diferencia entre los demás códices que de paso vamos examinando.
E l mismo prelado de arriba, llamado Aurelio, con blancas zapatillas en los piés, túnica verde, tunicela amarilla,
m anto encarnado, del cual, como si fuera u na capucha monacal, sale la m itra; preséntase á los ojos en u n salón cua­
drado y pintado de azul. Le acom pañan y entretienen u n obispo y dos sacerdotes que están de pié, y visten de m uy
varios colores trajes talares compuestos de las piezas que y a conocemos.
Estos son los términos en que concebido está el principio del concilio sexto de Cartago en el fólio 110: Item con-
cilium cartaginis africe sextum abitum ab ~eps. C C X V II E ra CCCCLV11. Hay aquí veinte cánones dignos de
toda consideración por parte del dogma, de la disciplina eclesiástica y áun de la historia misma. Comienza con la
profunda alocucion del obispo Aurelio, á quien se dá nombre dz p a p a , y la contestación elocuente de Faustino. El
duodécimo cánon se reduce á la epístola de aquel obispo Arcliics Valentinas prim e sedis numidie: y en el décimo-
tercio muchas de las disposiciones conciliares de Nicea, con las cuales term ina. Hay bastante conformidad entre el
texto del códice y los impresos; pero los manuscritos Lucense é Hispalense copian la E ra 357, que está equivocada.
Y en este mismo fólio se presentan en u na habitación pintada de amarillo los emperadores Teodosio y Honorio,
luciendo m uy finos borceguíes blancos, mantos encarnados, túnicas rojas y blancas y capas verdes, de las que arran­
can, como de hábito religioso, los nimbos que en forma de diadema ciñen sus sienes. Conferenciando están con los
prelados Aurelio, Faustino, legado romano, y Alipio: el primero usa el mismo traje de otras veces, pero de color
vario: el segundo túnica azul como lo restante: el tercero el mismo hábito, tam bién de diferentes colores: todos tienen
los sagrados rollos y códices blancos en la mano.
Veamos en el fólio 116 cómo empieza el epígrafe del séptimo concilio cartaginés: ítem concilium cartaginis
africe V I 1 0 . X V III epeporum gestum era qiue svp ra cid etiam interfuitlegatio romane ecle. (ecclesúe). Pocos son
los cánones del presente concilio; solamente cinco; confrontados con los impresos aparecen suficientemente iguales;
n i tampoco difieren g ra n cosa el Lucense é Hispalense.
El fondo del salón que aquí se ve es encarnado, y en el interior preséntanse el conocido Aurelio hablando con
tres sacerdotes que de pié le escuchan atentos; el traje del prelado es el mismo arriba descrito; el de los tres presbí­
teros se compone de m antos, túnicas y zapatillas, pero engalanada cada u na de estas piezas con m uy vivos y dis­
tintos coloridos; los códices y rollos que en sus manos enseñan son en este lu g ar de cubiertas verdes.
E n la página 1.a del fólio 117 puede consultarse la inscripción con que principia el concilio de Milevis: Item con-
ciliurn africanum in melevitana urbe abitum C C X IIII epcporum. E ra CCCCX... (CCCCXXXX). Procuramos con­
frontar los veintisiete cánones que de este concilio nos copia el V igilano, y hemos notado m uy pocas variantes en
las ediciones impresas de que nos valemos. Y hasta los antiguos manuscritos arriba expresados convienen con el
nuestro, si hemos de dar fé á Vázquez del Mármol, cuyas anotaciones tenemos á la vista. Así concluye al fin de
los cánones: expliciunt Africe concüia dehinc Gallic sequuntur.
Es de observar que el obispo Arelio en este sitio, ostentando el mismo traje de diversos colores que en otras par­
tes, lleva en una m ano u n libro cerrado y con u n a cruz en la cubierta; en la otra sujeta el báculo, no tan alto como
la cayada de hoy, con p u n ta de metal y puño redondo como u n bastón cualquiera. También aquí mismo puede con­
templarse al obispo M arino, cuyo m anto y sotana es más largo que en otros personajes; su m itra trian g u lar presenta
algunos adornos encarnados; parece estar explicando alg u n a cosa á tres sacerdotes que de pié y con sus correspon­
dientes hábitos de distintos colores, le prestan atención; en las cubiertas de los códices y rollos del Nuevo Testa­
mento que tienen en sus manos está pintada la cruz latina.

XI.

