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1.1.

El concepto de Derecho civil: las concepciones


histórica y apriorística del Derecho Civil
Derecho Civil Parte general
Para los tratadistas franceses del siglo XIX, el Derecho Civil venía representado
únicamente por el Code Civil de 1804, dictado bajo el mandato de Napoleón Bonaparte.
Los autores alemanes de comienzos del siglo XX identificaron el Derecho Civil con el
conjunto normativo contenido en el Bürgerliches Gesetzbuch. Pero lo cierto es que
ninguno de ambos Códigos llegó a formular una definición concreta de "Derecho Civil".
La doctrina contemporánea procura acercarse a la noción de Derecho civil desde dos
planteamientos: planteamiento historicista y planteamiento racionalista o apriorístico.
Los defensores del primero, mantienen la inherencia del Derecho civil a la evolución
histórica, acentuando su mutabilidad o cambio evolutivo.
Los seguidores del segundo, hacen hincapié en la nota de permanencia del Derecho civil
desde una perspectiva metahistórica, aunque desde luego no lleguen hasta el extremo de
negar la contingencia histórica de la mayor parte de las instituciones civiles.
Resulta difícil encontrar manifestaciones radicales del apriorismo o del historicismo,
antes bien, abundan las posturas intermedias.
Lo que pretenden subrayar los aprioristas no es la existencia permanente de un conjunto
normativo llamado "Derecho civil", sino la conexión de las históricas formas del mismo
con principios que trascienden a un OJ determinado.
A su vez, los historicistas subrayan el aspecto más inmediato de la mutabilidad y
evolución de las instituciones jurídicas, sin que ello implique el desconocimiento o
negación de las relaciones de las mismas con los presupuestos o principios del
denominado Derecho natural.

1.2. Los supuestos institucionales del Derecho civil y


las formas históricas del mismo
Derecho Civil Parte general
Para desentrañar el significado y el contenido actuales del Derecho Civil, debe primar la
consideración o perspectiva histórica (Historicistas: mantienen el apego o la inherencia
del Derecho Civil a la evolución histórica, con lo que, acentúan su característica de
mutabilidad, de cambio o de cambio evolutivo).
El acercamiento histórico, debe realizarse tomando como punto de referencia los
supuestos institucionales del Derecho Civil.
Deben entenderse por tales aquellos supuestos de hecho (los problemas, los conflictos,
los litigios o las tenciones sociales) que, aunque de forma variable históricamente,
pueden considerarse como determinantes del nacimiento y desarrollo de las
instituciones que, han ido conformando históricamente con el nombre de Derecho Civil.
La cuestión estriba, no tanto en determinar la caracterización y el listado de tales
instituciones, cuanto en individualizar la materia común de las diversas formas
históricas de las mismas. A efectos instrumentales, es necesario tomar como punto de
partida una de tales formas históricas. Un acercamiento al concepto de Derecho Civil no
puede marginar el importantísimo momento que supone la codificación. El Derecho
privado codificado es la forma histórica del Derecho Civil.
Esta afirmación no debe entenderse en el sentido de que la aceptación de la importancia
del momento codificador presuponga necesariamente identificar tal “forma histórica”
con la materia civil propiamente dicha.
La aceptación de la formulación elegida como punto de partida no tiene otro sentido que
identificar en ella los supuestos de hecho originadores: las realidades, situaciones,
litigios o conflictos de intereses regulados que, se han identificado como los supuestos
institucionales del Derecho Civil.
Ello implica hacer hincapié exclusivamente en los problemas materiales que el Derecho
Civil tiende a solventar.
De dicho estudio histórico habrán de proceder de manera natural – es decir, respetando
de cerca el propio desenvolvimiento histórico ‐ las concretas formas de regulación de la
materia civil.

1.3. La materia propia del Derecho civil


Derecho Civil Parte general
El núcleo central del Derecho Civil viene representado por la persona en sí misma
considerada, en su dimensión familiar y en sus relaciones patrimoniales, como revela la
mera contemplación del índice sistemático de cualquiera de los Códigos Civiles.
La propia estructura del Código Civil español demuestra lo anterior. Analizando el
contenido del mismo, las materias sobre las que recae su regulación serían las
siguientes:
1. Vigencia y efectos de las normas jurídicas.
2. Delimitación del ámbito de poder jurídico de las personas y su relación con un
grupo especial de (otras) personas, que les son especialmente próximas.
3. Las categorías de bienes que pueden ser objeto de tráfico; poder que las personas
pueden ostentar sobre dichos bienes; modos de circulación de dichos bienes; y
reglas de transmisión de tales bienes.
La materia contemplada en el primero de los apartados reseñados se refiere a cuestiones
generales de fuentes del Derecho y de aplicación y eficacia de las normas jurídicas, que
no pueden ser consideradas como exclusivas del Derecho Civil, aunque se integraron en
los Códigos Civiles por razones históricas.
Las situaciones típicas que pueden configurarse como contenido de las diversas formas
históricas del Derecho Civil han sido tradicionalmente individualizadas en la persona,
en la familia y en el patrimonio:
1. La persona en sí misma considerada, en cuanto sujeto de derecho, sin tener en
cuenta cualesquiera otros atributos o características o situaciones sociales.
2. La familia en cuanto grupo humano básico, necesitado de una regulación que
encuadre los derechos y deberes recíprocos entre sus miembros y de éstos con el
resto de la comunidad.
El patrimonio en cuanto concepto genérico referido al conjunto de bienes,
derechos y obligaciones de cualquier persona, con capacidad para adquirir y
transmitir bienes. También, los instrumentos básicos de intercambio económico
(los contratos) y los mecanismos de transmisión a los familiares a través de la
herencia, etc.

1.4. El Derecho civil como Derecho privado: sentido


y alcance de la distinción entre Derecho público y
Derecho privado

Derecho Civil Parte general


Si el Derecho civil es el sector sistemático del Derecho referente a la esfera de poder de
la persona, es natural concluir que ha de adscribirse al Derecho privado, por
contraposición a otros sectores del OJ que regulan la organización socio-política de la
comunidad de que se trate. Y, en efecto, hay un acuerdo unánime en considerar que el
Derecho civil es el Derecho privado por antonomasia, o "Derecho privado general".
Los juristas disertan sobre la existencia y fronteras entre el Derecho privado y el
Derecho público, desde que Ulpiano consagrara tal división en un pasaje del Digesto:
"el Derecho público es el referido al estado de la república romana, mientras que el
privado concierne a la utilidad de los particulares".
Actualmente, es pacífico afirmar que la contraposición entre Derecho público y Derecho
privado es absolutamente instrumental, descriptiva y relativa, al tiempo que se resalta la
superior unidad del OJ in toto.
Desde el punto de vista práctico del Derecho, la existencia de diversos órdenes
jurisdiccionales o tribunales especializados implica la necesidad de determinar si una
específica relación jurídica o un supuesto litigioso concreto tiene naturaleza privada o
pública, para impetrar la intervención del orden jurisdiccional competente.

1.5. El Derecho civil como Derecho común: Código


Civil y Leyes especiales

Derecho Civil Parte general

Tras la consideración del Derecho civil como Derecho privado, es preciso considerar el
carácter tradicionalmente atribuido de Derecho común.
El Derecho civil en el pasado fue el tronco común de conjuntos normativos que luego se
disgregaron: particularmente el Derecho mercantil y el Derecho laboral. Además, desde
su misma codificación se encontraba formado por tres elementos: el CC, las
denominadas leyes especiales y los Derechos forales.
La función característica del Derecho común (la de servir como Derecho supletorio)
venía atribuida en la redacción originaria del CC a este cuerpo legal. Y así, según
dispone el vigente artículo 4.3 del CC, "las disposiciones de este Código se aplicarán
como supletorias en las materias regidas por otras leyes".

2.1. La Codificación en general: las bases históricas


e ideológicas del movimiento codificador
Derecho Civil Parte general
Hacia mediados del siglo XVIII, se produce un intento generalizado en toda Europa de
realizar una sistematización del Derecho sobre patrones diversos.
Hasta entonces se había calificado como codex o como códice un conjunto de folios en
forma de libro, cosido por el lomo, y que, tenía por objeto recopilar conjuntos muy
heterogéneos de cuestiones o máximas jurídicas sin criterio determinado. La reunión de
materiales se realizaba sencillamente de forma completamente anárquica.
A partir de ahora, la palabra código pasa a tener un significado preciso y representa un
ideal a alcanzar para todas las naciones europeas (y muchas sudamericanas). Dicho
periodo puede considerarse abierto con la publicación del Código Civil francés en 1804
y cerrado con la aprobación del Código Civil alemán de 1900 (BGB).
El ideal codificador parte de la base de proceder a una rigurosa racionalización de la
materia jurídica en su conjunto, que permita una mayor claridad en el sistema jurídico
propio de cada uno de los países europeos y que, simultáneamente, se adecue a las
estructuras sociopolíticas del momento.
La idea motriz de la codificación se caracteriza por las exigencias de claridad y
sistematización derivadas del iusracionalismo, reforzadas por los ideales sociopolíticos
de la concepción liberal‐burguesa.
Una vez sentadas tales premisas, se manifiesta con nitidez la posibilidad de delimitación
de sectores normativos con principios propios y característicos, que se ve facilitada
porque el Derecho pasa a ser feudo exclusivo del poder legislativo de los diferentes
Estados, interesados claramente en lograr la uniformidad jurídica.

2.2. La Codificación civil española


El bosque de legislaciones históricas superpuestas era de tal naturaleza que el fenómeno
codificador se consideraba como un necesario punto de partida de la construcción de la
España del siglo XIX.
Todas las Constituciones decimonónicas incluyen dentro de su articulado la
aspiración a la codificación del Derecho patrio.
Dicha aspiración resultó relativamente pacífica en relación con algunas materias,
como el Derecho mercantil, que ya tomara cuerpo codificado en 1829. La
codificación civil resultó mucho más problemática, entre otras razones por la tensión
existente entre el Derecho común y los Derechos forales.
El verdadero punto de partida de la codificación civil española viene representado
por el Proyecto de Código Civil de 1851, comúnmente Proyecto isabelino. Nace
dicho trabajo como uno de los primeros frutos de la recién creada Comisión General
de Códigos en 1843.
Características de dicho Proyecto: era notoriamente afrancesado (seguía muy de
cerca los patrones propios del Código Civil francés); mientras que hacía tabla rasa
de los Derechos forales, pronunciándose por la unificación de la legislación civil
española. Ambas características provocaron su fracaso.
La necesidad de encarar la actualización de la legislación civil era evidente y en las
décadas siguientes se fue desgranando paulatinamente la aprobación de leyes
importantísimas que, deberían haber sido incorporadas al Código Civil (ley
hipotecaria, ley de aguas, ley de matrimonio civil, ley de registro civil, ley de
propiedad intelectual). Tales leyes reciben la adjetivación de especiales en cuanto se
considera que los aspectos “comunes o fundamentales de ellas deberían ser
recogidos en el CC”. La calificación de especiales resalta ab initio la idea de que son
leyes extracodificadas.
En 1880, el Ministro de Justicia, Álvarez Bugallal, insta a la Comisión de Códigos a
que en el plazo de un año, sobre la base del Proyecto de 1851, redacte el Código, si
bien propugnando una transacción con los países de Derecho foral, e incorporando
al efecto juristas de los territorios forales.
Al mes siguiente Manuel Alonso Martínez trata de impulsar la tarea codificadora,
recurriendo a la idea de la Ley de bases: se presentaría a las Cámaras legislativas
una Ley en la que se contuvieran los principios y fundamentos a desarrollar en el
CC, mientras que la redacción del texto articulado quedaría encomendada a los
organismos técnicos. Rechazado en el Congreso se vio obligado a presentarlo ante
las Cámaras por libros (esto es, por partes) el texto articulado. Con ligeros retoques,
volvió a insistir en la idea de la Ley de bases en 1885, la cual tras la consiguiente
tramitación parlamentaria fue aprobada como Ley en 1888.
Siguiendo las bases (es decir, los principios, fundamentos o presupuestos
fundamentales) establecidas por dicha Ley, la Comisión de Códigos, de forma algo
atropellada y retoques de última hora, llevó a cabo su misión de redactar el texto
articulado, publicado finalmente en la Gaceta (hoy, BOE) de 25, 26 y 27 de julio de
1889.
Desde su publicación hasta la fecha, el texto articulado del CC ha sido objeto de
numerosas reformas, aunque la mayor parte del mismo ha resistido bien el paso del
tiempo y sigue fiel a los textos originarios.
Entre las reformas habidas, las fundamentales y más profundas son las debidas a la
necesidad de adecuar el contenido del Código a la Constitución española de 1978.
Otro bloque de disposiciones modificativas del texto articulado del CC responde a
razones puramente técnicas. Sin duda la más importante es la Ley de 1973, en cuya
virtud se dio nueva redacción al Título preliminar del CC.

