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PODER Y GOBIERNO EN EL OCCIDENTE

MEDIEVAL

-SELECCIÓN DE TEXTOS HISTÓRICOS-

1
Edicto de Galerio (Nicomedia, 30 de abril 311)

Entre las restantes disposiciones que hemos tomado mirando siempre por el
bien y el interés del Estado, Nos hemos procurado, con el intento de amoldar
todo a las leyes tradicionales y a las normas de los romanos, que también los
cristianos que habían abandonado la religión de sus padres retornasen a los
buenos propósitos. En efecto, por motivos que desconocemos se habían
apoderado de ellos una contumacia y una insensatez tales, que ya no seguían
las costumbres de los antiguos, costumbres que quizá sus mismos antepasados
habían establecido por vez primera, sino que se dictaban a sí mismos, de
acuerdo únicamente con su libre arbitrio y sus propios deseos, las leyes que
debían observar y se atraían a gentes de todo tipo y de los más diversos
lugares. Tras emanar nosotros la disposición de que volviesen a las creencias
de los antiguos, muchos accedieron por las amenazas, otros muchos por las
torturas. Mas, como muchos han perseverado en su propósito y hemos
constatado que ni prestan a los dioses el culto y la veneración debidos, ni
pueden honrar tampoco al Dios de los cristianos, en virtud de nuestra
benevolísima clemencia y de nuestra habitual costumbre de conceder a todos
el perdón, hemos creído oportuno extenderles también a ellos nuestra muy
manifiesta indulgencia, de modo que puedan nuevamente ser cristianos y
puedan reconstruir sus lugares de culto, con la condición de que no hagan
nada contrario al orden establecido. Mediante otra circular indicaremos a los
gobernadores la conducta a seguir. Así pues, en correspondencia a nuestra
indulgencia, deberán orar a su Dios por nuestra salud, por la del Estado y por
la suya propia, a fin de que el Estado permanezca incólume en todo su
territorio y ellos puedan vivir seguros en sus hogares.

Lactancio, De mortibus persecutorum XXXIV. Traduccioó n de Ramoó n Teja, Gredos,


Madrid 1982, pp. 165-167.

Edicto de Milán (313):


Por su parte Licinio, pocos días después de la batalla, tras hacerse cargo y
repartir una parte de las tropas de Maximino, llevó su ejército a Bitinia y entró
en Nicomedia. Allí dió gracias a Dios con cuya ayuda había logrado la victoria y
el día 15 de junio del año en que él y Constantino eran cónsules por tercera
vez, mandó dar a conocer una carta dirigida al gobernador acerca del
restablecimiento de la Iglesia y cuyo texto es el siguiente: "Yo, Constantino
Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para tratar
2
de todos los problemas que afectan a la seguridad y al bienestar público,
hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes asuntos que veíamos
merecían nuestra primera atención el respeto de la divinidad, a fin de conceder
tanto a los cristianos como a todos los demás, facultad de seguir libremente la
religión que cada cual quiera, de tal modo que toda clase de divinidad que
habite la morada celeste nos sea propicia a nosotros y a todos los que están
bajo nuestra autoridad. Así pues, hemos tomado esta saludable y rectísima
determinación de que a nadie le sea negada la facultad de seguir libremente la
religión que ha escogido para su espíritu, sea la cristiana o cualquier otra que
crea más conveniente, a fín de que la suprema divinidad, a cuya religión
rendimos este libre homenaje, nos preste su acostumbrado favor y
benevolencia. Para lo cual es conveniente que tu excelencia sepa que hemos
decidido anular completamente las disposiciones que te han sido enviadas
anteriormente respecto al nombre de los cristianos, ya que nos parecían
hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a
todos los que quieran observar la religión cristiana, hacerlo libremente sin que
esto les suponga ninguna clase de inquietud y molestia. Así pues, hemos
creído nuestro deber dar a conocer claramente estas decisiones a tu solicitud
para que sepas que hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de
practicar su religión. Y al mismo tiempo que les hemos concedido esto, tu
excelencia entenderá que también a los otros ciudadanos les ha sido
concedida la facultad de observar libre y abiertamente la religión que hayan
escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos ha impulsado a
obrar así el deseo de no aparecer como responsables de mermar en nada
ninguna clase de culto ni de religión. Y además, por lo que se refiere a los
cristianos, hemos decidido que les sean devueltos los locales en donde antes
solían reunirse y acerca de lo cual te fueron anteriormente enviadas
instrucciones concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco o hayan sido
comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ello
ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido
estos locales como donación deben devolverlos también inmediatamente a los
cristianos, y si los que los han comprado o los recibieron como donación
reclaman alguna indemnización de nuestra benevolencia, que se dirijan al
vicario para que en nombre de nuestra clemencia decida acerca de ello. Todos
estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e inmediatamente sin
ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los
cristianos poseían no solamente los locales donde se reunían habitualmente,
sino también otros pertenecientes a su comunidad, y no posesión de simples
particulares, ordenamos que como queda dicho arriba, sin ninguna clase de
equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a sus iglesias,
manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba (...).
De este modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan
importantes ocasiones nos ha estado presente, continuará a nuestro lado
constantemente, para éxito de nuestras empresas y para prosperidad del bien
público. Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a
conocimiento de todos, convendrá que tú la promulgues y la expongas por
todas partes para que todos la conozcan y nadie pueda ignorar las decisiones
de nuestra benevolencia".

3
LACTANCIO, "De mortibus persecutorum" (c.318-321). Recoge M. Artola
"Textos fundamentales para la Historia", Madrid, 1968, p. 21-22.

Alabanza de Constantino por Eusebio de Cesaréa:

“Esto es lo que auguran antiguos oráculos proféticos consignados por la


Escritura; esto es lo que atestiguan vidas de hombres amigos de Dios que
relucen desde antaño con todo género de virtudes, vidas recordadas por la
posteridad; esto es también lo que nuestra época ha probado ser verdad, en la
que Constantino, el único que llegó a ser bienamado de Dios, soberano del
Universo, entre los que alguna vez gobernaron el Imperio Romano, constituyó
para todos los hombres un esplendoroso paradigma de pía vida religiosa. Y eso
es también lo que el mismo Dios, a quien Constantino veneraba, refrendó con
brillantes sufragios, asistiéndole propicio al comienzo, medio y fin de su
imperio, y proponiendo a este hombre ante el género humano como lección
magistral de un modelo religioso. Efectivamente, al habérnoslo propuesto a él
solo de entre los autocrátores conocidos […] con haberle dado la imagen de su
propio poder monárquico, lo ha designado vencedor de toda tiránica estirpe y
destructor de sacrílegos […]. Esto es lo que él ponía en práctica y proclamaba,
como leal y buen servidor, declarándose sin paliativos esclavo, y
reconociéndose siervo del soberano universal. Dios, por su parte,
recompensándole al punto, lo hizo señor, amo victorioso y a él sólo, de entre
los emperadores desde el pasado, insuperable e invencible, […] tan amado de
Dios y triplemente bienaventurado, tan piadoso y tan del todo venturoso, que
domeñó con toda facilidad más naciones que sus predecesores y condujo
hasta el final un imperio indemne”
(Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica).

El cesaropapismo constantiniano según Pamphilius de Cesaréa:

De que modo intervino en los sínodos de los obispos.

Y de un modo general se presentó como tal ante todos. Estando sobre todo al
cuidado de la iglesia de Dios al producirse en distintas provincias disensiones
entre sí, él como el común obispo de todos, constituído por Dios, reunió los
concilios de los ministros de Dios. Y no consideró indigno estar presente en
ellos y sentarse en medio de sus reuniones sino que participaba en sus
problemas preocupandose de todo lo que perteneciera a la paz de Dios. Es
más, se sentaba en medio como uno de muchos haciendo apartar a sus
guardias y a su escolta y protegido sólo por el temor de Dios y rodeado por la
benevolencia de sus amigos fieles. Por lo demás estaba sobre todo de acuerdo
con quienes veía que aceptaban las opiniones más justas y a quienes veía
propensos a la paz y concordia indicando claramente que se complacía en
ellos. Pero por el contrario estaba en contra de los obstinados y de los
rebeldes.

E. PAMPHILI, "VIta Constantini", P.L., VIII. Recoge M.Artola, "Textos


fundamentales para la Historia", Madrid, 1968, p. 28

4
Edicto de Tesalónica, 28 de febrero del 380:

Todos nuestros pueblos (...) deben adherirse a la fe trasmitida a los romanos


por el apóstol Pedro, la que profesan el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de
Alejandría (...), o sea, reconocer, de acuerdo con la enseñanza apostólica y la
doctrina evangélica, la Divinidad una y la Santa Trinidad del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Unicamente los que observan esta ley tienen derecho al título
de cristianos católicos. En cuanto a los otros, estos insensatos extravagantes,
son heréticos y fulminados por la infamia, sus lugares de reunión no tienen
derecho a llevar el nombre de iglesias, serán sometidos a la venganza de Dios
y después a la nuestra (...)

"Código Teodosiano", 16, I, 2. Recogido por M.A. LADERO, "Historia Universal


de la Edad Media", Barcelona, 1987, p. 55.

Descomposición del Estado Romano, según Salviano:

Nuestras desgracias, nuestras debilidades, nuestras ruinas y cautividades, la


pena que constituye una servidumbre sin tregua, son testimonio de un mal
servidor y de un buen señor. ¿Por qué un mal servidor? porque con toda
evidencia yo sufro, al menos en parte, lo que merezco. ¿Por qué un buen
señor? porque él nos muestra lo que merecemos y sin embargo no nos lo
inflinge. Él prefiere corregirnos con un castigo pleno de clemencia y de
benignidad, antes que hacernos perecer. Nosotros, si se mira en relación a
nuestros crímenes, somos dignos del suplicio de la muerte; pero él,
inclinándose más a la misericordia que a la severidad, quiere reformarnos por
la moderación de una sanción clemente, más bien que destruirnos con el golpe
de una justa represión...
¿Pero por qué hablar de esto con tanto escrúpulo y alegóricamente, cuando no
sólo los robos, sino aún los mismos bandidajes de los ricos son puestos en
evidencia por los crímenes más notorios? Porque ¿quién, en proximidad de un
rico no ha sido reducido a la pobreza, arrojado entre los pobres? Porque las
usurpaciones de los poderosos hacen que los débiles pierdan sus bienes o
incluso se pierden ellos con sus propios bienes. Tampoco es sin justicia que la
Palabra divina da testimonio de unos y otros cuando dice: "Como la presa del
león es el onagro en el desierto, así la pastura de los ricos son los pobres". A
fin de cuentas, no son solamente los pobres, sino la casi totalidad del género
humano quien padece esta tiranía.
¿Acaso la dignidad de la clase elevada es otra cosa sino la puesta en subasta
de las ciudades? Y la prefectura de algunos, a quienes no nombraré, ¿es otra
cosa para ellos que un coto de caza? No hay peor estrago para la gente pobre
que el poder político: las cargas públicas son compradas por un pequeño
número de personas y deben ser pagadas con la ruina de todos; ¿qué puede
haber más escandaloso e inicuo que esto? Los miserables pagan el precio de
los cargos que no compran: ellos ignoran la compra pero conocen el pago.

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Para que un pequeño número sea ilustre, el mundo está convulsionado; la
elevación de un solo hombre es la ruina de toda la tierra.
En estos tiempos los pobres son arruinados, las viudas gimen, los huérfanos
son pisoteados; tanto que la mayoría de ellos, nacidos en familias conocidas, y
educados como personas libres, huyen a refugiarse entre los enemigos [los
bárbaros] para no morir bajo los golpes de la persecución pública. Sin duda
buscan entre los bárbaros la humanidad de los romanos, puesto que no
pueden soportar más entre los romanos una inhumanidad propia de bárbaros.
Y aunque sean grandes las diferencias respecto a aquellos entre los cuales se
refugian, sea por la religión, como por la lengua e incluso, si se me permite
decirlo, por el olor fétido que exhalan los cuerpos y los vestidos de los
bárbaros, ellos prefieren, no obstante, sufrir entre aquellos pueblos tales
diferencias de costumbres, que padecer la injusticia desencadenada entre los
romanos. Ellos emigran, pues, de todas partes y se dirigen hacia los godos,
hacia los bagaudas o hacia los otros bárbaros que dominan por doquier, y no
se arrepienten en absoluto de haber emigrado. En efecto, prefieren vivir libres
bajo una apariencia de esclavitud que ser esclavos bajo una apariencia de
libertad Sólo hay un deseo común entre los romanos: no verse nunca obligados
a volver bajo la ley romana: sólo hay una exclamación común a toda la
muchedumbre romana: continuar viviendo con los bárbaros.
De este modo al título de ciudadano romano, otrora tan estimado y adquirido a
tan alto precio, hoy se lo repudia y se huye de él; hoy es mirado no solamente
como vil, sino incluso como abominable.
¿Y qué testimonio puede manifestar más claramente la iniquidad romana, que
el ver a muchísimos ciudadanos honestos y nobles, que habrían debido
encontrar en el derecho de ciudadanía romano el esplendor y la gloria más
altas, reducidos ahora por la crueldad y la injusticia romanas a no querer ser
más romanos? De esto se deriva el hecho de que aún aquellos que no se
refugian entre los bárbaros son obligados a vivir como tales...
Lo que hay de más vergonzoso y penoso es que las cargas generales no son
soportadas por todos; antes bien, las tasas impuestas por los ricos pesan sobre
los pobres diablos: los más débiles llevan las cargas de los más fuertes. La
única razón que impide a los miserables el pagar los impuestos es que la carga
es más pesada que sus fuerzas. Ellos sufren dos cosas diferentes y opuestas:
se les tiene envidia y viven en la indigencia; se les tiene envidia, habida cuenta
de las tasas que se les imponen; viven en la indigencia, habida cuenta de lo
que deben pagar. Considerando lo que pagan creeríamos que se encuentran
en la abundancia; considerando lo que poseen, encontraremos que viven en la
indigencia. ¿Quién podría evaluar semejante injusticia? Ellos pagan como ricos
y experimentan una indigencia propia de mendigos; más aún, a veces, los ricos
inventan impuestos que son pagados por los pobres.
Salviano, De gubernatione

Ley de "hospitalidad" de Arcadio y Honorio (398):

Los emperadores Arcadio y Honorio, Augustos, a Hosio, magister officiorum.


Ordenamos que en cualquier ciudad en la que nos encontremos o se
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encuentren aquellos que nos sirven, después de haber alejado toda injusticia
tanto de parte de los repartidores como de los huéspedes, todo propietario
posea plenamente en paz y seguridad dos partes de su propia casa y la tercera
sea adjudicada a un huésped, de manera tal que la casa sea dividida en tres
partes. Que el propietario tenga la posibilidad de elegir la primera; el huésped
obtendrá la segunda que él desee; la tercera deberá quedar para el propietario.
Los obradores que éstan a cargo de los mercaderes no sufrirán la antedicha
división; han de permanecer en paz y libertad, protegidos contra toda injusticia
de los huéspedes y serán utilizados en favor sólo de sus propietarios e
intendentes (...).

TH. MOMMSEN, "Theodosiani Libri XVI...", L. VII, 8, 5, p. 328. Recoge A.


García Gallo "Manual de Historia del Derecho Español", vol. II Antología de
Fuentes del Antiguo Derecho, p. 362.

Valentiniano III afirma la primacía pontificia:

“Considerando pues que la preeminencia de la Sede Apostólica está asegurada


por los méritos de San Pedro, el primero de los obispos, que no se presuma
mostrar nada contrario a la autoridad de esa sede. Decretamos por un edicto
perpetuo que nada atenten los obispos galicanos o de cualquier otra provincia
contrario a la costumbre antigua sin la autoridad del venerable PAPA de la
ciudad eterna. Que sea ley para todos lo que la autoridad de la Sede Apostólica
ha promulgado o promulgue. Por lo tanto, si un obispo citado a la presencia del
papa de Roma, desdeña presentarse, que el gobernador de la provincia le
obligue a presentarse”.

Las cofradías de los germanos antes de las invasiones:

(...) Eligen algunas veces por príncipes algunos de la juventud, ya sea por su
insigne nobleza, o por los grandes servicios y merecimientos de sus padres; y
éstos se juntan con los más robustos, y que por su valor se han hecho conocer
y estimar; y ninguno de ellos se avergüenza de ser camarada de los tales y de
que se los vea entre ellos; antes hay en la compañía sus grados los cuales son
discernidos, por parecer y juicio del que siguen. Los compañeros del príncipe
procuran por todas las vías alcanzar el primer lugar cerca de él; y los príncipes
ponen todo su cuidado en tener muchos y muy valientes compañeros; el andar
siempre rodeados de una cuadrilla de mozos escogidos es su mayor dignidad y
son sus fuerzas; que en la paz les sirve de honra y en la guerra de ayuda y
defensa. Y el aventajarse a los demás en número y valor de los compañeros,
no solamente les da nombre y gloria con su gente, sino también con las
ciudades comarcanas; porque éstas procuran su amistad con embajadas, y los
hombres con dones; y muchas veces basta la fama para acabar las guerras,
sin que sea necesario llegar a ellas. De manera que el príncipe pelea por la
victoria y los compañeros por el príncipe. Cuando su ciudad está largo tiempo
en paz y ociosidad, muchos de los mancebos nobles de ella se van a otras
naciones donde saben que hay guerra, porque esta gente aborrece el reposo, y
en las ocasiones de mayor peligro se hacen más facilmente hombres
esclarecidos. Y los príncipes no pueden sustentar aquél acompañamiento
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grande que traen sino con la fuerza y con la guerra: porque de la liberalidad de
su príncipe sacan ellos, el uno un buen caballo, y el otro una framea victoriosa
y teñida en la sangre enemiga. Y la comida y banquetes grandes, aunque mal
ordenados, que les hacen cada día, les sirven para sueldo. Y esta liberalidad
no tienen de qué hacerla sino con guerra y robos. Es fuerza ser enemigo de
los enemigos del padre o pariente, y amigo de sus amigos.