Á continuación de todo esto comienza y a el epígrafe del primer concilio de Arlés con estas palabras: Incipit con-
ciliurn A relátense prim m h ab epcpis. plurimorum gestum. Son los cánones de esta Asamblea sagrada veintidós, que
cotejados con los que publican algunos de los impresos que aquí tenem os, no presentan g ra n diferencia de pala­
bras. Ni tampoco el texto del Lucense ó del Hispalense dista g ra n cosa del manuscrito de Albelda; pues que Vázquez
nada indica.
Pasando en seguida a l fólio 120, y á la página 2.a, se dá principio y a al título del concilio Arelatense segundo:
Item concilium Arelatense secundum. Y suprimida en este fólio la habitación que al principio de los concilios prece­
dentes hemos visto, solamente se pinta aquí al obispo Sixto, de pié, con botines blancos, medias azules, túnica
encarnada, manto verde y m itra am arilla, con u na borla pequeña en el vértice y algunos adornos de color rojo
por delante; en u n a mano tiene el rollo escriturario y en la otra el báculo con puño horizontal. Al principio del
texto del capítulo están los nombres de los prelados de este concilio y de las diócesis que á la sazón regían. Sus
cánones son en número de veinticinco, que se diferencian m uy poco de los impresos. Algunos manuscritos de Toledo
y el Lucense tam bién copian «113» obispos.
E n el fólio siguiente, que es el 121 vuelto, está escrito el principio del tercer concilio de Arlés así: Item conci­
lium Arelatense tertium X IIepcporum . abitum E ra CCCCLXI. E l obispo Cesáreo está al m árgen, de pié, y gasta
capa de color pardo carminoso, túnica verde, m itra encarnada, borceguíes blancos y medias amarillas. Preséntase,
extendida la mano d ie stra , en ademan de bendecir al pueblo. Cuatro cánones solamente trae el Vigilano conformes
con el Lucense é Hispalense, pero estos dos manuscritos y algunos toledanos ponen catorce prelados asistentes.
Y continúa nuestro códice con el concilio Valentino en el fólio 122, de este m odo: Incipit Valentinum conci­
lium X X epcporum. abitum. E ra CCCCXIII. Lleva por nombre Egadio el obispo que aquí vemos tam bién al m ár­
g en. Es el primero que en este m anuscrito gasta cayada en el báculo pontifical. La sotana es m uy hermosa, sem­
brada toda de ornamentación encarnada, de cuyo color es igualm ente su m anto y m itra; su cabello largo y
tendido, al estilo de los judíos, le cae con gracia hasta los hombros. Cuatro s o n , como en el anterior, las reglas
canónico-disciplinares de este concilio, q u e, meditadas juntam ente con las de las otras Asambleas, se ve el celo y
el ardor de la Iglesia católica en la conquista de las almas y en la civilización de los pueblos para Jesucristo. El
Lucense dió á este concilio el nombre de V alletanum , y el Hispalense lo coloca en la E ra 423.
Y pasando en seguida al fólio 123, puede leerse el prim er renglón con que se dá principio a l concilio de Tours en
estos térm inos: Incipit concilium TauritoMum. En uno de los m árgenes del mismo fólio levanta las manos al cielo
el obispo Próculo, que luce capa blanca, m anto verde, túnica encarnada, m itra tam bién blanca y zapatillas finas y
de color negro. Las disposiciones conciliares en estas páginas son trece, casi todas disciplinares, y en general con-
formes con los impresos, salvo algunas variantes de poca im portancia; algunos llam an á este concilio Tauritanense;
el manuscrito Hispalense lo llama Taurinatium .
A la vuelta de este mismo fólio, vemos en letra m ayor que la com ún, el siguiente epígrafe: Conciliurít
regiense X I I I epcporum. abitum E ra C C C C LX X V II. La figura del obispo Hilario que aquí se m uestra es más
esbelta y arrogante que las pasadas, pero no mejor dibujada: está de pié, y por debajo de la m itra se descubre la
corona clerical de su cabeza; usa m anto y capa rojos, túnica verde y borceguíes blancos; el rollo de la ley que en
sus manos tiene es blanco tam bién. Suben á siete los cánones disciplinares de este concilio, y al fin de ellos están
los nombres de los obispos que confirman tales decretos. Conviene casi en todo este texto con los impresos, á excep­
ción de la E ra, que es la de 472 para algunos: para el Lucense é Hispalense es la misma del Vigilano.
En la página siguiente del fólio 125, está copiada la introducción al concilio de O range, como á continuación
transcribimos: Item concilium o/rausicum X V I epcporum abitum E ra C CC CLXXV11II. Sentado está, en este fólio,
en rico y elegante sillón el obispo Cláudio, vestido de capa encarnada, tunicela verde, sotana am arilla, m itra alta
y con borla en el vértice, y sandalias sujetas al pié por unas cintas negras colocadas con mucho gusto. Los vein ti­
nueve cánones de este concilio, casi todos disciplinares, convienen en general con los impresos que tenemos delante.
Al fin suscriben los prelados allí reunidos. El Hispalense lo apellida, como muchas ediciones, arausicanum.
El epígrafe del concilio Básense, que sigue al anterior, está redactado con letra gótica m ayúscula, en estos té r­
m inos, fólio 127: Item concilium básense abitum E r a C CC C LX X X . El prelado que aquí nos dibujan los monjes
albeldenses se llam a Auspicio, y su traje talar se compone de manteo encarnado, tunicela am arilla, túnica verde y
m itra de color m inio, bastante elevada. Los cánones de este capítulo son diez, todos de disciplina eclesiástica y poco
diferentes de los que andan en nuestras manos impresos. E n algunas ediciones se desea la Era: el códice Hispalense
dá la de 470. Asistieron, al parecer, á este concilio unos diez y ocho obispos que el Vigilano se calla.
E n el fólio siguiente, 128, comienza el concilio Agatense con estas palabras: Item concilium agátense X X V epcpo­
rum abitum E r a D X I I I (543). El obispo Cesáreo se presenta aquí de pié con m itra y capa de color encarnado,
tunicela am arilla, sotana verde y el sagrado códice de cubierta blancá en la mano. Setenta y u n cánones copia el
manuscrito de V igila salidos de esta asam blea, y en general relativos al clero y á los religiosos de entrambos sexos.
Están al final los nombres de los padres asistentes y de sus respectivas sillas, que deben tener en cuenta los geógrafos
é historiadores. También se infiere de la lectura de este concilio, que los prelados que en él tomaron asiento fueron
veinticinco, aunque algunos impresos publican treinta y cinco, y que fué celebrado en el año 22 del reinado de
Alarico en el mes de Setiembre.
Y finalm ente, en la página 1.* del fólio 132, viene á decir al pié de la le tra : Item co'ncilium aurilianense X X V III
epcporum. abitum. Tetradio lleva por nombre el obispo que en este sitio aparece: su capa y m itra son de color verde,
su tunicela am arilla, la sotana encarnada con adornos blancos, y el rollo legal que sostiene con sus manos es rojizo.
Las disposiciones conciliares de esta asamblea son veintisiete, en las cuales notamos escasas variantes con las impre­
sas que vamos consultando. También pueden estudiarse aquí los nombres de los prelados que firm an y de las provin­
cias que entónces gobernaban. Despues de todo, term ina así: liunc usque gallice ecclesiasticarum gestarum regule
disposile sunt: deinde sequuntur Spanie. E n los manuscritos de que hablam os, faltan algunos capítulos, la carta
de Clodoveo á Synodio y la contestación de éste al rey.