2.3. Los Derechos forales y la llamada cuestión foral:


planteamiento e incidencia en el proceso codificador

Derecho Civil Parte general

Durante los siglos XVIII y XIX existía en España una cierta diversidad de
regulaciones civiles, pues Aragón, Navarra, Mallorca y las Provincias
Vascongadas mantenían reglas propias en materia civil (sobre todo en lo
referido a la familia y a la herencia).
Dicha falta de uniformidad legislativa era antagónica con las ideas motrices de
la codificación en sentido moderno. Los prohombres del mundo del Derecho de
los territorios forales representaban un conservadurismo regionalista o localista,
en cuya virtud la “forma histórica” concreta de cualquier institución foral era
contemplada como intocable. El renacimiento decimonónico de los derechos
forales es una “apuesta política” contraria a los designios modernizadores e
igualitarios de la Revolución burguesa.
El llamado proyecto isabelino pretendió hacer tabla rasa de los derechos
forales y, en consecuencia, exacerbaron de forma justificada los ánimos de los
juristas foralistas; quienes, con toda razón, se enfrentaron al Proyecto de forma
numantina.
A finales del siglo XIX, cuando el CC español recibe su impulso final y
definitivo, las posturas fueron demasiado encontradas entre los foralistas y los
centralistas.
El dato histórico indiscutible es que dicha transacción no fue posible y que, por
consiguiente, la tensión existente entre las diferentes regulaciones civiles en
nuestra Nación quedó irresuelta.
Nace así la denominada cuestión foral, expresión de valor entendido con la que
se pretende indicar que, una vez aprobado el CC, éste se aplica a la mayor
parte del territorio nacional, mientras que en los territorios forales (Aragón,
Navarra, Mallorca, las Provincias Vascongadas y Galicia) rigen disposiciones
de naturaleza civil propias, pero de muy diferente alcance, extensión y
significado.

2.4. Las distintas soluciones de la cuestión foral:


desde la Ley de bases hasta las Compilaciones
forales
Derecho Civil Parte general
A fin de instrumentar la conservación de los Derechos forales existentes, el artículo 6 de
la Ley de bases de 1888 disponía que "el Gobierno, oyendo a la Comisión de Códigos,
presentará a las Cortes, en uno o en varios proyectos de ley, los apéndices del CC, en
los que se contengan las instituciones forales que conviene conservar en cada una de las
provincias o territorios donde hoy existen".
En conclusión, el propio CC se declara respetuoso de los Derechos forales, garantizando
que se conservan en toda su integridad y, por tanto, se convierte en valedor de la
continuidad del régimen foral. No obstante, la pervivencia de los Derechos forales se
considera provisional, hasta que se adopte una decisión sobre las instituciones forales
que conviene conservar. Las futuras "leyes de cierre" del sistema legal previsto deberían
convertirse en apéndices del CC, lo que evidenciaba que el respeto de los Derechos
forales no llegaba hasta el extremo de considerarlos sistemas paralelos del CC, sino
complementarios o especificaciones del mismo. Por tanto, aunque no se formulara
expresamente, el punto final del proceso normativo se asimilaba, al menos, a la
consecución de un CC general para toda España.
El carácter apendicular otorgado a los Derechos forales gozó de escasa simpatía entre
los foralistas. Ello, sumado a la tradicional desidia estatal, trajo consigo la falta de
resolución.
En los años 40 del siglo XX, el poder político propugnó la celebración de un Congreso
Nacional de Derecho civil para tratar la tensión entre Derecho civil común y Derechos
forales. El Congreso se celebró en Zaragoza en 1946 y se obtuvo un relativo consenso
respecto de los siguientes puntos:
 Llevar a cabo una compilación de las instituciones forales, "teniendo en cuenta
no sólo su actual vigencia, sino el restablecimiento de las no decaídas por el
desuso y las necesidades del momento presente...".
 Tratar de determinar el substratum común de los "diversos Derechos hispánicos"
con vistas a la elaboración de un CC general, cuyas características habrían de
perfilarse en un nuevo Congreso Nacional.
Este último Congreso no llegó a celebrarse, sin embargo, la tarea de sistematización y
compilación de las normas forales vigentes, mediante Leyes de Cortes, sí llegó a
culminarse entre 1959 y 1973. Las Compilaciones forales fueron objeto de aprobación
por las Cortes Generales, dada la inexistencia de cámara legislativa regional alguna en
un Estado fuertemente centralizado como era entonces el español.

2.5. Relaciones entre el Derecho civil general y los


Derechos civiles forales tras la Constitución
Derecho Civil Parte general
La vigente Constitución de 1978 consolida el status quo existente en el momento de su
publicación y, faculta a las Comunidades Autónomas en que existan derechos forales o
especiales para la conservación, modificación y desarrollo de ellos.
Dichas premisas se encuentran establecidas en el artículo 149.1.8 de la CE, el cual ha
originado un fortísimo debate entre los civilistas actuales sobre su alcance y significado:
"el Estado tiene competencia exclusiva sobre la legislación civil, sin perjuicio de la
conservación, modificación y desarrollo por las CCAA de los derechos civiles forales o
especiales, allí donde existan. En todo caso, las reglas relativas a la aplicación y eficacia
de las normas jurídicas, relaciones jurídico‐civiles relativas a las formas de matrimonio,
ordenación de los registros e instrumentos públicos, bases de las obligaciones
contractuales, normas para resolver los conflictos de leyes y determinación de las
fuentes del Derecho, con respeto en este último caso, a las normas de Derecho foral o
especial".
La mera lectura de dicho precepto evidencia su complejidad. La tensión, pues, entre
Derecho civil común y Derechos civiles forales o especiales sigue irresuelta también
tras la Constitución. Queda claro que los Derechos civiles que se separan de la
legislación civil general o estatal siguen siendo calificados técnicamente como forales o
especiales. Queda igualmente claro que sólo aquellas CCAA en que existían derechos
forales o especiales en el momento de la publicación de aquella tienen competencia para
conservarlos, modificarlos o desarrollarlos.
Posturas básicas sobre el tema:
 Para algunos foralistas (catalanes), el concepto de Derecho foral debe ser
abandonado tras la CE. Las CCAA pueden desarrollar indefinidamente el
Derecho civil que se aplique en su territorio, pudiendo legislar sobre cualquier
materia de Derecho civil.
 Otros civilistas entienden que los límites a la conservación, modificación y
desarrollo de los derechos civiles forales o especiales vendrían representados por
el contenido normativo de las respectivas Compilaciones en el momento de
aprobarse la CE.
 Algún foralista propugna que el carácter particular de los Derechos forales sólo
puede identificarse a través de los principios inspiradores que le son propios.
 Para otros, el límite constitucional de desarrollo de Derecho civil foral ha de
identificarse con las instituciones características y propias de los territorios
forales que, tradicionalmente, han sido reguladas de forma distinta por el
Derecho común y por los Derechos forales.

 3.1. Estructura general y clases de las normas


jurídicas

 Derecho Civil Parte general

 El Derecho se estructura a partir de un conjunto de reglas que tratan de dar


solución a los diversos conflictos sociales. Tales reglas, por su carácter, son
denominadas "normas jurídicas" para distinguirlas así de otras reglas de
conducta que caen fuera del mundo del Derecho.
 El carácter de las normas jurídicas viene dado por su obligatoriedad -necesidad
de ser tenidas en cuenta por sus destinatarios- y por su coercibilidad -la falta de
observancia origina su imposición por la fuerza-.
 Las normas jurídicas se caracterizan por contener un mandato de carácter
general que vincula a todos los miembros de una comunidad, en cuanto emanado
de las instituciones o grupos sociales legitimados para ello. Tan norma jurídica
es una ley emanada de las Cortes, cuanto las costumbres campesinas relativas a
ciertos contratos agrarios.
 Por ello, conviene diferenciar entre norma jurídica (mandato obligatorio y
coercible) y disposición normativa que normalmente sirve de vehículo a aquélla.
 Las disposiciones jurídicas completas son portadoras de una norma jurídica
propiamente dicha, mientras que las incompletas requieren ser combinadas con
otras del mismo carácter (para deducir de ellas el mandato normativo) o con
disposiciones completas a las que están referidas (precisando detalles, limitando
su ámbito, etc).
 La norma jurídica precisa, al menos, dos elementos: una realidad social a regular
y un mandato o precepto referido a dicha realidad. Ambos elementos son
formulados en la norma con carácter general y abstracto y suelen ser
identificados por la doctrina jurídica con los nombres de "supuesto de hecho" y
"consecuencia jurídica".
 La norma ha de ser formulada para solucionar la generalidad de los conflictos
sociales que pueden plantearse, atendiendo, de una parte, a los destinatarios y, de
otra, a la multiplicidad de los supuestos de hecho que puedan darse en la materia
regulada por la norma.
 La generalidad significa que la norma va dirigida a la sociedad en general. La
abstracción se refiere a que la norma contempla un supuesto genérico o abstracto
que se adecúa al litigio mediante matizaciones reservadas a los técnicos en
Derecho.

3.2. La génesis de las normas jurídicas: las fuentes


del ordenamiento jurídico español
Derecho Civil Parte general
Según dispone el art. 1.1 del CC: "Las fuentes del ordenamiento jurídico español son la
ley, la costumbre y los principios generales del Derecho".
Al hablar de fuentes del Derecho se está haciendo referencia al cómo se generan las
normas jurídicas, al modo de producción de las normas jurídicas, en un doble sentido:
 Formal, en cuanto modos o formas de manifestación del Derecho, bien a través
de ley o a través de costumbre: Fuente en sentido formal.
 Material, al considerar las instituciones o grupos sociales que tienen reconocida
capacidad normativa (las Cortes Generales, el Gobierno, etc.): Fuente en sentido
material.
Otros posibles significados de la expresión "fuentes del Derecho":
 Al preguntarse sobre el por qué último del Derecho, se suele hablar de fuente
legitimadora del mismo, en el sentido de que el Ordenamiento jurídico se asienta
en las ideas comunes sobre la Justicia como último principio inspirador.
 También se habla de fuentes de conocimiento del Derecho para hacer referencia
al instrumental del que se sirven los juristas para identificar el Derecho positivo
de una determinada colectividad y un preciso momento histórico.
Se ha afirmado que el título preliminar del CC tiene “valor constitucional”; pero no cabe
duda de que mayor valor constitucional tiene el propio art. 1.2 de la Constitución: “la
soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”.
Al ser la Constitución una derivación de dicha soberanía nacional, es precisamente ella
la que delimita el verdadero sistema normativo y donde se asientan las capacidades
normativas de las instituciones y del pueblo, en su caso.
Conforme a ella, tanto el Estado central, cuanto las CCAA pueden dictar leyes en sus
respectivos territorios.
De otra parte, resulta que la tensión entre ley y costumbre que planea en el articulado
del CC no es expandible a otros sectores sistemáticos (o “ramas”) del Derecho, en los
que la costumbre no desempeña papel alguno.
Finalmente, hay que tener en cuenta que si el CC tiene una visión “interna” (o nacional)
del sistema normativo y de fuentes del Derecho, la Constitución hace gala de una visión
más “internacional”, dado que había que prever el ingreso en las Comunidades
Europeas.