P.CORNELIO TACITO, "De las costumbres, sitio y pueblos dela Germania".


Trad C. Coloma, "Obras completas", col. Clásicos inolvidables, Buenos Aires,
1952, cap. XIII, p. 732, cap. XIV, p. 733 y cap. XXI, p. 736

Consideraciones de San Agustín sobre el saqueo de Roma por Alarico


(410):

De esta manera (refugiándose en las iglesias de Roma) salvaron sus vidas


muchos de los que ahora infaman y murmuran de los tiempos cristianos,
culpando a Cristo de los trabajos y penalidades que Roma sufrió y no atribuyen
a este gran Dios el enorme beneficio de haber visto sus vidas a salvo por el
respeto que infunde su santo nombre. Por el contrario cada cual hace depender
este feliz suceso de la influencia del hado, cuando, si lo reflexionasen, deberían
atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por la mano vengadora de
sus enemigos a los arcanos y sabias disposiciones de la providencia divina,
que acostumbra a corregir y aniquilar con los funestos efectos que presagia
una guerra cruel, los vicios y las costumbres corruptas de los hombres (...)
Deberían también los vanos impugnadores atribuir a los tiempos en que
florecía el dogma católico, la gracia de haberles hecho merced de sus vidas los
bárbaros, en contra de los que es usual en las guerras, sin más respeto que
por iniciar su sumisión y reverencia a Jesucristo, otorgándoles este favor en
todos los lugares, y particularmente si se refugiaban en los templos.

SAN AGUSTIN, "De civitate Dei", Libri XXII, p. 14-15., París, 1613.

Los bárbaros como libertadores:

Van a buscar sin duda entre los Bárbaros la humanidad de los Romanos
porque no pueden soportar más entre romanos una inhumanidad propia de
Bárbaros. Son diferentes de los pueblos en los que se refugian. No tienen ni
sus costumbres, ni su lengua ni, si se me permite decirlo, el fétido olor de los
cuerpos y vestiduras bárbaros. Prefieren sin embargo plegarse a esta
diversidad de costumbres antes que sufrir injusticia y crueldades entre los
romanos. Emigran, pues hacia los Godos o hacia los Bagaudas, o hacia los
otros Bárbaros, que dominan por todas partes, y nunca se arrepienten de este
exilio. Porque prefieren vivir libres bajo apariencia de esclavitud, mejor que ser
esclavos bajo una aspecto de libertad. Sólo hay un deseo común entre los
romanos: no verse nunca obligados a volver bajo la ley romana; sólo hay una
exclamación común a toda la muchedumbre romana: continuar viviendo con los
bárbaros.

SALVIANO, "De Gubernatione Dei", IV y V, M.G.H., A.A.I, Berlín, (2ª), 1961, p.


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108 y 113.

La opinión de Ataulfo sobre Roma en el año 414:

Ataulfo era un gran hombre, por su valor, poder e inteligencia. Su deseo más
ardiente, decía a sus familiares y próximos, había sido borrar el nombre de
Roma, hacer de todo el territorio romano un imperio godo, de la Romania una
Gothia, convertirse en César Augusto. Pero, como sabía por experiencia, los
godos no obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie sin freno; y no
se podía prescindir de las leyes, sin las cuales un Estado no puede existir. Así,
al menos, había escogido hacerse famoso restaurando en su integridad y
extendiendo el nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a los ojos de la
posteridad como restaurador de Roma, ya que no había podido destruirla. Por
eso se abstenía de la guerra y aspiraba a la paz.

OROSIO, "Historiae", VII, 43, 5-7, p. 458. Recoge Migne, "Patrología Latina",
col. 1171.

Teodorico, rey de los ostrogodos:

Teodorico, varón belicosísimo y animoso, era hijo natural de Valamir, llamado


rey de los godos. Su madre, goda, llamada Ereriliva, era católica y en el
bautismo recibió el nombre de Eusebia. Preclaro y de buena voluntad para
con todos, reinó treinta y tres años y aseguró la felicidad de Italia treinta años y
la paz para sus sucesores. Nada hizo de malo. Así gobernó aunados dos
pueblos, el de los romanos y el de los godos. Aunque pertenecía a la secta
arriana, nada intentó contra la religión católica. Ofreció juegos en el circo y en
el anfiteatro, lo que fue llamado por los romanos un Trajano o un Valentiniano,
en cuya época se inspiró. Y los godos lo estimaron como su mejor rey por el
Edicto en que estableció el derecho. Prescibió a los romanos que el servicio
militar fuese como bajo los emperadores. Fue pródigo en dávidas y distribución
de víveres y aún cuando encontró el erario público exhausto, lo restableció y lo
hizo opulento con su labor. Aún cuando era iletrado, demostró tanta agudeza,
que algunos de sus dichos son aún hoy sentencia para el vulgo; por eso no nos
avergüenza recordar algunas de ellas. Dijo : "El que tiene oro y demonio no lo
puede esconder". También: "El romano miserable imita al godo y el godo útil
imita al romano". (...) Era también amigo de las construcciones y un
restaurador de ciudades. Restauró el acueducto de Ravena, obra del
emperador Trajano, y después de mucho tiempo hizo correr agua; edificó el
palacio hasta terminarlo, pero no lo dedicó y acabó el pórtico alrededor del
palacio. Además hizo las termas y el palacio de Verona y agregó una galería
desde la puerta hasta el palacio; reedificó el acueducto que por mucho tiempo
había estado destruido e hizo circular el agua, circundó la ciudad con otros
muros nuevos. También en Ticino hizo un palacio, las termas, el anfiteatro y
amuralló la ciudad.

Pero también benefició a otras ciudades. Tanto agradó a los pueblos vecinos,
que se ofrecieron a pactar con él en la esperanza de tenerlo por rey. También
llegaban hasta él comerciantes desde diversas provincias, pues había tanto
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orden que, si alguno quería enviar a su dominio oro y plata, podía considerarse
tan seguro como si estuviera dentro de los muros de la ciudad. Y así fue en
toda Italia, que no dotó de puertas a ciudad alguna, ni las cerró donde las había
(...)

"Anonymus Valesianus", Trad. Y.E. Jasson y F.E. Roberts, "Anales de Historia


Antigua y Medieval", Buenos Aires, 1949, pp. 165-178.

Retrato de Teodorico por Procopio:

Es necesario reconocer que gobernó a sus súbditos con todas las virtudes de
un gran emperador. Mantuvo la justicia y estableció buenas leyes. Defendió su
país de la invasión de sus vecinos y dió a todos prueba de una prudencia y de
un valor extraordinarios. No cometió ninguna injusticia contra sus súbditos, ni
permitió que se cometieran, salvo que permitió que los godos se repartieran las
tierras que, en tiempos, Odoacro había distribuido entre los suyos.

En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el título de rey, no dejó de alcanzar
la gloria de los más ilustres emperadores que hayan jamás ocupado el trono de
los Césares. Fue igualmente querido por godos e italianos, lo cual no sucede
habitualmente entre los hombres, que no estan acostumbrados a aprobar en el
gobierno del Estado aquello que no esté de acuerdo con sus intereses, y que
condenan todo lo que les es contrario. Después de haber gobernado durante
treinta y siete años y de haberse presentado como temible para sus enemigos,
murió de esta manera (...).

PROCOPIO DE CESAREA (500-565), "Histoire de la guerre contre les goths",


en el vol. I de "Histoire de Constantinople", París 1685, p. 353, recogido por A.
LOZANO y E. MITRE, "Análisis y comentarios de textos antiguos", I. Edad
Antigua y Media, Madrid, 1978, p. 142-143.

Teoría de las dos espadas de Gelasio I:

“Hay, en verdad, augustísimo emperador, dos poderes por los cuales este
mundo es particularmente gobernando: AUCTORITAS SACRATA PONTIFICUM
ET REGALIS POTESTAS. De ellos, el poder sacerdotal es tanto más
importante puesto que tiene que dar cuenta de los mismos reyes de los
hombres ante el tribunal divino. Pues has de saber, clementísimo hijo, aunque
tengas el primer lugar en dignidad sobre la raza humana, sin embargo tienes
que someterte fielmente a los que tienen a su cargo las cosas divinas, y buscar
en ellas los medios de tu salvación”

Afirmación de la dignidad individual frente al tirano:

“Quién con ánimo sereno


sabe poner el destino implacable bajo sus pies
y mira impasible la mudable fortuna,
permanecerá inmóvil ante la furia
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amenazadora del Océano
que hace rugir desde su más profundo abismo
sus agitadas olas.
Ni el bramor del Vesubio caprichoso cambiará su ánimo,
cuando rotos los adornos encendidos
lanza las llamas envueltas en humo.
Inmutable, sigue ante el estruendo del rayo ardiente
quien hiere las altas torres
¿Porqué los pobres miran impotentes
y con rabia a los tiranos crueles?
Nada esperes, nada temas,
y dejarás desarmado e impotente a tu enemigo.
Pero quien tiemble o vacile, porque no está seguro
ni es dueño de sí mismo,ha arrojado el escudo,
ha perdido su trinchera y ha atado a su cuello
una cadena que siempre arrastrará.”

Boecio, La consolación de la filosofía.

La conversión de Recaredo (586-589):


En la era DCXXIIII, en el año tercero del imperio de Mauricio, muerto
Leovigildo, fue coronado rey su hijo Recaredo. Estaba dotado de un gran
respeto a la religión y era muy distinto de su padre en costumbres, pues el
padre era irreligiosos y muy inclinado a la guerra; él era piadoso por la fe y
preclaro por la paz; aquél dilataba el imperio de su nación con el empleo de las
armas, éste iba a engrandecerlo más gloriosamente con el trofeo de la fe.
Desde el comienzo mismo de su reinado, Recaredo se convirtió, en efecto, a la
fe católica y llevó al culto de la verdadera fe a toda la nación gótica, borrando
así la mancha de un error enraizado. Seguidamente reunió un sínodo de
obispos de las diferentes provincias de España y de la Galia para condenar la
herejía arriana. A este concilio asistió el propio religiosísimo príncipe, y con su
presencia y su suscripción confirmó sus actas. Con todos los suyos abdicó de
la perfidia que, hasta entonces, había aprendido el pueblo de los godos de ls
enseñanzas de Arrio, profesando que en Dios hay unidad de tres personas, que
el Hijo ha sido engendrado consustancialmente por el Padre, que el Espíritu
Santo procede conjuntamente del Padre y del Hijo, que ambos no tienen más
que un espíritu y, por consiguiente, no son más que uno.

"Las historias de los godos, vándalos y suevos, de Isidoro de Sevilla", ed. C.


RODRIGUEZ ALONSO, León, 1975, pp. 261-263. Publ. A.LOZANO y E.
MITRE, "Análisis y comentarios de textos históricos. I. Edad Antigua y Media",
Madrid, 1979, p. 142.

Carta de Gregorio I al emperador Mauricio sobre el fin


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último del poder
“Yo, que hablo así a mis señores [al emperador Mauricio y su hijo], ¿qué soy,
sino polvo y gusano? Pero, porque siento que esta constitución atenta contra el
Autor de todas las cosas, no puedo guardar silencio hacia vos […]. El poder ha
sido dado de arriba a mis señores sobre todos los hombres, para ayudar a
aquéllos que desean hacer el bien, para abrir aún más el camino que conduce
al cielo, para que el reino terrestre esté al servicio del Reino de los Cielos».
Carta al emperador Mauricio, en protesta por una ley que restringía el acceso
al monacato para los soldados. 593.

Epistola de San Braulio al rey Chindasvisto:

Al rey Chindasvisto del mismo Braulio. Sugerimos a nuestro gloriosísimo señor


el rey Chindasvisto, Braulio y Eutropio, obispos, vuestros siervecillos, con los
presbíteros, diáconos y todos los que pos Dios les están encomendados, así
como Celso, vuestro siervo, con los territorios que por vuestra clemencia tienen
a sí encomendados: El que tiene en sus manos los corazones de los reyes,
como tiene vuestra fe, rige a todos. Por ello, no carece de su inspiración lo que
deseamos sugerir a vuestra clemencia: que, señor piadoso, recibas de buen
grado los ruegos de tus siervos , lo que ves que anhelan con fiel intención.
Pues con esperanza y frecuente reflexión cada uno desea la tranquilidad de su
vida y evita las situaciones peligrosas, considerando de uno y otro lado, al
recordar ls diferencias pasadas, cuántos peligros, cuántas necesidades, cuánto
sufrimos con las incursiones de los enemigos, a los que vos arrojasteís por la
misericordia celeste, y vimos como por vuestro régimen fuimos elevados con
gran contemplación; y pensando en vuestros trabajos y mirando por el futuro de
la patria, vacilando entre la esperanza y el miedo, decidimos recurrir a tu
piedad: para que, pues nada hay más provechoso y tranquilo para la vuestra, ni
más propicio para vuestro caso, en tu vida y con tu beneplácito nos des a tu
siervo el señor Recesvinto como señor y rey, que pues está en edad de
combatir y soportar el sudor de las guerras, con el auxilio de la gracia suprema,
pueda ser nuestro señor y defensor y descanso de vuestra serenidad, de modo
que se apacigüen las insidias y tumultos de los enemigos y permanezca segura
y sin miedo la vida de vuestros fieles. Pues vuestra gloria no puede ser
discutida por tal hijo, y tanto provecho al hijo se debe al padre. Por tanto,
pedimos con ruegos suplicantes al Rey de los cielos y al rector de todas las
cosas, que como constituyó a Josué sucesor de Moises y en el trono de David
a su hijo Salomón, insinúe clemente en vuestra alma lo que sugerimos, y
perfeccione con el auxilio de su omnipotencia en vuestra alma lo que en su
nombre decidimos pedir. Y si acaso incurrimos en la temeridad con la petición,
no es por presuntuosa insolencia, sino como dijimos, como consecuencia de la
reflexión.

A.GARCIA-GALLO, "Manual de Historia del Derecho Español, II. Antología de


fuentes del Derecho español", Madrid, 1967, pp. 398-399.

12
Fideles visigodos:
Que los fieles de los reyes no sean defraudados por los sucesores en el trono
en el derecho de las cosas recibidas en "stipendium" del servicio que prestan.
Con igual providencia se da nuestra sentencia para los fieles de los reyes que,
si alguno sobreviviere al príncipe en las cosas justamente recibidas o
adquiridas de la largueza del príncipe no deba haber perjuicio, pues si
caprichosa o injustamente se perturba la merced de los fieles, nadie se decidirá
a prestar pronto y fiel obsequio en tanto todo quede en lo incierto y se tema la
causa de la discriminación en el futuro. Al contrario, la piedad del príncipe debe
proteger su salud y bienes, pues por el ejemplo se incitará a los demás a la fe,
cuando no se defraude a los fieles de la merced.

CONCILIO V DE TOLEDO, año 636, c. 6. A. GARCIA-GALLO,"Manual de


Historia del Derecho Español", Madrid, 1979, II. p. 407

El IV Concilio de Toledo sobre el oficio regio:

Y a ti, también, nuestro rey actual y a los futuros reyes en los tiempos
venideros, os pedimos con la humildad debida que, mostrándoos moderados y
pacíficos para con vuestros súbditos, rijáis los pueblos que os han sido
confiados por Dios, con justicia y piedad, y correspondáis debidamente a Cristo
bienhechor que os eligió, reinando con humildad de corazón y con afición a las
buenas obras.
IV Concilio de Toledo

Que nadie entre nosotros arrebate indebidamente el trono. Que nadie excite las
discordias civiles entre los ciudadanos. Que nadie prepare la muerte de los
reyes, sino que muerto pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en
unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor en el trono, y
no se origine alguna división de la patria y del pueblo a causa de la violencia y
de la ambición.
IV Concilio de Toledo

De ahora en adelante cualquiera que de entre nosotros, o de cualquier pueblo


de Hispania, que con alguna maquinación o manejo violare el juramento que
hizo en favor de la estabilidad de la patria y del pueblo de los godos, y de la
incolumidad del poder real, o intentare dar muerte al rey, o menoscabare el
poder del reino, o con atrevimiento tiránico usurpare el trono real, sea anatema
en presencia del Espíritu Santo, y de los mártires de Cristo, y sea excluido de la
Iglesia Católica, a la cual profanó con su perjurio y extraño a toda comunión de
los cristianos. Y no tenga parte con los justos, sino que con el diablo y con sus
ángeles sea condenado a las penas eternas, juntamente con aquellos que le
ayudaron a la tal conjuración
IV Concilio de Toledo

El poder del príncipe al servicio de la Iglesia por S.


Isidoro:
13
“Los príncipes del siglo ocupan a veces las cimas del poder en la Iglesia, a fin
de proteger por su potestad la disciplina eclesiástica. Por lo demás, en la
Iglesia, estos poderes no serían necesarios si no tuvieran que imponer por
medio del terror de la disciplina lo que los sacerdotes se muestran impotentes
para hacer prevalecer por la predicación […]. Que los príncipes del siglo sepan
que Dios les pedirá cuentas a propósito de la Iglesia confiada por él a su
protección”

San Isidoro, (Sentencias)

Los reyes y la autoridad real según San Isidoro:

Cuando los reyes son buenos, ello se debe al favor de Dios; pero cuando son
malos, al crimen del pueblo. Como atestigua Job, la vida de los dirigentes
responde a los merecimientos de la plebe: "El hizo que reinase un hipócrita a
causa de los pecados del pueblo". Porque, al enojarse Dios, los pueblos
reciben el rector que merecen sus pecados. A veces hasta los reyes mudan de
conducta a causa de las maldades del pueblo, y los que antes parecían ser
buenos, al subir al trono, se hacen inicuos.

El que usa debidamente de la autoridad real de tal modo debe aventajar a


todos que, cuando más brilla porla excelencia del honor, tanto más se humille
interiormente, tomando por modelo la humildad de David, que no se envaneció
de sus méritos, sino que, rebajándose con modestia, dijo :"Danzaré en medio
del desprecio y aún más vil quiero aparecer delante de Dios, que me eligió".

