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PETROGLIFOS

Guacacaya: Inicio

La Lingüística, como estudio formal y concreto de códigos comunicativos, pone de

relevancia las tipologías de la lengua, de tal manera que se presume de invención

cuando un objeto es “nombrable”; en ese sentido, para que algo exista (significante)

debe “atribuírsele” una explicación que dé cuenta de su esencia (significado): sólo debo

decir “árbol”, por ejemplo, y tendré a ciencia cierta una referencia concreta a lo que

pueda referirme.

Sin embargo, la lengua fue una cuestión de reemplazamiento que desplazó con la

barbarie morfológica, gramatical y sintáctica, a los lenguajes ocultos en los parajes

indivisibles del hombre; el conocimiento constante que dormita dentro y fuera de sí

mismo que le dan sentido a un sinnúmero de reflejos y sapiencias, comienza a desbordar

cualquier forma posible de encasillamiento y se refleja en hechos amplios de momentos

donde se prescinde de lo nombrable y el saber oculto se hace visible, sabiéndolo buscar

en las brumas, los ocasos y las alboreas.

Guacacaya, pienso en tu nombre y me desvela tu esencia; me hago soluble y me

alimento de tus torrentes de vida; habito las riveras de tu cuerpo y penetro en lo

profundo hasta desvanecerme en tu lecho.

No sé si la lengua me restrinja nombrarte; no sé si en un diccionario caben tus helechos,

tus riveras y tu cuerpo; no sé si tus misterios pueden amarrarse a los conceptos para que

labios enciclopédicos hagan alarde de tus reflejos.

¡Que pierdan su tiempo los lingüistas! Esperanzados, creerán que con la lengua,

limitada y cenil, serán dioses y podrán poseerte… pero están lejos… muy lejos de

hacerlo….

John H. Cuellar A.
Antología.
Guacacaya: Intermedio

Los años espabilan en cada alborea

ignotos pasos se abren por los surcos

de antaño reside del mundo

el saber vital de toda Panacea

entre cantos de yaravíes y capulíes

azuzando las plumas/alzadas al vuelo

de los néctares bebidos por el colibrí

en la tierra de la serpiente recorro el suelo

ojos vespertinos en el fragor del follaje

contemplan el nacimiento de nuevos lenguajes

irreductibles manchas del tiempo

arden en la piel como marcas silentes

saberme presente/ pero huraño

consciente/ pero inadmisible…

John H. Cuellar A.
Antología.
Guacacaya: Final

Entre las brumas que cobijan las peñas

y el cielo que imanta el pensamiento

surco de los aires/ volador que enseña

cóndor palpitante/ hijo del viento.

De la entraña más voluble has nacido

hilvanando los senderos, has trasegado

posado ante el umbral del sosiego

con la esperanza siempre bajo el manto

¿Cuál es el tramo obtuso

por el que fluye el pensamiento?

muy claro o muy confuso

para el hombre es poco entendimiento

aún en su obra no contempla

hacerse etéreo y pulular sin penas…

John H. Cuellar A.
Antología.
El Estrecho de Guacacaya

¿Qué lenguaje cimenta la roca

en su áspero matiz impenetrable?

¿Cuál es su irreverente forma

que equilibra las fuerzas en tan sutil templaje?

Aún piensan los antropólogos

de levi-strauss y los estructurales

que de todo peldaño del lenguaje

se debe focalizar siempre en el humano

pero algo han descuidado/su labor no se los dijo

que el centenio y el milenio

en las rocas se han inscrito

y allí el misterio de la palabra aguarda

que hecha caudal y espuma arrasante

es fuerza desbordante/ sortilegio y esencia macabra.

Al pueblo de San Agustín, Huila.

John H. Cuellar A.
Antología.
La Parca de Guacacaya

Supongo de los intersticios más vitales

que en lo ignoto de las aguas

hay historias/ resuenan ecos inhabituales

de seres trashumantes que algunas veces hablan

sus saetas son cantos de dolor

retumban los llantos secos

impávidos a cualquier clamor

los verdugos hicieron su estruendo

sólo resta, del caudal escuchar plenamente

mientras que el olvido no sea complaciente

un alud de versos diluidos

harán inquietar muchos oídos

para que esas voces ocultas en el letargo

ponga la memoria siempre, su semblante en alto.

John H. Cuellar A.
Antología.
*Irpasi Quirspikay

De aquel suceso repentino

de Colón y sus allegados

la historia se reescribió en gritos

y en cuerpos lacerados

imantada del candor del jaguar

alzada al vuelo como el trasegar del cóndor

Dulima, aprendiz de chaman y alquimista

guerrera infalible de codo a codo

¿Es la verdad una revelación/ una epifanía

o tan sólo un manojo de alegorías?

¿Fue la cruz, la espada y el yelmo

el vetusto signo de lo “nuevo”?

la incertidumbre fue una opción que heredamos;

la negativa a pensar que todo nos sería dado…

* En Aymara: Caminante de la libertad.

