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León Olivé
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En este trabajo utilizaremos el concepto de “multiculticulturalidad” como descriptivo de la realidad de
los países latinoamericanos, y de la mayor parte de los países del mundo, así como de la sociedad global,
en el sentido de que en ellas conviven grupos humanos con diferentes culturas. Los conceptos de
“interculturalidad” y de “relaciones interculturales” se utilizarán para referirse a las interacciones que de
hecho ocurren entre grupos con culturas distintas. Por “interculturalismo” entenderemos una posición
política, ética y jurídica, que considera que deben establecerse en la sociedad global y en cada país,
determinadas condiciones que garanticen el desarrollo económico, social y cultural de cada pueblo y cada
grupo humano con una cultura propia, con respeto a su autonomía y por consiguiente mediante las formas
que cada pueblo decida, pero donde al mismo tiempo se propicie y fomenten interacciones respetuosas y
constructivas entre todos esos grupos, de manera que todos se enriquezcan del intercambio con los demás.
Por esta razón hablamos de un modelo de sociedad intercultural, o modelo interculturalista, como un
modelo que sea útil para guiar las acciones y la toma de decisiones de todos los agentes involucrados:
funcionarios de los estados, de organismos y agencias internacionales, así como dirigentes y miembros de
los diferentes pueblos y comunidades con culturas diversas.
Agradezco a Claudia Ituarte sus muy valiosos comentarios a una versión previa de este trabajo.
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Los conceptos de “cultura occidental” y de “sociedad occidental” ciertamente son muy generales y
vagos, pero los utilizaremos, de esa manera general, para referirnos a la cultura dominante en el planeta,
cuya concepción del mundo es principalmente científico-tecnológica y cuya economía es básicamente la
de mercado que se ha impuesto globalmente. En este sentido, no hay una oposición entre una “cultura
occidental” y una, digamos, “oriental”. En este sentido, China y Japón, en tanto sociedades con
economías de mercado y que están insertas en el mercado global, forman parte de la “sociedad
occidental”. El contraste que nos interesa señalar es más bien entre la “cultura” y la “sociedad
occidental”, y las culturas tradicionales que existen en prácticamente todos los continentes del planeta,
notablemente las de los pueblos originarios de América Latina.
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culturales cuenten con las condiciones adecuadas para su desarrollo económico y social
mediante formas aceptables para cada uno de ellos, en pleno ejercicio de su autonomía.
Para esto es necesario que las políticas públicas con respecto a los pueblos
indígenas vayan más allá de los aspectos puramente “culturales” (lingüísticos, de
costumbres, de folclore, etc.), y atiendan también las dimensiones económicas y
políticas de la problemática de estos pueblos. Entre otros problemas de ese tipo destaca
el saqueo de los recursos naturales y cognitivos que legítimamente pertenecen a esos
pueblos. Por esto urge la discusión y la toma de medidas efectivas para proteger los
derechos de participación efectiva de esos pueblos en la toma de decisiones que afectan
los recursos naturales de los territorios donde habitan, así como los derechos de
propiedad intelectual sobre sus conocimientos, especialmente cuando tienen potenciales
aplicaciones que pueden generar beneficios económicos.
La globalización
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decisiones humanas y por tanto puede encauzarse de diferentes maneras.3 Por eso, en
este sentido, la globalización no debe verse como un fenómeno inevitable que tiene un
único cauce —el que de hecho se ha venido dando—, sino que por el contrario, es un
fenómeno que debe ser orientado por decisiones y acciones humanas, y es un
imperativo ético procurar que sus beneficios alcancen a un mayor número de personas
en todo el mundo.
3
Al respecto véase, por ejemplo, Fernando Broncano, Mundos Artificiales, Paidós, México, 2000.
3
con las demás; este es el ideal del interculturalismo. Ninguna de estas dos posibilidades
es inevitable. Que prevalezca una o la otra dependerá de las acciones que realicen todos
los pueblos y países del mundo, incluyendo los acuerdos a los que lleguen y las políticas
que se sigan, así como las legislaciones que se establezcan nacional e
internacionalmente.