3.3. Caracterización de la Constitución española de


1978
Derecho Civil Parte general
En el artículo 1 se identifican los principios de libertad, justicia, igualdad y pluralismo
político como los valores superiores del OJ.
Puede considerarse una Constitución realista y adecuada a las circunstancias
socioeconómicas actuales de la Nación.
Debe señalarse que la Constitución es rígida, término que hace referencia a la dificultad
de reforma, pues requiere un alto grado de consenso entre los parlamentarios.
La CE se caracteriza, ante todo, como norma jurídica superior del OJ, porque en ella se
define el propio sistema de fuentes del Derecho y porque se autoconcede superlegalidad
formal (rigidez de reforma) y superlegalidad material (todo el OJ ha de adecuarse a la
CE).
Así, el artículo 9.1 CE establece que "Los ciudadanos y los poderes públicos están
sujetos a la CE y al resto del OJ"; y además, la disposición derogatoria tercera dispone
que "Quedan derogadas cuantas disposiciones se opongan a lo establecido en esta
Constitución".

3.4. Las leyes


Derecho Civil Parte general
Las leyes, tanto las orgánicas como las ordinarias, emanan de las Cortes Generales y se
diferencian en que, por imperativo del art. 81 CE, las Leyes orgánicas requieren ser
aprobadas, modificadas o derogadas por "mayoría absoluta del Congreso, en una
votación final sobre el conjunto del proyecto" -mitad más uno del total de diputados
independientemente de los presentes en la sesión-; mientras que las ordinarias requieren
sólo mayoría simple de votos presentes en la sesión respectiva de ambas Cámaras
(Congreso y Senado).
La mayoría cualificada requerida a las Leyes orgánicas se debe a que estas regulan
materias de peculiar trascendencia.
Las diversas CCAA cuentan con Parlamentos o Asambleas legislativas que pueden
dictar leyes formales para su respectivo territorio y dentro del ámbito de sus
competencias.
El Gobierno cuenta con la posibilidad de dictar disposiciones generales con rango o
fuerza de ley. Las manifestaciones se pueden dar mediante Decreto legislativo o
Decreto-ley.
El art. 82 CE permite que las CCGG deleguen en el Gobierno la potestad de dictar
normas con rango de ley sobre materias que no estén reservadas a ley orgánica. La
delegación ha de quedar suficientemente delimitada, de ahí que el art. 82.3 CE exija que
la delegación se otorgue de forma expresa, para una materia concreta, y con fijación del
plazo para su ejercicio.
La CE-1978 habilita al Gobierno para dictar disposiciones normativas con rango de ley
en casos de extraordinaria y urgente necesidad, que no puedan afrontarse oportunamente
con el procedimiento legislativo ordinario.
El Decreto-ley se configura como disposición legislativa provisional sometida al control
del Congreso de los Diputados antes de 30 días, para que dicho órgano se pronuncie
sobre su convalidación o derogación.

3.5. La costumbre y los usos


Derecho Civil Parte general
Tras la Ley, en la enumeración de fuentes del Derecho, se sitúa la costumbre. La nota
distintiva fundamental entre ambas se encuentra en el origen del que proceden. Mientras
la Ley es la fuente del Derecho que procede de la organización política que la sociedad
se da a sí misma, la costumbre, por el contrario, procede la propia sociedad no
organizada que, mediante la observancia reiterada de una conducta, acaba imponiéndola
preceptivamente.
La costumbre es el modelo concreto de conducta observado reiteradamente en una
comunidad que, de acuerdo con el ambiente social en el que nace y se desenvuelve, se
desea que sea observado en lo sucesivo. Atendiendo a esa distinción, se habla de que en
la costumbre hay un elemento material (la reiteración de un comportamiento) y un
elemento espiritual (la elevación de ese comportamiento a modelo de conducta, de
observancia preceptiva). Este segundo elemento permitiría distinguir las costumbres
jurídicas de los meros usos sociales.
No es de extrañar que la costumbre sea una fuente del Derecho de carácter subsidiario.
Esta nota implica dos consecuencias: En primer lugar, las normas consuetudinarias
solamente tienen vigencia cuando no haya ley aplicable al caso (en Navarra, la regla es
la inversa, aplicándose la costumbre preferentemente a la Ley). En segundo lugar, la
subsidiariedad significa que la costumbre es fuente del Derecho porque la Ley así lo
determina. Luego es la propia Ley la que fija y señala los límites y condiciones que la
costumbre debe reunir para generar normas jurídicas.
El segundo párrafo del art. 1.3 CC señala que “los usos jurídicos que no sean
meramente interpretativos de una declaración de voluntad tendrán la consideración de
costumbre”; es decir, que hay determinados usos que se equiparan a la costumbre,
teniendo virtualidad para generar normas jurídicas como las consuetudinarias.
Desde hace tiempo, en determinados ámbitos (especialmente en el mundo de los
negocios), se viene reclamando que al modo habitual de proceder en la contratación se
le asigne un cierto valor normativo.
Así, si en un determinado sector del mundo de los negocios es habitual contratar la
prestación de ciertos servicios por un determinado porcentaje, se persigue que todos los
contratos de esos servicios que se celebren, se entiendan sometidos a la tarifa usual,
aunque no se especifiquen expresamente al celebrar el contrato concreto e, incluso
aluno de los contratantes ignore la existencia de ese uso o hábito. Esto representa tanto
como conferir un cierto poder normativo, consagrado jurídicamente a los grupos
dominantes en el mundo de los negocios.
A partir de la reforma del título preliminar del CC de 1974, hay base para sostener que
el modo usual de proceder en el tráfico tiene o puede tener eficacia normativa.

3.6. Los principios generales del Derecho


Derecho Civil Parte general
La enumeración de fuentes del art. 1 del CC se cierra con los llamados principios
generales del Derecho, fuente subsidiaria de segundo grado; esto es, que las normas que
se contienen en esos tales principios generales se aplican sólo en defecto de ley o
costumbre aplicables al caso.
La inclusión de estos principios debe ser entendida fundamentalmente como medio para
negar que los Jueces tengan las manos libres a la hora de fallar un pleito. El CC impone
a los Jueces fallar en cualquier caso los pleitos que sean sometidos a su decisión. Pero
ocurre a veces que no hay ley o costumbre aplicables. Por ello, el Juez debe acudir a una
norma que le viene previamente dada –aunque deba él buscarla, encontrarla y adaptarla
al caso‐ que se encuentra en lo que se podría llamar el “limbo de las normas jurídicas”:
los principios generales del Derecho, o principios básicos que inspiran a todo nuestro
Ordenamiento y que se corresponden con nuestro sistema de vida. Ni que decir tiene
que, con todo, la generalidad y vaguedad de tales principios dejan amplio margen al
Juez.
Los principios generales del Derecho se integran, de una parte, por los principios del
Derecho tradicional, por los principios del Derecho natural, por las convicciones ético‐
sociales imperantes en la comunidad y por los llamados principios lógico‐sistemáticos
o, más simplemente, los principios lógicos positivos.
Una buena parte de los principios que tradicionalmente se afirman ser de justicia o de
Derecho naturales tienen un rango normativo especialísimo, al estar recogidos en la
Constitución, aplicándose, pues, como verdaderas supernormas, pero por ser
constitucionales, más que por ser principios generales del Derecho.
3.7. La jurisprudencia
Derecho Civil Parte general
El término jurisprudencia se identifica con los criterios sentados por los Jueces y
Tribunales en su cotidiana tarea de interpretación y aplicación del Derecho objetivo a
los litigios que son sometidos a su conocimiento. En sentido estricto, la jurisprudencia
coincide con la doctrina sentada por el Tribunal Supremo. Ello supone que los Jueces, al
igual que cualquier otra autoridad, se encuentran sometidos al imperio de la ley.
El CC tras imponer que “los Jueces y Tribunales tienen el deber inexcusable de resolver
en todo caso los asuntos de que conozcan”, precisa a continuación que habrán de
hacerlo “ateniéndose al sistema de fuentes establecido”.
Conforme a ello, la jurisprudencia desempeña en nuestro Derecho un papel secundario
respecto de las fuentes del Derecho propiamente dichas y que, al menos formalmente,
no puede considerarse como tal.
Según el art. 1.6 CC “la jurisprudencia complementará el ordenamiento jurídico…”.
Así, aunque no puedan considerarse propiamente normas jurídicas, los criterios
interpretativos desarrollados reiteradamente por el TS, en cuanto jurisprudencia en
sentido estricto, tienen trascendencia normativa. Si a ello se le añade que la
jurisprudencia forma parte integrante del orden jurídico (complementándolo), en
términos materiales, habría que concluir que, aunque sea de segundo orden, la
jurisprudencia es también fuente del Derecho.
La afirmación realizada, desde la perspectiva del CC, se ve ratificada cuando considera
la cuestión desde el prisma constitucional. Conforme a ello, la jurisprudencia
constitucional constituye igualmente fuente material del Derecho.
Los criterios jurisprudenciales no significan una creación libre del Derecho (como
ocurre en los países anglosajones), sino que han de encontrarse fundamentados en el
propio sistema de fuentes legalmente establecido.
Consideraciones:
 El sistema político adopta como punto de partida que la tarea legislativa
corresponde a las Cortes en cuanto instancia representativa de la soberanía
nacional, mientras que los Jueces y Magistrados tienen por función administrar
justicia conforme al sistema de fuentes establecido por el poder político.
 En los sistemas jurídicos de matriz latina, como el nuestro, el Juez no tiene
habilitación alguna para crear libremente el Derecho según sus propias
convicciones y criterios ético‐jurídicos.
 El imperio de la ley, abstracta y general, es el presupuesto que garantiza mejor la
igualdad entre los ciudadanos, principio que constituye uno de los pilares de
nuestra convivencia política.

3.8. El Derecho de la Unión europea


Derecho Civil Parte general
Las cuatro instituciones fundamentales que destaca el art. 4 del Tratado de la
Comunidad Europea son: la Comisión, el Consejo, el Parlamento y el Tribunal de
Justicia.
El proceso decisorio de la UE, basado en el procedimiento de codecisión, requiere la
presencia de las tres instituciones siguientes:
1. El Parlamento Europeo, que representa a los ciudadanos de la UE y es elegido
directamente por ellos.
2. El Consejo de la Unión Europea, que representa a cada uno de los Estados
miembros.
3. La Comisión Europea, que defiende los intereses de la Unión en su conjunto.
El Parlamento tiene tres funciones principales:
1. debate y aprueba legislación de la UE junto con el Consejo
2. somete a control a otras instituciones de la UE, en especial a la Comisión, para
garantizar su funcionamiento democrático
3. debate y adopta el presupuesto de la UE junto con el Consejo.
El Consejo es el principal órgano decisorio de la UE. A partir de 2014 se introdujo un
sistema conocido como "doble mayoría", consistente en que para que una propuesta se
apruebe, necesitará el apoyo de dos tipos de mayoría: una mayoría de países (que han de
representar al menos el 55%, o sea 16 países) y una mayoría de la población total de la
UE (que deberán representar al menos al 65% de la población). Una minoría de bloqueo
estará constituida por al menos cuatro miembros del Consejo, de modo que no deberá
existir esa oposición para considerar alcanzada la mayoría cualificada.
No debe confundirse con otros organismos de parecida denominación:
1. El Consejo Europeo, es otra institución UE que integra a los Jefes de Estado o
de Gobierno de los países miembros.
2. El Consejo de Europa, que no es un organismo de la UE.

3.9. Rasgos específicos del ordenamiento jurídico


europeo

Derecho Civil Parte general

El Derecho de la UE tiene los siguientes rasgos característicos:


1. estrecha relación entre el Derecho de la UE y los diferentes OJ nacionales,
puesto que el primero se integra en el sistema jurídico de los Estados UE;
2. la UE está dotada de instituciones propias;
3. la UE tiene las competencias atribuidas por los Estados UE, con la consiguiente
limitación de competencias de dichos Estados;
4. la UE genera un sistema jurídico propio con una técnica propia y compleja de
creación del Derecho;
5. la primacía del OJ europeo sobre los OJ nacionales.

3.10. Los Tratados europeos

Derecho Civil Parte general

Los Tratados se sitúan en la cima de la jerarquía del OJ europeo.