John H. Cuellar A.
Antología.
Taykaquillanaja (En Aymara: Madre de las Cenizas).

“(…) cierran los ojos sobre su fatiga

y penetran incautos en el sueño refugio

la sorpresa es que allí nunca hubo indultos

ni despensas ni olvidos ni fronteras

y de pronto se hallan

con que el lugar del crimen

los espera implacable

en el vedado de sus pesadillas (…)”

Mario Benedetti. El Lugar del Crimen.

A veces, la historia tiene recovecos que no son tenidos en cuenta dentro de la cronología

oficialista… algunas veces sucede por azar y otras veces por la conveniencia de los

cronistas.

Dicen que aquella noche de 1550, cuando culminó la ejecución de Dulima, Andrés

López de Galarza se dirigió a sus aposentos mientras disipaba los malos pensamientos,

so pretexto de callar sus propios miedos y acongojar el sueño en tan violenta noche.

Cuando la guardia española abandonó la plaza de Santa Librada, una de las dolientes se

acercó a las cenizas, cargando consigo ortiga, caléndula, mirto y las lágrimas que salían

de su rostro; una vez cerca, pronunció:

Irpaso Quirspikay… ¡Taykaquillanaja, Taykaquillanaja, Tayka-quilla-naja!

John H. Cuellar A.
Antología.
Una fuerte ventisca levantó del suelo todo el adoquín de aquella combustión y se

esparció por todo el aire…

…Galarza dormía, y en los parajes de sus sueños se vio a sí mismo en la estepa malva

de la selva, al acecho de ojos enardecidos mientras el grito ensordecedor de la muerte le

retumbaba en los oídos; estaba allí, en medio de sus propios abismos contemplando el

pontoso silencio que lo devoraba lentamente…

Los gritos despertaron a todos en la casa: Galarza nunca había sufrido de malos

despertares, mucho menos de pesadillas; dicen que desde esa noche, se repetían

constantemente los gritos de terror que le quitaban el sueño, al punto que fue perdiendo

la congoja y comenzó ese grave insomnio generado de sus propios pavores…

cuando murió, una marca insondable en sus fétidos cuencas mostraba, que aún muerto,

nunca pudo volver a cerrarlos; el castigo fue mucho peor de lo que imaginaron: Debía

verse arder a sí mismo, en una hoguera consumada hasta que sus ojos se volvieran

cenizas…

John H. Cuellar A.
Antología.
Soneto a las cenizas

Hoy tu cuerpo es sustancia etérea

inhabitual fuerza/descomunal combustión

pero yaces en mi memoria, férrea,

como el son danzante de una canción

¿no deja en claro la situación

que el verdugo de yelmo, espada y cruz

tuvo que pagar con cada unción

su mísera existencia hasta el ataúd?

de tu hazaña las historias

de tus labios, vivas palabras

de semblantes y recuerdos

herencia hicimos/palabra y verbo

tal vez porque de las cenizas

resurgirá tu canto/ saeta de prisma

A la Cacica Dulima.

John H. Cuellar A.
Antología.
Photopahxsi (En Aymara: Ojo de fuego)

El manto incólume de la noche

llama la sombra errante de su cuerpo

se dibuja su rostro en el firmamento

mientras tiritan los astros en lo celeste.

Se ha completado el pacto maléfico

abierto el sello, se invoca su presencia

guardiana macabra de demonios

es faro incandescente que los pasos lleva

¿es tu cuerpo soberano deseo

o tus miradas un sutil anhelo?

si al compás unísono me desvelo

estas notas difusas oigo con recelo

melómano empedernido de tantos ecos

que cantan en el sepulcro junto a los muertos.

John H. Cuellar A.
Antología.
Irpasi Quirspikay: Tayka Guatipán.

“No sé hasta dónde irán los pacificadores con su ruido metálico de paz (…)”

Mario Benedetti.

La pacificación fue una de las tareas más arduas e inexploradas por los colonos;

en tan arriesgada empresa, sucumbieron miles de expediciones y tripulaciones

que vieron culminar su existencia ante la indómita idea de domar lo que por

antonomasia, es indomable…

cuando la región alta del Huila fue recuperada por los hijos de la selva y todos

los escuadrones españoles sitiados, se dice que Pedro de Añasco meditaba

abruptamente; el crimen, que tantos desvelos le trajo consigo, salía del rincón de

sus pesadillas y se mostraba ante él, en un cuadro difícil de evadir… la sangre

innecesaria derramada era para los de su clase, una práctica necesaria, porque

ante tanto indio desalmado, la unción de la cruz y las llamas eran la mejor

solución, por eso Añasco se sabía tan complaciente; pero sus peores temores se

empezaron a confirmar paulatinamente: sabía que los ojos enardecidos de

aquella mujer vista en la espesura de la selva le hablaban en códices similares a

la pulsión de muerte, que en algún instante le llegaría… las palabras que escuchó

eran ecos que le taladraban la conciencia, los lamentos de aquella doliente eran

afrentas que no podía circunscribir a los lamentos que escuchaba comúnmente:

había algo en ella que lo hacía preocuparse mucho más allá…

Ahora, los gritos lo tomaban por sorpresa y su pavor entonces fue más evidente.