El que usa rectamente de la autoridad real, establece la norma de justicia con


los hechos más que con las palabras. A éste no le exalta ninguna prosperidad
ni le abate adversidad alguna, no descansa en sus propias fuerzas ni su
corazón se aparta de Dios; en la cúspide del poder preside con ánimo humilde,
no le complace la iniquidad ni le inflama la pasión, hace rico al pobre sin
defraudar a nadie y a menudo condena con misericordiosa clemencia cuanto
legítimo derecho podría exigir al pueblo.

Dios concedió a los príncipes la soberanía para el gobierno de los pueblos,


quiso que ellos estuvieran al frente de quienes comparten su misma suerte de
nacer y morir. Por tanto, el principado debe favorecer a los pueblos y no
perjudicarles; no oprimirles con tiranía, sino velar por ellos siendo
condescendientes, a fin de que este su distintivo del poder sea verdaderamente
útil y empleen el don de Dios para proteger a los miembros de Cristo. Cierto
que miembros de Cristo son los pueblos fieles, a los que, en tanto les
gobiernan de excelente manera con el poder que recibieron, devuelven a Dios,
que se lo concedió, un servicio ciertamente útil.

14
SAN ISIDORO, "Sentencias", 1.3, c.48-49. Ed. y trad. J. Campos e I. Roca,
"San Leandro, San Fructuoso, San Isidoro", B.A.C., 321, Madrid, 1971, pp.
495-497.

En torno al problema de la primacía pontificia:

Siguiendo como seguimos en todo momento los decretos de los Santos


Padres y conociendo el Cánon de los 150 obispos, hijos muy amados de Dios,
que fue leído hace poco, decretamos y establecemos esto mismo acerca de los
privilegios de la santísima iglesia de Constantinopla, nueva Roma. Pues
nuestros antepasados otorgaron en justicia privilegios al trono de la antigua
Roma. Y movidos por esta misma consideración los 150 obispos muy amados
de Dios otorgaron estos mismos privilegios al santísimo solio de la nueva
Roma, pensando rectamente que una ciudad que había sido honrada con el
Imperio, y con el Senado y gozaba de los mismos privilegios que la muy
antigua reina, la ciudad de Roma, debía incluso en lo eclesiástico ser honrada y
exaltada no de modo distinto a como lo era aquélla, ya que es la segunda
ciudad después de ella, de tal modo que sólo los metropolitanos de la diócesis
del Ponto, de Asia y de Tracia y además los obispos de las citadas diócesis que
habitan entre los bárbaros sean ordenados por el ya citado trono de la
santísima Iglesia de Constantinopla, es decir, que cada metropolitano de dichas
diócesis ordene con los obispos de su provincia del modo como está escrito en
los sagrados cánones. Así pues como se ha dicho, los metropolitanos de las
citadas diócesis deben ser ordenados por el arzobispo de Constantinopla
después de haberse hecho las elecciones de costumbre y haberse puesto en
su conocimiento.

Canon 28 del Concilio de Calcedonia (a. 451). MANSI, "Sacrorum Conciliorum


Collectio", VII, p. 369.

El estado de las personas en el derecho justinianeo:

(3) La principal división en el derecho de las personas es ésta: que todos los
hombres sean libres o esclavos.

(4) Es libertad la natural facultad de hacer lo que se quiere, con excepción de


lo que se prohíbe por la fuerza o por la ley. La esclavitud es una institución del
derecho de gentes, por la cual uno está sometido, contra su naturaleza, al
dominio ajeno. Los esclavos se llaman "servi", porque los generales suelen
vender a los cautivos y, por esto, los con "servan" sin matarlos; y se llaman
"mancipia" porque los enemigos los capturan con la "mano".

(5) La condición de los esclavos es ciertamente única, en tanto que los


hombres libres unos son "ingenuos" —o libres de nacimiento— y otros son —
15
manumitidos o— libertos. Los esclavos entran en nuestro dominio bien por el
derecho civil, bien por el de gentes. Por el derecho civil, cuando alguna
persona mayor de viente y cinco años permitió ser vendido para participar en el
precio. Por el derecho de gentes son esclavos nuestros los enemigos cautivos
o los que nacen de nuestras esclavas. Son libres de nacimiento los que
nacieron de madre libre, porque basta que la madre haya sido libre en el
momento del parto, aunque hubiese concebido siendo esclava. Al contrario, si
hubiese concebido siendo libre y pariera después siendo esclava, se estimó
conveniente que el que nazca sea libre (no hace al caso si concibió en justas
nupcias o fuera de ellas), ya que la desventura de la madre no debe dañar al
concebido. Por esto se preguntó cuando se manumitió a una esclava encinta y
parió después si hecha de nuevo esclava o expulsada de la ciudad, pare un
hijo libre o esclavo. Sin embargo, se aprobó más correctamente que nace libre
y que basta al concebido el haber tenido una madre libre en el tiempo
intermedio.

JUSTINIANO, "Digesto", T. I, tit. V, p. 59. Trad. Aranzadi, Pamplona, 1968.


Recoge A. Lozano y E. Mitre, "Análisis y comentario de textos históricos. Edad
Antigua y Media", Madrid, 1978, p. 143-144.

El emperador y la ley en Bizancio:

1.- El emperador es la autoridad legítima, el bien común de todos los súbditos.


No castiga ni recompensa con parcialidad, sino que distribuye los premios con
justicia.

2.- El fín del emperador es conservar y salvaguardar por su virtud los bienes
presentes. Recobrar los bienes perdidos por medio de una atención vigilante.
Adquirir los bienes que faltan con su celo y justas victorias.

3.- El fín del emperador es hacer el bien. Por eso se le denomina "evergeta".
Cuando se aparta de la beneficencia, el carácter imperial se altera, según los
antiguos.

4.- El emperador tiene obligación de defender y mantener ante todo las


prescripciones de la Sagrada Escritura, a continuación los dogmas enunciados
por los siete santos concilios así como las leyes romanas reconocidas.

5.- El emperador ha de ser excelente en la ortodoxia y la piedad,


resplandeciente en su celo divino, en lo que concierne a los dogmas relativos a
la Trinidad, tanto en lo que toca a los decretos que se refieren a la economía
según la carne de nuestro señor Jesucristo: la consustancialidad de la divinidad
trishypostásica, y la unión hipostática de las dos naturalezas en un mismo
Cristo que es de forma inconfundible e indivisible perfecto Dios y perfecto
hombre, con lo que de esto se deduce: impasible y paciente, incorruptible y
corruptible, invisible y visible, intangible y tangible, ilimitado y limitado, así como
la dualidad incontestable de las voluntades y energías, y la indescriptibilidad y
descriptibilidad.

16
6.- El emperador ha de interprtar las leyes heredadas de los antiguos y, según
ellas, decidir cuando no hay ley.

7.- En la interpretación de las leyes ha de tener en cuenta la costumbre de la


ciudad. Lo que es contrario a los cánones no puede ser admitido como
modelo.

8.- El emperador ha de interpretar las leyes en el sentido del bien. En los


casos dudosos, reconocemos la interpretación conforme al bien.

9.- No se debe cambiar lo que comporta una interpretación evidente.

10.- En las cuestiones en las que no hay ley escrita, es menester conservar
uso y costumbre. Y, si no hay, decidir por analogía.

11.- De la misma manera que una ley puede estar escrita o no, puede
abrogarse ya por ley escrita ya por caducidad.

12.- Puede invocarse la costumbre de una ciudad o provincia cuando, en caso


de duda, un tribunal la ha confirmado. Lo que está confirmado por una larga
costumbre y ha sido observado durante muchos años, tiene la misma fuerza
que el escrito.

Ed. A. DE LINGENTHAL, "Epanagogé", Tit. II, Jus Graeco-romanum, Leipzig,


1856-1884. Recoge, M. A. Ladero, "Historia Universal de la Edad Media",
Barcelona, 1987, pp. 260-261

Etelberto de Kent y la figura del "bretwalda", rey de reyes de los anglo-


sajones:

En el año 616 de la Encarnación del Señor, que es el vigésimo primero desde


que fue enviado Agustín con sus compañeros a predicar al pueblo de los
anglos, Etelberto, rey de Kent, después de gobernar gloriosísimamente su reino
temporal por espacio de cincuenta y seis años, alcanzó el gozo eterno del reino
celeste. Este rey fue el tercero de los reyes del pueblo anglo que gobernó
unidas las provincias de dicho pueblo situadas al sur del río Humber y las
contiguas al mismo río por la parte del Norte, pero fue el primero de todos ellos
en ascender al reino de los cielos. El primer rey que imperó (sobre los restantes
reinos anglosajones) fue Aelle, rey de los Sajones meridionales (Sussex), el
segundo fue Celin, rey de los Sajones Occidentales (Wessex (...); el tercero,
como dije, fue Etelberto, rey de los Kentienos (...)

Y este rey entre otras cosas buenas que proporcionaba a su gente con su
buen gobierno, promulgó con el consejo de los sabios, una legislación judicial,
basada en el Derecho Romano. Estas leyes se conservan todavía en la lengua
de los anglos y son observadas por ellos: en las mismas dispuso, en primer
término, de qué modo debía enmendar (el daño causado) quien se apoderase

17
mediante robo de algún bien de la Iglesia o del obispo o de los restantes
órdenes eclesiásticos, estableciendo su salvaguarda sobre aquellos de quienes
había recibido la fe.

Era, dicho Etelberto hijo de Irminric, cuyo padre fue Octa, cuyo padre fue Erico,
conocido por Oisco, de quien los reyes de Kent suelen ser llamados Oiscingas.
Cuyo padre fue Hengist, quien junto con su hijo Oisco, invitado por Vurtigerno,
fue el primero que llegó a Gran Bretaña, según ya hemos referido
anteriormente.

BEDA, "Historia ecclesiastica gentis Anglorum", Ed. J.E. King, Londres, 1962,
lib. II, cap. V, pp. 224-226.

Primer ejemplo conocido de juramento vasallático en la época carolingia


(757):

El rey Pipino celebró asamblea en Compiègne con los Francos. Y hasta allí se
llegó Tasilón, duque de Baviera, quien se encomendó en vasallaje mediante las
manos. Prestó múltiples e innumerables juramentos, colocando sus manos
sobre las reliquias de los santos. Y prometió fidelidad al rey Pipino y a sus hijos,
los señores Carlos y Carlomán, tal como debe hacerlo un vasallo, con espíritu
leal y devoción firme, como debe ser un vasallo para con sus señores.

"Annales regni Francorum", ed Kurze, 1985. Recoge R. Boutrouche, "Señorío y


feudalismo. I. Los vínculos de dependencia", Madrid, 1980, p. 284.

La falsa donación de Constantino (ca. 780)

...Junto con todos los magistrados, con el senado y los magnates y todo el
pueblo sujeto a la gloria del Imperio de Roma, Nos hemos juzgado útil que,
como san Pedro ha sido elegido vicario del Hijo de Dios en la tierra, así
también los pontífices, que hacen las veces del mismo príncipe de los
Apóstoles, reciban de parte nuestra y de nuestro Imperio un poder de gobierno
mayor que el que posee la terrena clemencia de nuestra serenidad imperial,
porque Nos deseamos que el mismo príncipe de los Apóstoles y sus vicarios
nos sean seguros intercesores junto a Dios. Deseamos que la Santa Iglesia
Romana sea honrada con veneración, como nuestra terrena potencia imperial,
y que la sede santísima de san Pedro sea exaltada gloriosamente aún más que
nuestro trono terreno, ya que Nos le damos poder, gloriosa majestad, autoridad
y honor imperial. Y mandamos y decretamos que tenga la supremacía sobre las
cuatro sedes eminentes de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla y
sobre todas las otras iglesias de Dios en toda la tierra, y que el Pontífice
reinante sobre la misma y santísima Iglesia de Roma sea el más elevado en
grado y primero de todos los sacerdotes de todo el mundo y decida todo lo que
sea necesario al culto de Dios y a la firmeza de la fe cristiana...

18
...Hemos acordado a las iglesias de los santos Apóstoles Pedro y Pablo rentas
de posesiones, para que siempre estén encendidas las luces y estén
enriquecidas de formas varias; aparte, por nuestra benevolencia, con decreto
de nuestra sagrada voluntad imperial hemos concedido tierras en Occidente y
en Oriente, hacia el norte y hacia el sur, a saber en Judea, en Tracia, en
Grecia, en Asia, en Africa y en Italia y en varias islas, con la condición de que
sean gobernadas por nuestro santísimo padre el sumo pontífice Silvestre y de
sus sucesores...

...Desde este momento concedemos a nuestro santo padre Silvestre, sumo


pontífice y papa universal de Roma, y a todos los pontífices sucesores suyos,
que hasta el fin del mundo reinen sobre la sede de san Pedro: nuestro palacio
imperial de Letrán, la diadema, o sea nuestra corona, la tiara, el humeral que
suelen llevar los emperadores, el manto purpúreo y la túnica escarlata y
cualquier otra indumentaria imperial, la dignidad de caballeros imperiales, los
cetros imperiales y todas las insignias y estandartes y los diversos ornamentos
imperiales, y todas las prerrogativas de la excelencia imperial y la gloria de
nuestro poder. Queremos que todos los reverendísimos sacerdotes que sirven
a la misma santísima Iglesia Romana en sus diversos grados, tengan la
distinción, potestad y preeminencia con las que se adorna gloriosamente
nuestro ilustre Senado, es decir, que se conviertan en patricios y cónsules y
sean investidos con todas las otras dignidades imperiales. Decretamos que el
clero de la Santa Iglesia Romana se adorne como el ejército imperial. Y como
la potencia imperial se circunda de oficiales, chambelanes, servidores y
guardias de todo tipo, así también queremos que la Santa Romana Iglesia esté
adornada con los mismos. Y para que resplandezca magníficamente el honor
del Pontífice, decretamos asimismo lo siguiente: que el clero de la Santa Iglesia
Romana adorne sus caballos con arreos y gualdrapas de lino blanco y así
cabalgue. Y como nuestros senadores llevan calzados blancos de pelo de
cabra, así los lleven también los sacerdotes, para que las cosas terrenas sean
adornadas como las celestiales, para gloria de Dios. Además, a nuestro
santísimo padre Silvestre y a sus sucesores les damos autoridad de ordenar a
quien quiera que desee ser clérigo, o de agregarlo al número de los religiosos.
Nadie actúe con arrogancia respecto a esto. También hemos decidido que él y
sus sucesores lleven la diadema, o sea la corona de oro purísimo con gemas
preciosas, que de nuestra cabeza le hemos concedido. Pero porque el mismo
beatísimo Papa no quiso llevar una corona de oro sobre la corona del
sacerdocio, que lleva a gloria de san Pedro, Nos con nuestras propias manos
hemos puestos sobre su santa cabeza una tiara brillante de cándido esplendor,
símbolo de la Resurrección del Señor y por reverencia a san Pedro le
sostuvimos las riendas de su caballo, cumpliendo para él el oficio de
caballerizo: establecemos que también todos sus sucesores lleven en
procesión la tiara, con un honor único, como los emperadores. Y para que la
dignidad pontificia no sea inferior, sino que tenga mayor gloria y potencia que la
del Imperio terreno, Nos damos al mencionado santísimo pontífice nuestro
Silvestre, papa universal, y dejamos y establecemos en su poder gracias a
nuestro decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia
Romana, no solamente nuestro palacio, como ya se ha dicho, sino también la
ciudad de Roma y todas las provincias, lugares y ciudades de Italia y del
Occidente. Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro imperio y el
19
poder del reino hacia Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo,
una ciudad con nuestro nombre, y establecer allí nuestro gobierno, puesto que
no es justo que el emperador terrenal reine allí donde el Emperador celestial ha
establecido el principado de los sacerdotes y la Cabeza de la religión cristiana.
Decretamos que todas estas decisiones que hemos sancionado con un
sagrado decreto imperial y con otros divinos decretos, permanezcan inviolables
e íntegros hasta el fin del mundo. Por consiguiente, en presencia de Dios vivo
que nos ordenó reinar, y delante de su juicio tremendo, decretamos
solemnemente, con este acto imperial, que a ninguno de nuestros sucesores,
magnates, magistrados, senadores y súbditos que ahora, o en el futuro
estuvieren sujetos al imperio, sea lícito infringir esto o alterarlo de cualquier
modo. Si alguno -cosa que no creemos- despreciase o violase esto, sea
alcanzado por las mismas condenas y les sean adversos, tanto ahora como en
la vida futura, Pedro y Pablo, príncipes de los Apóstoles, y con el diablo y con
todos los impíos sean precipitados a quemarse en lo profundo del infierno.

Hemos puesto éste, nuestro decreto, con nuestra firma, sobre el venerable
cuerpo de san Pedro, príncipe de los Apóstoles.

La coronación imperial de Carlomagno en el 800:

Como en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el imperio


de una mujer, le pareció la Papa León y a todos los padres que en asamblea se
encontraban, así como a todo el pueblo cristiano, que debían dar el nombre de
emperador al rey de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos
los césares, habían tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la
Galia y Germania. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países
bajo su autoridad, pareció justo, conforme a la solicitud de todo el pueblo
cristiano, que llevase en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos
rechazar esta solicitud, sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a
los deseos expresados por los prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este
título y la consagración del Papa León.

"Annales Laureshamenses, ann. 800". Recogido por Calmette, "Textes et


documentes d'Histoire", II. Moyen Age, París. 1953.

Carta de convocatoria al servicio de armas:

Carlos, pacífico y gran emperador, a Fulrado, abad.

Te informamos que hemos convocado a nuestro "plaid" general, este año, en


Sajonia oriental, sobre el río Bode, en el lugar denominado Stassfurt. te
rogamos que asistas con todos tus hombres, bien armados y equipados, con
armas, bagajes y todo el aprovisionamiento de guerra en lo referente a víveres
y vestimenta, el 15 de las calendas de julio. Que cada jinete tenga un escudo,
una lanza, una espada larga y una espada corta, un arco y un carcaj lleno de
flechas. Que haya en vuestras carretas útiles de todo tipo, y también víveres
para tres meses a partir del momento de reunión, así como armas y
vestimentas para un semestre. Te rogamos que vigiles que no se exija
20
prestación alguna fuera del forraje, agua y madera.