En los Tratados constitutivos se pueden distinguir cuatro tipos de disposiciones:
1. El preámbulo y los primeros artículos de los Tratados que establecen los
objetivos y los medios para lograrlos.
2. Las disposiciones que crean las instituciones UE y que establecen el sistema
normativo de la misma.
3. Las disposiciones materiales, en las que los Tratados regulan directamente
determinadas materias.
4. Las disposiciones finales, que regulan diversas cuestiones, como su ámbito
espacial y temporal, el procedimiento de revisión, etc.

3.11. Actos legislativos de la Unión Europea Parte

general

Según art. 288 TFUE "El Reglamento tendrá un alcance general. Será
obligatorio en todos sus elementos y directamente aplicable en cada Estado
miembro".
Según art. 288 TFUE "La Directiva obligará al Estado miembro destinatario en
cuanto al resultado que deba conseguirse, dejando, sin embargo, a las autoridades
nacionales la elección de la forma y de los medios".
La decisión será obligatoria y vinculante para aquellos a quienes se dirige. Así
pues, se trata de una acto legislativo obligatorio en todos sus elementos para
todos sus destinatarios.
La decisión se distingue del reglamento por la determinación de sus
destinatarios; y de la directiva por ser obligatoria en todos sus elementos y
porque no tiene como únicos destinatarios a los Estados miembros, sino que
puede dirigirse indistintamente a los Estados y a los particulares.
Los dictámenes y las recomendaciones, a diferencia de los anteriores, no son
vinculantes.
La diferencia entre ambos consiste en que los dictámenes expresan una opinión
sobre una cuestión determinada, mientras que las recomendaciones suelen ser
invitaciones a adoptar una conducta determinada.
4.1. Los problemas de aplicación del Derecho
El ordenamiento jurídico está compuesto por un gran conjunto de normas que pretenden
regular la realidad social, señalando los cauces por los que debe discurrir el
comportamiento ordenado de las personas.
Precisamente la función de aplicador del Derecho consiste en señalar a la sociedad el
criterio o norma que debe ser empleado como cauce para una situación concreta.
Sobre esta imposición, incluso coactiva, de la observancia de las normas, el
ordenamiento cumple también una labor de conformación social, al brindar por
anticipado a los ciudadanos los criterios de organización de sus vidas y relaciones con
los demás. Para el adecuado cumplimiento de estos empeños o tareas (regulación y
conformación) parece exigible, como mínimo que el ordenamiento jurídico sea
suficiente y además claro. Así lo reclama el principio de seguridad jurídica. Sin
embargo, raramente ocurre así. Luego, como primer y principal problema a la hora de
aplicar las normas jurídicas está el identificar qué normas resultan aplicables a un
determinado caso concreto.
Supuesto que se encuentre la norma o conjunto de normas reglamentadoras de la
situación que interesa, surgen dos problemas: el problema general de la averiguación del
sentido y alcance de los preceptos aplicables; y el problema de adaptar el mandato
contenido en las normas aplicables a las circunstancias concretas del caso planteado.
Todo este conjunto de problemas se conocen con el nombre de integración e
interpretación de las normas jurídicas.

4.2. La búsqueda de la norma aplicable: la


calificación
Derecho Civil Parte general
Las normas, al menos las del Derecho privado, se encuentran agrupadas por materias.
Estas materias vienen dadas por la reiteración y constancia con que ciertas situaciones
se producen en la vida ordinaria.
El conjunto de normas pertenecientes a una situación social típica y que la regulan con
afán de coherencia y totalidad componen una institución. A su vez, de las instituciones
se elaboran conceptos y subconceptos que son utilizados para la búsqueda de las normas
reguladoras de una determinada situación.
Por un lado, tenemos, pues, una situación cuyas reglas jurídicas han de ser buscadas;
por otro, se encuentra el ordenamiento estructurado sobre la base de las instituciones. Se
trata ahora de hallar el punto de contacto entre el ordenamiento y la realidad social; para
ello el aplicador del Derecho debe decidir en qué categoría de instituciones o conceptos
se debe integrar la situación planteada. Esa labor se conoce con el nombre de
calificación.
Con frecuencia la calificación no es problemática. La tarea se ve facilitada porque el
mismo nombre jurídico de las instituciones coincide con el nombre que se da a la
situación planteada en la vida ordinaria (p.e: el matrimonio, la compraventa, el
préstamo, o la hipoteca).
Pero también, con cierta frecuencia, el aplicador del Derecho no encuentra una
institución concreta perfectamente adecuada que recoja la regulación de la situación que
se le plantea. Así sucede cuando el legislador no se adapta a las nuevas necesidades
sociales. Cuando eso sucede, debe buscar soluciones sobre la base de las instituciones
jurídicas existentes, y, así, a una determinada situación nueva, no contemplada
específicamente, se le acabarán aplicando las normas que regulen la institución más
parecida y compatible. Esto se conoce con el nombre de analogía.
Lo mismo ha de hacerse cuando, aun estando recogida en el ordenamiento jurídico la
institución que interesa, su regulación ha quedado anticuada o la situación que se
plantea reviste particularidades que la apartan de la tipicidad. Por eso, se hace necesaria
una tarea de adaptación del tenor de las normas. Éste, junto con la averiguación del
sentido de las normas, es el cometido de la interpretación.

.3. El principio iura novit curia


Derecho Civil Parte general
El art. 1.7 CC establece que "Los Jueces y Tribunales tienen el deber inexcusable de
resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, ateniéndose al sistema de fuentes
establecido".
Iura novit curia significa que los Jueces deben conocer el ordenamiento con el fin de
fallar cuantos asuntos les sean planteados en el ejercicio de su función jurisdiccional y
sin requerir que los litigantes deban facilitar al Juez la información acerca de las normas
aplicables al caso.
Esta regla tiene excepciones. Las normas de Derecho consuetudinario han de ser
alegadas y probadas por el litigante que pretenda su aplicación al caso (art. 1.3 CC); lo
mismo ocurre con las normas de Derecho extranjero, cuando, en virtud del sistema del
Derecho internacional privado, hayan de ser aplicadas por Tribunales españoles (art. 12
CC).
El principio iura novit curia no sólo incumbe a los Jueces. Cualquier profesional del
Derecho incurre en responsabilidad si por ignorancia, negligencia o descuido provocara
daño a un tercero en el desempeño de sus funciones. El jurista, sea Notario, Fiscal,
Abogado, etc, se encuentra sometido al conocimiento del OJ y su incumplimiento puede
generar responsabilidad.

4.4. La posible inexistencia de normas jurídicas


concretas
Derecho Civil Parte general
El Derecho no es una ciencia advinatoria ni un ejercicio de imaginación, sino una
técnica de resolución de conflictos. En consecuencia, se dan (y se darán) supuestos que
en sus primeras formulaciones son absolutamente extraños y novedosos para el
Derecho. La doctrina ha calificado tradicionalmente tales vacíos normativos como
lagunas del Derecho.
La expresión "lagunas de la ley" se refiere a los supuestos de hecho que no han sido
contemplados por las normas legales.
Las leyes presentan vacíos normativos y, precisamente por ello, en defecto de ley
aplicable, el sistema de fuentes prevé la aplicación de la costumbre y los principios
generales del Derecho como mecanismos supletorios.
El Título Preliminar del CC afirma que la formulación de un sistema de fuentes implica
la exclusión de las lagunas del Derecho. No ocurre otro tanto con las llamadas lagunas
de la ley, que pueden darse, siendo el medio idóneo y más inmediato de salvarlas la
investigación analógica.
En definitiva, existen lagunas de la ley pero no lagunas del Derecho, pues, como hemos
visto, las lagunas de la ley no comportan la imposibilidad de resolución del conflicto
planteado.

4.5. La integración del ordenamiento. La analogía


Derecho Civil Parte general
Dado que el propio sistema reconoce la existencia de las lagunas de ley, es natural que
el Ordenamiento jurídico suministre al intérprete instrumentos capaces de superar el
vacío normativo apreciado. Ese instrumento se conoce con el nombre de analogía, que
consiste en aplicar al supuesto carente de regulación la solución que el ordenamiento sí
da para otro supuesto similar o análogo.
A cualquiera se le ocurre, p.e. que los mismos motivos que justifican la permisión de las
carreras de carros, sirven para fundamentar la no prohibición de las carreras de
automóviles. A situaciones similares se aplica similar solución.
Esta forma de emplear la analogía se conoce tradicionalmente con el nombre de
analogía legis; queriéndose con ello indicar que un vacío normativo concreto es
rellenado acudiéndose a otra norma concreta y determinada, que da una solución
extensible al supuesto carente de regulación.
Pero también puede ocurrir que ni siquiera se encuentre una norma legal específica que
regule un supuesto tan similar al carente de regulación directa. Cuando ello ocurre, se
puede también emplear la analogía, pero con alguna mayor sofisticación, dando entrada
a los principios generales del Derecho.
Entonces se llama analogía iuris.
La diferencia que existe es que la iuris es técnica de aplicación de los principios
generales del Derecho, que solamente se aplican en defecto de ley o costumbre; la iuris,
es una técnica de aplicación de la ley, que es la fuente del Derecho primaria con carácter
general en nuestro ordenamiento.
Para que una norma determinada pueda ser aplicada analógicamente se precisa que haya
identidad de razón entre el supuesto contemplado por la norma y el supuesto que se
quiere solucionar.
Dándose esas condiciones (ausencia de cobertura normativa concreta e identidad de
razón) debe hacerse uso de la analogía. Pero puede ocurrir que, aún dándose sus
condiciones, el recurso a ésta se encuentre vedado.
Restricciones al uso de la analogía:
1. Las Normas temporales: parece claro que si una norma se dicta para que afecte a
los sucesos acaecidos en un periodo concreto de tiempo, pasado este la norma
deja de mantener su vigencia, por lo que no resulta lógicamente aplicable.
2. Las leyes penales: la exclusión de la analogía encuentra su fundamento en la
vigencia de los principios de tipicidad y legalidad en materia penal, que imponen
que nadie pueda ser sancionado por observar una conducta que la ley no haya
tipificado como delito o falta.
3. Las normas excepcionales: tales normas se caracterizan por ir en contra, por
suponer excepciones, de los criterios generales mantenidos por el Ordenamiento
para la normalidad de los supuestos.
4. Las normas prohibitivas, limitativas de la capacidad de la persona y limitativas
de los derechos subjetivos individuales.

4.6. Otros medios de integración del


ordenamiento: la jurisprudencia y la equidad

Derecho Civil Parte general

El aplicador del Derecho encontrará siempre una norma jurídica aplicable, ateniéndose
al sistema de fuentes establecido. Así, si no encuentra ley aplicable al caso,
directamente o por analogía (legis), acudirá a la costumbre; y donde a pesar de ello
siguiera sin encontrar norma concreta, habrá de aplicar los principios generales del
Derecho (directamente o mediante analogía iuris). Por eso se dice que el OJ tiene
vocación de omnicomprensividad o plenitud.
Aunque formalmente no sea fuente del Derecho, la jurisprudencia establece un cuerpo
de criterios de solución de conflictos que tienen evidente trascendencia normativa en
sentido material.
Los aplicadores del Derecho deben aplicar las normas que vienen dadas mediante el
sistema de fuentes. Sin embargo, cabe que se revuelva un conflicto encomendando al
juzgador que resuelva el asunto de acuerdo con los criterios de justicia que a su entender
produzcan la mejor solución.
Cuando se falla un conflicto sobre esta base o intuición de lo justo y bueno que pueda
tener el aplicador del Derecho se dice que se está fallando en equidad.
Esta posibilidad, sin embargo, es excepcional en nuestro ordenamiento. Art. 3.2 CC:
“las resoluciones de los Tribunales sólo podrán descansar de manera exclusiva en ella
(en la equidad) cuando la ley expresamente lo permita”.
También se habla de equidad con otra finalidad, al señalar que “la equidad habrá de
ponderarse en la aplicación de las normas”. En este caso, se emplea, no como criterio de
integración del ordenamiento, sino como instrumento en la aplicación del mismo,
sirviendo para adaptar la generalidad y el rigor de las normas jurídicas a las
circunstancias del caso concreto. El aplicador debe encontrar la norma de acuerdo con el
sistema de fuentes, pero al aplicarla, si se producen resultados desmesurados o injustos,
debe mitigar su rigor; debe ponderarla.