La silueta de mujer se apareció nuevamente ante él, y supuso que de esa forma

llegaba su final abrupto.

Ante el estupor de un redoblar seco de los tambores, la noche iba llegando y en

John H. Cuellar A.
Antología.
un halo infinito de obscuridad, se destacaban las antorchas parpadeantes que

conjuraban el ritual para el despojo de las almas.

Principiando el ritual, la silueta de mujer cobró esbeltez y se acercó hasta divisar

las pupilas del reo y en un mortal movimiento, sus ojos perdieron todo el brillo

mientras su cabeza se desprendía sutilmente del torso que la sostenía… el

patíbulo se abrió, el sello invocado reclamó la sangre y al unísono canto, la

silueta despareció, llevando consigo su nuevo trofeo…

algunos antropólogos han buscado sin remedio el paradero de la cabeza de

Añasco; muchos cronistas, Castellanos por ejemplo, hacen mención de que este

acontecimiento sólo refleja el comportamiento malsano de los aborígenes para

evitar que la cronología y la oficialidad menoscaben el “esfuerzo” de Europa en

tierras americanas…

sin embargo, si se sigue la ladera de Guacacaya, en los albores de la selva de

Timaná y Pitalito, pueden escucharse aún los ecos que hablan desde lo

recóndito... las siluetas son difusas, el entendimiento es limitado… grita aún

Añasco y Guatipán lo ausculta para proferirle tortura en su letargo…

A la Cacica Gaitana.

John H. Cuellar A.
Antología.
Petroglifos

El arrebol de la palabra ha surgido

su estridencia llama un tenue candor

inscrita por siglos en el tiempo

estribillo de un misterio mayor

la historia de lo humano trae consigo

en el lenguaje de las piedras perdurará

asemejar lo real sin quedar imbuido

discurso y objeto/abierto al final

¿Soy el resultado de la existencia

o tan sólo representé mi sosiego?

estos oblicuos trazos son recurrencia

del saber profano arrebatado al viento

y si de dioses alguna vez se tuvo certeza

su sangre serán estas palabras/ talladas en lo oculto de la espera…

John H. Cuellar A.
Antología.
DÉCADAS HUMANAS.

La ciudad letrada

En el auge de tan susodicha empresa

se reformaron muchas expresiones;

acopios humanos sin destrezas,

fundados de lenguajes con determinaciones

Impuesta fue la esencia de la palabra,

con sangre su cuerpo se revistió;

anaqueles de embelesados paradigmas

fue el orden que le legisló

oh, ciudad letrada, “encarnas perfección”,

impones tus miradas en réplica unción

¿quedarte sin alma fue vacilación

y entregarte servil a la efímera desazón?

allí seguirás enclaustrada/ imbuida y atestada

de tus propias “academias”/ exhibida y ultrajada.

John H. Cuellar A.
Antología.
¿Ad majorem gloriam dei?

Las marcas obtusas del tiempo

han dejado heridas abiertas

torrentes de sangre coagulada

reflejan la fatal existencia

a la gloria del creador

hay que atribuirle algo de culpa

aún la presencia soterrada de la cruz

siembra terror por donde llega

¿fue la metafísica una virtud

o tan sólo una postrera condenación?

dejo a la historia responderse esta cuestión

pero intuyo algo de su silencio:

arden las llamas de la Inquisición

de un dios tirano, villano y soberbio…

John H. Cuellar A.
Antología.
Soneto a las cenizas (II)

Los autos de fe quisieron expiar pecados

tal vez dios nunca fue la respuesta

pero su voluntad se hacía en la tierra

a ojos ciegos y con muchos de rodillas

fueron muchos los secularizados

muchas las sentencias de que fueron objeto

impío, pagano, hereje fueron señalados

al compás de este torturado milenio

a pesar de las flameantes hogueras

y de la desbocada persecución,

los inquisidores dejaron percibir la debilidad de dios

faltaron centenios para ser revelado:

que dios moría/ su cuerpo se incineraba

ante los ojos monarcas / con los miles de torturados…

John H. Cuellar A.
Antología.
Entre la luz y la noche

Sucumben los gorjeos a un tenue silbido

cesa la noche despiadada sin fulgor

entre asfalto y guillotinas /piensa el verdugo

se entreteje tan loable labor

desorbitados los ojos/ buscan respuesta en lo infinito

porque el más acá es un témpano cruel

presente adverso: soneto maldito

que encarna el peso de la hiel

cognoscere ad hominem/ extraña ecuación

espíritu escéptico destruye los conceptos

ni academias ni centros de represión

afanosas destruirán sus credos

incertidumbre/ largo tiempo de sapiencia

dudas cruciales/ largo albor de la desobediencia…

John H. Cuellar A.
Antología.
Alejandría y las cenizas

A menudo los inquisidores

muchos de sotanas, muchos de corbatas

se ufanan por perdurar en la infamia

y se esmeran en agotarla hasta lo más impuro

y es que el inquisidor, criatura malsana

busca a todo instante/ el subterfugio de las sombras

al no destilar luz propia

sólo resta guarnecerse en trincheras

en la madeja del fragor incandescente

muchos cuerpos exhumaron su aliento

fuera enciclopedia o referente

ya su final tenía un precio:

pero qué lástima del inquisidor pirómano

que no pudo enclaustrar el encanto /en su quimera tan incipiente

John H. Cuellar A.
Antología.
De la lingüística y otras complejidades

La Palabra fue movimiento

luego vinieron los tratados de lingüística

sintaxis, morfología y gramática

complementaron la tarea rústica

la palabra fue sonido

luego saussure y su metodicidad

luego greymass y sus matrices

luego jakobson y sus funciones

la palabra fue vida/fue movimiento

luego la secuestraron facultades y academias

y la exhiben cual banal trofeo

sólo parece que de a momentos

se sacude de tantas blasfemias

rompe diccionarios/ alza el vuelo presurosa y allí se hace resuelta.

John H. Cuellar A.
Antología.
El hombre y sus fantasmas

Así, llegado en sí mismo,

el hombre teme a lo que él encarna

los ecos de sus propios silencios

le dan esa melodía perenne y macabra

se ha aborrecido/por eso dios y su misericordia

se ha hipostasiado/ por ello sus tratados

se ha ensombrecido/ por eso la ciudad de focos

se ha evitado/ por eso la desidia de su mundo

y helo allí, postrado en sus propios anatemas

desahuciado de cuerpo y razón

esclavo de sus propias cadenas

vacilando en fatal resignación

no vaya a ser que de tanto desconsuelo

termine postrado o estrellado/ contra el duro rudimento del suelo.

John H. Cuellar A.
Antología.
Cronología y Oficialidad

El absurdo invento del tiempo

implicó algo más que usos horarios

partir el curso innato por mitades

al nacimiento de un dios muy humano.

Y los cronistas han tomado apuntes

con tinta escasa y hojas de sobra

para postrar en la cara las urdimbres

el fatal instante en que el aliento corta

hablan los libros sin pasta/ sus hojas caen de rabia

el vernáculo del centenio vislumbra

el alud de voces/ ecos de recuerdos;

reclaman la inoperancia de la palabra

escupen en las placas historiográficas

y en uno que otro monumento colonial del siglo dieciséis

John H. Cuellar A.
Antología.
El curso de la memoria

Hay quienes ven su caudal

a lo lejos escuchan su estruendo

las rocas en el agua son momentos

y en lo torrencial se incrustan

Hay quienes buscan trasvases

obviar lo obvio no será tan obvio

calan en represas para detener los flujos

y que el plan macabro rinda sus frutos.

Por eso las aguas son tan impredecibles

y la memoria siempre tan certera

turbulenta cuanto fuera

y turbia para las manos purulentas

porque se supo que quisieron limitar su flujo:

…sus voluntades perecieron/ hacen parte de los ecos profundos.

John H. Cuellar A.
Antología.
Décadas humanas

Instantes fugaces se pierden con el viento

el aletear de los silbidos es estruendo constante

el fragor del fuego es llama flotante

y las cenizas son huesos del tiempo.

¿Cómo adivinar la sapiencia

si la inteligencia ha declinado?

¿Cómo ensalzar la cúspide

si de terrenales nunca hemos sobrepasado?

¡la razón es un gran logro!, dirán estudiosos

pero ese fue nuestro peor error

modernos, posmodernos, mísero bastión

mito efímero de pensamientos tediosos

y las décadas humanas intentarán demostrarlo

pobre humano… su corazón no soportará tanto

John H. Cuellar A.
Antología.
ALEGORÍAS Y FICCIONES

Confesión de Sergio Stepanski.

Al final no hubo marcha atrás,

todo el desconsuelo, toda desazón

de ver nacer cantos sin ecos

y de tonos sin profusa canción

Un acierto encontrarme, un desacierto perderme;

ruinas de mí mismo fui encontrando

y a pesar de irme deshojando

entre niebla y brumas, pude verme

de este final obtuso tengo certeza

porque es preludio al recoveco de mis andanzas

y lo siento con airada melancolía

Tuve que hacerlo, porque mucho me dolía:

cambié mi vida, jugué mi vida

de todos modos, siempre la supe perdida

John H. Cuellar A.
Antología.
Los laberintos de Borges

Cíclicos caminos retornan al origen

adversos anatemas clarifican la espesa niebla;

irresoluto el destino que devela

las marcas deshechas de un tiempo sin régimen.