En cuanto a los dones que debes presentarme en nuestro "plaid", envíalos a


mediados de mes de mayo, allí donde estaremos en ese momento. Vela en no
cometer negligencia alguna, en la medida en que desees beneficiarte con
nuestra buena gracia.

Capitularia, ed. Boretius, t. I, 1883, nº 75, p. 168. Recoge, R. Boutrouche,


"Señorío y Feudalismo. I. Los vínculos de dependencia", Madrid, 1980, pp.
304-305.

La familia como célula protectora en la sociedad franca:

Si alguien quiere independizarse de su parentela, ha de acudir al tribunal ante


el juez o el centurión, y una vez allí, romperá sobre su cabeza cuatro varas de
aliso y las arrojará a los cuatro extremos del tribunal. Luego deberá manifestar
bajo juramento que renuncia a toda protección, a toda sucesión y a todo
beneficio procedente de los miembros de su familia. Si más adelante muriera o
fuese asesinado alguno de su parentela, no rebirá de aquél ni sucesión ni multa
pagada en composición. Si él mismo muriera o fuese asesinado, la multa por
composición o la sucesión no irán tampoco a parar a sus familiares sino al
fisco.

"Historia de la vida privada", tomo I, Del Imperio romano al año 1000, dirigida
por Ph. ARIES y G. DUBY, Madrid, 1988, pp. 451-452.

El cesaropapismo carolingio:

Lo nuestro es: según el auxilio de la divina piedad, defender por fuerza con las
armas y en todas partes la Santa Iglesia de Cristo de los ataques de los
paganos y de la devastación de los infieles, y fortificarla dentro con el
conocimiento de la fe católica. Lo vuestro es, santísimo padre: elevados los
brazos a Dios como Moisés, ayudar a nuestro ejército, hasta que gracias a
vuestra intercesión el pueblo cristiano alcance la victoria sobre los enemigos
del santo nombre de Dios, y el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea
glorificado en todo el mundo.

Carlomagno, Epístola VII (a. 796). Recoge. M. Artola, "Textos fundamentales


para la Historia", Madrid, 1968, pp. 49-50.

Concilio de París sobre el ministerio regio:

Si el rey gobierna con piedad, justicia y misericordia, merece el título de rey. Si


estas cualidades le faltan sólo merece el título de tirano... El ministerio real
consiste especialmente en gobernar y regir el pueblo de Dios en la equidad y
en la justicia y velar y procurar por la paz y la concordia. Debe, en primer lugar,
defender a las iglesias, a los servidores de Dios, a las viudas, a los huérfanos y
a toda clase de pobres e indigentes. Debe mostrarse, también, en la medida de
lo posible, lleno de celo para que no se cometa ninguna injusticia… El rey
21
debe, en efecto, saber que el origen de ministerio que ha recibido no está tanto
en los hombres como en Dios, a quien deberá rendir cuentas el día de un
terrible juicio.
Concilio de París, 829

Feudalismo e Iglesia: carta de Hincmar de Reims a Luis "el Germánico"


(noviembre de 858):

Las iglesias que se nos han confiado por Dios no son, como los beneficios y
como la propiedad del rey, de una naturaleza tal que éste puede darlas o
quitarlas de acuerdo a su voluntad inconsulta, puesto que todo lo que se
vincula a la Iglesia está consagrado a Dios. De esto se desprende que aquél
que frustra o usurpa algo de la Iglesia debe saber que, según la Santa
Escritura, comete un sacrilegio.

Y nosotros los obispos consagrados a Dios, no somos de esa categoría de


gente que, como los hombres del siglo, deben encomendarse a vasallaje a
quien sea. Debemos entregarnos totalmente, nosotros y nuestras iglesias, para
la defensa y ayuda del gobierno en materia eclesiástica. No somos de esa
categoría de gente que deben prestar, de cualquier manera, un juramento,
pues la autoridad evangélica y canónica nos lo veda.

En efecto, es abominable que la mano ungida del santo crisma que, por la
plegaria y el signo de la cruz hace, por sacramento, del pan y del vino
mezclado con agua, el cuerpo y la sangre de Cristo, que esa mano, hiciera lo
que hiciese antes de la ordenación, proceda luego de la ordenación episcopal,
a establecer un juramento secular. Y es nefasto que la voz del obispo,
convertida en la llave del cielo por la gracia de Dios, jure, como cualquier
seglar, sobre los objetos sagrados en el nombre de Dios e invocando los
santos, salvo cuando por ventura, lo que a Dios no place, estalla un escándalo
contra él a propósito de su iglesia. Que actúe entonces prudentemente, tal
como decidieron, gracias a la enseñanza de Cristo, los poderes de la iglesia
por resolución sinodal. Y si ocurriera que se forzara a obispos y sacerdotes a
jurar contra Dios y las reglas eclesiásticas, que tales juramentos sean
declarados nulos en virtud de los textos de la Santa Escritura.

Capitularia, ed. Boretius, t. II, 1890, nº 297, pp. 439-440. Recoge, R.


Boutrouche, "Señorío y feudalismo. I. Los vínculos de dependencia", Madrid,
1980, pp. 302-303.

Los tres órdenes de la sociedad feudal:

22
El orden eclesiástico no compone sino un sólo cuerpo. En cambio la sociedad
está dividida en tres ordenes. Aparte del ya citado, la ley reconoce otras dos
condiciones: el noble y el siervo que no se rigen por la misma ley. Los nobles
son los guerreros, los protectores de las iglesias. Defienden a todo el pueblo, a
los grandes lo mismo que a los pequeños y al mismo tiempo se protegen a
ellos mismos. La otra clase es la de los siervos. Esta raza de desgraciados no
posee nada sin sufrimiento. Provisiones y vestidos son suministradas a todos
por ellos, pues los hombres libres no pueden valerse sin ellos. Así pues la
ciudad de Dios que es tenida como una, en realidad es triple. Unos rezan, otros
lucha y otros trabajan. Los tres órdenes viven juntos y no sufrirían una
separación. Los servicios de cada uno de éstos órdenes permite los trabajos de
los otros dos. Y cada uno a su vez presta apoyo a los demás. Mientras esta ley
ha estado en vigor el mundo ha estado en paz. Pero, ahora, las leyes se
debilitan y toda paz desaparece. Cambian las costumbres de los hombres y
cambia también la división de la sociedad.

ADALBERON DE LAON, "Carmen ad Robertum regem francorum" (a.998).


Recoge. M. Artola, "Textos fundamentales para la Historia", Madrid, 1968, p.
70.

El "feudo" según las Partidas de Alfonso X el Sabio:

Qué cosa es feudo, et onde tomó este nombre. Et quántas maneras son de él.

Feudo es bienfecho que da el señor al algunt home porque se torna su vasallo,


et le face homenatge de serle leal: et tomó este nombre de fe que debe
siempre guardar el vasallo al señor. Et son dos maneras de feudo: la una es
cuando es otorgado sobre villa, o castiello o otra cosa que sea raíz: et este
feudo a tal non puede ser tomado al vasallo, fueras ende si fallesciere al señor
las posturas que con él puso, e sil feciese algunt yerro tal por que lo debiese
perder, así como se muestra adelante. Et la otra manera es la que dicen feudo
de cámara: et este se face quando el rey pone maravedís a algunt su vasallo
cada año de su cámara: et este feudo atal puede el rey toller cada que
quisiere.

Partidas. P. IV, t. 26, b. 1. Recoge M.A. LADERO, "Historia universal de la Edad


Media", Barcelona, 1987, pp. 445-446.

Coronación imperial de Oton I:

Reinando, mejor, atormentando, y por decirlo con mayor exactitud, ejerciendo


la tiranía en Italia Berengario y Adalberto, el sumo pontífice y universal papa
Juan, cuya Iglesia había sufrido aquel tiempo la crueldad de los antes citados
Berengario y Adalberto, envió a Otón, entonces serenísimo y piadosísimo rey,
ahora augusto emperador, como legados de la Santa Romana Iglesia, el
23
cardenal diácono Juan y el escribano Azón, rogando y suplicando, con cartas y
con palabras, a fin de que, por amor de Dios y de los Santos Apóstoles Pedro y
Pablo, que había querido fuesen los remisores de sus pecados, liberase de las
fauces de aquellos a él mismo y a la Santa Romana Iglesia a él confiada, y le
devolviese la salvación y su pristina libertad. Mientras los legados romanos se
lamentaban de esto, Waldeperto, hombre venerable, arzobispo de Milán,
liberado medio muerto de la furia de los citados Berengario y Adalberto, se
acercó al antes citado Otón (...) y le puso en conocimiento que no podía
soportar y sufrir la maldad de Berengario y Adalberto, e incluso de Willa, que
contra todo derecho divino y humano, había puesto a la cabeza de la sede de
Milán a Manasen, obispo de Arlés. (...)

Por tanto, el piadosísimo rey, convencido de las lacrimosas lamentaciones de


éstos, atento no a los propios intereses, sino a aquellos de Jesucristo, nombró,
contrariamente a la costumbre, rey a su hijo homónimo, todavía niño, lo dejó en
Sajonia, y reunidas las tropas marchó rapidamente a Italia. Con celeridad
expulsó a Berengario y Adalberto del reino, en cuanto se sabe que tuvo como
compañeros de armas a los santísimos apóstoles Pedro y Pablo. Y así el buen
rey, reuniendo cuanto esta disperso y consolidando cuanto estaba roto,
restituyó a cada uno lo suyo, y después marchó hacia Roma, para hacer lo
mismo.

Allí acogido con admirable magnificencia y nuevo ceremonial, recibió la unción


del Imperio del mismo sumo pontífice y papa universal Juan; y no le restituyó
sólo las cosas que le pertenecían, sino que le honró también con grandes
presentes de piedras preciosas, oro y plata. Y del papa Juan en persona y de
todos los más importantes de la ciudad recibió el juramento sobre el
preciosísimo cuerpo de San Pedro, que ellos nunca prestarían ayuda a
Berengario y Adalberto. Después de lo cual volvió a Pavía en cuanto le fue
posible.

Ed. MIGNE, "Patrologia Latina", vol. 136, cols. 898- 899. Recoge M. Riu y
otros, "Textos comentados de época medieval (siglos v al XII)", Barcelona,
1975, pp. 332-335.

Reivindicación del prestigio de Carlomagno por Otón III (año 1000):

Una vez fallecido Otón II, su hijo Otón, tercero de este nombre, ocupó el
Imperio. Amaba la filosofía y se preocupaba de los intereses de Cristo para
poder devolver duplicado el talento cuando se presentara ante el tribunal del
Juez supremo. Con la voluntad de Dios, consiguió convertir a la fe de Cristo a
las poblaciones de Hungría, así como a su rey (...)

En aquel tiempo, el emperador Otón fue impulsado en un sueño a exhumar el


cuerpo del emperador Carlomagno, que estaba enterrado en Aquisgrán. Con el
tiempo había venido el olvido y se ignoraba el emplazamiento exacto donde
reposaba. Después de cumplir un ayuno de tres días fue descubierto en el
lugar que había sido revelado al emperador en su visión. Estaba sentado en un
trono de oro, en el interior de una cripta abovedada debajo de la basílica de
24
Nuestra Señora: llevaba una corona de oro y piedras preciosas y tenía un cetro
y una espada de oro puro. El cuerpo fue hallado intacto y, una vez exhumado,
se le expuso a la contemplación del pueblo.

El cuerpo de Carlos fue enterrado en el lado derecho del crucero de la basílica,


detrás del altar de San Juan Bautista y se construyó un magnífico altar
subterráneo de oro sobre el sepulcro. Desde entonces ha comenzado a adquirir
celebridad por los numerosos prodigios que ha realizado. No se ha instituído
una fiesta solemne para él sino que se limitan a honrarle con el rito común del
aniversario de difuntos. Su relicario de oro fue enviado por el emperador Otón
al rey Boleslao para contener las reliquias del mártir San Adalberto. Cuando
hubo recibido el donativo, el rey Boleslao lo agradeció al emperador haciéndole
llegar un brazo del cuerpo de este santo. El emperador lo recibió con alegría,
hizo contruir en honor al santo mártir Adalberto una magnífica basílica en
Aquisgran e instaló en ella a una congregación de siervas de Dios. También
hizo contruir en Roma otro monasterio en honor de mismo mártir.

Gerberto, que era de nación aquitana y monje de la iglesia de San Geraldo en


Arillac, visitó primero Francia y después Córdoba, para estudiar filosofía. El
emperador le conoció y le dió el arzobispado de Ravenna. Poco después, al
morir el papa Gregorio, que era hermano del emperador, el mismo Gerberto fue
promovido por el emperador papa de los romanos, a causa de su saber
filosófico. Cambió el nombre primitivo y fue llamado Silvestre.

ADEMAR DE CHABANNES, "Chronique", París, 1897. Ed. Chavanon, pp. 152-


154. Recoge. M.A. Ladero, "Historia Universal de la Edad Media", Barcelona,
1987, pp. 363-364.

Gerberto de Aurillac y Otón III (año 1000)

Gerberto, que era de nación aquitana y monje de la iglesia de San Geraldo en


Aurillac,visitó primero Francia y después Córdoba, para estudiar filosofía. El
emperador le conoció y le dio el arzobispado de Ravenna. Poco después, al
morir el papa Gregorio, que era hermano del emperador, el mismo Gerberto fue
promovido por el emperador papa de los romanos, a causa de su saber
filosófico. Cambió el nombre primitivo y fue llamado Silvestre.
ADEMAR DE CHABANNES

DECRETO DE NICOLÁS II SOBRE LAS ELECCIONES PAPALES (1059)

[1] En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, en el año de su Encarnación


1059, en el mes de abril, indicción 12, delante de los sacrosantos Evangelios,
bajo la presidencia del muy reverendo y muy santo Papa apostólico Nicolás, en
la basílica de Letrán llamada de Constantino, asistiendo también los muy
reverendos arzobispos, obispos, abades y venerables padres y diáconos, el

25
venerable Papa, decidiendo por su autoridad apostólica, dijo, respecto de la
elección apostólica:

[2] Vuestra santidad, mis muy queridos hermanos y obispos, y a ustedes


también miembros más humildes de esta asamblea, sabe, no es algo oculto,
cómo después de la muerte de Estaban, nuestro predecesor de piadosa
memoria, esta sede apostólica a la cual me consagro con la voluntad de Dios,
ha soportado males, ha sido librada a los golpes redoblados de la simonía y de
los usureros, al punto de que la columna del Dios vivo, quebrantada, parece
muy pronto tambalearse por completo y que la navecilla del Pescador
Supremo, bajo las ráfagas que se levantan, es empujada a zozobrar en el
abismo del naufragio. Así, pues, si place a vuestra fraternidad, debemos con la
ayuda de Dios prevenir con prudencia los futuros acontecimientos y precaver
para el futuro por un estatuto eclesiástico que esos males resucitados -Dios no
lo quiera- no la afecten.

[3] Es por ellos que, instruidos por la autoridad de nuestros predecesores y de


los otros santos padres, hemos decidido y establecido que después de la
muerte de un pontífice de esta Iglesia Universal Romana, los cardenales
primero hablarán diligentemente entre ellos sobre la elección; después citarán
a los otros cardenales y, entonces, al resto del clero, y al pueblo que se
aproximarán para dar su asentimiento a la nueva elección

[4] Teniendo el mayor cuidado de que no intervenga en modo alguno el dominio


de la venalidad. Los eclesiásticos más prominentes serán los primeros en llevar
a cabo la elección de un Papa; los otros los seguirán con obediencia.
Ciertamente, esta clase de elección será considerada justa y legal si se
examinan las reglas y las acciones de los diferentes padres y también se
recuerda el juicio de nuestro santo predecesor León: "Nada justifica, dice, el
que se tenga por obispos a los que no han sido elegidos por el clero o pedidos
por el pueblo o consagrados por los obispos de la provincia con la aprobación
del metropolitano". Pero siendo la sede apostólica superior a todas las iglesias
del mundo, no puede tener sobre ella ningún metropolitano, y así los
cardenales obispos que ponen al pontífice elegido en la cumbre de la dignidad
apostólica, actúan indudablemente en lugar del metropolitano.

[5] Deben hacer su elección de entre los miembros de esta Iglesia si hay en ella
un candidato digno; en caso contrario, elegirán uno de otra iglesia.

[6] Salvo el honor y reverencia debidos a nuestro amado hijo Enrique, que es
ahora rey y que, es de esperar, será, en el futuro, emperador con la gracia de
Dios, según ya hemos concedido a él y sus sucesores, los cuales pedirán
personalmente este derecho a la sede apostólica.

[7] Pero, si la perversidad de hombres corrompidos y diabólicos prevalece


haciendo imposible en Roma una elección pura, sincera y libre, entonces los
cardenales obispos, junto con el clero temeroso de Dios y el pueblo católico,

26
aunque fueran pocos, tendrán el derecho y la autoridad de elegir un pontífice
para la sede apostólica en el lugar que juzguen conveniente.

[8] Si, después de la elección, a causa de una guerra o de cualquier tentativa


de hombres malvados impide al elegido ser autorizado en la sede apostólica,
según costumbre, es claro que, a pesar de ello, el elegido debe recibir
autoridad para gobernar a la Iglesia Romana y disponer de todos los derechos
y bienes, lo que hizo, como sabemos, el bienaventurado Gregorio antes de su
consagración.

[9] Y aquel que, contrariamente a este decreto sinodial, sea elegido y ordenado
y entronizado gracias a un motín, o por un golpe de audacia con no importa
qué otro medio, debe ser considerado y tenido por todos no como Papa sino
como secuaz se Satán, no como apóstol, sino como apóstata, y en virtud de la
autoridad de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo debe ser objeto de
anatema eterno, él, sus partidarios y defensores y excluido de la Santa Iglesia
de Dios como Anticristo, usurpador y destructor de toda la cristiandad...

