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ASIGNATURA:

TEORÍAS E INSTITUCIONES
CONTEMPORÁNEAS DE LA EDUCACIÓN

PRÁCTICA 2
LA EDUCACIÓN
EN LA RESTAURACIÓN
(1874-1931)

Grado en Educación Primaria

Curso 2018/2019

1º curso, grupo 7

Profesora: Carmen María Cerdá Mondéjar

Autores: María Rubio, Víctor Egío, Almudena Piñero, Francisco Pastor


Entre 1874 y 1931 se pone en marcha en España un nuevo periodo histórico
caracterizado por una aparente estabilidad que se traduce en el alejamiento del
estamento militar de la vida política, cuando gran parte del siglo había estado marcada
por los pronunciamientos militares. Para algunos, sobre todo desde la esfera
conservadora, este mero hecho ya supone un objeto de elogio, situando la Restauración
como ejemplo de política de equilibrios y a la par de la Transición española, con la que
se abre el periodo democrático actual. Dos remansos de paz, con dos claros artífices
(Antonio Cánovas del Castillo y Adolfo Suárez) en el seno de una historia convulsa.
Para otros, en cambio, la época actual evoca la Restauración, pero más bien en sus
aspectos negativos, al considerarla una época en la que "la corrupción política inundó el
sistema en todas sus esferas" (Fernández-Avilés, 2014). Desde este punto de vista
Restauración equivale a caciquismo.

Al margen de los análisis presentistas, lo que hay que reconocerle a Cánovas (1828-
1897), fue la capacidad de articular un sistema que, por primera vez, posibilitaba la
participación de todos los actores. Dos grandes partidos, el Conservador (1876) y el
Liberal (1880), fundados prácticamente a tal efecto, se turnarían las responsabilidades
de gobierno agrupando a los principales prohombres de la época. Del mismo modo la
Constitución de 1876 se situaba en una vía intermedia entre el texto moderado de 1845
y el progresista de 1869: si bien consagraba la tesis de la llamada constitución histórica
de España, que establecía la co-soberanía del monarca y las Cortes, abría la puerta al
sufragio universal al determinar su artículo 28 que los diputados podrían ser elegidos
según determinaran las leyes.

La Constitución de 1876 y la educación

La Constitución de 1876, la Constitución de la Restauración, intenta también lograr un


equilibrio en el ámbito de la educación, equilibrio que a veces se confunde con una
equidistancia con respecto a los grandes debates en marcha y que a la postre será poco
práctica. El texto constitucional dedica el artículo 12 a la cuestión de la enseñanza. Lo
reproducimos aquí en su integridad

Art. 12. Cada cual es libre de elegir su profesión y de aprenderla como mejor le parezca.
Todo español podrá fundar y sostener establecimientos de instrucción o de educación con
arreglo a las leyes. Al Estado corresponde expedir los títulos profesionales y establecer
las condiciones de los que pretendan obtenerlos, y la forma en que han de probar su
aptitud. Una ley especial determinará los deberes de los profesores y las reglas a que ha
de someterse la enseñanza en los establecimientos de instrucción pública costeados por el
Estado, las provincias o los pueblos.

Como vemos, la cuestión de la libertad de la enseñanza, entendida como libertad de


creación de centros, es de nuevo clave para el legislador, así como determinar el papel
del Estado. De nuevo, el resultado intenta un equilibrio entre la postura de
conservadores y liberales, que cada vez coinciden más en la necesidad de reforzar los
controles o "condiciones" sobre aquellos centros privados de educación secundaria y
superiores, y los argumentos de la Iglesia y sus defensores, que defienden la total
libertad de las órdenes religiosas para la colación o otorgamiento de títulos y rechazan el
intervencionismo "jacobino" del Estado.