¿Todos los senderos son remanentes

o habrá guías al borde de cada tramo?

los enigmas y misterios son sortilegios

cada paso es difuso y obtuso/ constante y latente.

Los muros inadmisibles son afrentas

postrera escritura de antaño

sin saberlo, estas letras,

lo oscuro han invocado:

los poemas son laberintos

y cautivo soy/ hechizo macabro…

John H. Cuellar A.
Antología.
Las Violetas de Vargas Vila

Una flor espera silenciosa en su letargo

del fango pedregoso ha nacido;

un tallo silente, firme y largo

de espinas y pétalos se ha atribuido

la palabra tiene esa suerte de flor

porque su nacimiento viene del barro

entre airadas muertes y, es el esplendor

que la cubre con el manto aciago.

Pero a veces el amor viene disecado

la tierra infértil es pura miseria

y el mundo, indolente y fatigado

ve salir torrentes de abiertas arterias;

aunque el amor tiene aroma de violeta

y contra tanta desidia/ aún suenan las saetas.

John H. Cuellar A.
Antología.
Los Versos malditos

Si se profana el Verbo, se encuentra la esencia

rotos impedimentos, la duda se acrecienta

pero entender el misterio produce desconcierto:

misterio del lenguaje de todos los elementos.

Al fuego arrebatar su incandescencia

al viento su presencia vendaval

al agua sus torrentes de inclemencia

a la tierra, su entraña abismal.

El sello se ha abierto de par en par

el espíritu oculto ha poseído la palabra;

pasará el tiempo y esta esencia macabra

puede ser testigo de lo excepcional:

cómo de las sombras nació un eco

que a la muerte sobrepasó/ inamovible dejó al tiempo…

A Héctor Escobar Gutierrez.

John H. Cuellar A.
Antología.
El Exilio de Jattín

La esencia salina de la palabra es bruma espumosa

sus tórridas arenas componen un soneto

las corales de su entraña son aromas

que se posan en las conchas al pasar del viento

Elegirse escritor es elegirse anacoreta:

rupturas con el mundo/ marginal esteta

entre vida y palabra no hay diferencia

por eso el verso lo sabe a ciencia cierta.

¿y es que el poeta aún es selectivo

con la aureola de santo que lo cobija?

pobre ser iluso y convencido

que tanto al mundo desprolija…

No mienta más, falso exegeta

lo que usted hace nunca será poesía

John H. Cuellar A.
Antología.
¿Cómo se escribe un poema

contra la poesía?

¿Cómo se escribe un poema

contra la poesía?

¿Destruyendo la gramática

en forma y significado?

¿Queriendo ser dios

con la morfología?

¿dios es un plano

superestructural?

¿Preguntando al lapicero

por la tinta escasa?

¿Cuestionando los dedos

por los trazos deformes?

¿A la modorra

por la inventiva perdida?

¿A la palabra

por el código de barras?

¿A las editoriales

por tanto papel sin alma?

¿A las revistas indexadas

por los “sellos de calidad”?


John H. Cuellar A.
Antología.
¿Cómo se escribe un poema

contra la poesía?

Tengo que admitirlo…

mi virtud no es la poesía

John H. Cuellar A.
Antología.
Eso de la Poesía

Dejemos a un lado tanta paráfrasis

Tanta gramática y la rima inusitada del verso…

Eso de la poesía es algo más denso.

Figúrese usted, observador corriente,

ver el albor de la madrugada en la tiniebla de lo incierto.

O ver florecer la rosa,

sea en el poema

o sea en el campo

O pensar que el melómano

hace retazos de figuras

enloquecido por el impulso de la emoción

Que un óleo y una acuarela

sean pretextos y discursos,

palabras y sentimientos.

Pero para el poeta,

perro acérrimo de retahílas e hipérboles,

resulta pretensioso querer hacer poesía

sin la venia del Ángel de la Gramática

o sin la complicidad del Ángel del Olvido

Y entonces, gas del oficio,

el reconocimiento de escribir

se hace merecedor a tan noble causa.


John H. Cuellar A.
Antología.
Ya que importa la calidad litográfica,

la verborrea y algo de demagogia petulante.

¿De qué sirve colegiar hojas impresas,

que en los estantes refuljan los productos “intelectuales”?

Más bien es un arte extraño:

aprender a girar la espalda, cosa de antaño,

y mirar la historia con el ojo del culo.

Si las palabras no tiene causa en sí mismas,

si las palabras no se transmutan en hechos,

si la simbiosis de vivir no es estética

si apretujar palabras y enlatarlas,

que nazcan muertas y olvidadas, es su labor,

distinguido poeta, eso de la poesía le quedo grande

John H. Cuellar A.
Antología.
Epitafio al Desaparecido.