[10] Que la gracia de Dios Todopoderoso proteja a quienes observen el decreto


y que, por la autoridad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, los absuelva de
las cadenas de todos los pecados.

Yo, Nicolás, obispo de la Santa Iglesia Católica Romana, suscribo este decreto
promulgado por nosotros como se ha leído más arriba. Bonifacio, por la gracia
de Dios obispo de Albano, lo suscribo. Humberto, obispo de la Santa Iglesia de
Silva Cándida, lo suscribo. Pedro, de la Iglesia de Ostia, lo suscribo. Y los otros
obispos, en número de 76 lo han suscrito con los sacerdotes y diáconos.

v. Monumenta Germaniae Historica, Constitutiones et Acta, I, pp. 538-541, en:


Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, 2, Moyen Age, P.U.F., 1953
(1937), pp. 115 y ss. Trad. del francés por José Marín R.

"Dictatus Papae" (1075):

1.- Que sólo la Iglesia romana ha sido fundada por Dios.

2.- Que por tanto, sólo el pontífice romano tiene derecho a llamarse universal.

3.- 3.- Que sólo él puede deponer o establecer obispos.

4.- Que un enviado suyo, aunque sea inferior en grado, tiene preeminencia
sobre todos los obispos en un concilio, y puede pronunciar sentencia de
deposición contra ellos.

27
5.- Que el Papa puede deponer a los ausentes.

6.- Que no debemos tener comunión ni permanecer en la misma casa con


quienes hayan sido excomulgados por el pontífice.

7.- Que sólo a él es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo con las
necesidades del tiempo, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía
una canongía y viceversa, dividir un episcopado rico y unir varios pobres.

8.- Que sólo él puede usar la insignia imperial.

9.- Que todos los príncipes deben besar los pies sólo al papa.

10.- Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.

11.- Que su título es único en el mundo.

12.- Que le es lícito deponer al emperador.

13.- Que le es lícito, según la necesidad, trasladar los obispos de sede a


sede.

14.- Que tiene poder de ordenar a un clérigo de cualquier iglesia para el lugar
que quiera.

15.- Que aquél que haya sido ordenado por él puede ser jefe de otra iglesia,
pero no subordinado, y que de ningún obispo puede obtener grado superior.

16.- Que ningún sínodo puede ser llamado general sino está convocado por
él.

17.- Que ningún capítulo o libro puede considerarse canónico sin su


autorización.

18.- Que nadie puede revocar su palabra y que sólo él puede hacerlo.

19.- Que nadie puede juzgarlo.

20.- Que nadie ose condenar a quien apele a la Santa Sede.

21.- Que las causas de mayor importancia de cualquier iglesia, deben remitirse
para que él las juzgue.

22.- Que la iglesia romana no se ha equivocado y no se equivocará jamás


según el testimonio de la Sagrada Escritura.

23.- Que el romano pontífice, ordenado mediante la elección canónica, está


28
indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro, según lo
afirma San Enodio, obispo de Pavía, con el consenso de muchos santos
padres, como está escrito en los decretos del bienaventurado papa Simmaco.

24.- Que a los subordinados les es lícito hacer acusaciones conforme a su


orden y permiso.

25.- Que puede deponer y establecer obispos sin reunión sinodal.

26.- Que no debe considerarse católico quien no está de acuerdo con la Iglesia
romana.

27.- Que el pontífice puede liberar a los súbditos de la fidelidad hacia un


monarca inicuo.

GREGORIO VII, "Registrum", P.L. CXLVIII, c. 407-408. Recoge M.


Artola,"Textos fundamentales para la historia", Madrid, 1968, pp. 95-96.

Enrique, rey, no por usurpación sino por sagrada ordenación de


Dios a Ildebrando, no papa, sino falso monje.

Para tu vergüenza he encabezado esta forma de saludo, tu que en


la Iglesia no has dejado ocasión de deshonor en vez de honor, de
maldición en vez de bendición. Para indicar entre muchos ejemplos sólo
algunos importantes no has temido de no tocar como ungidos del Señor a
los rectores de la Santa Iglesia, arzobispos, obispos y sacerdotes, sino que
les has pisoteado bajo tus pies, como siervos que no saben lo que hace su
patrón. Oprimiéndoles te has ganado el favor del vulgo. Has creído que
todos esos no saben nada y tú sólo posees toda la ciencia, de la cual
luego te sirves no para construir sino para destruir.

Y nosotros que nos hemos esforzado en defender el honor de la


Sede Apostólica hemos soportado todas estas cosas. Pero tú has creído
que nuestra humildad era temor, y no has temido levantarte contra el poder
real, que nos ha sido concedido por Dios y has amenazado de poder
quitárselo, como si nosotros hubiésemos recibido el reino de ti, como si el
reino o el imperio estuviesen en tu mano y no en la de Dios.

Nuestro Señor Jesucristo que nos ha llamado al reino, no te ha


llamado a ti al sacerdocio. Tu has llegado a este grado sobre todo con la
astucia, que no se concilia con la profesión monástica, te has procurado el
dinero, con el dinero el favor, con el favor las armas, y con las armas el
signo de la paz, (o sea el cargo de pontífice) y con el signo de la paz has
turbado la paz armando a los fieles contra los prelados, enseñándoles a
despreciar a nuestros obispos llamados por Dios, tú que no has sido
llamado. Incluso a mí, que aunque indigno, he sido consagrado para reinar
entre los cristianos, me has golpeado. Mientras yo, según lo que enseña la
29
tradición de los Santos Padres, no puedo ser juzgado más que por el
mismo Dios.

Desciende, por tanto. Abandona la Sede Apostólica usurpada. Que otro


suba al trono de Pedro que no esconda la violencia bajo alguna religión,
sino que enseñe la sana doctrina de San Pedro.

Yo Enrique, rey por la gracia de Dios, yo te digo con todos mis


obispos, desciende, desciende, condenado por los siglos..

CARTAS DE ENRIQUE IV CONTRA EL PAPA GREGORIO VII

En el marco de la controversia entre el rey Enrique IV de Alemania (1056-


1106) y el papa Gregorio VII (1073-1085) la carta del monarca que ofrecemos a
continuación fue la chispa que hizo estallar el barril de pólvora que lentamente
se había acumulado. Varios eran los motivos de disensión entre el rey y el
pontífice; ya antes de la muerte de Alejandro II (1061-1073) varios consejeros
del monarca habían sido excomulgados por lo cual el nuevo papa,
precisamente Gregorio VII, no se sintió obligado a comunicarse con el rey con
motivo de su elección. Las relaciones mutuas se enrarecieron aún más a causa
de la investidura por parte del monarca de varios obispos de Italia
septentrional, contrariando algunos decretos del pontífice. El programa
reformista de Gregorio VII que incluía como puntos claves la observancia
estricta del celibato para los clérigos, la condena de toda forma de simonía y la
restitución a los correspondientes cuerpos electivos de la elección de los
candidatos para los diversos oficios eclesiásticos, quitando así a los reyes las
atribuciones que poco a poco habían ido adquiriendo, irritaron sobremanera no
sólo al rey alemán sino también en buena medida al mismo episcopado
alemán, máxime que para llevar adelante este proyecto de reforma Gregorio
había favorecido frecuentemente a un movimiento de laicos reformadores
llamados patarinos.

El nombramiento del clérigo Tedaldo para el arzobispado de Milán por


parte de Enrique IV, con ostensible violación de los derechos metropolitanos de
Roma, llevaron al Papa a amenazar la excomunión. El rey convocó una dieta
en Worms que condensó las quejas de todos los descontentos frente a la
política de reforma de la Sede Apostólica; en ella algunos obispos
antigregorianos pronunciaron la deposición del papaReflejo de esta dieta es
nuestro documento.

Varias son las acusaciones que contra Gregorio VII se levantan en la


carta de Enrique IV: en primer lugar se lo considera un usurpador de la sede de
Pedro, se lo acusa de no respetar la autoridad real ni la de los obispos, de
entregar a los laicos el gobierno de la Iglesia, por último se acusa al papa de
usar de la violencia para imponer sus deseos.

30
Enrique, no por usurpación, sino por ordenación de Dios rey, a
Hildebrando, que ya no es Papa, sino falso monje.

Este saludo es el que tú has merecido para tu confusión, porque no has


honrado ningún orden en la Iglesia, sino que has llevado la injuria en vez del
honor; la maldición, en vez de la bendición. Pues para no decir sino pocas e
importantes cosas de las muchas que has hecho, no sólo no has vacilado en
avasallar a los rectores de la Santa Iglesia, como son los arzobispos, los
obispos, los presbíteros, ungidos del Señor, sino que los has pisoteado como
siervos que no saben lo que su señor haga de ellos. Al pisotearlos te has
proporcionado el aplauso del vulgo. Has creído que ninguno de esos sabe nada
y que sólo tú lo sabes todo, pero has procurado usar esa ciencia no para
edificación, sino para destrucción; de suerte que lo que dice aquel beato
Gregorio, cuyo nombre has usurpado, creemos que lo profetizó sobre ti: “La
afluencia de súbditos exalta el ánimo de los prepuestos, que estiman saber
más que todos, cuando ven que pueden más que todos. Y nosotros hemos
aguantado todo esto intentando mantener el honor de la sede apostólica. Pero
tú entendiste que nuestra humildad era temor y no vacilaste en alzarte contra la
misma potestad regia concedida por Dios a nosotros y te has atrevido a
amenazarnos con quitárnosla; como si nosotros hubiésemos recibido de ti el
reino, como si el reino y el imperio estuviesen en tu mano y no en la mano de
Dios. El cual Señor nuestro Jesucristo nos ha llamado al reino, pero no te ha
llamado a ti al sacerdocio. Tú, en efecto, has ascendido por los grados
siguientes: por la astucia, aun cuando es contraria a la profesión monacal, has
obtenido dinero; por dinero has obtenido merced; por merced, hierro; por hierro,
la sede de la paz, y desde la sede de la paz has perturbado la paz armando a
los súbditos contra los prepuestos; enseñándoles a despreciar a los obispos
nuestros, llamados por Dios, tú que no has sido llamado por Dios; tú has
arrebatado a los sacerdotes su ministerio y lo has puesto en manos de los
laicospara que depongan o condenen a aquellos que ellos mismos habían
recibido de la mano de Dios por imposición de manos episcopales para
enseñarles. A mí mismo, que aunque indigno he sido ungido entre los cristianos
para reinar, me has acometido; a mí, que según la tradición de los Santos
Padres sólo puedo ser juzgado por Dios y no puedo ser depuesto por otro
crimen que por el de apartarme de la fe, lo que está muy lejos de mí. Pues ni a
Juliano el Apóstata la prudencia de los Santos Padres se atrevió a deponerlo,
sino que dejó a Dios sólo esta misión. El verdadero Papa, el beato Pedro,
exclama: “Temed a Dios y honrad al rey. Pero tú, que no temes a Dios, me
deshonras a mí, que he sido constituido por Dios. Por eso el beato Pablo, en
donde no exceptúa al ángel del cielo si predicase otra cosa, no te ha
exceptuado a ti, que en la tierra predicas otra cosa. Pues dice: “Si alguien, yo, o
un ángel del cielo, os predicase otra cosa de la que os ha sido predicada, sea
anatema”. Pero tú, condenado por este anatema y por el juicio de todos
nuestros obispos y por el nuestro también, desciende y abandona la sede
31
apostólica que te has apropiado; sólo debe ascender a la sede de San Pedro
quien no oculte violencia de guerra tras la religión y sólo enseñe la sana
doctrina del beato Pedro. Yo, Enrique, por la gracia de Dios rey, con todos
nuestros obispos te decimos: desciende, desciende, tú que estás
condenado por los siglos de los siglos.

PRIMERA SENTENCIA DE GREGORIO VII CONTRA ENRIQUE IV

Bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, préstame, te lo pido, oído


favorable; escúchame que soy tu servidor, a quien tú has alimentado desde la
infancia y preservado hasta este día de la mano de los malvados, que me han
odiado y me odian porque soy fiel. Tú eres mi testigo, lo mismo que mi
soberana, la Madre de Dios, así como el bienaventurado Pablo, tu hermano
entre todos los santos, tú eres mi testigo de que la santa Iglesia Romana me ha
llevado a pesar mío a su gobierno y que no he mirado como una conquista el
hecho de subir a tu sede. Hubiera preferido terminar mi vida como humilde
peregrino más que tomar tu lugar por un sentimiento de gloria mundana y con
la preocupación de un seglar. Si te ha agradado y si te agrada todavía que el
pueblo cristiano, especialmente confiado a tu cuidado me obedezca, es, yo
creo, un efecto de tu gracia y de ninguna manera el resultado de mis obras. Es
porque soy tu representante que tu gracia ha descendido sobre mi, y esta
gracia es el poder dado por Dios de atar y desatar en el cielo y en la tierra.

Fuerte por esta confianza, por el honor y la defensa de tu Iglesia, en nombre de


Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en virtud de tu poder y de tu
autoridad, pongo en entredicho al hijo del emperador Enrique, que se ha
levantado contra tu Iglesia con una insolencia inaudita en el gobierno de todo el
reino de los teutones y de Italia; y desligo a todos los cristianos del juramento
que le han prestado o que le prestan; prohíbo a toda persona que le obedezca
como a rey. Es justo, en efecto, que aquel que se esfuerza por aminorar el
honor de tu Iglesia pierda él mismo el honor que parece tener. Como él ha
desdeñado de obedecer como cristiano y no se ha vuelto al Señor, a quien ha
abandonado comunicándose con los excomulgados, volviéndose culpable de
muchas iniquidades, despreciando los avisos que le he dado para su salvación,
tú lo sabes, y separándose de tu Iglesia que ha querido desgarrar, yo lo ato, en
tu nombre, con la atadura del anatema. Yo lo ato sobre la fe de tu poder, para
que las naciones sepan y constaten que tú eres Pedro y que sobre esta piedra
el Hijo de Dios vivo ha levantado su Iglesia, contra la cual las puertas del
infierno no prevalecerán jamás.

El Concordato de Worms (1122):

Privilegium pontificis.
32
Yo, Calixto obispo, siervo de los siervos de Dios, te concedo a tí, querido hijo
Enrique, por la gracia de Dios augusto emperador de los romanos, que tengan
lugar en tu presencia, sin simonía y sin ninguna violencia, las elecciones de los
obipos y abades de Germania que incumben al reino; y que si surge cualquier
causa de discordia entre las partes, según el consejo y el parecer del
metropolitano y de los sufragáneos, des tu consejo y ayuda a la parte más
justa. El elegido reciba de tí la regalía en el espacio de seis meses, por medio
del cetro, y por él cumpla según justicia sus deberes hacia tí, guardando todas
las prerrogativas reconocidas a la Iglesia Romana. Según el deber de mi oficio,
te ayudaré en lo de mí dependa y en las cosas en que me reclames ayuda. Te
aseguro una paz sincera a tí y a todos los que son o han sido de tu partido
durante esta discordia.

Privilegium imperatoris. En nombre de la Santa e Indivisible Trinidad. Yo,


Enrique, por la gracia Dios augusto emperador de los romanos, por amor de
Dios y de la Santa Iglesia romana y de nuestro papa Calixto y por la salvación
de mi alma, cedo a Dios y a sus santos apóstoles Pedro y Pablo y a la Santa
Iglesia Católica toda investidura con anillo y báculo, y concedo que en todas las
iglesias existentes en mi reino y en mi imperio, se realicen elecciones
canónicas y consagraciones libres. Restituyo a la misma Santa Iglesia Romana
las posesiones y privilegios del bienaventurado Pedro, que le fueron
arrebatadas desde el comienzo de esta controversia hasta hoy, ya en tiempos
de mi padre, ya en los míos, y que yo poseo; y proporcionaré fielmente mi
ayuda para que se restituyan las que no lo han sido todavía. Igualmente
devolveré, según el consejo de los príncipes y la justicia, las posesiones de
todas las demás iglesias y de los príncipes y de los otros clérigos o laicos,
perdidas en esta guerra, y que están en mi mano; para las que no están,
proporcionaré mi auxilio para que se restituyan. Y aseguro una sincera paz a
nuestro papa Calixto y a la Santa Iglesia Romana y a todos los que son o
fueron de su partido. Fielmente, daré mi ayuda cuando la Santa Iglesia me lo
reclame y rendiré a ella la debida justicia. Todo esto está redactado con el
consenso y el consejo de los príncipes cuyos nombres siguen (...).
"Constitutiones et acta publica", I. pp. 159-161. Trad. Fliche, A. "La querelle des
Investidures", París, 1946, pp. 198-199. Recoge. M.A. Ladero, "Historia
univeral de la Edad Media", Barcelona, 1987, pp. 506-507.

Privilegios de la ciudad de Lübeck:

En nombre de la Santa e Indivisible Trinidad, Federico, por la gracia y


clemencia divina, augusto emperador de los romanos (...)

Tienen pleno derecho sobre los bosques de Dassow, Klütz y Brothen, de


manera que podrán cortar cuanto necesiten para calentarse, construcción de
barcos, de casas y otros edificios de la ciudad; pero que no haya engaño, y que
los barcos que necesiten y de lo que se sirvan no sean vendidos; que sin
necesidad construyan otros o bien envíen y vendan madera a otros países. Por
otro lado pueden hacer pacer sus cerdos, e igualmente el ganado mayor y
menor de toda la tierra del conde Adolfo, pero de modo que estos cerdos o
ganados puedan volver dentro de la misma jornada de pastoreo en marcha, al
33
lugar de que partieron por la mañana. Además, en su favor, nos confirmamos
todos los derechos que les concedió el primer fundador del lugar, Enrique, en
otros tiempos duque de Sajonia, y que él ha reforzado por su privilegio: nos lo
hemos igualmente concedido al patronato sobre la iglesia parroquial de la
bienaventurada María, de manera que, cuando muera el sacerdote, los
ciudadanos elijan como patrón el sacerdote que más les agrade y lo presenten
al obispo (...)