La sociedad del conocimiento
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cambios destaca el desplazamiento de los conocimientos científico-tecnológicos hacia
un lugar central como medios de producción, como insumos en los llamados “sistemas
de innovación”. Los resultados de tales sistemas consisten en productos, procesos,
formas de organización o servicios, que son aplicados para resolver problemas y para
obtener beneficios para algún grupo humano. El concepto de “innovación” tampoco
tiene un significado único, pero la tendencia dominante es a entenderlo en un sentido
economicista y empresarial, de acuerdo con el cual el beneficio que se deriva de las
innovaciones se reduce a uno económico para determinados grupos que invierten en su
desarrollo. Desde otro punto de vista, la innovación puede entenderse como la
capacidad de generar conocimientos y de aplicarlos mediante acciones que transformen
a la sociedad y su entorno, generando un cambio en artefactos, sistemas o procesos, que
permiten la resolución de problemas de acuerdo con valores y fines consensados entre
los diversos sectores de la sociedad que están involucrados y que son afectados por el
problema en cuestión, digamos un problema de salud, de alimentación, o ambiental.
Pero en cualquier caso, las transformaciones señaladas han tenido como
consecuencia que en la sociedad occidental las personas altamente calificadas en cuanto
a sus habilidades para participar en los sistemas de innovación y con un elevado nivel
de conocimientos científicos y tecnológicos, han adquirido un agregado valor
económico en los sistemas de producción, de modo que los procesos económicos
tienden a la explotación de esas habilidades y conocimientos, mientras que la
explotación de mano de obra barata y de recursos naturales ha pasado a segundo plano
como generadores de riqueza dentro de los sistemas dominantes en la economía global.
A partir de fenómenos de este estilo, en las ciencias sociales y en las
concepciones políticas dominantes desde una perspectiva occidental, se considera a la
llamada “sociedad del conocimiento” como la sucesora de la sociedad industrial, con
nuevas formas de organización en la economía, la educación, la política y la cultura, que
condicionan a las relaciones sociales, imponiendo novedosos patrones de injusticia.
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empresas biotecnológicas, las informáticas, las de nuevos materiales, son típicas de
estas economías, y muy pronto estarán en el centro las de nanotecnología,5 y sobre todo
aquellas de la convergencia bio-nano-cogno,6 dejando en la periferia de las economías
llamadas modernas a las industrias transformadoras de materias primas.
Este es otro fenómeno innegable: las economías más potentes del planeta hoy en
día están basadas en esos sistemas de producción. Pero ¿es acertada esta reducción
economicista, o en todo caso es la más conveniente para plantear modelos de desarrollo
económico y social en América Latina? ¿No sería conveniente más bien pensar en
modelos de “sociedades de conocimientos” más amplios, y que sean útiles para diseñar
políticas y estrategias adecuadas para los países latinoamericanos?
Así, frente al concepto economicista de “sociedad del conocimiento”, podría
oponerse otro según el cual se considera que una sociedad de conocimientos es una
donde: a) sus miembros tienen la capacidad de apropiarse del conocimiento disponible y
generado en cualquier parte, b) pueden aprovechar de la mejor manera el conocimiento
de valor universal producido históricamente, incluyendo el conocimiento científico y
tecnológico, pero también los conocimientos tradicionales, que en todos los continentes
constituyen una enorme riqueza, y c) que esa sociedad puede generar por ella misma el
conocimiento que le haga falta para comprender mejor sus problemas (educativos,
económicos, de salud, sociales, ambientales, etc.), para proponer soluciones y para
realizar acciones para resolverlos efectivamente.
Uno de los grandes problemas que han surgido con las transformaciones que
están conduciendo hacia las sociedades de conocimientos es el de la propiedad
intelectual de los conocimientos. En el campo de las ciencias, generalmente se ha
considerado que el conocimiento científico es del dominio público, de libre acceso, y
que puede ser utilizado por quien quiera, con la sola salvedad de reconocer el crédito de
quienes han sido los generadores originales de un conocimiento que se utiliza, por
ejemplo, como base y antecedente para la producción de más conocimiento. En el caso
5
Por “nanociencia” y “nanotecnología” se entiende el estudio, en el primer caso, y el control y
manipulación, en el segundo, de la materia en una escala molecular y atómica. El nombre proviene
precisamente de la escala “nano” en la que se trabaja, no del objeto de estudio o de transformación. Un
nanómetro es la millonésima parte de un milímetro, o sea la mil millonésima parte de un metro.