No sé cuánto tiempo habrá pasado

no sé cuánto, el olvido hizo estragos;

tan sólo siluetas han olvidado

las sombras de un despojo del camino aciago

Fuiste verbo y acción en tus proezas

discurso y obra equilibran la grandeza

y ante el silencio cómplice y ensordecedor

el grito acérrimo de un constante candor.

Ahora las heridas son llagas abiertas

y el instante es un infinito intervalo

presuroso se siente el desasosiego

de un epitafio sanscrito

que en cenizas se levantan los ecos:

yace aquel insurrecto/ que se levantó contra la infamia del siglo.

John H. Cuellar A.
Antología.
La Paradoja de lo Animal

El aforismo es execrable al concepto;

siempre remite a complejas taxonomías

sin embargo, el trasegar de la palabra es elemento

que dentro de sí, es cuerpo de anomalía.

Por ello las paradojas y las similitudes:

tanta ironía es fruto de reflexión

el hombre escasea por virtudes

y su esencia es escasa condición

camaleónico reptiliano, dinosaurio extinto

perro en toneles de adoquines

luciferiano esgrimido:

aún refulgen a los ecos

de un docto humano imbuido

que ha extinto el croar de sus crines.

John H. Cuellar A.
Antología.
Lo que pienso

Mujer de tensas palabras

y de nobles pensamientos

¿más que la impresión,

sabes lo que pienso?

Pienso en tu rostro

y me ilumina tu semblante

claros de luna llena

son reflejo de tu encanto

¿vienes como milagro

o reafirmas mi maldición?

cantata, para el fin del tiempo

saeta, danzando a tu canción

¿es tu presencia un arrebol

o tan sólo una etérea borrasca?

salvarme o consumirme,

exquisita será mi elección

Mujer de tensas palabras

y de nobles pensamientos

¿más que estas palabras,

sabes lo que por ti yo pienso?

John H. Cuellar A.
Antología.
Letanías de un amor imposible

La desidia silenciosa de la noche

la brusca borrasca del despertar

el canto del pechiamarillo

el espabilar de las alas del cóndor

Fluye, cual caudal desciende del nevado,

florece, como la rosa en el fango

inmolada como el fénix

postergando el murmullo septentrional

¿Cuál es el destino, letanía de lo imposible?

Si al conmensurar el sendero,

tropiezos cavilantes acortan distancia

y la ignominia de las miradas

es puñal frío que rompe la carne

¿Vacilante o resignada?

¿Qué harás con la estepa malba

que siembras en las manos?

Tierra abonada o tierra infértil

depende de cómo se le escuche;

no hay mal que por bien no venga

o no hay bien si el mal no se pone de su lado

John H. Cuellar A.
Antología.
Un tallo tierno entra en tus uñas

y sus ramas buscan el calor de tu cuerpo

pero espera…

el témpano floreciente es inadmisible

y muere la rosa,

aunque en el poema se cante

¿Qué harás, letanía de lo imposible,

con la estepa malba que crece en tus manos?

John H. Cuellar A.
Antología.
PALABRAS PERDIDAS

El Cristo Quemado (Tributo a la Tragedia de Armero I).

Una airosa combustión de azufre se percibe en el camino a las ruinas de algún lugar

olvidado por el tiempo y la historia; caminos abiertos de pedregosos senderos conducen

a la entraña silenciosa de la selva malva.

En estos pueblos de ignotas fundaciones y de remotas existencias, se ha destacado una

particular característica: la imagen, hecha de mármol casi siempre, de algún personaje o

algún santo bíblico que honra con su presencia, la vida postrera de aquellos que se

encomiendan a sus favores para hacer menos doliente y miserable su trasegar por el

mundo.

Sin embargo, dichas figuras parecen, no sólo tener la custodia de las autoridades

morales y clericales que se desviven por el sostenimiento de sus cuerpos, sino del

mismo dios, que dando pie a su inagotable benevolencia enfermiza, parece vigilarlas

con fehaciente necesidad en el tributo de flores disecadas y súplicas del que se adornan.

Pero dios, tan imperfecto y tan limitado, descubrió que hasta el mármol se funde cuando

la rabia incandescente descendió de la montaña; el viejo dios, tan imaginario como

perplejo, percibió en la noche de un mil novecientos ochenta y cinco, cómo el asfalto,

del que tanto los hombres hacían alarde, se fundió en un letargo junto a las aguas y la

carne, dejando como panorama un magma sutil que recompondría el equilibrio

perdido…

Hoy en día, siguiendo el sendero pedregoso a las ruinas, puede verse un atrio silencioso

en ángulo perpendicular a la cruz, donde un Cristo sigue crucificado, pues a pesar del

magma arrasador, aún pueden verse los ecos de las voces del tiempo pero con una

extraña particularidad: el cristo, viéndolo de cerca, parece tener un tizne grisáceo, casi

como el que podría tener un cuerpo cuando se quema.