XII.

Comienza al fólio 133 el concilio de Ilíberis. Su epígrafe se engalana con letra distinta de la ordinaria en belleza
y m agnitud: Item conciliumeliberitanum X V I I I I epcporum. Constantini temporibus editum eodem tempore quo et
nicena sinodus abita est. La figura que en esta página vemos de pié, y más arrogante que las anteriores, es la del
emperador Constantino, en quien brilla sobremanera la imperial diadema. Son sus arreos capa verde, tunicela am a­
rilla, túnica encarnada, m edia am arilla y borceguíes altos y blancos E n su mano lleva el cetro largo que repre­
senta la autoridad. A la parte de abajo están conferenciando entre sí u n obispo y tres presbíteros, cuyo hábito talar
TOMO III. 135
aparece un poco más largo que los que llevamos estudiados: la m itra y el m anto episcopal son tam bién de más
anchura y vuelo que los pasados: los trajes constan de las mismas piezas que los dem ás, pero h ay en ellos más pro­
fusión de adornos y pinturas que en otras partes. Los sacerdotes van descalzos y enseñando la tonsura en su cabeza.
Antes de los cánones están aquí copiados los nombres de los obispos asistentes y de las diócesis que son altam ente
importantes para la m ayor claridad de nuestra historia. Los ochenta y u n cánones de este concilio español, escrito,
en el V igilano, presentan bastantes diferencias con las ediciones impresas á que nos hemos referido, y más a ú n , con
la de Gra. Loaisa. Son interesantísimos. Convienen con el nuestro los códices Lucense, Hispalense y Toledanos.
Síguese á éste el concilio de Tarragona habido con m ucha posterioridad, y las letras bien pintadas de su epígrafe
ofrecen estas palabras: Item concilium Tarraconense decem epcporurn. abitum D L I I I I (Era). Algunos Padres del
concilio, llamados J u a n , Paulo, Ector y Frontiniano, se ven aquí de pié y con los hábitos de costumbre y de m uy
vivos colores, notándose además que el primero gasta estola bastante larg a é igual á las de hoy. Muchos de ellos
ostentan nimbos en la cabeza, hermosas sandalias en los piés y sendos libros escriturarios en la mano. Para dicha
nuestra copia tam bién al fin el Vigilano los nombres de los prelados y de las diócesis respectivas que espiritualm ente
dirigían: que no lo olviden los historiadores. Copia igualm ente el año sexto de Teodorico, en que se celebró este
concilio. Los códices Lucense é Hispalense están conformes.
Y si abrimos por el fólio 138 de nuestro m anuscrito, podemos leer lo que vamos á escribir: Item concilium gcrun-
dense V II epcporurn. abitum E r a D V. Generalmente los concilios españoles empiezan a s í: In nomine Christi. Está
al m árg en , de pié, próximo á u n sillón de lujo, el obispo Ju a n , sin m itra , con tonsura, m anto verde, túnica roja,
zapatilla blanca y códice en la m ano con u n a cruz en la cubierta. Los cánones conciliares de esta asamblea son
diez (1), que con Loaisa y demás impresos que tenemos á la m ano presentan algunas variantes. Los manuscritos
Lucense é Hispalense están conformes, pero los de Toledo ponen doce Padres.
E n la página siguiente del fólio anterior, tiene su principio el concilio de Zaragoza, que comienza de u n modo
análogo: Item] concilium cesaragustanum XIIepcporurn. E legante es la silla en que se sienta el obispo Lúcio osten­
tando su capa verde, túnica am arilla, nimbo y corona clerical en su cabeza y sandalias en los piés. E n los ocho
cánones que acabamos de confrontar vemos algunas variantes. Los citados códices están conformes con el Albeldense.
Ahora viene el concilio celebrado en Lérida, cuyo principio trasladamos á continuación: Item concilium hilirdense
octo epcporurn gestum E r a D L X X X IIII. El obispo que está al m árg en , de pié, con el hábito talar de costumbres
aunque con mayor profusion de adornos, lleva escrito por debajo Sergius. Tam bién, cotejados los diez y seis cáno­
nes, disciplinares en la m ayor p arte, de este concilio con los impresos se nota alg u n a diferencia y se ve que fué
celebrado el año 15 del rey Teodorico. E l Hispalense, Lucense y Toledanos convienen con el Vigilano.
Más abajo, al fólio 140, dice: Item concilium vallcttanum V I epcpo'rum abitum E ra D L X X X V II. El obispo que
aquí vemos al m árg en , llamado Celestino, está todo vestido de verde, salvo el nimbo que es encarnado. Seis cánones
nos dejó nuestro m anuscrito de este concilio, y despues de ellos los nombres de los prelados asistentes, con los cuales
firm a un archidiácono. Los impresos lo apellidan Valentinum: el Lucense y el Hispalense Valetatanurn, y lo creen
celebrado en la E ra 584: y al rey de entónces le llam an Teudis: el vigilano Teodorico, año décimoquinto de este
príncipe.
Al final de este mismo fólio, con letra grande y bien form ada, se lee: Incipit Toletmum concilium p r i -
mum X V IIIIepcporurn. actum... E l fólio 142 es todo él u na preciosa lám ina que representa la ciudad de Toledo;
por encima de los muros d ic e : civitas regia toletana. Las alm enas y torreones de la m uralla se componen de tres
arcos, completamente bizantinos, cada u n a , y están term inadas por hermosas pirámides. Las piedras son de dife­
rentes colores y figuras geométricas. Á la mano derecha está la puerta de la ciudad, de un sólo arco, no m uy alto,
y á la izquierda la del muro ig u al á la anterior. E l pueblo está m irando por entre las almenas lo que afuera pasa.
Extram uros está la iglesia de Santa M aría, del mismo estilo de arquitectura, con cuatro ventanas arqueadas y
pequeñas al costado, tejado verde y átrio ménos elevado que el templo, y al pié su correspondiente puerta pequeña,
formada por un hermoso arco, en la c u al, encorvado por los años, está el anciano Ostiario, con las llaves y el báculo
en la mano. Su traje es como los conocidos. A la m ano izquierda vemos la iglesia de San Pedro, igual á la de Santa

(1 ) N os re fe rim o s sie m p re á los co p iad o s e n el V igilano.