Las nanociencias y la nanotecnología tratan con estructuras del orden de 100 nanómetros o menos, para
producir objetos o materiales de tales tamaños, y se proponen aplicaciones en una gran variedad de
campos, como la salud, la alimentación, la energía, el ambiente, etc. No constituyen propiamente una
disciplina con cuerpos teóricos y métodos propios, sino más bien requieren de la participación de muchas
disciplinas, como la física, la química, la biología, las ciencias ambientales, etc.
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Se refiere a la convergencia de las biotecnologías, con las nanociencias y las nanotecnologías, así como
con las ciencias cognitivas y sus aplicaciones.
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de las aplicaciones de tipo tecnológico y, sobre todo, en tiempos recientes en las
innovaciones que se pretende colocar en los mercados, los conocimientos que se utilizan
se protegen mediante diversos instrumentos. Entre ellos destacan las patentes, que
otorgan un derecho exclusivo al titular de la patente, quien entonces puede explotar
comercialmente dicho conocimiento en su propio beneficio.
Pero dentro de las formas dominantes de protección de la propiedad intelectual
de los conocimientos, los que han sido generados y preservados por pueblos indígenas o
por otras comunidades que no están insertas en los modernos sistemas de ciencia y
tecnología o industriales, quedan en desventaja. Por ahora no existen formas claras para
reconocer jurídicamente, y para proteger, la propiedad intelectual de la inmensa mayoría
de los conocimientos tradicionales en las legislaciones nacionales e internacionales. Los
sistemas normativos de lo pueblos indígenas por lo general no se reconocen y mucho
menos se obedecen por parte de los agentes externos a dichos pueblos, lo cual
frecuentemente permite que se realice una apropiación ilegítima de dichos
conocimientos, con lo cual no sólo se excluye una retribución justa y equitativa a partir
de su uso para los legítimos propietarios de tales conocimientos, sino que en muchas
ocasiones se patentan o se protegen innovaciones que se basan en esos conocimientos,
haciendo que el beneficio económico recaiga en quienes se apropian de ellos.
De lo anterior se deriva la importancia y urgencia de encontrar formas adecuadas
de protección de la propiedad intelectual de los conocimientos producidos por pueblos
indígenas y otras comunidades. Por esta razón, al establecer las condiciones que debería
satisfacer una sociedad de conocimientos, debe tenerse cuidado de que las apropiaciones
de conocimientos previamente existentes, cuando no son del dominio público, se hagan
con el debido respeto de las formas de propiedad intelectual, y que el nuevo
conocimiento que se genere, por ejemplo por una comunidad indígena, quede también
debidamente protegido.
Lo anterior formaría parte de un modelo de sociedad de conocimientos adecuado
para América Latina, el cual además debería incluir por lo menos estas tres
características: que la sociedad sea justa, democrática y plural. Que sea justa significa
que contenga los mecanismos necesarios para que todos sus miembros satisfagan al
menos sus necesidades básicas y desarrollen sus capacidades de maneras aceptables de
acuerdo con su cultura específica. Esto significa un reconocimiento de la diversidad
cultural y de la necesidad de respetar y fortalecer cada una de las culturas (lo que
constituye la característica de pluralidad). La tercera característica sería que la toma de
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decisiones y las acciones se realicen mediante una participación efectiva de
representantes legítimos de todos los grupos sociales involucrados y afectados en la
formulación de los problemas y en las resoluciones para implementar soluciones (esta
es la democracia participativa).
Este concepto resulta más prometedor para plantear sociedades de
conocimientos en el horizonte de los países latinoamericanos, con la capacidad de
apropiarse, distribuir, generar y usar el conocimiento para la mejor comprensión de los
problemas sociales, para la propuesta de su solución, y para actuar en consecuencia, con
el debido reconocimiento y con garantías de retribución justa a los pueblos y
comunidades que han cultivado conocimientos tradicionales con base en los cuales se
obtienen beneficios económicos.