Por otro lado, con sus mercancías vayan y vengan libremente por todo el
ducado de Sajonia sin pagar impuestos, ni teloneo, salvo en Artlenburg. Y
cualquiera que de entre ellos, fuera quien fuera, tenga que ver con la justicia
por la causa que sea, por todo el territorio de nuestro imperio y ducado, se
justificará por juramento delante del juez del lugar, sin ser hecho prisionero,
siguiendo el derecho de la dicha ciudad. Todas las ordenanzas concernientes a
la ciudad serán de competencia de los cónsules; y de todo lo que ellos
recibirán, dos partes irán a la ciudad y la tercera al juez. Y que los cónsules
tengan, de nuestra voluntad, la prerrogativa de verificar la moneda tantas veces
al año como ellos quieran; si el monetario ha cometido una falta, que pague la
compensación, y que la mitad vaya a los ciudadanos y el resto a la potestad
real. Que nadie de rango elevado o humilde pueda molestar dicha ciudad, ni en
el interior, ni al exterior de sus muros, por edificios o fortificaciones en su
territorio. Los ciudadanos de dicha ciudad no irán a ninguna campaña militar,
pero defenderán su ciudad (...)

"Codex diplomaticus Lubicensis", Tomo I, p. 9. Recoge M. RIU y otros, "Textos


comentados de época medieval (siglos V al XII)", Barcelona, 1975, pp. 618-
620.

Nacimiento de los municipios en la Francia del siglo XII:

El clero (...) y los grandes, despojados del derecho a exigir del pueblo
contribuciones (...) dan por medio de embajadores (...) la facultad, mediante un
justo precio, de hacer un municipio. Municipio, nombre nuevo, nombre
detestable, donde los haya: todos los sometidos al censo por cabeza pagan,
una vez al año, la deuda de servidumbre que deben habitualmente a sus
señores; si pecan contra el derecho, son absueltos por una imposición legal;
quedan dispensados de las otras exacciones que se suelen infligir a los
siervos.

GUIBERT DE NOGENT, "De vita sua" (1053-1124), París, 1907, pp. 156-157.
Recoge, R. Boutrouche, "Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI al XIII)",
Madrid, 1979, pp. 313.

Coronación de Federico I (agosto de 1155):

Los senadores presentes juraron y los futuros senadores juran, y con ellos
todo el pueblo romano, fidelidad al emperador Federico y ayudarle a mantener
la corona de Imperio romano, y a defenderla contra todos, y ayudarle a
conservar sus justos derechos, tanto en la ciudad como fuera de ella, y no
34
participar nunca con su consejo y actos en una empresa en la que el señor
emperador pudiese ser víctima de vergonzosa cautividad o perder un miembro
o sufrir algún daño en su persona, y a no recibir investidura del Senado más
que de él o de su representante, y observar todo esto sin fraude ni mala
disposición.

El señor emperador confirmará al Senado de modo perpetuo en el estatuto en


que se encuentra actualmente, y lo exaltará por recibir la investidura de mismo,
y le rendirá pleitesía, y recibirá de él un privilegio revestido del sello aúreo, en
el que se incluirán todas estas claúsulas: la confirmación del Senado y el
mantener intactas por parte del dicho emperador todas las justas posesiones
del pueblo romano, por depender éstas de Imperio.

PACAUT, M. "Federico Barbarroja", Madrid, 1971, p. 136 .

Homenaje de Arturo, duque de Bretaña, a Felipe Augusto (julio de 1202):

Arturo, duque de Bretaña y Aquitania, conde de Anjou y Maine, a todos


aquellos a quienes lleguen las presentes cartas, salve. Sabed que he prestado
homenaje ligio, contra todos los que puedan vivir o morir, a mi muy querido
señor Felipe, ilustre rey de Francia, por los feudos de Bretaña, Anjou, Maine y
Turena (cuando Dios lo quiera, el rey o yo mismo hayamos adquirido estos
bienes), con la excepción de todas las tenencias que estaban en manos del
señor rey y de sus hombres el día que desafió a Juan, rey de Inglaterra, a
causa de las actividades a las que éste se había entregado contra él durante
toda la última guerra, debido a lo cual sitió Boutavant. (Este acuerdo se hace)
en las condiciones siguientes: cuando reciba los homenajes de Anjou, Maine y
Turena, lo haré bajo reserva de los convenios establecidos entre él (Felipe) y
yo. Si falto a los convenios hechos entre el y yo, los vasallos y sus feudos
pasarán al señor rey y lo ayudarán contra mí. Además, he hecho homenaje ligio
a mi señor rey en lo concerniente al "dominio" de Poitou, en el caso de que,
gracias a Dios, lo adquiriésemos, él o yo, de alguna manera. Los barones de
Poitou que han tomado partido por el señor rey, y los otros que acepte, le harán
el homenaje ligio por su tierra contra todos los que puedan vivir o morir. Y, por
orden del rey mismo, me harán homenaje ligio, reservando la fe que le deben.
Si el ilustre rey de Castilla pretende algún derecho sobre esta tierra, se
procederá por juicio del tribunal de nuestro señor el rey de Francia, si este
último no puede restablecer la paz entre el rey de Castilla y yo mismo, de
nuestro común acuerdo. En cuanto a Normandía, será como sigue: nuestro
señor el rey de Francia guardará para sí mientras le plazca los bienes que ya
ha adquirido y los que, con la ayuda de Dios, pueda adquirir; de la tierra de
Normandía dará la que le plazca a sus hombres que han perdido sus tierras por
él.

"Layettes du Trésor des Chartes", ed. Teulet, París, 1863, vol. I, nº 647. Recoge
R. Boutrouche, "Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI al XII)", Madrid,
1979, p. 319.

La Carta Magna (1215):


35
Juan, por la gracia de Dios, rey de Inglaterra, señor de Irlanda, duque de
Normandía y de Aquitania, y conde de Anjou, a los arzobispos, obispos,
abades, condes, barones, jueces, guardabosques, sheriffs, prebostes, ministros
y a todos los baillíos y fieles, salud. Sabed que, por inspiración de Dios, por la
salvación de nuestra alma y las de nuestros antepasados y herederos, por el
honor de Dios y la exaltación de la Santa Iglesia y para la reforma de nuestro
reino, con el consejo de nuestros venerables padres Esteban, arzobispo de
Canterbury, primado de Inglaterra y cardenal de la Santa Iglesia romana,
Enrique, arzobispo de Dublín, Guillermo, obispo de Londres (...) y otros entre
sus leales súbditos.

1.- En el nombre de Dios acordamos primeramente por la presente carta que


confirmamos por nos y nuestros herederos, a perpetuidad, que la Iglesia de
Inglaterra será libre y gozará sin ninguna mengua de sus derechos y libertades.
Queremos que se observen la libertad de elecciones, reputada como la más
grande y necesaria a la Iglesia de Inglaterra (...) Hemos acordado también que
sean guardadas a todos los hombres libres del reino, por nosotros y nuestros
herederos, a perpetuidad, las libertades abajo escritas, para que las tengan
ellos y sus herederos, por nos y nuestros herederos.

2.- Si uno de nuestros condes o barones u otros tenentes militares, muere por
servicio de caballero y sí, a su muerte su heredero tiene la mayoría de edad, y
debe el relief, que entre en posesión de su herencia una vez pagado el
acostumbrado relief. (...)

4.- Quien guarde la tierra de un heredero menor no tomará de la tierra de éste


más que una renta razonable (...) (...)

12.- Ningún escudaje será impuesto en el reino sin el consentimiento del


común consejo de nuestro reino, a menos que sea para el rescate de nuestra
persona, la caballería de nuestro hijo mayor o el matrimonio de nuestra hija
mayor, una vez solamente, y, en todo caso, no se impondrá más que una
ayuda razonable.

13.- La ciudad de Londres gozará de todas sus antiguas libertades, tanto por
tierra como por agua. Además, queremos y concedemos que todas las otras
ciudades, boroughs, villas y puertos tengan todas las libertades y libres
costumbres. (...)

16.- Nadie será obligado a cumplir otros servicios más que los que deba por su
feudo de caballero o de otra tenencia libre. (...)

21.- Que los condes y los barones no sean sometidos a multa sino por sus
pares y no según la naturaleza de delito.

47.- Que todos los bosques que hayan sido, en nuestro tiempo, sometidos a la
ley del bosque sean de inmediato liberados; y que suceda lo mismo con los ríos
que, por nosotros y en nuestro tiempo, hayan sido acotados.(...)

36
BEMONT, "Chartes des libertés anglaises (11OO-1305)", París, 1892, pp. 26-
39.

La coronación de Alfonso VII como emperador:

En el mismo año en que acontecieron estos sucesos, el conde Ramón de


Barcelona, cuñado del rey, y su pariente, el conde Alfonso de Tolosa, vinieron a
presencia de aquél y le prometieron obedecerle en todo; se hicieron sus
vasallos, tocando la diestra del príncipe para reconocer solemnemente la
fidelidad que le debían, y recibieron del rey leonés, el conde de Barcelona,
Zaragoza, en "honor" o tenencia, conforme a las costumbres de León, y el de
Tolosa con la "honor", un vaso muy bueno de oro que pesaba 30 marcos,
muchos caballos y otros muchos regalos.

Después acudieron unánimes al rey todos los nobles de Gascuña y de la tierra


vecina hasta el Ródano y Guillermo de Monte Pesulano, recibieron del príncipe
plata y oro, diversos, variados y preciosos dones y muchos caballos, y se
sometieron a él, obedeciéndole en todo. Más tarde llegaron también ante el rey
muchos hijos de los condes, jefes y potestades de Francia y muchas gentes de
Poitou, recibieron de él armas y otros muchos regalos, y así se extendieron los
límites del reino de Alfonso, soberano de León, desde el gran Oceáno, junto a
Padrón de Santiago, hasta el Ródano.

Ocurridos estos sucesos, en la era de 1173 señaló el rey el día cuarto de las
nonas de junio, festividad del Espíritu Santo, y la ciudad regia de León, para
celebrar un concilio o asamblea plena de su curia con los arzobispos, obispos,
abades, condes, príncipes y jefes de su reino. El día establecido llegaron a
León el rey, su mujer la reina doña Berenguela, su hermana la infanta doña
Sancha, García, soberano de los pamploneses, todos cuantos el monarca
leonés había convocado, una gran turba de monjes y de clérigos, y una
muchedumbre innumerable de gentes de la plebe que habían acudido a León
para ver, oir y hablar la palabra divina.

El primer día del concilio se reunieron con el rey en la iglesia de Santa María
todos los grandes y quienes no lo eran, para tratar de las cosas que les
sugiriese la clemencia de Nuestro Señor Jesucristo y fueran convenientes a la
salvación de las almas de todos los fieles. El segundo día en que se celebraba
la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, los arzobispos, obispos, abades,
nobles, y no nobles y toda la plebe, se juntaron de nuevo en la iglesia de Santa
María, y estando con ellos el rey García de Navarra y la hermana del soberano
de León, siguiendo el consejo divino, decidieron llamar emperador al rey
Alfonso, porque le obedecían en todo el rey García, Zafadola rey de los
sarracenos, Ramón conde de Barcelona, Alfonso conde de Tolosa, y muchos
condes y jefes de Gascuña y de Francia. Cubrieron al rey con una capa óptima
tejida de modo admirable, le pusieron sobre la cabeza una corona de oro puro
y piedras preciosas, le entregaron el cetro, y teniéndole del brazo derecho el
rey García y del izquierdo el obispo Arriano de León, le llevaron ante el altar de
Santa María con los obispos y abades que cantaban el "Te Deum laudamus".
Se gritó viva al emperador, le dieron la bendición, celebraron después misa
37
solemne y cada uno regresó a sus tiendas. Para solemnizar la ceremonia, dió
el emperador en los palacios reales un gran convite, que sirvieron condes,
príncipes y jefes, y mandó repartir grandes sumas a los obispos, a los abades y
a todos, y hacer grandes limosnas de vestidos y alimentos a los pobres.

El tercer día se juntaron el emperador y todos los otros en los palacios reales
como solían hacerlo, y trataron de los asuntos relativos al bien del Reino y de
toda España. Dió el emperador a todos sus súbditos leyes y costumbres como
las de su abuelo el rey Alfonso; mandó devolver a todas las iglesias las
heredades y colonos que habían perdido injustamente y sin resolución judicial,
y ordenó que se repoblasen las ciudades y villas destruidas durante las
pasadas discordias y que se plantasen viñas y todo género de árboles. Decretó
también que todos los jueces desarraigasen los vicios de aquellos hombres que
los tuviesen contra la justicia y los decretos de los reyes, príncipes, potestades
y jueces (...) Mandó, asimismo, a los alcaides de Toledo y a todos los
habitantes de Extremadura, que organizaran sus huestes asiduamente, que
hicieran guerra a los infieles sarracenos todos los años y que no perdonasen
las ciudades y castillos, sino que los tomasen todos para Dios y la ley cristiana.
Terminadas estas cosas y disuelto el concilio, marchó cada uno a su casa lleno
de gozo, cantando y bendiciendo al emperador y diciendo : "Bendito seas tú y
bendito sea el reino de tus padres y bendito sea el Dios excelso que hizo el
cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, el Dios que nos visitó y tuvo con
nosotros la misericordia prometida a los que esperan en él".

"Cronica Adefonsi Imperatoris". Edición y estudio por L. SANCHEZ BELDA,


Madrid, 1950, nº 67-72, p. 53.

EL ORDO DE 1250: UN RITUAL DE CORONACIÓN ALTOMEDIEVAL1[1]

(fragmentos)

El “despertar” del Rey y su introducción al lugar sagrado

1. Comienza el ritual para la consagración y coronación del Rey.

2. En primer lugar se prepara un solio en medio del coro. Cuando el Rey se


levanta del lecho, la siguiente oración es dicha por uno de los obispos.

1[1] The Ordo of 1250 en Ordines Coronationis Franciae. Texts and Ordines for the coronation of 
Frankish and French Kings and Queens in the Middle Ages, II, Ed. Richard A. JACKSON, Filadelfia: 
University of Pennsylvania Press, 2000, 341­366.

    Traducción, introducción  y notas de Fr. Ricardo W. Corleto OAR. 
38
Omnipotente sempiterno Dios, que te has dignado elevar a tu siervo N.
al vértice del Reino, concédele, te pedimos, que durante el decurso de este
mundo, de tal manera disponga lo común para el provecho de todos, que no
se aparte del camino de tu verdad. Por [Cristo...].

3. Luego es conducido procesionalmente a la iglesia, cantando este


responsorio:

He aquí que envío mi ángel, para que te preceda y custodie siempre;


observa y oye mi voz y seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te
aflijan. Y mi ángel te precederá2[2].

4. Vers[ículo]

Israel, si me oyeras, no habrá en ti un nuevo dios y no adorarás otro


dios, pues yo soy el Señor. Y te precederá...

5. Ante la puerta de la iglesia esperen el arzobispo y los obispos. Y el


arzobispo diga la siguiente oración:

El Señor esté con vosotros.

Oremos

Dios, que sabes que el género humano no puede subsistir por sus
propias fuerzas, concede propicio, que este siervo tuyo N. al que quisiste poner
al frente de tu pueblo, de tal modo sea sostenido por [tu] ayuda, que en la
medida que los pudo presidir, también pueda serles de provecho. Por [Cristo...]

Preparación del espacio y de los elementos “consecratorios”

participación de los distintos estamentos del Reino

8. Después que se ha cantado [la hora] prima, el Rey debe ir a la iglesia


antes de que se bendiga el agua, y deben prepararse sedes alrededor del altar,
en las que se sentarán honoríficamente los arzobispos y obispos, y los pares
del Reino se sentarán aparte, del otro lado del altar. Entre [la hora] prima y la
tercia, el abad de San Remigio de Reims debe traer con suma reverencia la
Sagrada Ampolla3[3] procesionalmente con cruces y cirios, bajo un palio de

2[2] Cf. Ex. 23, 20 ss. 

3[3] La “Sagrada Ampolla”jugaba un papel fundamental en la consagración y coronación de los reyes de 
Francia. Según una leyenda medieval, esta ampolla, cuyo contenido era mezclado con el Crisma que 
había de usarse en la unción real, había sido traída del Cielo  por una paloma conteniendo el óleo 
consagrado que, mezclado con el agua, había servido para el bautismo de Clodoveo, primer rey franco 
convertido al Catolicismo. El uso de esta ampolla está atestiguado desde el siglo IX y sabemos que fue 
destruida en 1793 por un enviado de la Convención constituyente pos­revolucionaria. Alain BOUREAU, 
39
seda con cuatro varas, sostenido por cuatro monjes revestidos con albas.
Cuando el arzobispo llega al altar, él mismo o bien alguno de los obispos, en
nombre de todos y de todas las iglesias que le están sujetas, debe solicitar al
Rey que prometa y afirme bajo juramento que observará no sólo los derechos
de los obispos, sino también el de las iglesias hablando de este modo:

Interrogatorio y juramento del Rey. Asentimiento del Pueblo

9. Os solicitamos que nos otorguéis a nosotros y a nuestras iglesias el


privilegio canónico, y que conservéis y defendáis la debida ley y la justicia.

10. Respuesta del Rey.

Os prometo, que observaré en favor vuestro y de vuestras iglesias el


privilegio canónico y la debida ley y justicia. Y defenderé, en cuanto esté en mi
poder, con la ayuda de Dios, como un Rey debe hacer según la justicia en su
Reino, a cada obispo y a las iglesias a ellos encomendadas.

11. Después de esto dos obispos pidan en alta voz el asentimiento del Pueblo,
obtenido el cual, canten el “Te Deum”. Y [el Rey] póstrese hasta el fin del “Te
Deum”. Una vez cantado el “Te Deum laudamus”, el Rey sea levantado del
suelo por los obispos y bajo promesa diga lo siguiente:

12. Estas tres cosas prometo en el nombre de Cristo al pueblo cristiano a mí


sometido: En primer lugar, que todo el pueblo cristiano conservará en todo
tiempo, por nuestra voluntad, la verdadera paz de la Iglesia de Dios. En
segundo lugar, que prohibiré todo tipo de rapacidad e iniquidad. En tercer lugar,
que en todos los juicios observaré la equidad y la justicia. Todos digan: Amén.