M aría, pero con dos ventanas solamente. En la parte exterior , los obispos y sacerdotes del concilio separados por un
pequeño arbusto. Muy varios y relucientes son los colores de sus vestiduras, iguales á las que venimos describiendo.
Más abajo apóyase en cuatro picas u n a tienda de cam paña pintada y adornada de cruces negras, y al lado h ay una
m ata ó arbolito, del cual penden dos tinteritos, vaso redondo el uno y cuadrado el otro. Hay despues aún otro pabe­
llón, sostenido como el anterior, y adornado por u n A lf a , u n a cruz y u na Omega.
Y aquí empieza y a el capítulo 36, en que se contienen los veinte cánones de este concilio, que ofrecen no pocas dife­
rencias con los publicados por el insigne García Loaisa. El 21 es u na coleccion de diez y ocho decretos de fé católica
contra todos los herejes, y principalmente contra los priscilianistas. Afírmase celebrado en el códice este concilio
imperando Arcadio y Honorio; para el Lucense es la E ra de 438; en el Hispalense no existe.
Al volver el fólio 143 nos encontramos con el siguiente título: Item toletana synodus H a VIIIepcporum. edita.
U na hermosa habitación cobija en este fólio al obispo M ontano, que emprende anim ada conversación con Paiscario
y Canonio, ambos obispos, y con el rey Amalarico; todos cuatro gastan ropa ta la r, pintada con g ran diversidad de
colores. Treinta y ocho cánones copia el V igilano que presentan no pocas variantes con los del ilustre Loaisa.
Su E ra 505, año v de Amalarico; crée Vázquez ser falsa. No h ay en el Albeldense las epístolas de Montano ad fratres
territori P alentini y a d Toribium, que copian el Lucense y el Hispalense.
E l tercer concilio Toledano está en el fólio 145, con estas palabras al principio: Item toletana synodus tertia L X
duorurn epcporum. in qua A rriana herexis in Spania condemnatur... anno regnante quarto glorismo. atque pfs'/ño.
domno. Recaredo rege die V IIiduum maiarum E ra D C X X V II... E l m onarca, lujosamente ataviado, ostentando
la tiara régia y un riquísimo traje ta la r, como los y a conocidos, está aquí hablando á cinco prelados que, de pié,
con m itra unos, y descubiertos los m ás, le escuchan con grande atención; por la parte superior h ay escrito: ubi rex
Recaredus ómnibus epcpis. locutus est. Empieza despues con la exposición de la fé católica, que suscribe el rey , y
tam bién la reina, de esta m a n e ra : ego baddo gloriosa regina; y pone á continuación el Gloria ó Laudes que á Dios
cantaron los Padres, la confesion de fé de los mismos; veintitrés cánones contra los arríanos; otras veintitrés reglas
canónicas; el edicto real confirmando todo, y al fin los nombres de los prelados del concilio y de las diócesis que apa­
centaban; el prim er apellido es el del príncipe, escrito así: Flabius Recaredus. Las ediciones que corren, y las de
Loaisa, no están totalmente conformes con el V igilano, que no copia la Homilía de San Leandro, ni la confesion de
fé de Recaredo que existen en los Toledanos, en el Lucense é Hispalense.
E n la página postrera del fólio 151 hállase el presente ep íg rafe: Incipit synodus Toletana l i l l a gesta synodalia
in toletanam urbem aput concilium L X V I epcporum. Spanie et Gallie provincias edita anno tertio Sisenandi
E ra D C L X X Ia... Este monarca aparece sentado, en u na habitación de fondo am arillo, con su corona y vestiduras
de varios colores y profusamente adornados, conferenciando con tres obispos cubiertos con hábitos talares, verdes,
morados y rojos, como los anteriorm ente vistos. Setenta y cinco son los decretos conciliares, y no m u y conformes
con los publicados por Loaisa y demás ediciones de que nos valemos. También es de notar aquí á San Isidoro que,
con la pluma en la m ano, en compañía de algunos otros obispos, deja su nombre escrito en medio de la m uy larga
lista de los prelados y diócesis que, para bien de nuestra historia y geografía, copiaron en este lu g ar los religiosos
albeldenses. A lgunas ediciones impresas cuentan setenta Padres y los códices de Toledo sesenta y seis.
Volviendo el fólio 1G1 encontramos escrito lo que sigue: Item concilium Toletanum quintum X C IIIIor epcporum.
habitum E ra D C L X X 1 III anno prim o dni. (dom ini) chintiliani regis... Tres venerables Pontífices con m itra roja,
y borla en el vértice los dos primeros, y tonsura monacal el tercero, con hábitos diversamente pintados, aparecen
aquí en una habitación de fondo azul; el último lleva estola puesta por debajo del brazo, como los diáconos. E n la
parte exterior se ve al dicho rey con traje talar y báculo de p u n ta de metal y puño redondo, con la rg a y roja cabe­
llera. Despues del prólogo están los cánones conciliares en número de nueve, y con variantes, y finalmente las
firmas de los obispos y las sillas de cada uno de ellos. Varias ediciones impresas publican la E ra de 684; en el
Lucense 663 y veinte obispos; el Hispalense conviene con el V igilano.
Así viene á decir el epígrafe que registramos en el fólio 163: Item concilium Toletanum sextum X V I I I (48)
epcporum. abitum... Los santos prelados Julianus et Eugenius et Honora,tu s, vestidos, el primero con hábito talar,
verde, el segundo rojo y el tercero am arillo; y todos tres llevan las Escrituras Santas en la mano. Los cánones dis­
