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¿Para qué sirve saber historia?

Conocer el pasado no sirve para predecir el futuro, pero si para


entender mejor el mundo de hoy, para tomar mejores decisiones, para pensar
mejor.
Jorge Orlando Melo*

Cuando llegaron los españoles, hace 600 años, encontraron innumerables


grupos indígenas con una agricultura muy productiva. La Conquista redujo la
población de varios millones de personas a 650.000. En la Colonia, los indios
perdieron sus tierras y las minas fueron explotadas por esclavos. Para
establecer una república independiente hubo que hacer una guerra violenta
contra España. En los siglos XIX y XX el Estado entregó la tierra a un grupo
reducido de propietarios y la gran desigualdad colonial se mantuvo, como
desigualdad étnica y social, y como una gran desigualdad económica.

Hace 200 años algunos soñaron con formar una república liberal, con derechos
para todos; después, muchos se esforzaron, con resultados muy pobres, por
establecer gobiernos surgidos de la voluntad del pueblo. Desde hace cien años
se ha buscado disminuir la pobreza, mejorar los niveles de vida y la
distribución de la riqueza, pero los resultados siguen siendo contradictorios.

También ha habido logros: ya no hay esclavos, los derechos de una persona no


dependen del color de su piel, las mujeres lograron la igualdad básica y legal
—aunque persisten otras formas de desigualdad—, las personas pueden
escoger su religión y expresar sus ideas libremente, a los gobernantes no los
nombra el rey de España sino que, mal que bien, los eligen los ciudadanos.
La vida de todos ha cambiado: las mujeres tienen hoy en promedio un poco
más de dos hijos, hace 100 años tenían siete; la esperanza de vida pasó de 40
a 70 años; la mortalidad infantil se redujo drásticamente y todos los jóvenes
van a la escuela. Un dato curioso muestra cuánto ha mejorado la alimentación:
los colombianos son hoy diez centímetros más altos que hace 100 años.

Pero es un país en el que muchos viven en la pobreza, la justicia funciona mal,


el clientelismo se convirtió en eje de la política, la corrupción es habitual y casi
un millón de colombianos han muerto en forma violenta en el último siglo.

Para entender por qué el país logró algunas cosas pero fracasó en otras, por
qué estamos donde estamos, hay que conocer el pasado. Las tragedias de la
Conquista, la formación de una sociedad jerárquica y esclavista, el
sometimiento de los indios y la destrucción de sus culturas nos ayudan a
entender las dificultades para lograr un país justo. Los intentos de resolver los
problemas copiando modelos europeos muestran por qué el liberalismo, la
democracia y el socialismo entraron apenas superficialmente en nuestra
cultura.

Entender el pasado ayuda a ver la complejidad de los problemas de hoy. Y esto


sirve para pensar cómo resolver las dificultades sin dejarnos llevar por los
mitos e ideas fijas de algunos. Conocer la historia nos puede hacer menos
fanáticos, más escépticos, más tranquilos, y puede enseñarnos que nunca hay
soluciones fáciles, y que nunca una solución lo resuelve todo. Y nos puede
mostrar que las respuestas del pasado no se pueden aplicar de nuevo: por más
que queramos repetir la historia, ella siempre es nueva y no es posible predecir
el futuro, pues lo vamos haciendo con nuestras decisiones, basadas en lo que
sabemos y pensamos. Y si tomamos nosotros mismos las decisiones que hagan
falta evitamos que otros las tomen por nosotros.
Además, para saber qué pasó hace tiempos tenemos que averiguarlo, y la única
forma es revisando los documentos que dejaron nuestros antepasados —los
periódicos, las cartas, los relatos, pero también los edificios y los objetos que
fabricaron— y juzgando qué tan ciertas son las historias que contaron.
Estudiar historia es aprender a criticar las fuentes, a distinguir lo que es falso
de lo que puede ser cierto, a analizar lo verosímil de un relato, a descubrir
cuándo alguien dice una mentira para quedar bien o para sacar alguna ventaja.

La historia que aceptamos y juzgamos cierta no es la que cuenta el que grita


más duro ni el más entusiasta: es la que se basa en mejores pruebas y se apoya
en mejores argumentos. Estudiar historia es aprender a analizar los
testimonios, a discutir con inteligencia y sin pasión, a debatir sin insultar ni
usar sofismas, a no tergiversar lo que dicen los demás, y eso es algo que nadie
nos enseña, pero que es urgente que aprendamos.

Y, sobre todo, al conocer la historia nos damos cuenta de que los resultados
dependen de los esfuerzos individuales y colectivos, de lo que hace cada uno y
de lo que hacen todos. Y en ese sentido, estudiar la historia es volvernos
conscientes de que todos tenemos una responsabilidad, personal y colectiva,
con lo que le pase a nuestra sociedad.

* Historiador. Por estos días presenta su último libro, Historia mínima de


Colombia (El Colegio de México y Editorial Turner).

Publicado en la revista Bienestar Colsánitas, Abril de 2018

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