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Guacacaya: Inicio
cuando un objeto es “nombrable”; en ese sentido, para que algo exista (significante)
debe “atribuírsele” una explicación que dé cuenta de su esencia (significado): sólo debo
decir “árbol”, por ejemplo, y tendré a ciencia cierta una referencia concreta a lo que
pueda referirme.
Sin embargo, la lengua fue una cuestión de reemplazamiento que desplazó con la
tus riveras y tu cuerpo; no sé si tus misterios pueden amarrarse a los conceptos para que
¡Que pierdan su tiempo los lingüistas! Esperanzados, creerán que con la lengua,
limitada y cenil, serán dioses y podrán poseerte… pero están lejos… muy lejos de
hacerlo….
John H. Cuellar A.
Antología.
Guacacaya: Intermedio
John H. Cuellar A.
Antología.
Guacacaya: Final
John H. Cuellar A.
Antología.
El Estrecho de Guacacaya
John H. Cuellar A.
Antología.
La Parca de Guacacaya
John H. Cuellar A.
Antología.
*Irpasi Quirspikay
y en cuerpos lacerados
John H. Cuellar A.
Antología.
Taykaquillanaja (En Aymara: Madre de las Cenizas).
y de pronto se hallan
A veces, la historia tiene recovecos que no son tenidos en cuenta dentro de la cronología
oficialista… algunas veces sucede por azar y otras veces por la conveniencia de los
cronistas.
Dicen que aquella noche de 1550, cuando culminó la ejecución de Dulima, Andrés
López de Galarza se dirigió a sus aposentos mientras disipaba los malos pensamientos,
so pretexto de callar sus propios miedos y acongojar el sueño en tan violenta noche.
Cuando la guardia española abandonó la plaza de Santa Librada, una de las dolientes se
acercó a las cenizas, cargando consigo ortiga, caléndula, mirto y las lágrimas que salían
John H. Cuellar A.
Antología.
Una fuerte ventisca levantó del suelo todo el adoquín de aquella combustión y se
…Galarza dormía, y en los parajes de sus sueños se vio a sí mismo en la estepa malva
retumbaba en los oídos; estaba allí, en medio de sus propios abismos contemplando el
Los gritos despertaron a todos en la casa: Galarza nunca había sufrido de malos
despertares, mucho menos de pesadillas; dicen que desde esa noche, se repetían
constantemente los gritos de terror que le quitaban el sueño, al punto que fue perdiendo
cuando murió, una marca insondable en sus fétidos cuencas mostraba, que aún muerto,
nunca pudo volver a cerrarlos; el castigo fue mucho peor de lo que imaginaron: Debía
verse arder a sí mismo, en una hoguera consumada hasta que sus ojos se volvieran
cenizas…
John H. Cuellar A.
Antología.
Soneto a las cenizas
de semblantes y recuerdos
A la Cacica Dulima.
John H. Cuellar A.
Antología.
Photopahxsi (En Aymara: Ojo de fuego)
John H. Cuellar A.
Antología.
Irpasi Quirspikay: Tayka Guatipán.
“No sé hasta dónde irán los pacificadores con su ruido metálico de paz (…)”
Mario Benedetti.
La pacificación fue una de las tareas más arduas e inexploradas por los colonos;
que vieron culminar su existencia ante la indómita idea de domar lo que por
antonomasia, es indomable…
cuando la región alta del Huila fue recuperada por los hijos de la selva y todos
abruptamente; el crimen, que tantos desvelos le trajo consigo, salía del rincón de
innecesaria derramada era para los de su clase, una práctica necesaria, porque
ante tanto indio desalmado, la unción de la cruz y las llamas eran la mejor
solución, por eso Añasco se sabía tan complaciente; pero sus peores temores se
la pulsión de muerte, que en algún instante le llegaría… las palabras que escuchó
eran ecos que le taladraban la conciencia, los lamentos de aquella doliente eran
Ahora, los gritos lo tomaban por sorpresa y su pavor entonces fue más evidente.
La silueta de mujer se apareció nuevamente ante él, y supuso que de esa forma
John H. Cuellar A.
Antología.
un halo infinito de obscuridad, se destacaban las antorchas parpadeantes que
las pupilas del reo y en un mortal movimiento, sus ojos perdieron todo el brillo
Añasco; muchos cronistas, Castellanos por ejemplo, hacen mención de que este
tierras americanas…
Timaná y Pitalito, pueden escucharse aún los ecos que hablan desde lo
A la Cacica Gaitana.
John H. Cuellar A.
Antología.
Petroglifos
John H. Cuellar A.
Antología.
DÉCADAS HUMANAS.
La ciudad letrada
John H. Cuellar A.
Antología.
¿Ad majorem gloriam dei?
John H. Cuellar A.
Antología.
Soneto a las cenizas (II)
y de la desbocada persecución,
John H. Cuellar A.
Antología.
Entre la luz y la noche
John H. Cuellar A.
Antología.
Alejandría y las cenizas
John H. Cuellar A.
Antología.
De la lingüística y otras complejidades
John H. Cuellar A.
Antología.
El hombre y sus fantasmas
John H. Cuellar A.
Antología.
Cronología y Oficialidad
John H. Cuellar A.
Antología.
El curso de la memoria
y en lo torrencial se incrustan
John H. Cuellar A.
Antología.
Décadas humanas
si la inteligencia ha declinado?
John H. Cuellar A.
Antología.
ALEGORÍAS Y FICCIONES
John H. Cuellar A.
