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TEORÍAS E INSTITUCIONES
CONTEMPORÁNEAS DE LA EDUCACIÓN
PRÁCTICA 4
LA EDUCACIÓN
DURANTE LA DICTADURA
(1939-1975)
Curso 2018/2019
1º curso, grupo 7
El 1 de abril de 1939, casi tres años y medio millón de muertos después, la guerra concluye
con el triunfo de los golpistas. La represión subsiguiente es brutal, cobrándose la vida de
hasta 400.000 personas (Jackson, 2005, p. 466). El régimen de Franco, dictatorial y totalitario
como el de los fascismos europeos de los años 30 y 40, a pesar de que la historiografía
revisionista se empeñe continuamente en negarlo, se caracterizará además por su marcado
nacional-catolicismo, ya que la jerarquía de la Iglesia católica fue desde el primer momento
cómplice del alzamiento. Esta característica lo diferenciaría de los regímenes de Mussolini o
Hitler, en los que la religión no jugó un papel tan importante.
También se caracterizará por su marcado elitismo, creándose desde los años de la guerra unos
canales muy estrechos de promoción y ascenso social restringidos a los más firmes
adherentes del régimen. El franquismo no se interesó en absoluto hasta los años finales de su
existencia por extender la educación o unos mínimos derechos sociales entre la gran masa de
la población española, dada su idiosincrasia profundamente pesimista por lo que respecta al
protagonismo del pueblo llano.
A continuación veremos de qué forma se trasladan al plano educativo estos tres rasgos
constitutivos del régimen franquista, su carácter represivo, el nacional-catolicismo que lo
sustenta y su marcado elitismo. La metáfora más clara de esta trinidad del franquismo la
constituye la disposición típica de la clase escolar, con los retratos del generalísimo
Francisco Franco y el fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera presidiendo el
aula, junto a una gran cruz y el retrato de la virgen de la Inmaculada. De este ambiente
irrespirable nos ha dejado un excelente testimonio Andrés Sopeña en su obra El florido pensil
(1994), que ha sido llevada después con gran éxito al cine y al teatro (Sopeña, 1994).
La represión
Son numerosos los testimonios en la prensa fascista del momento y se encuentran repartidos
por toda la geografía española. La edición andaluza de ABC titula el 26 de septiembre de
1936: "El jefe de Orden Público de Córdoba emprende una enérgica campaña contra los
libros pornográficos y revolucionarios":
En nuestra querida capital, al día siguiente de iniciarse el movimiento del Ejército salvador de
España, por bravos muchachos de Falange Española fueron recogidos de kioscos y librerías
centenares de ejemplares de esa escoria de la literatura que fueron quemados como merecían.
Asimismo, muy recientemente, los valientes y abnegados Requetés realizaron análoga labor,
recogiendo también otro gran número de ejemplares de esas malditas lecturas que deben
desaparecer para siempre del pueblo español (Ibáñez, 1936).
También en Navarra, el diario Arriba, dejaba bien a las claras en su primer número (1 de
agosto de 1936) el aprecio de los militares golpistas por la cultura:
Para edificar a España Una, Grande y Libre, condenamos al fuego los libros separatistas, los
liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo
enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis,
los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos, E incluimos
en nuestro índice a Sabino Arana, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine,
Máximo Gorki, Remarque, Freud y al Heraldo de Madrid. (Llorens, 2006, p. 23).
Después del discurso, añade el periódico, y "prendido fuego al sucio montón de papeles, con
alegre y purificador chiporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con
ardimiento y valentía el Cara al sol".
Tanto por la lista de autores purgados como por los relatos e imágenes que han quedado
registrados, estos sucesos nos recuerdan a la quema de libros que la federación de estudiantes
nazi llevó a cabo el 10 de mayo en la Bebelplatz de Berlín, frente a la Universidad Humboldt,
hechos que se reprodujeron en 21 ciudades universitarias alemanas apenas dos meses
después de la llegada al poder de Hitler.