Por lo que hace a la instrucción pública la Constitución no se inclina tampoco ni por


uno ni por otro marco en temas peliagudos como la obligatoriedad de la religión
católica, sino que de forma parecida a lo que sucede con el sufragio, deja en manos de
una "ley especial" fruto de ulterior desarrollo la regulación de los establecimientos, algo
que ha sido muy criticado por Puelles: "dejada a una ley especial la regulación de la
instrucción pública, la educación volverá a sufrir de nuevo los vaivenes de la política".
Al no ser "posible dicha ley", "los distintos Ministerios verterán en los decretos del
Gobierno las diversas concepciones políticas de la educación, sometida a cambios
bruscos y a una legislación inestable, prolija y contradictoria" (Puelles, 1991, p. 23).
Vuelve por tanto ese continuo tejer y destejer la madeja de Penélope, metáfora con la
que Unamuno describía el quehacer de los distintos responsables de instrucción pública
en España.

Otro artículo, sin embargo, y aunque esté referido directamente al ámbito de la


educación, será de una gran importancia en los debates de los años venideros, el que
hace referencia a la libertad de cultos:

Art. 11. La religión católica, apostólica, romana, es la del Estado. La Nación se obliga a
mantener el culto y sus ministros. Nadie será molestado en el territorio español por sus
opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la
moral cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones
públicas que las de la religión del Estado.

Puelles ha condenado sin miramientos la "ambigüedad" de este artículo, al que culpa de


"toda la polémica posterior sobre la libertad de enseñanza". El hecho de situar este
artículo en el vacío, sin ninguna referencia a la realidad de la escuela pública, abocará a
un debate interminable y a disposiciones opuestas que se vuelven las unas contra las
otras: "mientras para el sector más intransigente de la derecha católica la consecuencia
obligada era el control ideológico y confesional de la escuela, para la izquierda liberal la
tolerancia religiosa implicaba necesariamente la libertad de cátedra en los centros
públicos y privados" (Puelles, 1991, p. 200).

Libertad de enseñanza y libertad de conciencia

El primer ministro con competencias en educación en este periodo, Manuel de Orovio y


Echagüe (1817-1883), ministro de Fomento durante la mayor parte del año 1875 (ya lo
había sido diez años antes), no empezaría sin embargo su mandato con el tacto y la
prudencia de Cánovas. Si en 1866 ya había ampliado las causas de separación de la
Universidad por enseñar doctrinas "erróneas", nada más llegar al gobierno publicó un
Real Decreto para revocar el decreto de 1868 que dejaba la elección del libro de texto y
el método al profesor. Urgía también a los rectores en una circular a que no permitieran
en sus centros la enseñanza de nada contrario al dogma católico y el principio
monárquico.

La reacción del krausismo fue primero la denuncia y luego, la separación o la renuncia:


Giner de los Ríos, Salmerón, Azcárate, Figuerolas, Montero Ríos... todos se verían
obligados a abandonar la enseñanza hasta que, con la llegada por primera vez de los
liberales al gobierno, la circular de Albarada (1881) los rehabilite públicamente. Manuel
de Puelles ha denunciado la "soledad de los krausistas" (Puelles, 1991, p. 199) en esta
encrucijada de la segunda cuestión universitaria, al contrario de lo que había sucedido
en la primera. Pero como no hay mal que por bien no venga, su consecuencia directa fue
el repliegue de estos gigantes de las letras al ámbito de la enseñanza privada: estaba a
punto de nacer la célebre Institución Libre de Enseñanza (1876).