4.7. La interpretación de las normas jurídicas


Derecho Civil Parte general
Esta tarea de averiguación del sentido de las palabras que integran la norma, con la
finalidad de aplicarla al caso planteado es la interpretación.
Averiguar el sentido de cualquier proposición implica analizar el contenido semántico
de la misma. La interpretación jurídica debe procurar la averiguación del sentido de la
proposición en que consiste la norma en función del resultado ordenador de la vida
social que se persigue.
Las técnicas de interpretación se encuentran en íntima relación con los fundamentos de
la concepción del Derecho y su función. Las reglas interpretativas constituyen las pautas
mínimas de la argumentación jurídica.
Cuando se habla de los elementos o criterios aptos para la interpretación normativa se
hace referencia a los materiales sobre los que debe el intérprete dirigir su atención, con
el fin de obtener como resultado la clarificación del sentido de la norma para ser
aplicada al caso planteado.
Tales criterios se encuentran acogidos por el art. 3 del Código Civil. Las razones por las
que algunos autores dudan de la utilidad de haberlas insertado en dicho artículo son: que
no hay, propiamente hablando, una jerarquía legal entre los diversos criterios
interpretativos, sino una mera indicación de técnicas interpretativas, y, que la
interpretación de cualquier norma jurídica requiere combinar diversos criterios
interpretativos, si bien en supuestos excepcionales el recurso a uno solo de ellos puede
resultar determinante.
Siendo la norma un conjunto de palabras, el primer material básico se encuentra
integrado por las propias palabras que la componen, si bien no aisladamente
consideradas, sino en el conjunto de la norma analizada (art. 3.1 CC: “las normas se
interpretarán según el sentido propio de sus palabras”).

5.1. Vigencia de las disposiciones normativas


Derecho Civil Parte general
Salvo desviaciones características de los regímenes totalitarios, los Ordenamientos
jurídicos modernos no admiten la existencia de disposiciones normativas secretas. Toda
norma jurídica escrita debe ser publicada para que su mandato normativo resulte, al
menos teóricamente, cognoscible a los ciudadanos.
Tras la Constitución de 1978 y una vez producida la efectiva consolidación de las
CCAA, las disposiciones estatales se publican en el BOE y las autonómicas en el
correspondiente Boletín Oficial de la Comunidad de que se trate. Los actos normativos
de las distintas instituciones comunitarias, por supuesto, se publican (en las diferentes
lenguas) en el correspondiente Diario Oficial de la Unión Europea.
Una vez publicada, la disposición normativa puede entrar en vigor de forma inmediata,
el 1 de enero del año siguiente, a los 3 meses de su publicación. En caso de que la fecha
de publicación no coincida con la entrada en vigor, la tradición impone hablar de
vacatio legis, para identificar el periodo temporal durante el cual la vigencia o vigor de
la ley publicada se encuentra en suspenso.
Por lo general, las leyes son tendencialmente permanentes, se dictan para el futuro sin
establecer un periodo de vigencia limitado. Sin embargo, existen supuestos en los que la
propia ley se autoestablece un periodo de vigencia determinado (ej. las Leyes Generales
de Presupuestos, de vigencia anual; Decretos‐leyes que rigen mientras exista “situación
de necesidad”). En tales casos se habla de leyes temporales.
Lo más frecuente es que la ley no tenga límite temporal y su vigencia se proyecte
mientras que no se dicte una nueva ley que la contradiga o derogue (art. 2.2 del CC: “las
leyes sólo se derogan por otras posteriores”.

5.2. El principio de la irretroactividad de las leyes


Derecho Civil Parte general
Dictar una nueva ley y derogar la preexistente son cuestiones relativamente claras e
inmediatas, una vez que los poderes constituidos hayan adoptado la decisión política al
respecto. Ahora bien, la nueva ley ¿habrá de regular situaciones jurídicas producidas
con anterioridad o sólo las nacidas con posterioridad a su publicación?
Ejemplo: el RD‐ley 2/1985 contiene una disposición transitoria que se pronuncia sobre
el dilema y resuelve la cuestión; “los contratos de arrendamiento … celebrados con
anterioridad a la entrada en vigor de este RD‐ley, seguirán rigiéndose en su totalidad por
lo dispuesto en el texto refundido de la Ley de Arrendamientos Urbanos y demás
disposiciones vigentes”. El RD‐ley es irretroactivo; sólo se aplicará a los contratos de
arrendamiento que se celebren tras su entrada en vigor.
Las relaciones sociales nacidas bajo la ley antigua no pueden derogarse, si
desconocerse, ya que muchas de ellas se encontrarán todavía pendientes de
consumación o realización efectiva. Por ello, normalmente, todas las disposiciones
normativas se cierran con una serie de disposiciones transitorias que pretenden resolver
los problemas planteados por el cambio legislativo, por el “tránsito” de una ley a otra.
Sin embargo, tales disposiciones transitorias no pueden ser infinitas, ni tan detalladas
que afronten cualquier supuesto problemático de Derecho transitorio. Por ello todos los
Ordenamientos contemporáneos contienen una regla general favorable a la
irretroactividad de la ley, como regla de máxima.
En nuestro Derecho, dicho principio se encuentra formulado en el art. 2.3 del CC: “las
leyes no tendrán efecto retroactivo si no dispusieren lo contrario” y en el art. 9.3 de la
CE: “la Constitución garantiza …la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras
no favorables o restrictivas de derechos individuales …”.
La irretroactividad de las leyes ha estado conectada al principio de seguridad jurídica:
como regla, los actos realizados bajo un determinado régimen normativo no deben verse
enjuiciados con una ley nueva.

5.3. Las disposiciones transitorias del Código Civil


como Derecho transitorio común
Derecho Civil Parte general
La complejidad de las cuestiones de Derecho transitorio o intertemporal, siempre
presentes en cualquier reforma legislativa, se puso de manifiesto de forma
particularmente ostensible con ocasión de la aprobación del CC. El cambio legislativo
habido era de tal magnitud que los problemas del Derecho transitorio emergían con
particular virulencia.
La Comisión General de Códigos se vio obligada a afrontar tales problemas con un
detalle y profundidad que puede afirmarse que ningún cuerpo legal posterior ha sido
dotado por el legislador de un conjunto de disposiciones transitorias tan trabado y
completo. El resultado final se materializó en la redacción de 13 disposiciones
transitorias.
Naturalmente, las referidas disposiciones transitorias no tienen todas ellas la misma
significación: cabe afirmar que, desde la 5ª hasta la undécima, los problemas objeto de
regulación perdieron significado una vez transcurridas las primeras décadas de vigencia
del CC. En cambio, de la 1ª a la 4ª más la 12ª se caracterizan por regular problemas de
Derecho intertemporal que, recurrentemente, suelen presentarse con ocasión de
cualquier reforma legislativa.
En virtud de lo dispuesto en la 13ª o cláusula de cierre los principios que sirvieron de
inspiración para la elaboración del conjunto de ellas habrán de servir como criterios de
resolución de los conflictos que puedan plantearse. Es una manifestación de que los
miembros de la Comisión redactora del CC fueron conscientes de la imposibilidad de
atender en concreto a la regulación explícita de todos los problemas de orden transitorio
y que, por tanto, prefirieron optar por imponer la aplicación analógica de los principios
inspiradores de las normas redactadas.

5.4. El ámbito espacial de vigencia de las normas


Derecho Civil Parte general
La existencia de fronteras políticas entre los Estados presupone que el OJ propio de
cualquiera de ellos encuentra como ámbito espacial de aplicación el propio territorio
nacional.
Sin embargo, los ciudadanos de diferentes Estados mantienen relaciones entre sí de
diverso tipo: familiar, comercial, etc. Estas relaciones plantean un problema consistente
en determinar cuál de los OJ en liza ha de aplicarse cuando estamos frente a un supuesto
de relación internacional entre ciudadanos de diferente nacionalidad. Las múltiples
derivaciones de la incógnita constituyen el objeto del sector sistemático del Derecho
identificado como "Derecho Internacional Privado".
Las normas de Derecho internacional privado que contempla el CC se encuentran en el
Título preliminar, artículos 8 a 12.
Las cuestiones de Derecho interregional tienen en España una gran importancia, en el
ámbito civil, por la pervivencia de los Derechos forales o especiales.
La determinación de la legislación civil aplicable en los conflictos de leyes que puedan
surgir por la coexistencia de distintas legislaciones civiles en el territorio nacional se
resolverán según las normas de Derecho internacional privado, pero convenientemente
adecuadas al caso (art. 16.1 CC). Así pues, el criterio de imputación personal no puede
ser la nacionalidad, que es única, sino la vecindad civil.

5.5. La eficacia de las normas


Derecho Civil Parte general
Las normas jurídicas persiguen ordenar la organización de la convivencia, estableciendo
los cauces por los que deben discurrir las relaciones sociales de los hombres y dictando
los criterios, más adecuados y justos, que deben ser aplicados para la resolución de las
controversias. Es decir, las normas jurídicas persiguen ordenar la vida en comunidad.
El deber general de cumplimiento de las normas suele identificarse con la expresión
eficacia obligatoria de las normas. Por su parte, la llamada eficacia sancionadora de las
normas estaría referida al conjunto de medidas represivas previstas por ellas para los
supuestos de incumplimiento.
Finalmente, la eficacia constitutiva de la norma resalta que cualquier relación o
problema socialmente identificable se convierte en un entramado de derechos y de
deberes precisamente a causa de la aplicación del conjunto de normas correspondiente.

5.6. El deber general de cumplimiento de las normas


Derecho Civil Parte general
La fórmula habitual de promulgación de las Leyes reza así: "A todos los que la presente
vieren y entendieren, sabed [...]"; cerrándose al final del texto de la Ley con las
siguientes palabras: "Por tanto, mando a todos los españoles, particulares y autoridades,
que guarden y hagan guardar esta Ley".
Así, a pesar de que en su encabezamiento parece que la Ley solamente se aplicaría a los
sujetos que la pueden entender, sin embargo, en la segunda parte de la fórmula queda
claro que son todos los españoles los que quedan vinculados por la Ley en cuestión, la
entiendan o no.
Este deber general de respeto, desde un punto de vista exclusivamente lógico, parece
que debiera ir precedido de un previo deber de conocimiento de las normas.
Difícilmente puede respetarse lo que se ignora. Sin embargo, desde el punto de vista
práctico es imposible que un sujeto pueda efectivamente conocer todo el conjunto de
normas que componen el Ordenamiento jurídico.
Las reglas de la lógica general no son las mismas que las reglas de la lógica y el
razonamiento jurídicos.
Jurídicamente el problema ha de ser enfocado desde le óptica de la efectividad del
ordenamiento; han de organizarse las cosas de forma que las normas sean efectivamente
aplicadas. La norma se aplicará, sea conocida o no por el sujeto determinado. En otro
caso, bastaría con alegar la ignorancia para que uno quedara a salvo del deber de
cumplir y observar la norma.
Este problema es abordado y resuelto por nuestro sistema jurídico sobre las siguientes
bases: en primer lugar las normas deben ser objeto de publicidad. Esta publicidad
formal implica la teórica posibilidad de que cualquiera pueda tener acceso a la norma en
cuestión. Pero con ello no se resuelve el problema, pues un ciudadano corriente,
enfrentado al BOE tendrá seguramente muchos problemas para averiguar con exactitud
el sentido de una Ley. Por eso, sobre la base de esa publicidad, se establece la regla de
la efectividad del ordenamiento y deber de cumplimiento de las normas, sea conocido o
ignorado su contenido (art. 6.1 del CC: “la ignorancia de las leyes no excusa de su
cumplimiento”).