La represión no solo se cebó con los libros, sino que también lo hizo con las personas. Ya
durante la guerra se produce una intensa depuración de los maestros de la República. A través
de las ordenes de 8 de noviembre y de 7 de diciembre de 1936 se crea una Comisión para la
depuración del profesorado de la Universidad y las Escuelas Técnicas Superiores y varias
Comisiones provinciales para la depuración de los docentes de grado medio, bachillerato y
enseñanza primaria. Las causas para depurar a un maestro podían ser la militancia en los
partidos del Frente Popular, la simpatía con esas organizaciones o, incluso, la mera pasividad
ante el Movimiento y no haber colaborado con él, como establece la Orden de 18 de Marzo
de 1939.
La orden de 8 de noviembre de 1936 dice así: "La atención que merecen los problemas de la
enseñanza, tan vitales para el progreso de los pueblos, quedaría esterilizada si previamente no
se efectuase una labor depuradora en el personal que tiene a su cargo una misión tan
importante como la pedagógica" (Puelles, 1991, p. 367).
Aunque la inspección se dirigió contra 1.280 profesores, algunos tienen más de una sanción,
por eso la cifra de sanciones es de 1.405. El hecho de que el 72.03% de los profesores fueran
confirmados en sus puestos no debe ocultar que más de una cuarta parte fueron represaliados,
una cifra realmente alta.
Algunos casos que ejemplifican esta represión fueron los de Severiano Núñez García,
maestro de Jaraíz de la Vera (Cáceres), fusilado el 16 de agosto de 1936 en la tapia del
cementerio de Plasencia. Militante comunista, en una conmovedora carta dirigida a su esposa
pocas horas antes de ser asesinado y de la que se hizo eco El País en 2003, el maestro
declaraba lo siguiente:
Querida Julia, como supongo que cuando vengas no tendré ánimo para poder hablarte con la
suficiente serenidad te escribo esta carta, que no sé si llegará a tus manos, para decirte
solamente una cosa: yo soy inocente. En estos momentos solemnes en que no se miente porque
la mentira es inútil yo deseo y quiero llevar a tu ánimo, al de la familia, la idea que dejo
expresada y en la convicción de conseguirlo muero tranquilo (Morán, 2003).
Las historias de muchas otras víctimas de la represión fueron recogidas por los cineastas
Iñaki Pinedo y Daniel Álvarez en 2006 en un documental imprescindible que lleva por título
La escuela fusilada. Aquí en Murcia, nuestro represaliado más célebre fue el murciano José
Castaño, conocido como el último maestro de la República, y cuyo nombre ha tomado el
colegio situado junto al jardín de la Seda en la capital. Pasó dos años en la cárcel y solo pudo
reincorporarse a las aulas en 1975, sufriendo así una represión que se alargó casi cuatro
décadas. Según Castaño "destruyeron a la mejor generación de profesores que ha tenido
jamás este país, la que se formó con el Plan Profesional de la II República, aquella a la que
enseñaron a enseñar". Ello afectó no solo a los propios represaliados, sino al sistema de
enseñanza en sí mismo, ya que "como les hacían falta profesores, le dieron el título a muchos
afectos al régimen que no habían pisado un aula en su vida" (Garrido, 2010).
A los profesores no depurados les hicieron pasar por nuevos exámenes encaminados a testar
su adhesión a los principios del régimen y fueron obligados a seguir una orientación
profesional "para saturar su espíritu del contenido religioso y patriótico que informa nuestra
cruzada", según establecía la Orden de 28/12/1939 (Puelles, 1991, p. 368).
La religión
La recompensa de Franco será cumplir con todas las viejas reivindicaciones del catolicismo
integrista con respeto a la educación, de las que hemos hablado extensamente en trabajos
anteriores y que son, muy resumidamente: una enseñanza de acuerdo con la moral y el dogma
católicos, la obligatoriedad de la enseñanza de la religión en todas las escuelas, públicas y
privadas y el derecho de la Iglesia a la inspección de la enseñanza, es decir, a controlar la
conducta del profesorado y a censurar los libros o manuales utilizados.