Apenas transcurridos unos meses del ministerio de Orovio será otro conservador,
Francisco de Borja Queipo de Llano, conde de Toreno (no confundir con su padre,
cuñado de Rafael del Riego y que había sido presidente del Consejo de Ministros en
1835), el que dé un giro radical a la cuestión de la enseñanza de la religión en las
escuelas. El proyecto de ley de Instrucción Pública de 1876, que nunca llegó a ser
promulgado, hacía especial hincapié en llevar a la enseñanza la libertad de cultos
reconocida en el artículo 11. A continuación, reproducimos las bases más llamativas de
este texto revolucionario para una España en la que, hasta hace bien poco, la educación
era patrimonio casi exclusivo de la Iglesia católica:

Base 9.3. "Podrán fundarse escuelas especiales destinadas a los hijos de los que profesan
cultos disidentes"

Base 9.4. "La religión y la moral católicas se comprenderán en la segunda enseñanza;


pero los hijos de los que profesan religión distinta, previa declaración de sus padres, no
tendrán obligación de asistir a la clase de la respectiva asignatura"

Ante este proyecto de ley la reacción de la Santa Sede, a través del secretario de Estado,
cardenal Simeoni, y su nuncio en Madrid, Giacomo Cattani, es inmediata (Robles, 1988,
pp. 178-179), maniobras que conllevan la congelación del proyecto incluso antes de ser
debatido en el Senado.

El sector ultramontano se ve así enfrentado a una grave contradicción en sus


planteamientos. Por un lado defienden a ultranza la libertad de enseñanza para que los
colegios católicos no se vean intervenidos por el Estado; por otra, niegan el mero
derecho a existir a los establecimientos de otras confesiones, a pesar de que la religión
reconocía la libertad de cultos. El ejercicio de coherencia que había hecho Toreno
supone una excepción a la regla.

En tiempos como los actuales en los que conviven en nuestra sociedad un crisol de
culturas y religiones, este debate no deja de tener su importancia. O bien coincidimos
con lo recogido en el preámbulo del proyecto de ley de Toreno y afirmamos que "no se
puede negar la escuela a aquellos a quienes se les concede el templo", aceptando
escuelas de las distintas confesiones, o bien consagramos el principio de la escuela
laica. Ante esta encrucijada, ¿aceptaría aún hoy día el espectro conservador el
establecimiento, normalización e incluso concierto de escuelas de confesiones como la
musulmana? Lo dudamos mucho.

Al margen de esta peculiar nueva arista de la libertad de enseñanza, otros aspectos


destacables del proyecto de Toreno son: la atención preferente a la educación
secundaria, que divide entre literaria y tecnológica, estableciendo la gratuidad de esta
última; las pensiones a alumnos y profesores brillantes para hacer estudios en el
extranjero, una idea que se pondrá al cabo de unos años en marcha.

La Institución Libre de Enseñanza

En 1881 se produce el primer relevo entre liberales y conservadores, algo que después
desembocaría en un verdadero turno de partidos. Lo más destacable de este periodo en
el que José Luis Albareda (1821-1897) se sitúa al frente del ministerio de Fomento es,
además de la amnistía a los catedráticos krausistas anteriormente citada, la apertura a las
nuevas ideas pedagógicas a través de una estrecha colaboración con la Institución Libre
de Enseñanza. En 1882 se funda el Museo Pedagógico y desde entonces se organizan
anualmente los Congresos pedagógicos, en los que participan los más renombrados
profesionales de este ámbito. Es tal su influencia que, a partir de estos años, el
krausismo será más conocido como institucionalismo.

¿Cómo definiríamos a la Institución Libre de Enseñanza? El artículo 15 de sus estatutos


es un resumen perfecto de lo que es y de lo que no es esta novedosa herramienta:

Artículo 15: "La Institución Libre de Enseñanza es completamente ajena a todo espíritu o
interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político; proclamando tan solo
el principio de la libertad e inviolabilidad de la ciencia y de la consiguiente independencia
de su indagación y exposición respecto de cualquier otra autoridad que no sea la de la
propia conciencia del profesor, único responsable de sus doctrinas" (ILE, 1876, p.10)

Libertad de enseñanza y de conciencia, absoluta independencia de otros intereses,


humanismo, una metodología activa o participativa...valores que aún hoy son
reivindicados en el debate sobre la escuela pública. Sin embargo, la trascendencia que
han tenido algunos de los principios consagrados por los institucionalistas, no ha
evitado que muchos la hayan considerado un fracaso, al considerarla prácticamente una
gota de agua (al alcance solo de una élite) en medio de un desierto de intransigencia.