13. Luego, el Rey se postra humildemente por completo en forma de cruz con
los obispos y presbíteros postrados aquí y allí. Mientras los demás brevemente
cantan en el coro la letanía que sigue:

14. Señor ten piedad...

20. Terminada la letanía, pónganse de pie. Levantado el príncipe, sea


interrogado de este modo por el señor metropolitano:

¿Quieres retener la santa fe que te ha sido entregada por los santos


varones y observarla con obras justas? Respuesta del Rey: Quiero.

voz Sainte Ampoule en Dictionnaire Encyclopédique du Moyen Âge, II, París 1997, 1377­1378. La 
custodia de la Sagrada Ampolla era un privilegio especial del Abad del monasterio de San Remigio de 
Reims. 
40
Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres ser el protector y
defensor de las santas iglesias y de sus ministros? Respuesta del Rey:
Quiero.

Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres regir y defender tu


Reino, concedido por Dios, según la justicia de tus padres? Respuesta del Rey:
Quiero. Y en cuanto gozare de la ayuda divina y contare con el consuelo de
todos los suyos, prometo fielmente que así lo haré en todas las cosas...

Entrega de las insignias regias y unción real

24. Después, puestos sobre el altar la corona real, la espada en la vaina, las
espuelas de oro, el cetro dorado y una vara de cuarenta y cinco centímetros o
más, la cual tendrá encima una mano de marfil. Del mismo modo, sandalias de
seda tejidas bordadas por completo con jacintos y lirios de oro, y una túnica del
mismo color obra, con la forma de la túnica que viste el subdiácono en la misa.
También un manto enteramente hecho con el mismo color y obra, el cual debe
hacerse casi a modo de una capa de seda sin capucha. Todo lo cual debe
traer de su monasterio a Reims el abad de san Dionisio de París 4[4], y debe
custodiarlas estando de pie junto al altar.

25. El Rey, de pie ante el altar, deja sus vestiduras, salvo la túnica de seda
bien abierta por delante en el pecho y detrás en la espalda. Esto es, con las
aberturas de la túnica entre los hombros unidas entre sí con pasadores de
plata. Entonces, en primer lugar allí sea calzado el Rey con dichas sandalias
por el gran Camarero de Francia. Y luego se le ciñan en los pies, y se le
sujeten al punto las espuelas por el duque de Borgoña. Luego, el rey sea
ceñido solo por el arzobispo con la espada con su vaina. Ceñida la cual,
inmediatamente el arzobispo extrae la espada de la vaina, y puesta la vaina
sobre el altar, le es dada [la espada] en sus manos por el arzobispo, la cual el
Rey debe llevar humildemente al altar. Y a continuación retomarla de manos del
obispo. Y darla seguidamente al Senescal 5[5] de Francia para que la lleve
delante de sí, en la iglesia hasta el final de la misa, y después de la misa
cuando va hacia el palacio.

26. Hechas estas cosas, estando preparado sobre el altar el crisma sobre una
patena consagrada, el arzobispo debe abrir sobre el altar la sacrosanta
Ampolla, y de allí, con una aguja de oro sacar un poco del óleo enviado desde
el cielo, y mezclarlo diligentemente con el crisma preparado para ungir al Rey,
el cual es el único entre todos los reyes de la tierra que resplandece con este
4[4] La custodia de las “insignias reales” era un privilegio otorgado al Abad del Monasterio de San 
Dionisio de París. 

5[5] Del germ. siniskalk, criado antiguo. En algunos países, mayordomo mayor de la casa real. Jefe o 
cabeza principal de la nobleza, a la que gobernaba, especialmente en la guerra. 
41
glorioso privilegio, de ser ungido de forma singular con un óleo enviado desde
el cielo. Entonces desprendidos los pasadores de las aberturas de delante y de
detrás, y puestas las rodillas en tierra, el arzobispo en primer lugar unge al Rey
en la extremidad de la cabeza, en segundo lugar en el pecho, en tercer lugar
entre las espaldas, en cuarto lugar en las espaldas, en quinto lugar en la
articulación de los brazos, diciendo:

27. Te unjo como rey con óleo santificado, en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo6[6]. Todos digan: Amén...

Entrega de la espada

39. Luego reciba la espada de los obispos 7[7] y según las palabras antes
dichas, sepa que con la espada se le confía todo el Reino para que lo rija
fielmente, mientras el metropolitano dice:

Recibe la espada a través de las manos de los obispos, que aunque


indignas, están consagradas en lugar y con la autoridad de los apóstoles, y que
te es impuesta regiamente y con la bendición de nuestro oficio, divinamente
destinada a defender la Santa Iglesia de Dios. Y recuerda lo que profetizó el
salmista diciendo: “ciñe con poder la espada sobre tu pierna” 8[8], para que
desempeñes tu función por la misma fuerza de la equidad, destruyas
potentemente la mole de la iniquidad, y defiendas y protejas a la Santa Iglesia
de Dios y a sus fieles, y también para que abomines y destruyas guiado por la
fe a los enemigos falsos que se ocultan bajo el nombre de cristianos, para que
ayudes y defiendas con clemencia a las viudas y a los niños, restaures las
cosas desoladas, conserves las restauradas, castigues las cosas injustas,
confirmes las cosas bien dispuestas, hasta que, haciendo tales cosas, glorioso
por el triunfo de la virtud y como cultor egregio de la justicia, merezcas reinar
sin fin con el Salvador del mundo cuya imagen llevas en el nombre. El cual con
el Padre etc.

LA BULA UNAM SANCTAM DE BONIFACIO VIII(1)


6[6] La unción real por manos del Arzobispo de Reims (en el caso de los reyes de Francia), constituía uno
de los momentos claves del rito de coronación. Por la unción, el rey era virtualmente consagrado por la 
Iglesia, para cumplir una misión igualmente sagrada. 

7[7] En este rito parece estar presente el concepto de que el poder (la espada) le llega al Rey de Dios, pero
a través de la Iglesia, y debe esgrimirla de acuerdo a la ley de Dios, para defensa de la Iglesia, destrucción
de todo tipo de iniquidad (particularmente de los enemigos de la Iglesia) y para defensa de los desvalidos.

8[8] Sal. 44, 4. 
42
«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y
Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente lo
creemos y simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni
perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una
sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Unica es ella de su madre, la
preferida de la que la dio a luz [Cant. 6,8]. Ella representa un solo cuerpo
místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo [Ef. 4,5]. Una sola, en efecto, fue el arca
de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el
techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador,
Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra.
Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el señor en el
Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a
mi única [Sal. 21,21]. Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí
mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única
Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de
la Iglesia. Esta es aquella túnica del Señor, inconsútil [Jn. 19,23], que no fue
rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene
un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y
el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el señor al mismo
Pedro: Apacienta a mis ovejas [Jn. 21,17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general,
no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó a
todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y
a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de la ovejas de Cristo, puesto
que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16].

Por las palabras del Evangelio somos instruidos de que, en ésta y en su


potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal...Una y otra espada, pues,
están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de
esgrimirse en favor de la Iglesia; aquella por la Iglesia misma. Una por mano
del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y
consentimiento del sacerdote. Pero es menester que la espada esté bajo la
espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual... Que la potestad
espiritual aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos
de confesarlo con tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo
temporal... Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene que
instituir a la temporal, y juzgarla si no fuere buena... Luego si la potestad
terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la
espiritual menor, por su superior; mas si la suprema, por Dios solo, no por el
hombre podrá ser juzgada. Pues atestigua el Apóstol: El hombre espiritual lo
juzga todo, pero él por nadie es juzgado [I Cor. 2,15]. Ahora bien, esta
potestad, aunque se ha dado a un hombre y se ejerce por un hombre, no es
humana, sino antes bien divina, por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus
sucesores confirmada en Aquel mismo a quien confesó, y por ello fue piedra,
cuando dijo el Señor al mismo Pedro: Cuanto ligares etc. [Mt. 16,19].
Quienquiera, pues, resista a este poder así ordenado por Dios, a la ordenación
de Dios resiste [Rom. 13,2], a no ser que, como Maniqueo, imagine que hay
dos principios, cosa que juzgamos falsa y herética, pues atestigua Moisés no

43
que "en los principios", sin en el principio creó Dios el cielo y la tierra [Gn.
1,1]. Ahora bien, declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que
someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de
toda humana criatura.»

Dante: La monarquía como sistema político necesario:

Tres problemas se plantean a propósito de la Monarquía temporal


comunmente llamada Imperio, los cuales me propongo estudiar en el orden ya
establecido y a la luz del principio adoptado. El primero es éste: Si la
Monarquía temporal es necesaria para el bien del mundo. Esta proposión no
objetada por fuerza de razón ni de autoridad, puede ser demostrada con
sólidos y clarísimos argumentos; ante todo por la autoridad del Filósofo en su
"Política". Afirma éste, con su autoridad venerable, que cuando varias cosas
están ordenadas hacia un fín, conviene que uno regule o gobierne y que las
demás sean reguladas o regidas. Lo cual es creíble no sólo por el nombre
glorioso del autor, sino también por la razón inductiva.

Si consideramos a un hombre, vemos que ocurre esto con él: que como todas
sus fuerzas están ordenadas hacia la felicidad, la fuerza intelectual obra como
reguladora y rectora de todas las otras, pues, no siendo así, no podría alcanzar
dicha felicidad. Si consideramos un hogar, cuyo fín es preparar el bienestar de
todos sus miembros, conviene igualmente que haya uno que ordene y rija,
llamado padre de familia, o alguien que haga sus veces según lo enseña el
Filósofo: "Toda casa es gobernada por el más viejo". A él le corresponde, como
dice Homero, dirigir a todos e imponerles leyes. De lo cual se origina esta
maldición proverbial:"Que tengas un igual en tu casa". Si consideramos una
aldea, cuyo fín es la cooperación de las personas y las cosas, conviene que
uno sea el regulador de los demás, bien que haya sido impuesto desde fuera,
bien que haya surgido por su propia preeminencia y el consentimiento de los
otros; de lo contrario, no sólo no se alcanza la mutua asistencia, sino que al
cabo, cuando varios quieren prevalecer, todo se corrompe. Si consideramos
una ciudad, cuyo fin es vivir bien y suficientemente, también conviene un
gobierno único; y esto no sólo dentro de la recta política, sino también de la
desviada. Pues cuando ocurre de otro modo, no sólo no se obtiene el fín de la
vida civil, sino que la misma ciudad deja de ser lo que era. Si consideramos,
por último, un reino particular, cuyo fín es el mismo de la ciudad, con mayor
confianza en su tranquilidad, conviene también que haya un rey que rija y
gobierne, pues de lo contrario, no sólo dejan los súbditos de obtener sus fines,
sino que hasta el último reino perece, según afirma la verdad inefable. "Todo
reino dividido será desolado". Si, pues, esto ocurre en todas las cosas que se
ordenan a un fín, es verdad lo que se ha establecido anteriomente.

Ahora bien; es cierto que todo el género humano está ordenado a un fín, como
ya fue demostrado; por consiguiente, conviene que haya uno que mande o
reine; y éste debe ser llamado Monarca o Emperador. Y así resulta evidente
44
que, para el bien del mundo es necesaria la Monarquía, o sea el Imperio.

DANTE, "De la Monarquía", ed. Ernesto Palacio, Buenos Aires, 1966, pp. 41-
42.

Marsilio de Padua y el concilio universal:

Voy a mostrar a continuación como la autoridad principal, mediata o inmediata,


para efectuar tal determinación (definiciones en cuestiones de fe), descansa
solamente o bien en el concilio general de los cristianos o bien en su parte
preponderante, o aquellos en los cuales tal autoridad les ha sido conferida por
el conjunto de los fieles cristianos; de tal manera que todas las provincias o
comunidades notables del mundo de acuerdo con la determinación de su
legislador humano, bien uno bien varios, y de acuerdo con su proporción en
calidad y en cantidad de personas, eligen hombres fieles, sacerdotes, primero
y no sacerdotes, después, pero siempre personas idóneas, por ejemplo,
hombres que hayan dado buenas pruebas de su conducta en su vida y los más
expertos en materia de ley divina que, en tanto que jueces en el primer sentido
del término, representantes del conjunto de los fieles, en virtud de la autoridad
susodicha que les ha sido conferida por el conjunto de los fieles, se reúnan en
un lugar determinado del mundo, que sea, sin embargo, el más conveniente
según la decisión de la mayor parte de ellos; en este lugar, definirán al mismo
tiempo todo aquello que, tocando a la ley divina, les parezca dudoso, útil,
expediente o necesario para determinar; y también pondrán en orden todo
aquello que, concerniente al rito de la iglesia o al culto divino, conduzca
también al descanso o a la tranquilidad de los fieles.

Es, en efecto, vano e inútil que la multitud de los creyentes, inexpertos, se


reúnan para tal asamblea; es inútil, por cuanto sería distraído para las tareas
necesarias a la subsistencia de la vida corporal aquello que sería una carga y,
tal vez, algo insoportable.

MARSILIO DE PADUA, "Le defenseur de la Paix", vrsión de J. Quillet, París,


1968, pp. 396-397. Recoge A. Lozano y E. Mitre, "Analisis y comentarios de
textos históricos.I. Edad Antigua y Media", Madrid, 1978, p. 215.

La “soberanía popular” según Marsilio de Padua:

Digamos, pues, mirando a la verdad y al consejo de Aristóteles en el 3º de la


Política, capítulo 6º, que el legislador o la causa eficiente primera y propia de la
ley es el pueblo, o sea, la totalidad de los ciudadanos, o la parte prevalente de
él, por su elección y voluntad expresada de palabra en la asamblea general de
los ciudadanos, imponiendo o determinando algo que hacer u omitir acerca de
los actos humanos civiles bajo pena o castigo temporal
Marsilio de Padua, Defensor pacis

Ockham contra la legitimidad del Papa:

45
La providencia divina –que acostumbra a sacar bien de las malas obras de los
hombres y a causa de los pecados de pueblo, por cuyos méritos a veces se
corrompen los obispos- permitió quizá que algunos de los llamados obispos
romanos extendieran ilícita y presuntuosamente a las cosas divinas y humanas
su poder usurpado con engaño. De la misma manera permitió también que
apareciera inexcusable su malicia y que la destreza de los investigadores –
sacudida su pereza y escrutando con más profundidad las letras divinas-
sacara a la luz las verdades ocultas que habían de aprovechar a las
generaciones futuras del género humano, y por las que se pusiese freno a la
maldad de aquellos sumos pontífices que intentasen gobernar tiránicamente.
Ciertamente, así como de un principio verdadero rectamente entendido se
sacan innumerables verdades, de la misma manera a veces de un falso y
también mal entendido principio se infieren innumerables errores. Así lo
atestigua cierto sabio, quien afirma que, puesto un incongruente, se siguen
muchos. Y en otra parte se dice que un pequeño error al principio se hace
grande al final.
Y esto mismo creo que acaeció con respecto al poder del papa. Y, porque en
algunos documentos escritos –que algunos veneran como auténticos- se afirma
taxativamente que el papa tiene la plenitud de poder sobre la tierra, ciertos de
los llamados sumos pontífices, desconocedores del significado de estas
palabras, no sólo cayeron en errores sino también en injurias e iniquidades.
Deseoso de llegar a la raíz que pueda producir su propagación, comenzaré por
esta plenitud de poder.
(…)
Pero me parece que se ha de afirmar que de la potestad regular y ordinaria
concedida y prometida a S. Pedro y a cada uno de sus sucesores por las
palabras de Cristo ya citadas [“lo que atareis en la tierra, quedará atado en el
cielo”] se han de exceptuar los derechos legítimos de emperadores, reyes y
demás fieles e infieles que de ninguna manera se oponen a las buenas
costumbres, al honor de Dios y a la observancia de la ley evangélica […] Tales
derechos existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica y
pudieron usarse lícitamente. De forma que el papa no puede en modo alguno
alterarlos o disminuirlos de manera regular y ordinaria, sin causa y sin culpa,
apoyado en el poder que le fue concedido inmediatamente por Cristo. Y si en la
práctica el Papa intenta algo contra ellos [los derechos de los emperadores y
reyes], es inmediatamente nulo de derecho. Y si en tal caso dicta sentencia,
sería nula por el mismo derecho divino como dada por un juez no propio.

Qué es lo público según Francesc de Eiximenis:

«Capítulo CCCLVII, que explica qué es lo público.