Es importante subrayar, como se ha insistido con frecuencia, que en sentido
estricto todavía no existe una sociedad del conocimiento, de acuerdo al concepto
dominante, sino que éste más bien se refiere a un modelo de sociedad que está en
construcción. Están en construcción tanto el modelo como la sociedad misma, aunque
muchos de los rasgos de esa sociedad ya se encuentran en el presente, y no sólo en los
países más avanzados económicamente, sino en muchos otros con mayor rezago y
desigualdades económicas. Vivimos, pues, en una sociedad en transición. Ésta es quizá
una de las grandes novedades de la historia: ahora somos conscientes de vivir en la
transición a un tipo de sociedad distinto, y eso nos impone mayores responsabilidades,
porque tenemos la capacidad de encauzar los cambios de una o de otra manera. Pero a
diferencia de otros grandes cambios históricos, de la revolución industrial por ejemplo,
los que ahora vivimos afectan prácticamente a todo el mundo. Por ejemplo, un indígena
de la sierra de Oaxaca en México puede estar sembrando maíz transgénico sin saberlo,
sin ni siquiera saber qué es eso, y sin tener los elementos para juzgar sus posibles
ventajas y riesgos.
Por otro lado, el hecho de que los sistemas de producción que generan mayor
riqueza en términos económicos en el contexto de la globalización y de la sociedad del
conocimiento sean los que explotan el trabajo intelectual altamente calificado de
acuerdo con criterios científicos y tecnológicos, no implica que a nivel mundial los
recursos naturales se vuelvan poco importantes. Por el contrario, lo que ha ocurrido es
que se han profundizado las desigualdades y las relaciones de dominación, y se ha
dibujado un patrón en el que los países del norte asedian y despojan a los del sur de sus
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recursos naturales, y muchas veces cognitivos (como los conocimientos tradicionales),
mientras ellos se concentran en el desarrollo de nuevos conocimientos y tecnologías,
cuyos beneficios rara vez alcanzan a los países y pueblos marginados.
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de los pueblos amazónicos ni de su derechos sobre tal conocimiento, sino porque el
Herbario de la Universidad de Michigan ya tenía registrada la planta antes del
otorgamiento de la patente.7
Como lo ilustra este ejemplo, tales procesos por lo general obedecen a intereses
comerciales de los grupos y empresas dominantes, y en ellos no se consideran las
formas de entender el conocimiento desde el punto de vista de cada cultura que se
encuentran en la sociedad global actual. Para los pueblos y culturas tradicionales los
conocimientos desempeñan muy diversos papeles en su forma de comprenderse a sí
mismos, su lugar en el mundo y sus relaciones con la naturaleza. En muchas ocasiones
esas formas de comprender y utilizar los conocimientos nada tienen que ver con su
explotación comercial en términos del sistema capitalista global. Pero en otros casos,
pueblos y comunidades pueden considerar apropiado obtener beneficios económicos a
partir del uso de sus conocimientos, para lo cual es imperativo que éstos queden
debidamente protegidos y se garantice la retribución justa para sus legítimos poseedores
a partir de su comercialización.
De lo anterior se deriva la importancia de analizar la problemática de la
protección jurídica de los conocimientos tradicionales, así como de recursos naturales,
incluyendo los genéticos, en el contexto de las presiones que imponen la globalización y
el tránsito hacia las sociedades de conocimientos, lo cual debe hacerse tomando en
cuenta la diversidad cultural del planeta, es decir, el hecho de que en él conviven grupos
humanos cuya concepción del conocimiento, de sí mismos, y su manera de entender y
de relacionarse con la naturaleza, así como con otros grupos humanos, son muy
diferentes, y que para muchos de ellos prevalecen valores que no son reductibles a los
comerciales y económicos que se han impuesto en las culturas occidentales. Para esto
debe tomarse en cuenta, también, que la mayoría de las diferentes culturas tienen una
normatividad jurídica que difiere de las legislaciones que se han impuesto en occidente.
Esto plantea problemas no sólo de orden jurídico y cultural, sino también económicos y
políticos.
En América Latina, hasta ahora las políticas públicas con respecto a los
pueblos indígenas han seguido la tendencia a ver sus problemas como puramente
“culturales”, es decir, sin atender sus dimensiones económicas y políticas —por
ejemplo, sin preocuparse mayormente por el saqueo de los recurso naturales y
7
Este caso se presenta con mayor detalle en el módulo 3 de este curso, donde se ofrecen las fuentes.