El juicio de Puelles, sin embargo, nos parece más equilibrado, cuando afirma que "se
desnaturalizan las pretensiones de la Institución si se enfocan desde una perspectiva de
totalidad (...) la Institución Libre de Enseñanza responde a un tiempo preciso, el que
alumbra la Restauración después de una revolución burguesa frustrada. Pretende,
ciertamente, la transformación moral de España desde una reforma pedagógica
profunda. Pero tiene las limitaciones propias de la clase que la impulsa" (Puelles, 1991,
p. 291). En el fondo, es la misma crítica repetida una y cien veces contra el reformismo
ilustrado, su excesivo énfasis en la educación como solución a todos los problemas,
desatendiendo las condiciones materiales. Habrá que esperar a la irrupción del
socialismo para que estos deseos de cambio moral se asocien a la lucha por una
profunda transformación económica y política.

Entretanto, la Institución Libre de Enseñanza seguirá haciendo progresos, asociándose


cada vez más al Estado a pesar de su carácter apartidista. La creación de la Junta para la
Ampliación de Estudios en 1907 supone la culminación de su trabajo, pues un
importante núcleo de sus miembros formará parte de este organismo al que se le encarga
la formación del futuro profesorado y los intercambios pedagógicos con otros países de
Europa. De su seno nacerán además el Centro de Estudios Históricos y la Residencia de
Estudiantes, que serán muy importantes durante la Segunda República, y el Instituto-
Escuela, como primer centro piloto.

En definitiva y, aunque "a la Institución se le ha reprochado su marcado carácter elitista


o minoritario", debemos valorar en su justa medida que "es difícil hallar una idea
renovadora, innovación o mejora educativa introducida y difundida, con mayor o menor
fortuna, en el último cuarto del siglo XIX y el primer tercio del XX detrás de la que no
haya estado la Institución" (Viñao, 2004, p. 27).

La batalla por la enseñanza secundaria

No exageraríamos si dijéramos que durante todo el periodo de la Restauración se


produjo una auténtica batalla por el control de la enseñanza secundaria, al tiempo que el
Estado se esforzaba por extender la educación primaria a cada vez más población. Esta
contienda, sin embargo, no se da tanto entre conservadores y liberales, sino entre la
Iglesia (cuyos postulados defiende el partido Unión Católica) y los partidos conservador
y liberal.

En 1884 Cánovas cede precisamente a Unión Católica el ministerio de Fomento,


momento que Alejandro Pidal y Mon aprovecha para dar un nuevo giro de tuerca a la
tradicional interpretación eclesiástica del principio de la libertad de enseñanza, basada
en reservarse las máximas prerrogativas posibles frente al control del Estado. El Real
Decreto del 18 de Agosto de 1885 permite por primera vez la colación o otorgamiento
de grados a los centros privados, reservando al Estado el mero trámite de la expedición
de los títulos. El art. 41 además concede a los títulos de la enseñanza privada asimilada
los mismos efectos legales que a los certificados de la escuela pública. Para ser
reconocido como un centro asimilado basta con superar ciertos requisitos, que también
se rebajan sustancialmente frente a anteriores normativas.

No pasa ni un año y la norma, que encuentra desde el principio una gran contestación,
es derogada por los liberales. Con la llegada de Eugenio Montero Ríos (1832-1914) al
Ministerio de Fomento el Estado recupera la facultad de examen y colación de grados y
se derogan los citados establecimientos asimilados (RD de 5 de febrero de 1886).
Volvemos al punto de partida marcado al inicio de este trabajo por los decretos de
1874.