En primer lugar, pues, con la ayuda de nuestro Salvador, vamos a ver
aquí qué es y qué quiere decir lo público. Y sobre este tema anotaréis las
cuatro siguientes proposiciones.
La primera es que lo público es una comunidad de gentes reunidas que
viven bajo una misma ley, gobierno y costumbres, si se quiere que tal unión sea

46
reino, ciudad, villa, castillo o cualquier comunidad semejante, que no sea una
casa sola. Porque parece que la unión doméstica que representa una casa sola
o parte de alguna comunidad no se puede llamar ‘cosa pública’, sino que se
llama cosa particular, privada o propia; así lo explica el filósofo hablando de
este tema en su Política.
La segunda es ésta: que cada comunidad debe estar compuesta por
distintas personas que se ayuden unas a otras según sus necesidades. Esto es
así porque la relación de cada buena comunidad tiene que ser la unidad y
bienquerencia de los habitantes, y tiene que estar fundada y atada en el amor y
la concordia, y cada uno no puede obtener por sí mismo lo que necesita. Por
eso es necesario, para la preservación de la comunidad, que uno ayude al otro
según su necesidad.
Así, por experiencia sabemos que tenemos necesidad de muchas cosas y
variadas, tanto de comida, bebida, ropa y calzado, y de otras cosas, las cuales
no puede cada uno hacer por sí mismo. Por eso, en lo público, uno ayuda a
otro vendiéndole comida, el otro vendiéndole bebida, el otro, vestido y el otro,
calzado. Así, uno ayuda a otro, y de esta manera persevera lo público basado
en la ayuda mutua. Por eso tenemos, “Proverbiorum, decimo octavo: Frater qui
adiuvatur a fratre civitas firma”, y quiere decir: “que entonces es firme y fuerte la
comunidad de la ciudad cuando uno ayuda al otro, así como un buen hermano
ayuda de corazón a su hermano”.
La tercera es que todos los hombres de la comunidad no pueden ser
iguales. Aparece esta proposición por la segunda, porque, puesto que uno
ayuda al otro según su estamento, así como dice la segunda, como las
diversas necesidades de los hombres requieren la ayuda de oficios no iguales,
se concluye que los hombres no son iguales por los oficios en su estamento.
Y que así sea, que las necesidades de los hombres requieren ayudas
desiguales, se debe a la necesidad que requiere que el hombre sea ayudado
por la justicia no es igual a la necesidad que requiere que el hombre sea
ayudado en el hambre y en la sed. Porque para la primera necesidad se
precisa aquel que mantiene la justicia, pues es quien ejerce el gobierno,
mientras que para la segunda es suficiente un campesino, un panadero o un
tabernero, los cuales no son iguales a aquellos que tienen que sostener la
justicia; y así como se ha dicho de éstos, así lo podemos decir de muchos otros
oficios de la comunidad.
La cuarta es que lo público se compone sumariamente de tres
estamentos de personas, es decir, de menores, medianos y mayores. Y esta
composición es como un cuerpo humano compuesto de varios miembros. Así lo
dice san Pablo, “Ad Romanos, XII: Sicut in uno corpore multa membra
habemus, omnia autem membra non eumdem actum habent, ita multi unum
corpus sumus in Christo”; y quiere decir: “Así como los diversos miembros que
tienen funciones diferentes en el hombre hacen un cuerpo, así diversas
personas y oficios reunidos hacen un cuerpo y una comunidad, la cual se llama
la cosa pública cristiana”. Por eso, Víctor, hablando de este tema en su tratado,
queriendo enseñar de qué manera lo público era semejante al cuerpo del
hombre, cuenta que en lo público había cabeza, y ésta es aquel que tiene el
gobierno o señoría; los ojos y las orejas son los jueces y los oficiales; los
brazos son aquellos que defienden lo público, es decir, los caballeros y los
hombres de armas; el corazón son los consejeros; las partes generativas son
los predicadores y formadores; los muslos y las piernas son los menestrales;
47
los pies que pisan la tierra son los campesinos que la cultivan y la trabajan con
su oficio siempre.»

La Jacquerie, según Jean de Froissart:

En el tiempo en que gobernaban los tres estados, comenzaron a levantarse


unos tipos de gentes que se llamaban Compañeros y que saqueaban a todos
los que llevaban cofres. Os digo que los nobles del reino de Francia y los
prelados de la Santa Iglesia se empezaron a cansar de la empresa y del orden
de los tres estados. Dejaban actuar al preboste de los comerciantes y a
algunos burgueses de París, pero intervenían más de lo que hubiesen querido.
Sucedió un día que el duque de Normandía estaba en su palacio con gran
cantidad de caballeros, y el preboste de los comerciantes reunió también gran
cantidad de comunas de París que eran de su secta y de su partido. Todos
llevaban caperuzas iguales para reconocerse. Este preboste se dirigió al
palacio rodeado por sus gentes y entró en la cámara del duque. Con gran
acritud le requirió a que se ocupara de los asuntos del reino y mantuviera
consejo, de modo que el reino que debía heredar estuviera bien protegido de
aquellos Compañeros que lo dominaban, saqueando y robando por todo el
país. El duque respondió que se ocuparía con mucho gusto (...)
Muy poco tiempo después de la liberación del rey de Navarra sucedió una
terrible y gran tribulación en muchas partes del reino de Francia, en Beauvaisis,
en Brie, junto al río Marne, en Laon, Valois, la tierra de Coucy y los alrededores
de Soissons. Algunas gentes de las villas campesinas se reunieron sin jefe en
Baeuvaisis. Al principio no eran ni cien hombres y dijeron que todos los nobles
del reino de Francia, caballeros y escuderos traicionaban al reino, y que sería
gran bien destruirlos a todos. Cada uno de ellos decía: «Es verdad, es verdad.
Maldito sea quien por él no sean destruidos todos los gentileshombres».
Entonces, sin otro consejo y sin otra armadura más que bastones con puntas
de hierro y cuchillos se fueron a la casa de un caballero que estaba cerca de
allí. Destruyeron la casa, mataron al caballero, a la dama y a los hijos, grandes
y pequeños, y lo incendiaron todo. Luego, se fueron a un castillo y allí aún
actuaron peor (...)
Así hicieron en muchos castillos y buenas casas, y fueron creciendo tanto
que llegaron a seis mil. Iban aumentando por que todos los de su condición les
seguían por todos lados por donde pasaban (...) Y todos estos criminales
reunidos, sin jefe y sin armaduras saqueaban y lo incendiaban todo, matando a
todos los gentileshombres que encontraban, forzando a damas y doncellas sin
piedad y sin merced como perros rabiosos (...) Entre ellos tenían un rey al que
llamaban Jacques Bonhomme que era, como entonces se decía, de Clermont
de Beauvaisis, y lo eligieron el peor de los peores.
Estas gentes miserables incendiaron y destruyeron más de sesenta buenas
casas y fuertes castillos del país de Beauvaisis y de los alrededores de Corbie,
Amiens y Montdidier (...) Estas gentes se mantenían unidas entre París y
Noyon y entre París y Soissons, y entre Soissons y Eu de Vermandois y por
toda la tierra de Coucy (...)
Cuando los gentileshombres de Beauvaisis, de Corbiosis, Vermandois y
Valois y de las tierras donde aquellos miserables cometían sus crímenes,
vieron sus casas destruidas y muertos sus amigos, pidieron ayuda a sus
amigos en Flandes, Hainaut, Brabant y Belgique y acudieron de todos lados.
48
Extranjeros y gentileshombres del país se unieron y empezaron a matar y
decapitar aquellos miserables, sin piedad ni merced (...) el propio rey de
Navarra acabó un día con tres mil muy cerca de Clermont en Beauvaisis.
La Jacquerie, Crónicas, Jean Froissart

Decreto del Concilio de Constanza inspirado por Zabarella a favor del


Conciliarismo:

En nombre de la santa e indivisa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, amen.


Este santo sínodo de Constanza que es un Concilio general, reunido
legítimamente en el Espíritu Santo para alabanza de Dios omnipotente, para la
eliminación del presente cisma, para la realización de la unión y de la reforma
en la cabeza y en los miembros de la Iglesia de Dios, ordena, define, establece,
decreta y declara lo que sigue con la finalidad de alcanzar más fácil, segura,
amplia y libremente la unión y la reforma de la Iglesia de Dios.

En primer lugar declara que el mismo, legítimamente reunido en el Espíritu


Santo, siendo un concilio general y expresión de la Iglesia Católica militante,
recibe el propio poder directamente de Cristo y que quienquiera que sea, de
cualquier condición y dignidad, comprendida la papal, esta obligado a
obedecerle en aquello que respecta a la fe y a la eliminación del recordado
cisma y a la reforma general en la cabeza y en los miembros de la misma
Iglesia de Dios.

Además, declara que quienquiera que sea, de cualquier condición, estado y


dignidad, comprendida la papal, que se negase pertinazmente a obedecer a las
disposiciones, decisiones, órdenes o preceptos presentes o futuros de este
sagrado sínodo o de cualquier otro concilio general legítimamente reunido, en
las materias indicadas, o en aquello que toca a las mismas, si no se corrige,
será sometido a una penitencia adecuada y será castigado, recurriendo incluso,
si fuese necesario, a otros medios jurídicos.

Así también, este santo sínodo define y ordena que el Señor papa Juan XXIII
no transfiera la curia Romana, las oficinas públicas y sus funcionarios de
Constanza a un otro lugar, o no se obligue directa o indirectamente, a estos
funcionarios a seguirlo, sin el consentimiento de este santo sínodo; si hubiese
actuado en contrario o lo hiciese en el futuro, o hubiese tomado o tomase
medidas contra tales funcionarios o contra cualquier otro miembro del concilio,
o incluso fulminase censuras u otras penas para que lo sigan, todo eso sea
considerado inútil y vano; y tales procedimientos, censuras y penas, justamente
porque son inútiles y vanas, no obliguen de ningún modo. Antes bien, los
mencionados funcionarios desarrollen sus oficios en la ciudad de Constanza y
los ejerciten libremente como antes, mientras que el mismo santo sínodo se
celebre en esta ciudad.

El concilio ordena también que todos los traslados de prelados y las


privaciones de beneficios a ellos inferidos, la revocación de toda encomienda o
donación, las admoniciones, censuras eclesiásticas, procesos, sentencias y los
actos de cualquier naturaleza, hechos o por hacerse por el predicho señor papa
49
Juan o por sus colaboradores, que puedan ocasionar daños o perjuicios al
concilio o aquellos que han adherido al mismo desde el principio, o que ahora
participan en él, deban considerarse por la autoridad de este santo concilio
ipso facto como nulos, vanos, írritos, sin valor y de ninguna fuerza e
importancia.

Así también declara que el señor papa Juan XXIII y todos los prelados y los
otros convocados a este sagrado concilio y cuantos se encuentran en este, han
gozado y gozan de plena libertad, como ha parecido al concilio, y no se tienen
noticias en contrario. el concilio da testimonio de todo esto delante de Dios y de
los hombres.

El decreto Frequens del Concilio de Constanza (1417):

La frecuente celebración de concilios generales es uno de los mejores medios


para cultivar el campo del Señor, porque arranca las malas hierbas, las espinas
y los cardos de la herejía, del error y del cisma, corrige los excesos, reforma lo
que ha sido deformado y lleva a la viña del Señor hacia la abundante cosecha
que permite una tierra fértil, mientras que despreciar estos medios sólo sirve
para extender y favorecer todos los males susodichos, desgracias que traen
ante nuestra vista el recuerdo de los tiempos pasados y la consideración de los
presentes. En consecuencia, por el presente edicto decidimos, decretamos, y
ordenamos que se celebren en los sucesivos concilios generales, de tal
manera que el primero que siga a la terminación del presente concilio se
celebre dentro de cinco años, el segundo siete años después del anterior, y a
continuación de diez en diez años, en el lugar en que (...) el mismo concilio ha
de fijar y designar.

Así, sin solución de continuidad, o bien el concilio estará en el ejercicio de su


poder o bien se estará en su espera dentro del plazo fijado. El Soberano
Pontífice, con consejo de sus hermanos cardenales de la Santa Iglesia
Romana, puede abreviar los plazos de convocatoria si circunstancias fortuitas
lo hacen preciso, pero de ningún modo alargarlos (...) El Soberano Pontífice
está obligado a publicar y dar a conocer legítima y solemnemente cualquier
cambio de lugar de celebración o acortamiento de plazos, con antelación de un
año, a fín de que las personas susodichas puedan reunirse en la fecha fijada
para la celebración del concilio.

GILL, J. "Constance et Balê-Florence", París, 1965, pp. 338-329. Recoge M.A.


Ladero, "Historia Universal de la Edad Media", Barcelona, 1987, pp. 810-811.

Deposición de Enrique IV en la Farsa de Ávila de 1465


50
Los nobles que se hallaban en ÁÁ vila con el príóncipe Álfonso resolvieron deponer al
rey de la majestad del cetro. Áunque unaó nimes en el fin, sin embargo, no lo estaban
en los medios. Á unos les parecíóa maó s digno entablarle una demanda, con lo cual
tendríóa maó s validez el proceso si se negara a comparecer. Otros juzgaban que era
maó s conveniente acusarlo el principio de herejíóa, ya que aparta de los muchos y
manifiestos delitos cometidos contra la religioó n –mejor dicho la ausencia total de
cualquier resabio en eó l de fe catoó lica-, se aducíóan testimonios maó s secretos del
marqueó s de Villena allíó presente y del maestre de Calatrava, ausente, seguó n los
cuales lo habíóa inducido secretamente a abrazar el culto de Mahomet con promesas
de estados maó s ricos si lo aceptaban.; por fin los dos hermanos anñ adíóan muchas
acusaciones de este tipo, declarando haber llegado al uó ltimo extremo de perseguir
a Enrique porque con respecto a la religioó n cualquier otro víónculo de amistad o de
gratitud debíóa desligarse o retractarse. (…) Ádemaó s las croó nicas de la antiguü edad
daban pruebas suficientes de coó mo los reyes del reino de Castilla y de Leoó n son
elegidos en primer lugar por la nobleza y por aclamacioó n del pueblo, y que estaó
canoó nicamente probado por antigua autoridad que el cetro de Castilla y Leoó n estaó
exenta en lo temporal de la jurisdiccioó n pontificia. Tambieó n habíóa varios ejemplos
de reyes depuestos por causas cada vez menos urgentes, como la pereza, la
negligencia, la apariencia de tiraníóa o solo la prodigalidad del rey y emperador
electo Álfonso X, quien se consideraba distinguido en todas las buenas artes y
habíóa sido elegido a la majestad imperial por lo ilustre de su nombre, pero cuyas
expensas excesivas y superiores a los recursos de la hacienda real forzaron a los
nobles a privarlo del cetro y a elegir a su hijo. Maó s reciente era el ejemplo del rey
Pedro; auó n vivo Pedro su hermano Enrique fue llamado rey y con gran aplauso de
los naturales lo matoó . Tambieó n se alegaban los ejemplos extranjeros maó s propios
para justificar la justíósima deposicioó n de Enrique.
Por tanto, para dar comuó n noticia a los pueblos y a la memoria perpetua del hecho
se levantoó cerca de los muros de ÁÁ vila en un llano amplíósimo para la muchedumbre
un cadalso a manera de casas de tablas abierta en derredor para que os
circunstantes pudieran ver todo lo que se hacíóa en la parte superior. Se colocoó allíó
luego un munñ eco del rey Enrique, sentado en su trono, coronado y teniendo el
cetro las demaó s insignia de la realeza. Subieron inmediatamente los grandes y
delante del munñ eco se leyeron los requerimientos que tantas veces y tan en vano
habíóan elevado acerca de las querellas de los agravados; se anñ adieron las
acusaciones de la obstinacioó n en los gravaó menes de los pueblos en la corrupcioó n
cada vez maó s escandalosa; se explicaron las causas del destronamiento y la
extrema necesidad a que obedecíóan los que lo deponíóan. Ál punto el arzobispo de
Toledo le quitoó la diadema, el marqueó s arrancoó de la mano derecha de la estatua el
cetro, el conde de Plasencia la espada, el maestre de Álcaó ntara, e los condes de
Benavente de Paredes despojaron al munñ eco de todas las demaó s insignias las
arrojaron al suelo con los pies desde la altura del cadalso entre los sollozos de
todos los presentes que parecíóa llorar la desdicha de una muerte infeliz. En seguida
subioó el al trono el príóncipe Álfonso y se revistioó de aquellas insignias con aplauso
de la muchedumbre; entre el estruendo de los clarines todos lo aclamaron por rey
y le prestaron homenaje, en las nonas o 5 de junio del anñ o de la natividad de 1465,
contando el rey Álfonso once anñ os, cinco meses y veinticinco díóas. Hasta la caíóda de
aquella deposicioó n se habíóan cumplido diez anñ os, once meses y cuatro díóas de la
indiccioó n perniciosa del reinado de Enrique.
51
Álonso de Palencia, Deó cadas, libro VII, nuó mero 8.

Otra versión de Deposición de Enrique IV en la Farsa de Ávila de


1465

Capítulo LXVI De como fue quitado el çetro real, e la corona del reyno al rey
don Enrrique en la çibdat de Avila E finalmente, asý por consejo de los grandes
que allí estavan como de algunos famosos letrados,
fue determinado que al rey don Enrrique fuesse tirada la corona del reyno. Para
lo qual, en un llano que esta çerca del muro de la çibdat de Avila, se fizo un
gran cadalso abierto de todas partes porque todas las gentes, asý de la çibdat
como de otras partes que allý eran venidas por ver este acto, pudiesen ver todo
lo que ençima se fazía. E allý se pusso una silla real, con todo el aparato
acostumbrado de se poner a los reyes, y en la silla una estatua, a la forma del
rey don Enrrique, con corona en la cabeça e çetro real en la mano. Y en su
presencia se leyeron muchas querellas que antél fueron dadas, de muy graves
eçessos, crimines e delitos antél muchas vezes pressentadas, syn los
querellantes aver avido conplimiento de justiçia. E allý se leyeron todos los
agravios por el fechos en el reyno, e las cabsas de su deposición, e la estrema
nesçesidat en que todo el reyno estava para fazer la dicha deposición, aunque
con grant pessar e mucho contra su voluntad.
Las quales cosas asý leýdas, el arzobispo de Toledo, don Alffonso Carrillo,
subio en el cadalso, e quitole la corona de la cabeça, y el marqués de Villena
don Iohán Pacheco le tiro el çetro real de la mano; el conde de Plasençia don
Alvaro de Estuñiga le quito la espada; el maestre de Alcantara e los condes de
Benavente e Paredes le quitaron todos los otros ornamentos reales, e con los
pies lo derribaron del cadahalso en tierra, con muy gran gemido e lloro de los
que lo veýan.
E luego encontinente el príncipe don Alfonso subió en el mesmo lugar, donde
por todos los grandes que ende estavan le fue besada la mano por rey e señor
natural destos reynos; e luego sonaron las trompetas e se fizo muy grande
alegría. Lo qual acaeció en jueves, a çinco días del mes de junio del año ya
dicho de Nuestro Redemptor de mill e quatroçientos e sesenta e çinco años,
seyendo el prínçipe don Alfonso de hedat de onze años e çinco meses e çinco
dias. Asý duro el reyno del rey don Enrrique, desdel día que començó a reynar
fasta esta deposiçion de su corona, diez años e onze meses e quatro días.
Cronica castellana, ed. M. del P. Sánchez Parra, Madrid, 1991, pp. 159-161.

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