Antología.
Los laberintos de Borges
John H. Cuellar A.
Antología.
Las Violetas de Vargas Vila
John H. Cuellar A.
Antología.
Los Versos malditos
John H. Cuellar A.
Antología.
El Exilio de Jattín
John H. Cuellar A.
Antología.
¿Cómo se escribe un poema
contra la poesía?
contra la poesía?
¿Destruyendo la gramática
en forma y significado?
con la morfología?
¿dios es un plano
superestructural?
¿Preguntando al lapicero
¿A la modorra
¿A la palabra
¿A las editoriales
contra la poesía?
mi virtud no es la poesía
John H. Cuellar A.
Antología.
Eso de la Poesía
sea en el poema
o sea en el campo
palabras y sentimientos.
el reconocimiento de escribir
John H. Cuellar A.
Antología.
Epitafio al Desaparecido.
de un epitafio sanscrito
John H. Cuellar A.
Antología.
La Paradoja de lo Animal
luciferiano esgrimido:
John H. Cuellar A.
Antología.
Lo que pienso
y de nobles pensamientos
Pienso en tu rostro
y me ilumina tu semblante
o reafirmas mi maldición?
salvarme o consumirme,
y de nobles pensamientos
John H. Cuellar A.
Antología.
Letanías de un amor imposible
Si al conmensurar el sendero,
¿Vacilante o resignada?
John H. Cuellar A.
Antología.
Un tallo tierno entra en tus uñas
pero espera…
y muere la rosa,
John H. Cuellar A.
Antología.
PALABRAS PERDIDAS
Una airosa combustión de azufre se percibe en el camino a las ruinas de algún lugar
algún santo bíblico que honra con su presencia, la vida postrera de aquellos que se
encomiendan a sus favores para hacer menos doliente y miserable su trasegar por el
mundo.
Sin embargo, dichas figuras parecen, no sólo tener la custodia de las autoridades
morales y clericales que se desviven por el sostenimiento de sus cuerpos, sino del
mismo dios, que dando pie a su inagotable benevolencia enfermiza, parece vigilarlas
con fehaciente necesidad en el tributo de flores disecadas y súplicas del que se adornan.
Pero dios, tan imperfecto y tan limitado, descubrió que hasta el mármol se funde cuando
del que tanto los hombres hacían alarde, se fundió en un letargo junto a las aguas y la
perdido…
Hoy en día, siguiendo el sendero pedregoso a las ruinas, puede verse un atrio silencioso
en ángulo perpendicular a la cruz, donde un Cristo sigue crucificado, pues a pesar del
magma arrasador, aún pueden verse los ecos de las voces del tiempo pero con una
extraña particularidad: el cristo, viéndolo de cerca, parece tener un tizne grisáceo, casi
John H. Cuellar A.
Antología.
A la Deriva
En una tierra remota, donde los torrentes de la mar cubrían el lecho inhóspito de la
arena, moraba un despojo humano; su vida, que ahora parecía más bien un intersticio
repugnante del tiempo detenido, era el trasegar de lentas puntilladas por su cuerpo.
Solía divisar el espeso horizonte azulado, a veces verdoso, a veces amarillo quemado, a
veces rojo arterial, por donde veía la muerte del ocaso en los días más indómitos y se
percataba de la entrada obscura del manto nocturno que en ocasiones daba de lleno en el
Lo extraño del caso es que no había forma de explicar su presencia en esa tierra de
nadie, en ese sepulcral silencio que le anunciaba los pasos de una muerte errante,
acechándolo a cada instante; nunca esperó a ser rescatado ni que su nombre apareciera
como prioridad para ser encontrado por alguna tripulación que por azares de la marea o
de las borrascas, lo pusieran allí frente a ellos; sabía de antemano que en esa tierra de
nadie, que como naufrago de algún barco de guerra traicionero, que como trashumante,
del que quedaban conchas y corales muertos en las riberas de sus arenas.
se percibía una máscara roja tallada en cedro y, como era de suponerse, esperaba a ser
abierta.
La extraña respuesta se dio, cuando abierta sin más ni más, el cuerpo del harapiento
Dicen algunos que las expediciones han encontrado muchos trashumantes despojados
John H. Cuellar A.
Antología.
de su aliento vital en la ribera de los mares… sin embargo, yo sigo aquí, en la isla
ignota de mis ecos, esperando a que leve el ancla alguna embarcación o que de la
John H. Cuellar A.
Antología.
Palabras sin rumbo
John H. Cuellar A.
Antología.
EL SI-LENCIO DEL OCOBO
Entre tanto convexo y tanta efusión de prismas, los semblantes son ausencias;
en el camino se marcan nociones y senderos pero hay que cruzarlo con los pies
desnudos.
y al final
…Lánzala fuerte
desgarró a gritos la vida del tirano/ en el tono donde se escuchan los lamentos.
John H. Cuellar A.
Antología.
A propósito de Bemoles y Sostenidos
John H. Cuellar A.
Antología.
La Soledad en Mi (mismo) menor
John H. Cuellar A.
Antología.
El llanto de Do-lores.
John H. Cuellar A.
Antología.
El pleonasmo de Fa
John H. Cuellar A.
Antología.
Instrucciones para planear en La menor.
John H. Cuellar A.
Antología.
El Si-lencio del Ocobo.
John H. Cuellar A.
Antología.
Entre pactos, notas y acordes
es un tributo a su existencia;
John H. Cuellar A.
Antología.