5.7. La violación de las normas y su sanción


Derecho Civil Parte general
Las normas jurídicas están dictadas para su acatamiento por parte de las personas, pero
partiendo de la base de que esas personas pueden acomodar su conducta a la norma, o
pueden contravenir el mandato normativo, en el ejercicio de su libertad.
Eso, quiere decir que el sujeto es libre de acatar la norma o desobedecerla, pero no que
las consecuencias de obedecer o desobedecer sean las mismas. Si no se cumplen las
normas, se da pie para la correspondiente reacción del Ordenamiento jurídico, el cual
normalmente prevé la imposición de las oportunas sanciones al infractor.
La modalidad más sencilla de la infracción de las normas: la realización de actos
contrarios a lo dispuesto en ellas. Así la observancia de una conducta, un acto aislado o
un comportamiento omisivo que vaya en contra de lo dispuesto por una norma,
constituye infracción del Ordenamiento y producirá las oportunas consecuencias de toda
índole.
Las hipótesis imaginables son casi infinitas. Todas ellas, en términos generales, quedan
incluidas en esa previsión de los actos contrarios a las normas.
Junto a esta modalidad de comportamiento directamente contrario a las normas, cabe
que se realice una conducta que produzca un resultado contrario al ordenamiento, pero
que, aisladamente considerada, sin atender a ese resultado, sea en sí conforme con las
normas jurídicas. En tales casos se habla de actos de fraude a la Ley, caracterizados por
“los actos realizados al amparo del texto de una norma que persigan un resultado
prohibido por el ordenamiento jurídico, o contrario a él”. Formalmente la ley se cumple;
realmente se pretende su violación.
Es clásico el ejemplo de la celebración de un matrimonio con la finalidad exclusiva de
obtener la nacionalidad. El ordenamiento reacciona, no conformándose con la
observancia formal de sus mandatos, sino yendo al fondo del asunto, para perseguir las
conductas fraudulentas.

6.1. La relación jurídica


Derecho Civil Parte general
La llamada relación jurídica consiste en cualquier tipo de relación entre seres humanos
que se encuentra regulada por el Derecho o que, sin estarlo, produce consecuencias
jurídicas. En términos generales, se habla de relación jurídica para referirse a todas
aquellas relaciones o situaciones sociales, de cualquier índole, que son susceptibles de
ser contempladas jurídicamente. Por tanto, puede afirmarse que cuando las relaciones
sociales son contempladas por el Derecho, cabe hablar de relaciones con trascendencia
jurídica o, sencillamente, de relaciones jurídicas.
Partiendo del contenido básico de la relación jurídica, existirán básicamente cuatro tipos
de relación jurídica:
1. Relaciones obligatorias: Comprenderían aquellos supuestos en los que, por
responsabilidad contractual o extracontractual, una persona se encuentra en el
deber de prestar o desplegar una conducta determinada en beneficio de otra.
2. Relaciones jurídico‐reales: Basadas en la tenencia o apropiación de los bienes, se
encontrarían presididas por la propiedad y demás derechos reales, en cuya virtud
una persona goza de una capacidad decisoria sobre el uso y aprovechamiento de
cualquier bien que el Ordenamiento le garantiza frente a los demás miembros de
la colectividad.
3. Relaciones familiares: Situaciones de especial conexión entre las personas que el
Ordenamiento jurídico regula atendiendo a criterios de ordenación social
general, para garantizar un marco normativo a la familia.
4. Relaciones hereditarias o sucesorias: Todas aquellas conectadas al fenómeno de
la herencia y a las personas en ella implicadas, como sucesores de la persona
fallecida con anterioridad: derechos y deberes de los herederos entre sí y en sus
relaciones con los demás.
La estructura básica de la relación jurídica pretende resaltar los distintos componentes
que pueden analizarse por separado en ella. Pueden distinguirse:
1. Los sujetos de la relación jurídica: Dado que los derechos y deberes sólo pueden
atribuirse a las personas, es evidente que en toda relación jurídica el componente
personal es estructuralmente necesario. Las relaciones sociales de trascendencia
jurídica requieren la existencia de un determinado vínculo o lazo entre personas
que ocupan posiciones distintas. La persona que tiene derecho a algo se
denomina sujeto activo. Quien se encuentra obligado a reconocer, satisfacer o
hacer efectivo el derecho de cualquier otra persona, se denomina sujeto pasivo.
2. El objeto de la relación jurídica: La realidad material o social subyacente en la
relación intersubjetiva (En las relaciones obligatorias, el objeto consistiría en la
actividad o conducta propia de la persona obligada al cumplimiento de algo; en
las relaciones jurídico‐reales, el objeto vendría representado por las cosas sobre
las que recaen los derechos reales).
3. El contenido de la relación jurídica: Se entiende por tal el entramado de
derechos y deberes que vinculan a los sujetos o partes de la relación jurídica,
quienes por principio se sitúan bien en una posición de poder o, por el contrario,
de deber.
6.2. El deber jurídico
Derecho Civil Parte general
La situación de poder implica que una persona tiene autoridad suficiente para reclamar a
cualesquiera otras una posición de sumisión y respeto del propio derecho. La situación
de deber implica que un determinado sujeto se encuentra vinculado a la realización de
un determinado comportamiento respetuoso del derecho ostentado por cualquier otra
persona.

6.3. El derecho subjetivo


Derecho Civil Parte general
La tradición política, cultural y jurídica de los países de nuestro entorno, España
incluida, aboga por el establecimiento de sistemas jurídicos respetuosos de la libertad de
las personas y de los colectivos sociales, a quienes las normas deben reconocer y
respetar su propio ámbito de decisión y de actuación, con plena eficacia. Es decir, el OJ
no persigue asfixiar la libertad e iniciativa de las personas, sino crear cauces y garantías
para que esa libertad de decisión personal pueda ser adecuadamente ejercitada.
El poder que el Ordenamiento otorga o reconoce a los particulares para que satisfagan
sus propios intereses, se conoce técnicamente con el nombre de derecho subjetivo.
El “tener derecho a…” significa ostentar el poder de exigir algo a alguien: el poder de
exigir la observancia de una determinada conducta (activa u omisiva) a alguna otra
persona en concreto o, en general, a todos los demás. Por ello suele definirse al derecho
subjetivo como la situación de poder concreto otorgada por el Ordenamiento jurídico a
un sujeto para que defienda y satisfaga sus propios intereses.
La idea de derecho subjetivo, dentro del poder concreto que otorga, se encuentra
compuesto de una serie de posibilidades de actuación que, muchas veces, son
susceptibles de distinción y de utilización separada por su titular. A tales posibilidades
de actuación, derivadas de un derecho subjetivo, se les conoce como facultades.
Por tanto, las facultades son, de menor amplitud objetiva que el derecho subjetivo en el
que se integran y, generalmente, se han de considerar dependientes de la vida o
dinámica del propio derecho subjetivo matriz (ej. el alquiler de cualquier cosa (video,
piso, etc) otorga al arrendatario el derecho subjetivo de usar la cosa durante el tiempo
previsto y en las condiciones pactadas, aunque dicho uso fuera en origen una mera
facultad del propietario de aquélla).

6.4. Clasificación de los derechos subjetivos


Derecho Civil Parte general
Esta clasificación se plantea de forma instrumental y sin pretensión de exhaustividad.
Se habla de derecho (subjetivo) patrimonial cuando el derecho subjetivo otorga a su
titular un ámbito de poder valorable o evaluable en dinero. Frente a ellos, los derechos
extrapatrimoniales representan ámbitos de poder de la persona que son reconocidos o
atribuidos por el OJ en atención a razones distintas a las puramente económicas.
Se habla de derecho absoluto o general cuando el derecho subjetivo otorga a su titular
un ámbito de poder que, con carácter general, debe ser respetado y reconocido por todos
los demás miembros de la colectividad (ej. el derecho de propiedad). Por
contraposición, se califica de derechos relativos a todos aquellos que conceden a su
titular la posibilidad de exigir a cualquier otra persona, pero no a los demás en general,
el desenvolvimiento de una conducta determinada (ej. los derechos derivados de la
relación arrendador-arrendatario).
Cuando la pervivencia de un derecho subjetivo depende de la existencia o inexistencia
de otro derecho subjetivo que le sirve de fundamento, el primero de ellos se denomina
accesorio respecto del segundo, denominado derecho principal (ej. la hipoteca).
La relación entre derechos principales y accesorios suele resumirse en que la
transmisión o extinción del derecho principal comporta paralelamente la misma
consecuencia para el derecho accesorio.

6.5. Nacimiento y adquisición de los derechos


subjetivos
Derecho Civil Parte general
El primer presupuesto a considerar es la existencia de una persona que pueda ser titular
del derecho subjetivo. El segundo viene dado por la realización del evento que la norma
jurídica prevea como causa justificadora del nacimiento del derecho.
Se habla de adquisición originaria cuando la titularidad del derecho coincide con el
propio nacimiento del derecho, por no traer causa de ningún titular anterior. Esto es, el
derecho de que se trate es ostentado por su titular ex novo y sin que encuentre
fundamento en transmisión alguna: se adquiere en origen.
En cambio, la adquisición derivativa tiene lugar cuando el titular cede o transmite su
derecho a cualquier otra persona (nuevo titular), quien pasará a ostentarlo, por tanto, a
causa de la transmisión habida. Según ello, el nuevo titular ocupa la misma posición
jurídica que tenía el anterior y, por consiguiente, el contenido y extensión de su derecho
se mantiene en las mismas condiciones en que lo ostentaba el anterior titular.
Dentro de la adquisición derivativa se distingue entre:
1. Adquisición derivativa traslativa: se transmite y se adquiere el derecho tal y
como era ostentado por el titular transmitente.
2. Adquisición derivativa constitutiva: el titular transfiere parcialmente su derecho,
dando origen a un nuevo derecho, que se constituye mediante la transmisión
parcial del derecho subjetivo (ej. el acreedor que cede parcialmente su crédito).
6.6. Modificación subjetiva: sucesión y transmisión

Derecho Civil Parte general

Los derechos subjetivos son transmisibles con carácter general. La amplitud de causas
sucesorias y supuestos de cambio de titular del derecho subjetivo aconseja indicar ya las
categorías básicas:
1. Sucesión inter vivos y mortis causa: en el primer caso, los intervinientes actúan
en vida. Por el contrario, en el segundo, el nuevo titular accede al derecho
subjetivo por haber fallecido el titular anterior.
2. Transmisión gratuita y onerosa: se habla de transmisión gratuita cuando el titular
del derecho subjetivo cede o transmite a otra persona su titularidad sin
contraprestación alguna; en caso de existir contraprestación, la transmisión se
considera onerosa.
3. Sucesión universal o particular: la transmisión a título particular se da cuando un
determinado derecho subjetivo cambia de titular; por el contrario, es universal
cuando la transmisión trata un conjunto de derechos subjetivos o relaciones
jurídicas que se consideran agrupadas, bien por la ley o por los particulares,
como en el caso de la herencia o en la venta de una empresa.

6.7. Modificación objetiva: la subrogación real

Derecho Civil Parte general

Durante su vida, el derecho subjetivo puede sufrir modificaciones relativas al objeto


sobre el que recae, aunque el derecho en sí mismo considerado no pierda su identidad y,
por tanto, deba considerarse sustancialmente el mismo. Tales modificaciones pueden ser
cuantitativas o bien cualitativas, sin que lleguen a determinar el nacimiento de un nuevo
derecho.
Ahora bien, en determinados casos, la sustitución del objeto del derecho por otro objeto
distinto no significa que el titular pueda desentenderse de los derechos que otras
personas tuvieran sobre el objeto originario. Por consiguiente, se entiende que el nuevo
objeto sustituye al originario en la misma posición que ocupaba éste respecto de
personas distintas del titular. A dicho fenómeno, impuesto por las leyes de forma
casuística, se le conoce técnicamente con el nombre de subrogación real.
La subrogación real consiste en sustituir el objeto sobre el que recae una determinada
afectación por otro distinto, en protección, básicamente, de los intereses de terceros.