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cognitivos que legítimamente pertenecen a esos pueblos—, o bien a reducirlos a un
problema sólo de “pobreza”, como si ésta no fuera un término de una ecuación, en cuyo
otro lado se encuentra la injusta distribución de la riqueza; es decir, la pobreza no es un
fenómeno aislado del resto de las relaciones sociales y económicas, y plantea sobre todo
una cuestión de justicia social. Estas relaciones también influyen en lo que es
considerado como conocimiento y en lo que queda excluido de esta caracterización. Así,
muchas veces los conocimientos tradicionales suelen ser considerados como
“pseudoconocimientos”, o en el mejor de los casos meramente como
“protoconocimientos científicos”, y bajo la excusa que desde una perspectiva científica
se les dará un auténtico fundamento, se intenta legitimar la apropiación indebida de
ellos. Otras veces se considera que los conocimientos tradicionales, por ser colectivos,
son del dominio público y por tanto quienes los crearon y los han preservado no reciben
el debido reconocimiento y, en su caso, una retribución justa.
Por una sociedad justa, nacional o internacional, se entiende una donde se han
establecido los mecanismos que garantizan las condiciones y la distribución de bienes y
de cargas de modo que se satisfagan las necesidades básicas de todos sus miembros,
siempre y cuando los planes de vida para los cuales son básicas esas necesidades sean
compatibles con la realización de los planes de vida de los demás miembros de la
sociedad (en el presente o en el futuro), es decir, que sean necesidades básicas legítimas;
y además que garantice la posibilidad de que todos sus miembros realicen sus
capacidades y proyectos.8
Con fundamento en esta noción es posible defender la necesidad de establecer
mecanismos sociales de distribución de bienes que aseguren el acceso a los recursos
materiales por parte de los pueblos en sus territorios tradicionales de manera que
garanticen la satisfacción de las necesidades básicas de sus miembros, el desarrollo de
sus planes de vida, así como de mecanismos que, en su caso, compensen o asignen
diferencialmente recursos a favor de los pueblos o de las culturas que están en el lado
desventajoso de las desigualdades sociales.
Entre esos mecanismos destacan los que aseguren la protección de los
conocimientos tradicionales, así como la posibilidad de generar nuevos conocimientos
8
Cf. León Olivé, Interculturalismo y Justicia Social, UNAM, México, 2004.
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para la resolución de problemas, de acuerdo con las visiones del mundo y los valores de
cada pueblo.
En este marco cobran sentido las tesis que se enuncian a continuación, como
constitutivas de un modelo de sociedad de conocimientos multicultural justa, o de un
modelo interculturalista, que permitiría el acceso de todos los sectores sociales a los
beneficios del conocimiento, tomando en cuenta el carácter multicultural de la sociedad
global y de la latinoamericana en particular, por lo cual las políticas públicas deberían
orientarse con base en un modelo de sociedades de conocimientos que respete y
fomente la diversidad cultural y garantice la preservación y florecimiento de las
diferentes culturas, es decir con base en un modelo interculturalista.
1.- Derechos económicos de los pueblos: acceso al conocimiento y a la toma de
decisiones.
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eventualmente pueden comercializarse, para lo cual es necesario vigilar que exista la
debida protección de la propiedad intelectual.
d) Pero más aún, no sólo habría que garantizar la participación de los pueblos
en la toma de decisiones y, en su caso, en el usufructo de las materias primas
de sus territorios, sino en las formas mismas de producción y
aprovechamiento de conocimiento para la explotación de los recursos
naturales, mediante formas coherentes con sus cosmovisiones, valores,
estilos de vida y maneras de relacionarse con el ambiente.
Se trata desde luego de una compleja empresa política que será acertada y
legítima sólo en la medida en que resulte de una genuina concertación de los variados
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intereses sociales, o sea donde se logren consensos mediante la participación ciudadana
de todos los sectores interesados. Pero las transformaciones políticas requieren de una
orientación para saber hacia dónde caminar, partiendo de un diagnóstico adecuado de la
situación actual. Ese es el papel fundamental de los modelos de sociedad que
actualmente es indispensable construir, como el modelo interculturalista que aquí hemos
esbozado, en función de los cuales deberían realizarse las reformas políticas y jurídicas
que garanticen la protección y uso legítimo de conocimientos tradicionales.
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