Otras medidas significativa son la creación del primer Ministerio de Instrucción Pública
(1886), tras la división del Ministerio de Fomento en dos departamentos: uno destinado
a la Instrucción y otro a las Obras Públicas, la Agricultura, la Industria y el Comercio.
También por primera vez en nuestra historia se incluye la financiación de la enseñanza
secundaria en los presupuestos generales del Estado (1887-1888).

Por último, será otro liberal, Carlos Groizard y Coronado (1857-1934), el que intente
una reforma de los estudios de enseñanza secundaria, dividiéndolos en dos etapas: los
Estudios Generales (4 años) y los Estudios Preparatorios para las enseñanzas superiores
(2 años), que a la vez se dividían en estudios en Ciencias Morales y estudios en Ciencias
Físico-Naturales. Esta reforma está claramente orientada a extender una educación
secundaria de carácter generalista y una cultura general entre las capas de la población
menos adineradas que nunca soñarían con cursar estudios superiores. La reforma
Groizard introducía también nuevas asignaturas más modernas como la fisiología, la
ética y la antropología, que ganaban protagonismo frente a las tradicionales. La religión,
en cambio, era desprovista de toda obligatoriedad en 1895.

El Desastre del 98, un revulsivo para la educación nacional

La aparente paz lograda en el marco de la Restauración comienza a resquebrajarse a


finales de siglo, en la medida en la que se agravan importantes problemas a los que ésta
no podía dar respuesta. A la galopante corrupción y el consabido caciquismo, que
desvirtúa cualquier apariencia de elecciones libres, se unen las tensiones religiosas, las
críticas cada vez más feroces a la monarquía, la insatisfacción de los militares, el
autonomismo catalán y el estallido de la llamada cuestión social. Los sinsabores de la
política internacional de España, que pierde Cuba en el 98, suponen aún más sal en la
herida. Una mezcla de todos estos problemas desencadena de hecho la Semana Trágica
de Barcelona, en los que la represión ejercida por el gobierno de Maura se cobra la vida
de decenas de personas.

Desaparecen también los dos grandes protagonistas de la vida política, Cánovas (†1897)
y Sagasta (†1903), lo que debilita enormemente al Partido Conservador y al Partido
Liberal, en una época de pujanza de los partidos obreros y los sindicatos.
Paradójicamente, esta situación tendrá sin embargo un efecto positivo sobre la
educación. Los intelectuales regeneracionistas, como Ricardo Macías Picavea (1847-
1899) o Joaquín Costa (1846-1911), concedieron a la instrucción pública un papel clave
en la solución de los males de España. Nadie lo ha resumido mejor que Costa:

La Escuela y la despensa, la despensa y la escuela: no hay otras llaves capaces de abrir el


camino a la regeneración española (...) El problema del regeneracionismo de España es
pedagógico tanto o más que económico y financiero, y requiere una transformación
profunda de la educación nacional en todos sus grados (Costa, 1916, pp. 213-230).
Por lo que hace a la vida política, la situación crítica a la que se enfrentaba España
generó una "unidad" sin precedentes entre conservadores y liberales. Puelles atribuye
este hecho al influjo regeneracionista de Costa (Puelles, 1991, p. 245), aunque esto tal
vez sea personificar en exceso. En cualquier caso, el año 1900 ve nacer el primer
Ministerio de Instrucción Pública, competencias que hasta ahora había asumido el
Ministerio de Fomento. Fue un murciano del Partido Conservador, Antonio García Alix
(1852-1911), su primer titular.

Lejos de lo que cabría esperar y de las controversias surgidas en años anteriores, el


nuevo ministro defendió la mejora y extensión de la enseñanza oficial frente al excesivo
"mercantilismo" en el que había degenerado la libertad de enseñanza, favorecida
tradicionalmente como vimos por los círculos de poder católicos. Ordenó por tanto
reforzar los controles sobre las escuelas privadas, como también haría su sucesor,
Álvaro Figueroa y Torres Mendieta, conde de Romanones (1863-1950).