ciplinares y doctrinales que aquí se cuentan son diez y ocho, con las firmas de los Padres y sus diócesis respectivas.
La E ra , puesta con letra, es la 676, y entre las suscriciones se notan cinco vicarios. A lgunas ediciones ponen
E ra 086; el Lucense, 666; el Hispalense, 674, y los Toledanos le llam an universal, y copian como este m anus­
crito cuarenta y ocho firmas.
Y en el fólio 167 hallamos copiado esto mismo. Item , concilium toletanum VII. Vestido todo de encarnado con el
mismo traje de siempre, está conversando el rey Chindasvinto (Cindasvintus) con tres obispos, cuyos hábitos son
verdes, azules y morados: el príncipe tiene su corona real en la cabeza, y en la mano el báculo de la autoridad. Los
decretos ó cánones de este concilio son en número de seis; y despues están los nombres de los prelados que asistieron
y de sus sedes correspondientes. La E ra es la de 684, año v de Chindasvinto: los manuscritos que y a conocemos
están conformes con el nuestro.
De esta m anera empieza en el fólio 170 el siguiente epígrafe: Item in nome (nomine) dominigesta sinodalia qvÁnqua-
ginta duorum pontificv,min urbem regiam celebrata, d ie X V I I K ldarum .j 0MU0/rum E ra D C LX Ia (691). E l príncipe,
imperator Recesvintus, con la corona ó tiara real en su cabeza y con el traje que ya conocemos, pero de muchos colo­
res, habla familiarmente con los prelados Horoncio, Antonio y Eugenio, que vestidos como los obispos anteriores, le
oyen con grande interés. A doce lleg an los cánones en este lu g a r, que confrontados con algunos impresos, no hay
la conformidad que se desea. Despues á continuación firman los padres, abades, vicarios y varones ilustres del real
servicio, y finalmente se copia el edicto régio de confirmación soliditatem, y la ley de Recesvinto cminentie. A lgunas
ediciones de este concilio varían la E ra; el Lucense pone la de 690 , y el Hispalense conviene con la del Vigilano.
Con letra perfectamente dibujada en el fólio 180 vuelto podemos ver estas palabras: Incipit nonum quod actum
est die octavo kaldarum. dcrium. (decembrium) anuo feliciter V ilo domni. ñsí (domini nostri) Recesvinti regis
E ra D C L X X IIII actum in urbe toletana. El mismo m onarca con las régias vestiduras, en otra parte descritas,
y corona en la cabeza, se halla aquí tam bién conferenciando con tres prelados, cubiertos con los trajes talares, de
m uy diferente colorido. Copia V igila de este concilio diez y siete reglas canónicas, en las que se observan diferen­
cias con algunas impresas y con la de Loaisa. Las suscriciones que en el Vigilano faltan están en el Lucense.
Véase cómo se expresa en el fólio 183 la introducción a l décimo concilio toledano: In ne. (nomine) dni. abita sino-
dus X in toletana urbe die kldarum. decbrium. anno octavo gloriosi domini religiosissimi Recesvicti principis
E ra DC LX IIH a. Y este monarca con nimbo en la cabeza y m uy ricos vestidos de varios colores, y de las mismas
piezas que dejamos indicado, se entretiene aquí con algunos prelados que enseñan sus tonsuras, y en la mano los
correspondientes códices. Aparecen seis cánones disciplinares copiados, las firmas de los obispos y las diócesis, y por
fin, varios edictos que pueden esclarecer la historia de aquellos tiempos. El Lucense carece de E ra , y los demás
manuscritos de los que vamos tratando convienen con el de Albelda.
Y á la vuelta del fólio 186 se ven estas frases: In ne. dni. incipiunt gesta sinodalia concilii toletani undecimi acta
in urbe regia toletana, sede a decem et septem epcpis. anno qua/rto regis glorsi. principis TJbambam sub die séptimo
iduum nbrium E ra D CCXIIIa. Cuatro prelados venerandos ocupan en este fólio u na hermosa habitación pintada
de verde. Sus trajes episcopales en nada se diferencian de los que y a sabemos. Diez y seis cánones vemos escritos de
esta asamblea, con los nombres de los prelados asistentes y de las diócesis. E l Lucense trae además firmas de aba­
des y vicarios, y coloca este concilio en el primer año del reinado de W amba.
De este modo se halla escrito el título del duodécimo concilio toledano, en el fólio 193 vuelto: in ne. dni. acta
sinodalia concilii toletani dvMecimi o,put urbem regiam celebrata sub die quinto idum januarium E r a D CCXVIIII.
Encuéntranse en este lu g a r cuatro obispos con los hábitos talares de costum bre; el primero está sentado y habla con
los tres restantes, que de pié le prestan atención. Los cánones disciplinares son trece, y despues de ellos está el decreto
de Gundemaro á los sacerdotes cartaginenses y la constitución de éstos en Toledo, año primero de Gundemaro,
con varias demostraciones de la autoridad de la iglesia de Toledo, de que carecen el Lucense y m uchas ediciones
impresas.
Así comienza el fólio 202: in ne. dni. ñsi. i/iu. x ri. (in nom ine domini nostri Jesu christi) incipit sinodal (e) d e -
cretum apvA urbem toletana, editum (1). Presente está en este m árgen el rey Egica, vestido poco más ó ménos como sus
predecesores, cuyo discurso y profesion de fé es lo primero que aquí vemos copiado: despues la exposición de las tres
substancias en Cristo, por San Ju liá n , y finalm ente, los nombres de los prelados firmantes y de sus provincias. Los