La religión católica, o más bien una cierta interpretación de la misma, se convierte de hecho
en el verdadero sustrato último de los valores políticos del nuevo Estado. La educación
compete según esta visión a la sociedad en su conjunto y a las familias, antes incluso que al
Estado, que solo es responsable subsidiario. Esto deja a la Iglesia como única fuerza social
capacitada y políticamente legitimada para asumir la función docente y así monopolizará la
enseñanza por lo menos hasta los años 50. Los coles de curas y monjas, en otras palabras, son
la norma en el franquismo. Así lo demuestran por ejemplo las cifras de estudiantes de
bachillerato en centros privados, según el INE:
Las distintas ordenes del nuevo Ministerio de Educación confirman que la prioridad de la
educación primaria es la instrucción religiosa y patriótica, por encima de los conocimientos.
Así, la orden de 20 de enero de 1939 declara que "los principios religiosos, morales y
patrióticos que impulsan el glorioso Movimiento Nacional han de tener en la escuela
primaria su más fiel expresión y desarrollo", mientras que la orden de 24 de julio de 1939
establece la "necesidad de restaurar en la escuela primaria la enseñanza de la religión, base
indispensable del orden, vínculo firmísimo de la unidad y grandeza de nuestra patria”.
También la Ley de 17 de Julio de 1945 de educación primaria, que sigue a rajatabla los
principios de la encíclica del Papa Pío XI, Divini Illius Magistri, insiste en este aspecto clave
para el franquismo: “La nueva ley invoca entre sus principios inspiradores, como el primero
y el más fundamental, el religioso. La escuela española, en armonía con la tradición de sus
mejores tiempos, ha de ser ante todo católica". En su artículo 24 clasifica las escuelas en tres
tipos: escuelas públicas, privadas y de la Iglesia, reconociendo así a las escuelas de la Iglesia
un estatus propio que no posee el resto de escuelas privadas, ya que sus maestros por ejemplo
no deben poseer ninguna formación específica aparte de la propia del sacerdocio. El artículo
11 también recoge el papel tradicional que la Iglesia ha reservado tradicionalmente a la
mujer: la educación femenina es contemplada como una preparación para la vida en el hogar.
La ley establece además dos etapas, una general (de 6 a 10 años), a cuyo término los mejores
alumnos ingresan en la etapa del bachillerato, de 7 años de duración. Otra especial de 10 a 12
años, que son los últimos estudios que reciben la mayor parte de los escolarizados, de los
cuales ya se espera a esa tierna edad que se incorporen al mundo laboral.
El elitismo
Además de su carácter represor e integrista en lo religioso, hay una tercera característica que
se debe tener en cuenta que el sistema educativo franquista: se trata de un sistema
profundamente elitista. La lucha de clases entre el campesinado hambriento y analfabeto y la
aristocracia latifundista se resuelve en la guerra civil a favor de la aristocracia. La nueva
burguesía industrial se aliará con ella tras la guerra. El sistema educativo tiene como fin
último la reproducción de esta élite.
Esta finalidad resulta evidente si miramos al orden cronológico en que se aprueban las
distintas leyes de enseñanza. Primero se atiende a la educación media (1938) y superior
(1943), que se consideran herramientas clave para formar a las nuevas clases dirigentes, las
élites del franquismo. Solo al final se atiende a la educación primaria (1945), la formación
destinada a mejorar la condición de la mayoría de la población. Además esta educación
primaria se deja prácticamente en manos de la Iglesia, como vimos en el apartado anterior,
siendo el Estado solo responsable subsidiario.
En los años después de la guerra la politización de la enseñanza es asfixiante y total. Así por
ejemplo, para ser rector de Universidad se exige el carnet de la Falange Española. Para ser
profesor, un certificado de adhesión al régimen por parte del Movimiento. Ni siquiera el
absolutismo monárquico había llegado tan lejos durante los años de las acaloradas
controversias sobre la libertad de cátedra.