John H. Cuellar A.
Antología.
A la Deriva

En una tierra remota, donde los torrentes de la mar cubrían el lecho inhóspito de la

arena, moraba un despojo humano; su vida, que ahora parecía más bien un intersticio

repugnante del tiempo detenido, era el trasegar de lentas puntilladas por su cuerpo.

Solía divisar el espeso horizonte azulado, a veces verdoso, a veces amarillo quemado, a

veces rojo arterial, por donde veía la muerte del ocaso en los días más indómitos y se

percataba de la entrada obscura del manto nocturno que en ocasiones daba de lleno en el

rostro pálido de la luna.

Lo extraño del caso es que no había forma de explicar su presencia en esa tierra de

nadie, en ese sepulcral silencio que le anunciaba los pasos de una muerte errante,

acechándolo a cada instante; nunca esperó a ser rescatado ni que su nombre apareciera

como prioridad para ser encontrado por alguna tripulación que por azares de la marea o

de las borrascas, lo pusieran allí frente a ellos; sabía de antemano que en esa tierra de

nadie, que como naufrago de algún barco de guerra traicionero, que como trashumante,

su existencia se limitaba a las fronteras de su razón y al espeso colchón de agua salada

del que quedaban conchas y corales muertos en las riberas de sus arenas.

Un día, un extraño objeto similar a una caja, apareció repentinamente en la costa

desolada, justo en el instante en que permanecía absorto y contemplativo; en la carátula

se percibía una máscara roja tallada en cedro y, como era de suponerse, esperaba a ser

abierta.

La extraña respuesta se dio, cuando abierta sin más ni más, el cuerpo del harapiento

despojo cayó muerto exhortando su último aliento… la caja se cerró nuevamente y el

impulso de las olas la llevó nuevamente a la entraña abismal del océano.

Dicen algunos que las expediciones han encontrado muchos trashumantes despojados

John H. Cuellar A.
Antología.
de su aliento vital en la ribera de los mares… sin embargo, yo sigo aquí, en la isla

ignota de mis ecos, esperando a que leve el ancla alguna embarcación o que de la

entraña, la caja vuelva a mí y me devuelva lo que me quitó….

John H. Cuellar A.
Antología.
Palabras sin rumbo

Han concebido su historia en el subterfugio

de extrañas sapiencias se han formado

alienadas, en ocasiones sin refugio

se atiborran una a una en textos holgados.

¿Qué causa su pérdida/ su extraña condición,

en un mundo de sintaxis y morfología latente?

tal vez como oraciones nunca se eligieron

y lo arbitrario ahora es punto referente

entre líneas de significados/emanan la esencia

para inscribirse en el hondo magisterio

de un discurso oculto que logra trascendencia:

rotas las cadenas, el portal del misterio

ahonda en los miedos y en los ecos

para nacer de la locura con somero entendimiento.

John H. Cuellar A.
Antología.
EL SI-LENCIO DEL OCOBO

(Dedicada a La Negra y Sherezada, mis dos inefables compañías)

Los vidrios rotos de Re menor.

¿Quién no ha lanzado rocas sobre los espejos de sí mismo?

Entre tanto convexo y tanta efusión de prismas, los semblantes son ausencias;

en el camino se marcan nociones y senderos pero hay que cruzarlo con los pies

desnudos.

Y en ello, la nostalgia muestra su rostro

que resulta siendo el cruce de miradas y palabras

rebotándole al espejo inadmisible del dogma.

Se laceran con cada instante,

se hacen llagas purulentas

y al final

no se distinguen ya las causas del caminar

de las costras mal sanadas de la carne.

…Lánzala fuerte

y que en el esparcimiento del crimen,

el semblante del que te observa en el espejo

se deshaga en muchas partes;

recogerás tu boca, tus ojos, tus cejas,

pues bien separadas,

podrán servir para unirte por pedazos,

haciendo retazos sonoros de lo que tuviste y lo que fuiste


John H. Cuellar A.
Antología.
La Maldición de Sol Mayor.

Su nombre se inscribió en los registros;

sus actos fueron poco conocidos

Sol, meretriz del saber oculto

guardiana del follaje y de los vestigios

Oculta a la vista entre la espesura del tiempo

vio el dictamen de un rey ensimismado:

perseguir la herejía, a dios como tributo magno,

y en la hoguera exhumar todos los alientos

Presa de presencias adversas, abrió el conjuro:

en el intervalo infinito se pudo camuflar…

los esbirros victoriosos llevaron el botín

al rey lo llevaron con apuro, quien abrió el maleficio ruin:

Sol, desde las brumas del mundo adverso,

desgarró a gritos la vida del tirano/ en el tono donde se escuchan los lamentos.