(1 ) E s el d é cim o q u in to : n o ex iste e l decim o tercio n i e l d ecim ocuarto.


concilios restantes de Toledo se desean en este lu g a r, aunque el 16.° viene intercalado despues. E l códice Lucense
copia mayor número de firmas que el V igilano; el Hispalense carece de todo el sínodo.
E l primer concilio de Braga tiene su principio en el fólio 209, página 2 .a, como s ig u e : Incipit sinodus bracareñsis
p rim a octo epcporurn. regnante \dno. nso. ihu. xro. feliciter cúrrente E ra D L X V IIII. Ariamiro se llama el rey,
que con báculo, diadema y traje como el de los otros príncipes, conversa amigablemente'con tres prelados, á quienes
adornan trajes iguales á los de todos sus compañeros. Versan los veintidós cánones que aquí se leen sobre doctrina cató­
lica y disciplina de la Iglesia. También los liemos confrontado con las dichas ediciones, merecedoras de corrección,
atendidas las variantes que aquí vemos. Suscriben ocho obispos. El Lucense trae la E ra 598, pero los Toledanos y
el Hispalense pasan por lo que dicta nuestro manuscrito.
E n el fólio 212 viene á decir, copiado literalm ente, como sigue: Sinodus bracareñsis secunda X I I epcporurn.
regnante dno. nso. ihu. xro. cúrrente E r a Dcx. anrno secundo regis mironis... Por la parte inferior preséntanse elegan­
tes las figuras de Lucrecio, Andrés y M artin, obispos, ricam ente vestidos con los mismos trajes délos demás prelados,
y sentado el postrero alarg a la Biblia á N itigio, obispo lucense. Despues de los diez cánones disciplinares copió V igila
las firmas délos Padres y los capítulos de los obispos orientales coleccionados por M artin de Braga. Conformes andan
con el nuestro los manuscritos Lucense é Hispalense; pero no así varias de las ediciones impresas de este concilio.
Veamos ahora cómo empieza el tercer concilio bracarense: Incipit concilium bracarense tertium quod factum est
sub anno quarto gloriosissimi dni. nsi. urbani regis E ra DCC. X I I I epis... Algunos prelados de pié se ven aquí en m uy
bien pintada sala, hablando con otro que permanece sentado. Sus trajes talares no presentan particularidad. Ocho cáno­
nes, casi todos ellos disciplinares, copia el Vigilano, y que no tuvieron presentes los autores de varias ediciones que te­
nemos d elan te: despues los nombres de los Padres del concilio y de las sillas por ellos gobernadas. E l Lucense lo tiene
por el cuarto de B raga, y en el Hispalense no existe.
Y á continuación escribamos estas palabras que se leen en el fólio 220 de nuestro m anuscrito: Incipit epistola
epcporurn de concilio spálense prim o ad ragasium episcopum m issa... A los m árgenes se ven de pié y con los mismos
trajes talares de siempre los obispos Leandro y Ragasio: entrambos gastan m uy brillantes vestiduras. Síguense des­
pues las tres disposiciones conónico-doctrinales de esta asamblea. La era es la de 628 en el año v del reinado de Reca-
redo: el Lucense pone la de 627. E l Hispalense y Toledanos dicen ad pegasium missa.
Pasando al fólio 221 encontramos este epígrafe que hemos de copiar aquí: Item sinodus secunda habita, incivitate spalis
sub die iduum novembrium anno nono regnante g losissimo.p'rincipe sisebuto era DCL VII... La pintura que en este lu g ar
aparece es San Isidoro, cuyo hábito ta la r, como no sea en colorido, se diferencia poco de los que en este códice se
dibujan. Despues de los trece cánones disciplinares vienen aquí copiados los nombres de los prelados del concilio y de
sus diócesis correspondientes. Se ve en este lu g a r la falta del concilio de Mérida; y se ponen los siguientes que debie­
ran estar ántes, como en casi todas las colecciones impresas de concilios.
Con estas palabras empieza el fólio 227: Item sinodus epaunensis. La pintura del m árgen representa u n obispo con
traje ig u al á los demás de color vario y códice en la m ano: su nombre es Abito. Los cánones conciliares son veinte y
ocho con algunas variantes. Los Toledanos y el Lucense ponen veinte y cuatro prelados: en el Hispalense no está.
Y con estas otras frases comienza el siguiente fólio 2 2 8 : Incipit sinodus carpentoranensis. H ay solamente u n
capítulo que abraza varias disposiciones de este concilio. Los obispos son quince en los impresos. Tampoco existe en
el Hispalense.
E n el mismo fólio dice á continuación: I n d p it concilium vasense (y con letra moderna) secumdum. No h ay pintu­
ras , y sin otra cosa están copiados seis cánones disciplinares casi todos, y con poca diferencia de los impresos; pero estos
más completos. E l Hispalense no lo tiene y los Toledados copian otro en su lugar.
E n la segunda página del propio fólio vemos: Incipit concilium advernense. Hay escritos de este concilio diez y
seis cánones en su mayor parte de disciplina eclesiástica. Los impresos lo publican más entero y más perfecto. El
Hispalense carece de él; los Toledanos lo llam an Arvernense.
De esta otra m anera se lee en el fólio 229: Incipit concilium aurilianense. Once cánones nos dejó V igila de esta
asamblea sagrada, todos doctrinales y de disciplina. Una nota puesta al m árgen con letra de época posterior, con­
funde este concilio con el Arvernense.
Empieza, como á continuación copiamos, el fólio 230: Incipit epistola vel concilium de civilate vernense a d regem
Teodovertum directa: y en seguida: Incipit concilium arvernense (con letra posterior) aurilianense quintum. Diez y
TOMO III. 436
seis cánones disciplinares, los nombres de los prelados firmantes y de sus provincias, lié ahí lo que en este lu g ar
vemos consignado. Algunos impresos no tienen la Epístola al re y , n i tampoco el Hispalense.
E n el fólio 232: in ne. dni. incipiunt gesta sinodalia abita in urbe cesaragusla sub die kldarum. nbrium. E ra
D C C X X V I1 II anno quarto ortodoxi adque severissimi dmí. ñsi.egicani regis. Hay u na nota m arginal diciendo que
no está publicado y que es distinto del que se ve en el tomo v de los concilios, edición de Colonia. Tratan sus seis cá­
nones de la doctrina y disciplina de la Iglesia y algunas cosas civiles. No existe en los manuscritos Lucense, Hispa­
lense n i Toledanos.
Despues, al fólio 234, leemos: In nme. ~dm. iliu. X r l incipit sinodus toletana X V I. Para Vázquez celebróse en
la E ra 746. Para el Lucense, que es más completo, en la E ra 731. El Hispalense no lo copia. Los cánones aquí son
diez, pero falta m ucha m ateria de este concilio.
Creemos que los historiadores y canonistas apreciarán en lo que valga la descripción anterior del libro de los con­
cilios, y en particular la copia fiel y auténtica de los encabezamientos con las Eras de cada uno, así como tam bién
con las materias canónicas y demás cosas que nos parecieron de interés para la ciencia consignadas en nuestro códice
de Albelda. Prosigamos describiendo las m aterias restantes en el mismo contenidas.