6.8. Extinción y pérdida de los derechos subjetivos


En términos generales, la extinción o pérdida de los derechos subjetivos depende del
objeto del derecho, pues no es lo mismo, por ejemplo, el derecho a la tenencia de una
cosa que el derecho a una determinada conducta ajena.
La extinción de los derechos de crédito se identifica con la prestación de la conducta
por el deudor. Por el contrario, la extinción de los derechos reales supone la
desaparición física o la pérdida de valor de la cosa sobre la que recaen.
Respecto de la pérdida del derecho, cabe afirmar que se da cuando es transmitido a
otra persona. Por tanto, realmente el derecho lo ha perdido su titular, pero no se ha
perdido en cuanto lo ostenta otra persona.
La renuncia de derechos sólo puede plantearse respecto de los derechos subjetivos
propiamente dichos y una vez que tales derechos se encuentran realmente
constituidos. Los derechos aún no nacidos no pueden ser objeto de renuncia (STS
5/5/89) por no poderse considerar como integrantes del patrimonio de su titular. Las
potestades tampoco pueden ser objeto de renuncia, salvo causa justificada, en cuanto
han nacido para proteger los intereses de una persona distinta a su titular.
Igualmente, tampoco podrán ser objeto de renuncia las facultades inseparables del
derecho subjetivo en que se encuentren integradas.
El art. 6.2 CC establece que la renuncia de derechos solamente es válida cuando no
contraríe el interés o el orden público, ni perjudique a terceros.

7.1. El ejercicio de los derechos y sus límites


Derecho Civil Parte general
Ejercitar los derechos, bien personalmente por el titular, bien por persona interpuesta,
persigue procurar satisfacción al interés del titular, que es precisamente lo que justifica
el otorgamiento del derecho subjetivo de que se trate. Por ello el titular de un derecho
subjetivo, para satisfacer su interés, puede ejercitar el conjunto de facultades o poderes
concretos que forman parte de su derecho. Ahora bien, la satisfacción del propio interés
no autoriza a cualquier acto de ejercicio del derecho, sino que, por el contrario, existen
límites que restringen la posibilidad o las modalidades del ejercicio de los derechos.
Debemos desterrar la idea de que los derechos subjetivos otorguen a su titular una
capacidad de actuación ilimitada o un poder infinito.
El ejercicio de los derechos subjetivos debe llevarse a cabo de forma razonable y
adecuada a la propia función desempeñada por cada uno de los derechos en la cotidiana
convivencia social, sin extralimitaciones privadas de sentido o presididas por la idea de
ruptura de una convivencia razonable.
Dicha contemplación de las cosas, si bien no deja de corresponderse con la realidad en
buen número de ocasiones, tampoco es extraño que se vea perturbada por quienes
realizando un mal uso de su propia libertad de actuación‐ se extralimitan en el ejercicio
de sus derechos, atentando contra los demás o contra los intereses generales. Ante ello,
es necesario que el legislador (y, sobre todo, la jurisprudencia) cuente con mecanismos
restauradores del ejercicio razonable de los derechos que permitan la ordenada
convivencia social.
Tales mecanismos suelen identificarse con los límites de los derechos, dentro de los
cuales han de distinguirse:

7.2. Los límites extrínsecos en el ejercicio de los


derechos
Derecho Civil Parte general
Se agrupan en esta expresión las consecuencias relativas al ejercicio de los derechos
nacidas a causa de la concurrencia de diversos derechos recayentes sobre un mismo
objeto o que despliegan su eficacia en un ámbito que puede verse afectado por diversos
derechos contrastantes entre sí. Los límites vienen dados por un factor externo al
ejercicio del derecho propiamente dicho o en sí mismo considerado.
Los supuestos típicos de la materia se subsumen dentro de la llamada colisión de
derechos y, en su caso, de las situaciones de cotitularidad.

La colisión de derechos
Se habla de colisión de derechos, en sentido estricto, cuando determinados derechos,
ostentados por diferente titular, tienen un mismo objeto o un mismo contenido y,
consiguientemente, su ejercicio simultáneo resulta imposible o, al menos, parcialmente
imposible. Ej: mi derecho a tomar el ascensor del inmueble en que resido tendrá que
cohonestarse con el derecho de los restantes vecinos (y viceversa).
Una de las funciones básicas del Ordenamiento jurídico consiste en erradicar en la
medida de lo posible las situaciones posibles de colisión de derechos. El sistema
jurídico se encuentra plagado de normas cuyo objeto central consiste en la
jerarquización de unos derechos sobre otros, precisamente para evitar que el conflicto
de intereses socialmente planteado siga siendo técnicamente un supuesto de colisión de
derechos. Dicha jerarquización, implica situar a algunos derechos en posición de
subordinación respecto de otros, atendiendo a distintos criterios:
 En la pugna entre intereses generales y de carácter privado habrán de primar
aquéllos.
 En caso de conflicto entre derechos fundamentales y otros derechos, se habrán
de considerar preferentes los primeros.
 En el supuesto de que existe oposición entre derechos patrimoniales
prevalecerán, según los casos, los de mayor antigüedad en su constitución, mejor
rango o superior titulación, etc.

7.3. Los límites intrínsecos al ejercicio de los


derechos

Derecho Civil Parte general

Existe otra serie de matizaciones derivadas de la propia conformidad del derecho


con el ejercicio del mismo, requiriendo a su titular que se comporte siguiendo
determinados parámetros exigibles con carácter general. En definitiva, el
Ordenamiento jurídico exige que los derechos subjetivos sean ejercitados conforme
a su propia función y significado, vetando su ejercicio de manera desorbitada o
contraria a los parámetros de conducta socialmente asumidos.
Tal delimitación de la extensión de los derechos se lleva a cabo por el Ordenamiento
y por la jurisprudencia, acudiendo a una serie de conceptos jurídicos indeterminados
que se encuentran acogidos en el Título preliminar del CC: la buena fe y el abuso
del derecho. Constituyen límites intrínsecos, en cuanto el ejercicio de cualquier
derecho ha de realizarse de acuerdo con tales principios generales del Derecho.

7.4. La buena fe en el ejercicio de los derechos


Derecho Civil Parte general
El art. 7 del Título preliminar del CC dispone: “los derechos deberán ejercitarse
conforme a las exigencias de la buena fe”.
Inicial y aproximativamente, ordena dicho precepto que los derechos (pero, también los
deberes) que se ostentan deben materializarse de conformidad con el modelo de
conducta que socialmente es considerado honesto y adecuado. En consecuencia, no
estaría permitido realizar actos de ejercicio que, aunque quepan dentro de las facultades
teóricas que tenga el titular, se aparten de ese canon de lealtad en las relaciones sociales.
La buena fe ha parecido pertinente enunciarla como postulado básico por cuanto
representa una de las más fecundas vías de irrupción del contenido ético‐social en el
orden jurídico.
La buena fe sigue siendo un principio general del Derecho, pero es ahora un principio
normativizado: buena fe en sentido objetivo y como pauta general de conducta en el
ejercicio de los derechos. La indeterminación es inmanente al principio general de la
buena fe y precisamente mantenerla constituye una estrategia del Ordenamiento jurídico
para facilitar constantes adaptaciones a la realidad.
Que el legislador haya optado por incorporar expresamente al texto articulado de la
LEC una referencia a la buena fe, pues sin duda alguna resulta oportuno exigir su
aplicación y que el ejercicio procesal de los derechos no pueda desconocer la existencia
de un principio general del Derecho de generalizada aplicación y de necesaria
observancia.
Igualmente son frecuentes las referencias a la buena fe en las disposiciones relativas a la
Administración pública (Ley 30/1999 RJAPAC).

7.5. La doctrina de los propios actos


Derecho Civil Parte general
Son numerosísimas las sentencias del TS que recurren a la idea de la doctrina de los
actos propios, rechazando el ejercicio de un derecho cuando resulta incompatible con la
conducta anteriormente observada por su titular respecto del mismo derecho o de las
facultades que lo integran.
Dicha regla no se encuentra formulada normativamente en nuestro Ordenamiento, mas
su operatividad es innegable como consecuencia concreta del ejercicio de los derechos
de acuerdo con la buena fe.
La alegación de la doctrina requiere que el sujeto pasivo demuestre que, en relación con
él mismo, el sujeto activo del derecho subjetivo haya desplegado con anterioridad una
conducta que, interpretada de buena fe, demuestra la contradicción o incompatibilidad
de la nueva postura del titular del derecho subjetivo; circunstancia que, en definitiva,
destruye la confianza que para el sujeto pasivo comportaba la conducta anterior del
sujeto activo. Por tanto, dicha ruptura de la confianza ha de considerarse contraria a la
buena fe, en cuanto el titular del derecho subjetivo no puede adecuar a su antojo y por
mero capricho, jugando con las expectativas de las personas que con él se relacionan.
El TC la ha convertido en el fundamento de algunos fallos y, además, ha precisado su
alcance, en cuanto "encuentra su fundamento último en la protección que objetivamente
requiere la confianza que fundadamente se puede haber depositado en el
comportamiento ajeno y la regla de la buena fe, que impone el deber de coherencia en el
comportamiento y limita, por ello, el ejercicio de los derechos subjetivos" (STC
21/4/88).

7.7 Los límites temporales en el ejercicio de los


derechos: remisión

Derecho Civil Parte general

La referencia temporal al ejercicio de los derechos es de suma importancia, pues la


seguridad jurídica general requiere que los derechos subjetivos, de conformidad con
su naturaleza respectiva, sean ejercitados dentro de plazos razonables. La
importancia del tema aconseja destinar al mismo el siguiente capítulo, al que nos
remitimos.

7.8. La protección de los derechos


Derecho Civil Parte general
El OJ prevé unas medidas de protección de los derechos subjetivos que abarcan tanto la
prevención de violaciones cuanto la reacción frente a las lesiones sufridas. Así, se
distingue entre:
1. La defensa preventiva: medidas cautelares o disuasorias tendentes a procurar el
respeto de los derechos;
2. La defensa represiva o reactiva: medios que el OJ pone a disposición del
lesionado.
La protección de los derechos puede ejercitarse de forma directa por el propio titular,
actuando por sí mismo mediante el recurso a lo que desde antiguo se denomina defensa
privada, admitida en nuestro sistema legal en algunos casos singulares. Sin embargo, la
regla general es que el titular del derecho subjetivo debe reclamar su protección de los
Juzgados y Tribunales que integran el Poder Judicial.
Además, los particulares pueden dirimir la mayor parte de las controversias que versan
sobre Derecho privado a través del arbitraje.
La autotutela o defensa privada desempeña un papel marginal y residual en nuestro OJ
civil. No obstante, la Ley 41/2003 de protección patrimonial de las personas con
discapacidad, regula la autotutela en casos de futura incapacitación.
El TC perfila el derecho a la tutela judicial efectiva en numerosas sentencias, de las que
se pueden extraer las siguientes conclusiones:
1. Las resoluciones judiciales deben encontrarse conveniente y suficientemente
"motivadas", esto es, explicitando la interpretación normativa y argumentando
las razones del fallo.
2. Las normas de orden procesal, si bien tienen que ser respetadas, deben ser
consideradas instrumentales. En consecuencia, si el rigor formalista en la
aplicación de las normas procesales supone debilitar o sacrificar
innecesariamente el derecho subjetivo o el interés legítimo alegado, éstos deben
primar sobre aquéllas.