John H. Cuellar A.
Antología.
A propósito de Bemoles y Sostenidos

Un mástil corroído espera tensarse en la espesura:

abiertos los trastes, diluidos en su tizne carbónico

entre cuerdas silenciosas y clavijas oxidadas

los bemoles hacen su montura.

¿Cuál es el intervalo entre notas y ecos,

entre brumas de sonidos y ahogados gritos de melancolía?

sostener, aunque sea por poco, los momentos

mientras la nota sucumbe a la osadía

Pero hay algo de indivisible en sus cuerpos;

hay también sortilegios y ensalmos desconocidos

porque los círculos se han instituido,

pero desgarrarlos y deformarlos es premisa del concepto:

¿cómo definir en la existencia y sus azares corrompidos,

los llantos auscultados de bemoles y sostenidos?

John H. Cuellar A.
Antología.
La Soledad en Mi (mismo) menor

Para hacer del pacto unísono canto

se debe proferir del nylon su encanto

aunque sus brumas sean esteparios abrazos

y de sus rimas no queden sino versos desolados

los dedos oblicuos darán someros trazos

en su arrebol inscrito son huellas los trastes

entre espacios e intervalos se hacen retazos

sinfonía obtusa / óleos en lienzos de acres

explayando las nieblas

las sombras encadenan el cuerpo

entre tantas efusiones y tantos primas de luces

el dictamen es premisa que tiembla:

las sombras en lo obscuro perecen

el peligro es inminente: encontrarse con las ruinas de sus conceptos

John H. Cuellar A.
Antología.
El llanto de Do-lores.

Su voz hace un intervalo en el trasegar

cantos que evocan tiempos y añoranzas

posada en el rincón más recóndito del umbral

a los transeúntes mira, con ignota lontananza.

¿Cuándo dejamos de ser premisas

y nos convertimos en despojos trashumantes?

los tropiezos de un eco cavilante

develan llantos, congojas, aristas y sonrisas

Allí sigue Dolores, apacible en su banca de asfalto

con sus tensas osadías, con su relicario repertorio,

entre brisas desabridas y tiempos mortuorios

en las monedas que recibe de los despojos caminantes:

tal vez porque entre tanta monotonía y tanta desazón

cantar sea una afrenta a la rutina que alegra el corazón

(A Dolores, que en las calles de Ibagué, sobrevive)

John H. Cuellar A.
Antología.
El pleonasmo de Fa

Hay ocasiones que las cuerdas se tensan y se rompen

han soportado tantas tensiones en sus formas

que se desligan de los puentes

y de las clavijas se escurren vertiginosamente

Entonces sigilosas se liberan de pretensiones

mientras manos presurosas buscan enmiendo

lo que no saben, o así lo entiendo,

es que rotas son eufemismos impasibles

Por eso cuando se conjuga el círculo en Fa

sus versiones apuntan a desequilibrios,

porque su esencia produce delirios,

intervalos e intersticios sanscritos

que develan el ser proscrito

que se esconde y espera despertar.

John H. Cuellar A.
Antología.
Instrucciones para planear en La menor.

Debe despojarse de todo concepto,

no sirve de nada la teoría

porque los vórtices de la herejía

exigen todo desprendimiento

Eso sí, no se sienta retraído ni limitado;

explore la palabra con su manto aciago

pero las cuerdas exigen cumplir el pacto

y la sangre es tributo complementario

Si después de lacerados los dedos

y curadas las heridas, decide proseguir

queda recordar algo/ de más no está advertir:

el lenguaje oculto del hombre acaba de adquirir

su uso debe ser proscrito y cauteloso

en sus manos yacen la primicia de los afectos.

John H. Cuellar A.
Antología.
El Si-lencio del Ocobo.

Con los ocobos hay cierta particularidad:

su esencia devela el misterio;

sanscrito de épocas antiguas,

esteta heresiarca de momentos.

Sus matices son exhortaciones

sus pigmentos son cofradías

entre elementos, vitalidad y armonía

se muestran muchas variaciones

En el letargo del silencio,

el ocobo es resultado de los ecos

mientras sus tallos son reminiscencias

al saber enigmático del tiempo:

por eso entre tantos devaneos y solsticios

la lumbre del ocobo son notas difusas hechas melodía

John H. Cuellar A.
Antología.
Entre pactos, notas y acordes

Esta oda elemental

es un tributo a su existencia;

historias, ecos y reminiscencias

son reflejos de sus formas

Aprehender sus lenguas, develar lo proscrito

de los círculos que se encuentran latentes

armonías y emisarios de ritos

ponen la virtud suprema

En sus cuerdas habita el saber

su mástil encarna el cuerpo

en su caja insondable nacen los movimientos

por eso, ante su lira, ofrezco mi aliento:

en este portal ofrezco mis esfuerzos

mi palabra, signo de vida, trasmuto en la existencia cofradía

John H. Cuellar A.
Antología.

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