XIII.

E l célebre cronicon albeldense principia, al fólio 135 vuelto, de este modo: Incipit ordo romanorum regum.—
Deliinc sexta etas incipit.— Item ordo gentis gotorum.— Itemnma. (nom ina) regium catliolicorum legionensium.—
Item nina, pampilonensium regum .— Item ordo gotorum obetensium regum.— Item ingressio sarrazeno'rum in Spa­
nia (al m árgen y la misma le tra , E ra DCCLII).— Item Id sunt qui regnaverunt in Cordoba, reges de origine
venumeia.— Item exordium sarrazenorum sicut illi extim antur.— Item explanatio gentis gotorum. De este monu­
mento antiquísimo hemos hablado y a en la parte histórica de este escrito.
E n el fólio 246 empieza el tratado de la fé de San Isidoro contra los judíos. Maneja admirablemente las Sagradas
Escrituras, y es im portante para el estudio de la antigüedad hebráica.
Vuelto el fólio 246 dice: H istoria de Mahmeth Seudoprhe. Es pequeña, pero curiosa. Despues copia el símbolo
de los apóstoles tal cual hoy lo rezamos.
E l fólio 247 comienza y a con el índice de las epístolas decretales de los romanos pontífices; trece de éstos están
pintados en la parte inferior de la p ág in a; uno sentado, los demás de pié. Sus trajes, de vivos colores, son como los
ya conocidos.
Las decretales pontificias de este m anuscrito son ciento u n a , de diez y seis papas por este órden: dos de San
Dámaso; tres de Siricio; veintiuna de Inocencio I (el Lucense trae veintidós); dos de Zosimo; tres de Bonifacio I y
la contestación de Honorio; tres de Celestino I ; treinta y nueve de León I con el Rescripto de Flaviano; epístola de
Pedro de Ravena á Eutiques; tres de H ilario, el Decreto sinodal; y dos epístolas, u na de Simplicio y otra de Accio
Constantinopolitano; tres de Félix III; dos de Gelasio I; u na de Anastasio II; u na de Simmaco; ocho de Hornindas
con la de Justino y la de Ju an de Constantinopla al mismo papa; u na de Vigilio; cuatro de Gregorio I; la Decretal
de Hornindas sobre las Escrituras Sagradas (los impresos la publican bajo el nombre del papa Gelasio).
Todas estas celebérrimas decretales, profundísimo tratado de la ciencia canónico-teológica, se podrán consultar en
el famoso V igilano, desde el fólio 250 hasta el 333: al principio de algunas de ellas aparece su correspondiente autor
con las mismas vestiduras que en otras partes dejamos dicho. Nada tienen que ver estas decretales con las de Isidoro
Mercator.
E n el fólio mencionado 333 empieza el tratado de los varones ilustres, que es el mismo de San Jerónim o, conti­
nuado y añadido por San Isidoro.
E n el 337 está la historia de Salvo, abad albeldense, de donde tam bién hemos tomado parte de lo que atrás deja­
mos dicho de ta n ilustre prelado, y á la vuelta del mismo fólio está el símbolo de San Atanasio con algunas varian­
tes en órden al que hoy rezamos.
Dice de esta m anera en el fólio 338: Incipit ordo de celébrato concilio: comunmente se cree de San Isidoro, pero
aquí está más completo que los publicados. E n la parte superior h ay un templo bizantino como los de Toledo arriba
descritos. Delante del átrio están varios prelados, cuyas m itras son aquí más altas que las ordinarias, y cuyos báculos
tienen la forma de cayada: lo demás del traje talar no se diferencia de los anteriores. Entre los obispos se ve un
'notario (escribiente) con el códice enrollado en la m ano, y tam bién u n diácono cuya estola llega hasta el suelo.
Aquí mismo se ve además el rey con su tiara en la cabeza y acompañamiento. Las vestiduras son iguales á las de
todos los personajes de este códice con poca diferencia.
E n los fólios 339 y el siguiente 340, existen dos tratados; el uno se in titu la: Exo'rtatio a d principem; el otro:
Itera exortatio ad sacerdotes: de ellos dan razón Ambrosio de Morales y Vázquez del Mármol.
Empiézase en el fólio 343 el T ractatm \mnacorum, tam bién atribuido á San Isidoro; y el 345 contiene otro tra -
tadito De oppresoribus pauperum , y despues, hasta el fólio 350, h a y varios sermones, algunos claram ente de San
A gustín: una exposición de las profecías, ó, más bien, lo que ellas son, así como lo que es la revelación d iv in a, y
algunas leyes tomadas del Génesis y Levítico, y alg ú n pasaje de los hechos apostólicos.
H ay á continuación de estas m aterias, en el fólio 350, otros varios tratados de la Penitencia, que aplicarse debe
por los diversos crímenes que aquí se indican, como ebrietas, vomitus, sacrificium, etc.