En los años 60, sin embargo, la presión internacional, el acercamiento a los Estados Unidos,
la apertura al turismo y la llegada a los ministerios de personas que no habían participado en
la guerra y que tenían un perfil más técnico, conlleva la adaptación a un modelo más
tecnocrático. Pierde peso el modelo falangista puramente ideológico inicial, en favor de uno
que podría definirse como tecnocrática, basado en la aplicación de criterios empresariales a
lo público, la incentivación del consumo, el fomento de la libertad económica como sustituto
de la política, el desplazamiento de los políticos ideólogos por técnicos, un cierto
distanciamiento de la Iglesia y el ascenso de una nueva clase media. Son también los años de
la explosión escolar, explosión que se percibe claramente en las cifras de alumnos de
bachillerato: si en 1956 son 370.970 y en 1961-62 alcanzan los 564.111, en el curso 1968-69
son ya 1.207.006, 4 veces más que hace poco más de una década (Puelles, 1991, p. 404).
En este contexto, las leyes de los años duros del franquismo, los 30 y 40, ya no se
corresponden con la realidad. Las leyes de finales de los años 60 y 70 deben adaptarse a esta
situación. El texto más importante será la Ley General de Educación y Financiamiento de la
Reforma Educativa de 1970 o ley Villar-Palasí, el ministro que impulsó su elaboración.
Un ambicioso Libro Blanco sirve como diagnóstico previo para su elaboración. A pesar de
que este diagnóstico inicial suponía el empleo de una metodología participativa
completamente innovadora para nuestro país, ésta quedaba desnaturalizada en un contexto
como el del régimen franquista: "en un país en estado de excepción y en un régimen político
sin libertades políticas, sindicales o asociativas, los informes recibidos en el Ministerio de
Educación y Ciencia sólo podían proceder de los organismos corporativos cuya existencia se
permitía" (Viñao, 2004, p. 82). A pesar de las trabas evidentes el Libro Blanco reconocía la
gran desigualdad en el sistema de enseñanza como uno de los principales problemas:
“De cada 100 alumnos que iniciaron la enseñanza primaria en 1951, llegaron a ingresar
27 en enseñanza media; aprobaron la reválida en bachillerato elemental 18 y 10 en el
bachillerato superior; aprobaron el preuniversitario 5 y culminaron estudios
universitarios 3 alumnos en 1967”
Para intentar resolver este gran problema, que abocaba a la falta de mano de obra cualificada,
se establece la educación obligatoria y gratuita hasta los 14 años. La nueva ley aborda todos
los tramos de la educación y se facilita el paso de la educación básica a la profesional, una
demanda largamente esperada en nuestro sistema educativo. Por todo ello se ha considerado
a la ley Villar una nueva ley Moyano, lo que demuestra su larga vigencia hasta la entrada en
vigor de la LOGSE (1990), a pesar de los grandes cambios políticos sucedidos en España.
Fin de ciclo
Bibliografía primaria
Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero, 1937.
Bibliografía secundaria
GARRIDO, C. (21 de Febrero de 2010): "No creo que los niños de antes sean peor que los de
ahora", entrevista a José Castaño, El País, recuperado de
https://elpais.com/diario/2010/02/21/sociedad/1266706805_850215.html (5/12/2010).
IBÁÑEZ, B. (26 de septiembre de 1936). El jefe de Orden Público de Córdoba emprende una
enérgica campaña contra los libros pornográficos y revolucionarios. ABC, p. 17.
JACKSON, G.: La República española y la guerra civil (1931-1939), Madrid, RBA, 2005
(1976).
MARTÍNEZ, A.: De quemas y purgas. Bulletin hispanique, 118-1, 2016, pp. 177-194.
MORÁN, C. (27 de Enero de 2003): Represión contra los maestros en la Guerra Civil, El
País, recuperado de
https://elpais.com/diario/2003/01/27/educacion/1043622001_850215.html (05/12/2018).
VIÑAO, A.: Educación y modernidad en la España del siglo XX, Madrid, Marcial Pons,
2004.