3. 8.1. El transcurso del tiempo y las relaciones


jurídicas

4. Derecho Civil Parte general

5. El titular de un derecho tiene la posibilidad de ejercitar los poderes que su


derecho le confiere, bien en un momento concreto (término), bien a lo largo de
un periodo de tiempo (plazo), que lo mismo puede haber quedado determinado
que indeterminado en la relación jurídica de que se trate.
6. Es justo que la situación de poder que otorga cualquier derecho subjetivo pese
sobre los sujetos pasivos del mismo de forma temporalmente limitada,
especialmente por razones de seguridad en el tráfico económico y jurídico. Si en
principio el titular del derecho subjetivo deja pasar un largo período temporal sin
hacerlo, puede darse el caso de que termine por reclamar sus intereses en un
momento tan tardío que, razonablemente, el sujeto pasivo no pensara que tal
derecho se encontraba vivo y activo.
7. Por otra parte, la desidia en el ejercicio de los propios derechos es también
manifestación de una conducta que, permite suponer que los derechos que no
son ejercitados en su momento adecuado o dentro de un periodo temporal
prudente, ya no serán ejercitados nunca, generando así la legítima expectativa en
las demás personas de la comunidad de que el derecho ha decaído.
8. Gramaticalmente hablando, computar equivale a contar o calcular una cosa
cualquiera; en nuestro caso, los periodos de tiempo.
9. La regla fundamental al respecto se encuentra recogida en el art. 5 del CC: “1.
Siempre que no se establezca otra cosa, en los plazos señalados por días, a
contar de uno determinado, quedará éste excluido del cómputo, el cual deberá
empezar el día siguiente; y si los plazos estuvieren fijados por meses o años, se
computarán de fecha a fecha. Cuando en el mes de vencimiento no hubiera día
equivalente al inicial del cómputo, se entenderá que el plazo expira el último del
mes. 2. En el cómputo civil de los plazos no se excluyen los días inhábiles”.
8.2. La prescripción

Derecho Civil Parte general

Cuando el transcurso del tiempo acarrea la pérdida o decadencia del ejercicio de los
derechos para su titular se habla sencillamente de prescripción o bien de prescripción
extintiva (porque extingue los derechos de que se trate). Al contrario, cuando el
transcurso del tiempo provoca el nacimiento o la consolidación de un derecho a favor de
una persona, se habla de prescripción adquisitiva o usucapión.
La prescripción suele estudiarse en la parte general del Derecho civil, en cuanto afecta
al ejercicio de los derechos en general; por el contrario, la usucapión se estudia en el
volumen dedicado a la propiedad y demás derechos reales.
Para que la prescripción proceda son necesarios los siguientes presupuestos:
 En primer lugar, es necesario que estemos frente a un derecho que sea
susceptible de prescripción, un derecho prescriptible.
 Que el titular del derecho en cuestión permanezca inactivo, esto es, sin ejercitar
el derecho que le corresponde.
 Que transcurra el plazo señalado por la ley para el ejercicio del derecho sin que
se haya llevado a cabo la actuación del mismo.
 Que, en su caso, producido un acto extemporáneo de pretendido ejercicio del
derecho, el sujeto pasivo alegue la prescripción producida y no haya renunciado
a ella.

8.3. Cómputo del plazo de prescripción

Derecho Civil Parte general

El cómputo del plazo prescriptivo establecido en cada caso se inicia desde el momento
en que el derecho pudo haber sido ejercitado, salvo que se disponga otra cosa diferente
(art. 1969 CC). Los artículos 1970 a 1972 contemplan las siguientes especialidades:
 La prescripción de las obligaciones de pago de rentas o intereses comienza a
correr desde el último pago de la renta o del interés adeudado.
 La prescripción de las obligaciones determinadas por sentencia judicial, a partir
del momento en que ésta sea firme.
 La prescripción relativa a las obligaciones de rendición de cuentas comienza a
correr desde que los obligados a rendirlas cesan en sus cargos o desde que hay
conformidad respecto de las cuentas finales, respectivamente.
La expresión “desde el día en que pudieron ejercitarse” los derechos (o las acciones,
según el tenor literal del CC) ha de ser entendida en el sentido de que debe iniciarse el
cómputo del plazo prescriptivo desde que el titular del derecho tuvo conocimiento de
que podía ejercitar el derecho.
Se recordará que al subrayar que el art. 5 excluía del cómputo el día inicial, advertimos
ya que dicha regla conocía ciertas excepciones de importancia. Una de tales
excepciones es la establecida en el artículo 1960.3 en materia de prescripción
adquisitiva o usucapión, pues según dicho precepto el primer día o día inicial del plazo
se tiene por entero (p.e: si cualquier derecho puede ejercitarse a partir de las 13:00 horas
del día 3 de mayo de 1990 y tiene un plazo de prescripción de 3 años, dado que el día
referido debe computarse desde las cero horas, es evidente que el plazo finaliza a las
00:00 del día 3 de mayo de 1993. Esto es, el día final para realizar cualquier acto de
ejercicio en relación con tal derecho es el 2 de mayo de 1993).

8.4. Interrupción del plazo prescriptivo


Derecho Civil Parte general
Mientras no venza (o se cumpla por entero) el plazo de prescripción previsto, el titular
del derecho puede ejercitar eficazmente su derecho, aunque con anterioridad haya
permanecido inactivo. Así pues, cuando cualquier acto de ejercicio del derecho se
produce dentro del plazo, éste deja de correr, requiriéndose comenzar a computar el
plazo prescriptivo desde el comienzo otra vez, caso de que tras ese acto de ejercicio
comience una nueva etapa de inactividad. Cuando esto sucede, se dice que la
prescripción ha sido interrumpida.
El acto de ejercicio del derecho que provoca la interrupción puede ser de cualquier
naturaleza, el cual admite tanto el ejercicio judicial del derecho cuanto el extrajudicial.
Respecto del ejercicio judicial del derecho, aquí deben agruparse los actos de ejercicio
del derecho que, promovidos por su titular, acaban siendo conocidos por los Jueces y
Tribunales. Entre dichos actos asume primordial importancia la interposición de la
demanda, en cuya virtud el titular del derecho subjetivo reclama la observancia del
mismo al sujeto pasivo.
Por otra parte, es indiscutible que el ejercicio extrajudicial del derecho por el titular de
cualquier otro derecho subjetivo comporta la interrupción de la prescripción.
Existe la convicción general de que cualquier requerimiento notarial promovido por el
titular del derecho genera la interrupción de la prescripción.
Sin embargo, el art. 1.973 no exige forma determinada alguna. Ello no significa que,
problemas de prueba aparte, no valgan como actos interruptivos de la prescripción
cualesquiera otros: cartas, telegramas, envíos por fax, etc.

8.5. Alegabilidad y renuncia de la prescripción


Derecho Civil Parte general
El efecto fundamental de la prescripción es hacer inexigible al sujeto pasivo del derecho
la observancia de la conducta (activa u omisiva) que podía serle impuesta por el titular.
Así pues, desde el prisma del sujeto obligado, la consecuencia básica de la prescripción
radica en que ésta le produce un beneficio, un inesperado provecho, derivado de la
inactividad del titular del derecho subjetivo.
Por tal motivo, la ley considera que ese beneficio para el sujeto pasivo debe ser dejado
en manos del propio interesado y le exige que tenga una conducta diligente que, al
menos debe consistir en la alegación de la prescripción frente al titular del derecho en el
caso de que éste finalmente opte por ejercitar su derecho. En consecuencia, la
prescripción operará sólo si el beneficiado por ella la alega; por el contrario, si el
beneficiado por la prescripción no alega que ha transcurrido el plazo para el ejercicio
eficaz del derecho, podrá ser condenado a cumplir, a pesar de la prescripción y a pesar
de que el ejercicio del derecho por su titular sea realmente extemporáneo.

8.6. Principales plazos de prescripción


Derecho Civil Parte general
El Código Civil menciona una serie de plazos generales de prescripción que conviene
reseñar:
1. Los derechos reales sobre bienes inmuebles prescriben a los 30 años (art. 1963),
salvo la acción hipotecaria que lo hace a los 20 (art. 1964).
2. Los derechos reales sobre bienes muebles prescriben a los 6 años (art. 1962).
3. Los derechos de crédito o personales cuentan con el plazo general de
prescripción de 15 años, salvo que se disponga otra cosa en cada caso (art.
1964).
4. El derecho a cobrar prestaciones periódicas pagaderas en plazos inferiores a un
año prescribe a los 5 años, en los casos mencionados en el art. 1966 CC.
5. En el plazo de 3 años prescribe el derecho a cobrar los servicios profesionales y
algunos otros derechos concretos, entre los que destaca la deuda por la
adquisición de bienes a un comerciante (art. 1967).
6. Finalmente, en el plazo de 1 año prescriben los interdictos posesorios y, muy
importante, el derecho a reclamar la indemnización que nace de responsabilidad
civil extracontractual (art. 1968).

8.7. La caducidad

Derecho Civil Parte general

Los plazos de prescripción propiamente hablando no constituyen límites temporales


estrictos de la vida de los derechos, sino de la inactividad y desidia de sus titulares.
Dado que tales plazos son susceptibles de interrupción, es evidente que los derechos no
encuentran en tales plazos una frontera temporal propiamente dicha, pues pueden revivir
de forma continuada y recurrente por un mero acto de ejercicio de su titular.
Esta reviviscencia o resurrección de los derechos no resulta siempre posible, ni
técnicamente aconsejable.
Ante ello, la ley (y también a veces los particulares) considera en numerosas ocasiones
que el ejercicio de determinados derechos y facultades se debe llevar a cabo, necesaria e
inexcusablemente, dentro de un periodo temporal predeterminado. Una vez transcurrido
el plazo marcado, sin posibilidad alguna de suspensión o interrupción, el derecho de que
se trate no podrá ya ser ejercitado por su titular.
Podemos conceptuar caducidad, como la extinción de un derecho por su falta de
ejercicio durante un plazo temporal prefijado que no es susceptible de ser interrumpido.
Ocurre así, en general, en todos los actos procesales (p.e: quien estime que alguno de
sus derechos fundamentales ha sido vulnerado, perderá su derecho a que el TC conozca
su causa si no presenta el recurso de amparo dentro de los 20 días siguientes a la
notificación de la resolución recaída en el previo proceso judicial).
También en Derecho civil (y en otros sectores del ordenamiento) son frecuentes los
supuestos de caducidad.
Conforme reiterada jurisprudencia del TS, las diferencias entre prescripción y
caducidad, son:
 Los plazos de caducidad no son susceptibles de interrupción ni suspensión
alguna, operando, por tanto, en estrictos términos temporales.
 Los plazos de caducidad suelen ser breves, cuando no brevísimos, aunque
ciertamente cabe resaltar también que en algunos casos los plazos de
prescripción pueden circunscribirse a cortos periodos de tiempo.
 La caducidad puede ser declarada judicialmente de oficio.

8.8. Reconsideración: caducidad y prescripción


como opciones del legislador y de los particulares

Derecho Civil Parte general

Los rasgos de la prescripción y la caducidad no vinculan al legislador, quien es libre


para configurar el plazo de ejercicio de cualquier derecho sin seguir exactamente los
cánones definitorios. A modo de ejemplo, puede haber supuestos en los que el plazo
de ejercicio de un derecho, pese a ser calificado como de caducidad, sea susceptible
de suspensión; o, por el contrario, razones de política legislativa pueden
fundamentar disposiciones concretas en las que se faculte a los Jueces para apreciar
de oficio el transcurso de un determinado plazo de prescripción.
Es más, no sólo el legislador, sino incluso los particulares pueden configurar los
plazos de ejercicio de los derechos con un cierto espacio de libertad, siempre que
respeten las normas de carácter imperativo.

8.9. La modificación prevista en el proyecto de ley de


reforma de la LEC
Derecho Civil Parte general
La disposición final primera del Proyecto de ley de reforma de la LEC, actualmente en
trámite parlamentario y publicado en el BOCG de 6 de marzo de 2015, bajo la rúbrica
de Modificación del Código Civil en materia de prescripción, contempla un par de
modificaciones legislativas en materia de prescripción que conviene resaltar, pues su
aprobación determina una profunda reforma en la materia, inalterada durante siglos.
Conforme al citado Proyecto, en primer lugar, el CC quedaría modificado en relación
con el plazo de prescripción de las acciones personales (art. 1964), ya que, en un nuevo
segundo párrafo de dicho artículo, se establecería que "2. Las acciones personales que
no tengan plazo especial prescriben a los 5 años desde que pueda exigirse el
cumplimiento de la obligación. En las obligaciones continuadas de hacer o no hacer, el
plazo comenzará cada vez que se incumplan". Es decir, que el actual e histórico plazo
quindenial, o sea de 15 años, quedaría reducido al plazo de 5 años o quinquenial.
De otro lado, se proyecta también la modificación del artículo 1973, conforme a la
siguiente redacción: "La prescripción de las acciones se interrumpe por su ejercicio ante
los Tribunales, por reclamación extrajudicial del acreedor y por cualquier acto de
reconocimiento de la deuda por el deudor. El plazo de prescripción no se entenderá
interrumpido si transcurrido un año desde la reclamación extrajudicial el deudor no
hubiese cumplido y el acreedor no hubiese reclamado judicialmente su cumplimiento",
lo que reduciría la capacidad interruptiva de las reclamaciones extrajudiciales, en contra
de la política general de los actuales gobernantes de ampliar la capacidad operativa de
las actuaciones extrajudiciales o propias de la jurisdicción voluntaria.

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