XIV.

No podia faltar en tan cristiana y tan rica enciclopedia el libro de las leyes civiles por que se gobernó España
desde que fué nación libre y dueña de sí propia, en medio de la soberbia tiranía y opresion de las gentes del Norte,
y a españolizadas. Con efecto, al fólio 351, vemos lo siguiente: In mne. dni. ñsi. ihu. cri. incipit liber judicu sat
abtius. Está dividido aquí el Fuero Juzgo en doce libros, de los cuales el primero trata de instrumentis legalibus;
el segundo de negotiis causaru; el tercero de ordine conjugali; el cuarto de origine naturale; el quinto de trasac-
tionibus; el sexto de sceleribus et tvrmentis; el séptimo de fu rtis et fallacibus; el octavo de inlatis violentiis el
damnis; el noveno de 1ugitibis el refugientibus; el décimo de divisionibus atque limitibus; el undécimo de egrotis
et mortuis ac de transmarinis negotiatoribus; el duodécimo de remobendis presuris et omnium hereticorum sectis
extinctis. Cada libro está subdividido en varios capítulos, muchos de los cuales encabézanse de esta manera:
Flbs. cntsnts. rex. (Flavius C hindasvintus); filis , glos. rents. (Flavius gloriosus Recesvintus). Todo el tratado
aparece escrito con m ucha elegancia, cuidado y variedad de tin tas, y las iniciales de cada libro están delicadísima-
m ente adornadas con vermiculados y m il caprichos del estilo bizantino. De su mérito y antigüedad nada tenemos
que añadir. Acaba en el fólio 419, en donde empiezan otros pequeños tratados.
Es el primero de ellos u n compendio de los juram entos usados en aquellos tiempos medios para negar ó afirmar
legalm ente alguna cosa: despues h ay u n trozo del Evangelio de San Mateo y u na especie de anatem as contra los
judíos.
E l fólio 420 está todo ocupado por u na lám ina preciosa rodeada de m uy elegante orla con muchos adornos del
estilo de Bizancio. E n la parte superior se ven los reyes godos Chindasvinto, Recesvinto y E gica; están vestidos con
mantos, túnicas, tunicelas y la tiara en la]cabeza, y con g ra n viveza y profusion de coloridos. Como cristianos autores
del Fuero Juzgo llevan códices en la mano. Al m árgen dice: H ic sunt reges qui abtaberunt libru judicum . Con los
mismos trajes, pero de m u y distintos colores, h a y otros tres soberanos, cuyos nombres son: U rraca regina: Sancio
rex y Ranxmirus rex. Los dos varones tienen cetro largo en la mano; la reina u n abanico de plumas y Don Ramiro
gasta espada. Finalm ente, por debajo, con hábitos sacerdotales y tonsura monacal, se presentan Vigila scriba, S ar­
ra ce n a socius y Garsea discipulus. Al m árgen, y por frente de los reyes, h ay escrito lo que sigue: In ternpore liorum
regum atque regineperfectum est optes libri hujus decurrente E ra M X IIIIa (1014).
A la vuelta del mismo fólio y en el siguiente (421), que es el últim o, están contenidos algunos versos asclepiádeos,
cuyas primeras iniciales vienen á decir literalm ente: Vigila sarracinusque ediderunt era milésima, sibe quarla
decima. Las de la segunda página suenan a s í: O rex genite initium finisque criste ingenite p a tris lumen m artini
sanctissimi atrium tuere ac s a lid monacorum agmen. E n castellano significa, poco más ó m énos, esto’: «Oh rey
engendrado, principio y fin. Oh Cristo, luz del Padre no engendrado, defiende el monasterio del m uy santo varón
Martin y salva la comunidad de sus religiosos.»
También al m árgen de la página postrera, interpretando la fecha de este códice, puesta en u na de las últim as
estrofas de los versos con que acab a, pueden leerse con alg ú n trabajo tales palabras, escritas sin duda alg u n a en el
siglo x: I d esty E ra D C CC C LX X VIa ab incarnatione domini visque presentem annum intrinsecus esse impressa
scitoen E r a . Lo cual viene á ser una advertencia del autor para que los lectores observen que en aquellos versos,

Actus esl liber era lalens enim hic


terterna duda centena in calculo
recle decies septem annipariler, etc.

está envuelta la fecha del códice Albeldense ó Vigilano.


Con esto damos por concluido nuestro trabajo histórico-descriptivo del excelente m anuscrito de Albelda; y daría­
mos además por bien empleados nuestros desvelos en comprender y descifrar su contenido precioso y las no pocas
frases y abreviaturas difíciles, así numéricas como características, si con ellos hubiera de despertarse la afición á
estos estudios, con los cuales muchos hombres serian infinitam ente más felices que lo son en los caminos de la
ambición y de la sed de mando y sangre que vienen á constituir la muerte de las naciones, y arrojarían de paso
nueva luz y resplandor sobre la historia, el honor y la independencia de España.

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