Otra política que encontró continuidad fue la de asumir progresivamente el pago a los
maestros y maestras. Si García Alix fue el primero en centralizar y canalizar los fondos
municipales destinados a la Instrucción Pública a través de su ministerio (RD 21 de
Julio de 1900), Romanones consiguió que por primera vez esta financiación se incluyera
en los presupuestos del Estado (RD 26 de Octubre de 1901). Se sustraía así a los
caciques locales el control del cuerpo docente. Con la extensión de la educación
obligatoria de los 9 a los 12 años, un hito importantísimo contemplado en este mismo
decreto, la cuestión del pago de los maestros se volvía aún más importante.

También siguieron su curso los planes de García Alix para dar coherencia a las distintas
etapas de la enseñanza. Su proyecto de ley fue adoptado por Romanones en su mayor
parte, dividiendo los centros de enseñanza secundaria en Institutos Generales e
Institutos Técnicos, sentando un precedente de lo que actualmente es nuestra Formación
Profesional. También se contemplaron la creación de centros destinados a las Bellas
Artes y las clases nocturnas para obreros.

Un buen resumen de los aciertos y errores de la política educativa de estos años la


encontramos en la Historia de la Educación en España de Capitán Díaz:

La política educativa de Romanones -como la de García Alix, aunque difieran en el


contenido y en las formas- se enmarca en la tendencia a la "reconstrucción interna" del
país, a su reconversión realista y positiva por parte de quienes reaccionaron bien a la
crisis nacional en torno al 98. Los Institutos Generales y Técnicos eran un testimonio
evidente de reestructuración, en instrucción pública, de antiguas instituciones basada en
los nuevos esquemas socioeconómicos que se intentaban conformar. Pero la capacidad
real de reformas educativas seguía siendo escasa: la financiación no era suficiente (...) no
se previó la posibilidad de aplicación -o de inaplicación-de algunas reformas a la realidad
española (Capitán, 1994, p. 236).

También Antonio Viñao, ha subrayado la "escasa efectividad a corto plazo" de estas


medidas, dado el desolador panorama social marcado por "el trabajo infantil, la irregular
asistencia, la presión demográfica, las condiciones materiales y organizativas de las
escuelas y la carencia de escuelas y maestros, así como de maestros formados en las
nuevas materias" (Viñao, 2004, p. 21), un colectivo este último que supuso el más
importante freno a cualquier reforma.

Del mismo modo en que no se previeron las resistencias internas a estas reformas, que
acabarían por hacerlas fracasar, tampoco se palpó adecuadamente la tensión religiosa.
La gran diferencia entre García Alix y Romanones fue de hecho la manera de enfocar la
enseñanza de la religión en las escuelas. Mientras que García Alix la estableció como
asignatura oficial y examinable, Romanones la convierte en voluntaria, amparándose de
nuevo en el famoso artículo 11 de la Constitución y en la libertad de culto. Se vuelve así
al marco de 1895. Sin embargo, el rechazo generado fue mucho mayor ahora. Puelles lo
ha explicado de este modo: "Lo que ocurre(...) es que el clima político de estos años no
es ya el mismo. La polémica sobre la libertad de enseñanza, la aplicación de la ley de
Asociaciones a las congregaciones religiosas, el impacto de los sucesos de Francia: todo
se pone en contra de los proyectos de Romanones" (Puelles, 1991, p. 250).

En este nuevo clima las cesiones al estamento clerical van a ser continuas: primero se
recorta la capacidad del Estado para controlar la enseñanza privada (RD de 3 de febrero
de 1910); más tarde se deja de exigir a los miembros de las congregaciones religiosas
las titulaciones necesarias para el magisterio (RD de 15 de octubre de 1914); por último
se bloquea el intento de Silió (1865-1944) de reforzar la autonomía universitaria (RD de
21 de mayo de 2019) y afirmar la función examinadora del Ministerio público como
requisito indispensable para la concesión de títulos.

La dictadura de Primo de Rivera y la instrucción pública

De 1902 (guerra del Rif) a 1921 (desastre de Annual), la política exterior y sus
sinsabores ocupan cada vez más la atención nacional. El protagonismo de los militares
crece proporcionalmente al descrédito de la clase política. Es en este contexto en el que
se produce el golpe de Estado de Primo de Rivera (1870-1930) en 1923, que cuenta con
el beneplácito de la monarquía.

La receta del general para salir de este momento crítico pasa por la vuelta al
autoritarismo. Esta tendencia se manifiesta también en la educación. Por una lado se
refuerzan los controles a la enseñanza privada (RD de 25 de Septiembre de 1923),
aunque no tanto por miedo al poder eclesiástico como al influjo de las nuevas
tendencias pedagógicas humanistas, que son vistas como subversivas: recordemos tan
solo brevemente la Escuela Moderna (1901-1906) de Ferrer i Guàrdia, ejecutado en
Montjuic en 1909 tras ser acusado falsamente de estar detrás de los sucesos de la
Semana Trágica, y la puesta en marcha de la Escuela Nueva Socialista (1910) por
Núñez de Arenas (1886-1951). Por otro lado se restringe también cualquier atisbo de
libertad de cátedra por medio de la Orden de 13 de Octubre de 1925 y se atribuye al
gobierno el nombramiento de todos los directores de centros docentes (RD de 4 de abril
de 1927).
Si puede rescatarse algo positivo de la dictadura es el impulso a la creación de escuelas.
Si ya en 1920 se crea la Oficina Técnica de Construcción, entre 1923 y 1927 se
construyen más de la mitad de centros que se habían construido en las dos últimas
décadas. Sin embargo, el precio pagado fue demasiado alto, sobre todo si tenemos en
cuenta que "la dictadura supuso el predominio de un conservadurismo autoritario que
preludiaba algunos de los rasgos de la posterior y, en este sentido, más efectiva
dictadura franquista" (Viñao, 2004, p. 26).

El valor de muchas de las medidas educativas adoptadas en estos años de la


Restauración se juzga así con respecto a lo que tenían de precedente para lo que está por
venir, un periodo crucial y sangriento de nuestro historia que comienza con la
proclamación de la Segunda República, para la que las experiencias de la Institución
Libre de Enseñanza suponen una guía pedagógica fundamental, pero que termina en una
larga dictadura de casi 40 años, que responderá por el contrario a todas las exigencias
planteadas en estas páginas por los sectores más integristas del catolicismo.

Bibliografía primaria

Constitución de 1876

Proyecto de Ley de Bases para la Formación de la Instrucción Pública de 1876

ILE: Bases y Estatutos de la Institución Libre de Enseñanza: Juntas Facultativa y


Directiva, Madrid, Aurelio J. Alario, 1876.

COSTA, J.: Maestro y Patria, Madrid, Biblioteca Costa, 1916.

Bibliografía secundaria

CAPITÁN DÍAZ, A.: La educación en la España Contemporánea, Madrid, Dykinson,


1994.
FERNÁNDEZ-AVILÉS, R. (8 de noviembre de 2014). El fin de la Transición, el fin de
la Segunda Restauración. Público. En https://blogs.publico.es/otrasmiradas/2936/el-fin-
de-la-transicion-el-fin-de-la-segunda-restauracion/ (Recuperado el 26/11/2018).

PUELLES DE BENÍTEZ, M.: Educación e Ideología en la España contemporánea,


Barcelona, Labor, 1991.

ROBLES, C.: Insurrección o legalidad. Los católicos y la Restauración, Madrid, CSIC,


1988.

VIÑAO, A.: Educación y modernidad en la España del siglo XX, Madrid, Marcial
Pons, 2004.

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